BIENAVENTURANZA
BIENAVENTURANZAS
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SUMARIO: I. Las bienaventuranzas en general: 1. La Biblia hebrea; 2. La Biblia griega (los LXX); 3. El judaísmo posbíblico; 4. El NT. II. Las bienaventuranzas del sermón de la montaña: 1. La versión de Mateo: a) Visión de conjunto b) Los destinatarios, c) La promesa; 2. La versión de Lucas; 3. Las bienaventuranzas en la predicación de Jesús: a) Sentido cristológico, b) Sentido teológico.


Se da el nombre de "bienaventu
ranza" ante todo, en general (I), a ciertas "sentencias exclamativas, construidas en proposiciones nominales y que comienzan con la palabra bienaventurado" (George); en el lenguaje cristiano, este término se aplica más concretamente (II) a la serie de nueve sentencias de este tipo que forman el exordio solemne del sermón de la montaña (Mt 5,3-12) y constituyen una especie de síntesis del mensaje evangélico como programa de vida cristiana. Caracterizadas por su forma literaria, estas sentencias se presentan al mismo tiempo como formas concretas de una manera especial de concebir la felicidad del hombre.

I. LAS BIENAVENTURANZAS EN GENERAL.

1. LA BIBLIA HEBREA. La Biblia hebrea contiene 42 bienaventuranzas, 45 si se cuentan por dos las bienaventuranzas dobles (1 Re 10,8; 2Crón 9,7;Sal 144,15), 48 si se incluyen las formas inversas de Prov 14,21; 16,20; 29,18. Las partes de Sirácida que se conservan en hebreo permiten añadir otras ocho. Podrían contarse, además, algunas formulaciones diferentes, pero emparentadas con las otras: Gén 30,13; Prov 3,18; 31,28; Job 29,11; Cant 6,9; Sal 41,3; 72,17; Mal 3,12.

Se advierte enseguida la distribución tan desigual de estos textos. La bienaventuranza no ocupa ningún lugar en los textos legislativos y es rara en los libros narrativos (Gén 30,13; 1 Re 10,8 = 2Crón 9,7; la de Dt 33,29 se encuentra en un poema) y en los proféticos (Is 30,18; 32,20; 56,2; Dan 12,12; Mal 3,12). En compensación, está abundantemente presente en el Salterio (28 veces), en los Proverbios (13 , veces) y en los demás escritos sapienciales.

El origen de la palabra hebrea `asrey, traducida por "bienaventurado", crea algunas dificultades. Se trata aparentemente de un sustantivo masculino plural en estado constructo (seguido por un complemento determinativo). Esta dificultad es aún mayor si se tiene en cuenta que las lenguas semíticas antiguas no conocen esta forma de expresión, y su traducción aramea, túbey (túbay en siríaco), suscita problemas análogos. Se tiene más bien la impresión de encontrarse ante una especie de interjección que tendría equivalentes en egipcio: un sufijo wy le da valor exclamativo con diversos adjetivos. Se plantea entonces la cuestión de saber si la formulación de las bienaventuranzas bíblicas no indicará una influencia de Egipto.

Ha sido objeto de discurso la relación que hay que establecer entre bienaventuranza y bendición. Más concretamente, se trata de saber si la bienaventuranza no será una especie de derivado de la fórmula que declara que alguien es, o se desea que sea, "bendecido" (barúk). Se trata en realidad de dos fórmulas que no es posible confundir: "La bendición es una palabra creadora, que obra lo mismo que denota o significa. La bienaventuranza, por su parte, es una fórmula de felicitación, y supone por tanto la constatación de una felicidad ya realizada o, al menos, en vías de realización" (Lipinski). Está claro que las fórmulas de bendición ocupan en la Biblia un lugar mucho más amplio que las bienaventuranzas; pertenecen a otro registro.

Otra cuestión discutida es la de saber si, dentro del grupo de las bienaventuranzas bíblicas, hay que conceder cierta prioridad o anterioridad a la categoría de las bienaventuranzas sapienciales, que traducen las experiencias de la vida corriente sin una dimensión propiamente espiritual, o a la categoría de bienaventuranzas `piadosas'; que proclaman la felicidad del hombre que pone su confianza en Dios, que se preocupa de agradarle, que goza de su benevolencia y de su protección. De todas formas hay que reconocer que la nota religiosa va unida a las bienaventuranzas desde el momento en que aparecen en la Biblia y que esta nota es allí ampliamente dominante. Desde este punto de vista, una vez más, la bienaventuranza bíblica parece situarse en la prolongación de una antigua tradición egipcia.

