BÁRBARO
DicPC

I. CONSIDERACIONES ETIMOLÓGICAS. El concepto español bárbaro no tiene una acepción unívoca en el lenguaje, y suele contener no sólo valoraciones culturales, sino también éticas y antropológicas, e incluso ontológicas. La ->historia nos muestra que desde la civilización se arroja el calificativo de bárbaro a todos los que no piensan ni viven como la civilización cree que hay que pensar y vivir. Sin embargo, desde el ->personalismo comunitario, debemos sostener que el bárbaro es también persona y que tiene, como tal, ->dignidad y derechos inarrebatables.

La palabra castellana bárbaro parece derivar de la latina barbarus-a-um, barbaria (ae o ¡es) o barba(ic)us, que significa, en primer lugar, el extranjero. La voz latina, por su parte, deriva de la griega bárbaros, que designa al no griego, al salvaje, al rudo. Para Plauto los romanos eran bárbaros, como todos los no griegos, y Homero los denominaba agriofónoi, los de voz salvaje. Bárbaro, entonces, deriva del sonido onomatopéyico que indica al que no sabe hablar, al que balbucea, al que farfulla la lengua culta o civilizada. Los griegos, en definitiva, denominaban bárbaros a todos los que no hablaban el griego, despreciando el grado de civilización que esos pueblos tenían, aunque fueran los sabios egipcios. En el siglo V europeo los bárbaros eran los que invadieron al imperio romano decadente, que un siglo después se extendieron por todo Occidente.

Para los griegos, pues, en la cuna de la filosofía, bárbaros son los que no hablan el griego; por extensión podríamos decir que, para algunos, designaría al que no sabe argumentar, al inculto, al pobre. En castellano poseemos diversas palabras que designan algo similar, como el barbarismo, que es un vicio del lenguaje, consistente en pronunciar o escribir mal las palabras; una barbaridad es un dicho o un hecho temerario y la barbarie es, según el Diccionario de la Lengua Española, una falta de ->cultura. Pero el problema estriba en ver quién es el que se considera poseedor de una cultura no bárbara, sino civilizada.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA. Los primeros cristianos consideraban que algunas prácticas de los paganos eran bárbaras (como el infanticidio o el aborto); mientras tanto, los paganos acusaban a los cristianos de proceder de la barbarie. Por eso el apologeta Taciano, en el siglo II, se defendía de la acusación de barbarie, que los supuestos civilizados -los paganos para los cristianos- les arrojaban. Taciano dice, con razón, que el pensamiento hebreo es "más antiguo que las instituciones griegas", inaugurando así la oposición entre Atenas y Jerusalén. Contrariamente a lo que acontecía con la filosofía griega, a la barbarie cristiana tienen también acceso "no sólo los ricos, sino que también lo hacen los pobres", ya que los primeros cristianos pensaban que "la fuerza de la inteligencia puede darse en todos, aunque sean débiles"1. De este modo constatamos que no sólo desde la Ilustración, sino desde el principio de nuestra era, la reflexión cristiana pareció a la ->filosofía griega como una filosofía bárbara, sustentada por bárbaros. Es decir, la reflexión griega, cuna de la filosofía occidental, se autoerige en la poseedora del verdadero logos y del verdadero método filosófico, y desprecia a todo el que no piense desde sus cánones con el calificativo de bárbaro, confundiendo, además, un método de abordar la realidad, ciertamente original, con los contenidos a los que llega.

Con razón ha escrito Leopoldo Zea unas palabras que merecen ser citadas por extenso: «El problema es que el hombre, el hombre concreto, este o aquel hombre, al tomar conciencia de su relación con los otros hombres, con sus semejantes, hace de esta su toma de conciencia la única y exclusiva posibilidad de existencia» de la verdad, de modo que "cualquier visión que no se adecue a la suya será falsa y, por ello, cualquier expresión verbal de la misma, bárbara. Bárbara de lo bárbaro en su sentido original, esto es, balbuceo de la verdad, del logos que no se posee"2. El que no posee la ->verdad y el logos que la expresa, será bárbaro, balbuceador, para quien se considera como dueño legítimo de esa verdad y de la única ->palabra que puede ser dicha con el rigor de la civilización. Y la historia muestra que el poseedor del logos que dice la verdad también ha solido poseer la fuerza que se dirige contra aquellos que pretenden alterar dicha verdad; que, por ser suya, se piensa que debe ser la de todos y que debe ser incluso dicha de la misma forma. No debe extrañar, entonces, la propuesta platónica del rey-filósofo3, ya que quien piensa poseer la verdad también se provee del poder para imponerla, pues se piensa que el logos es la expresión del orden que debe reinar en la polis; los otros, los extranjeros, los bárbaros en fin, deben ser sometidos.

Los no poseedores de la verdad no tenían el mismo estatuto de dignidad que los que sí la tenían; estos eran personas (hombres libres, autoposeedores, miembros de pleno derecho de la polis), mientras que los otros eran simplemente individuos de la especie humana, pero no personas, y más se parecían a entes, a objetos que podían ser sometidos, esclavizados o inculturizados. Las posibilidades que les quedaban a los bárbaros eran el sometimiento y la asimilación a la superioridad de la lengua y las costumbres de los griegos, o los romanos o los imperios civilizados de turno. He aquí la ->violencia del logos, a la que acompaña la violencia de su imperio.

