SEXUALIDAD
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I. INTRODUCCIÓN.

La sexualidad es un fenómeno demasiado complejo y plurivalente para poder analizarlo de forma breve y simplista. Lo que a primera vista aparece como una pulsión única, tiene otros múltiples contenidos y condicionantes. Es una fuerza que se enraíza en los mecanismos biológicos, pero penetra también en los niveles psíquicos y afectivos de la /persona. Aparece en su actuar como una decisión libre que el sujeto realiza, y está al mismo tiempo orientada por otras fuerzas ocultas e inconscientes que no siempre se conocen. Se configura hacia un determinado proyecto por la opción de cada persona, y queda a la vez condicionada por el ambiente social, que impone con fuerza sus pautas y mensajes. Utiliza el lenguaje del amor y de la ternura, y desencadena, por otra parte, agresividades más profundas. Busca la comunión, pero con frecuencia no respeta la diferencia imprescindible de cualquier /encuentro. Se siente como una atracción instintiva y requiere el mundo de la emoción. Revela la finitud del ser humano y despierta la omnipotencia infantil que no reconoce límites. Es consciente de su vacío e impotencia, pero juega con la ilusión que nunca queda satisfecha. Es una realidad divina que nace en la mañana limpia de la creación, pero quebrada desde el principio por la presencia de otros demonios inicuos. Es un lugar para el gozo, la fiesta y la alegría, y puede caer en la tristeza, en la pena o en el fracaso.

Esta complejidad de su naturaleza ha hecho que su análisis se realice a partir de ópticas muy diferentes e, incluso, antagónicas. Hoy vivimos en una sociedad pluralista, donde todo lo relacionado con el sexo se fundamenta en múltiples visiones antropológicas, que determinan y condicionan el rostro que cada uno presenta de la sexualidad. Sin hacer ahora un estudio histórico, nos limitaremos a dibujar los rasgos de una doble antropología, que ha influido de manera constante, antes de ofrecer la que parece más aceptable y deducir algunas conclusiones.

II. DIFERENTES ANTROPOLOGÍAS.

1. Antropología espiritualista. Desde la antigüedad más clásica, han existido corrientes, que podríamos adjetivar como demasiado espiritualistas, en las que la dimensión corpórea y placentera se valoraba como algo negativo y peligroso. Lo digno era mantener la fuerza del logos (razón) por encima del alogon (lo irracional), el mayor enemigo de la virtud. El sabio modera sus instintos, evita cualquier tipo de placeres, renuncia a sus deseos sexuales para obtener un dominio de sí lo más absoluto y completo posible. Lo más opuesto a la dignidad humana era el obnubilamiento de la razón, que desaparece, sobre todo, con el placer sexual. El mismo acto matrimonial se consideraba como algo indigno y animalesco. Otras ideologías añadieron a esta atmósfera cargada de sospechas y recelos nuevos aspectos pesimistas, que han ido teniendo múltiples traducciones históricas, hasta los tiempos más recientes. Pero todas comparten un mismo punto de partida: la desconfianza y el menosprecio de la condición sexual humana.

A pesar de que muchos no compartan estas exageraciones, la visión de esta realidad ha sido también bastante pesimista y negativa en otras épocas y culturas. La experiencia demuestra que, en la educación, no se ha sabido transmitir un mensaje de estima y aprecio por esta dimensión. Es cierto que se trata de una zona resbaladiza, en la que no caben tampoco ciertas ingenuidades, pero poner en guardia y avisar del peligro ha provocado también un temor excesivo. Con el deseo de alejar a la gente lo más posible de estos riesgos, se consiguió el efecto contrario: el sexo se ha convertido para muchos en una verdadera obsesión. Si la primera exigencia pedagógica de todo buen maestro y educador, requiere apreciar y estar enamorado de la asignatura que se enseña, no parece que este mensaje se haya transmitido en nuestra educación.

2. Antropología biológica. Pero, por otra parte, como la sexualidad aparece tan atractiva y tentadora, siempre se han dado antropologías que buscaban una plena reconciliación con el sexo. Aunque con tonalidades diferentes, el denominador común es ahora el reconocimiento del placer como un fenómeno que puede abrazarse sin ningún temor; el derecho a seguir las apetencias biológicas y naturales, a las que no se puede renunciar siti caer en la represión; la exaltación del gozo sexual como fuente de bienestar y alegría; la denuncia y aniquilamiento de todo obstáculo que impida la búsqueda de cualquier satisfacción. El interés se centra en el análisis de sus componentes biológicos. Su funcionamiento queda regulado por los mismos mecanismos automáticos que aparecen en el mundo de los animales.

