SINDICALISMO
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I. DESARROLLO HISTÓRICO.

El nacimiento y desarrollo del movimiento sindical está unido al nacimiento y desarrollo del modo de producción capitalista. Es, por tanto, un movimiento que da sus primeros pasos a finales del siglo XVIII, se va configurando a lo largo del siglo XIX, y alcanza su madurez a finales de ese siglo, continuando posteriormente su evolución y modificación, para ir respondiendo adecuadamente a las sucesivas transformaciones del sistema social, económico y político. En los primeros decenios de las revoluciones burguesas, posiblemente hasta poco después de la Revolución Francesa, las reivindicaciones de los trabajadores no se diferencian demasiado de las de la burguesía ilustrada, aunque ya se notan las divergencias en cuestiones de fondo, como la constitución de ' democracias censitarias o en episodios más concretos y luctuosos como la ejecución de Babeuf.

No obstante, será a lo largo del siglo XIX cuando se vaya produciendo un progresivo distanciamiento, que terminará en una clara ruptura en las revoluciones de 1848. Es entonces cuando autores como Marx, Engels o Proudhon se dan cuenta de que el movimiento obrero debe tener una organización autónoma enfrentada con la burguesía. En 1864 se funda la I Internacional, dando cumplida cuenta de una de las aspiraciones que ha animado siempre el movimiento obrero: el internacionalismo; pues sólo con la unión de los trabajadores de todo el mundo se lograría hacer frente al /capitalismo y a la burguesía. En 1871 se produce en las calles de París el primer enfrentamiento realmente serio y radical entre la burguesía y el proletariado, al intentar este construir una sociedad sin explotadores ni explotados, en lo que ha pasado a la historia con el nombre de la Comuna. El enfrentamiento no puede tener peor final para los trabajadores, con un saldo enorme de muertos y detenidos en la durísima represión posterior. A partir de ese acontecimiento, los intereses de los trabajadores serán defendidos de forma clara en dos ámbitos diferentes; por una parte, en algunos países se van constituyendo partidos políticos que buscan una estrecha relación con los sindicatos, y que llevan al parlamento las propuestas de estos. Así sucede, por ejemplo, en Alemania e Inglaterra. En otros casos, los sindicatos se limitan a su propio ámbito de /trabajo, bien porque consideran que no deben incidir en temas que no son de su competencia, bien porque, por el contrario, rechazan frontalmente las posibilidades de los sistemas parlamentarios, que consideran indisolublemente vinculados a los intereses de la /burguesía. El hecho es que, en los últimos decenios del siglo XIX y primeros del siglo XX, las luchas sindicales alcanzan una enorme fuerza y virulencia. En algunos casos se trata simplemente de ser reconocidos legalmente por las leyes; en otros casos, las reivindicaciones van más allá, y se lucha en cada fábrica o en sectores de la producción, e incluso a nivel de todo un Estado, por la mejora de las condiciones de existencia, recurriendo a diversos procedimientos de lucha, desde el boicot y el label hasta la huelga general. Se logra un enorme poder de convocatoria, con una gran carga simbólica, con las movilizaciones exigiendo la jornada de ocho horas que aglutinan al movimiento obrero, con el 1 de mayo como fecha significativa del enfrentamiento con la burguesía.

