UTOPÍA
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Inquietum est cor nostrum. Somos carencia y deseo; somos sed de goce infinito e infinita capacidad de /sufrimiento, nosotros que en todo somos limitados, como dice Ernst Bloch. Por eso, la preocupación por el sufrimiento es el punto de partida del pensar. No estamos a gusto con nosotros mismos, buscamos y esperamos nuestro /rostro aún no desvelado. El pensar siempre se dio en el anhelo de un vivir sin sufrimiento, sin indignidad, sin / alienación, sin la /nada. La utopía es el sueño de una vida mejor y verdadera, el sueño de la humanidad del hombre. Por eso estuvo presente desde que el hombre se soñó como humano, se manifestó desde que el hombre se irguió sobre la naturaleza en todas aquellas formas en que la humanidad apareció.

I. TERMINOLOGÍA Y REFERENCIAS HISTÓRICAS.

La palabra utopía la inventó Tomás Moro, es sabido. Pero la idea acompañó desde siempre a la humanidad; aunque en nuestro mundo mediterráneo, donde quizá se la pensó mejor, la utopía siempre llevó en su rostro los rasgos de la sed de /justicia que brota de la Biblia y del ideal de racionalidad del sueño griego. Tomás Moro tiene detrás a Platón e Isaías, al Evangelio y a la filosofía griega, como también a toda la rica historia cristiana. Y cuando ve lo que es la «revolución de los ricos» (que la llamó Chesterton), no acepta el naciente mundo del dinero, sino que salta hacia adelante, repensando el futuro contenido en los viejos sueños del pasado. Y es ese rechazo del mundo del dinero, que Moro alaba en Platón, y que siempre está presente en la condena bíblica de los ricos, el que sigue alentando en tantas utopías posteriores, en toda la época moderna, en que ese mundo del dinero, sin embargo, seguía creciendo; aun cuando, a la vez, el sueño de la justicia y el ideal del paso erguido prepararon nuevos amaneceres.

En el siglo XIX, de nuevo tras otra revolución de los ricos (que suelen darse y triunfar siempre que fracasan o son traicionadas las revoluciones de los /pobres), las utopías conocen un nuevo esplendor. Los ideales de justicia, de racionalidad, de /fraternidad, fueron formulados de nuevo por Owen, Fourier, Cabet, etc. A Marx no le gustaron demasiado, es verdad, estos anhelos. Su exigencia de praxis y de análisis crítico le hizo sospechar de estos bellos pensamientos, a él que precisamente también había de arrebatar a muchos hombres en pos de una bella idea. Pero por mucho que Engels se empeñe en hacer pasar al socialismo «de la utopía a la ciencia», la idea de utopía como quimera no deja de ser una idea típica del positivismo del XIX, como dice F. E. Manuel. Aunque, como también recuerda este autor, desde La asamblea de las mujeres, de Aristófanes, la utopía siempre ha tenido quien la haga objeto de burla.

El siglo XX iba a traer sorpresas; y aunque en él, como efecto de los muchos desastres ocurridos, va a abundar la literatura antiutópica (Orwell, Zamiantin, Huxley, etc.), también será quizá el siglo en que mejor se ha reflexionado sobre el concepto de utopía. Desde Geist der Etopie de Ernst Bloch (1918), no han hecho sino aparecer libros, escritos y estudios en que el concepto de utopía es analizado, criticado, defendido, interpretado de los más diversos modos y por los más diversos autores; aunque puede que sea Bloch precisamente elque en El principio esperanza (esa summa de las utopías, como se ha dicho) haya hecho la reflexión más profunda sobre el concepto de utopía, sobre el carácter utópico del hombre y del mundo mismo, mostrándonos con claridad que la utopía no se reduce a la utopía social.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

El vocablo utopía con el significado de quimera ha de quedar, por tanto, sólo para el lenguaje vulgar, aunque sea desgraciadamente el que utilizan casi siempre nuestros habladores públicos y sus adláteres. Pero utilizar utopía en ese sentido vulgar no deja de denotar hoy, la mayor parte de las veces, cierta bruteza. Porque quizá tradujo mal Quevedo en su día: «No hay tal lugar». Más bien habría que decir: «Todavía no existe, pero debe existir, nos interpela, se hace presente en nuestros sueños de humanidad, en el arte, en la /filosofía, en la /religión, en nuestras luchas».

El hombre, a pesar de todo, no aguanta el /mal. La utopía es, como dice P. Ricoeur, repudio de lo existente, en tanto que nos es inadecuado, en tanto que no debiera ser. Quevedo vio bien la presencia en Moro de este rechazo y crítica de lo injusto e inmoral: Moro, dice, «vivió en tiempo y reino, que le fue forzoso para reprender el gobierno que padecía, fingir el conveniente». En la condición moral del hombre va implícito su carácter utópico, y la exploración, invención y anticipación del futuro debido. Por eso J. Muguerza puede hablar no sólo de que «la filosofía moral, política y social no puede renunciar a instalarse en la utopía», sino incluso del carácter utópico «de toda ética sin más». Porque, ¿qué es la /ética sino una utopía de la humanidad?

