AMOR (AGÁPÉ, ÉROS, PHILíA)
F. Marín Heredia
DicPC

Todo el mundo sabe lo que es amor, y al mismo tiempo muy pocos saben lo que es el amor. Ocurre con esto algo parecido a lo que escribía en otro tiempo Agustín de Sagaste refiriéndose al tiempo: <Si nadie me pregunta por él, sé lo que es; pero, si quiero explicárselo a quien me lo pregunte, ya no sé lo que es>'.

El amor lo penetra todo, cosa que se encargó de subrayar con maestría Cicerón: < No otra cosa es la amistad que una total armonía de lo divino y lo humano en clima de benevolencia y afecto; y nada mejor que ella, a excepción de la sabiduría, han regalado los dioses al hombre»2. Cierto que no es lo mismo amor que amistad; pero, por su dinamismo interno, no pueden ignorarse ni lógicamente separarse. Así pues, en el amor, lo mismo que en la amistad, entran lo divino y lo humano, si bien es verdad que se mueven en niveles distintos; y puesto que se da el encuentro de la analogía así en el ser como en el obrar, podemos razonablemente suponer que el tener a la vista sin prejuicios ni complejos la diversidad de seres -respetando, por supuesto, sus respectivos niveles- nos dará un conocimiento más completo del tema.

I. ASPECTO NEGATIVO. La visión de Empédocles, para quien el amor (philótés) y el odio (néikos) son los principios cósmicos de atracción y repulsión de los elementos que componen el universo, nos hace comprender que el amor, además del acto más envolvente y radical del hombre que expresa su capacidad de existir como ,"persona, constituye la fuerza universal de integración que se derrama a todos los seres desde la cúspide, donde Dios aparece creando ante la mirada complacida y festiva de la Sabiduría (Prov 8,27-31), dando a entender con ello que todo nace del amor, sin el cual padece violencia; de ahí la reflexión, tan justa como real, de que < las creaturas todas quedaron sometidas al desorden, no porque a ello tendiesen por sí mismas, sino por culpa del hombre que las sometió; y abrigan la esperanza de quedar ellas, a su vez, libres de la esclavitud de la corrupción, para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,20s).

Si ahora queremos centrar la imagen y definir el amor, debemos empezar por lo que este no es, ya que esa fuerza radical aflora en una cantidad de sentimientos que podrían deformar u ocultar su verdadero rostro en vez de revelarlo. Lo primero que hemos de aclarar es que el amor no es un >'sentimiento. El sentimiento es algo adjetivo, adventicio; el amor en cambio es algo sustantivo. El hombre tiene sentimientos amorosos que habitan en él, pero él habita en su amor3. Si no es un sentimiento, tampoco es el amor un deseo: se desean manjares, drogas, actos de venganza, cosas que en sí mismas no implican amor. Por lo demás, deseo y amor caminan en direcciones opuestas: el deseo tiende a absorber al objeto -de ahí la figura platónica del cazador y la buberiana del coleccionista-, al paso que el amor impele hacia fuera -es centrífugo- y mueve a hacer del otro el verdadero centro de gravedad del amante. Tampoco se puede identificar con la pasión, la cual, aunque personificada por Otelo o Werther, está más cerca de un estado patológico y obsesivo que, en vez de plenificar, lleva al descalabro.

El amor, concebido como hijo de la pobreza (penía) y de la riqueza (póros), esto es, como búsqueda -por indigencia- de lo que no se posee sin estar completamente desposeído de ello, es excluido por Aristóteles de su dios, concebido como Motor inmóvil, pues eso implicaría una imperfección. Por otra parte, de la indigencia brota sin duda el deseo, pero no necesariamente el amor.

Resumiendo, podemos decir que el amor no es algo esporádico, adjetivo, que brote del desequilibrio o de la penuria, ni una fuerza tan mediocre que deba estar ausente del Absoluto. Dada su centralidad, hemos de abordarlo desde un ángulo de positividad que entrañe la solidez de unos buenos cimientos.