Pero el sindicalismo experimenta su primer gran fracaso en la I Guerra Mundial, cuando, a pesar de haber propuesto hacer frente a una guerra que sólo interesaba a los capitalistas y estaba en contra de las aspiraciones internacionalistas y pacifistas de los trabajadores, no puede impedir que los trabajadores terminen acudiendo al frente de combate, para matarse entre ellos en defensa de intereses patrióticos. No obstante, en medio de ese enfrentamiento, se consigue una importante victoria, la Revolución Rusa, con la implantación del primer Estado obrero en la historia, por más que desde un primer momento se vieran algunos problemas que indicaban que el modelo estaba muy lejos de lo que proclamaba defender. Ya antes, en México, se había conseguido igualmente el reconocimiento constitucional de muchas de las aspiraciones de los trabajadores. Tras la I Guerra Mundial, en el marco de enormes convulsiones sociales, se van agudizando las revueltas proletarias, que se agravan con la gran depresión de los años 30. Una vez más, el movimiento obrero es derrotado en diversos países de Europa, en especial en aquellos en los que el fascismo o el nazismo consiguen imponerse. La última batalla importante entre el movimiento obrero y la burguesía capitalista se libra en España. Es aquí donde, liderado por un sindicato y con la colaboración de otro, se va a intentar el último gran experimento de una organización social basada en los principios solidarios del sindicalismo; sin embargo, el enorme y sugerente esfuerzo no logra subsistir más de un año y es derrotado, primero por sus supuestos aliados, y posteriormente por la gran /derecha de siempre. Ante los excesos desmesurados del fascismo y el nazismo, se desencadena una nueva Guerra Mundial, que contribuye a resolver los problemas generados por la gran depresión. Después de la guerra, comienza en Europa un pacto tácito entre la burguesía y los sindicatos, que permite en unos pocos años sentar las bases de lo que ha venido a llamarse /Estado del Bienestar o Estado Social de Derecho. Los sindicatos logran ver reconocidas muchas de las aspiraciones que habían animado sus luchas: mejores condiciones laborales, accediendo a parte de la plusvalía generada por su propio trabajo; vacaciones pagadas; sanidad y enseñanza gratuitas; prestaciones sociales para la enfermedad y la vejez... El sindicalismo se convierte en un interlocutor válido del sistema, lo que en gran parte permite alcanzar un notable avance económico y social, al menos en los países altamente desarrollados. Más duras son las condiciones de los sindicatos y los sindicalistas en otros países, en los que siguen sufriendo duras persecuciones, y en los que no se reconocen prácticamente ninguna de las conquistas conseguidas. Al menos en una parte no despreciable de la humanidad, más de cien años de duras luchas han ayudado a mejorar sustancialmente las condiciones de vida de la clase trabajadora, aunque no hayan permitido alterar radicalmente los fundamentos del sistema capitalista.

II. MODELOS DE ACCIÓN SINDICAL.

Hablar en general de sindicalismo, puede inducir a confusión, dado que ha habido profundas diferencias entre los diversos modelos de intervención sindical. La aspiración a la unidad de la clase trabajadora ha sido siempre un ideal que se quería alcanzar, pero no una realidad operativa, excepto en algunos momentos puntuales. Esa unidad se basaba en un postulado teórico, mantenido por la mayor parte de los teóricos del /socialismo y del sindicalismo: por encima de cualquier otra consideración, los trabajadores están unidos por unos mismos intereses, generados en la situación de explotación y /opresión en que viven. Su lucha final será siempre la misma, la abolición de la explotación, y las diferencias se situarán más bien en los medios que ayudaran a alcanzar esa meta final. Los hechos han mostrado más bien lo contrario, y la I Internacional murió al poco de haber sido fundada, pasando a formarse poco después una II, una III y hasta una IV Internacionales, que convivieron junto a otros movimientos sindicales que nada querían saber de esas internacionales. Si nos atenemos a los hechos, no se puede hablar, por tanto, de unidad de los trabajadores. Esos mismos hechos hacen que sea muy difícil hablar de modelos sindicales puros, por lo que la tipología que a continuación exponemos, tiene más bien un carácter interpretativo que descriptivo.

