APARICIONES
DicMA

 

SUMARIO: 

1ª. PARTE: Aspectos psicológicos 

I. Nociones generales 

II. Interpretaciones psicológicas de las apariciones: 
1.
De corte más psicoanalítico; 
2. De corte más jungiano y humanístico-existencial; 
3. De corte parapsicológico 

III. Aplicación práctica a las apariciones marianas. 

2ª. PARTE: 

IV. Problemática actual.

V. Apariciones antiguas y nuevas en el pueblo de Dios 

VI. Hermenéutica y función de las apariciones: 
1.
Signos y apariciones; 
2. Apariciones y revelaciones; 
3. Pérdida de valor de las apariciones 

VII. Estatuto de las apariciones a través de los siglos cristianos: 
1.
Los orígenes; 
2. Edad media; 
3. Concilio Lateranense V; 
4. Concilio de Trento; 
5. Benedicto XIV; 
6. Decretos del s. XIX; 
7. Pío X; 
8. Nuevo cuestionamiento 

VIII. Discernimiento de las apariciones: 
1. Aspecto teórico: valoración de lo sobrenatural sensible; 
2. Reglas y criterios; 
3. María y las apariciones.


 

1ª. PARTE: Aspectos psicológicos

Siguiendo una elemental metodología y epistemología exigidas por la ciencia, la psicología de la religión admite el principio de "la exclusión de la trascendencia", enunciado por Flournoy a principios de siglo, en el sentido de una puesta entre paréntesis de la existencia de Dios y demás seres y entidades sobrenaturales, no constatables o inmediatamente deducibles por la experiencia, puesto que sus métodos no le permiten ni afirmarlos ni negarlos, como tampoco utilizarlos como factores explicativos de un hecho, vivencia o conducta.

El presente enfoque hay que entenderlo desde esta perspectiva metodológica y epistemológica. Se pretende así evitar todo psicologismo o reduccionismo psicologista de la posible realidad trascendente o dimensión religioso-sobrenatural del fenómeno calificado como aparición de la virgen María, de cuyo contenido de verdad teológica y eclesial la psicología no tiene nada que decir. Pero, a la vez, se intenta también superar un cierto teologismo que invade frecuentemente el campo propio de la psicología, sin tener en cuenta su autonomía relativa, semejante al de la sociología, la biología e incluso la física. Hay, en efecto, una verdad psicológica de las apariciones, cuyo discernimiento pertenece únicamente al psicólogo determinar, a través de técnicas e instrumentos metodológicos de los que no dispone el teólogo.

 

I. Nociones generales

Psicológicamente, las llamadas apariciones, sean o no de carácter religioso, hay que incluirlas en los fenómenos alucinatorios. Ahora bien, el término alucinación se identifica, a veces, erróneamente con un proceso delirante o, al menos, psicopatológico, siendo así que hoy incluso la psiquiatría admite que "hay también alucinaciones normales" 1.

La alucinación aparece vivencialmente como una percepción, pero en ausencia de un objeto físico que pueda estimular los receptores sensoriales del sujeto, a semejanza de lo que Ocurre en muchos sueños, cuya sensación de realidad es tan viva que sólo al despertar caemos en la cuenta de su carácter onírico-alucinatorio.

Las alucinaciones visuales o visual-auditivas en forma de apariciones abundan en la actualidad y parece que han abundado más todavía en otras épocas. Entre las no estrictamente religiosas, parecen predominar las de seres queridos recién muertos. Las hay, en fin, individuales y colectivas, pero incluso en estas últimas suele haber algunos sujetos que no participan de la visión o de la audición alucinatoria. En el mundo cristiano, a partir de la edad media, pero sobre todo en los últimos cien años, ha habido por doquier una asombrosa cantidad de apariciones marianas, generalmente a niños y pequeños adolescentes de ambos sexos, siguiendo el esquema de Lourdes-Fátima hasta la última de que hemos tenido noticia, en 1987, en la aldea ucraniana de Grouchevo a la niña de once años Marina Kizyn, llegando a reunir peregrinaciones de 45.000 personas en un país como Rusia, de régimen comunista.

 

II. Interpretaciones psicológicas de las apariciones

Si prescindimos de peregrinas hipótesis, por el momento alejadas de toda seriedad científica como es la de buscar el origen de las apariciones en la comunicación de seres extraterrestres 2, las distintas interpretaciones psicológicas que intentan dar cuenta, al menos comprensiva, de este fenómeno se centran en la dinámica del inconsciente, aunque la propia noción de éste varíe bastante de unos autores a otros. Indicaremos las que nos parecen más interesantes y, en cierto modo, compatibles y hasta complementarias.

1. DE CORTE MÁS PSICOANALÍTICO. Se trata siempre, de algún modo, de la realización alucinatoria de un deseo pulsional, cuya representación ha sido inconscientemente reprimida, como en las neurosis, pero también en los sueños y en otros fenómenos de carácter normal, o bien ha sido denegada la realidad del hecho mismo, como en ciertas psicosis: el retorno del significante reprimido o de la realidad denegada requerirán especiales condiciones para su escenificación dramática y para el vivo sentimiento o impresión de realidad que cobran en la aparición. Estas condiciones son psicológicamente diferentes según se trate de alucinaciones patológicas o normales, tóxicas, psicóticas, simplemente neuróticas y de las distintas clases de psicosis o neurosis, como también las normales dependerán en su particular fenomenología de multitud de variables.

2. DE CORTE MÁS JUNGIANO Y HUMANÍSTICO-EXISTENCIAL. Las apariciones aquí son interpretadas como fenómenos que expresan experiencias arquetípicas de carácter numinoso y transpersonal, es decir, típicamente humano, en cuanto provenientes del inconsciente colectivo, que goza de una relativa autonomía energético-creativa respecto al yo, pudiendo en ciertas circunstancias exteriorizarse en sus manifestaciones, por su extraña connivencia con el mundo físico o macrocosmos. No se niega naturalmente, sino que se presupone, la presencia del inconsciente personal con sus complejos, de la fuerza y originalidad imaginativa del sujeto y demás variables de su personalidad normal o patológica; pero así como el inconsciente freudiano es fruto de las defensas represoras fundamentalmente, en el curso del desarrollo e historia personal del sujeto, el inconsciente jungiano colectivo o arquetípico es el resultado estructural de la filogénesis humana y ordenaría la conducta humana no sólo instintiva, sino también espiritual 3.

3. DE CORTE PARAPSICOLÓGICO. Más emparentada con la interpretación jungiana estaría la de aquellos autores que intentan dar cuenta del fenómeno de las apariciones desde la parapsicología o utilizando hipótesis de percepción extrasensorial como la clarividencia y telepatía, cuya seriedad científica es cada vez más reconocida4. El libro Apparitions de Tyrrell, sigue siendo, a nuestro parecer, el mejor exponente de esta interpretación, centrada en las por él llamadas alucinaciones telepáticas, que serían normales y objetivas en relación con un agente o emisor-provocador, generalmente en situación crítica; distinguiéndolas así de las alucinaciones puramente subjetivas de carácter delirante psicótico o tóxico 5.

 

III. Aplicación práctica a las apariciones marianas

Trataremos de resumir nuestra posición personal en unos puntos imprescindibles.

1. Las llamadas apariciones de la virgen María, sean públicas o privadas, individuales o colectivas, psicológicamente pueden ser interpretadas como fenómenos alucinatorios, sin que esto conlleve necesariamente ninguna connotación psicopatológica.

