LIBERTAD
DicPC
 

I. DIMENSIÓN HISTÓRICA.

El estudio de la libertad es la piedra de toque de la /Antropología filosófica, por cuanto que la libertad constituye un tema clave en la interpretación del hombre. Además, todos los pensadores, de todos los tiempos, la han considerado a lo largo de la historia. No obstante, hay una variabilidad histórica en la forma de contemplar este tema, que puede aportarnos un marco valioso para la posterior reflexión antropológica sobre la libertad. En términos generales, en el pensamiento presocrático, predomina una visión fatalista del mundo. Las fuerzas del universo obedecen a leyes inmutables que ordenan y dirigen todas las cosas. Para ellos, todo se realiza de acuerdo con los decretos de los hados. Este pensamiento cosmológico centra su reflexión en los problemas de la Naturaleza. La reflexión ética entra en el pensamiento griego con Sócrates. Piensa que el hombre tiende necesariamente al /bien. El hombre virtuoso es el sabio, ya que conoce mejor que nadie los medios para alcanzar el bien. Para conseguir la libertad es necesario conocerse a /sí mismo con el fin de liberarse de las trabas interiores. Posteriormente, en el mundo griego, la libertad se sitúa en un ámbito político y social, directamente relacionada con su dimensión moral. El sentimiento de libertad se percibe primariamente como el poder de participar y administrar la vida y organización de la Polis. Esta libertad, entendida como autonomía e independencia, capacita al hombre para regir su propio destino y enfrentarse con un orden cósmico predeterminado. La libertad es, por tanto, lo propio del sabio que comprende y acepta el orden cósmico o el destino, que ya no son tenidos como fuerzas coactivas. Por su parte, Platón entiende la libertad del hombre como directamente relacionada con la ética y con el dominio sobre nosotros mismos. Aparece también en Platón la idea de que el hombre, en cuanto libre, es creador de su propio destino, y la libertad se funda en una voluntad libre: «Gracias a su dominio de sí mismo y su moderación, ha sometido a lo que producía el vicio del alma y dado libertad a lo que producía su virtud»1. En Aristóteles, la libertad se inscribe dentro de la problemática del acto voluntario: «Lo voluntario parece ser aquello cuyo principio se halla en el agente que conoce todas las circunstancias particulares de la acción»2. El hombre tiende a su fin (felicidad) ejerciendo acciones voluntarias, mientras que las acciones involuntarias son producidas por coacción o ignorancia. La libertad se coordina con la 7 autonomía, el orden natural y la moral. Su análisis de la libertad se acompaña con una doctrina de la elección voluntaria. Para que se dé un acto libre hace falta elección consciente: «El hombre libre es causa de sí mismo»3. Distingue la voluntad libre, en sentido ontológico, de la mera espontaneidad. De este modo, los intereses éticos de la filosofía llevan a revalorizar la libertad frente a la aceptación consciente de la necesidad universal, determinada por una razón inmanente.

El advenimiento del /cristianismo supuso una nueva concepción y una mayor profundización de la libertad, una perfecta y verdadera libertad moral, desconocida para los antiguos. La voluntad es, ante todo, libre de coacción, pero este concepto de coacción adquiere un nuevo sentido moral, y es la relación conciliadora de la perfecta libertad, mediante la gracia, lo que enmarca este pensamiento. Ahora bien, esta coacción está vinculada a algo interior, es la coacción o esclavitud del pecado. La nueva concepción teológica interpreta que la verdadera esclavitud del hombre es el pecado. La gracia divina es la que libera al hombre de esta esclavitud interior, porque sin la libertad del hombre no sería concebible el pecado y su liberación o Redención, que es lo que da al hombre la posibilidad de la perfecta libertad espiritual. San Agustín distingue entre libre albedrío, como posibilidad de elección, y libertad propiamente dicha, como la realización del bien con vistas a la beatitud. En el obispo de Hipona nos encontramos el problema de la libertad dentro de este marco teológico, donde predomina la relación de la libertad con la gracia divina, dentro de un contexto más amplio, indicado por el conflicto entre la libertad humana y la predestinación divina. La definición agustiniana de la libertad comporta dos elementos: autodeterminación de la voluntad y orientación al bien. Se esfuerza para conciliar la gracia y la libertad con razones también filosóficas, afirmando la colaboración de la voluntad humana y la iniciativa divina en la salvación humana.

