TIEMPO LIBRE
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SUMARIO: I. Nuevo horizonte cultural sobre el tiempo libre y el homo ludens: 1. El tiempo libre, "gran esperanza" del s. XX; 2. Peligro de manipulación: a) La degradación de la fiesta, b) La comercialización del juego. c) La masificación del turismo; 3. El redescubrimiento del valor de la dimensión lúdica del hombre - II. El tiempo libre en la vivencia del hombre contemporáneo: 1. Tiempo libre inexistente para los pobres; 2. El tiempo libre de los trabajadores dependientes; 3. El tiempo libre de las gentes del campo; 4. Los jóvenes y el tiempo libre - III. Teología y espiritualidad del tiempo libre: 1. El juego en la reflexión teológica actual; 2. La recuperación de la festividad: "ocio" y culto; 3. Valores del tiempo libre: a) Tiempo libre y mismidad del ser, b) Tiempo libre y relaciones humanas, c) La naturaleza, necesaria y creadora, d) Necesidad y placer de leer, e) La diversión y la fiesta, una necesidad, f) Tiempo libre y misterio pascual - IV. La liberación del tiempo "libre": 1. Condiciones sociales; 2. Condiciones espirituales: a) Formación espiritual para la diversión. b) Educación para los medios de comunicación social, c) Educación para el turismo.


Siguiendo un método análogo al aplicado en lo relativo al trabajo [>Trabajador], en lugar de partir de indicaciones relativas a las posibilidades que le abre a la espiritualidad cristiana la nueva y amplia dimensión del tiempo libre —y, en particular, del deporte,
el juego y el turismo, que ocupan su mayor parte—, preferimos hacerlo de una lectura de carácter sociológico del contexto cultural, en cuyo perímetro han ido madurando las grandes esperanzas del tiempo libre y las nuevas comprensiones de la dimensión lúdica del hombre (I). Esta lectura permite, efectivamente, examinar con mayor atención la "vivencia" del tiempo libre, y especialmente del momento festivo, en el ámbito de una civilización profundamente marcada por el eficientismo consumista (II). Una vez establecido este punto, podremos pasar al examen de la teología y espiritualidad del tiempo libre (III), y al examen de los compromisos que de ahí se derivan (IV).

I. Nuevo horizonte cultural sobre el tiempo libre y el "horno ludens"

1. EL TIEMPO LIBRE, "GRAN ESPERANZA" DEL S. XX - Los primeros entusiasmos que acompañaron a la revolución industrial, primero, y a la tecnológica, después, se vieron favorecidos por la confianza depositada en las enormes posibilidades liberadoras que parecían presentar la máquina y la automación en el proceso productivo en orden a la reducción de la fatiga y de la duración del trabajo manual. La posibilidad de producir, mediante las gigantescas dimensiones de la empresa y su racionalización técnica, un volumen de bienes inmensamente amplio y en un lapso de tiempo incomparablemente más reducido del que se requería en un pasado reciente, indujo a pensar que las dimensiones del tiempo "libre y creativo" habrían de extenderse rápidamente a todos los trabajadores dependientes, reduciendo al mínimo sus horas de fatiga y frustración, y empleando ese tiempo libre en la realización de necesidades humanas profundas hasta entonces no sólo insatisfechas, sino incluso atrofiadas.

2. PELIGRO DE MANIPULACIÓN - Ignorar el progreso que suponía la reducción de la jornada laboral y el desarrollo industrial sería demasiado grave. Hoy apenas podemos hacernos una idea aproximada de la vida de nuestros antepasados, pero sí podemos intuir lo que sería la nuestra con ciertas carencias actuales.

Sin embargo, también es verdad que la realidad no se adecua con el ideal. En efecto, no había de pasar mucho tiempo —al menos para los espíritus más perspicaces— sin que se cayera en la cuenta de que era preciso refrenar los entusiasmos y las esperanzas. En efecto, el alma del gigantesco aparato productivo moderno continuaba siendo el provecho, y la medida del hombre y de su valor la productividad. Consecuentemente, y a pesar del descanso semanal y de las vacaciones garantizadas contractualmente, al menos para los trabajadores de la gran industria, resultaba cada vez más problemático dar el calificativo de libre, liberador y humanizante a este espacio de tiempo fatigosamente reivindicado por el movimiento obrero. Al mantenerse en pie la estructura vertical de la empresa y la organización económica general de carácter capitalista, la mayor disponibilidad de tiempo llamado libre nopodía traducirse en un nuevo humanismo, sino que seguía siendo el "reino de la necesidad" `. Más que como alternativa al mundo del trabajo, la distensión se iba perfilando como nueva tensión y el aligeramiento como nuevo agravamiento; los pesados condicionamientos ejercidos por los tecnócratas, sobre todo a través de la sugestión de los medios de comunicación social, acababan asimilando el tiempo "libre" a los mismos ritmos oprimentes y envilecedores del trabajo ejecutivo, orientando los consumos, los esparcimientos, los "hobbies" y el turismo hacia metas prefabricadas en función de grandes intereses capitalistas. Por otra parte, ¿cómo podía el trabajador dependiente, sujeto la mayor parte de su tiempo a un trabajo alienante, administrar con auténtica libertad esta nueva dimensión de su vida? La decepción de las esperanzas han dado paso así a críticas muy duras contra un sistema económico-social que, idolatrando el tener y el hacer, la productividad y el consumo. ha frustrado gravemente las posibilidades del tiempo libre, anulando la dimensión "lúdica", imaginativa y creadora de la persona.

