DANIEL
DicTB
 

SUMARIO: I. El libro. II. Primera parte: Episodios de la vida de Daniel: 1. Daniel y sus compañeros; 2. Daniel y la estatua con pies de barro; 3. Daniel no adora la estatua de oro; 4. El gran árbol cortado; 5. "Mené, Teqel, Parsín"; 6. Daniel en el foso de los leones. III. Segunda parte: Las visiones de Daniel: 1. Las cuatro bestias que suben del mar; 2. El carnero y el macho cabrío; 3. Las setenta semanas y la nueva era; 4. La resurrección. IV. El apéndice. V. El autor. VI. El mensaje del libro. VII. El "Hijo de hombre".


I. EL LIBRO. Daniel (en hebreo Daniyy'
el, "Dios juzga" o bien "Dios es mi juez") es un nombre que llevan varias personas, entre las cuales la más conocida es el protagonista del libro profético homónimo. El libro consta de doce capítulos: los seis primeros representan la sección narrativa, y cuentan algunos episodios de la vida de Daniel y de sus compañeros. Como el libro de Esdras, también éste está escrito en dos lenguas: en hebreo están los trozos 1,1-2,4 y 8,1-12,13; en arameo están 2,4b-7,28; pero nuestro texto tiene además un apéndice en griego (cc. 13-14).

II. PRIMERA PARTE: EPISODIOS DE LA VIDA DE DANIEL (cc. 1-6). 1. DANIEL Y SUS COMPAÑEROS. En el tercer año del reinado de Joaquín, rey de Judá, es decir, en el 605 a.C., Nabucodonosor llegó a Jerusalén, la conquistó y se llevó a varios jóvenes hebreos para que se instruyeran en las letras y en la lengua de los caldeos, con la intención de tenerlos luego a su servicio, después de tres años de preparación. Pero cuatro de estos jóvenes, es decir, Daniel, Ananías, Misael y Azarías, se negaron a comer de los alimentos enviados del palacio real y pidieron al jefe de los eunucos que les diera de comer sólo agua y legumbres. Aun temiendo que esa alimentación no fuera suficiente para su desarrollo armónico, se les concedió el favor que habían solicitado, y después de diez días su aspecto resultó que era mejor que el de los otros jóvenes. Hasta aquí el capítulo 1.

La obra se presenta como un escrito sobre Daniel y sus compañeros deportados a Babilonia por Nabucodonosor en el año 605, pero ya en la época de Orígenes se dieron cuenta de que la narración no tenía que entenderse tan llanamente. Son muchas las dificultades históricas: las fechas del libro no concuerdan entre sí, ni tampoco con aquella parte de la historia que conocemos. Se tiene la franca impresión de que incluso el comienzo del libro no siente ninguna preocupación por la historia: Baltasar (c. 4) no fue hijo de Nabucodonosor, sino de Nabónides, y no tuvo nunca el título de "rey"; Darío de Media es desconocido en toda la historia.

Así pues, el autor escribió en un período relativamente reciente respecto a la época en la que quiso enmarcar sus propios personajes y no tiene ninguna intención histórica; no pretendía transmitir sucesos del pasado, a pesar del aparente esmero que pone en algunos datos cronológicos. Por eso, la distinción entre los datos históricos (que en realidad son siempre discutibles y dejan mucho lugar a dudas) y los ficticios no aporta ninguna ayuda a la interpretación de cada uno de los relatos, que, por el contrario, tienen que ser valorados dentro del marco querido por el autor, sin apartar la mirada del objetivo de la obra y del período concreto de su composición. Los cuatro jóvenes, una vez pasado el período de preparación, son introducidos en la corte y forman parte de la categoría de "sabios", que son interrogados en cada una de las cuestiones relativas a la sabiduría y a la doctrina. Y Daniel destacaba sobre todos los demás.