Para Tomás de Aquino, la raíz intrínseca de la indeterminación objetiva de la voluntad está en el conocimiento intelectual del que se deriva la elección: «La raíz entera de la libertad hay que ponerla en la razón. Y según que algo se comporte respecto a la razón, así se comporta respecto a la libertad»4. El dominio que la /voluntad tiene sobre sus actos está en el poder reflexivo de la razón, por el cual esta es dueña de sus propios juicios. La voluntad ha de seguir el juicio práctico que elabora el entendimiento. La libertad del hombre requiere no sólo que la voluntad esté libre de coacción, sino que el intelecto aprehenda el bien, objeto de la voluntad. La voluntad del hombre tiende al bien universal, y para alcanzar este ha de elegir los medios, una vez que el entendimiento le ha presentado el bien a la voluntad. De este modo, entiende por libertad de arbitrio la libre determinación electiva de la voluntad, que elige el bien o la apariencia de bien: «Querer el mal no es libertad, ni especie de libertad, aunque sea cierto signo de ella»5. Aunque el hombre tiende al bien, puede elegir el mal pensando que es un bien. Pero el hombre es más libre moralmente cuando sigue lo bueno. La teoría de Duns Escoto adopta una nueva perspectiva al conceder primacía a la voluntad sobre el entendimiento. La voluntad libre es la que ejecuta los actos de libertad, a través del entendimiento, como condición sine qua non de esta. La voluntad libre es la que debe crear la rectitud, tanto en orden a los medios como en orden al fin último. A la voluntad nadie puede determinarla, ni siquiera el bien supremo. Esta es la potencia más noble y la base misma de la existencia humana.

La irrupción del pensamiento moderno se caracteriza por la exigencia de superar el concepto de libertad ontológica. La libertad se entiende desde su acepción psicológica, como capacidad de escoger en sentido moral: tanto sea escoger el bien o el pecado. Así, Descartes identifica la voluntad y la libertad. Ahora bien, como el área de acción de la voluntad es infinita, el campo en el que se desenvuelve la libertad es también infinito. Por esta voluntad o libertad es por la que llegamos a saber que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. La gracia divina aumenta y fortifica mi libertad. Para comprender la libertad hay que apelar al testimonio de la conciencia. Spinoza pretende que su Ética sea un mensaje de libertad, como /liberación de la ignorancia y la pasión. Niega la libertad de la voluntad: «La voluntad no puede ser llamada causa libre, sino sólo causa necesaria»6, porque ella requiere una causa que la determine a existir y a moverse de un modo determinado. No hay una voluntad libre, por haber concebido a Dios como único ser al que le concede libertad, como sustancia inteligente y, por ello, no voluntaria.

Si para Spinoza se exige la liberación del hombre de la ignorancia, de la superstición, y de todo tipo de coacción, esto se convierte pronto en el programa del humanismo moderno. La libertad, desde entonces, es tema central de la filosofía y la política; pero es vista también como algo que debe conquistarse. La conciliación que intenta Leibniz entre la libertad y el determinismo será uno de los temas más destacados en la discusión entre los libertarios (defensores de la realidad de la libertad contra la necesidad) y los necesitarios (defensores de la realidad de la necesidad contra la libertad). En este contexto aparece Kant, intentando salvar la libertad humana del /determinismo natural. La libertad sólo puede darse en el reino del noúmeno como un postulado de la moral. El hombre es libre porque no pertenece enteramente a la realidad natural, por eso puede ser causa sui, en sentido moral. Esta distinción kantiana entre fenómeno y noúmeno, viene a ser paralela a la distinción clásica entre naturaleza y libertad. No hay que olvidar que, a partir de Kant, gran parte del pensamiento filosófico .gira en torno a la distinción del binomio: naturaleza-libertad. El nexo entre el reino de la libertad y la necesidad no supone la pertenencia a dos mundos, sino su conciliación dentro de una realidad unitaria. La libertad es la ratio essendi de la ley moral; el hombre es «la clave de bóveda de todo el edificio del sistema de la razón pura y aun de la razón especulativa comprendido en ella»7. Hegel entiende que la verdadera libertad no es el azar, sino la determinación racional del propio ser. La libertad es, en última instancia, el ser de sí mismo. En las posiciones extremas sobre la libertad, es interesante destacar a Sartre, para el que no existen normas superiores que puedan imponerse a la libertad. Acaba postulando la negación de /Dios en nombre de la libertad humana. La libertad es absoluta, sin trabas, no conoce vinculación alguna. El /hombre es existencia, sólo aquello que él mismo se hace con su libre autorrealización. En el siglo XX aparecen dos grandes doctrinas: las que afirman la posibilidad de la libertad y las que la niegan. El estudio de la libertad acapara todos los ámbitos posibles del individuo como ser sociológico, religioso, psicológico, metafísico, etc. Tanto los planteamientos materialistas como los espiritualistas, tratan el tema de la libertad desde una perspectiva metafísica.