a) La degradación de la fiesta. Mientras llaman la atención sobre la importancia de la fiesta, como diremos después, estos críticos se lamentan de la enorme desolación que la ideología de la sociedad superindustrial ha difundido sobre las festividades tradicionales. Incapaz de expresar mediante las fiestas una religiosidad auténtica, carente de estructuras verdaderamente humanas, las únicas que podrían animar una festividad gozosa, la sociedad secularizada y desacralizante ha terminado haciendo extremadamente monótono el aspecto "festivo", deformándolo en una grosera operación consumista. El deterioro de la fiesta se une a la decadencia de la fantasía y del humorismo, que no pueden obtener el derecho de ciudadanía en el ámbito de una civilización burocratizada, terriblemente seria, planificada y totalmente racionalizada.

b) La comercialización del juego. A pesar de la enorme cantidad de tiempo y de recursos que exigen, de la escrupulosidad con que se lleva a cabo su preparación y del gigantesco número de personas implicadas en ellas, las diversiones del mundo moderno, según muchos observadores y críticos de las costumbres contemporáneas, no representan ya una verdadera y auténtica actitud lúdica. El deporte profesionalizado ha sido gravemente comercializado, y los restantes espectáculos de masas han asumido aspectos estrechamente vinculados a los del sistema dominante: "En un mundo a merced de confrontaciones de jungla, de concurrencias económicas, de condicionamientos publicitarios y políticos, de sociedades sin finalidad humana, que han hecho del crecimiento por el crecimiento la ley inmanente no escrita; en un mundo presa de las violencias que de todo ello se derivan, los espectáculos están integrados en circuitos comerciales, en el sistema de las manipulaciones, en las violencias simbólicas y en una civilización en la que el hombre es un lobo para el hombre.

c) La masificación del turismo. En el período veraniego y en el invernal hay millones de personas que se trasladan de un lugar a otro, al mar o a la montaña. En una medida cada vez más restringida, pero siempre interesante, el fenómeno se repite todos los fines de semana. Es el turismo de masa, que ocupa una gran parte del tiempo libre; pero también en este sentido los intereses organizados de la sociedad se coaligan de tal forma, que hacen vana en gran medida la libertad de opciones y las grandes posibilidades positivas en orden a la restauración de la persona, de su socialización y de su solidaridad con cuanto ofrece el turismo.

3. EL REDESCUBRIMIENTO DEL VALOR DE LA DIMENSIÓN LÚDICA DEL HOMBRE - Por reacción a estas situaciones negativas de la civilización de consumo, se ha venido evidenciando por parte de diversos sectores de la cultura la enorme relevancia de la dimensión lúdica de la persona, es decir, el valor que encierra el juego entendido no tanto como una pausa restauradora en orden al trabajo, sino como actividad autónoma, ideal y meta misma de la vida. Reuniendo los hilos de una tradición cultural que hunde sus raíces en reflexiones bastante antiguas, los sociólogos, antropólogos, psicólogos, filósofos y teólogos han elaborado unos análisis sistemáticos en torno al perfil lúdico de la persona humana; por el hecho de que en el juego se ponen en movimiento todas las facultades del hombre sin subordinaciones ni servilismos, en espontánea coordinación y con vistas a una gozosa realización del sujeto, la actividad lúdica aparece extremadamente densa a estas reflexiones y más rica que las restantes actividades de la persona por importantes que sean, vigía de su misterio profundo y de su trascendencia, anticipación del reino de la libertad a que aspira todo hombre, pregustación de una comunidad convival fundada en la espontaneidad y libre de condicionamientos coercitivos.

II. El tiempo libre en la vivencia del hombre contemporáneo

El cuadro que hemos diseñado sobre la servidumbre del tiempo libre llevada a cabo por la sociedad consumista, requiere una ulterior especificación por lo que concierne a algunas categorías que, debido a sus condiciones económico-sociales particularmente incómodas, se encuentran en la absoluta imposibilidad de aprovecharse de él o bien resultan por variadas razones más fácilmente condicionables por las poderolas centrales de las sugestiones consumistas, como, por ejemplo, los jóvenes.