Por eso no hay que confundir para nada utopía e ideología. Como dijo Mannheim, y repite Ricoeur, la /ideología es la justificación de lo perecedero, mientras la utopía siempre ha tenido que ver con el sueño de lo que debe y puede llegar a ser real, y con lo que en la historia ha llegado a ser real y verdadero. Y, como dice Bloch, lo que queda, al fin, de las ideologías pasadas, de los modos de representación del mundo de épocas pasadas, es justamente aquello que en ellas había de utópico, lo que en ellas apuntaba hacia adelante.

Porque la utopía es verdad, dice P. Tillich. «¿Por qué es verdad? Porque expresa la esencia del hombre, el fin propio de su existencia. La utopía muestra lo que el hombre es esencialmente, y lo que debería tener como telos en su existencia». Que no es verdadero el mero mundo de los hechos; si no, ¿qué sentido tendría que la víctima por antonomasia de la historia pudiera decir, que nos recuerda Bloch: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz»? Y no olvidemos en qué situación precisamente dijo tales palabras esa víctima. Por eso la utopía tiene que ver con la voluntad, con la negación de lo negativo y la voluntad del bien. Bloch define así la utopía: «Utopía es la voluntad acrisolada al ser del todo».

Pero la utopía no es voluntad pura que se asienta en la nada. Para Bloch, por ejemplo, la utopía es una posibilidad real que está en la latencia y tendencia del mundo. Ningún defensor de la utopía es puramente voluntarista. Lo es porque cree en la posibilidad del hombre y de lo existente, porque no admite el amor fati como solución ni verdad de lo real, porque espera, dado lo que sabe de la realidad, lo que degusta de la misma. El pensamiento utópico conoce el mal y ante él reacciona; pero conoce también el /bien, su presencia en lo real, su deseo por el hombre, su preapariencia (Vorschein) en las grandes y pequeñas creaciones del espíritu humano. El utopista no ve la realidad abocada a la nada, sino preñada de posibilidades a las que quiere ayudar a ser realidad, y que muchas veces han llegado a ser realidad.

El hombre sabe del mundo, el hombre conoce el mundo; y el hombre sabe del hombre, sabe lo que le hace humano. Y lo que sabe el hombre no sólo está en la ciencia; lo que el hombre sabe de la humanidad se expresó sobre todo en el arte, en la religión y en la filosofía. Ernst Bloch así lo afirma. En todo gran arte, en toda filosofía verdadera, resplandece el rostro del hombre. Ninguno de ellos se reduce para nada a expresión de su tiempo, sino que anuncia una humanidad humana posible que se enfrente radicalmente al sinsentido. Contra la imagen del búho de Minerva afirma Bloch: la filosofía es «actividad subversiva, (...) lenguaje de una realidad en trance de instaurarse (...). Si una gran filosofía enuncia el pensamiento de su tiempo, enuncia también lo que le falta a ese tiempo y lo que llegará a vencimiento en el mundo que viene».

Aunque es en la religión sobre todo, y sobre todo en la religión cristiana, donde la utopía se expresó con más radicalidad. Sólo en ella está la exigencia de justicia absoluta y de futuro absoluto, de manera que lautopía religiosa cristiana, la utopía del Reino de Dios y del Hijo del Hombre, supera incluso las fronteras de la /muerte: resurrección de la carne. Por eso Bloch afirma: «La religión está llena de utopía y la utopía es enteramente su porción más central, la omega del pueblo libre en un fundamento libre». Porque si «donde hay esperanza hay religión», donde hay religión hay utopía. La conciencia religiosa, piensa Bloch, es inseparable de los eternos problemas de nuestro anhelo, y en toda la historia de las utopías sociales hay religiosidad cristiana hecha sociedad. La conciencia religiosa fue la que nos enseñó, sobre todo, la no verdad de este mundo, y la que desde la Biblia nos enseñó a mirar hacia el futuro y a confiar en la verdad de la esperanza; porque si todos los pueblos sitúan la época dorada en un pasado fabuloso, sólo el pueblo judío supo poner en el futuro la justicia y la verdad del hombre.

¿Seremos capaces de renunciar a esta herencia en este momento de triunfo de Mammón? ¿Qué hacer ahora tras tanto derrumbamiento? ¿Podremos seguir hablando de utopía ahora que nos resulta hasta ridículo aquel final de la utopía, de Marcuse?