2. DANIEL Y LA ESTATUA CON PIES DE BARRO. En el capítulo 2 se habla de la ocasión que se le ofreció a Daniel de mostrar la sabiduría que le había dado Dios. El rey Nabucodonosor tiene un sueño, del que recuerda sólo su aspecto enigmático, pero sin detalle alguno, y les pide a sus sabios que le refieran tanto el sueño como su interpretación, so pena de muerte. Daniel obtiene de Dios todo lo que exige el rey: el sueño tenía por objeto una estatua colosal, con cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, los pies parte de hierro y parte de arcilla; una piedra alcanzó a la estatua en los pies de hierro y arcilla y los pulverizó, la estatua entera se hizo pedazos y quedó convertida en un polvo finísimo que se llevó el viento; a su vez, la piedra que había golpeado la estatua se convirtió en una montaña enorme, que llenó toda la tierra. Después de recordar el sueño, el rey escuchó con atención a Daniel, que le dio la explicación del mismo, trazando proféticamente la línea de todo lo que habría de ocurrir después de Nabucodonosor. En cuanto a la piedra que había golpeado la estatua, su significado es claro: "El Dios del cielo hará surgir un imperio que jamás será destruido y cuya soberanía no pasará a otro pueblo" (2,44).

El rey recompensa a Daniel, poniéndole al frente de todos sus sabios. En la Biblia los sueños han sido siempre canales de comunicaciones divinas: así ocurrió con /Abrahán (Gén 15,12). con Abimélek (Gén 20,2), con /Jacob (Gén 28,10), con José (Gén 37,5), con los compañeros de la cárcel de José (Gén 40,5), con el faraón (Gén 41,1), con /Samuel (1 Sam 3,2), con Salomón (1Re 3,5), etc., y de nuevo con Daniel en los capítulos 4 y 7.

En la interpretación del sueño de la estatua derribada por una piedra se presenta la sucesión de los reinos neobabilonio, meda, persa y grecorromano. La piedra representa el reino celestial suscitado por Dios, es decir, el reino mesiánico.

3. DANIEL NO ADORA LA ESTATUA DE ORO. Dan 3,1-33 adquiere un desarrollo dramático. Nabucodonosor hizo erigir una gran estatua de oro, envió a sus emisarios a todas las provincias para que las autoridades acudieran a la inauguración y a la adoración de la misma en medio de una gran fiesta del pueblo. Estaban presentes Daniel y sus compañeros, pero no se postraron ni adoraron la estatua. Denunciados, fueron encerrados por orden del rey en un horno encendido: "Si nuestro Dios, a quien nosotros veneramos, quiere librarnos del ardiente horno de fuego y de tus manos, oh rey, nos librará. Pero si no nos librase, has de saber, oh rey, que no serviremos a tu dios ni adoraremos la estatua de oro que has levantado" (3,17). El fuego no les hizo daño alguno, sino que "andaban entre las llamas alabando a Dios" (3,24). .

En este punto el texto griego introduce una larga inserción deuterocanónica que no tiene correspondencia en el texto hebreo: primero el cántico de Azarías (3,25-45), luego el de los otros tres (3,51-99). El rey, después de haber comprobado el milagro, los manda sacar, bendice a su Dios y aumenta su prestigio en la corte. Estos dos himnos, que no tienen ninguna inspiración especial, sino que son una repetición monótona de motivos idénticos, demuestran la fe inquebrantable de estos jóvenes (que es lo que le interesaba al autor). El añadido deuterocanónico aporta muy poco o casi nada a la sustancia del texto hebreo, a pesar de la longitud de los dos cánticos.

4. EL GRAN ÁRBOL CORTADO. En Dan 4,1-34 (correspondiente en el texto hebreo a 3,31-4,34) encontramos una de las narraciones más singulares. El rey Nabucodonosor sueña con un árbol de tamaño extraordinario y sumamente hermoso en el centro de la tierra; pero mientras está contemplando el árbol, un ángel ordena cortarlo, dejar el tronco con las raíces, atarlo con cadenas y transformarlo en animal. Los demás sabios intentaron inútilmente descifrar el sentido del sueño. Finalmente, Daniel dio la interpretación: el árbol grande y poderoso es el mismo rey Nabucodonosor; el corte significa que se verá echado de en medio de los hombres; el tronco, las raíces y el animal significan que él tendrá que vivir con los animales, comerá hierba y habitará con las bestias del campo hasta que reconozca que el Altísimo es el soberano de todos los reinos: "A ti te hablo, Nabucodonosor..." (4,28). Así sucedió, y duró hasta que el rey alabó y glorificó al "rey del cielo, que vive eternamente".