2. De las tres líneas de interpretación psicológica antes expuestas, la psicoanalítica, complementada con una psicología del lenguaje y de la creatividad, sigue siendo, a nuestro parecer, el instrumento de análisis más fino para poner al descubierto las motivaciones profundas y la dinámica inconsciente de los/ as videntes en relación a los contenidos significativos de la aparición. La analítico-existencial jungiana pone más de manifiesto los elementos colectivos y su dinámica propia, presentes en la aparición, dando mejor cuenta, por ejemplo, de las alucinaciones colectivas o participativas, de tipo visual o auditivo, presentes en muchos casos de epidemias aparicionales, con sus agrupaciones geográficas, esquemas temáticos, repetidos una y otra vez 6 y, en concreto, el de la "Señora vestida de blanco" 7. Finalmente, la interpretación tyrrelliana puede complementar las dos anteriores en aquellos casos, no infrecuentes, de fenómenos parapsicológicos, íntimamente relacionados con los videntes o con el contexto aparicional. Los estudios experimentales, por otra parte, sobre privación sensorial, efectos de alucinógenos, sugestión hipnótica, etc., arrojan también luz sobre otros aspectos de las apariciones; como también ciertas investigaciones de psicología diferencial y social.

3. Pensamos además que una psicología y psicopatología de la religión tiene también su palabra que decir, en el sentido de que la propia creencia y lenguaje religiosos, tal como son vividos en la religiosidad popular, actúan como un factor psicológico, a veces de primer orden, para convertir lo que sin él hubiera sido una simple escenificación fantasmal interior, en una proyección exteriorizada en forma de aparición o percepción alucinatoria, sobre todo en los casos de una personalidad normal, pero también en algunos procesos patológicos más bien de tipo histérico 8. Bien sabido es cómo la creencia en el diablo o en las brujas provoca oleadas de apariciones, bastando un acontecimiento que hizo de catalizador en determinadas situaciones históricas. De modo semejante, no creemos que sean ajenas a la gran cantidad de apariciones marianas, en estos últimos cien años, las dos grandes definiciones dogmáticas de la inmaculada concepción y de la asunción de la virgen María, con la consiguiente conmoción popular en la iglesia católica. Por lo demás, el mundo occidental está viviendo una tensión tal de inseguridad y de pérdida de valores religiosos, que parece constituir, según algunos psicólogos, un terreno preparado, por la ley de compensación psíquicamente equilibradora también a nivel colectivo, para este tipo de fenómenos, como ocurre con los ovnis9.

4. Hay que confesar, por último, que si bien la psicología, psicopatología y psiquiatría cuentan hoy con medios para discernir si este o esta vidente presentan una personalidad sana o enferma, y para hacer comprensibles y, en muchos casos, explicables los procesos psíquicos implicados en una aparición, quedan todavía muchas incógnitas por resolver satisfactoriamente en el propio nivel psicológico. En todo caso, es preciso seguir estudiando estos fenómenos con toda seriedad científica, comenzando por una observación controlada y una transmisión fiel de lo allí ocurrido, cosa que no siempre sucede, cometiéndose sustituciones, adiciones o mutilaciones para poner de acuerdo el mensaje de la aparición o su contenido significativo con los prejuicios, creencias, o ideologías del historiador o testigo 10.

Antonio Vázquez 

 

2ª. PARTE: Aspectos históricos 

IV. Problemática actual

Las apariciones de la Virgen son las que atraen más gente: Guadalupe (se habla de veinte millones de peregrinos al año), Lourdes (cuatro millones y medio al año), la Aparecida (Brasil, varios millones), etc. A pesar de esta importancia innegable, el estatuto de las apariciones dentro de la iglesia es muy modesto y está puesto en discusión. Cuando se manifiestan, son generalmente mal acogidas, sofocadas y al final muchas de ellas son toleradas, aunque no reconocidas oficialmente. Ninguna aparición ha obtenido el reconocimiento oficial de la iglesia católica después de Beauraing y Banneux (1932-1933).

Se llama aparición la manifestación visible de un ser, cuya visión en aquel lugar o en aquel momento es insólita e inexplicable según el curso natural de las cosas. En la perspectiva de Marc Oraison, sacerdote-médico francés fallecido en 1980, toda aparición que se define como tal sería una alucinación, ya que se trataría de una visión sin objeto material. Esta conclusión, aparentemente obvia, desconoce no solamente la posible diversidad de los modos de percepción y de comunicación, que no se reducen necesariamente a la percepción común de los cinco sentidos, sino también la naturaleza misma del conocimiento caracterizado por su intencionalidad, es decir, su capacidad de entrar en contacto con una realidad, comenzando por informaciones o por estímulos que impresionan al sujeto cognoscente en su subjetividad. La percepción sensible más común presenta un carácter subjetivo: el choque de las vibraciones que afectan a la retina, luego la transmisión psicoquímica del estímulo que alcanza al cerebro, tienen un fuerte efecto sobre el sujeto cognoscente, que es posible caracterizar de subjetivo. El conocimiento mismo es el mecanismo mental a través del cual el sujeto que conoce descodifica la combinación incolora de estas informaciones y distingue el color.

En otras palabras, el conocimiento sensible no puede reducirse a los mecanismos subjetivos. Es el acto intencional del sujeto, que alcanza el objeto a través de un proceso cuya esencia sigue siendo misteriosa. Por tanto, son posibles otros caminos de conocimiento y sería artificial oponer la aparición a la visión como conocimiento objetivo al subjetivo. Todo conocimiento implica correlativamente, en diversos grados, un aspecto objetivo y un aspecto subjetivo. Del mismo modo sería simplista afirmar que las apariciones de seres de suyo invisibles, como Dios o los ángeles, son necesariamente subjetivas. Está claro que esos seres no podrían manifestarse en su forma propia, extraña a la visibilidad. Pero pueden comunicarse por medio de un signo, adaptado de varias maneras, que permite entrar en contacto objetivamente con Dios. Moisés y Pascal lo conocieron semejante a un fuego; Abrahán se encontró con él bajo el ropaje de tres visitantes; para Elías la percepción se purificó: no estaba ni en el fuego, ni en el huracán, ni siquiera -como se traduce de modo imperfecto- en una "brisa ligera", sino que era semejante a la "voz de un leve silencio". Aquí el signo ronda con lo invisible y con la teología negativa. Las manifestaciones visibles de lo invisible pertenecen a la teoría del sueño y no a la percepción normal de los objetos materiales. La elección de estos signos guarda necesariamente relación con el ambiente cultural que la recibe.

Para la Virgen, que es lo que aquí nos interesa, el caso es diferente: se trata de un cuerpo glorificado. Puede ser percibido en su forma propia; pero el estado de los cuerpos gloriosos, cuyo carácter misterioso puso ya de relieve san Pablo, pertenece al espacio-eternidad, extraño a nuestro espacio-tiempo. El modo con que un ser perteneciente al espacio-eternidad (definido como la duración de Dios) puede estar en relación con el espacio-tiempo es realmente misterioso con todo derecho. Implica ciertos aspectos desconcertantes, ya que a los apóstoles les costó trabajo reconocer a Cristo resucitado. Otra singularidad es la que se manifiesta en el hecho de que la Virgen se manifiesta tomando un vestido, una estatura y hasta una edad diferente, en conformidad con los videntes. La adaptación pedagógica a cada uno de ellos, a su ambiente, a su cultura, es la explicación más clásica de esta diversidad. Así pues, afrontaremos estos fenómenos intentando evitar dos errores opuestos: el uno, que rechaza a priori y sistemáticamente el valor y la posibilidad de toda comunicación sobrenatural en la comunión de los santos, de forma sensible, reduciéndola a puro subjetivismo; y otro, que reduciría con ingenua simplicidad estas comunicaciones a los encuentros comunes de cada día. Es un hecho que los millares de personas que rodeaban a Bernadette durante las apariciones no vieron a la Virgen, perfectamente visible en la cavidad de la roca en donde Bernadette la distinguía.