1. TIEMPO LIBRE INEXISTENTE PARA LOS POBRES - Prescindiendo de las situaciones en que se encuentran amplísimas áreas implicadas en la espiral sin salida del subdesarrollo —situaciones que, por otra parte, interesan a la mayoría de los hombres que hoy viven en el planeta—, incluso en los países más industrializados del mundo existen algunas categorías de personas para las cuales los ritmos del tiempo libre (relajamiento, es decir, diversión y superación) no resultan en absoluto posibles. Para los desempleados y los subempleados [>Trabajador], lo exiguo y lo incierto de la ganancia llega a unos niveles que no permiten, en efecto, una "compra" de tiempo libre y de sus posibilidades; un tiempo vacío de trabajo y denso de preocupaciones para el día de hoy y el día de mañana, vinculado al problema muchas veces insoluble de la cuadratura del balance familiar y de las necesidades elementales de la subsistencia, no puede llamarse libre; es un tiempo "esclavo", que no permite evasiones o relajamientos fuera de los del tálamo conyugal. que, a su vez, se convierte para el subproletario en fuente de nuevas preocupaciones, porque los hijos "cuestan" cada vez más en una sociedad que no prevé una inserción temprana de los mismos en el mundo del trabajo: "El consumo del ocio precisa de determinadas posibilidades pecuniarias, para las cuales habrá que invertir más horas de trabajo, con lo cual el tiempo disponible queda reducido sensiblemente'.

2. El, TIEMPO LIBRE DE LOS TRABAJADORES DEPENDIENTES - Desde cualquier perspectiva que la contemplemos, la clase obrera está hoy día lejos de ser uniforme; en su ámbito existen diferenciaciones sustanciales, en virtud de las que los mismos operarios acostumbran a considerarse repartidos en categorías diversas, cada una de las cuales se distingue por características propias. Incluso en orden a su retribución, los trabajadores presentan variantes tan claras que se ha podido hablar con verdad de una "jungla retributiva". En consecuencia, las posibilidades de disfrutar del tiempo libre son muy diversas para las distintas categorías de trabajadores.

Sin embargo, no faltan determinados denominadores comunes; a partir de los años sesenta, por ejemplo, es innegable que para todos los trabajadores se ha conseguido, en líneas generales —y no precisamente por generación espontánea—, una mejora de bienestar en lo concerniente al incremento del nivel de vida, del consumo privado y, todavía en medida bastante más reducida de lo previsible, de las horas libres de trabajo. Las estadísticas relativas a la diversión han ido en constante ascenso y afectan también a las clases trabajadoras. Otro denominador común, que no se desprende de las estadísticas, pero que puede deducirse de recientes encuestas, afecta precisamente a la actitud del trabajador en relación con el tiempo libre. Efectivamente, para una gran parte de los trabajadores por cuenta ajena —incluidas las mujeres, que se ven aliviadas en sus fatigas cotidianas por los electrodomésticos— la disminución de las horas de trabajo no se ha traducido generalmente en un incremento correlativo de libertad, de autopromoción cultural y de socialización. Estos trabajadores ocupan las horas no laborables escuchando muchas veces de una forma pasiva y acrítica la televisión y buscan llenar el vacío despersonalizante de la fiesta con la participación en la fiebre dominical. "Los pobres sufren el tiempo, no lo dominan: esclavos de ritmos de trabajo oprimentes, acostumbrados a atenerse a esquemas preestablecidos de producción sin ninguna posibilidad de participar en las decisiones que les incumben, no están capacitados para dominar las horas vacías y darles una densidad auténticamente creativa. Banalizado por la repetitividad del trabajo, el operario no rechaza las frivolidades de los espectáculos ligeros y es capaz de soportarlos, de la misma manera que en el período de las vacaciones estivales difícilmente es capaz de sustraerse a los recorridos, a las metas y a las modalidades que la gran orquestación consumista señala para estos éxodos masivos.

3. EL TIEMPO LIBRE DE LAS GENTES DEL CAMPO - El incremento del turismo en las sociedades muy industrializadas es tan importante, que incluso el trabajador del campo ha dejado de considerarlo ya —como hacía en el pasado— un hecho extraño para él y no consigue seguir sin traumas en su fatigoso trabajo. Especialmente en los jóvenes trabajadores, el deseo de disfrutar en mayor medida de un tiempo libre activo, en contraposición al tiempo libre pasivo de los mayores, es un dato importante a tener en cuenta, tanto en el presente como en el futuro'. A primera vista, puede parecer que las posibilidades del tiempo libre implican también a la agricultura; la mecanización, al tiempo que reduce la fatiga humana y acelera la ejecución del trabajo, debería permitir efectivamente una mayor disponibilidad de tiempo libre. Y no sería objetivo negar este aspecto, que tiene importancia particular en las posibilidades de tiempo libre entre los hombres del campo. Pero tampoco podemos negar que, junto a este factor, hay otro que contrasta con él, que es la reducción de la mano de obra del campo como consecuencia del éxodo rural y la multiplicación de las prácticas culturales requeridas por las técnicas modernas, que hacen que la profesión agrícola sea cada vez más exigente, si no extremadamente fatigosa'.

