CONCIENCIA MORAL
DicPC

 

Con la palabra conciencia entra en el lenguaje un término que, en general, goza hoy de gran estima y es considerado uno de los conceptos clave del ethos actual. En una sociedad pluralista y, en parte, secularizada como la nuestra, constituye un tema siempre recurrente en la mayoría de las ramas del saber, un fenómeno que no puede ser soslayado ni siquiera por las teorías que reducen o rechazan la responsabilidad individual de la persona. No obstante, frente a quienes la exaltan como el máximo exponente de la autonomía moral y del carácter inviolable de los derechos humanos, otros muchos atribuyen su vigencia y relevancia al hecho de que funciona como órgano de adaptación, como factor de manipulación o de simple proceso de socialización. Se trate de ocaso o de alborada de la conciencia, una cosa es cierta: no existe una terminología unívoca, ni una definición admitida por todos, ni una opinión unánime sobre lo que con ella se quiere expresar. Más aún, cabe afirmar que no es Posible definirla, por tratarse de un concepto que abarca diversos estratos del psiquismo humano y representa una instancia de difícil interpretación. Plenamente conscientes de estas aporías, es imprescindible adentrarse, a través de múltiples aproximaciones, en este concepto poliédrico.

1. ESBOZO HISTÓRICO. Cualquiera puede comprobar que el término conciencia aparece y desaparece de modo intermitente a lo largo de los siglos, lo que indica que numerosos y renombrados autores han tenido a bien usar otros términos para referirse al fenómeno que solemos designar con el vocablo conciencia. Además, podemos constatar la polivalencia semántica del término, de suerte que el discurso sobre la conciencia varía de una época a otra y de un autor a otro. Con razón se ha dicho que, si se desea individuar cada uno de los significados que se refugian bajo esta polivalencia semántica, habrá que contar con una iniciación parecida a la que se requiere para poder distinguir cada uno de los árboles que forman al bosque. Pero, afortunadamente, la cosa es más antigua que el término y la metáfora precedió a la palabra. Así se explica que, mucho antes de que surgiera el término y se elaborara una definición científica, el genio popular ya intentó descubrir y comprender, de forma intuitiva, la naturaleza de la conciencia moral. El feliz intento ha quedado plasmado en un rico y policromado ramillete de metáforas, comparaciones poéticas y escenificaciones ritualístico-mágicas. Nos ceñiremos a presentar algunos hitos históricos del proceso que ha hecho posible la elaboración de una sólida conceptualización de la conciencia en la alta escolástica, pero que sigue estando sujeto a múltiples y variadas incertidumbres interpretativas.

1. La antigüedad grecorromana. Ya los escritos egipcios hablan de una instancia que tiene su sede en el interior del hombre, sigue su conducta con mirada crítica y, llegado el caso, le reprende. Serán los griegos quienes utilizan el término syneidesis (Demócrito), como sinónimo de saber o entender. En virtud del subsiguiente proceso, la syneidesis se decanta de saber referido a contenidos morales a facultad espiritual en la que resuena la voz de Dios; Aristóteles, al subordinarla a la 7razón, la entiende como una instancia para conocer los principios morales y aplicarlos a cada caso particular; los estoicos, a su vez, la identifican con la razón (logos) del hombre, que es la chispa del logos del mundo. En resumen, el concepto syn-eidesis (que Cicerón reproducirá literalmente con la palabra cumscientia) evoluciona así hacia una noción notablemente marcada por las características de subjetividad (subjetivismo), interioridad y referencia al mundo lógico-racional y al mismo tiempo divino.

