JUDAÍSMO
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Propiamente, no se habla de judaísmo, como forma religiosa peculiar, hasta la configuración que la religión del antiguo Israel recibió en medio de los acontecimientos históricos de la época posexílica o persa. Y es que la historia de la religión de Israel debe estudiarse teniendo en cuenta la clara distinción que hay entre el primitivo yavismo, el judaísmo centrado en el Templo y el Libro, y el judaísmo en los tiempos posteriores a la destrucción del Segundo Templo y la expansión del /cristianismo. La originalidad extraordinaria, el legado esencial de Israel a la humanidad es el monoteísmo.

Resulta esencial comprender que con este nombre no se designa sencillamente a la fe religiosa que cree en la unicidad de Dios. Lo capital en el monoteísmo es la radical trascendencia de Dios respecto del mundo, el cual no es otra cosa, ahora, que creación absolutamente libre de Dios. El centro vivo del monoteísmo está en la desacralización inmisericorde de las realidades mundanales que, aunque canten la gloria del Dios único, no lo simbolizan nunca adecuadamente y mucho menos aún pueden ser consideradas poderes divinos.

Cuando la recensión P del relato de la creación enumera las obras de Dios (Gén 1), no sólo emplea para la acción de Dios un verbo (br') que no se utiliza para ningún otro uso, sino, sobre todo, hace figurar en la lista al sol, a la luna y a las estrellas, a la tierra, los mares y el firmamento, a todos los animales y las plantas; es decir, a todo cuanto los politeísmos próximos a Israel veían de divino. Y Dios, además, trasciende los sexos y, por ello mismo, ni siquiera es en verdad divina la fecundidad de la naturaleza. Por otra parte, Dios, en su obra libérrima, sólo se ha tenido a sí mismo por modelo: ha hecho lo que ha deseado hacer, y, claro está, la creación es intrínsecamente buena.

Junto a esta noción severa de la /trascendencia absoluta de Dios respecto del mundo, es importantísimo destacar que el monoteísmo de Israel no surgió repentinamente de la nada. No sólo no irrumpió en la historia el monoteísmo ya enteramente formado y seguro de sí mismo, sino que su propio nacimiento in nuce está configurado por una experiencia histórica singular. La mediación de la historia es, en adelante, para siempre, un elemento característico de la /religión de Israel, ni siquiera perdido en el judaísmo de la Diáspora o en la comunidad de los pobres de YHWH, en la turbulenta época persa. Ese acontecimiento fundacional es la interpretación, muy probablemente debida a la acción de un genio religioso –Moisés–, de la fuga de un grupo de esclavos semitas del Egipto del Imperio Nuevo, como una intervención de Dios en el tiempo.

I. ORÍGENES DEL JUDAÍSMO.

Israel pudo vincular al Dios revelado en la Pascua del Exodo con el Dios de los Padres, y así lo hizo desde los comienzos. Este Dios de los Padres había sido el Dios de cada grupo de seminómadas preisraelitas, que acompaña la peregrinación de la tribu, y se deja rendir culto en los lugares que ella visita, sin atarse a santuarios. Hay suficientes indicios en favor de que el nombre del Dios de Israel, revelado a Moisés en el desierto, era el de algún pueblo kenita –los madianitas– de la región del Sinaí. Lo importante no está, sin embargo, ni en una cosa ni en la otra, sino en la irrupción en la historia —no en el tiempo circular del mito— de un Dios tan poderoso, que vence fácilmente a los dioses innumerables y antiquísimos que protegen al mayor imperio de la época; y que es, además, un Dios que se manifiesta, desde el principio, apiadándose de los /sufrimientos de un pueblo sin la menor importancia y sin el menor mérito.