El poder político y económico suele ir acompañado de un inmenso potencial cultural, de modo que el imperialismo del dinero y el poder se hace también dueño de las conciencias, como observamos en nuestros días ante el despliegue que los poderosos del llamado Norte (->Sur-Norte) (Norteamérica, Japón y Europa): imponen a las personas derrotadas de antemano, que habitan en los pueblos del Sur, expoliado y en vías de domesticación y asimilación, los valores que emanan del Norte. Desde el Norte, como observamos desde los tiempos de Aristóteles, se dice buscar el bien común; pero tanto el Norte como el Estagirita confunden el bien común con el interés particular de los que poseen el poder político, económico y cultural. Pues el bien común no es tal si de él está excluida la mayor parte de los seres humanos, que son hoy las tres cuartas partes de la humanidad. Por tanto, desde Aristóteles hasta hoy resulta patente que el pensamiento ha sido frecuentemente ideológico, ya que se trata de un pensar que actúa como encubrimiento de lo real y de lo personal, y no como des-cubrimiento de la dignidad irrenunciable de la ->persona del otro, sea o no partícipe de nuestra cultura o nuestra cosmovisión.

En efecto, la filosofía ha sido frecuentemente aliada de la dominación del hombre sobre el hombre, intentando justificar encubridoramente dicha dominación. Sírvanos un ejemplo para demostrar esto. Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573), historiador español, cronista de Carlos V y Felipe II, se opuso ferozmente a la política humanista de Bartolomé de las Casas sobre el indigenismo. Desde su aristotelismo, Sepúlveda sostenía que los bárbaros, los incultos e inhumanos eran "por naturaleza siervos"4. Y le extrañaba que se negaran «a admitir la dominación de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos», es decir, los españoles, poseedores del imperio y la civilización por entonces. Pensaba que su dominación «les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa justa, por derecho natural, que la materia obedezca a la forma, el cuerpo al alma». Para sostener tales ideas Sepúlveda se apoya en «los filósofos más grandes»5. Y entre estos filósofos, Aristóteles era considerado por él el más grande; y por eso se apoyaba en su pensamiento, en el que el Estagirita sostenía, como una de las bases en las que se cimentaba su teoría política, que es evidente que unos hombres son «naturalmente libres y los otros naturalmente esclavos», hasta afirmar sin contradicción para su conciencia que «para estos últimos es la esclavitud tan útil como justa» 6. Lo curioso es que también Bartolomé de las Casas estaba influido por el aristotelismo, pero sabía abandonarlo cuando entraba en contradicción con su conciencia y con la dignidad de los pobres, en este caso, los indígenas americanos.

Si alguien nos acusa de anacronismo le remitimos al estudio de la moral política de los profetas de Israel contemporáneos de Aristóteles, e incluso a tiempos anteriores, donde se demuestra que es posible otra forma de pensar al goim, al ->otro, al extranjero. En efecto, las leyes judías distinguían entre el nokri o extranjero que estaba de paso, y el ger o extranjero que vivía en Israel permanentemente. Los israelitas debían tratar con respeto al otro, recordando que también ellos fueron extranjeros en tierra extraña, en Egipto (Ex 22,20; 23,9). A los que están de paso, a los nokri, se les debe tratar con respeto y hospitalidad, hasta defenderlos -a costa de la propia vida (Gén 18,29; Jue 19,20-21; 2Re 4,8ss, etc.), y a los ger la ley mosaica obligaba a los judíos a amarlos como a sí mismos (Lev 19,34), pues Dios también lo es de los extranjeros y también los ama y defiende (Dt 10,18) y sale en defensa de los pobres y los extranjeros (Lev 19,10; 23,22). Por esto la legislación les otorgó un estatuto jurídico semejante al suyo (Dt 1,16; Lev 20,2, etc.), hasta el punto de tener derecho a la partición de las tierras (Ez 47,22), pues se trata de vivir en armonía y concordia con sus semejantes. Existe incluso la obligación de proteger a un esclavo de su amo (Dt 23,16), pues siempre está presente en la ->solidaridad bíblica que el pueblo de Israel también fue esclavo en Egipto. Se trata de la solidaridad y fraternidad que surge entre los sufrientes y oprimidos. Sólo tras la experiencia del exilio las leyes se endurecerán, por parte de los dirigentes de la sinagoga, y obligarán a los ger a abrazar las leyes y la ->religión judía (Neh 10,31; Esd 9-10). Aunque hemos de indicar también que ese respeto hacia el otro fue decayendo en la historia de Israel, hasta el punto de que en la sociedad del tiempo de Jesús se admitía la esclavitud de los paganos, los bárbaros7. Finalmente, con el mensaje de Jesucristo, se afirma la unidad de todo el género humano, en donde no hay ni esclavo ni libre, ni judío ni gentil, ni varón ni mujer, pues todos tienen la misma dignidad en Cristo (Gál 3,28). Precisamente de ahí deriva la enorme revolución ética y personal que conlleva el mensaje de Cristo: la dignidad de todo hombre, desde el emperador al último bárbaro de la tierra.