2. El mundo bíblico. El Antiguo Testamento, al igual que las religiones antiguas, carece de un vocablo específico, ya que las experiencias relacionadas con la moralidad suelen expresarse mediante los órganos internos de la persona. En este sentido, el ->corazón (850 veces en el Antiguo Testamento) es la sede de los pensamientos y sentimientos, es el centro del itinerario ético-religioso del pueblo de Dios y de cada uno de sus miembros en el horizonte de la alianza. La conducta humana tiene su fuente en las decisiones del corazón, aunque siempre en el seno de la tradición comunitaria. Conviene recordar, sin embargo, que el Antiguo Testamento no muestra un especial interés por el tema de la conciencia, ya que el hombre paleotestamentario tiene una peculiar concepción de ->Dios, marcada por la inmediatez de su experiencia y por la vigencia profunda de Yavé como un Dios misericordioso que perdona. Los evangelios sinópticos y los escritos joánicos acogen y prolongan estas enseñanzas y, al mismo tiempo, las someten a un proceso de fuerte interiorización y universalización. Por eso mismo, el corazón, los ojos y la luz interior son las expresiones usadas para denotar la orientación de toda la persona ante Dios. En el contexto de esta tradición, Pablo toma de la filosofía popular el término syneidesis, que aún oscila entre los significados de consciencia y de conciencia, incorporándolo al lenguaje cristiano (aparece 31 veces en los escritos paulinos), y traduce las enseñanzas bíblicas a las categorías populares del mundo helenista. Cruce de la tradición grecorromana y la bíblica, Pablo propugna el estatuto de la conciencia moral antecedente y de la conciencianorma, con el que se encuentra íntimamente relacionado el discernimiento moral, así como el estatuto de la conciencia moral subjetiva (cf 1Cor 8-10; Rom 14), despojando así al razonamiento de la conciencia de cualquier carácter mítico. Para Pablo la conciencia es una magnitud subjetiva cuyo imperio en el orden moral tiene que compadecerse con la primacía de la ->caridad fraterna, el papel del Espíritu Santo, la permanente dependencia ante Dios y la reserva escatológica. Quizás la identificación entre conciencia y fe sea el rasgo más característico de la intuición paulina.

3. De la patrística a la teología medieval. La tradición cristiana mantiene, con las lógicas variaciones y matices, las dimensiones de la concepción bíblica de la conciencia. A pesar del cada vez más recurrente influjo del pensamiento platónico y estoico, los Padres de la Iglesia subrayan, sobre todo, el carácter espiritual de la conciencia en cuanto foco interior del que irradia toda la actividad ético-religiosa del cristiano que vive según el Espíritu. Dentro de la concepción global y unitaria que ofrece, la tradición occidental acentúa, a partir de Agustín, su carácter moral. Desde el siglo V se produjo en el mundo occidental un grave eclipse de la conciencia y durante el milenio siguiente no afloró una teoría o una doctrina sobre el particular. Ni siquiera la escolástica juzgó necesario, en un primer momento, dedicar al tema un estudio detallado. Parece que en la creciente tematización y nacimiento del tratado sobre la conciencia, en la teología cristiana occidental, desempeñó un papel decisivo una distinción que tuvo su origen en el error de un copista: al traducir el Comentario de Ezequiel de san Jerónimo, transcribió equivocadamente el término syneidesis por synteresis o synderesis. Desde entonces el término se usó para distinguir dos magnitudes: la sindéresis o facultad moral innata y la conscientia, es decir, la magnitud que aplica de forma dinámica las certidumbres éticas radicales de la protoconciencia a las acciones concretas. Este segundo aspecto, la conciencia en su función de juicio puntual, es el que acabará polarizando la atención de la teología moral católica hasta nuestros días. Este esquema básico medieval conocerá diversas interpretaciones: según la escuela tomista, tanto la sindéresis como la conciencia se ordenan al entendimiento y son saber racional-práctico; para la escuela franciscana el conocimiento de lo que es bueno y justo no es producto de la razón sino de la inclinación de la ->voluntad; la teología mística abre una brecha aún mayor entre sindéresis y razón y, al considerar aquella como la chispa del alma, devuelve a la conciencia una interpretación sobre todo religiosa. Pero el haber situado la conciencia en la órbita de la razón en la íntima relación con la ->fe, permitió a Tomás de Aquino resolver acertadamente el intrincado y proceloso problema de la relación entre conciencia y ley.