4. Los JÓVENES Y EL TIEMPO LIBRE - Asumiendo la marginación como nota específica de la condición juvenil, se han realizado meticulosos estudios y numerosas encuestas que han puesto de relieve, por una parte, la solicitación sistemática de los jóvenes al consumo, a la búsqueda y a la posesión de "lo más nuevo", mientras que, por otra, se pone también de relieve su creciente integración en el consumismo. Los jóvenes italianos, por ejemplo, según la investigación demoscópica ISVET, resultan estar "ampliamente condicionados por el mensaje publicitario, dirigidos en la formación de los modelos de consumo, implicados afectivamente en elecciones precisas de las grandes empresas y orientados en la dimensión y en los tipos de gastos". Obviamente hay diversidades notables de comportamiento juvenil, debidas a condiciones socio-económicas diferentes, a la incidencia de grupos que, al menos ideológicamente, rechazan la sociedad de consumo y a la intervención de algunas instituciones menos oficiales y burocratizadas, que tienden a favorecer una movilización diversa de las energías juveniles. Sin embargo, parece innegable una notable contradicción entre las instancias de realización personal de los jóvenes y la reglamentación efectiva de su tiempo libre; éstos manifiestan, efectivamente, una profunda insatisfacción frente a las actividades que practican y, aun cediendo a las lisonjas del conformismo y de la manipulación, se dan cuenta de que no son ellos, sino el sistema, el árbitro casi exclusivo de su tiempo libre. De la conciencia de marginación y de la manipulación surgen fuertes tensiones en el mundo de los jóvenes, aflorando en fenómenos de agresividad individual o colectiva, en el recurso a la droga o en el refugio en grupos autoritarios de fuerte carga emotiva, cuando no se descargan en la tragedia del suicidio".

III. Teología y espiritualidad del tiempo libre

Impulsados por los fermentos culturales relativos al tiempo libre y al juego, de los que ya hemos hecho mención, impresionados por la fuerza creciente de la manipulación sistemática de la nueva dimensión abierta por el progreso tecnológico, una serie de teólogos, moralistas y pastoralistas no han tardado en apoyarse en la reflexión y en la práctica para llegar a una interpretación cristiana de estos fenómenos, contrastar eficazmente la erosión progresiva de sus valencias y posibilidades y favorecer su desarrollo positivo a todos los niveles para todo ser humano. Presentamos, pues, una rápida reseña de las perspectivas teológicas concernientes al juego y a la fiesta que más interesan a la espiritualidad del tiempo libre, para indicar luego, a modo de conclusión, los problemas que hoy plantea al mundo cristiano una liberación auténtica, integral y profunda del tiempo aparentemente libre.

1. EL JUEGO EN LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA ACTUAL - Un estudio orgánico sobre la dimensión lúdica del hombre, de la Iglesia, del culto y del mismo Dios, aunque se apoye en significativos precedentes contenidos en la Escritura y en la enseñanza patrística, se nos antoja con visos de relativa modernidad. A esta reelaboración sistemática estimulaba Huizinga, quien en la conclusión de su libro Horno ludens remitía al libro de los Proverbios, en el que se dice que "la Sabiduría eterna, fuente de justicia y de poder, estaba jugando en presencia de Dios antes de toda la creación para regocijo suyo y que la misma sabiduría continúa jugando en el mundo con los pasatiempos de los hombres"'. Uno de los primeros teólogos que recogieron esta llamada fue Hugo Rahner, quien descubrió de nuevo en la espiritualidad de santo Tomás la base para una interpretación cristiana de la actividad lúdica y el relanzamiento teológico de la categoría del juego". Sirviéndose ampliamente de geniales intuiciones de la sabiduría griega y de los Padres, Rahner ofrece un concepto del juego entendido como "actividad rica en significado, que tiene en sí misma su propia finalidad" y que se identifica psíquicamente con el arte en el sentido más amplio del término. El juego y el arte son para él "realizaciones con un anhelo primitivo de armonía libre, de gran vuelo y sin inhibiciones entre el alma y el cuerpo'. Tras estas premisas introductorias, Rahner y otros teólogos, tanto protestantes como católicos, asumen el juego como principio hermenéutico de la revelación cristiana. El análisis del homo ludens nos remite al Deus ludens, igual que el análisis de la ecclesia ludens remite a la danza celestial que, en su liturgia terrena, prefigura y anticipa. La categoría del juego se aplica a la creación porque ésta, al igual que la obra redentora, es fruto de un amor libre que se desarrolla más allá de toda necesidad y de toda coacción; precisamente en el libro de la Sabiduría y en la tradición patrística y mística, la creación se asemeja a un juego que el logos realiza en el mundo para el éxtasis del Padre, y a una especie de danza cósmica.