Este capítulo tiene un paralelo singular independiente en un manuscrito de Qumrán, llamado Oración de Nabónides (o Nabunai): 4Q Pr Nab. Este texto de Qumrán ofrece noticias más concretas sobre la enfermedad y la curación; es probable que el escritor de Qumrán haya bebido en la misma fuente, oral o escrita, que el autor de nuestro libro. Atacado por una enfermedad, el rey tuvo que alejarse durante siete años de sus súbditos, hasta que, curado milagrosamente, proclamó por escrito la gloria del Dios altísimo y los prodigios que se habían realizado en él; así el texto sagrado. Y el texto de Qumrán: el rey, atacado por "una inflamación maligna, se vio relegado lejos, en Teima (oasis de la Arabia, en la ruta de las caravanas), en donde rezó insistentemente a los dioses; pero luego fue curado por el Dios altísimo por intercesión de un exorcista hebreo", uno de los desterrados de Babilonia. Este hecho de la vida de Nabónides es narrado también sustancialmente por una inscripción y una estela. El cambio, por parte de Daniel, de Nabunai en Nabucodonosor es intencional y corresponde al género literario del libro. Es históricamente cierto que Nabunai vivió varios años en el oasis de Teima, lejos de la capital; que fue considerado como loco —quizá lo era de verdad—, y fue sustituido por el príncipe heredero Baltasar (555-539).

5. "MENÉ, TEQEL, PARSÍN". El capítulo 5 narra otra visión extraordinaria, esta vez no ya de Nabucodonosor, sino del lugarteniente de Nabunai, es decir, su hijo Baltasar (o Belsahzar, según las tradiciones). Este organizó un banquete, al que hizo llevar los vasos sagrados traídos por Nabucodonosor del templo de Jerusalén. Durante el banquete apareció una mano, que trazó sobre la pared un escrito misterioso: "Mené, Teqel, Parsín", que nadie logró interpretar. Se acordaron entonces de Daniel, que lo leyó y dio su significado. El rey ordenó que le dieran la tercera parte del reino, pero aquella misma noche el rey fue depuesto y ocupó su trono Darío de Media. Las tres palabras misteriosas no son más que los nombres de tres medidas o monedas comunes en el antiguo medio Oriente: la mina, el siclo, la media mina. Pero este significado obvio escondía el significado misterioso que había captado el profeta y que el lector moderno sólo puede comprender mirando el original arameo; así mené esconde la expresión aramea meneh elaha: "Dios ha medido"; teqel esconde tekilta, "has sido pesado"; parsín esconde perísat, "ha sido dividido". El significado profundo lo da, naturalmente, el profeta y el contexto.

6. DANIEL EN EL FOSO DE LOS LEONES. El último capítulo de la primera parte del libro (6,1-29) nos presenta a Daniel en el foso de los leones. Darío dividió el reino en 120 satrapías, confiándole una a Daniel, que se destacaba sobre todos "por estar dotado de un espíritu superior"(6,4). Los demás sátrapas conspiraron contra él, y no hallaron mejor medio que convencer al rey para que ordenase que durante treinta días ningún súbdito dirigiese plegarias y adorase a otros dioses más que a él, el soberano, y que cualquiera que desobedeciese dicha orden fuera arrojado al foso de los leones. Daniel, que tenía las ventanas de su cuarto superior en dirección a Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día y desde allí rezaba "a su Dios". Así pues, lo acusaron ante el rey (debidamente advertido de que las costumbres de la corte no le permitían cambiar un decreto ya firmado). Daniel fue encerrado en un foso de leones, con gran pena del rey. Pero después de comprobar que las fieras no atacaban al profeta, ordenó que fueran encerrados en el foso sus detractores con sus familias, decretando finalmente que por todo el reino se temiese al "Dios de Daniel". De este modo, la absoluta fidelidad religiosa de Daniel indujo al propio soberano a una gran profesión de fe.

III. SEGUNDA PARTE: LAS VISIONES DE DANIEL (cc. 7-12). Esta parte consta de cuatro visiones; exceptuando la primera y la cuarta (introducidas en tercera persona), las otras dos se narran en primera persona.

1. LAS CUATRO BESTIAS QUE SUBEN DEL MAR. La primera visión se narra en 7,1-38. Daniel ve subir desde el mar cuatro bestias: la primera es semejante a un león con alas de águila; la segunda es como un oso; la tercera tiene cuatro alas y cuatro cabezas; la cuarta es un ser espantoso, distinto de las anteriores y dotado de diez cuernos. Pero he aquí que se reúne la asamblea celestial, presidida por el "anciano" (lit., "antiguo de días"), o sea, Dios. Es matada la cuarta bestia, y el reino se le da a "uno como un hijo de hombre", que ha venido de las nubes del cielo. Daniel pregunta el significado de la visión al ángel Gabriel: las cuatro bestias representan cuatro reinos; los diez cuernos representan diez reyes; el cuerno más pequeño surgirá y oprimirá a los "santos del Altísimo"; finalmente llegará el juicio y los "santos del Altísimo" recibirán el reino.