4. Los tiempos modernos. El tema de la conciencia pasa a ocupar un puesto importante en el corazón mismo del proceso histórico que desemboca en el divorcio entre Iglesia y mundo moderno. Paradójicamente es en este período cuando se reivindicará la identidad y derechos de la conciencia por monarcas y obispos, por filósofos y teólogos, por ciudadanos de a pie y por científicos, por herejes y por ortodoxos. La cosa empezó con M. Lutero, que rechazó la doctrina escolástica tradicional sobre la conciencia por considerarla poco religiosa y poco realista. La situación perdurará hasta el siglo XX: la imperante moral casuística cae en un estéril legalismo; la grandiosa tradición bí-blico-teológica es asumida y secularizada por el pensamiento profano, y la serie de acontecimientos que caracterizan estos siglos (->humanismo, descubrimientos, persecución de herejes y disidentes, conjuro de la personalidad, individualismo...) exacerban el interés por la conciencia que, despojada de todo anclaje teológico, emerge como la autoridad por antonomasia y es declarada radicalmente autónoma y libre. El hombre moderno, pues, otorga una importancia decisiva a la conciencia y la vivencia como una interpretación que se hace a r sí mismo desde el propio yo. Volviendo a la paradoja, está muy arraigada la sospecha de que la refundación y alta estima de la conciencia nace de una insubordinación religiosa y de un prometeico alucinado; pero en realidad surge en el contexto de una antropología pesimista y de una moral desencantada. En un primer momento, el iluminismo francés y el ->idealismo alemán la exaltan como buena y fuera de toda sospecha (Rousseau, Kant, Fichte); pero muy pronto muchos pensadores muestran sus recelos acerca de su fiabilidad (Schopenhauer), la consideran una instancia insegura, a la que es preciso orientar según criterios objetivos sistematizados en el ->Estado (Hegel), o simplemente un fenómeno propio de almas enfermas (Nietzsche). En resumen, debido a los excesos de la revolución francesa y a los horrorosos crímenes perpetrados en nombre de la conciencia, durante los dos últimos siglos, se mantiene vivo el fuego cruzado de interrogantes, acusaciones y posiciones.

II. HACIA UNA VISIÓN HOLÍSTICA E INTEGRADORA. Después de lo apuntado, no es fácil establecer un concepto actualizado de la conciencia. Esto supone clarificar la polivalencia del término, articular sistemáticamente sus diversas funciones y ofrecer una interpretación suficiente de su concepción como lugar hermenéutico de la exigencia moral, la que ha de entenderse al mismo tiempo como «instancia de inteligencia, de decisión y de control».

1. Diversos significados del término. Con el término conciencia podemos referirnos a distintas cosas. A veces se usa como sinónimo de adjetivo moral, como en las expresiones: «Se me plantea un problema de conciencia», o «propongo una objeción por motivos de conciencia». Tal vez su primer uso semántico sea el que identifica la conciencia con la realidad existencial de la persona como sujeto moral. Otras veces, a la magnitud correlativa al término conciencia se le atribuyen características de tipo exclusivamente psicológico, pudiendo representarse entonces en términos de super yo freudiano. Pero en ocasiones se le atribuyen semánticas muy específicas, claramente identificables con los roles que, en el campo moral, desempeñan las facultades humanas de la inteligencia y de la voluntad o con el rol autoparenético del propio sujeto moral. El análisis de los diversos usos semánticos puede prestar gran ayuda para entender la globalidad del fenómeno y para evitar los cortocircuitos que se suelen cruzar a la hora de disipar las sospechas relativas a la conciencia recta.

2. Diversas funciones de la conciencia moral. Ya Tomás de Aquino le atribuye varias: Dicitur conscientia testificara, ligare vel instigare, vel etiam accusare, vel etiam remordere sive reprehendere; Kant mismo le asigna, en la última de sus definiciones, dos funciones superpuestas que perfectamente se pueden desplegar en tres: la imputadora, la testifical y la judicial que, a su vez, se desdobla en penalizadora y consolativa. Según la psicología contemporánea, le corresponde contribuir al conocimiento de lo correcto e incorrecto, promover lo del primer tipo y observar la propia conducta, aprobándola o censurándola. Esto es así porque, aunque es la persona la que decide, juzga, siente, alaba o desaprueba, la conciencia puede indicar el conjunto de las actividades morales significativas y las respectivas facultades humanas por las que las lleva a cabo. Por eso, cuando hablamos de la conciencia como de la facultad de la persona a la que compete la realización del proceso que conduce a la individuación y formulación del juicio sobre lo que es recto o equivocado y sobre la cualidad moral de nuestra actitud y de nuestro comportamiento, es evidente que le estamos atribuyendo una función intelectiva; cuando la consideramos como la facultad que actúa la elección moral fundamental y las elecciones morales particulares, nos referimos a su función volitiva; pero cuando la entendemos como si fuese el santuario o la intimidad sagrada de la persona y la voz de Dios, al rol que le asignamos lo podemos llamar función parenética.