 

V. Apariciones antiguas y nuevas en el pueblo de Dios

Las apariciones ocupan un espacio considerable en la biblia, desde Abrahán hasta Moisés y los profetas: teofanías, apariciones de ángeles y manifestaciones de un más allá sobrenatural. En el NT las apariciones son relativamente raras: ángeles de los evangelios de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2), de la tentación en el desierto y de la agonía de Cristo. En los Hechos de los apóstoles son muy numerosas: lenguas de fuego en pentecostés, luego visiones de Esteban (7,56), visión de Saulo (9,5), de Ananías (9,10), de Cornelio (10,3-6), de Pedro en Jafa (10,11-12) o en la prisión (12,7-11), etc.

Las apariciones continuaron en la iglesia hasta nuestros días, con modalidades muy diversas. Por lo que se refiere a la Virgen, se citan muchas de sus manifestaciones en la antigüedad: aparición a Gregorio taumaturgo (t 270); a Teófilo (narración que hará fortuna en la edad media); a María egipciaca; milagros de san Juan Damasceno (s. viii), a quien la Virgen habría devuelto la mano que le había cortado el emir de Damasco, etc. En el mundo latino las apariciones se les atribuyen a diversos santos y místicos, especialmente a los fundadores de órdenes religiosas 11. Pero estas historias nos llegan a menudo de forma indirecta y poco clara. Resulta difícil distinguir lo que entra en el terreno de una experiencia excepcional o en el de su ulterior simbolización.

En la época moderna, la aparición de la Virgen de -> Guadalupe, en México, reviste una gran importancia como lugar de fundación de la iglesia latinoamericana. El hecho de que la Virgen escogiera a un vidente y una localidad indios, de que trasladara de esta forma lo sagrado a los autóctonos colonizados, de que uno de ellos fuera el enviado de la Virgen para transmitir sus órdenes al obispo, todo esto provocó una ósmosis, una superación del conflicto entre opresores y oprimidos, el nacimiento de un pueblo nuevo, de una nueva cultura en el nuevo continente. La historicidad ha sido muy discutida, por falta de documentos durante los primeros decenios. Pero actualmente está en curso en América un esfuerzo histórico importante para conciliar en este punto la fe y la historia 12, mientras que los cristianos y los no cristianos intentan valorar la gran importancia del fenómeno 13.

Otra serie importante es la que se localiza en Europa a lo largo del s. XIX: a) Las tres apariciones de la Rue du Bac a Catalina Labouré, de veintitrés años, natural de Borgoña, durante su noviciado entre las Hijas de la Caridad de París. Las dos últimas apariciones dan origen a la medalla milagrosa, la más difundida de las medallas de todos los tiempos: muchos millones por todo el mundo. Lo mismo que en Guadalupe, María es la mujer vestida de sol de la que nos habla Ap 12; sus manos irradian la gracia y la luz de Cristo, sol de justicia. Como la vidente se negó a dar testimonio, las apariciones no fueron nunca reconocidas oficialmente, pero fueron tácita y favorablemente aceptadas por las autoridades de la iglesia. Gregorio XVI y Pío IX usaron la medalla milagrosa 14. b) La Salette: una sola aparición, el 19 de septiembre de 1846, a los dos pastores Maximino Giraud, de once años, y Melania Calvat, de catorce, de la Virgen, que lloraba e invitaba a la conversión. Fue reconocida oficialmente por el obispo mons. De Bruilard el 19 de septiembre de 1851 con estas palabras: "Afirmamos que la aparición de la santísima Virgen (...) tiene de suyo todos los signos de la verdad, y que los fieles tienen buenas razones para creer en ella sin dudas ni incertidumbres" 15. c) -> Lourdes: dieciocho apariciones a Bernadette Soubirous, desde el 11 de febrero hasta el 16 de julio de 1858. Estas apariciones fueron reconocidas por el obispo el 18 de enero de 1862 y puestas de relieve en la canonización de Bernadette, que interiorizó profunda, heroica y dolorosamente aquel mensaje evangélico el resto de su vida 16. d) Pontmain: el 17 de enero de 1871 tiene lugar la única y silenciosa aparición de nuestra Señora en la Francia invadida por los prusianos. Una inscripción, que apareció en el cielo y descifrada letra por letra, invita a la esperanza: "Ánimo, hijos míos; rezad. Mi Hijo se deja conmover. Dentro de poco Dios os escuchará" 17. e) -> Fátima: después de algunas apariciones de un ángel (1916), reveladas en un segundo tiempo, hubo seis apariciones de la Virgen, el 13 de cada mes desde mayo hasta octubre, excepto el 13 de agosto. La última aparición se caracterizó por el milagro del sol, que impresionó a una multitud de 70.000 personas. La obra monumental de J. Alonso, fallecido en 1980, está todavía inédita. f) Beauraing (Bélgica): del 29 de noviembre de 1932 al 3 de enero de 1933, cinco niños vieron treinta y tres veces a la Virgen sobre una nube blanca, por la tarde, cerca de la gruta de Lourdes 18. g) Banneux: nueve apariciones, desde el 15 de enero hasta el 2 de marzo de 1933, a Mariette Beco, una niña pobre. La aparición se revela como la Virgen de los pobres. Mons. Kerkhofs, obispo de Lieja, reconoce estas apariciones el 22 de agosto de 1949 con estas palabras: "Creemos en conciencia que podemos y debemos reconocer sin reservas (...) la realidad de las ocho apariciones de la santísima Virgen a Mariette Beco" 19.

Hay otras apariciones que no han sido reconocidas, sino que los obispos de esos lugares se contentaron con autorizar el culto popular establecido en el lugar de las apariciones. Tal fue el caso de Saint Bauzille de la Sylve (1873, donde la Comisión estaba dividida), de Pellevoisin (1876) y más recientemente de la isla Bouchard, en donde se permitió el culto, sofocado durante varios años, debido a la obediencia y a la devoción sin sombras de los videntes y de los peregrinos.

Por lo que se refiere a estos últimos cincuenta años, B. Billet ha hecho una lista de doscientas apariciones no reconocidas y a menudo juzgadas de forma desfavorable 20. El discernimiento de estos fenómenos es tanto más difícil en cuanto muchas veces implican una ambigüedad y unos excesos deplorables. En Lourdes hubo cincuenta visionarios que sucedieron a Bernadette cuando ella dejó de ver a la Virgen (11 abril-11 julio 1858). Y esto hubiera podido parecer un argumento irrefutable para reprimirlo todo; pero entonces se habría perdido mucho. Podemos preguntarnos por qué la iglesia, tan tolerante en lo que se refiere a las curaciones (en donde no hubo nunca sanciones), se muestra tan severa en cuestión de apariciones; a qué se deben estas tensiones, que a menudo perjudican a la vida eclesial; cómo podrían manifestarse un discernimiento y una pastoral que se hagan cargo, sin complacencias ni confusiones deplorables, de esos fenómenos que desde la época de la biblia han ocupado siempre un lugar en la vida del pueblo de Dios. Interrogantes fundamentales que forman parte de la función y del estatuto de las apariciones. Estos interrogantes nos harán llegar a unas cuantas reglas de discernimiento.