La superación de los antiguos miedos y tabúes se realiza con una visión demasiado biológica, donde se marginan todos los componentes afectivos de la psicología humana. Si antes se despreciaba todo lo corpóreo y sexual como indigno de la persona, para fomentar un /espiritualismo descarnado, ahora se cae en una consideración casi zoológica, como si la sexualidad humana no fuese cualitativamente distinta de la que se observa en el reino animal. El rigorismo de una tendencia, como la absoluta permisividad de la otra, parten de una antropología común: la absoluta separación entre el psiquismo y la corporalidad, entre el espíritu y la materia, entre lo racional y lo biológico. Si la persona está constituida por dos elementos antagónicos como el /cuerpo y el espíritu, existe el riesgo de subrayar la supremacía de uno con el correspondiente desprecio del /otro. El espiritualismo exagerado quisiera hacer de la persona un espíritu sin sexo, que ensucia y esclaviza. Mientras que el permisivismo biológico elimina lo trascendente, para dedicarse al disfrute del placer que nos ofrece la anatomía humana. La opción entre angelismo y zoología aparece como la única alternativa posible.

3. Antropología personalista. Y es que todo intento de acercarse al ser humano desde una óptica dualista, está condenado al fracaso, por el riesgo de convertirlo en un ángel o en una bestia. Sólo una antropología mucho más unitaria hace posible una visión humanista de lo que simboliza y expresa la sexualidad. Aunque nuestras estructuras anatómicas tengan una cierta analogía con las del mundo de los animales, encierran un significado bastante diferente. Existe una realidad —llámese /alma, principio vital, estructura, etc.— que nos eleva por encima de cualquier otro ser viviente. El cuerpo no es un simple elemento de la persona, sino que, al estar vivificado por ese plus que nos especifica como humanos, se convierte también en 'palabra simbólica y en sendero por el que nos comunicamos con los demás. De ahí que su expresividad más profunda no se descubra si leemos sólo el mensaje de su anatomía o de las leyes biológicas que lo determinan. Un médico, por ejemplo, tendrá que estudiar los mecanismos complejos de la visión o de las articulaciones para mover la mano, pero el que conozca sólo la anatomía de estos órganos no podrá comprender nunca su más auténtico significado, hasta que no se enfrente con unos ojos llenos de ternura, o sienta el cariño de una caricia. Y es que la 'mirada y la mano de una persona no sirven sólo para ver o palpar, sino que simbolizan y manifiestan el cariño oculto en el corazón. El cuerpo queda, de esta manera, elevado a una categoría humana, henchido de un simbolismo impresionante. Cualquier expresión corporal, aparece de repente iluminada, cuando se hace lenguaje para comunicar un sentimiento. Es la ventana por donde el espíritu se asoma hacia afuera, el sendero que utiliza para acercarse a otras personas, la palabra que posibilita cualquier encuentro o 'revelación. Sólo hemos querido subrayar esta dimensión comunicativa para caer en la cuenta, desde el principio, de que lo corporal tiene un sentido trascendente, de apertura, más allá de un valor simplemente biológico. El cuerpo humano es algo más que un conjunto anatómico de células vivientes. No es cárcel ni sepulcro; realidad sucia o denigrante. Es la epifanía de lo que el espíritu quiera transmitir. Y, como en toda palabra, lo que vale e importa es el mensaje que nace del 'corazón.

III. SEXUALIDAD Y EROTISMO.

Ahora bien, esta corporalidad aparece bajo una doble manifestación en el ser humano. El /hombre y la mujer constituyen las dos únicas maneras de vivir en el cuerpo, cada uno con un estilo peculiar y con unas características que lo especifican. Pero estas diferencias no radican tampoco en una determinada anatomía, sino que condicionan nuestra forma de ser masculina o femenina. Dos vocaciones diferentes que matizan los componentes psicológicos, afectivos y espirituales de cada persona. La experiencia de todos los tiempos ha constatado un fenómeno universal: la llamada recíproca y complementaria entre estas dos formas de existir y comportarse, que provoca una irradiación psíquica agradable entre ambos sexos. Este mutuo enriquecimiento, constituye la sexualidad en su sentido más amplio, como algo distinto a la genitalidad, que hace referencia a la base reproductora del sexo y al ejercicio de los órganos adecuados para esta finalidad.