II. DIMENSIÓN SISTEMÁTICA DE LA LIBERTAD.

La libertad humana, núcleo y centro de todos los problemas antropológicos que, directa o indirectamente, hacen alusión a esta problemática, requiere una contextualización adecuada para su consideración. En este sentido, el enfoque propio de la Antropología actual nos remite al ámbito biológico para, desde allí, examinar la reflexión filosófica sobre este tema, porque la biología misma va a constituir un cierto preámbulo a la noción misma de libertad del hombre. Sin embargo, previo a cualquier estudio, hay que apelar, en primer lugar, a la prueba de la experiencia de la libertad. Desde un punto de vista estrictamente filosófico, esta prueba directa e inmediata es la conciencia de la propia libertad. El hombre se hace cargo de sus situaciones y tiene conciencia de que las resuelve libremente, en virtud de su experiencia, es decir, que la persona que vive en libertad es consciente de que decide libremente, aunque nuestra libertad no sea tan amplia como pensamos o quizá sobre nuestras decisiones libres pesan los condicionamientos sociales y físicos, las situaciones que ya nos vienen dadas. Esta prueba directa de la conciencia de nuestra propia libertad nos lleva a plantearnos los fundamentos en que se apoya la libertad. Para encontrar el fundamento de la libertad, la antropología actual (Scheler, Gehlen) propone partir del aspecto biológico de este término, para establecer, desde allí, una síntesis entre la dimensión biológica y la filosófica y situar adecuadamente la reflexión sobre la libertad humana. En concreto, la etología comparada nos proporciona los conocimientos necesarios para entender al hombre como un ser abierto al mundo de las cosas, a través del conocimiento y del querer, y cómo siendo capaz de «elevar los impulsos a la categoría de objetos» (Scheler), puede aprehender la manera de ser misma de los objetos en cuanto tales, es decir, como algo distinto del sujeto. Esta posibilidad de acceder cognoscitivamente a la totalidad de los objetos, esta apertura universal, recorre todo el pensamiento occidental y se plasma en la famosa frase aristotélica: «El hombre es, en cierta medida, todas las cosas».