 

VI. Hermenéutica y función de las apariciones

Las apariciones se presentan como una manifestación sensible de lo sobrenatural [1 Simbolismo II, 5].

1. SIGNOS Y APARICIONES. Los signos se sitúan dentro de esa ley constante de la historia bíblica y cristiana: Dios invisible se manifiesta a través de un conjunto de signos visibles, ya que el hombre no puede alcanzar lo invisible sin la mediación del signo. Hay signos rituales: sacramentos que se celebran en nombre y en la persona misma de Cristo; hay también sacramentales; otros signos tienen la función de manifestar a Dios, de revelar su presencia, sus intenciones, a fin de vivificar la fe, de edificar a las comunidades cristianas, de alimentar los vínculos de la comunión de los santos.

2. APARICIONES Y REVELACIONES. Este género de comunicación, normal en la época de la revelación, presenta ciertas dificultades, ya que la revelación acabó con la generación apostólica (según el criterio que se reconoce generalmente). Según san Pablo, cualquier nueva revelación que tuviese la pretensión de ofrecer "otro evangelio", cambiar o completar la revelación precedente, incurre en el anatema (Gál 1,8). Sin embargo, Dios no ha dejado de comunicarse con su pueblo. Pentecostés fue reconocido por el apóstol Pedro como el comienzo de un florecimiento profético en que "los jóvenes tendrán visiones y los viejos tendrán sueños" (He 2,17, citando Jl 3,1-5). La solución teórica del problema consiste en admitir que una revelación privada puede tener la función de actualizar, recordar, vivificar, explicar o aclarar la primera revelación. Sin embargo, este problema crea cierto malestar que se expresa en una terminología incierta e inadecuada. Por ejemplo, la teología clásica contrapone habitualmente las revelaciones actuales, en cuanto revelaciones privadas, a las revelaciones públicas. Pero esta distinción queda superada por los hechos, ya que las apariciones llamadas privadas tienen a menudo un carácter totalmente público y una gran repercusión en la iglesia, como las de Guadalupe, Lourdes o Fátima. Establecer una distinción entre revelación objetiva y subjetiva no sería muy satisfactorio. El vocabulario más completo y perfeccionado establecería una distinción entre la revelación fundante y las revelaciones particulares, que continúan según la diversidad de los tiempos y de los lugares. Tomás de Aquino y Cayetano han puesto de relieve que éstas tienen un carácter más bien práctico que especulativo. "Comunican ciertas reglas de conducta más bien que nuevas verdades", subrayaba Juan XXIII en su mensaje para clausurar el centenario de Lourdes (18 de febrero de 1959): "Los romanos pontífices, guardianes e intérpretes de la revelación divina (...), sienten la obligación de recomendar a la atención de los fieles, cuando lo juzguen oportuno para el bien general, después de un maduro examen, las luces sobrenaturales que Dios se complace en conceder libremente a algunas almas privilegiadas, no para proponer doctrinas nuevas, sino para dirigir nuestra conducta: non ad novam doctrinam fidei depromendam, sedad humanorum ac tuum directiones "21. También se ha dicho que las apariciones y revelaciones privadas apelan más bien a la esperanza que a la fe. La idea de contraponer las apariciones antiguas a las de nuestros días no deja de mostrar cierta rigidez, ya que, si la autoridad de Dios no se manifiesta en ellas en el mismo orden, sus modalidades psicológicas no presentan diferencias significativas.

3. PÉRDIDA DE VALOR DE LAS APARICIONES. Con L. Volken 22 es necesario constatar que las apariciones y revelaciones han ido perdiendo crédito de modo sistemático.

La teología dogmática define las revelaciones privadas o apariciones de forma negativa en cuanto accesorias, no necesarias, conjeturales, gratuitas, arriesgadas, etc., en oposición a la revelación. La teología fundamental las coloca igualmente en el último lugar; Melchor Cano ni siquiera las cuenta entre sus "diez lugares teológicos" ni tampoco entre los lugares secundarios que son los últimos para él, como la filosofía, el derecho, la historia; por tanto figuran como un no-lugar teológico. La exégesis contrapone la revelación bíblica, la palabra inspirada que tiene como autor a Dios, a las revelaciones ulteriores. La teología moral procura alejarse de este terreno ambiguo, a pesar de que entra dentro de sus dominios, tanto en el tratado de la fe como en el tratado de las profecías. La mística, a pesar de que debería ocuparse de ellos, desconfía de estos fenómenos, tratándolos más bien como epifenómenos transitorios y arriesgados. La espiritualidad desconfía de estos carismas de excepción, ya que existe el peligro de que asuman el papel de nuevos evangelios o nuevos pentecostés y ofusquen lo esencial en vez de iluminarlo. La historia de la iglesia toca este tema como un pariente pobre. El antiguo Derecho canónico lo trataba en una perspectiva limitativa y represiva, como se verá más adelante.

Estas devaluaciones y estas críticas no hacen más que prolongar los conflictos entre los profetas del AT con las instituciones reales y sacerdotales de aquella época; sin olvidar los conflictos esenciales entre los verdaderos y los falsos profetas a lo largo de todo el AT. Este género de conflicto puede volver a surgir continuamente entre el magisterio -una de cuyas funciones específicas es la conservación y la salvaguardia del depósito- y el profetismo, que tiene como misión la renovación, la reforma, el camino hacia el futuro. De este modo el profetismo corre siempre el riesgo de presentarse como un magisterio paralelo. Solamente la caridad y la obediencia a Dios pueden vencer la tensión entre el profetismo y la autoridad, que siempre ha existido en la historia de la iglesia, en la medida en que la autoridad no era profética y el profetismo se presentaba al margen de la autoridad.

A esta contención institucional se ha añadido la intensificación del freno racionalista. El racionalismo se había ensañado contra los signos y los símbolos ya desde el nacimiento mismo de la razón, entre los griegos, hace tres milenios. La cultura constituyó por mucho tiempo la lucha reductiva de la razón abstracta en contra del mundo de lo imaginario, considerado como inferior y menospreciable: el mundo de las sombras, de lo irracional, de la "folle du logis" 23. Llegó luego la oleada de otro racionalismo: el de la crítica y el de los maestros de la duda, que intentó interpretar el mundo de los símbolos en función de los impulsos de la subjetividad.

 

VII. Estatuto de las apariciones a través de los siglos cristianos

1. Los ORÍGENES. Estos orígenes se ven generalmente en los Hechos de los apóstoles, en las Actas de los mártires y en las vidas de los santos que presentaban a menudo fenómenos semejantes. La crisis (limitada) entre los carismas y la institución, que Pablo supo resolver en Corinto, volvió a aparecer con la nueva profecía de Montano. El montanismo, movimiento carismático, del que resulta hoy difícil dar un juicio, ya que lo conocemos sobre todo a través de las polémicas y de las caricaturas hechas de él por sus adversarios, cayó en el cisma. Este drama provocó cierta desconfianza hacia los carismas, en cuanto corrían el peligro de sustituir a la autoridad oficial y de arrastrar a la iglesia hacia desviaciones incontrolables. Bajo esta luz es como hay que considerar las vacilaciones de la tradición: el apoyo de san Cipriano y la desconfianza de san Agustín por las visiones 24.