II. ASPECTO POSITIVO. Hay algo de capital importancia, que ensancha notablemente el horizonte y puede servirnos de punto de partida. Me refiero a la idea de que el amor es plenitud, llenura. Por eso, mientras la suma Razón aristotélica no ama, la Biblia no sale de su asombro al proclamar que < Dios es amor» (Un 4,8), plenitud de la que todos hemos recibido (Jn 1,18). No brota, pues, de la indigencia del fruto por madurar, sino de la riqueza del fruto ya maduro que se ofrece en alimento. Qué clase de plenitud sea el amor se desprende del hecho de mostrársenos, como indica santo Tomás de Aquino, como pulsión unificante', que hace de amado y amante una sola carne. Este estar el uno en el otro en que consiste el amor, implica estar cada uno fuera de sí -esto significa precisamente éxstasis-, que es la mejor manera de estar en sí. Además, esa pulsión hacia la unidad es un manar constante, una instalación (J. Marías) desde la que se afirma al otro por sí mismo, deseándole todo bien. Por tanto, es un impulso unificante, continuo y desinteresado -benevolente, no concupiscente-; y tiene carácter de respuesta, motivada por un burbujeo perenne de fascinación.

Por otra parte, este impulso radical, que en absoluto responde a la atracción con que el Creador lo llama todo a la existencia, se extiende a la totalidad de los seres. De modo que, así como en el conocer hay conocimiento de personas y de cosas, así también en el amar hay amor de personas y de cosas. Y no se pueden mezclar ni confundir: a una persona no se la debe amar asimilándola a una cosa, como hacen frecuentemente los padres con los hijos, los maridos con sus esposas o los jefes con sus subalternos. Debe, pues, primar lo personal, ya por una parte, ya por ambas; así, debe uno amar algo como persona -sin violentarlo ni maltratarlo-, y a alguien como a persona, sin pretender dominarla.

III. PROYECCIÓN DE AMISTAD. El amor va de dentro a fuera: es un don que necesita ser aceptado, unos ojos que buscan otros ojos, una mano al encuentro de otra mano, una pregunta en demanda de respuesta. Pero puede ocurrir que el don no sea aceptado, que no se crucen las miradas ni se estrechen las manos ni se obtenga una respuesta. Quiero decir con esto que el amor, como el ser todo de la persona, es dialógico; se lanza imperiosamente en busca de un tú con quien plenificarse. Por eso afirma Buber que el hombre se torna un Yo a través del Tús: en el nosotros encuentra su justa dimensión.

Esto significa que el amor es un comienzo que tiende a consumarse en la amistad y que, por lo mismo, no es igual amor que amistad. Toda amistad supone amor, a no ser que se la quiera convertir en vano pasatiempo; por el contrario, no todo amor supone amistad. A esto me refería al afirmar que el don puede no ser aceptado, que pueden no cruzarse las miradas o estrecharse las manos y obtener una respuesta. Por tanto, no todo amor supone amistad, porque puede no ser correspondido, dando paso con ello a los que llamamos amores desgraciados.

Si queremos saber lo que es la amistad, siguiendo las imágenes aludidas, esta es don aceptado, cruce efectivo de miradas, apretón real de manos, respuesta puntual a una pregunta. Con otras palabras, amistad es amor en 'diálogo, en virtud del cual cada una de las partes da y recibe.

Comoquiera que el amor se extiende a todo, parece lógico pensar que la amistad debe ser universal. Pero universalidad no es igualitarismo: hay una serie de circunstancias por las que el amigo de todos no puede serlo de igual manera con todos. Supuesto que el amor no es cuantificable -se debe amar totalmente a cualquiera-, tenemos que admitir, sin embargo, que este se verifica de modos diversos y con cualidades diversas. Por tanto, en torno al núcleo de un amor total giran en círculos concéntricos diferentes tipos de amistad: amiga con amiga, amigo con amigo, amiga con amigo... Y el círculo más representativo, en el que el diálogo de amor se entabla de manera única e irrepetible, que es el que ocupan esposo y esposa en el éxtasis permanente del uno en el otro en una sola carne.

Llegamos con esto al punto más interesante de nuestra reflexión. Me refiero a la necesidad ineludible de alcanzar el equilibrio entre lo uno y lo múltiple, entre el amor siempre total y su verificación en los diferentes círculos y niveles de amistad. Ahí no puede haber mezcla ni confusión. Como en una composición musical se produce armonía cuando las notas son y se mantienen distintas, así también en la amistad, cuando los diversos niveles se mantienen distintos, se produce el salto a lo universal: amigos de todos desde la propia e indestructible identidad; como sucede en Dios, cuya unidad se expresa y revela en el abrazo de las tres personas distintas.