Las divergencias se dan, en parte, porque la evolución histórica ha exigido ir adaptando el modelo de acción sindical a diferentes contextos; se deben también, en parte, a que no todos los sindicalistas han compartido los mismos objetivos; por último, obedecen también a razones del contexto social en que se ha desarrollado la acción sindical y a la reacción de las respectivas clases dominantes. a) Por un lado, tendríamos todos aquellos sindicatos que han procurado restringir su actuación estrictamente al marco de las relaciones laborales, intentando mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, en especial de aquella que estaba en el marco de acción del respectivo sindicato. En ningún momento se han planteado poner en cuestión el modo de producción capitalista ni han querido dar ningún protagonismo a la acción sindical como modelo de una posible gestión diferente de la sociedad. Este modelo ha predominado en países anglosajones y, de forma especial, en los Estados Unidos; aprovechan la fuerza que puedan desplegar en los procesos de negociación colectiva, para imponer los intereses de sus afiliados. En algunos casos, este tipo de sindicalismo ha sido llamado por los otros sindicatos sindicalismo amarillo, apelativo despectivo que aludía a su condición de colaboradores en última instancia del sistema económico de explotación. b) Un segundo gran bloque estaría formado por aquellos sindicatos que también se han limitado a la lucha económica en el marco de las relaciones laborales, pero eran conscientes de la necesidad de una transformación revolucionaria de la sociedad. Ahora bien, optaban por una división del trabajo: unos partidos políticos afines se encargarían de obtener las transformaciones legislativas que garantizaran ese cambio social en profundidad, y lo harían participando en la vida /política parlamentaria. Este modelo es el seguido, por ejemplo, por la UGT, en España, y por las Trade Unions, en Inglaterra, estas últimas próximas al modelo anterior. También puede ser, en parte, el modelo impuesto en la III Internacional por los partidos comunistas de inspiración leninista; ahora bien, en este caso, más que una división del trabajo, hay una subordinación de la lucha sindical a los objetivos de la lucha política, tal y como son diseñados por la vanguardia consciente del proletariado que está presente en el partido. c) El tercer y último gran bloque, recoge la tradición presente en los primeros sindicatos de oficio, y es desarrollado fundamentalmente por Sorel y por el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo. La lucha sindical se dirige directamente a la transformación revolucionaria de la sociedad, aboliendo el sistema capitalista de explotación y opresión; de ahí la importancia dada a la huelga general, como instrumento de lucha que desborda con mucho el marco de la negociación colectiva. Se preocupan, desde luego, por mejorar las condiciones de vida de la clase obrera, pero apuntando siempre a una intervención en la transformación de la sociedad, objetivo último de la clase obrera. Prescinden de los partidos políticos, bien porque, en la línea anarquista, consideran que la acción política parlamentaria es fuente de opresión y perpetuación de un sistema inicuo, bien porque consideran que el sindicato, lugar en el que se agrupan los trabajadores, es autosuficiente para plantear una organización alternativa de la sociedad. Como decimos, si bien son tres líneas de trabajo claras desde un punto de vista analítico, en la práctica no están tan claras las divisiones. Ningún sindicato puede renunciar seriamente a la negociación colectiva como medio de mejorar las condiciones materiales de existencia de los trabajadores. Del mismo modo, ningún sindicato renuncia completamente a esa perspectiva de transformación radical de la sociedad; aunque permanezca aletargada, vuelve a aparecer en algunos momentos de su actuación.

III. PROBLEMAS Y TENDENCIAS ACTUALES DEL SINDICALISMO.

La gran aportación de las luchas sindicales a la sociedad se produce especialmente a partir de la II Guerra Mundial, especialmente en Europa. En esos momentos se decide llevar adelante un gran pacto social en el que la clase dominante acepta incluir gran parte de lo que habían sido los objetivos tradicionales del movimiento sindical, como ya se ha expuesto en el primer apartado. Lo fundamental es que el sindicato se convierte en un interlocutor válido, en una instancia de negociación permanente, que se sienta en todas las grandes mesas en las que se debaten problemas generales de la sociedad. Posiblemente un modelo depurado de esta práctica es el que viene representado por la Organización Internacional del Trabajo, organismo dependiente de la ONU, en el que están presentes gobiernos, empresarios y sindicatos, y en el que se debaten importantes temas socioeconómicos que posteriormente tienen gran repercusión en la vida de los trabajadores de todo el mundo. El hecho es que, bien en colaboración con Gobiernos más o menos socialistas, bien desde sus posiciones estrictamente sindicales, se consiguen logros importantes. Pero la historia no se detiene, y surgen nuevos problemas, a veces por los mismos logros conseguidos, a veces porque ya no existe capacidad para gestionar esos logros, y se emprende un camino de retroceso en el Estado de bienestar. El éxito, al ser considerado un interlocutor válido, ha provocado que termine imponiéndose fundamentalmente un modelo de acción sindical, aquel que considera que es posible llegar a acuerdos con los empresarios y los Gobiernos, que no ve necesidad de modificar el marco global de la sociedad y la economía, y que confía en que se puedan mantener indefinidamente, incluso mejorar, esas conquistas, apoyándose en pactos de concertación social. Si a eso añadimos el incremento notable de la labor de asistencia de los propios sindicatos, que abordan desde la estricta asistencia jurídica hasta la promoción de viviendas y los servicios de tiempo libre, y que participan en algunas empresas como accionistas, podremos comprender mejor por qué el sindicalismo mayoritario ha perdido una gran capacidad de lucha y movilización, y ha terminado siendo esclavo de la burocracia que ha generado.