2. EL CARNERO Y EL MACHO CABRÍO. En la segunda visión (8,1-27) el profeta es trasladado en visión cerca de la ciudad de Susa, a orillas del río Ulay, y ve un carnero con dos cuernos, que se pone a luchar contra un macho cabrío, que tiene un solo cuerno, que ha llegado corriendo de Occidente; la victoria sonríe al macho cabrío. Pero pronto su cuerno se rompe y en su lugar surgen otros cuatro. De uno de ellos surge otro "cuerno pequeño", que se subleva contra Dios y contra sus fieles, aboliendo el culto; Daniel oye a un "santo" hablando con otro "santo", asegurándole que la acción del cuerno pequeño no durará más de dos mil trescientas tardes-mañanas (mil ciento cincuenta días: Dan 8,14). El ángel Gabriel explica la visión: el carnero con dos cuernos es el imperio de los medos y los persas; el macho cabrío es el imperio macedónico; el cuerno único es Alejandro Magno; los cuatro cuernos que brotaron luego son sus sucesores (los diadocos); el "cuerno pequeño", descendiente de uno de ellos, representa a los seléucidas (que prosperan durante cierto tiempo, pero que luego son exterminados).

3. LAS SETENTA SEMANAS Y LA NUEVA ERA. La tercera visión es escasa en elementos visuales, pero muy rica en contenido profético (9,1-27). Daniel estaba reflexionando sobre la duración de las ruinas de Jerusalén y se preguntaba cuándo habría de cumplirse el tiempo anunciado por el profeta Jeremías con las palabras: "Al cabo de estos setenta años yo castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación... Cuando terminen los setenta años concedidos a Babilonia, yo me ocuparé de vosotros y cumpliré en vosotros mi promesa" (Jer 25,12; 29,10), desahogando sus penas con una fervorosa oración. Entonces un ángel le reveló que se trataba de setenta semanas de años (cuatrocientos noventa años); luego despuntará la nueva era para Israel. El ángel le da a conocer además otros acontecimientos: después de las setenta semanas "matarán a un ungido inocente. La ciudad y el santuario serán destruidos por un príncipe que ha de venir... Hará un pacto firme con mucha gente... Pondrá fin a los sacrificios y a las ofrendas..." (9,26-27).

4. LA RESURRECCIÓN. En la cuarta y última visión (cc. 10-11), por medio de un ángel que vence la oposición de otro ángel, el profeta recibe la revelación de los acontecimientos más importantes sucedidos entre el reinado de Ciro y la llegada de la nueva era: después de Ciro de Persia habrá todavía tres reyes; el último de ellos será vencido por un poderoso rey griego (Alejandro Magno), cuyo reino será dividido a continuación en cuatro partes; seguirán los problemas entre los Tolomeos y los seléucidas, con la maldad y la impiedad de Antíoco IV y su fin. Esta parte extraordinaria termina con expectativas nuevas en relación con el estilo de los profetas, y nuevas además en sus contenidos: por primera vez en el AT se anuncia claramente la resurrección para algunos ("Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán... Los sabios brillarán entonces.., como las estrellas por toda la eternidad": 12,2-3). De esta manera el autor de tantas visiones abre una puerta a la última esperanza de los buenos que perseveren hasta el fin: "Muchos serán acrisolados, purificados y blanqueados; los criminales continuarán cometiendo crímenes; ninguno de ellos comprenderá nada; los sabios, en cambio, comprenderán... Y tú, vete a descansar; te levantarás para recibir tu suerte al final de los días" (21,10-13).

IV. EL APÉNDICE. El libro termina con un célebre apéndice en lengua griega, que es por tanto deuterocanónico (es decir, no se lee en la Biblia hebrea), como los himnos con los que ya nos encontramos en el capítulo 3. Se trata de dos narraciones, en las que el profeta Daniel figura como protagonista.

