CARMELO
DicMA
 

El título Virgen del Carmen o Santa María del Carmelo, vinculado por su referencia al monte de Galilea con una orden que tuvo allí su origen, representa una de las formas más difundidas de la devoción mariana. Constituye el motivo de la memoria facultativa que ha conservado este mismo título en el calendario litúrgico renovado (16 de julio).

I. Santa María del Monte Carmelo

El Carmelo es una cadena montañosa de unos 25 kms que se extiende desde el golfo de Haifa, en el Mediterráneo, hasta la llanura de Esdrelón. La altura máxima alcanza los 546 metros. En la Escritura, donde es recordado por su vegetación (cf Is 53,2; Cant 7,6; Am 1,2), es símbolo de belleza y de fecundidad. La tradición, confirmada por el nombre que todavía hoy le dan los árabes (Gebel Mar Elyas), lo relaciona con el profeta Elías, a pesar de que la biblia lo cita solamente una vez en la vida de este profeta (l Re 18,19-46). De todas formas, es en este monte, vinculado ya espiritualmente con Elías en la tradición, donde en la segunda mitad del s. XII comienzan una experiencia eremítica algunos devoti Deo peregrini occidentales, probablemente unidos a las últimas cruzadas de dicho siglo. Reunidos en collegium por Alberto Avogadro, patriarca de Jerusalén (1206-1214), recibieron también de él en este período la vitae formula (la Regla). En ella se dice que estaban establecidos "junto a la fuente [de Elías], en el wadi Essiah, en donde el itinerario Les diez de Jerusalem (1220-1229) señala a los hermanos del Carmelo junto a "una pequeña iglesia de nuestra Señora". No sabemos cuándo se levantó dicha iglesia; parece tratarse de la misma que, antes de 1263, la guía Les chemins et les pélerinages de la 'Yerre Sainte define como "iglesita bellísima", mientras que no se sabe nada de la otra que comenzó opere sumptuoso, de la que nos habla Urbano IV en su carta Quoniam (19 de febrero de 1263).

Es cierto que el grupo de hermanos, que ya había transmigrado a occidente, se llamaba entonces Orden de Santa María del monte Carmelo, según el título —ciertamente ya en uso-- que aparece por primera vez en un documento pontificio de Inocencio IV (13 de enero de 1252). Está fuera de duda que ya en la primera mitad del s. xiii la orden tiene un carácter mariano, basado en la veneración a la Virgen, y que los religiosos se profesan especialmente dedicados a la madre de Dios. Esta dedicación, expresada fundamentalmente en la elección de María como señora del primer lugar en el Carmelo, según el concepto jurídico medieval, constituía a los hermanos en personas puestas al servicio total de la Señora, con un culto especial que, por la profesión que se le hacía, se expresaba en la vida a través de muchos signos, incluso litúrgicos, de culto comunitario y privado. Puede decirse que la Virgen del Monte Carmelo, tal como la sentían, la veneraban y la contemplaban sus hermanos y todos cuantos más tarde participaron de su vida (religiosas, confratres, terciarios), está en el centro de la experiencia espiritual del grupo que se formó en Tierra Santa con la finalidad de la perfección evangélica en una soledad contemplativa centrada, como la vida misma de María de Nazaret, en la oración continua y en la lectura de la palabra divina, dentro de un clima de sencillez, pobreza y trabajo.