La libertad fundamental es la condición imprescindible de la libertad psicológica, ya que, si no existiera esa apertura al ser, no se podría distinguir lo que es necesario de lo que es libremente querido. Ahora bien, es precisamente este estar abierto de modo irrestricto lo que nos obliga a tomar continuamente decisiones o a ser necesariamente libres. Pero, tanto la libertad fundamental como la libertad psicológica, no son libremente adquiridas, sino que están ya dadas, o nos encontramos con ellas en la existencia. La libertad psicológica, o libertad de opción, nos confiere la capacidad de promover actos de voluntad sin ningún tipo de coacción intrínseca. Nuestra libertad psicológica está requerida por múltiples objetos o posibilidades de acción. Sin embargo, aunque decidimos situados entre objetos, y condicionados por los mismos objetos, mi opción o preferencia por alguna posibilidad de acción, no implica que sean los objetos los que me hagan decidirme por una cosa. Al contrario, la decisión siempre parte del sujeto que compara los objetos consigo mismo, en virtud de su conveniencia personal. El /sujeto compara las cosas consigo mismo como objeto, y esa operación sólo es propia de un sujeto. La comparación de uno mismo con los objetos, supone tomar una decisión desde uno mismo, diferente de la de cualquier otro sujeto en las mismas circunstancias, y con el riesgo del factor de lo imprevisible. En la decisión libre, soy yo el que me determino en el momento en que me decido por una posibilidad, y soy yo el que confiero un peso decisivo a una de estas posibilidades. Cualquier decisión lleva consigo la renuncia a otras posibilidades, también aceptables para mí. Esto supone lógicamente una limitación, y es explicable por la finitud del mismo sujeto. Esta subjetividad finita que habita en el mundo no puede ser satisfecha por ningún objeto, ya que la finitud de los seres que le rodean, y él mismo, no son el bien irrestricto y pleno. Si así fuera, esta subjetividad que somos nosotros, estaría inclinada y cautivada por el valor del bien en sí. Todos los entes finitos no poseen esta razón de bien y, por ello, no inclinan nuestra voluntad a ningún bien parcial. De este modo la indeterminación en que se encuentran los entes, manifiesta esta amplitud o apertura que posee toda libertad humana. La intrínseca libertad de nuestra potencia intelectiva, en su apertura al horizonte ilimitado del ser, supone también para el hombre capacidad de disponer de sí mismo, de determinar por sí mismo el acto; y esto pertenece a su capacidad volitiva. El hombre se autodetermina y, para ello, requiere la reflexión que caracteriza a la libertad. Esta reflexión supone la toma de conciencia de sí mismo, un yo que se capta a sí mismo, que es sujeto y que se contempla desde el mundo como realidad diferente del mundo. Este sujeto que se sabe distinto del 7 mundo, se decide, y esa decisión es una autoposesión. El hombre se ha distanciado de sí mismo, se ha vivenciado a sí mismo como sujeto, y tiene así un conocimiento suficiente de sí mismo para decir yo y compararse con las cosas. El dominio sobre uno mismo es parte esencial de la libertad y viene dado por la autorreflexión, en virtud de la cual un sujeto se conoce y juzga sobre las cosas y sobre su propio juicio. No obstante, esta capacidad de elección puede errar y hacer un mal uso de la misma. Aprender a usar correctamente nuestra libertad es donde radica la conquista de la libertad moral.

Mientras la libertad fundamental y psicológica es algo innato en el hombre, la libertad moral se conquista a través del ejercicio de acciones libres, enriquecedoras para el hombre, que incrementan y amplían la libertad. De este modo, nuestras decisiones, acertadas o erradas, van forjando nuestro modo de ser y van abriéndonos o cerrándonos a nuevas posibilidades. La libertad moral compromete mi modo de ser en cada una de mis decisiones y me proyecta hacia los demás. Porque la libertad moral es, ante todo, creadora de libertad, la finalidad de mi actuación libre es hacer a los demás partícipes de este bien radical que es la libertad. No se puede entender la libertad sin la idea de /compromiso y proyección a los demás. Pues una libertad que tan sólo buscase su propio bien, su independencia y emancipación de los demás, sería una vida endosada, cerrada sobre sí misma, pero en ningún caso ampliaría los límites y posibilidades, que es lo propio de la libertad. Por el contrario, la libertad lograda supera el plano de lo particular y tiene carácter de proyección social. La plenitud de la libertad lleva consigo la expansión y la participación corresponsable con otras personas. De esta forma, el sujeto es capaz de trascender sus propios intereses y formar parte solidariamente de los intereses de la comunidad. Así pues, la libertad en su dimensión social, como plenitud de una libertad lograda, es una libertad que el individuo se da a sí mismo, no es algo otorgado por otro. Es la libertad que falta para alcanzar la plenitud propiamente humana. Es fruto de la conquista para que todos puedan participar de la libertad, y desborda así los límites individuales. La constitutiva proyección social de la libertad requiere, a su vez, un ámbito exento de coacción o violencia injusta y cauces de participación y diálogo. No es posible concebir la libertad fuera de las relaciones interpersonales, ya que el hombre, como ser encarnado, está constitutivamente orientado hacia los demás. Esta libertad se realiza especialmente en el diálogo con los demás en el mundo. No hay libertad humana plena que no sea la capacidad de sentir la llamada del otro, y precisamente esta llamada del /otro y la posibilidad de responderle, es lo que me hace más libre. Aun así, podríamos plantear la posibilidad de que la libertad estuviera determinada por causas físicas o psicológicas. Sin embargo, un estudio sobre este punto implica, como veíamos al principio, tomar como punto de partida los mismos presupuestos antropológicos que enmarcan las distintas perspectivas de la reflexión sobre la libertad. En consecuencia, se puede afirmar, desde una perspectiva antropológica, que el hecho de que el hombre tome distancia frente a las cosas y las pueda conocer como tales, es lo que le posibilita también conocer y comprobar los procesos causales y las vinculaciones deterministas.

