FIDELIDAD
DicPC


La reflexión sobre la fidelidad ha recuperado su importancia en los últimos años, impulsada por la creatividad de algunos filósofos personalistas, e incluso por las nuevas corrientes empresariales norteamericanas, que la entienden como un valor emergente a revalorizar. Aunque también otra corriente, contraria a estas, considera que la fidelidad es la virtud de los débiles. Así nos dice críticamente Y. Jolif: «Exceptuando algunos grupos minoritarios —tanto más agresivos cuanto más aislados se sienten—, la antigua doctrina sobre la fidelidad se ha vuelto demasiado abstracta, ha perdido su fuerza, está suscitando, incluso, la desconfianza; sospéchase en ella un frío conservadurismo, un cierto miedo al riesgo, que incitan secretamente a prevenirse contra las luchas de la vida; no se es fiel a lo que se ha sido, sino para acallar la conciencia de no serlo ya en absoluto a las exigencias de lo que se debe ser. El hombre fiel ha muerto antes de tiempo; lo que él llama su vida no tiene más consistencia que la de un nostálgico recuerdo»1. Por otra parte, como afirma G. Marcel, ¿cómo es posible hablar hoy de fidelidad, en «un mundo cuya estructura es tal que tolera esto que he llamado una deserción absoluta»?

I. ETIMOLOGÍA E HISTORIA.

El término castellano fidelidad proviene del latín fidelitas-atis y vendría a significar lealtad, cumplida adhesión, observancia de la fe que uno debe a otro, verdad, sinceridad, constancia en los afectos y en el cumplimiento de sus obligaciones; en definitiva, denota a aquel que cumple sus promesas y por ello se muestra digno de confianza. En el Antiguo Testamento podemos apreciar que el término hebreo verdad, 'emet, deriva de la misma raíz que el término que designa la fe, `emunah, mientras que la raíz 'mn significa estar seguro, firme, sólido. `Emunah expresa primariamente lo firme, lo que se mantiene, y en el sentido de las relaciones humanas vendría a significar fidelidad, lealtad, /confianza. Igualmente, cuando se utiliza en referencia a lo justo, significaría rectitud o sinceridad. En la versión de los LXX se traduce en todos los casos `emunah por alétheia (verdad). La Biblia llama en muchas ocasiones a Yavé el «Dios de la fidelidad» ('el 'emuhah), asociando en numerosas ocasiones este término al de hesed, misericordia, como atributos definitorios de la actividad creadora y salvífica de Yavé. Igualmente, las personas en que se puede confiar son calificadas de 'emet: «Puse al frente de Jerusalén a mi hermano Janaí y a Jananías, jefe de la ciudadela, porque era un hombre fiel ('emet) y temeroso de Dios como pocos» (Neh 7,2). En contraste con el pensamiento griego, el hebreo no entiende la fidelidad de la persona como una actitud o cualidad en sí misma, pues para el semita lo esencial es lo relacional y, por esto, la fidelidad se da, o no, en la convivencia entre los hombres. Mientras para los griegos uno es fiel, para los semitas uno vive fielmente. Entre los romanos la fidelidad era entendida como la buena fe que debe presidir las convenciones públicas de los pueblos y en las transacciones privadas entre las personas. En la antigua religión romana, la fidelitas fue personificada y divinizada; su templo se encontraba en el Capitolio, cerca del de Júpiter. Los poetas le cantaban y la llamaban casta, sagrada, santa e incorrupta. También la sociedad medieval representa un tipo de sociedad basado sobre la idea de la fidelidad, entendida como la obligación que tenía el vasallo de presentarse a su señor y rendirle homenaje, quedándole sujeto y siendo denominado hombre del señor. Este, a su vez, se comprometía a su defensa y protección y a impartir justicia y desagraviarle. Pero no sólo los vasallos juraban fidelidad a sus señores; estos, a su vez, debían prestar fidelidad, formando una estructurada jerarquía de fidelidades. Incluso existió una orden de caballería denominada Orden de la fidelidad, siendo la más antigua, fundada en 1672 por Cristian V, rey de Dinamarca. Ortega y Gasset añoraba en cierto modo esta relación basada en la fidelidad: «Durante la Edad Media las relaciones entre los hombres descansaban en el principio de la fidelidad... Por el contrario, la sociedad moderna está fundada en el contrato. La fidelidad, su nombre lo indica, es la confianza erigida en norma... El contrato es, en cambio, la cínica declaración de que desconfiamos del prójimo al tratar con él, y le ligamos a nosotros en virtud de un objeto material –el papel del contrato–, que queda fuera de las dos personas contratantes... ¡Grave confusión de la modernidad! Fía más en la materia, precisamente porque no tiene alma, porque no es persona. Y, en efecto, esta edad ha tendido a elevar la física al rango de la teología»2.

