CORAZÓN
DicPC

 

1. CONSIDERACIONES HISTÓRICAS Y ETIMOLÓGICAS. Corazón es un concepto intuitivo, simbólico, que más allá de lo físico y lo metafórico, hace referencia a algo interior al hombre, en cuanto designa la unidad y la totalidad del ser humano. El corazón, ese órgano biológico situado en el centro físico de la ->persona, que es el motor de su ->vida y que, al pararse, produce la muerte, ha sido usado para señalar, prácticamente en todas las culturas, no sólo el núcleo de la vida física, sino también la existencia humana en su integridad físico-espiritual.

Desde su origen etimológico, el vocablo, más que al órgano fisiológico, hace referencia a su simbología. Proveniente de la raíz indoeuropea krd, que significa corazón, centro, medio, ha dado origen a la palabra española corazón, entre otras lenguas, como en la griega xapdía y en la latina cor, cordis. En Homero designa el lugar de las pasiones y emociones, pero también sitúa en la xapdía el pensamiento1.

En el Antiguo Testamento en corazón (lêb) también encontramos los dos sentidos: el directo o físico y el figurado o simbólico. El lêb es el centro de la vida psíquica y espiritual del ->hombre y no sólo de la vida sensitiva; hasta el punto de que se confunde en algunos textos (1Sam 2,35; Dt 6,5) con el alma -si es que se puede traducir así el vocablo nephes2. En resumen, del corazón humano surgen los sentimientos y las emociones, pero también es el lugar de la inteligencia y de la ->voluntad (1Re 8,17).

El mundo antiguo ha utilizado el corazón para designar la totalidad del hombre, con un predominio, en la civilización occidental, de los conceptos relativos al mundo de los sentimientos (sede de las sensaciones y emociones), al que se añade en las culturas orientales el aspecto intelectivo (también es la sede del pensamiento, de la inteligencia). En las religiones orientales, en la bíblica y la islámica, expresa el núcleo, lo medular de la persona humana, su mismidad. El corazón humano, como centro de la vida, es el yo del hombre, su parte más íntima, su ->personalidad con toda la riqueza de sus manifestaciones anímicas, emocionales e intelectivas.

Incluso en la cultura precolombina del mundo náhuatl se concebía a la persona como ->rostro. Lo propio del hombre maduro es ser «dueño de un rostro y un corazón»; adulto es el que posee «un corazón firme como la piedra». Y curiosamente, coincidiendo en cierta medida con la tradición bíblica, la cara (in ixtli) y el corazón (in yóllotl) coinciden en el hombre, simbolizando ambos lo que denominaríamos «fisonomía moral y principio dinámico de un ser humano»3. Los nahuas atribuían al corazón el dinamismo de la voluntad y la concentración por excelencia de la vida personal.

En el pensamiento moderno es Pascal quien, siguiendo la intuición agustiniana de la «lógica y el orden del corazón», al dar importancia a las «razones del corazón», lo convierte en el centro del pensamiento, haciéndole regular no solamente las relaciones personales, sino también el conocimiento de las cosas. El proyecto filosófico pascaliano puede rezar así: «Hacer volver a los hombres a su corazón»4. El razonamiento lo concibe como una cesión al ->sentimiento y piensa que los hombres toman frecuentemente su imaginación por su corazón. Su pensamiento que dice «conocemos la verdad no sólo por la razón, sino aun por el corazón»5 viene a significar una explosión de la cautividad del yo solitario cartesiano, implicando al otro humano y al Otro absoluto en la razón del corazón, en tanto que razón dialógica: co-razón. Con razón advertía A. Machado: «Atención, un corazón solitario, no es un corazón». Por eso concibe la fe como «Dios sensible al corazón, no a la razón»6. En efecto, «el corazón tiene sus razones que la razón no conoce» y estas razones las conoce la persona en la entrega al otro, pues el otro me es necesario incluso para mi conocimiento, ya que el yo se ama y se conoce ->a sí mismo naturalmente, según se entregue en cada caso»; aunque también es posible el endurecimiento «contra uno o contra el otro»7. De esta forma anticipa Pascal, en cierto sentido, la dialéctica entre el alma bella y el corazón duro de la Fenomenología del Espíritu de Hegel. Para Pascal, pues, la persona es un corazón que se entrega. Por eso el personalismo puede sostener que «una persona sólo se autopercibe como tal desde la interpelación del ->otro y no desde la autocontemplación de sí misma; la persona que se busca a sí misma en sí misma se pierde y sólo se encuentra en el encuentro con el otro, es decir, cuando se entrega»8.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA. La reflexión actual nos muestra que las culturas han optado por esta palabra para designar en el ser humano su centro personal, el motor de sus pulsiones, la sede de su intimidad, la fuente de sus relaciones afectivas con los otros. No es, pues, de extrañar que el corazón se entienda como ese punto donde se tocan y convergen las experiencias anímicas, con las funciones fisiológicas. Esto significa que en el concepto corazón se supera el dualismo platónico (con su triple división del alma) y emerge de él la convicción de que la persona humana es una totalidad, un ser unitario. La persona experimenta el corazón como el centro en el que confluyen lo corpóreo y lo espiritual del hombre, haciendo de ella una unidad. Aspecto, por otra parte, nada novedoso puesto que la primera carta de san Pedro hablará ya de «el hombre interior del corazón» (lPe 3,4).