En una brillante cuanto discutida variación teológica, H. Cox ha intentado aplicar la categoría del juego también a Jesús, que, por algunas actitudes, se le antoja a dicho autor como un Cristo arlequín: "Como el bufón, Cristo desafía la costumbre y se burla de las testas coronadas. Como trovador errante, no tiene donde reclinar su cabeza. Como el payaso en el desfile circense, satiriza a la autoridad existente haciendo su entrada en la ciudad sobre una montura y rodeado de aparato real, siendo así que no tiene poder terreno. Como un juglar, frecuenta convites y reuniones sociales. Al final, sus enemigos lo visten con una burlesca caricatura de vestidura real. Es crucificado entre burlas e insultos y con un `Inri' sobre la cabeza, que satiriza sus ridículas pretensiones. Al atribuir a Jesús los rasgos del clown, Cox considera que expresa algo muy profundo y esencial. Efectivamente, según él, sólo podemos encontrar algún significado, a condición de que adoptemos una actitud lúdica de cara a la religión: "Sólo aprendiendo a reírnos de la desesperanza que nos rodea, podemos tocar la orla de la túnica de la esperanza. Cristo como payaso significa nuestra lúdica valoración del pasado y nuestra cómica negativa a aceptar el espectro de la inevitabilidad de futuro. Es la encarnación de la festividad y la fantasía'.

Por último, estos teólogos aplican la categoría del juego a la Iglesia: en virtud de la liberación pascual inserta ya en la historia, la risa de los creyentes, la danza de los liberados y el juego de las nuevas relaciones con la libertad que descubre el misterio de la Pascua pueden tener pleno derecho de ciudadanía en la Iglesia: ésta puede, pues, definirse como ecclesia ludens, aunque está inmersa en situaciones que no tienen nada de risibles. Fundamentalmente de acuerdo en estas perspectivas teológicas, los autores muestran sus divergencias, sin embargo, en lo que concierne a las modalidades del compromiso político de los creyentes, necesario, por otra parte, para acelerar la ruptura de los cercos infernales y mortíferos que todavía envuelven a la humanidad.

2. LA RECUPERACIÓN DE LA FESTIVIDAD: "OCIO" Y CULTO - Por reacción a la degradación de la fiesta llevada a cabo por la sociedad secularizada y consumista, se viene articulando hoy día una "teología de la fiesta" como parte integrante de la teología del trabajo, que pretende superar el divorcio establecido entre fiesta y trabajo y corregir la exaltación mítica de un activismo que ha contribuido a consumar dicho divorcio. Desde diversos puntos se ha llamado la atención sobre los valores de los que es portadora la fiesta —especialmente aquella en la que la religiosidad popular encuentra su expresión—. Se ha puesto de manifiesto la estrecha relación que se establece entre la fiesta y la contemplación, la fiesta y la revolución". Una teología del trabajo inspirada en el discurso bíblico no puede ser tan sólo la teología de los "seis días", sino que debe también comprender al "séptimo día" y, por tanto, permanecer abierta a la acción y a la contemplación. Entendido en su sentido clásico, el ocio se convierte así en espacio de culto, momento de relación orante, individual y comunitaria con Dios, en el cual se solucionan las tensiones entre acción y oración, lucha y contemplación. En la relación cultual, especialmente en la eucarística, el hombre es restituido a sí mismo y, por lo tanto, queda en condiciones de comprender plenamente el elemento específico cristiano del amor, que da sentido a la existencia y al trabajo, de abrirse a relaciones oblativas con los demás y de conciliarse también con la naturaleza cuando el ocio es una pausa turística no dirigida por otros. El encuentro con el Dios del "séptimo día" viene a ser así la condición de fondo para dialogar con el Dios de los seis días y hacer de toda la vida del hombre un tiempo "liberado"".

G. Mattai

3. VALORES DEL TIEMPO LIBRE - La civilización del ocio no se desarrolla a ciegas. El progreso más lúcido quiere el ocio no porque busca la ociosidad, sino porque intuye en él unos valores que el hombre necesita perentoriamente. Y desde esa intuición profunda ha trabajado por aclarar los valores más fundamentales del tiempo libre. Podrían ser éstos:

a) Tiempo libre y mismidad del ser. El ocio no debe mirarse sólo ni inicialmente como punto de partida de otros valores. El ocio supone en sí mismo un valor tan importante como éste: permite al hombre una experiencia necesaria, la experiencia de la libertad y del dominio sobre sí mismo.

El tiempo libre compensa al hombre de una alienación humana en la que le pone la voluntad, siempre algo tiranizante, de los demás, o el impulso motor de las máquinas. El ocio le permite al hombre autodeterminarse, ser él mismo en una actitud positiva de perfeccionamiento.