II. LA FIDELIDAD COMO COMPROMISO VITAL.

En nuestra sociedad percibimos cierta dificultad para adoptar como positivo y vitalmente necesario el sentido de la fidelidad: ¿por qué hay que autolimitar las posibilidades de cada uno?; ¿hay algún principio, alguna realidad que me inste a comprometer toda mi existencia en él?; ¿podríamos adoptar hoy el lema: «Vale más la fidelidad que la vida»? Entre nosotros se dan argumentos críticos con respecto a la fidelidad. Sirvan como ejemplos los siguientes: a) No hay ninguna esencia del hombre a la que le haya que ser fiel (J. P. Sartre); por lo tanto no es precisa la fidelidad a una esencia, el hombre se hace en su existencia, no hay nada predefinido, todo está por hacer. Frente a una esencia del hombre, este se define como libertad absoluta y como tal no sería nada, sino que llegaría a ser. b) El cuestionamiento de una noción abstracta y esencialista de naturaleza humana, que llega a definirse por su interna capacidad de cambio, en la que no bastaría el hecho, sino, sobre todo, la situación en que se diera. c) La sinceridad como principio rector de la conducta humana puede ocasionar tanto injusticias como indefensiones. Pareciera que esto fuera deseable siempre, y no tanto el hecho de tener que representar determinadas acciones si no son deseadas en ese momento: «El compromiso incondicional y la fidelidad podrían, pues, caer bajo la sospecha de insinceridad para consigo mismo y para con el otro» (G. Marcel), olvidando incluso la máxima de La Rochefoucauld: «La violencia que se hace para permanecer fiel al que se ama no significa más de lo que representa una infidelidad». d) Una ética basada en el ideal nietzscheano de la voluntad de vivir, y entendiendo vivir como poder, que haría rechazar cualquier moral, excepto la del señor, opuesta a la moral del esclavo y del rebaño. Bondad, humildad, fidelidad son valores inferiores. El hombre fiel disimularía su impotencia maquillándola de virtud.

Lo cierto es que ciertas formas de concebir la fidelidad han servido para desprestigiarla, como cuando se confunde la fidelidad con la simple constancia. En efecto, como dice Gabriel Marcel: «Un ser constante... puede hacerme ver que se atiene simplemente a no cambiar, que se obliga a no mostrarse negligente en tal o cual cuestión en que pudiera dudarse sobre si se cuenta con él; puede cifrar su honradez en cumplir exactamente sus deberes para conmigo, en cuyo caso... su constancia está, evidentemente, centrada sobre la idea que ese hombre ha llegado a formarse de sí mismo y en atención a la cual no quiere desmerecer. Pero si su conducta verdaderamente produce en mí el sentimiento o convicción de ser por tranquilidad de conciencia por lo que se testimonia su simpatía, de una u otra forma, podré decir de él que es irreprochable, que se muestra enteramente correcto. Pero, ¿cómo confundir esta corrección con la fidelidad propiamente dicha? Aquella no es más que un simulacro... En realidad, y hasta en conciencia, no puedo —si no es devaluando implícitamente las palabras— decir de él que haya sido o sea un amigo fiel»3. Además, la fidelidad muestra su rostro ambivalente en la frecuente deserción; hay quienes desertan de algo por fidelidad a un valor que se le aparece como superior; del mismo modo, también hay quienes perseveran por fidelidad. Pero también hay quienes permanecen exteriormente fieles, con una aparente fidelidad, cuando con más propiedad habría que hablar del miedo a lo que la ruptura de esa falsa fidelidad le deparare. Obviamente, la fidelidad no tiene absolutamente nada que ver con los comportamientos de ciertos animales domésticos, ejemplo de conducta fiel; siendo, en todo caso, lo contrario, por cuanto el animal no puede ejercer su libertad, no es señor de su vida y, por lo tanto, al no elegir su vida, no puede considerarse modelo de fidelidad. En verdad, la fidelidad ha de ser de una manera primordial fidelidad a sí mismo, conformidad con las experiencias propias del yo, siendo consciente de esa lucha vital entre la sinceridad y la fidelidad a la opción fundamental de vida: «Una persona no llega a su plena madurez sino escogiendo fidelidades que valen más que la vida»4. Sin que esto signifique olvido de la alteridad; pero sólo se puede ser fiel al otro si se es fiel a sí mismo. Ser fiel significa lo contrario del dogmatismo, tanto al dogmatismo racionalista, como al dogmatismo fideísta; el hombre fiel es aquel que postula la dinámica claridad de las ideas y creencias frente al fixismo oscurantista de unas y otras. El fiel es, por tanto, favorable al /diálogo, tanto interior como exterior, en cuanto que supone poner en suspenso sus propias ideas y creencias, como paso necesario para confirmarlas, o, si es preciso, para cambiarlas o incluso abandonarlas. La mera y mecánica fidelidad a un principio, simplemente porque es un principio, es una idolatría. Tanto en los que están sujetos mortecinamente a la ley petrificada como en los sujetos a la ley del instante, se aprecian actitudes enfermizas que denotan miedo a su propia realidad. Bien distinta es la aceptación tanto del presente como del pasado y del futuro; vendría a ser como el pastor que, para lanzar una piedra de atención a su rebaño, realiza un movimiento hacia atrás, para desde ahí lanzar con mayor fuerza hacia adelante; el hombre fiel es aquel que, en su apuesta por el futuro, recoge todo lo que es, es decir, sus experiencias, sus tendencias, sus anhelos, su presente pasado y su pasado presente; en marcha hacia un futuro, que quiere ser, que gime por ser, que lucha por ser. Como tal realidad dinámica, siempre estará expuesta a la intemperie de la reflexión personal, a la autocrítica y a la demanda del otro, serena unas veces y desbocada otras, así como de la experiencia asumida que huye de la falsa seguridad.