El caso de España es significativo, aunque no ocurra exactamente lo mismo en todas partes: una desmesurada estructura burocrática se esfuerza permanentemente por negociar con Gobierno y empresarios; en alguna ocasión recurre incluso a las manifestaciones de fuerza, como huelgas generales, pero la burocracia es incapaz de gestionar y sacar partido de esas grandes movilizaciones, que cada vez van disminuyendo ante unos trabajadores poco participativos. Por otra parte, su capacidad de transformación social se ha visto seriamente mermada por el protagonismo adquirido por otros movimientos sociales, que con alguna frecuencia tienen más capacidad de cuestionar el sistema imperante. No se ha diseñado todavía una fórmula de colaboración estable entre movimientos sociales y sindicatos, lo que resta a ambos capacidad de intervención. Al mismo tiempo, en épocas de transformaciones aceleradas del sistema productivo, los empresarios y el propio Gobierno están aprovechando la coyuntura para reducir las conquistas alcanzadas, y el elevado porcentaje de desempleo o de empleo precario merma notablemente la capacidad de confrontación del sindicalismo. Es más, es normal comprobar que, en los momentos en que se producen movilizaciones duras para hacer frente a las agresiones contra los trabajadores, los grandes sindicatos suelen ir a remolque de esas luchas y tienen tendencia a frenarlas para poder pasar a la mesa de negociaciones, perdiendo gran parte de sus elementos de presión.

Existen, por tanto, serias dificultades para el sindicalismo en estos momentos. Es cierto que vuelven a darse duras condiciones de vida y trabajo, que van a exigir una nueva actuación solidaria de los trabajadores, en el marco de estructuras estables como las sindicales, si no quieren perder lo mucho conseguido. Pero es igualmente cierto que el sindicalismo, en especial el más transformador, el que se enfrenta directamente al sistema, ha perdido fuerza, y que el sindicalismo de negociación nunca va a ser capaz de hacer valer el interés de la mayoría trabajadora frente a los intereses de empresarios y Gobiernos. El camino pasa, por tanto, por la recuperación de modelos de enfrentamiento y elevada participación, de movilizaciones y luchas contundentes, sin olvidar la permanente labor de la negociación cotidiana, para mejorar las condiciones de trabajo y vida.

BIBL.: AA.VV., Sindicalismo del mañana, IgVi 170 (1994); ANTONIAllI S., Repensar el sindicalismo, HOAC, Madrid 1986; DÍAZ-SALAZAR R., ¿Todavía la clase obrera?, HOAC, Madrid 1990; GARCÍA MORIYÓN F., Sindicalismo y política, Instituto Emmanuel Mounier, Madrid 1991; GORz A., Los caminos del paraíso, Laia, Barcelona 1987; OLAIZOLA J. M.-BERRO J. M., Sindicalismo y transformación social, Los libros de la Catarata, Madrid 1993; WRIGHT E. O., Clase, crisis y estado, Siglo XXI, Madrid 1983; ZUBERO 1., Los sindicatos españoles ante el cambio tecnológico, DDB, Bilbao 1993.

E. García Moriyón