La referencia que se da al monte en el nombre de la Señora es simplemente geográfica-histórica, como indicación del lugar en donde nacieron los hermanos. Por esto en su origen el título Santa María del Monte Carmelo no se refiere a una imagen especial o a un aspecto nuevo de culto. Esto es verdad hasta el punto de que en la manifestación concreta de su pietas, expresada también inmediatamente en los títulos de sus iglesias, los carmelitas acentuarán de ordinario los aspectos de la maternidad divina, de la virginidad, de la inmaculada concepción, de la anunciación. Por eso, en la tradición primitiva, santa María del Monte Carmelo es simplemente la Señora tal como resulta en el contexto del evangelio, la purísima virgen María que acoge y guarda en su corazón la palabra de Dios y que con su "sí" se convierte en la madre del Hijo de Dios hecho hombre. Sin querer acentuarlo demasiado, se diría que los hermanos del Carmelo miran a María de Nazaret, la esclava del Señor, como inspiradora, guía, señora de su vida, centrada en la custodia contemplativa de la palabra. Por eso la verán como madre y hermana al mismo tiempo, en una atmósfera de intimidad orientada a seguir sus pasos y a vivir en plenitud la vida teologal "en el servicio de Cristo", dentro de un clima de sencillez y de austeridad. Es lo que indica la primera vitae formula que muy pronto, desde el s. xiv, los escritores de la orden vieron encarnada en la virgen María.

Posteriormente florecieron las leyendas, presentes ya algunas de ellas en los primeros escritos que han llegado hasta nosotros; pensemos en la lectura mariana de la nubecilla del Carmelo (cf lRe 18,44) hecha por Elías y propuesta por él a sus discípulos; en el relato de las visitas de María con sus padres a la comunidad del Carmelo; en el culto que los carmelitas habrían tributado a la Virgen desde la antigüedad o por lo menos desde los tiempos apostólicos. Estas leyendas, más allá del género literario devocional típico del tiempo, que inspiró insignes obras de arte, presentan positivamente el concepto de una intimidad evangélica con Aquella que habría admitido al carmelita en su casa, para ayudarle a vivir el compromiso del seguimiento del único Salvador [>Hermana III].

II. La "conmemoración solemne" de la b. v. María

Los carmelitas celebran todas las semanas la conmemoración litúrgica de María. En la segunda mitad del s. xiv comenzó en Inglaterra una solemnis memoria beatae Mariae Virginis, que poco a poco fue tomando fisonomía propia y completa en las diversas partes litúrgicas, aunque con el objeto preciso de recordar y agradecer los beneficios concedidos por María al Carmelo y de exaltar a su Patrona. Es lo que se deduce sustancialmente de la leyenda Inviolabilis antiquitatis, atribuida a Nicolás Kenton (+ 1468). Las diversas motivaciones históricas que recuerda dicha leyenda tienen que considerarse como el simple colorido de un dibujo nítido ya de suyo, sea cual fuere la intervención que se dice tuvo la Virgen ante el papa.

Está claro que la fiesta quería reconocer a María como autora de la paz de la orden tras las luchas que tuvo que padecer desde fuera, incluso a propósito del título mariano. Es importante subrayar que la fecha de la fiesta -17 de julio—. parece apelar, como ya indicó Juan Bale en la primera mitad del s. xvi, a la fecha de la última sesión del concilio II de Lyon (17 de julio de 1274), en donde se decretó: "In suo statu manere concedimus, donec aliter fuerit ordinatum", la orden carmelitana junto con la de san Agustín. Una falsa interpretación de la aprobación, que realmente sólo fue concedida por Bonifacio VII en 1298 ("in solido statu volumus permanere"), hizo que se considerase el 17 de julio como el día más indicado para celebrar a María, cuyo nombre y defensa promueve la orden, tal como se decía ya desde el principio en la colecta litúrgica. A finales del s. xv se anticipó la fiesta —no sabemos por qué motivo— al 16 de julio.

En su tipología primitiva, por consiguiente, el objeto está muy claro: la celebración del amor de la Patrona. Sólo por ignorancia de la referencia al concilio de Lyon fue como en 1642 Juan Cheron, autor de los Fragmenta que atribuyó a Pedro Swanington, secretario de san Simón Stock, habló del 16 de julio de 1251 como de la fecha del regalo del escapulario por parte de la Virgen a dicho santo. Se trata de la conocida visión que ha llegado hasta nosotros a través del Catálogo de los santos carmelitas, cuyos manuscritos más antiguos son posteriores al 1411, aunque algunos trozos de los textos puedan ser anteriores.