La primera narración (13,1-64) es la historia de Susana. Mujer agraciada y rica, esposa de un tal Joaquín, estaba un día bañándose en la piscina de su jardín. La espiaban dos ancianos enamorados de ella. Entretanto, ella envió a casa a las criadas que la acompañaban para que le trajeran perfumes, y se quedó sola; se aprovecharon entonces los dos mirones diciéndole: "Consiente y acuéstate con nosotros; si no lo haces..." La denunciaron diciendo que era una mujer infiel y la acusaron de haberse entregado a un jovenzuelo en ausencia de las criadas. Se celebró entonces el proceso: por una parte la acusada, Susana, que se proclamaba inocente; por otra, los dos ancianos que atestiguaban contra ella... Pero en medio se puso Daniel. Interrogados por separado, los dos ancianos cayeron en contradicciones. De este modo la asamblea del pueblo hizo con ellos lo que intentaban hacer con la mujer, esto es, los apedrearon.

La segunda narración es la historia del dios Bel, adorado por los babilonios (14,1-22). Durante el reinado de "Ciro el Persa", Daniel quiso probar al rey y al pueblo que aquella estatua tan venerada y que se decía que devoraba las ofrendas que le presentaban era en realidad un engaño. Una tarde hizo sellar las puertas, y por la mañana fue con el rey a ver lo que había sucedido. Descubrieron que los sellos estaban intactos; las ofrendas habían desaparecido, pero siguiendo las huellas que habían quedado sobre la ceniza que Daniel había hecho esparcir por el suelo, se dieron cuenta de que habían pasado los sacerdotes y otras personas. El rey los hizo matar y, por orden suya, Daniel destruyó la estatua del dios Bel y su templo. En este mismo contexto leemos también otra narración. Los babilonios adoraban a un gran dragón vivo, y el rey invitó a Daniel a adorarlo igualmente; pero el profeta preparó unas bolas cocidas de pez, grasa y pelos, sedas arrojó a las fauces hambrientas del dragón y éste reventó. El rey tuvo que ceder a las quejas indignadas del pueblo: Daniel fue arrojado a un foso de leones voraces. El Señor le envió al profeta /Habacuc con la comida que había preparado para los segadores, mientras que los leones se acostaban a su alrededor sin tocarlo. Al día siguiente el rey liberó a Daniel e hizo una solemne profesión de fe en su Dios.

V. EL AUTOR. La obra se presenta como escrita por un tal Daniel deportado a Babilonia, pero ya en la antigüedad se le asignaba una fecha de composición en torno al siglo ii a.C. La crítica moderna y contemporánea no está de acuerdo sobre la fecha de composición y sobre la unidad o pluralidad de autores. Cada vez encuentra más seguidores la opinión según la cual, aunque haya que poner la fecha de composición a comienzos del período de los Macabeos, es muy probable que el material sea bastante más antiguo. La génesis del libro se puede hoy configurar con mucha probabilidad de este modo. Un hebreo, que es para nosotros totalmente anónimo, tenía dos grupos principales de material, con los que formó nuestro libro poco después del año 167. Una parte de este material hablaba de las peripecias de Daniel y de sus tres compañeros en las cortes de Babilonia, de Media y de Persia, así como del don de interpretación de sueños que tenía Daniel, en relación todos ellos con el fin de la cautividad y del mundo pagano. Una parte de este material contenía informes que tenían el aspecto de anticipación de acontecimientos futuros, que luego resultaron ser verdaderas profecías, para las que el autor se sirvió de elementos mitológicos, así como de expresiones y reformulaciones históricas veterotestamentarias. De allí se derivaron dos series paralelas: en la primera el autor-recopilador narra las aventuras de Daniel y de sus compañeros en tiempos de Nabucodonosor, Baltasar, Darío y Ciro; en la segunda (con la cual se une el sueño de Nabucodonosor, c. 2) narra las visiones que tuvo Daniel bajo Baltasar, Darío y Ciro. En estas dos partes el objetivo principal del autor es consolarse y confortarse a sí mismo y a sus contemporáneos en medio del peligro tan grave que corrían su fe y todo el judaísmo bajo la persecución de Antíoco IV Epífanes (175-163). En los capítulos 1-6 se subraya cómo la adhesión a la fe de los padres es recompensada por Dios con la salvación; en estos primeros capítulos no se percibe ninguna alusión directa al peligro concreto de la época, mientras que en los capítulos 7-12 son explícitas las referencias y se indica con claridad el fin inminente.