III. CONSECUENCIAS PRÁCTICAS.

La libertad suscita perspectivas fascinantes de todo un proceso de realización de nuestro propio ser. Se nos encomienda la puesta en práctica de nuestras posibilidades de ser: nuestra autorrealización y nuestra libre disposición a determinarnos a nosotros mismos. Decir que el hombre es libre es decir que en él hay capacidad de tomar en sus manos su propio obrar. Somos nosotros quienes hemos de elegir y decidir nuestro destino, partiendo ya de un bagaje dado, y bajo la orientación del conocimiento. El conocimiento nos abre a un amplio campo de posibilidades y objetivos que cada uno de nosotros debe poner en práctica, de acuerdo con su modo peculiar de ser y sus circunstancias. En la afirmación y realización de estas posibilidades concretas, que son mis posibilidades o fines, yo realizo mi existencia. Así, la libertad me permite elegir y decidir sobre las posibilidades que se abren a mi existencia y sobre mí mismo, porque cada elección que yo realizo supone un compromiso sobre mí mismo, ya que el yo se pone y se configura en cada una de mis elecciones, acrecentando o limitando mi propia libertad o mis posibilidades.

Elegir libremente implica la liberación de todo aquello que esclaviza la libertad (la superstición, la ignorancia, el miedo, algunas políticas, la mentira, etc.); ser libre es ir liberándose poco a poco de aquellas trabas que no me permiten tener un dominio o control sobre mí mismo. Poder determinar mi propia existencia, sin la presión externa o interna, para conseguir ser plenamente yo mismo, bajo la guía de mis opciones personales meditadas. En este sentido, la libertad como poder de dominación sobre el propio obrar es el motor fundamental de la liberación. Pero la libertad no es un fin para sí mismo, sino que tiende a la comunicación con los demás en el mundo. Así la libertad social, entendida como bien común, hace que esta misma libertad social esté comprometida con la realización de los valores comunitarios: justicia, paz, acceso a los bienes de la cultura, etc., porque la libertad en sí misma no es el valor social supremo, pero sí la condición para la realización de los demás valores. Este valor creativo de la praxis solidaria sólo se realiza en el encuentro auténtico con el otro. Nuestra libertad, en cuanto orientada constitutivamente hacia el otro y hacia el mundo, se expresa necesariamente en el reconocimiento y promoción del otro. Desde esta perspectiva, se entiende que la verdadera libertad es autodonación amorosa del propio ser. La autodonación voluntaria es el acto más perfecto de libertad. En cuanto que no puede entenderse un amor sin libertad, pero tampoco sería comprensible una libertad sin /amor. Un hombre con una vida lograda y plena es aquel que no es prisionero de un mundo cerrado sobre sí mismo, sino el que es capaz de salir fuera de sí mismo, para unirse amorosamente a otro. La autodisposición de sí mismo acontece en la decisión frente al otro, en cuanto que nos realizamos en nuestro otro. En la realización de la unidad de ambos elementos se cumple la libertad.

NOTAS: 1 Fedro, 256b. — 2 Ética a Nicómaco, 1 , 111a . — 3 Metafísica, 1, 2; 982b 25-26. – 4 De Veritate, q. 24 a. 1. – 5 De Veritate, q. 22 a. 7, c. — 6 Ethica 1, prop. 32. — 7 Crítica de la Razón práctica, Prefacio.

BIBL.: ALVIRA R., ¿Qué es la libertad?, Magisterio Español, Madrid 1976; DENNETT D., La libertad de acción, Gedisa, Madrid 1992; GEHLEN A., El hombre, Sígueme, Salamanca 1980; LÓPEZ QUINTÁS A., El amor humano, Edibesa, Madrid 1991; LLANO A., Las formas actuales de la libertad, Trillas, 1983; MERLEAU-PONTY M., La estructura del comportamiento, Hachette, Buenos Aires 1957; MILLÁN PUELLES A., Léxico Filosófico, Rialp, Madrid 1984; SCHELER M., El puesto del hombre en el cosmos, Revista de Occidente, Madrid 1936; SKINNER B. F., Más allá de la libertad y la dignidad, Fontanella, Barcelona 1977.

L. Gordillo