A esta concepción simbólica del corazón como centro de la persona, se une la evidencia de que todo centro es por naturaleza plural, pues en él se condensa todo lo que el hombre es y, por tanto, de él nacen la variedad de experiencias, opciones y manifestaciones anímicas que le caracterizan como persona abierta a los demás. Con la voz corazón, entonces, expresamos la pluralidad de las experiencias corpóreo-espirituales del ser humano, lo que le define más íntimamente y lo que mejor puede manifestar de sí mismo. De aquí se deriva que el corazón sea simbólicamente ese lugar donde la persona humana se descubre a sí misma como tal y desde donde entra en relación con las otras personas. Allí donde el hombre «puede estar junto a ->sí mismo», y desde la libertad, comunicarse con los otros, siendo con (mit-Sein) los demás, en la afortunada expresión de M. Heidegger. Al entender el corazón como el yo de la persona, como su mismidad, solamente desde el corazón puede salir el ser humano al encuentro del (->yo y tú) (M. Buber), del otro, no como alter ego, sino como totalmente otro (E. Lévinas).

Si el corazón es el centro de las emociones y los sentimientos, lo es también de las relaciones. «El corazón humano limita en todo momento con Dios y está siempre orientado a los demás hombres» (K. Rahner). Y porque en su corazón el hombre está junto a sí, nacen de él sus realidades últimas e íntimas, y las sigue con certeza. El dominio del corazón será, entonces, el señorío del hombre sobre sí mismo, sobre sus sentimientos, emociones y pulsiones, expresión de la más absoluta ->libertad, pues sólo se puede entregar al otro quien verdaderamente se posee a sí mismo.

No debe extrañar que los principios morales tengan su sede en la ley del corazón; ley que en el Nuevo Testamento va unida a la conciencia (Rom 2,15; Un 3,17-20), y que Kant veía como esa tendencia natural que tiene el hombre de acoger la ley moral. Desde esta concepción simbólica, Hegel puede afirmar que «no basta (...) que los principios morales, la religión, etc., estén sólo en el cerebro: deben estar también en el corazón»9. Pero al nacer la norma del obrar humano de algo tan subjetivo como puede ser el yo-corazón, tiene el peligro de convertirse, cuando la persona se encierra en el individualismo, en norma absoluta, haciendo así que la ley particular tenga valor universal, y es, en este caso, la ley de los otros corazones lo que se hace inflexible y flagelante para el individuo. De ahí que solamente un corazón enteramente libre sea capaz de relación, dispuesto a aceptar la verdad de los otros.