La fidelidad, por tanto, es una experiencia de profunda autonomía, por cuanto es libre decisión y expresión de la /persona; es el hombre mismo el que decide a qué, y de qué manera va a orientar su propia vida, siendo en este sentido profundamente creadora, pues tiene la posibilidad de recrear su propia vida, llegando a una especie de segundo nacimiento; siendo consciente de que uno se reconoce a sí mismo cuando se siente reconocido por el otro, cuando siente que es alguien para alguien. De no ser así, se vería uno encerrado en una estéril soledad que le conduciría inevitablemente hacia el solipsismo o hacia la muerte. Por tanto, quiero ser fiel para ser yo mismo, lo mejor de mi yo-mismo, no sólo el yo fugaz de un momento aislado, sin continuidad, que tantas veces me reconozco, sino aquel que está enraizado en todo un proyecto de vida asumido libremente. Es respuesta a esa llamada que cada uno siente desde lo más profundo de su yo; es el dinámico crisol entre lo que uno siente que debe ser y lo que uno percibe que está siendo. La fidelidad es provocación, llamada a ir hacia adelante, dejando atrás, y sin volver la vista a ellos, los sinuosos caminos que trazamos para seguir la invitación, gozosa y siempre costosa, de lo que uno quiere llegar a ser. La fidelidad, en definitiva, nada tiene de sujeción a una seguridad, y, aunque no es posible olvidar nuestra historia personal, no está domesticada ni por lo que uno fue, ni incluso por lo que uno es; en todo caso, se trata de confirmar el señorío sobre la propia existencia y la apuesta por la vida buena que uno desea. Además, para ser fieles a /otro es imprescindible tener confianza en el otro, pero «con anterioridad a que tenga lugar la confianza, es decir, el fiarse mutuamente, debe darse necesariamente la en-fianza, como un momento interior, es decir, el fiarme yo del otro y el otro de mí»5.

NOTAS: 1 J. Y. JOLIF, Fidelité humaine et objectivité du monde, LumVie 110 (París 1972) 27. – 2 J . ORTEGA Y GASSET, El espectador, Salvat-Alianza, Madrid 1969, 125. – 3 G. MARCEL, Filosofía concreta, Revista de Occidente, Madrid 1959, 174-175. — 4 E. MOUNIER, Le personalisme, Seui1, París 1965, 68. – 5 M. MORENO VILLA, El hombre como persona, 80.

BIBL.: AYEL V., Compromiso y, fidelidad, Claretianas, Madrid 1977; MARCEL G., Ser y tener, Caparrós, Madrid 1995; ID, Aproximación al misterio del Ser, Encuentro, Madrid 1987; MORENO VILLA M., El hombre como persona, Caparrós, Madrid 1985; MOUNIER E., El personalismo, en Obras completas 111, Sígueme, Salamanca 1990; NÉDONCELLE M., De la fidelité, Aubier, 1953; WAJSBROT C. (ed)., La fidelidad, Cátedra, Madrid 1992.

A. Martínez Marcos