En la forma que se considera más antigua, el Catálogo dice simplemente que un tal Simón, de nacionalidad inglesa, pedía siempre en sus oraciones a la Virgen un privilegio para su orden. Y se le apareció la Virgen gloriosa, llevando en sus manos el escapulario y diciéndole: Este será el privilegio para ti y para los tuyos. El que muera revestido de él, se salvará. Las redacciones más largas ampliarán la narración, dándole al santo el apellido de Stock y convirtiéndolo en general de la orden, atribuyéndole así un nombre y un oficio sacados probablemente de un Catálogo de los priores generales, en donde no se habla sin embargo de la visión. No se sabe con qué fundamento se unieron en la misma persona las noticias de las dos fuentes distintas ni si entonces, según ellas, nos encontramos frente a un solo Simón o frente a dos personas con el mismo nombre, reunidas luego en una única persona.

Sobre el valor histórico del Catálogo de los santos, teniendo en cuenta la época de su redacción y los géneros literarios de dichos textos, hay que ser más bien reservados, aun cuando la visión de suyo puede ser verdadera. Frente al pulular de visiones del mismo tipo, incluso en otras órdenes, considerado el carácter histórico más bien lábil de ciertas noticias del Catálogo y el tiempo de su composición, muy posterior a un hecho tan delicado como es una visión, en el estado actual de la documentación es imposible dar un juicio sobre la verdad de los hechos.

De todas formas, en el s. xvi la fiesta, que ya se había difundido por otras naciones de Europa y por la misma América, aun sin perder la fisonomía primitiva de celebración de María Patrona, fue asumiendo cada vez con mayor fuerza, hasta llegar a prevalecer, el carácter de fiesta del hábito carmelitano, debido sobre todo a la multiplicación de fieles que, especialmente en España y en Italia, se agregaban a la orden como cofrades por medio del escapulario, signo de devoción a la Virgen y al mismo tiempo de su protección en la hora de la muerte. Lo que ulteriormente acentuó más aún este nuevo carácter fue la llamada Bula Sabatina, con la que Juan XXII habría referido el 3 de febrero de 1322 una visión que tuvo de la Virgen prometiéndole la liberación del purgatorio el primer sábado después de la muerte a los carmelitas y a todos los cofrades de la orden que hubieran observado la castidad de su estado, rezando algunas oraciones a la Virgen y llevando el hábito del Carmelo. Este, que al principio era especialmente el manto, pronto empezó a entenderse sólo como escapulario. La bula, de probable origen siciliano, en la primera mitad del s. xv, es indudablemente espúrea, como lo es por tanto el privilegio sabatino que depende de ella, aun cuando la iglesia ha autorizado su difusión, atribuyéndole ciertamente el valor de una indulgencia totalmente especial, sin entrar en la cuestión de su origen.

Es cierto que las dos promesas que se afirman fueron hechas a san Simón (salvación eterna) y a Juan XXII (liberación del purgatorio el primer sábado después de la muerte) influyeron mucho en la difusión de la devoción a la Virgen del Carmen (nombre más usual) entre los fieles y en la multiplicación de cofradías y de cofrades agregados a la orden mediante el pequeño hábito o escapulario. Por tanto, no es extraño que la fiesta del 16 de julio se haya impuesto poco a poco como fiesta del hábito, hasta convertirse en 1606 en la fiesta de las cofradías y conseguir en 1609 lecciones propias que dan un notable relieve a las mencionadas visiones y promesas. Esto se fue haciendo cada vez más evidente en las fórmulas litúrgicas propias que se autorizaron también en el s. xx para la orden por parte de la Santa Sede.