Si son justas las líneas fundamentales de esta reconstrucción, los capítulos 1-12 constituirían una obra unitaria, recopilada según un plan establecido de antemano por un solo autor a partir de un material muy antiguo. Los procedimientos literarios y el pensamiento son iguales en ambas partes y no hay ningún argumento válido que vaya en contra de la composición del libro en la época de Antíoco IV Epífanes.

VI. EL MENSAJE DEL LIBRO. El autor no fue promotor de la sublevación de los Macabeos, y si le aportó algo, fue en contra de su voluntad. La actitud que mantuvo Daniel no fue la lucha armada, sino la esperanza llena de confianza, la paciencia llevada hasta el martirio. Es a los mártires, "testigos" de su dominio soberano sobre la historia, a quienes Dios reserva la resurrección. La sublevación de los Macabeos fue solamente un momento transitorio (11,33-34). La eliminación del opresor y del mal sólo ha de esperarse para el autor de un milagro de Dios, sin ninguna intervención humana (2,44-45; 8,25). Por eso no hay que buscar a su autor entre los héroes de la independencia, sino entre los piadosos (hasídim) que sostuvieron el movimiento macabeo hasta la paz de Lisias (en el año 153) y dejaron luego que los asmoneos conquistasen, sin su participación, la independencia de la nación.

El libro de Daniel, tal como nos ha llegado, tiene detalles muy singulares que lo diferencian de todos los demás libros proféticos. La exposición literaria tiene el mérito de la claridad y de la sencillez que encontramos en las mejores páginas narrativas de la Biblia. Pero hay algo mucho más importante: Daniel marca el final del profetismo y el acta de nacimiento de la apocalíptica. En efecto, su libro expresa el cambio realizado en el pensamiento israelita como consecuencia del cambio de los tiempos: la /apocalíptica es un género al que pertenecen numerosas obras judías no inspiradas, compuestas entre el siglo III a.C. y el siglo II d.C., con la finalidad de preparar desde cerca la renovación del mundo cuya espera habían difundido las antiguas profecías y las tradiciones populares. Por consiguiente, presentan un cuadro del pasado en donde la historia se muestra como el desarrollo de un designio divino, y un cuadro del futuro en donde se afirma sobre todo la intervención de Dios para establecer la justicia. Estos libros debieron estar reservados a círculos de iniciados: también Daniel, como por otra parte Ez, pertenecen en cierta medida a este género de libros. Daniel ve desarrollarse todas las cosas de la tierra dirigidas por hilos que bajan de arriba: la salvación que anuncia tiene que realizarse en la tierra entre los hombres renovados en la fe.

En este anuncio de renovación de la humanidad se sitúa el centro del pensamiento y del significado religioso de Daniel. En Daniel se convierten en medio ordinario de revelación las actitudes escatológicas que se perciben ya en Is (7,16; cc. 24-27), en Jer (28,16s) y especialmente en Ez, y también de vez en cuando en Jl y Zac. Por eso en él se alimentan la escatología judía posterior, las cartas de san Pablo a los /Tesalonicenses, el /Apocalipsis de san Juan y a continuación toda la escatología cristiana.

Las preocupaciones ideológicas y culturales que determinaron semejante interés aparecen en Oriente en los últimos siglos precristianos desde Persia hasta Egipto; pero realmente en el libro de Daniel estas preocupaciones pueden explicarse como un desarrollo interno de la anterior cultura judeo-bíblica, estimulada por la evolución de la historia; en Dan todo sigue siendo judío. He aquí algunos ejemplos que representan la docu mentación más antigua (o una de las más antiguas) de prácticas judías; la escrupulosa observancia de las leyes alimenticias (1,8ss), el valor de la / oración (en contraste con las artes mágicas: 2,17ss), las limosnas y las buenas obras (4,24), los tres tiempos de la oración diaria en dirección a Jerusalén (6,11), la oración junto a una corriente de agua (8,2), la preparación para una revelación divina por medio de la mortificación (10,3), los tipos de "bendiciones" que fueron luego tan comunes en la piedad judía (2,20ss; 3,33ss; 4,31ss; 6,27s), la oración larga por el estilo de la que caracterizará luego a las oraciones sinagogales (c. 9), la sucesión continua —en la segunda parte— entre la oración y la revelación, y, finalmente, la intervención continuada de un ángel "intérprete", que pasó a ser luego un personaje ordinario en la apocalíptica.