2. LA EDAD MEDIA. Durante el período medieval, las revelaciones de santa Brígida, santa Gertrudis, santa Catalina de Génova, santa Catalina de Siena, santa Magdalena de Pazzi fueron tenidas en grandísima consideración, incluso por parte de las autoridades. Pero Joaquín de Fiore, prestigioso inspirador de un gran movimiento, fue temido, criticado y a veces calumniado. Lo mismo sucedió con numerosas corrientes carismáticas de la edad media. Hoy es difícil valorar la calidad y los defectos de estos grupos, ordinariamente evangélicos, conocidos únicamente a través de sus adversarios, que hicieron una caricatura de los mismos después de haberlos reprimido y eliminado.

3. EL CONCILIO LATERANENSE V (1516). Las medidas jurídicas tomadas respecto a las apariciones y revelaciones privadas tienden a restringir. Comienzan en 1516 con el Lateranense V: "Queremos que, según las leyes habituales, las mencionadas inspiraciones sean consideradas de ahora en adelante como reservadas al examen de la Santa Sede, antes de ser publicadas o predicadas al pueblo de Dios. Si no fuera posible esperar, o si alguna necesidad urgente lo aconsejase de otro modo, entonces hay que dar a conocer al obispo ordinario del lugar la cosa en cuestión... Este último, tomando consigo a tres o cuatro personas sabias y de confianza, examinará detenidamente el caso y, cuando les parezca oportuno, podrán conceder su permiso, que nosotros cargamos sobre sus conciencias" 21. Las restricciones están motivadas por dos razones principales: 1) en el plano de la fe, la necesidad de proteger a la iglesia de la proliferación de visiones en una época oscura, pietista, inquieta, en donde era necesaria la prudencia; 2) en el plano del gobierno, estos acontecimientos y mensajes locales corren siempre el peligro de estorbar el gobierno de los demás obispos y de la autoridad suprema. Por esto, la autoridad episcopal recibe la invitación de guardar reserva, manteniendo un sentido crítico y riguroso. En consecuencia, el concilio prohíbe la difusión de las predicciones que carezcan de una autorización romana (cosa que, en aquellos tiempos, requería necesariamente varios años) y acepta sólo en caso de necesidad cierta canalización, cuya grave responsabilidad ante Roma les compete a los obispos. El alcance de su juicio se resuelve en un simple permiso (licentiam concedere possint). Sin embargo, el concilio mantuvo el principio de que la autoridad "no debe apagar el Espíritu", según ITes 5,19-20 26.

4. EL CONCILIO DE TRENTO (1563). Toma una actitud análoga en lo que se refiere a los nuevos milagros e imágenes, en cuanto éstas son frecuentemente milagrosas y la palabra milagro es el compendio de todo lo que tiene carácter de sobrenatural, incluidas las apariciones. El concilio prescribe: "No debe admitirse ningún nuevo milagro... sin el reconocimiento y la autorización del obispo, el cual, apenas sea informado, consultará con teólogos y con otros hombres de fe, regulándose luego conforme a la verdad y la piedad. Si es preciso eliminar un abuso que plantee dudas o dificultades, o bien si surge en esta materia algún problema más grave, el obispo, antes de dirimir la controversia, aguardará la opinión del metropolitano y de los demás obispos de la provincia, reunidos en concilio provincial, pero de tal manera que no se tome ninguna decisión sin haber consultado al sumo pontífice de Roma (inconsulto romano pontífice)" 27. De esta manera la responsabilidad del obispo queda sometida a la del metropolitano (o de las instancias provinciales y del romano pontífice, como en el Lateranense V). En este punto, también las instancias de los reformadores protestantes tienden hacia un objetivo común: la eliminación de los errores, en aquel tiempo muy numerosos.

5. BENEDICTO XIV. En el s. XVIII Próspero Lambertini, el futuro Benedicto XIV (1740-1758), define más formalmente el estatuto de las apariciones, relativizando su valor muchas veces exagerado, y establece la función del magisterio en este terreno. Este documento es desde entonces clásico en la materia: "Damos a conocer que la autorización concedida por la iglesia a una revelación privada no es más que el consentimiento concedido después de un atento examen, a fin de que esa revelación sea conocida para la edificación y el bien de los fieles. A estas revelaciones, aunque aprobadas por la iglesia, no se les debe conceder un asentimiento de fe católica. Según las reglas de la prudencia, es preciso darles el asentimiento de la fe humana (assensus fidei humanae juxta prudentiae regulas), en cuanto semejantes revelaciones son probables y piadosamente creíbles. Por tanto, se les puede negar el propio asentimiento a dichas revelaciones (posse aliquem assensum non praestare) y no tomarlas en consideración, con tal que esto se haga con la oportuna reserva, por buenos motivos y sin sentimientos de desprecio"28. Por consiguiente, no hay obligación para nadie de creer en las apariciones privadas, aunque estén reconocidas.

6. DECRETOS DEL S. XIX. Roma se atendrá a estos principios en el futuro. La Congregación de Ritos los recoge en cierto número de respuestas y decretos: 6 de febrero de 1875, en respuesta al arzobispo de Santiago de Chile, relativo a Nuestra Señora de la Merced 29; 12 de mayo de 1877, en respuesta sobre Lourdes y la Salette 30; 31 de agosto de 1904, en respuesta sobre el escapulario de Pellevoisin: "Aunque esta devoción fue aprobada [por Pío X, en la audiencia del 30 de enero de 1900, confirmada con un documento del 4 de abril], no puede deducirse de esta aprobación ninguna aprobación directa o indirecta de aparición, revelación, gracia de curación u otras cosas, sean cuales fueren y de cualquier modo que hayan ocurrido"31.

7. Pío X. Con otras palabras confirmaba Pío X esta misma actitud en la encíclica Pascendi (8 de septiembre de 1907). Autoriza la adhesión a las piadosas tradiciones y revelaciones privadas sólo con las debidas precauciones y reservas (las de Urbano VIII). La autoridad de la iglesia no garantiza la verdad del hecho, incluso en este caso. Se limita tan sólo a no impedir que se crea en cosas en las que no faltan motivos de credibilidad humana 32. "Se trata de una regla de seguridad -continúa Pío X, después de citar el decreto del 12 de mayo de 1877-, ya que el culto que tiene por objeto alguna de estas apariciones, en cuanto se refiere al propio hecho, es relativo y supone siempre como condición la verdad del hecho; pero, en cuanto absoluto, se basa en la verdad, ya que hace referencia a las personas mismas de los santos que son venerados. Lo mismo puede decirse de las reliquias". El papa aplica, en este caso, una regla general que vale para las imágenes y los ritos. Es posible rendir culto sin reserva alguna a Cristo (y a los santos canonizados), pero el signo utilizado para ello -es decir, la imagen, la reliquia o la aparición- se considera siempre como relativo.