De la misma manera que insistíamos en el carácter simbólico del cuerpo, esta fuerza erótica, por la que el hombre y la mujer se sienten seducidos, revela también una invitación al encuentro. También el erotismo, en su sentido más profundo, juega un papel importante en el mundo de los signos. Es una fuerza que sugiere, moviliza, atrae, estimula hacia la comunión, donde entran también el placer, la sexualidad y hasta la misma genitalidad; pero revela y manifiesta, justamente por su carácter de mediador, la existencia de algo que colme la nostalgia de plenitud. Se apoya, pues, en el cuerpo humano, se siente atraído por las múltiples llamadas que lo seducen, pero nunca se acerca a él o lo ofrece como simple realidad biológica o instintiva, como puro instrumento de placer, sino que lo descubre como portador de un mensaje humano, y lo presenta como palabra significativa que invita a una comunión personal. Su carácter atractivo y complementario impide la vulgaridad, el aburrimiento, la rutina, la mera instintividad, creando una atmósfera de misterio, encanto, respeto, búsqueda y admiración. Pero no se trata de una técnica refinada para disfrutar del placer o de un estudio científico sobre los mecanismos biológicos que lo favorecen o disminuyen. La corriente erótica subraya, por encima de todo, la supremacía de la persona, va más allá de la pura biología, hace del cuerpo un camino que no acaba en el gozo de su posesión. Es el encuentro con el otro lo que anhela, la apertura hacia una entrega personal, como un don que regala para ofrecer un poco de alegría e ilusión, y como signo de su propia indigencia y soledad, que mendiga también una limosna para su vacío interior. Quedarse en el gozo del cuerpo es convertirlo en un objeto de placer, instrumentalizar a la persona, dejar que ese dinamismo humano se reduzca a simple pornografía.

IV. LA COMUNIÓN GENITAL.

Todavía existe un paso ulterior, en el que el hombre y la mujer alcanzan una comunión más honda y vinculante. El impulso sexual lleva, en ocasiones, hasta el abrazo de los cuerpos como la meta final de un acercamiento progresivo. Su objetivo no se reduce exclusivamente a la búsqueda de la procreación, como se ha subrayado siempre en épocas anteriores. Ni siquiera en el reino animal, como se ha demostrado en múltiples estudios, los mecanismos genitales tienen su explicación última en los procesos biológicos y hormonales. El ritmo del instinto queda influenciado por la presencia de otros elementos que, en lenguaje humano, se vinculan con el psiquismo, la conquista y la ternura. Estas influencias psicológicas adquieren en el ser humano un relieve mucho mayor.

Para la entrega absoluta hay que superar una serie de barreras inhibitorias, que impiden la satisfacción inmediata del /deseo. Son muchas las actitudes internas, y hasta sociales, que dificultan el acercamiento genital, y cuya función consiste, además de otras posibles explicaciones, en una revalorización de los actos instintivos para llenarlos de una riqueza simbólica y expresiva. Para que las puertas de nuestra intimidad psicológica y sexual se abran a cualquier persona, se requiere una previa conquista que convierta al extraño y desconocido en el amigo y compañero del que uno se puede fiar sin temores. De esta forma la genitalidad manifiesta también su dimensión unitiva. Su mismo exceso y abundancia, en la especie humana, encuentra aquí su mejor explicación: además de para procrear, que sólo se realiza en muy contadas ocasiones, su misión radica en ser un vínculo de cercanía y amor personal. La entrega corporal es la fiesta del amor, la palabra repetida de dos personas que se han ofrecido su corazón para compartir con totalidad su existencia.

V. LA EDUCACIÓN SEXUAL.

Una /antropología personalista es la única que puede encauzar la libido. Desde una sexualidad oral hay que conducir a la persona, mediante una educación lenta y constante, hacia una sexualidad genital, que se caracteriza precisamente, como apuntan los psicólogos, por su aspecto oblativo y por su actitud para un cariño /interpersonal y auténtico. Las diferentes fases que atraviesa, por encima de los términos alegóricos utilizados, marcan una línea progresiva, hasta hacer del sexo, en todos sus niveles, una palabra dócil, capaz de expresar el amor y la ternura. Las energías y pulsiones del instinto no desaparecen, sino que se encauzan e integran de manera armoniosa en una profunda comunión.