El hombre de hoy necesita esta experiencia. Existen algunos factores que pueden ahogarla en su mismo nacimiento. A la vez que asistimos al nacimiento de una sociedad del ocio, asistimos también al riesgo de huir de ese mismo ocio. La sociedad de consumo convierte al hombre moderno en el hombre del hacer para tener, en lugar de llevarle al ser creador. Es una tendencia fácil y peligrosa, que desgasta al hombre en sus valores más íntimos.

Por eso, la primera afirmación o primer valor debe ir en la línea del ser, de la libertad. El hombre, en todos los estados de vida, debe tender a una siempre mayor libertad y a vivir en libertad. La experiencia de la propia libertad, unida a una autodeterminación perfectiva, es una de las experiencias más hermosas. De ahí también la necesidad de percibir "cada vez más que no se puede ser un hombre verdadero y completo sin una cierta dosis de ocio".

b) Tiempo libre y relaciones humanas. Existe la impresión de que no se puede intimar con una persona si no se trata frecuente y profundamente con ella. Si la presencia continua causa inevitablemente monotonía y empobrecimiento, e incluso insensibiliza, una ausencia prolongada o una presencia frecuente no cultivada puede romper unos lazos que parecían fuertemente vinculantes.

La actividad de nuestro tiempo y la distribución del trabajo (de cualquier tipo de trabajo) no siempre permite intimar ni siquiera con los más íntimos, con la propia familia o la propia comunidad humana. Con frecuencia, cuando uno llega a casa, termina de salir el otro. Hay matrimonios que no se ven regularmente ni siquiera a la hora de la comida. Los hijos dependen de sus horarios de estudio y de trabajo, o de un contacto social que se ha hecho cada vez menos eludible, si no necesario.

En este contexto, un tiempo libre para cultivar las relaciones humanas más claramente interpersonales es un valor inestimable. En ese círculo se aprende instintivamente a no evadirse de la realidad, a educarse en la seriedad, en el respeto, en el interés por los demás, en la solidaridad más severa. El automatismo de nuestros movimientos puede llevarnos al automatismo de nuestros sentimientos, o a la insensibilidad. El tiempo libre puede liberarnos de esta disminución drástica en el hombre.

c) La naturaleza, necesaria y creadora. Los espíritus selectivos, sensibilizados, han tenido una necesidad imperiosa de entrar en contacto con la naturaleza. El mejor cristianismo tiene en esto una envidiable tradición. Desde los antiguos Padres del yermo, pasando por los fundadores de órdenes religiosas, aquellos hombres buscaban para su residencia los parajes más maravillosos. Es algo que aún admiramos y que admira todo el mundo civilizado.

El hombre de hoy tiene más necesidad de encontrarse con la naturaleza, y para ello necesita tiempo. Cada vez más la población es ciudadana, y las ciudades modernas han privado demasiado a los organismos de estos elementos [aire, agua, luz, calor del sol, silencio] de los que tiene una necesidad incoercible. Y hasta le secan la inspiración y le hunden en la tierra. El hombre de nuestras ciudades apenas alcanza ya a ver el cielo, pierde constantemente la capacidad de admiración. Esto se lo puede dar el mar, la distancia, un peñasco, el río que se oye correr... Por eso la espiritualidad ha vuelto a valorar este contacto y lo recomienda como una preparación para el contacto con Dios. No hay en ello romanticismo alguno.

d) Necesidad y placer de leer. Cualquier trabajo empobrece (aunque también enriquece. Es ahora el primer elemento el que deseamos recordar). Tanto el trabajo manual como el trabajo intelectual. Durante nuestros días de trabajo no tomamos conciencia de ello. Pero es una realidad. El trato con los demás nos hace tomar conciencia de estas limitaciones.

El tiempo libre nos permite entrar en los temas de cultura no especializada, que es tan necesaria para nuestro perfeccionamiento intelectual y para nuestra vida social. Cada vez hay menos dificultades para acercarse a este tipo de cultura y es preciso aprovechar las ocasiones.

También el tiempo libre es propicio para la lectura que recrea. La lectura tiene una dimensión recreativa, que es una verdadera embriaguez serena y duradera. No podemos perderla con la disculpa de quehaceres más importantes. Podría ser aquí también verdad que "el mucho quehacer no deja vivir" (Zubiri).

Y, además, como castigo merecido, nos empobreceríamos humanamente. Sobre esta lectura recreativa se han escrito páginas sugestivas. Leer es una aventura que hay que correr.

d) La diversión y la fiesta, una necesidad. Para un elevado porcentaje de los hombres, el tiempo libre es un tiempo muy señalado para la diversión y la fiesta. En cierto sentido, ambos conceptos son inseparables.

