POBRE
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I. LA IRRUPCIÓN DEL POBRE.

En la década de los 60, la realidad de los pobres irrumpe con fuerza en la sociedad, en la Iglesia, en las ciencias sociales, y en la teología. Esta irrupción de los pobres es lo que hizo desde entonces relevante el tema del pobre. Es la década de los 60 la época de crisis de los desarrollismos populistas y de ascenso del movimiento popular. Se toma conciencia de que la pobreza no es una fatalidad del destino o producto del vicio, sino producto, fundamentalmente, de la injusticia y fallo de toda la /comunidad; la mera existencia de la pobreza denuncia toda riqueza como robo y /violencia.

La II Conferencia General del Episcopado latinoamericano, celebrada en Medellín en 1968, lo decía así: «El episcopado latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes de América latina, que mantiene a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza, cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria. Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte» (Doc. 14). La III Conferencia General del Episcopado latinoamericano, celebrada en Puebla en 1979, enumera los diferentes rostros concretos de la extrema pobreza: «...rostros de niños, de jóvenes, de indígenas; rostros de campesinos, de obreros, de desempleados; rostros de marginados y hacinados urbanos; rostros de ancianos, etc.» (nn. 31-39). Esto llevó a reafirmar por parte de la Iglesia «una clara y profética opción preferencial y solidaria de los pobres» (n. 1134). La irrupción de los pobres y la opción preferencial por ellos, dará nacimiento, primero en América latina y luego en todo el mundo, a la Teología de la /Liberación.

II. EL POBRE COMO OPRIMIDO Y EXCLUIDO.

En la década de los 80, el lenguaje sobre los pobres cambia. No se habla sólo de pobres, sino del concepto más amplio de oprimidos. Se incluye aquí a los indígenas, oprimidos como pueblo o nación, a causa principalmente de su cultura; se incluye asimismo a los afro-americanos, oprimidos racialmente; a las mujeres, oprimidas como tales por el machismo; a los jóvenes y niños, oprimidos y explotados. También se empieza a incluir, en el discurso ecológico, a la naturaleza y al medio ambiente, como parte del mundo de los oprimidos. En los países donde se imponen dictaduras militares aparece también el concepto de víctimas. Se trata de las víctimas de la tortura, de la persecución y, sobre todo, de los desaparecidos. La victimización de los perseguidos connota su culpabilización: se elimina a las víctimas, porque, se dice, son culpables (normalmente se las condena como subversivos o comunistas), lo que da buena conciencia a los victimarios. Helder Camara, el obispo brasileño de los pobres, lo dice claramente: «Cuando hablo de los pobres, me llaman santo; pero cuando hablo de por qué los pobres son pobres, me llaman comunista».

En la década de los 90, aparece un nuevo concepto: el pobre como el /excluido. Los pobres, los oprimidos, las víctimas, son ahora también excluidos. El actual sistema de economía de libre mercado tiene un modelo de desarrollo que no está pensado para todos; planifica una sociedad donde no caben todos, donde sobran muchos. El desempleo o paro llega a ser una realidad estructural y permanente. En el Tercer Mundo no sólo hay un alto desempleo (que supera en muchos países el 60% de la población), sino que, además, hay grupos significativos de excluidos, que en algunos lugares pueden constituir una mayoría, que no cuentan para el sistema, ni siquiera como fuerza laboral de reserva. El sistema es pensado simplemente sin ellos; los pobres son un estorbo. Los excluidos pueden morir en masa sin afectar en nada al sistema; podemos decir que su sangre sirve de lubricante al sistema. Son realmente población sobrante y desechable. Los pobres ya no viven la dependencia, sino la prescindencia y la insignificancia. Hoy día, el ser explotado ¡es un privilegio!, pues al menos se está dentro del sistema. El hecho masivo de la exclusión plantea lo que llamamos la pobreza antropológica, es decir, la degradación del ser humano como persona. Lo trágico es que esta pobreza es interiorizada por el mismo pobre, el cual termina considerándose a sí mismo como subhumano, subpersona. El efecto de esta pobreza antropológica en la población integrada y dominante, es la total insensibilidad frente al mundo de los excluidos. El sufrimiento de los excluidos es considerado como algo exterior a la raza humana y que, en definitiva, no puede afectarla.

A nivel mundial, la exclusión afecta sobre todo al Tercer Mundo, pues el mundo desarrollado necesita cada vez menos del Tercer Mundo, y el Norte tiende hacia su aislamiento (mundo supradesarrollado) sobre sí mismo y a la exclusión del / Sur (mundo subdesarrollado). El Sur es como un inmenso campo de concentración, donde se malvive o se muere sin que el clamor de los pobres sea escuchado.