Comienza a abrirse una nueva perspectiva, ligada a uno de los rasgos más característicos de la religión yahvista. Esta religión es la de un Dios que hace una promesa que va más allá de la vida terrena de los individuos y que garantiza la intervención con que en el futuro llegará a cambiar el curso de la historia. El suscita además en el corazón de sus fieles una esperanza que encontrará naturalmente su expresión en las bienaventuranzas "escatológicas" : Tal es el caso del oráculo relativamente reciente de Is 30,18: "El Señor espera la hora de otorgaros su gracia: por eso se levanta para apiadarse de vosotros, porque el Señor es un Dios de justicia; bienaventurados los que en él esperan". O también en Dan 12,12: "Bienaventurado el que sepa esperar y llegue a mil trescientos treinta y cinco días". Este tipo de bienaventuranzas tendrá una especial importancia en el judaísmo posbíblico y en el NT.

2. LA BIBLIA GRIEGA (LOS LXX). Los LXX traducen normalmente `asrey por makários: 42 veces, más las ocho veces de las partes de Sirácida que se conservan en hebreo; con los libros propios de esta Biblia (sin contar 4Mac) se llega a un total de 60 bienaventuranzas o "macarismos". Hay que añadir a ellas las tres construcciones invertidas de Prov 14,21; 16,20 y 29,18, en donde el traductor utiliza makáristos; hay que tener en cuenta además las 17 veces en que se usa el verbo makarizó en el sentido de "proclamar dichoso".

Si la forma literaria de las bienaventuranzas no aparece sino muy tardíamente en la Biblia, es, por el contrario, muy antigua y frecuente en la literatura griega, en donde se encuentra corrientemente ya en Homero. Para proclamar la felicidad de los que llamaban ellos "bienaventurados", los griegos poseían varios adjetivos, cada uno de ellos con su propio matiz. En la época helenista, makários es prácticamente el único usado, no sin cierta ampliación de su campo semántico: puede entonces designar la felicidad desde muy distintos puntos de vista. Todo lo más lo sustituye a veces el adjetivo verbal makáristos, cuando se busca un término más noble. Los LXX se acomodaron al uso de la época. Se puede subrayar que los latinos, que disponen de un vocabulario más diferenciado, usan de forma prácticamente equivalente los términos beatus, felix, fortunatus.

En conjunto, el panorama general de los macarismos de la Biblia griega sigue siendo, naturalmente, el de la Biblia hebrea: claro predominio de las sentencias propiamente religiosas, sin excluir la presencia de sentencias derivadas de una sabiduría totalmente profana. El cambio más significativo se observa en el aumento del número de bienaventuranzas escatológicas que traducen la esperanza judía. Por eso Is 31,9b adquiere un significado totalmente nuevo: "Esto me ha dicho el Señor: `¡Dichoso el que tiene una descendencia en Sión y gente de su casa en Jerusalén!"' (32,1); esta bienaventuranza sirve de introducción al oráculo siguiente: "He aquí que un rey reinará con justicia... "(32,1). Recordemos también a Job 13,15-16: "Bienaventurados los que te aman (Jerusalén) y los que se alegran de tu paz. Bienaventurados también todos los hombres qué lloren tus calamidades, porque se alegrarán en ti, contemplando tu gloria para siempre" (recensión S). Ésta parece ser igualmente la perspectiva de Sab 2,16; 3,13-14.

3. EL JUDAÍSMO POSBÍBLICO. En él se nos ofrece una gran cantidad de bienaventuranzas. Bastarán unos pocos ejemplos. La línea de las bienaventuranzas piadosas de la Biblia tiene su prolongación inmediata en un texto de la cueva 4 de Qumrán que, como el evangelio, enumera una serie de bienaventuranzas. El comienzo del texto se ha perdido desgraciadamente: "... de un corazón puro, y no hay calumnia en su lengua. Bienaventurados los que escogen sus mandamientos y no escogen los senderos de iniquidad. Bienaventurados los que encuentran su gozo en él y no sienten placer en los caminos de iniquidad. Bienaventurados los que lo buscan con manos puras y no lo buscan con corazón mentiroso. Bienaventurado el hombre que ha adquirido la sabiduría y camina en la ley del Altísimo, establece su corazón en sus caminos, no se desanima por sus castigos y acepta sus golpes con buen corazón".