Mas si la utopía forma parte de la condición del "hombre, este no puede renunciar a la misma sin renunciar a su humanidad. No podemos vivir sin metas, sin metas sociales y personales. Sin ella, como dice Mucchielli, somos un navío a la deriva. En ningún sentido, tampoco en el social, el hombre puede conformarse con el presente. Refiriéndose a la situación de España, decía hace unos años Sergio Vilar: «Al no tener utopía, el presente resulta estéril: sólo se sobrevive en una serie de reproducciones simples de lo que ya fue y fuimos». El fracaso de muchas utopías ha traído estancamiento y putrefacción.

Ahora bien, en esto sí que hay que rechazar todo /fundamentalismo: no podemos, para reformular metas, olvidar los crímenes del utopismo y del apoderamiento totalitario de la historia, de la utopía como experimento nihilista. En la época que nos toca vivir, es necesario rechazar en toda defensa de la utopía cualquier resto de progresismo filisteo. El progresismo filisteo es nihilista en su verdad. Niega la presencia de la verdad en la historia, niega que la humanidad del hombre haya estado siempre también en sus obras. Por eso es totalitario, no cree realmente en el futuro, lo interpreta simplemente como un presente prolongado, y en el pasado no encuentra más que error y embuste. Pero no cabe verdadera utopía sin descubrir la presencia de la razón en la historia. Sólo esto puede dar confianza en el futuro. Los totalitarismos del siglo XX se caracterizaron (y se caracterizan) por quemar libros, por querer borrar las semillas de humanidad del pasado, la semilla bíblica –muy especialmente en el hitlerismo y, de otras maneras, en el estalinismo–. Así aniquilaron lo humano y su esperanza, y construyeron el infierno.

La utopía verdadera ha de rechazar toda quema de libros, pues ha de comenzar por el reconocimiento de la grandeza del hombre, por asumir su historia, llena de dolor, sufrimiento e injusticia, pero también de verdad, heroísmo, /belleza y bien. Ninguna utopía tiene sentido en desconexión con la historia. Ninguna utopía puede ser experimentar hipótesis abstractas, aunque sean hipótesis de Marx. La utopía ha de ser búsqueda de la verdad del hombre, que está en la tendencia de la historia y en las anticipaciones del pensamiento y de la razón. «Utopía sin razón es ciega» (Carlos Díaz).

Nos queda, pues, la utopía sin utopismo, la utopía con minúscula, si queremos, la que ama a la humanidad y su /historia, la que se reconcilia con esta; sin quema de libros, sin catarismo, buscando el mestizaje y mutuo enriquecimiento de tradiciones, sin usar a los hombres, sin ser estos medios de la economía, sin insultar sus ilusiones, sin proyectos fuera de su medida, sin desconstruir nada. A la utopía nada humano le es ajeno, todo lo humano le es hermoso. Y en este momento, contra el mal y la negación de lo humano que de nuevo amenazan, no hay que renunciar a la expectativa de un novum. Sin utopía, la razón se empobrece, se reduce a /razón instrumental, y se cae también en el totalitarismo: «Razón sin utopía es vacía», sentencia Carlos Díaz. El rostro del que sufre, la humanidad pisoteada y traicionada, nos siguen interpelando como a Moro. Y también hoy tenemos el deber de denunciar el presente y proyectar una vida humana. La humanidad ha soñado sueños demasiado bellos para aceptar ahora esto como realidad: «Jerusalén, si me olvido de ti, que mi mano derecha se me seque» (Sal 137,5).

BIBL.: BLOCH E., El principio esperanza, 3 vols., Aguilar, Madrid 1977ss; ID, El ateísmo en el cristianismo. La religión del éxodo y del Reino, Taurus, Madrid 1983; DIAz C., De la razón dialógica a la razón profética, Madre Tierra, Móstoles 1991; MANNHEIM K., Ideología y utopía, Aguilar, Madrid 1989; MANUEL F. E. (ed.), Utopías y pensamiento utópico, Espasa-Calpe, Madrid 1982; MANUEL E. E.-MANUEL F. E, El pensamiento utópico en el mundo occidental, 3 vols., Taurus, Madrid 1984; MORO T.-CAMPANELLA T.-BACON F., Utopías del Renacimiento, FCE, Madrid 1980; NEUSUSS A. (ed.), Utopía, Barral, Barcelona 1971; RAMOS CENTENO V., Utopía y razón práctica en Ernst Bloch, Endymión, Madrid 1992; RICOEUR E, Ideología y utopía, Gedisa, Barcelona 1989; SÁNCHEZ MORA E., Utopía y praxis, Trillas, México 1980; VILAR S., El viaje y la utopía. Iniciación a la teoría y a la práctica anticipadora, Laia, Barcelona 1985.

V. Ramos Centeno