8. NUEVO CUESTIONAMIENTO. El rigor de estas restricciones fue nuevamente puesto en cuestión por iniciativa del padre C. Balié, presidente fundador de la Academia Mariana Internacional [7 Centros marianos 1, 2], el cual sometió el problema a un debate libre en el Congreso mariológico internacional de Lourdes en el centenario de las apariciones. El ruido de este centenario, el fervor de los papas (especialmente el de Pío XII, que se preparaba en secreto a ir a Lourdes el 15 de agosto de 1958, viéndose impedido para ello en el último momento por su estado de salud), daba la impresión de que no se trataba de una simple autorización ni de una simple adhesión de fe humana, sino de un positivo estímulo relacionado con la fe divina, al que era difícil no adherirse sin despreciar al magisterio. De aquí dos interrogantes planteados por el P. Balié: a) El asentimiento concedido a estas apariciones y revelaciones privadas, ¿es de fe divina? A esta pregunta hecha por los carmelitas de Salamanca, Balié nos recuerda que Suárez y Lugo habían dado (contra Cayetano, Melchor Cano y Báñez) una respuesta positiva: "El creyente que tiene una revelación procedente de Dios y percibida como tal, ¿cómo podría no darle una adhesión de fe divina?" El concilio de Trento admitiría certezas de este tipo en el canon que declara: "Quien dijera, con absoluta e infalible. certeza, que tiene el don de la justificación garantizada hasta la perseverancia final, sea anatema, a no ser que lo haya sabido por una revelación divina" 33. Esta reserva del concilio, preocupado de no censurar una doctrina recibida, autoriza a atenuar y equilibrar las restricciones de los textos jurídicos oficiales. b) Los consensos oficiales de Lourdes y de Fátima por parte de los papas, ¿no van acaso más allá de una simple autorización?, ¿no comprometen la infalibilidad? El P. Balié decía: "El carácter sobrenatural del hecho de Lourdes no reviste una simple y tenue probabilidad, sino una certeza moral. Las apariciones de Lourdes tienen que considerarse como un capítulo aparte ( a se et per se), y no confundirse con las otras apariciones, aprobadas sólo por el ordinario del lugar o por la Santa Sede con la cláusula restrictiva: por lo que se dice. Cabe preguntarse si no hay en este caso una autorización infalible y si a las apariciones de Lourdes no hay que concederles una adhesión de fe teológica, más que un acto de fe meramente humana" .

Fueron dos los oradores que respondieron a la invitación del P. Balié; dom Roy OSB, y el P. Valentini, salesiano. Dom Roy sostenía la tesis más comprometida: 1) Las apariciones de Lourdes, reconocidas de manera análoga a las canonizaciones, tienen el carácter de un hecho dogmático; de este modo se entiende un hecho no incluido en la revelación, pero muy estrechamente vinculado a su comunicación para poder substraerse de la autoridad infalible. En esta ambigua categoría de hechos dogmáticos se incluye la declaración del canon de las Escrituras, el hecho de que cinco proposiciones condenadas se encontraban en la doctrina de Jansenio y la canonización de los santos. 2) En este sentido se trata de fe eclesial, basada en el testimonio de la iglesia y exigida por la obediencia filial que le debemos.

La controversia volvió a surgir en el Congreso mariológico de Fátima, con las relaciones de los padres I. Ortiz de Urbina y Moreira Ferrar 34. Este último hacía observar el carácter positivo (no meramente permisivo) de las aprobaciones de la iglesia. Lo que hay que reconocer con Y. Congar 35, Karl Rahner y Ortiz de Urbina es que las aprobaciones romanas de ciertas revelaciones privadas van más allá de la simple autorización o nihil obstat. No se comprende bien, escribe Rahner, por qué una revelación privada no tiene que ser aceptada por todos los que la conocen, si éstos se sienten suficientemente ciertos de que viene de Dios. Es injustificado, ilógico y peligroso pretender (como sucede a menudo para autentificar el origen divino de las revelaciones privadas posteriores a Cristo) un grado de certeza tal que, si alguno lo pretendiera para la revelación oficial, resultaría imposible todo fundamento racional de fe en la revelación cristiana.

En resumen, puede admitirse con Rahner que, subjetivamente, la adhesión a las revelaciones privadas entra en el terreno de la fe teologal, no sólo para el vidente, sino también para todos los que reciben su testimonio profético. El mismo Juan XXIII en su radiomensaje del 18 de febrero de 1959, dirigido a Lourdes, subraya que los papas se sintieron obligados a recomendar las apariciones a la atención de los fieles 36. Por lo que respecta a la categoría de los hechos dogmáticos, ésta es muy ambigua y discutida. Como se ha visto, la mayor parte de los teólogos admitía, antes del Vat II, que las canonizaciones de los santos comprometían la infalibilidad en cuanto hecho dogmático. Pues bien, este juicio sobre la santidad, basado en el examen de datos particulares y conjeturales, es de la misma naturaleza que el juicio que tiene por objeto las apariciones. Por tanto, no está claro cómo la teoría clásica pudo en este punto utilizar dos pesos y dos medidas diferentes, entre el juicio de canonización considerado como infalible y el juicio sobre las apariciones considerado como una simple tolerancia que no compromete de ninguna manera la fe. Y la analogía va mucho más allá, ya que en los dos casos se trata de culto (véanse las celebraciones de la B. Virgen María de Lourdes, por ejemplo). Hoy el problema ha cambiado. Casi no se admite ya la infalibilidad de las canonizaciones; en su conjunto, la teología se muestra más reservada sobre lo que se definía más o menos como hecho dogmático y sobre su infalibilidad.

 

VIII. Discernimiento de las apariciones

1. ASPECTO TEÓRICO: VALORACIÓN DE LO SOBRENATURAL SENSIBLE. El problema planteado por las apariciones es el de lo sobrenatural sensible. Lo que se encuentra de extraño y de ambiguo en estas manifestaciones sensibles y sobrenaturales es que la fe se define como adhesión a ciertas verdades (o realidades) no evidentes. Es la convicción de lo que no se ve (élenjos ou blepoménon), según Heb 11,1, y la anticipación de lo que se espera. De aquí aquel aforismo con que concluye el cuarto evangelio: "¡Dichosos los que no han visto y han creído!" (Jn 20,29). Creer es adherirse a ciertas verdades (o realidades) que no son evidentes. Es creer en la palabra, en el testimonio. Las visiones o apariciones afectan, por así decirlo, a esta reglamentación en la medida en que el signo mismo no sería institucional, convencional, natural (como son los sacramentos y los sacramentales), sino sobrenatural, concedido por gracia.

Por tanto, es importante recordar que las visiones o apariciones sobrenaturales no sustituyen a la fe, sino que la ponen de manifiesto, la sitúan como principio para reconocer y distinguir lo que se manifiesta. Mejor aún, lo que se manifiesta parece pertenecer de ordinario al orden dedos signos más que a una intuición inmediata de las realidades sobrenaturales. Se tiene un indicio de ello en el hecho de que las apariciones de la Virgen difieren en lo que respecta a su manera de vestir y -en un sentido más difícil de valorar- a su edad, a su rostro, al color mismo de sus ojos, aunque sea arriesgado interpretar la causa de estas variantes.

Hablar de signo no quiere decir hablar de ilusiones. Todo conocimiento humano en este mundo es conocimiento por medio de signos, puesto que el signo, sea cual fuere, es un medio para conocer y permite alcanzar con su mediación la realidad misma según modos más bien diversos. En este sentido se da una relatividad que depende del modo (a menudo misterioso) de la mediación. Hablar de signos no excluye que una aparición pueda tener un carácter objetivo. Pero la objetividad no tendrá que depender de las condiciones sujetas a medida (frecuencia y longitud de onda de las vibraciones) que caracterizan materialmente al conocimiento sensible. Si Cristo o la Virgen quieren manifestarse, se tratará de una comunicación su¡ generis, cuyo modelo existencial es difícil de precisar. Es ésta una de las razones por las que cualquier aparición es relativa respecto a lo esencial de la fe.