No podemos negar que, desgraciadamente, ha existido y existe aún una deplorable literatura cristiana sobre las diversiones y las fiestas. Quizá por un afán de religiosidad y cristianización explícita de cualquier actividad y acto humano. Es verdad que se admitía el juego honesto e incluso la necesidad de la diversión, pero también lo es que no se ha sabido entrar en la naturaleza íntima del espectáculo sin hacer antes una referencia a la dimensión cristiana de ultratumba de esa diversión, y que incluso la moral ha juzgado negativamente ciertos espectáculos por estar desposeídos de determinados valores, valores cuya falta puede ser precisamente su peculiar valor y atractivo humano.

Casi instintivamente las cosas han ido cambiando. Cansados de vivir bajo el signo de los "tigres de la cólera", "los pensadores y los poetas de nuestro tiempo parecen ventear de nuevo, a la vuelta de tantas `angustias kierkegordales', como tan graciosamente decía nuestro lúcido y jovial Eugenio d'Ors, el tema nunca viejo de la vida festival". El valor mismo de la fiesta incluye otros muchos, que precisamente aquí deben ser reseñados, porque enriquecen lo que puede ser una espiritualidad que espera también ahora convertirse en realidad. En el talante festival "reina la espontaneidad y vuelve a los rostros la risa... Celebrar una fiesta propiamente dicha equivale a dejar atrás todo lo que en la existencia humana es histórico y, por tanto, el cuidado de existir, la Sorge de la analítica heideggeriana: vivir es entonces un `puro vivir' en que el cuidado ha sido enteramente sustituido por el gozo. Al talante festival pertenecen también la radical inutilidad y la no menos radical comunitariedad de la fiesta: ni el día festivo es `útil', en el sentido que esta palabra ha llegado a tener en nuestra sociedad, ni hay fiestas para un hombre solo"

Esta enorme riqueza, que debe ser aún asimilada por quienes ansían o comienzan a disfrutar el ocio, se convertirá en una dimensión profundamente hominizante si, al mismo tiempo, el hombre del ocio sabe vigilar ante el arrastre que suele acompañar instintivamente a la fiesta: "la evasión y el escapismo"

f) Tiempo libre y >misterio pascual. El tiempo libre tiene su expresión más amplia en el fin de semana. Sábado y domingo son ya un deseo general, una esperanza en sazón, una conquista segura. Para un cristiano, sábado tarde y domingo son el día de la Eucaristía. No creo que se deba insistir en la dirección pascual del fin de semana. Al menos expresamente. Volveríamos a una resacralización que creemos negativa.

Es preferible recordar al cristiano que el domingo es el día del Señor, señorío que se festeja fundamentalmente en la celebración comunitaria de la Eucaristía. La confesión espontánea y comunitaria de la fe, la escucha de la Palabra, el recuerdo de la presencia dinámica de Dios en la historia (centrada en la muerte y resurrección de Jesús). el encuentro con su perdón y su cuerpo, personal y social, debe ser una de las "tareas" más ansiadas y gozadas en ese largo descanso del fin de semana. Desde la victoria y alegría de la resurrección, puede mirarse con serenidad la dureza cotidiana de un trabajo que es creador, pero cuesta sudor y muerte.

Olvidar la Eucaristía dominical significa, ciertamente, no haber entrado en la espiritualidad cristiana del tiempo libre. La Eucaristía no desvirtúa los restantes valores del tiempo libre. Los asume dignamente y los conjuga sin escrúpulos maniqueos y sin sacralismos trasnochados. Para un cristiano podría ser imperdonable olvidar este valor del tiempo libre.

J. Manuel Cordobés

IV. La liberación del tiempo "libre"

Cuando se compara la lectura sociológica del tiempo libre [>supra, 1-II] con la teológico-espiritual del mismo [>supra, III], se tiene la impresión de un tiempo que se llama libre aparece, cuando existe, condicionado y manipulado de tal forma que sus posibilidades humanizantes y socializantes aparecen gravemente comprometidas para la mayoría de las personas que disfrutan de él. Por otra parte, estos valores emergen con especial evidencia y riqueza de motivos. De aquí que nos preguntemos: ¿en qué condiciones pueden traducirse a la realidad las posibilidades y valores del tiempo libre? También en este interrogante se perfilan en nuestro ambiente cultural dos tendencias de fondo: una de ellas impele a la necesidad imprescindible de profundas reformas estructurales (cuando no del cambio radical del sistema neocapitalista) en orden a que se puedan crear espacios efectivamente libres sobre todo para los pobres y para los trabajadores; la otra, en cambio, pone el énfasis sobre el primado de la educación y de la formación espiritual del sujeto, sin las cuales resultaría vano todo cambio social económico y político. Prescindiendo de toda disputa sutil sobre este asunto, consideramos que debemos detenernos en ambos aspectos del problema; pero desarrollaremos con una cierta amplitud las condiciones formativas y espirituales, tanto por su intrínseca importancia como en consideración a la índole del presente diccionario.