La gratuidad indecible de la acción de Dios en favor del que carece de toda protección humana, ha permanecido en el núcleo del judaísmo a través de todos los avatares históricos. En el yavismo primitivo parece haber desempeñado, paradójicamente, un papel importante, favoreciendo el sincretismo que domina la vida religiosa de la monarquía, en especial del reino del Sur. En efecto, YHWH –este nombre podría significar algo próximo a yo estaré (con vosotros)– no sólo se ha vinculado por propia decisión a Israel, sino que ha dejado señales evidentes de que su promesa de eterna /fidelidad y asistencia está produciendo, ya desde el presente, frutos históricos que cada vez serán más claros y numerosos. Esas señales de eterna prosperidad son, fundamentalmente, la dinastía davídica y el Templo. Sión permanecerá para siempre; Israel puede estar tranquilo, mientras cumpla los preceptos rituales y sacrificiales del culto en el Templo y haya rey en Jerusalén. Es decir, puede estar tranquilo, incluso después de haberse dotado de instituciones políticas y religiosas, apenas discernibles de las del entorno cananeo.

A esa situación de ideología sacral, ya casi otra vez mítica y politeísta, responde la actividad originalísima, genial desde el punto de vista de la fenomenología religiosa, de los profetas de la conversión. Con ellos avanza a un paso gigantesco la clarificación del monoteísmo. Y lo hace en el sentido de que estos /profetas, sin disminuir un ápice la concepción de la fidelidad absoluta de Dios, extraen de ella la consecuencia de que Dios puede muy bien volver su formidable poder contra su pueblo, en la medida en que este vive en una seguridad que, de hecho, es el olvido de quién y qué es realmente YHWH. No sólo es el sincretismo religioso creciente, lo que suscita la protesta durísima de la profecía, sino más aún, la falta de /justicia, la división del pueblo, la entrega en manos de laspotencias extranjeras. La viuda, el huérfano, el extranjero –el /bárbaro—y el pobre yacen abandonados, mientras los ricos corrompen a los jueces.

Pero la innovación religiosa que esta crítica supone es que, por primera vez en la historia humana, las relaciones sociales y políticas cotidianas se alzan a la categoría de lugar privilegiado de la relación del hombre con Dios. En su comparación, nada significan los sacrificios constantes del sacerdote. La exaltación del poder de Dios va aquí de la mano con la percepción de su trascendencia moral respecto del mal en el mundo. Dios no se compromete sin más en la defensa de los malos, por mucho que haya favorecido graciosamente en otros tiempos a sus padres. Aquello fue, en verdad, el comienzo de una historia común, de un /diálogo de naturaleza esencialmente moral, a través del cual el pueblo de la Promesa debe fomentar la pureza moral y la clara concepción de la santidad del Dios único entre todos los pueblos de la tierra. Los profetas de la conversión aportaron también al hombre la idea de la seriedad extraordinaria de su /responsabilidad individual y colectiva. La existencia deja de estar respaldada por el inmutable orden sacral del mundo; el mundo se vuelve un lugar de combate en precario por el bien.

Esta profundización en la verdadera naturaleza del monoteísmo hizo posible la superación de la crisis decisiva de la historia judía: la destrucción del templo de Salomón y la deportación a Mesopotamia de una porción importante de las clases dirigentes del reino. La teología deuteronomista supone la primera /teología general de la historia y la primera teodicea histórica. Dios ha empleado contra su pueblo rebelde e infiel a los más grandes dioses de los paganos. Ahora puede ya verse a plena luz la verdad de que sólo hay realmente un Dios. Pero la justicia de Dios no es implacable: está ligada a la alianza sellada con el pueblo y a la promesa de redención. La comunidad de estrictísima fidelidad que se restableció, junto al Templo reconstruido, en la Jerusalén de la época persa, espera el cumplimiento definitivo de estas profecías de esperanza. Poco a poco se constituye ahora el canon bíblico, empezando por los cinco rollos de la Torá. La pureza ritual es parte fundamental de la vida y la esperanza de esta comunidad protojudía. Pero la decepción aportada por la historia es ahora tanto más terrible. En la misma medida se insiste en extremar el aislamiento respecto de las gentes, hasta llegar a una situación en que se produce, en vez de la /liberación política que se creía tan próxima, el cisma de los samaritanos y hasta la inminencia del asedio de Jerusalén.