Se asiste sobre todo a un gran florecimiento de macarismos escatológicos. Por ejemplo, éste que data de hacia el 140 a.C.: "¡Dichoso el que, hombre o mujer, viva en aquel tiempo!" (Oráculos sibilinos III 371). O bien éstos, en los Salmos de Salomón (por el 60 a.C.): "¡Dichosos los que vivan aquellos días, para contemplar la felicidad que concederá Diosa Israel reuniendo a las tribus!" (17,44), "Dichosos los que vivan aquellos días, para contemplar los beneficios que el Señor concederá a la generación futura, bajo el cetro corrector del Cristo Señor, en el temor de su Dios"(18,6). A comienzos de nuestra era, la Asunción de Moisés recuerda la intervención de Dios que toma la defensa de su pueblo, y exclama: "¡Entonces serás dichoso, Israel! Montarás sobre la espalda y las alas del águila" (10,8). Y en la sección de las "parábolas" del Libro de Henoc etiópico: "Dichosos vosotros, justos y elegidos, porque vuestra herencia es gloriosa" (58,2).

4. EL NT. En el NT se utiliza 50 veces el adjetivo makários. En seis casos no se trata de bienaventuranzas (He 20,35; 26,2; 1Cor 7,40; 1Tim 1,11; 6,15; Tit 2,13). Los otros 44 casos pertenecen al género "bienaventuranzas" de una forma más o menos pura. Se subdividen de la manera siguiente: Mt 13; Lc 15; Jn 2; Rom 3; Sant 2; I Pe 2; Ap 7. Con ellos hay que relacionar dos usos de makarízó, "proclamar dichoso" (Lc 1,48; Sant 5,11) y tres de makárismos, "macarismo" o "bienaventuranza" (Rom 4,6.9; Jds 4,15).

Pablo, que toma prestadas de los Salmos dos de sus macarismos, permanece en la lista de las bienaventuranzas piadosas (Rom 4,6.7.8.9; 14,22). Puede reconocerse el eco de la tradición sapiencial en Jn 13,17 y en Sant 1,25; 5,11. Predomina allí evidentemente la perspectiva escatológica, Ésta sigue siendo de ordinario una escatología futura: Mt 5,3-12; 24,46; Lc6,20-22;12,37-43;14,14-15; 23 29; Sant 1,12; 1 Pe 3,14; 4,14; Ap 1,3; 14,13; 16,15; 19,9; 20,6; 22,7-14. Pero con la persona y la misión de Jesús la escatología ha entrado en la historia, de forma que la felicidad del mundo futuro se hace ya realidad presente para los creyentes. Así pues, son bienaventurados los ojos de los discípulos, que tienen el privilegio de ver lo que están viendo (Lc 10,23; Mt 13,16); es bienaventurado Pedro, que ha recibido del Padre la revelación del Hijo (Mt 16,17); son bienaventurados aquellos para los que Jesús no es ocasión de escándalo (Mt 11,6; Lc 7,23); son bienaventurados los que creen sin haber visto (Jn 20,29). Pero sobre todo es bienaventurada la madre del Salvador, porque ha creído (Lc 1,45.48); éste es también el presupuesto que da todo su significado a la doble bienaventuranza de Lc 11, 27-28.

Vemos entonces cómo las bienaventuranzas se convierten en el vehículo del mensaje cristológico. Lo que está expresamente dicho en un pequeño número de las mismas podría encontrarse también, de modo implícito, en otras bienaventuranzas escatológicas. Tal es el caso, a nuestro juicio, de las bienaventuranzas del sermón de la montaña.

II. LAS BIENAVENTURANZAS DEL SERMÓN DE LA MONTAÑA.

1. LA VERSIÓN DE MATEO. Mt 5,3-20 enumera una serie de nueve _bienaventuranzas, "las bienaventuranzas" por excelencia, el programa del buen cristiano.

a) Visión de conjunto. La serie se compone ante todo de ocho sentencias cortas, construidas todas ellas según el mismo modelo: la proclamación de "¡bienaventurado!", la categoría de personas a las que se aplica, el motivo de su felicidad. Como conclusión, una última bienaventuranza completa las anteriores con el desarrollo que se le da; y también por el hecho de que no habla ya en general, sino que interpela directamente a los discípulos de Jesús, dirigiéndose a ellos en segunda persona. Hay que notar además que, como la octava bienaventuranza, esta última concierne a unas personas que han de sufrir persecuciones. Así pues, no se trata de una categoría de "bienaventurados" totalmente nueva, sino más bien de una indicación complementaria sobre los destinatarios de la octava bienaventuranza.