Pero no se piense que la altura ética de un pensamiento inmuniza a sus sostenedores de la violencia y la opresión hacia el otro; como muestra basta con percatarnos de la ->opresión que los judíos, pueblo secularmente perseguido, realiza hoy hacia el pueblo palestino. O también la intolerancia y la violencia por la que muchos cristianos, de diferentes épocas, nos hemos caracterizado como muestran algunos fenómenos históricos como las cruzadas, la Inquisición, etc. Esto significa que la grandeza de un ideario se actualiza en la altura de sus opciones éticas en favor de la dignidad humana, y no sólo en el sostenimiento de unas ideas abstractas, por excelsas que sean.

III. CONSIDERACIONES PARA LA PRAXIS. En la actualidad, y desde el origen de la ->modernidad, el eurocentrismo propio de nuestra cultura ha hecho que no estemos atentos a la exterioridad del otro. La egregia y prepotente Europa -paradójicamente, quizás cada día más decadente-, parece autoabastecerse filosóficamente de lo que ella produce; la historia, según Hegel, transita desde el Oriente hacia Occidente, en donde culmina. Cabría pensar que es difícil que salga algo bueno de su periferia cultural; la meca de la reflexión parece ser Alemania, y parece que quien no se sienta en los pupitres de alguna de sus mejores universidades, no puede ser un pensador de altura. Pero el ->personalismo no considera que la calidad de una reflexión se pueda medir sólo atendiendo a la altura o a la bajura de su reflexión, es decir, de un supuesto rigor en el pensar, sino también por la calidad de los compromisos existenciales y práxicos en los que una persona se juega su vida. En este sentido, el personalismo podrá ser tachado de flosofía bárbara, en tanto que sostiene la dignidad del bárbaro y cuando afirma que la orto-filosofía y el orto-pensamiento no son las normas definitivas, cuando de lo que se trata es de la dignidad personal de todo hombre, pues tenemos constancia de que la fundamentación de los ->derechos humanos pocas veces como hoy han sido objeto de la reflexión filosófica más academicista y rigurosa, al mismo tiempo que constatamos que el respeto real de los derechos humanos son cada día pisoteados en una proporción de escándalo, como ha sido, por otra parte, una constante en la historia cainita de la humanidad.

El problema del respeto al otro, al bárbaro, al distinto, al que no piensa ni vive como nosotros, no puede reducirse sólo a la configuración de profundos pensamientos que nos acerquen a una fundamentación última de su dignidad personal -en un intento que recuerda la ethica ordine geometrico spinoziana-, y tampoco se juega en el sostenimiento de una justicia contractualista meramente distributiva en el interior del statu quo dado -como el intento de J. Rawls- pero que no transita hacia una justicia en su sentido más personalista -aquél que compromete toda la existencia-, sino que se debe concretar particularmente en la calidad de la opción práxica explícita en sus niveles ético, político, económico, cultural, etc., en favor del bien del otro, en el compromiso por la liberación del empobrecido, el ignorante, el distinto, el oprimido, el ->excluido, en fin, por el bárbaro y por su dignidad inarrebatable.

NOTAS: 1 TACIANO, Discurso contra los griegos, 35, en D. RUIZ BUENO, 628. - 2 L. ZEA, Discurso desde la marginación y la barbarie, 2. -3 PLATÓN, República, 532e-535a. -4 Tratado..., 153. - 5 ID, - 6 ARISTÓTELES Política, 2; 1252a 33ss. vid -7 J. JEREMIAS, Jerusalén en tiempos de Jesús, 355-361.

VER: Ética de la liberación, Excluido, Filosofía de la liberación, Ideología, Liberación, Otro, Pobre, Totalidad.

BIBL.: GARCÍA ALDONATE M., Y resultaron humanos, Compañía Literaria, Madrid 1994; JEREMIAS J., Jerusalén en tiempos de Jesús. Estudio económico y social del mundo del Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1985; LEÓN-DUFOUR X., Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1978; MOMIGLIANG A., La sabiduría de los bárbaros. Los límites de la helenización, FCE, México 1988; MORENO VILLA M., El Hombre como Persona, Caparrós, Madrid 1995, c. VI; ID, Filosofía de la liberación y barbarie del «otro», Cuadernos Salmantinos de Filosofía XXII (1995) 267-282; RUFIN J. C., El Imperio y los nuevos bárbaros. El abismo del tercer mundo, Rialp, Madrid 1993; SEPÚLVEDA J. G., Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, FCE, México 1989; TACIANO, Discurso contra los griegos, en RUIZ BUENO D., Padres apologetas griegos, BAC, Madrid 1954; TÓDOROV T., Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana, Siglo XXI, México 1991; ZEA L., Discurso desde la marginación y la barbarie, Anthropos, Barcelona 1988.

M. Moreno Villa