Para las religiones, el corazón es el punto donde se unen el espíritu y la materia. Para los hindúes se ha de considerar el corazón como la morada de Brahma. Para la mística islámica, Alá, al que no puede contener el cielo y la tierra, está contenido en el corazón de los creyentes, ya que, como dice uno de sus representantes (Jili), cuando el Corán habla del Espíritu divino insuflado en Adán, se trata del corazón. Para el mundo bíblico, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el corazón aparecerá como el concepto privilegiado para expresar las relaciones con Dios. El corazón es así la sede de la religiosidad y el lugar donde el ser humano limita con Dios. Desde el corazón el hombre se abre a la Trascendencia y entra en relación con el Otro Absoluto, ya que su centro primario está abierto a Dios y posibilita la apertura al que le trasciende y le llama a ser y a obrar.

Y si la esencia del hombre es social, comunitaria y relacional, si el hombre se siente vinculado y se entiende dentro del concepto universal de la humanidad, su ser-con le hace que, desde su yo más íntimo, se comunique con los otros hombres. Sus sentimientos y sus emociones son siempre producto del contacto con la realidad circundante y, como tal, el corazón será también la sede de la calidad de sus relaciones con los otros. Abierto al tú, lo tendrá que hacer de corazón, y así en su obrar comunitario amará, perdonará, se dará, y pondrá el corazón y se entregará de corazón al otro. El tesoro de la persona es el Otro; el mandamiento bíblico impele a amar a Dios con todo el corazón. Por eso Dios es el mayor legado del hombre: «Donde esté tu corazón, allí está tu tesoro», podríamos decir parafraseando el evangelio (Mt 6,21). Mas la concreción de ese amor a Dios y de que en Dios está el mayor tesoro se explicita en el amor cordial al otro humano, pues nadie ama a Dios si no ama a su prójimo.

III. CONSIDERACIONES PRÁCTICAS. «Te hablo con el corazón en la mano», decimos cuando queremos expresar la sinceridad de lo que hablamos. En nuestra entrega y en nuestra relación con los demás podremos, sin embargo, no tener corazón, o también endurecerlo. Podremos tener un corazón grande o ser mezquinos de corazón. De una u otra manera el hombre saldrá de su ->mismidad y quedará encerrado en ella: en, desde y por el corazón. Podrá tener en él su intimidad guardando las cosas y viviéndolas en su corazón; o podrá dejar anidar en él su individualismo excluyente y su soledad egoísta; porque cuando la persona se autonomiza de modo absoluto y a costa del otro, entonces se fetichiza o se encierra en su limitada finitud, cerrando su corazón, enroscándose en el círculo solipsista de su propio yo; y de esta forma, buscando su crecimiento, se empequeñece y acaba autoaniquilándose. Y, por el contrario, cuando desde una conciencia verdaderamente libre, la trascendencia y la comunión se abren a la relación con los demás desde su intimidad, desde ese punto de encuentro de lo material y lo espiritual que es el corazón, el ser humano hace de su corazón la expresión de la grandeza existencial y de la dignidad que tiene como persona.

NOTAS: 1 HOMERO, Ilíada, 21, 547. - 2 Cf G. VON RAD, Teología del Antiguo Testamento I, 204. - 3 M. LEÓN-PORTILLA, Toltecayotl. Aspectos de la cultura náhuatl, FCE, México 19925, 192. - 4 B. PASCAL, Pensamientos, § 8. 5 ID, § 497. - 6 ID, § 481. -7 ID, § 477. - 8 M. MORENO VILLA, El hombre como persona, 108. - 9 G. W. F. HEGEL, Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Porrúa, México 1985, § 400.

VER: Alegría, Alma, Amistad, Amor (agápé, éros, philía), Donación, Verdad.

BIBL.: ABBAGNANO N., Corazón, en Diccionario de filosofía, FCE, México 1989', 244-245; CHAVALIER J., Corazón, en Diccionario de los símbolos, Herder, Barcelona 1988, 341344; HEGEL G. W. F., Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Porrúa, México 1985; MORENO VILLA M., El hombre como persona, Caparrós, Madrid 1995; PASCAL B., Pensamientos, Sarpe, Madrid 1984; RAHNER K., Corazón, en Conceptos fundamentales de la Teología I, Cristiandad, Madrid 19792, 308317; VON RAD G., Teología del Antiguo Testamento 1, Sígueme, Salamanca 1978°.

J. F Cuenca Molina