La unidad literaria de las ocho bienaventuranzas breves la da la presencia de una inclusión, ya que la octava bienaventuranza repite la promesa de la primera: "porque de ellos es el reino de Dios". Otro detalle estilístico demuestra que estas bienaventuranzas se subdividen en dos grupos de cuatro: en efecto, la cuarta y la octava evidencian el mismo término característico, designando a "los que tienen hambre y sed de justicia" y a los que "son perseguidos por su justicia":

El doble uso de la palabra "justicia" es significativo porque caracteriza al mismo tiempo la función de la serie de las bienaventuranzas en relación con el gran discurso al que introducen y la orientación general del pensamiento que las inspira. Tomado en conjunto, el sermón de la montaña, primero de los cinco discursos de Jesús intercalados en el evangelio de Mateo, se presenta como una enseñanza sobre la "justicia" que Jesús exige de sus discípulos y que es la condición para entrar en el reino de los cielos; recordada en 5,6 y 10, la palabra "justicia" se repetirá en 5,20 y 6,1.33. Encontramos un equivalente suyo en la declaración de 7,21; "Entrará en el reino de Dios el que hace la voluntad de mi Padre celestial". Se define la justicia precisamente como cumplimiento de la voluntad divina. Las bienaventuranzas constituyen una primera descripción concreta de las exigencias de Dios respecto al hombre.

b) Los destinatarios. El acento se pone en las disposiciones interiores que conforman al hombre con la voluntad de Dios: de las ocho bienaventuranzas, hay seis que conciernen directamente a estas disposiciones. Las dos bienaventuranzas activas, la de los misericordiosos y la de los que trabajan por la paz, designan prácticas que manifiestan igualmente las disposiciones del corazón: las que deben inspirar al cristiano en sus relaciones con el prójimo. Las otras seis bienaventuranzas cualifican más bien la actitud del creyente ante Dios.

- Tal es el caso, evidentemente, de las dos bienaventuranzas que hablan de la /justicia, entendiendo por ella la conformidad con la voluntad divina; una conformidad a la que aspira el creyente con toda su alma, una aspiración ardiente bien expresada por la imagen del hambre y de la sed corporales (v. 6) y una conformidad de la que no puede apartarlo ninguna persecución por parte de los hombres (v. 10).

- Y es también el caso de las dos bienaventuranzas de los "pobres de espíritu" y de los afables o mansos, que traducen la misma palabra hebrea ánawim, poniendo de relieve de dos maneras distintas sus resonancias religiosas. Se trata de esa "pobreza" espiritual, que se tenía igualmente en alta consideración entre los monjes judíos de Qumrán, integrada por humildad y serena paciencia, sumisión total y confiada, y que sólo es posible a través de un perfecto desprendimiento de sí.

- Es también el caso de los "limpios de corazón": los que no se contentan con la pureza ritual y exterior que requería el judaísmo para poder participar en las ceremonias del culto, sino que se entregan a una rectitud interior total, a una rectitud absoluta que excluye toda doblez y todo repliegue sobre sí mismo.

- La interpretación de la bienaventuranza de los afligidos tiene que tener en cuenta, evidentemente, este contexto. Por tanto, no se trata aquí (como en Lucas) de personas que lloran por causa de motivos exteriores, independientes de su voluntad, sino de personas que se afligen delante de Dios, negándose a entrar en componendas con los goces falsos de un mundo pecador y que ponen toda su esperanza en el mundo futuro.

c) La promesa. Precisamente en relación con este mundo futuro es como la segunda parte de todas las bienaventuranzas señala el motivo por el que se califica de dichosos ya desde ahora a los hombres que pertenecen a la categoría de los enunciados. Ésta es claramente la perspectiva de las siete bienaventuranzas que se expresan en futuro; las actitudes y el comportamiento de los justos serán el criterio según el cual Dios los juzgará y los recompensará en el último día. No es distinto el sentido del presente que figura en la primera y en la octava bienaventuranzas ("de ellos es el reino de Dios' y en la nona ("vuestra recompensa es grande en los cielos'. Desde el momento presente, el reino de los cielos pertenece a los pobres de espíritu y a los que son perseguidos por causa de su justicia, aun cuando tengan que esperar todavía para entrar en posesión del mismo; para ellos lo tiene ya Dios preparado (Mt 25,34).