Cuando Freud afirma que el niño es un «perverso polimorfo», quiere decir que la maduración de la libido no es un regalo que nos ofrece la naturaleza, sino fruto de una educación que también nos enseña el idioma del sexo. Hay que recorrer el camino que lleva desde los primeros balbuceos infantiles hasta la posibilidad de un lenguaje adulto. Por ello, la formación sexual no consiste en ofrecer unos simples conocimientos de las funciones y mecanismos biológicos, a los que tantas veces se reduce la enseñanza escolar, sino que supone una verdadera obra de artesanía, que configura al impulso para hacerlo portador de este mensaje simbólico.

VI. FUNCIÓN ÉTICA Y EDUCATIVA.

Y es que, en la conducta humana, existen acciones que podrían adjetivarse como útiles y productivas, porque sirven para obtener un fin determinado, algo que nos conviene y gratifica. La comida es un remedio para eliminar el hambre, como el estudio es beneficioso para obtener un título y ganarse la vida. Pero hay otras, que no están destinadas a producir ningún efecto, sino a manifestar de forma clara y visible la actitud del que las realiza. Por debajo de las simples apariencias, se descubre una riqueza expresiva, cargada de humanismo. Cuando se deja un ramo de flores sobre la tumba o se da un beso para saludar a una persona, no se pretende ninguna utilidad o interés, pues se trata sólo de un gesto que manifiesta el recuerdo del corazón o la alegría de un encuentro. La sexualidad, sin embargo, como otras acciones de la vida, encierra un carácter simbólico y, al mismo tiempo, utilitario por la compensación y el placer que reporta. Sirve para expresar el amor interior, según hemos visto, y gratifica hondamente a la persona que la vive. La ambigüedad de estas acciones resulta evidente. Sobre ellas cae la amenaza de que pierdan su dimensión simbólica para reducirse únicamente a su aspecto placentero. La educación y la moral pretenden mantener este equilibrio para que no se margine ninguno de los dos aspectos. Que el amor no se espiritualice de tal manera que olvide el juego, la pasión y la fiesta. Pero que estos elementos no ahoguen tampoco la función simbólica y expresiva, para que el sexo quede siempre transido por la presencia del cariño.

La experiencia del simple placer es demasiado pequeña para responder a las expectativas que despierta, y siempre produce la honda amargura de una promesa incumplida, la sensación de vacío cuando, al desaparecer, brota de nuevo la soledad y el abandono. Sólo el cariño consigue cerrar cualquier herida humana, para no dejar el dolor de la insatisfacción. En esta vivencia afectiva es donde el placer adquiere su verdadero sentido, pues se revela como expresión de una conducta que no se sostiene en él, por su carácter frágil y quebradizo, sino por un impulso que lo trasciende, y permanece incluso cuando ha desaparecido. El placer se vive, entonces, no como un objetivo primario, sino como un símbolo de la entrega amorosa y un soplo que la anima y densifica.

Es cierto que la imagen del amor que se dibuja en nuestra sociedad es muchas veces una auténtica caricatura, un producto falsificado de su verdadero rostro. El arte de amar no es fácil de aprender en una cultura donde no interesa conocer sus exigencias humanas y psicológicas. Pero si esta asignatura se olvida, la sexualidad caerá en la vulgaridad e insignificancia.

BIBL.: AA.VV., Estudios sobre sexualidad humana, Morata, Madrid 1967; ANATRELLA T., El sexo olvidado, Sal Terrae, Santander 1994; FROMM E., El arte de amar. Una investigación sobre la naturaleza del amor, Paidós, Barcelona 199415; FUCHS E., Deseo y ternura. Fuentes e historia de una ética cristiana de la sexualidad y del matrimonio, DDB, Bilbao 1995; GALLI N., Educación sexual y cambio cultural, Herder, Barcelona 1984; KOSNIK A. (dir.), La sexualidad humana, Cristiandad, Madrid 1978; LÓPEZ AZPITARTE E., Ética de la sexualidad y del matrimonio, San Pablo, Madrid 1994'-; SIMON M., Comprender la sexualidad hoy, Sal Terrae, Santander 1978; VALSECCHI A., Sexualidad, en Rossl L.-VALSECCHI A. (dirs.), Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, San Pablo, Madrid 1974.

E. López Azpitarte