3. Líneas fundamentales para una concepción holística. Se impone pues, tomar conciencia de que continuamente nos enfrentamos con concepciones fragmentarias, deformadas e incompletas, pues se la suele reducir a «juicio de la razón (dictamen) por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho». Punto de partida, pues, y horizonte ha de ser el concepto ampliado de conciencia moral. Permite recuperar los datos más relevantes de la antigüedad bíblica y extrabíblica: la dimensión interior con apertura a la ->trascendencia, comunitaria y cósmica de la conciencia; valorar adecuadamente la llamada conciencia fundamental como sinónimo de la ->persona que se compromete de modo libre, adoptando una orientación vital que considera esencial para su realización, sin que esto implique una devaluación del papel derivado que le corresponde en su función de juicio moral, en cuanto testigo y juez de nuestros actos concretos; integrar como elemento originario constitutivo la reciprocidad de las conciencias, uno de los frutos más sazonados del ->personalismo; asumir las críticas y aportes positivos de la interpretación arqueológica, de la autenticidad y ->autonomía absoluta y, sobre todo, la teleológica de la conciencia, que recoge las sospechas y repartos provenientes de las ciencias biológicas, psicológicas y sociales sobre su génesis e infraestructuras; superar el riesgo del subjetivismo y relativismo éticos propios de una autonomía de la conciencia a ultranza, y explicar adecuadamente esas dos grandes paradojas de la vida moral: los ->valores existen sólo a través de nosotros, y al mismo tiempo nos obligan en conciencia, es decir, que la conciencia no crea propiamente los valores, sino que los inventa (de in-venire) al descubrirlos, los constituye al reconocerlos y los lleva a la práctica asumiéndolos.

Desde esta concepción holística que la entiende como función o dimensión moral de toda la persona, en cuyo núcleo más íntimo está enraizada, parece inapelable la ,dignidad y la primacía de la conciencia. Ella es la norma subjetiva de la moralidad de la persona y la norma última obligatoria para todos los individuos. Precisamente por tratarse de una magnitud interior y subjetiva, es necesario tener muy en cuenta sus límites y puntos débiles, advirtiendo la proclividad del ser humano a la excesiva autovaloración y al error: de aquí el teorema de que obrar según la conciencia no es condición suficiente para saber si hemos obrado rectamente. En consecuencia, la conciencia recta, al igual que la razón recta, tiene que abrirse por la universalidad al reconocimiento de lo real y de las estructuras objetivas de la existencia, especialmente de la naturaleza humana, y por la ->responsabilidad al nudo de relaciones que la configuran estructuralmente. En este sentido la filosofía moderna, la ->fenomenología y el ->existencialismo resaltan que la conciencia es siempre conciencia de algo distinto de sí. Es decir, la conciencia moral tiene que elegir y decidirse respecto de los bienes de que la persona tiene necesidad y respecto de las relaciones con el mundo, los otros y el ->Otro, si quiere desarrollarse como ser de deseos. Habida cuenta de su primacía en el campo moral y de su identificación con su elección en el acto de decisión, así como de su fragilidad y limitaciones, la conciencia moral debe tender siempre a ser conciencia cierta, verdadera y desde luego, recta.

III. FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA. Es un error hablar del tema como si se tratara de un capítulo aislado dentro de la educación de la persona. Su enfoque, sin duda, dependerá del concepto de ,educación de que se parta y del paradigma ético que se propugne -principio trimembre de justicia, solidaridad (beneficencia) y autonomía-. Las correspondientes estrategias, si se acepta el concepto holístico de conciencia que hemos reivindicado, habrán de polarizarse: en la génesis de la conciencia moral (subestructuras bioquímicas, biopsíquicas y sociales), de modo que favorezcan el autoconocimiento y el juicio moral en un contexto de ->empatía, comprensión y ->diálogo; en la capacidad de autorregulación del sujeto mediante técnicas de intervención y modificación de conducta, que vienen a ocupar el puesto de las ->virtudes y los vicios en la concepción clásica. La conciencia, pues, debe despertarse y desarrollarse ya desde la primera infancia, pues se ha comprobado, incluso empíricamente, que la ausencia y/o lagunas de esta primitiva fase de su formación repercuten fuertemente en la vida moral posterior.