Dan es además el resultado de las especulaciones y de la pasión religiosa en busca de una explicación de la vida, que parte de los presupuestos de la revelación anterior. En esta línea es precioso el texto que revela el esfuerzo en este sentido: "Yo, Daniel, me puse a estudiar en los libros..." (9,2); de aquí el rasgo característico de la apocalíptica, que centra su atención en el empeño por comprender el mundo escondido del más allá y del futuro, y la distinción entre este mundo y el otro, dos nociones que establecen los conceptos de "reino del mundo" y de "reino de Dios" en mutua oposición. De estas reflexiones, Daniel saca la convicción de que la salvación es imposible de alcanzar; ni siquiera el "pueblo de Dios" puede alcanzarla con la fe ni aun con el martirio; solamente Dios puede darla. He aquí entonces el contexto de su pensamiento profundo: el campo de acción de Dios está más allá de los confines de este mundo, más allá de los confines de la vida del individuo, en las generaciones y en los siglos futuros.

La espera del fin está presente en todo el libro; pero el cumplimiento se realizará en un lapso de tiempo que abarca toda la duración de la humanidad, de forma que los momentos de la historia humana se convierten en momentos de un proyecto divino en el plano de la eternidad; pasado, presente y futuro se convierten en una profecía, ya que Dan lo ve todo a la luz de Dios. En esta visión temporal y extratemporal el autor manifiesta el sentido profundo que tiene de la historia, y de este contexto concreto se derivan los dos versículos sobre la resurrección de los muertos (12,2-3).

VII. EL "HIJO DE HOMBRE". Hay una expresión de Daniel especialmente vinculada al NT: "hijo de hombre" [/Apocalíptica IV, 4]. Se lee también en otro lugar del AT (cf Sal 8,5), y muy frecuentemente en Ez, endonde equivale simplemente a "hombre". En Dan el sentido es distinto. Para presentar en concreto la sucesión de los reinos terrenos que habrán de derrumbarse cediendo su sitio al reino de Dios, el profeta describe las cuatro bestias que surgen del mar y que se ven privadas de su poder apenas comparecen ante el tribunal de Dios (representado como un anciano, "un antiguo de días"); llega entonces, sobre las nubes del cielo, como un "hijo de hombre" (7,13), que avanza hasta el tribunal de Dios, del que recibe la realeza universal. Puesto que son "los santos del Altísimo" los que reciben el reino (7,18. 22.27), es probable que el "hijo de hombre" represente precisamente a este pueblo de los santos. Como ocurre con los jefes de los demás pueblos, así también este "hijo de hombre" puede ser que represente, como cabeza, al pueblo santo, al que se dará el reino eterno, participación del reino de Dios. Las cualidades que se le atribuyen al "hijo de hombre" superan a las del mesías, hijo de David, ya que todo el contexto lo sitúa en relación con lo divino y acentúa su trascendencia. La tradición apocalíptica judía y cristiana tomó esta figura (no la de Ez) del hijo de hombre y la interpretó de forma estrictamente individual. Así, por ejemplo, en el Libro de Henoc (en las llamadas "Parábolas") y en el IV Libro de Esdras (y aquí los textos revelan sin duda una mano judeo-cristiana); también en la literatura rabínica se observan huellas de esta tradición. Con esta figura se relaciona igualmente la expresión, aparentemente singular, con que Jesús solía designarse a sí mismo, sobre todo en contextos de la pasión y con ella se identificó en el momento solemne en que respondió al sumo sacerdote que, apelando a Dios, lo conjuró a responder si era el Mesías: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre..." (Mt 26,64).

BIBL.: ALONSO SCHÓKEL L., SICRE DIAZ J.L., Profetas II, Madrid 1980, 1223-1308; BERNINI G., Daniele, Ed. Paoline, Roma 19843; COPPENS J., Le livre de Daniel et ses problémes, en "ETL" 56 (1980) 1-9; DELCOR, Le livre de Daniel, París 1971; GINSBERG H.L., Studies in the book of Daniel, Nueva York 1984; HARTMAN L.F., DI LELLA A.A., The Book of Daniel, Nueva York 1978; KocH K., Das Buch Daniel (Ertrdge der Forschung), Darmstadt 1980; MORALDI L., Imanoscritti di Qumrán, Turín 19862, 671-676 (sobre la "Oración de Nabunai"); RINALDI G., Daniele, Marietti, Turín 19523.

L. Moraldi