Podrían añadirse otras diferencias. Una aparición es generalmente un fenómeno de poca duración (y la brevedad es a menudo un buen criterio de autenticidad); la fe es permanente. Una visión o aparición ofrece por su parte una evidencia sensible en contraste con el estatuto nocturno de la fe (noche de los sentidos). Tiene de ordinario un carácter particular, ligadoo a una región o a una época. De suyo, esto no representa un contraste, ya que la fe y la revelación han estado siempre profundamente arraigadas en un tiempo y en un lugar particular (pensemos en los mensajes de los profetas); pero las apariciones del tiempo de la iglesia tienen una función más limitada, más particular en la historia de la salvación, aun cuando esta comunicación no esté privada de toda dimensión de universalidad. La fe es certeza, en el sentido que define la teología, no con la evidencia del objeto, sino a través del testimonio íntimo de Dios mismo. Viceversa, una aparición puede identificarse tan sólo a través de conjeturas complicadas y diferenciadas; de aquí la prudencia de la iglesia. Sin embargo, esto no excluye que la luz concedida a los videntes pueda darles, por medio de la gracia, una evidencia y una certeza análogas a las de la fe. Y finalmente, el mensaje de una aparición no se añade a la palabra de la Escritura y de la tradición desde fuera, como si se tratara de un complemento o de una palabra distinta, sino que reevoca o manifiesta con una nueva intensidad lo que estaba ya revelado. Su función, como hemos dicho, es la de reavivar la fe y la esperanza.

Estas manifestaciones carismáticas suscitan, por consiguiente, el problema de las relaciones entre la autoridad oficial de la iglesia y los dones gratuitos de los carismas. Si no está excluido ni mucho menos (e incluso es relativamente frecuente) que la autoridad goce de carismas particulares, se trata en muchos casos de simples fieles. Y la aparición, que parece guardar una relación directa con el cielo, suscita desconfianzas en la autoridad que juzga en virtud de unos criterios más modestos. Esto no deja de provocar ciertas tensiones que han hecho minimizar o reprimir estos fenómenos de una forma a veces excesiva. En efecto, la necesidad de que haya presente algún signo, alguna luz, alguna evidencia es algo que ha formado siempre parte de la fe, tanto en los profetas del AT como en la iglesia primitiva y a través de los siglos. La fe busca la luz y los signos de Dios. En donde estos signos dan una aportación excepcional de presencia o de evidencia, requieren mucha prudencia y discernimiento, ya que están sujetos a desviaciones y a interpretaciones subjetivas. Sin embargo, una línea represiva y puramente negativa de critica externa (racionalista o psicoanalítica, etc.) no es necesariamente sana y fecunda. Es verdad que se dan casos en que es preciso rechazar el error y reprimirlo con la autoridad de Dios, y hay que hacerlo con firmeza, como lo hizo mons. Laurence en la época de la epidemia de visionarios de Lourdes. Pero su acción mejor en este sentido fue el saber discernir y canalizar los signos que procedían de lo alto y que daban realmente fruto. Por consiguiente, es muy de desear que no se verifique, como ha sucedido en muchas ocasiones, una tensión conflictiva entre la autoridad institucional y los carismas.

2. REGLAS Y CRITERIOS. Serán útiles algunas reglas sobre este problema-límite, ambiguo y discutido.

a) Las revelaciones privadas no pueden situarse en el mismo plano que la revelación divina dada por Jesucristo, recogida en la Escritura y transmitida por la tradición de la iglesia. Pueden ser únicamente un toque de atención o una explicación particulares.

b) Los textos restrictivos del magisterio sobre las revelaciones privadas ponen de relieve al mismo tiempo tanto la ambigüedad de esta materia sujeta al error, a la ilusión, a la exaltación, como el carácter conjetural de los juicios dirigidos sobre estos hechos particulares por parte de la autoridad de la iglesia.

e) Estos signos relativos y secundarios tienen que ser valorados con modestia, dentro de la obediencia a la autoridad. Sin embargo, esto no impide que estas revelaciones, cuando Dios las ofrece directamente con un carácter de certeza, se manifiesten a los videntes como una luz y un testimonio de Dios mismo. En caso de contradicción se llega a crear un caso de conciencia, que suele presentarse con frecuencia en los místicos depositarios de revelaciones privadas. En Lourdes, las personas que tenían autoridad sobre Bernadette (los padres, el comisario, los jueces) le prohibieron en dos ocasiones acercarse a la gruta, a pesar de que ella le había prometido a la aparición acudir durante quince días. Ella luchó por obedecer, hasta que una fuerza irresistible la impulsó hacia la gruta. Para resolver semejantes conflictos se necesita mucho discernimiento y caridad, mucha prudencia y sentido pastoral.

d) Hay que relativizar, por las razones que hemos indicado, la distinción original entre aparición (objetiva) y visión (subjetiva) y, con mayor razón aún, eliminar la fórmula según la cual todas las apariciones sobrenaturales entran en el campo de la alucinación. Las analogías no son ninguna autorización para reducir estas comunicaciones excepcionales, libres y diversas, dentro de unos esquemas sistemáticos y preestablecidos. No tenemos ningún medio para juzgar en esta materia, y esto por diferentes motivos. El ser que comunica (Cristo o la virgen María en su cuerpo glorificado, tal como lo está en la actualidad) nos es desconocido, tanto en la duración como en el género de existencia corporal, que san Pablo define como misteriosa y completamente diferente de la nuestra (lCor 15,42-44). La condición del que recibe esa comunicación (el vidente) también se nos escapa; es verdad que el fenómeno sensible del éxtasis puede ser examinado objetivamente en algunos casos, pero incluso en esos casos revela únicamente el condicionamiento de las apariciones; y estas últimas son un fenómeno gratuito, inaccesible, que no puede repetirse a voluntad y que se escapa de toda experimentación psicológica. Por consiguiente, no estamos en una buena posición para comprender la relación que hay entre el vidente y el objeto de la visión. Pero no podemos excluir absolutamente que Dios o que una persona perteneciente a la comunión de los santos pueda manifestarse de un modo auténtico. En ese caso, el medio que utilizan para manifestarse se adapta necesariamente a la naturaleza del sujeto que recibe (ad modum recipientis) y normalmente pertenece a un género de descodificación distinto del conocimiento común sensorial (en donde la información se transmite a través de vibraciones materiales y de influjos nerviosos).

e) En esta materia resulta importante establecer una distinción entre salud y patología. El buen sentido popular, lo mismo que la autoridad, piensan que hay algo patológico cuando alguien dice que ve lo que los demás no ven. No cabe duda de que en esta materia tiene mucho que ver la ilusión. Pero puede haber también una patología por defecto, es decir, el desvío o la retención de ciertos recursos de la comunicación o del conocimiento. Si la biblia denuncia a los falsos profetas, denuncia igualmente la sistemática represión del profetismo (Am 2,1112; Is 30,10; cf Jer 11,21; Zac 1,5; Neh 9,30), lo cual lleva a extinguir la visión y la función profética en el pueblo de Dios para desdicha suya (Lam 2,9-10; cf Ez 2,26; Sal 74,9; 77,9; Dan 3,38). Todo ocurre como si en la biblia y en la iglesia los profetas y los videntes se vieran reprimidos hasta el momento en que, una vez realizada la represión, hay que lamentar que han dejado de existir (1Sam 3,1; 1Mac 9,27). La reaparición del don profético es una de las promesas de renovación que se le hicieron a Israel (Is 59,21; Os 12,1011; Jl 3,1) y que continúa en el NT (Mt 23,37;, He 2,16-18) 37. Es difícil encontrar la medida justa y una recta dirección en estas materias tan complejas.