La felicidad que proclaman las bienaventuranzas está ligada, por consiguiente, a una esperanza y descansa en la garantía de la palabra de Jesús. El acceso a esta felicidad está ya concedido a los que llevan a cabo en su vida concreta las exigencias que se expresan en la primera parte de cada una de las bienaventuranzas.

2. LA VERSI6N DE LUCAS. LC 6,20-23, que se limita a cuatro bienaventuranzas, se sitúa en un nivel totalmente diverso; esta diversidad está confirmada y acentuada en los cuatro "¡ay!" que corresponden aquí a las bienaventuranzas (6,24,26).

Hablando directamente a los discípulos en segunda persona ("vosotros"), estas bienaventuranzas los describen como personas que son pobres en contraste con otras que son ricas, como personas que pasan hambre en oposición a otras personas que están saciadas, como personas que lloran en oposición a otras personas que ríen, como personas, en fin, que son objeto de toda clase de malos tratos en contraposición con otras personas que reciben toda clase de lisonjas y consideraciones. Evidentemente, en este caso no se trata ya de disposiciones espirituales, sino de condiciones exteriores, económicas y sociales, sumamente penosas. Las tres primeras bienaventuranzas, en particular, no indican tres categorías distintas, sino un mismo y único grupo, en el que los pobres son al mismo tiempo aquellos que sufren el hambre y cuya aflicción provoca lágrimas. La misma situación miserable es considerada simplemente desde tres puntos de vista diferentes.

Esta otra versión de las bienaventuranzas tiene, en Lucas, una estremecedora ilustración en la parábola del pobre Lázaro y del rico epulón (16,19-31). Las palabras de Abrahán parecen un eco particular de las bienaventuranzas cuando declaran al rico que está sufriendo atrozmente sed entre las llamas del infierno: "Hijo, acuérdate que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, por el contrario, males. Ahora él está aquí consolado, y tú eres atormentado" (v. 25). En ambos textos se trata de la misma inversión de las situaciones, siendo accesorio que Abrahán subraye el lugar de esa inversión ("aquí" en oposición a la tierra), mientras que las bienaventuranzas en san Lucas ponen el acento en la diversidad del tiempo (ahora, que opone cuatro veces la vida presente a la vida futura).

Ciertamente hay que evitar dar un peso excesivo a la condenación que sufren los ricos. La parábola que precede a la del rico epulón ha demostrado con toda claridad que el buen uso del dinero es realmente posible: consiste en repartirlo entre los pobres para convertirlos en amigos que los acojan en las moradas eternas (16,9). Y se encontrará un poco más adelante en el evangelio el ejemplo de un buen rico en la persona de Zaqueo (19,1-10). La infelicidad que puede tener su origen en la riqueza -lo sabe muy bien Lucas- consiste precisamente en eso: en que tiende a cerrar el corazón del rico a las invitaciones de Dios y a las invocaciones de los pobres.

Cabe preguntarse si la severidad que demuestra Lucas en relación con los ricos se ha visto influida por la experiencia de la Iglesia primitiva y por lo que él mismo pudo tener en su comunidad cristiana. Está claro que hay que ver en ella la contrapartida de un amor de predilección reservado a los pobres, a los débiles, a los pequeños, y reconocer allí un reflejo de la actitud que había mantenido siempre Jesús y que Jesús no vacilaba en atribuir a Dios.