De este modo, el desarrollo tecnológico hace que el sistema productivo dependa cada vez menos de las materias primas del Tercer Mundo. También el mundo desarrollado cada vez necesita menos del Tercer Mundo como mercado. En todo caso, es evidente que cada vez necesita menos aún de su población. La única utilidad que podríamos tener es como lugar de turismo exótico o como basurero para desperdicios y materias tóxicas. Muchas regiones del Tercer Mundo podrían ya desaparecer y esto para nada afectaría al mundo desarrollado e integrado. Los problemas éticos o humanísticos que pudieran suscitarse, serían rápidamente superados por las trasnacionales de la comunicación, que actúan como encubridoras ideológicas, al servicio de los intereses de los poderosos del Norte.

Los efectos de la exclusión, como nueva forma de existencia de los pobres, son el primer lugar de desagregación y fragmentación. Los pobres, al quedar fuera del sistema, quedan también fuera de todo tipo de organización económica y social. Y, puesto que ya no cuentan, el sistema ya no interviene en ellos, especialmente no interviene en educación y salud. Esto desencadena todo tipo de enfermedades masivas, epidemias y pestes, como el cólera, el dengue, la tuberculosis y la lepra. Enfermedades que causarían irrisión en el Norte enriquecido, como la diarrea, provocan frecuentemente la muerte en el Sur empobrecido. Estas calamidades son como el grito de protesta de los excluidos. los /bárbaros, que expresan balbuceando, inarticuladamente, su dolor. Y entonces el sistema reacciona, pero no superando el problema, sino aislando a los excluidos enfermos, para que no contagien a los incluidos.

Y entre los excluidos nace también un nuevo tipo de violencia: la violencia del pobre contra el pobre (violencia fratricida), del vecino contra su vecino (violencia política), del hombre contra la mujer (violencia machista), del adulto contra el niño (violencia pedagógica), del ser humano contra la naturaleza (violencia ecológica) y, en fin, de los excluidos como totalidad contra la sociedad.

Pero el mundo de los pobres, de los oprimidos y de los excluidos no es un mundo muerto, pasivo, condenado fatalmente a la desesperación y a la muerte. El mundo desarrollado normalmente considera al Tercer Mundo (en sus propios países o en América latina, Africa y Asia) como una amenaza. Nosotros, por el contrario, consideramos al Tercer Mundo como 'esperanza. El Tercer Mundo es pobre en dinero, en tecnología y armas, pero es rico en humanidad, cultura y /espiritualidad. En el mundo de los excluidos existe una voluntad colectiva de sobrevivencia, resistencia y lucha, creadora de nuevas formas de vida, de nuevas estrategias de desarrollo y de una sociedad alternativa, donde quepan todos y donde todos tengan vida. Es necesario, entonces, descubrir esta capacidad creativa de los pobres y oprimidos, para reconstruir una sociedad alternativa.

III. TIPOS DE POBREZA.

En la tradición griega clásica la pobreza era considerada como un vicio y la riqueza como una virtud. En la tradición bíblica, por el contrario, la pobreza es fruto de la injusticia, un fallo de toda la comunidad y una desobediencia a Dios. La pobreza no es, fundamentalmente, consecuencia de las faltas propias, sino fruto de la violencia y el despojo. Otra característica de la tradición bíblica es que la pobreza real adquiere además un sentido religioso. Expresa la actitud religiosa de dependencia total a Dios. En la tradición griega clásica la pobreza no era deseable desde un punto de vista ético o religioso.

Por su parte, la tradición patrística muestra con parresía el carácter inicuo de la riqueza. La pobreza es consecuencia de esta riqueza injusta. Por el contrario, lo que humaniza al ser humano es su capacidad de /solidaridad. Dice san Basilio: «En la medida que abundas en riqueza, en esa misma medida estás falto de caridad». O también Juan Crisóstomo: «Si fuera posible castigar con justicia a los ricos, las cárceles estarían llenas de ellos». En forma radical también afirma san Jerónimo: «Me parece muy exacto aquel refrán popular que dice: los ricos lo son por su propia injusticia o por herencia de bienes injustamente adquiridos». O san Agustín: «Siempre que posees algo superfluo, posees lo ajeno».

Actualmente solemos distinguir tres tipos de pobreza. a) En primer lugar, la pobreza como carencia; es la pobreza maldita, no deseada, que deshumaniza y aparta de Dios y del hermano. b) En segundo lugar, la pobreza espiritual. Es la pobreza como actitud espiritual, que nos libera de la codicia y del apego a los bienes materiales. c) Por último está la pobreza como compromiso. Es la pobreza real, asumida voluntariamente, para poder vivir la pobreza espiritual y así poder luchar contra la pobreza como carencia y como /mal.