La fiesta, que al principio se difundió espontáneamente en muchas naciones, incluso en rito mozárabe, caldeo, maronita, ambrosiano y greco-albanés, fue extendida en 1726 por Benedicto XIII a toda la iglesia. En la simplificación del calendario que solicitó el Vat II se ha conservado con el grado de memoria facultativa. En efecto, se trata de una celebración que afecta directamente a una orden religiosa y a cuantas personas se agregan a la misma para honrar y amar a María, a quien está dedicada la orden, por medio del signo del escapulario. Puesto que este signo, que es posible sustituir por la medalla, es juntamente con el rosario el más difundido en la piedad de los fieles de todo el mundo (en ciertas regiones de España y de Italia todavía se le impone al niño recién bautizado; en algunas naciones de América forma parte de la tradición cristiana, de forma que con el 16 de julio termina a veces el tiempo útil para el precepto pascual; en el sur de la India es en muchas zonas el signo de pertenencia a la iglesia católica), pareció conveniente que permaneciese la celebración relativa.

También ha permanecido el objeto antiguo de la fiesta, es decir, la manifestación del reconocimiento de lo que María significa para el Carmelo, aun dentro de las nuevas fórmulas litúrgicas posconciliares. La nueva oración de la colecta en la iglesia latino-romana, inspirada en textos ya en uso, se abre al carácter contemplativo de la orden. Efectivamente, en ella se invoca la ayuda de María para poder llegar a la santa montaña que es Cristo. No cabe duda de que se ha querido aludir sumariamente al monte Carmelo y a la Virgen de la subida y de las noches, cuyo munus propio en la economía de la salvación es conducir a la perfección de la caridad, significada por el monte, que es Cristo. De esta forma la subida al monte Carmelo se contempla en su exacta óptica cristológica.

En esta óptica, también el signo que constituye el escapulario alcanza su significado más auténtico. Independientemente de los elementos históricos discutibles, se mira a su valor real. El escapulario es un pequeño hábito y "quien lo viste — como afirmó exactamente Pío Xll se asocia por medio de él, de forma más o menos estrecha, a la orden carmelitana". Por eso mismo tiene que sentirse comprometido a una especial dedicación a la Virgen, a su culto, a su imitación, elementos esenciales de aquella vocación carmelitana de la que les hace partícipes en la iglesia el escapulario. Así es como han considerado el escapulario los numerosos santos que nunca quisieron separarse de él y que lo vieron como el vínculo de unión con una familia religiosa, cuyo compromiso de especial entrega a la Virgen quisieron vivir con la seguridad de su especial protección maternal durante la vida y en la hora de la muerte. Para todos los que lo visten como "vínculo especial de amor a la misma familia de la bienaventurada madre" según escribió Pío X11 el 11 de febrero de 1950— es preciso que el escapulario se convierta en "memorial de la Virgen, espejo de humildad y castidad, breviario de modestia y sencillez, elocuente expresión simbólica de la plegaria de invocación de la ayuda divina".

La celebración de la Virgen del Carmen es la fiesta de la orden y de todos los que están unidos de alguna manera al Carmelo al reconocer a María como fuente de todo bien en Cristo, camino y ayuda en la ardua subida hacia él, ejemplo [>Modelo evangélico] y >hermana en vivir el ideal de la oración contemplativa, nota destacada del Carmelo tras las huellas de aquella que "conservaba todas estas cosas en el corazón" en atenta reflexión contemplativa (cf Lc 2,19.51). Al mismo tiempo, la fiesta predica la certeza de fe en la ayuda de gracia de María. El amor particular y la fiel imitación dan la segura esperanza de que aquella que tiene como oficio ser "madre en el orden de la gracia..., cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se ven expuestos a peligros y afanes hasta que sean introducidos en la patria bienaventurada" (cf LG 61.62). Ella será "signo de segura esperanza y consolación" (LG 68) para aquellos que, a través del humilde signo de la dedicación especial, intentan reflejar su presencia en el mundo, tanto en medio de las pruebas de vida como en los dolores del último combate. Y será finalmente signo de esperanza también en el lugar de la purificación que prepara para el encuentro eterno con el Amor, cuando "sean introducidos" en el cielo [>Año litúrgico].

V. Macca