3. LAS BIENAVENTURANZAS EN LA PREDICACIÓN DE JESÚS. La profunda diversidad de perspectivas que separa estas dos versiones de las bienaventuranzas que figuran como frontispicio del discurso inaugural de Jesús suscita un problema que no es posible solucionar ni con un intento de conciliación ni con la hipótesis de la dependencia de una versión respecto a la otra. Nos encontramos ante dos interpretaciones que explicitan en dos sentidos divergentes un mismo mensaje inicial. Para poder encontrarsste punto de partida de la tradición de las bienaventuranzas del sermón de la montaña y darnos cuenta del sentido cristológico y teológico que tenía al principio, tenemos la fortuna de poder apelar a un tercer testigo. En efecto, parece probable que en su tenor original estas bienaventuranzas querían referirse al oráculo profético de Is 61,1-3.

a) Sentido cristológico. Lucas captó perfectamente la importancia capital de este oráculo, que cita expresamente en el momento en que, en Nazaret, comienza Jesús su ministerio público: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19). La cita se cierra antes de llegar a una parte de una frase que interesa a las bienaventuranzas: "A consolar a todos los afligidos" (Is 61,2); y es precisamente a estos "afligidos de Sión" a los que el versículo 3 dirige su atención. Jesús alude a este texto en su respuesta a los mensajeros de Juan Bautista: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: ... se anuncia el evangelio a los pobres" (Mt 11,5; Lc 7,22). Pedro recuerda igualmente este texto en su discurso en la casa del centurión Cornelio (He 10,38).

Is 61,1-3 da a comprender de este modo la asociación de ideas que hace de los pobres y de los afligidos los destinatarios privilegiados del anuncio del evangelio. No se puede olvidar que el contexto de este oráculo, la segunda mitad del libro de /Isaías, da igualmente una explicación de la asociación tan característica que hace del reino de Dios el objeto propio de este evangelio. Vemos establecerse así, a través del tema del evangelio, una relación privilegiada entre los pobres [/Pobreza] y el /reino de Dios,

Ciertamente, la primera bienaventuranza no dice que Jesús anuncie a los pobres la buena nueva del reino de Dios. Pero al afirmar: "Dichosos los pobres, porque de ellos es el reino de Dios", Jesús no hace más que actualizar la promesa de Is 61,1. De este modo se presenta a sí mismo como el mensajero divino en el que se cumple la profecía: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido..." Por eso las bienaventuranzas asumen la importancia de una proclamación mesiánica. Al proclamarlas, Jesús se identifica con el personaje del que hablaba el profeta. Se comprende así su elevado significado cristológico, que hay que reconocerles.

b) Sentido teológico. También es importante darse cuenta de que las bienaventuranzas hablan de Dios, y en este sentido tienen un significado "teológico". No hay que olvidar que la expresión "reino de Dios" no es más que una falsa abstracción; en realidad significa a Dios, que se manifiesta como rey. Aquí se presupone que Dios no se mostrará plenamente rey más que el día en que ponga fin al sufrimiento de los pobres. Porque, tanto en la concepción bíblica como en la de todo el medio Oriente antiguo, un rey no es verdaderamente digno de su nombre y de su cargo más que en la medida en que asegure la justicia y la paz a todos sus súbditos y ante todo, naturalmente, a los que no están en disposición de procurárselas por sí solos: el pobre; pero también la viuda, el huérfano y el forastero, es decir, todos los débiles y los indefensos, expuestos a la opresión de los violentos.

En este contexto de pensamiento, la razón de ser del privilegio de los pobres no debe buscarse tanto en las virtudes o en los méritos particulares de estos desdichados; se encuentra, por el contrario, en el hecho de que Dios toma en serio sus prerrogativas reales. Como desea ser un rey justo y bueno, por eso Dios toma bajo su protección al pobre, a la viuda y al huérfano, procurando hacer de ellos los primeros beneficiarios de su reino. La situación desgraciada de esa gente no es digna de su justicia real; él manifestará su reino poniendo fin a la injusticia colectiva de la que son víctimas. Esto es lo que tiene que recordar la promesa: "De ellos es el reino de Dios". No se trata de algo que poseer, sino de alguien que se hará cargo de ellos eficazmente.

La proclamación "Dichosos los pobres..." y las que la acompañan aparecen así como otras tantas expresiones concretas de la buena nueva: "El reino de Dios está aquí, en medio de vosotros". Este mensaje fundamental (kérygma), que revela el significado teo-lógico y cristo-lógico del momento presente de la historia de la salvación, es también el presupuesto a partir del cual se pueden comprender las relecturas catequéticas que tienen su testimonio en las versiones de Mateo y de Lucas. Es normal que, en la predicación cristiana, el mensaje de fe desemboque en una catequesis que explicite sus consecuencias para la vida diaria. Pero también es importante que las aplicaciones pastorales no hagan perder de vista el mensaje doctrinal que tienen que reflejar.

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J. Dupont