Por otro lado, las tendencias sincretistas no fueron nunca extirpadas del todo. La mayor prueba de ello la ofrece la traducción griega de la Biblia en Alejandría. Pero también ha deparado abundantes sorpresas la investigación de las instituciones de la colonia de Elefantina, en el Alto Nilo. Y sólo por la misma causa se entiende la helenización de los mismos círculos judíos de Jerusalén, que sin duda colaboró en el tremendo acontecimiento del año 167: el primer ensayo sistemático de erradicación de una religión, llevado a cabo por Antíoco IV contra el judaísmo ortodoxo. No sólo se plantó la imagen de Zeus Olímpico en el Santo de los Santos del Templo, sino que se quemó cuanto ejemplar de la Escritura se halló y se prohibieron el sábado y la circuncisión. Desde el punto de vista religioso, esto significa que el justo, lejos de vivir por su /fe, recibe en este mundo la muerte martirial. La consecuencia no es tan sólo la inclusión, en la fe de Israel, de la inmortalidad personal (la resurrección de los muertos: 2Mac 7), sino la dispersión de tendencias que subsistió hasta la destrucción del Templo por Tito (año 70 d.C.) y, sobre todo, la aparición de la apocalíptica, sin la cual no resulta inteligible el nacimiento del /cristianismo.

II. PRINCIPALES INSTITUCIONES Y GRUPOS DEL JUDAÍSMO PRIMITIVO.

De esta dispersión forman parte el fariseísmo, el saduceísmo y el movimiento esenio, además de los círculos sapienciales en polémica, más o menos amistosa, con la filosofía popular helenística. Conviene recordar que la imagen, considerablemente monolítica, del judaísmo posterior, sobre todo a lo largo de la Edad Media y hasta la Haskalá o Ilustración judía, no se corresponde en absoluto con la que tenía en los siglos inmediatos a la predicación de Jesús de Nazaret. Desde la destrucción del Templo, la práctica totalidad del judaísmo es farisaico, con las divergencias de caraítas y samaritanos. Así, mientras que el judaísmo saduceo rechazaba la vigencia de la llamada Ley Oral y se atenía rigurosamente a la Ley Escrita, el movimiento fariseo, surgido de los grupos de jasidim (piadosos), resistentes a los Seléucidas, enriquecía la Ley Escrita con la interpretación continua de ella, que es la Ley Oral. Esta, que el Talmud supone revelada íntegramente a Moisés en el Sinaí, conjuntamente con la Escrita, permite tanto adaptar los preceptos de la Torá a las necesidades cambiantes de la vida cotidiana cuanto, como enseguida fue necesario, levantar un muro infranqueable en torno a la Torá, de modo que el fiel pudiera asegurarse, en cualquier circunstancia, de no estar violando los preceptos. Hillel y Shammái, los dos maestros antiguos, protagonistas de buena parte de la Misná, son unos pocos años anteriores a la actividad profética de Jesús; podemos remontar a antes de este muchos rasgos esenciales de la espiritualidad talmúdica y, también, desde luego, lo esencial de los métodos de exégesis bíblica peculiares de los rabinos del Talmud.