Cuando decimos que sólo la pobreza puede superar la pobreza, nos referimos a la pobreza como /compromiso y a la pobreza espiritual, como método e instrumento para superar la pobreza como carencia. La pobreza espiritual debe ser vivida a partir de la pobreza real o desde los pobres históricos, para que no se transforme en una actitud puramente sapiencial, ascética y estética, legitimadora de la pobreza maldita y real.

La realidad del pobre y de la pobreza debe ser, en primer lugar, analizada y reflexionada en su dimensión económica, social, cultural y política. Esta es la verdad de la pobreza. Pero también está el /misterio de la pobreza. En el mundo de la pobreza no todo es explicable y comprensible. Hay una /cultura de la pobreza, existen valores vividos por los pobres, se da una capacidad de protesta, de resistencia, de /solidaridad, de /esperanza, y de celebración por parte de los pobres, que escapa a nuestra capacidad de comprensión y de análisis. Lo que más nos sorprende es la esperanza y la alegría de los pobres, en medio de la miseria y la exclusión. Quizás aquí tocamos o vislumbramos el misterio de Dios, presente en el pobre y en el mundo del pobre. Aquí está también la raíz de la fuerza histórica de los pobres y de la espiritualidad de la pobreza, incomprensible para todo el que no ha hecho una opción vital en favor del pobre y contra su pobreza. Muchos programas de desarrollo, de movilización social o política, o incluso la misma evangelización de los pobres, fracasan por no considerar en toda su profundidad y realidad este misterio oculto en el mundo de los pobres.

IV. CONSIDERACIONES FINALES.

Desde una visión cristiana, la realidad del pobre nos hace tomar conciencia de la pobreza como pecado, sobre todo como pecado social y estructural. La pobreza hace visible en la historia el rechazo colectivo y estructural del /amor de Dios. El pecado social también hace visible en la historia la idolatría como raíz del pecado social. Toda idolatría es una perversión religiosa o una trascendencia pervertida, que tiene siempre graves consecuencias sociales. Hay idolatría en el culto mismo al Dios verdadero, o también cuando Dios, en el fetichismo, es sustituido por otros dioses. El pecado social tiene dos características: no tiene límites y es practicado con buena conciencia. El pecado personal tiene límite, pues el pecado termina matando al pecador, y además siempre es vivido con mala conciencia. El pecado social, por el contrario, no tiene límites y es practicado con buena conciencia, porque es justamente la expresión visible de la idolatría como perversión trascendente. El pecado social se realiza siempre en nombre de Dios, o en nombre de realidades o supuestos valores absolutos considerados como dioses. Cuando se oprime o se mata en nombre de Dios o de dioses absolutizados, entonces se puede oprimir y matar ilimitadamente y con buena conciencia. La idolatría es lo que da vida y fuerza al pecado social. Por eso la idolatría no es sólo una perversión espiritual, sino también una perversión social altamente peligrosa. El pecado social no sólo hace visible el rechazo colectivo de amor a Dios, sino que también hace visible, históricamente, el carácter criminal de esa perversión religiosa y trascendente que es la idolatría. La idolatría es el misterio de la iniquidad que pesa sobre el pobre y que transforma su realidad de muerte en una situación trascendente, es decir, aceptada como voluntad de Dios y, por tanto, como falsamente insuperable («pobres habrá siempre con vosotros», frase que, como tal y con este sentido perverso, no se encuentra en ninguna parte de la Biblia).

En esta situación de pobreza, justificada trascendentalmente por la idolatría, adquiere toda su fuerza histórica y liberadora el descubrimiento y vivencia de la presencia y revelación de Dios en el mundo de los pobres. /Dios se revela como el Dios de la vida, que sufre la pobreza como carencia y exclusión, y que lucha por realizar su voluntad de vida para todos. La credibilidad misma de Dios como el Dios de /vida, se juega en la superación de la pobreza en todas sus formas. Cuando la Iglesia latinoamericana hace una opción preferencial por los pobres, no es sólo una opción social o pastoral, sino que es una opción radical contra la idolatría y por el Dios de la vida, que se revela en forma privilegiada en el mundo de los pobres. La evangelización liberadora (la buena noticia de la liberación de la injusticia) se enfrenta con la pobreza como realidad social y como realidad de pecado, pero sobre todo como una realidad de perversión trascendental que llamamos idolatría. El pobre, como realidad social, nos revela también el camino para encontrar a Dios como el Dios de vida, en nuestra historia humana. La opción de amor comprometido con el hermano pobre es el mayor criterio de discernimiento, no sólo del seguimiento de Dios, sino también de habernos encontrado realmente con El.

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P. Richard