IV EROS, AGÁPÉ, PHILÍA. En griego philéó es el término más utilizado para designar el afecto entre personas. Eráó y érós expresan el amor como un bien codiciado y deseado. El eros tiene algo de demoníaco, en tanto que, en la búsqueda del éxtasis, es arrinconada la razónb. Por su parte, el verbo agapáó y el sustantivo agápé se usan con significados más bien vagos, entre los cuales el más característico es el de predilección. Este verbo es utilizado ya desde Homero, pero no así el sustantivo, que corresponde al griego tardío y fuera de la Biblia es muy difícil encontrarlo'. En el lenguaje neotestamentario ha adquirido un significado riquísimo, expresando la plenitud de relación entre Dios y el hombre y la nueva relación que el cristianismo establece entre un hombre y otro.

No basta con afirmar que para Platón el éros es la fuerza central que mueve el alma de los hombres a buscar lo bueno, hermoso y verdaderos. El mismo Platón admite que el éros es como una locura o manía', coincidiendo con Hesíodo, que ve en él una pasión ciega'°.

Debemos admitir que en el éros hay una innegable ambigüedad. Naturalmente, no es ambigüedad en lo pensado, sino en el pensante, o mejor, en el amante. Dicho de otro modo: esas distintas facetas -ponen de manifiesto una tendencia fáctica a identificar y confundir el impulso de amor con el instinto, lo sexuado con lo sexual, lo universal con la promiscuidad.

El éros, como bien observa Zubiri, no es que excluya la agápe, es que la pone en peligro de traición. Lo que caracteriza al éros, que camina por cumbres bordeando abismos, es la falta de equilibrio; siendo un impulso sublime, se halla en riesgo constante de despeñarse. El éros descubre, en término bíblicos, la condición propia del que ha nacido fuera del Paraíso y necesita todo el poder creador de Dios para recuperar el equilibrio original. Es aquí donde se produce la gran revelación del amor en perfecto equilibrio, que define la esencia misma de Dios, el cual, en expresión del apóstol Juan, «es agápe» (Un 4,8). Y no es esta una afirmación gratuita, sino que brota de una experiencia humana impresionante. En efecto, según el propio Juan, «a Dios no lo ha visto jamás nadie, pero el Hijo unigénito nos lo ha dado a conocer» (Jn 1,18). Por tanto, mirando a Jesús, ver al cual es ver al Padre (Jn 14,9), observando su amor nunca desmentido, llegó a la conclusión de que Dios es agápe: el impulso más genial continuo y desinteresado hacia la unión, ya sea en el dentro como en el fuera de la Trinidad.

Jesús encarna y verifica como nadie lo de que «no hay mayor amor que el de quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Por eso en la cruz se revela el amor total, que no desiste o cede ni ante la muerte, con ser muerte de cruz (Flp 2,8).

De todo esto se deduce que el éros no puede ser pista de despegue hacia la philía, hacia la amistad, a no ser que, equilibrado por la agápe, se transforme en lo que Orígenes llamaba érós ouránios, amor celeste. Pero un celeste que implica, no una realidad diluida o aparente -doceta, al fin-, sino una realidad recreada, capaz de alcanzar las más altas cotas humanas, precisamente por beber en el manantial más alto: en Dios.

Digamos para acabar que la agápe divina, por la cual y para la cual somos, tiene también carácter de respuesta a la fascinación del ser por parte de quien con razón es llamado amante de la vida (Sab 11,26). Esta es lar razón metafísica que postula de la agápe una actitud decidida de amistad universal, capaz de cambiarle la cara al mundo mediante el abrazo del nosotros.

VER: Amor (agápé, éros, philía), Caridad, Diálogo, Donación, Relación y persona.

BIBL.: BOYLAN E., El amor supremo, Rialp, Madrid 19633; BUBER M., Yo y Tú, Nueva Visión, Buenos Aires 1974; BUSCAGLIA L., Amor. Ser persona, Plaza & Janés, Barcelona 1995; CASPER B., Amor, en H. KRINGS ET ALIA, Conceptos Fundamentales de Filosofía I, Herder, Barcelona 1977, 70-78; LAíN ENTRALGo P, Sobre la amistad, Espasa-Calpe, Madrid 1986; MARÍAS J., Antropología metafsica, Revista de Occidente, Madrid 1970; MARION J. L., Prolegómenos a la Caridad, Caparrós, Madrid 1993; ORTEGA Y GASSET J., Estudios sobre el amor, Salvat, Estella 1985; ZUBIRI X., Naturaleza, Historia, Dios, Editora Nacional, Madrid 1959.

F. Marín Heredia