El incierto origen de los esenios podría estar en relación con una escisión entre los piadosos, a propósito tanto de la interpretación apocalíptica de la realidad cuanto, en especial, de la interrupción de la transmisión sadoquita del sumo sacerdocio de Jerusalén. El Maestro de Sabiduría, retirado en el desierto, en el protomonasterio de Qumrán, rechaza la pureza de los puros de Judá como insuficiente, y prepara en su comunidad, verdadero resto último de Israel, Israel escatológico en sus primicias, el advenimiento del nuevo eón. La apocalíptica prolonga la tendencia de la teología deuteronomista de la historia. Distingue el conjunto del desarrollo de esta, dividido en dos tiempos de sentido moral inverso, separados por una intervención decisiva de Dios. El eón actual está dominado por el /mal. Cada vez crece más el dominio del Príncipe de este mundo. Cuando la situación sea insostenible, llegará la tribulación final, la tentación decisiva, justamente antes del cataclismo en el que Dios juzgará esta historia terrible. El Hijo de Hombre (Dan 7), enviado por Dios, instaurará la justicia de Dios, el reino de Dios. Habitualmente, se pensaba en un tiempo mesiánico, inmediatamente anterior a la transformación definitiva del mundo en reino de Dios. Forma parte de la apocalíptica la posibilidad de leer las señales de la historia como una alegoría, y, por regla general, hay proximidad entre esta literatura de resistencia y los grupos políticos que, al revés que los esenios, decidían conspirar contra el poder pagano en Israel y prepararon las tremendas guerras judías de los siglos I y II. La devastación y, en consecuencia, no ya sólo la prohibición por Adriano de habitar en las inmediaciones de Jerusalén, sino el incremento enorme de la Diáspora, plantearon al judaísmo la necesidad de un reagrupamiento en torno a la Ley y la enseñanza, sin ningún precedente en el mundo antiguo. Tal necesidad aún fue mucho mayor tras Teodosio y la cristianización oficial del imperio romano. La sinagoga fue creación de la tendencia farisea, anterior en muchos años a la situación de la carencia de templo. La sinagoga no es un templo, sino la casa de reunión, donde puede concentrarse el grupo de los estudiosos de la Ley y donde se reza y se celebra en común una liturgia de proclamación de la Ley, en seguida complementada con la lectura seguida de toda la Escritura.

El sanedrín reunido en Yavné, en los tiempos que siguieron a la destrucción del Templo, está en el origen de la recopilación misnáica de la Ley Oral, a la que se debe, en última instancia, la supervivencia milagrosa del judaísmo en la persecución incesante de los siglos posteriores. La Misná pasó a ser el centro de la enseñanza judía, floreciente en el imperio sasánida. De este modo se convirtió en pocos siglos en el núcleo del inmenso comentario (Guemará) que, junto con ella misma, compone el Talmud. En él no se da entrada únicamente al material halájico (las colecciones de leyes), sino también a los relatos haggádicos, hasta cierto punto comparables con las parábolas evangélicas y con las hagiografías helenísticas. Pero lo más llamativo de la sorprendente retórica de los textos talmúdicos es que no suelen dejar definitivamente clausurada la discusión que relatan, y, aun cuando lo hacen, de todos modos se toman mucho trabajo en reproducir cada una de las sentencias que intervinieron en la controversia, mostrando de hecho la importancia insustituible de cada una, como un paso en el camino siempre abierto de la interpretación. La lectura talmúdica de la Biblia se cifra en un esfuerzo de adaptación del precepto a la situación presente, que se basa en que la interpretación nunca queda cerrada para todo futuro.

Ningún sincretismo ha podido superar el hecho notabilísimo de que los escritos fundamentales del judaísmo de todos los tiempos evitan la especulación sobre la naturaleza de Dios. Dios, en sí mismo, permanece perfectamente oculto a la mirada de la sabiduría humana, que, en vez de intentar la empresa de conocerlo así, sólo se refiere a él a través de la mediación de la Escritura. Esta verdad rige incluso para la mística de los Palacios y el Carro (la Merkavá descrita por el profeta Ezequiel), y aun para el Zohar y, en general, la Cábala. Este aspecto tan sobresaliente del judaísmo, concorde en todas las formas variadísimas de su ortodoxia, y hasta común con las formas heterodoxas de ser judío, testimonia la fuerza con la que el monoteísmo ético y aun político ha permanecido siempre siendo el corazón de esta religión. Esto se refleja en cuestiones tan importantes de la fenomenología religiosa como la oración y la piedad personal, que se hallan prácticamente siempre referidas a la /comunidad.