1. Estatuto de la conciencia errónea. Es necesario tener muy en cuenta los límites efectivos denunciados por las ciencias humanas y prestar gran atención al estado de madurez de la conciencia (ley de la gradualidad). Es cierto que la persona, constitutivamente ordenada al ,bien, cuando se decide y toma elecciones concretas, de acuerdo con el conjunto de conocimientos morales logrados mediante el proceso individual de aprendizaje, a partir de las convicciones-normas éticas aceptadas por la comunidad y de su experiencia personal, obra moralmente bien. Pero esto no garantiza que el sujeto que actúa libremente en conformidad con el dictamen de su conciencia realice siempre lo que es moralmente recto, porque en el complejo proceso cognitivo para individuarlo en la situación concreta, es posible que la conciencia se equivoque. Por este error, sin embargo, la conciencia no pierde su dignidad, porque la persona está obligada a obrar siempre según su conciencia, que es la norma subjetiva próxima y el último juez de la moralidad del sujeto. Claro está que sólo cuando el error es invencible y no culpable, el sujeto actúa con conciencia recta, si bien en el plano jurídico corre el riesgo de ser considerado responsable por los eventuales perjuicios ocasionados.

2. Libertad de conciencia. En esta clave hay que entender también la célebre libertad de conciencia. No se trata de afirmar un relativismo normativo o meta-ético, sino que corresponde al ->deber de no obrar nunca contra la propia conciencia. Precisamente a este deber, entendido como derecho fundamental del sujeto a seguir siempre su propia conciencia, corresponde en los demás el deber de no interferir o de respetar plenamente su libertad de conciencia. En esta concepción de la libertad de conciencia como ->derecho humano radica el fundamento ético del pluralismo, la cooperación al mal y la ->tolerancia, por una parte; el de la desobediencia y de la objeción de conciencia, por otra. Se explica así la necesidad de una tutela jurídica de este derecho, sobre todo para salvaguardar la ,libertad real de las personas más débiles y más expuestas a la ->opresión.

Dada la ambivalencia de estas experiencias, no es suficiente invocar tal derecho, sino que es necesario precisar sus límites a través de la referencia al ->bien común, que, en cuanto entidad inserta en la historia, tiene que ser constantemente redefinido.

Todas estas consideraciones adquieren extraordinaria importancia en nuestras sociedades democráticas, pluralistas y secularizadas. Porque sólo mediante la conciencia moral holísticamente interpretada es posible lograr la rehabilitación de la responsabilidad personal y la integración de los sistemas sociales en una aldea global con una ,ética planetaria. Una conciencia que no es reflejo de un control externo o interiorizado por adoctrinamiento, sino basada en la autonomía de una autodecisión orientada por la razón recta (principio de justicia-beneficencia) hacia el bien común (principio de solidaridad). Una conciencia que, en cuanto instancia ética suprema y, en el sentido explicado antes, infalible, ha de seguir reivindicando libertad y reconocimiento, porque su desarrollo sigue frenado por el círculo vicioso de la obediencia civil y religiosa, por la fundamentación autoritaria de las declaraciones éticas y por la praxis jurídica concreta.

VER: Autonomía y heteronomía, Deber, Ética y moral, Libertad, Mal, Obediencia, Objeción de conciencia.

BIBL.: BILBENY N., Kant y el tribunal de la conciencia, Gedisa, Barcelona 1994; CHUELLER B., L'uomo veramente uomo. La dimensione teologica dell'etica nella dimensione etica dell'uomo, Oftes, Palermo 1987; MIETH D., Conciencia, en Fe cristiana y sociedad moderna XII, SM, Madrid 1968, 159-212; PRIVITERA S., La coscienza, Dehoniane, Bolonia 1986; RUBIO CARRACEDO J., Educación moral, posmodernidad y democracia, Trotta, Madrid 1996; VALADIER P., Elogio de la conciencia, PPC, Madrid 1996.

R. Rincón Orduña