3. MARÍA Y LAS APARICIONES. Puesto que las apariciones de la Virgen son en la actualidad más frecuentes y célebres que las demás, podemos preguntarnos cuáles son las afinidades dogmáticas y bíblicas que ella tiene con este fenómeno. En el plano teológico, puesto que ella es la más cercana a Jesucristo, es también la más cercana a los demás miembros del cuerpo místico en la comunión de los santos. Y esto está igualmente de acuerdo con su función de / sierva del Señor, con su misión maternal en el cuerpo místico [-> Madre de Dios, -> Madre nuestra], con su condición glorificada en el cuerpo y en el alma [-> Asunción]. Resulta normal encontrar en ella el "deseo de seguir haciendo el bien en la tierra", que encontramos en Teresa de Lisieux o en Bernardita de Lourdes. A Grignion de Monfort le gustaba subrayar que la que había tenido una misión en la primera venida de Cristo (primera escatología) está llamada a tener también una misión en su segunda venida.

Puede decirse con la mayor certeza que María parece haber tenido una misión para la salvaguardia de los carismas, en una época en la que éstos se vieron menospreciados o sofocados. Su humilde persona. tranquilizaba a la autoridad. De este modo, en un tiempo en que los carismas eran objeto de una desconfianza particular, se ha aceptado en la iglesia la serie prestigiosa de las apariciones modernas.

En el plano bíblico, María, madre del "hijo varón, el que debía apacentar a todas las naciones con una vara de hierro" (Ap 12,5) aparece (indistinta de la iglesia) como una "señal en el cielo" (Ap 12,1). El Cristo del Apocalipsis es el cordero glorificado y al mismo tiempo inmolado. Asimismo María aparece simultáneamente a la luz sobrenatural ("rodeada de sol, con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas": Ap 12,1), pero también en los dolores de parto, lo cual significa la cruz (Jn 19,25-27; 16,21) y las persecuciones de la iglesia. Los rasgos de la descripción de Ap 12 vuelven a encontrarse, en diversos grados, en las apariciones de Guadalupe, de la "medalla milagrosa" y otras. Este texto bíblico parece anunciar misteriosamente las visitas históricas de María a su pueblo.

De una manera más amplia, el NT la caracteriza a través de la comunicación con el cielo (anunciación y en cierto sentido Navidad) y de la relación con Cristo (visitación, Caná). Ella ocupa un lugar original y de primer plano en la efusión carismática del don de Dios. La comunión de los santos es el lugar teológico en que es preciso colocar las apariciones y saber discernirlas con la debida medida y sobriedad.

R. Laurentin
DicMa 182-199

 

NOTAS; 1 F. Alonso Fernández, Fundamentos de la psiquiatría actual, 2 vols., Paz Montalvo, Madrid 1979, 1, 445 - 2 E. von Daniken, Erscheinungen, Econ-Verlag, Düsseldorf-Wien 1974 (trad. esp., Apariciones, Martínez Roca, Barcelona 1975) - 3 C.G. Jung, Erinnerungen, Trüume, Gedanken, Rascher Verlag, ZurichStuttgart 1967 (trad. esp., Recuerdos, sueños-, pensamientos, Seix Barral, Barcelona 1966); A. Jaffe, Geisterscheinungen und Vorzeichen, Walter Verlag, Olten 1978 - 4 H.J. Eysenck, Enigmas de la psicología, Morata, Madrid 1982, 105s -- 5 G.N.M. Tyrrell, Apariciones, Paidós, Buenos Aires 1965 - 6 C.M. Staehlin, Apariciones, Razón y Fe, Madrid 1954, 99s - 7 A. Jaffe, o.c. - 6 A. Vergote, Dette el désir, Seuil, París 1978, 225-265 - 9 C.G. Jung, Ein moderner Mythus, Walter Verlag, Olten 1958 (trad. esp., Un mito moderno, Sur, Buenos Aires 1961) - 10 C.M. Staehlin,' o.c., 351s.Numerosos casos pueden verse en María, v. II -- 12 Fidel de Jesús Chauvet, El culto Guadalupano del Tepe yac. Sus orígenes y sus críticos en el siglo XVI, México 1978, elaborado en la Sociedad de Estudios Guadalupanos - 13 Un congreso que tuvo lugar los días 12/ 15-12-1981 en S. Antonio, USA, para el 450 aniversario de las apariciones - 14 R. Laurentin, Catherine Labouré el la médaille miraculeuse. Documents authentiques, Lethielleux, París 1976-1979; Vie de Catherine Labouré, DDB, París 1980, 2 vols. - 15 J. Stern, La Salette. Documents 1, DDB, París 1980; E. Basset, Lefait de La Salette, Cerf, París 1955; J. Joauen, La gráce de La Saletie, Cerf, París 1946 y 1964 - 16 R. Laurentin, Lourdes. Documents authentiques, Lethielleux, París 1958ss, 9 vols.; Histoire authentique des apparitions, ib, 6 vols. 17 R. Laurentin, Pontmain, Laval 1971, 3 vols. - 18 F. Toussaint-J. Joset, Beauraing, DDB, París 1981 19 Notre Dame de Banneux, Etudes et documents, Casterman, Tournai 1954 - 20 B. Billet, Vraies et fausses apparitions, Lethielleux, París 1973 - 21, Acta mariana Joannis XXIII, Pas Verlag, Zurich; DC 56, 1959, 274-275; cf S. Th. 2-2 q. 174, a. 6, ad 3 - 22 L. Volken, Le rivelazioni nella chiesa, Ed. Paoline, Roma 1963, 231-238 - 23 Dicho de Malebranche para definir la imaginación (n.d.t.) - 24 L. Volken, o.c., 76-86 - 35 Sess. 11 en Conciliorum oecumenicorum decreta, Herder, Bolonia, ed. 1973, 635 -- 26 Ib, 637, línea 29 - 27 Conc. de Trento, sess. 25,4-12-1563, ib, 776 - 28 De Servorum Dei beatif:catione (1734-1738), lib. 11, c. 32, n. 11; cf lib. 111, c. 53, n. 15 -- 29 Decreta authentica Congregationis rituum 3, 1900, n. 3336, 48 - 30 Ib, 79 - 11 AAS 1905, 373-374 - 32 Actes de Saint Pie X, Bonne Presse, París, V. III, 175 - 33 Sess. 5, can. 16: DS 1566; L. Volken, o. c., 220 - 34 Aid del Congresso di Lisbona-Fatima, Accademia Mariana, Roma 1970, v. VI, 3-12: Ortiz; y 207-222: Moreira - 75 En Supplément a Vie spirituelle, 1937, 46-48 - 36 D. Bertetto, Acta mariana Johannis XXIII, Pas Verlag, Zurich 1954; DC 56, 1959, col. 274275 - 37 W. Vogels, Il n'y aura plus de prophetes!, en NRT(1979) 844-859.

 

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