La búsqueda personal de Dios se encuentra siempre mediada por el reconocimiento de la vinculación especial de Dios con el pueblo a través de la Ley. Dios es /amor y justicia a partes iguales. Por esto ha permanecido en la esencia del judaísmo la mediación de la historia. La /esperanza es la clave de la vida judía en todas sus formas. Y esta esperanza no está sólo con la vista fija en el fin de los tiempos, sino que implica actividad decidida por la mejora moral y material de la situación del mundo. El fariseísmo ha destacado con fuerza el papel fundamental que, en el advenimiento de la época mesiánica, tiene que desempeñar el trabajo del hombre. Todo lo cual matiza aún más trágicamente el destino de persecución y exilio sufrido milenariamente por los portadores de esta sabiduría. Además, en el judaísmo no hay ortodoxia. Todavía en la actualidad cabe hablar de las múltiples maneras de ser ortodoxo, pero esto significa las múltiples maneras de cumplimiento de los seiscientos trece preceptos, y no el acatamiento de un dogma definido por alguna autoridad religiosa. El cumplimiento de los preceptos trata de realizar la santificación de todos los aspectos de la vida cotidiana.

Otra característica del judaísmo, desde hace dos mil años, es la ausencia de actividad misionera o proselitismo, en contraste con lo que sucedía en el imperio romano en tiempos de Jesús. Ser judío es cosa que se trasmite por mera herencia materna, pero, fuera de ello, no es ya nada que se vincule con raza alguna. A la vez, el judío no considera en absoluto que sólo siéndolo pueda el hombre vivir adecuadamente su relación con /Dios y con el mundo. El judaísmo lleva sobre sí un duro peso de deberes, pero no cabe hablar de privilegios en virtud de la elección y la alianza divinas. Todavía otro rasgo general del pensamiento judío es que su sentido profundo de la orientación de la /historia, desde la creación hasta los tiempos mesiánicos, comporta una comprensión del tiempo y de todas las criaturas inversa a la que pensaba Grecia. Habría que tratar de entender la creación no, en modo alguno, como una degeneración de lo divino; antes al contrario, como un crecimiento de ser, al modo, quizá, de una evolución creadora. Dios no es el Imperturbable, ni el tiempo es algo indigno de su atención.

III. LA FILOSOFÍA JUDÍA CONTEMPORÁNEA.

Comenzada en la Haskalá alemana, y relanzada por el neokantismo peculiar del último Cohen, sigue siendo una crítica radical del primado de la /ontología sobre la /ética. En F. Rosenzweig adopta la forma de la crítica de Hegel, sobre todo, de la crítica al concepto de /Totalidad, utilizado como supuesto básico de la filosofía de origen griego. En M. Buber la ruptura de la Totalidad se expresa en la escisión de la existencia, cuando está marcada por la relación dialogal /yo-tú, de aquella otra manera de ser hombre que está anclada en la /relación no dialógica yo-ello. Cohen había reservado a la religión un papel necesario en el sistema de la filosofía crítica, al observar que la ética kantiana tiene éxito en la constitución del nosotros comunitario, pero que fracasa por completo si se intenta que ella misma constituya el significado del pronombre tú.

Pero quizá las posibilidades filosóficas del judaísmo rabínico estricto aparezcan, más bella y hondamente que en ningún otro lugar, en los textos de E. Lévinas, descendiente de la tradición del Gaón de Vilna. En cierto sentido, podría decirse que el trabajo de Lévinas, que intenta poner un prólogo judío a la filosofía de los griegos (un prólogo que desdice, en cierto modo, cuanto en ella se dice), y hacer hablar así en griego a una / sabiduría que proviene de otra fuente, cierra la posibilidad que se abrió en la teodicea histórica deuteronomista. Lévinas ha traspasado el límite de males que es la Shoá, la catástrofe traída por los nazis. Esto hace que procure sobrepasar la radicalidad de la ética kantiana y de la misma religión de la razón de Cohen, en la dirección de la desautorización de los derechos ontológicos y justicieros de la historia. La distancia irrecuperable entre Dios o el Bien y el mundo histórico, deja a este abierto siempre a la posibilidad del juicio de Dios, que se dirige a cada persona en cada instante, como la paz que es capaz de trastornar la lucha incesante en que consiste el ser. Lévinas ha intentado, pues, una superación no apocalíptica de la filosofía de la historia y, necesariamente, a la vez, una nueva filosofía basada en la /palabra y la audición que interpreta, y no ya en la luz, la visión y la neutralidad del ser y de la idea.

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M. García-Baró