1. CONDICIONES SOCIALES - Sin un compromiso serio, en el que deben estar presentes, sobre todo, los trabajadores en primera persona, de carácter social y político, no puede pensarse que las horas desocupadas del trabajo se conviertan casi como por generación espontánea en una dimensión nueva libre y liberadora.

Como ya se ha visto, es absurdo hablar de tiempo "libre" en sentido positivo y sustancial para quien objetivamente es esclavo del desempleo o de la desocupación; para quien tiene hambre de casa, de espacios verdes y está prisionero en la casa-hormiguero y en los innumerables "stress" del eventualismo; semejantes y parecidas situaciones alienantes imponen a todos, y especialmente al cristiano consciente de la dimensión "política" de la fe [>Política I], unos compromisos claros y precisos y unas responsabilidades graves en orden a las reformas urgentes e inaplazables que han de emprenderse. Pero también para quien trabaja y goza de una cierta seguridad económica puede decirse que el discurrir no ha concluido; para poder gozar del tiempo libre de una forma auténticamente libre, es necesario, efectivamente, que la actividad de los "seis días" se realice en el marco de unas estructuras que permitan el ejercicio de la libertad; si la democracia debiera quedarse inexorablemente a las puertas de la fábrica o del lugar de trabajo, sería muy difícil imaginar la improvisación de una gestión libre del "séptimo día", es decir, del espacio no laboral; de ahi la urgencia de pensar en la participación empresarial.

Igualmente, sin una acción socio-política orientada al cambio de los modelos de desarrollo, resulta prácticamente imposible prever espacios de tiempo libre; mientras la producción y el consumo se pongan en cabeza en el orden de los valores y se consideren como motores supremos del progreso económico, inevitablemente el desarrollo y el subdesarrollo representarán la sístole y la diástole del sistema; de ahí la necesidad de una profunda renovación tal y como la que han auspiciado —incluso a nivel de relaciones económicas internacionales— los documentos magisteriales de fundamental importancia.

Por último, también se exige el compromiso político por lo que respecta a los medios de comunicación de masas, de cuya gestión depende en gran medida la manipulación del tiempo libre, del consumo, la diversión y el turismo; el derecho a la objetividad de la información, al pluralismo y a la no violencia de las imágenes y de los mensajes servidos al público representa una exigencia fundamental, que ha de defenderse, ya que su caída determina también el fin, o al menos el grave riesgo, de toda libertad personal.

2. CONDICIONES ESPIRITUALES - Mientras se advierte la exigencia de estas transformaciones sociales, se despierta en igual medida la atención que ha de prestarse a la necesidad de una educación y formación de la persona, labor esta que no debe restringirse únicamente al período de la adolescencia —hoy día cronológicamente ampliado con respecto a otras épocas—, sino que debe extenderse a todo el curso de la vida. Por eso se habla de educación y formación permanente; educación para los métodos y las costumbres democráticas, educación para el uso de los medios de comunicación de masa, educación para descubrir los valores de la lectura, la comunicación y las aficiones artísticas, educación para la diversión y para el turismo. Las instancias de la exigencia formativa adquieren particular intensidad y extensión cuando la sociedad se hace pluralista y el individuo se expone, consecuentemente, a continuar en crisis de identidad, al no poder apoyarse en estructuras uniformes ni encontrar en ellas una seguridad de comportamiento. La espiritualidad cristiana puede contar a este propósito con unas tradiciones educativas válidas y con nuevas aportaciones de la reflexión teológica, solicitada también por sugestivas intervenciones del magisterio sobre el tema de la diversión, las comunicaciones sociales y el turismo.

a) Formación espiritual para la diversión. La tradición cristiana, unánime en la condena de la ociosidad [ocio], es también unánime en igual medida en la defensa de la validez y la santidad del "séptimo día", que anticipa la alegría y el descanso final del creyente, a la vez que da significado al momento del trabajo y crea un espacio no sólo para el momento celebrativo de la asamblea, sino también para la diversión. Prescindiendo de las indicaciones, a veces rígida o excesivamente casuísticas, elaboradas por los moralistas del pasado, hoy día la renovación de la moral y de la espiritualidad cristiana está en condiciones de ofrecer preciosas sugerencias respecto a las actitudes que debe asumir el cristiano de cara a las diversiones. Las familias cristianas y las iglesias locales tienen el deber de preocuparse de la formación de los niños y los jóvenes desde el momento de la elección de los juguetes, desde la apertura a las instancias de la paz universal y de la ecología, desde los impulsos a la acción deportiva no meramente competitiva, para llegar a la interiorización del sentido de responsabilidad individual y social, del que no puede dejar de verse imbuida toda actividad humana, incluyendo la lúdica, si es que quiere resultar auténtica y promocional".

Algunos grupos cristianos y entidades educativas, entre las que parecen merecer especial mención el movimiento de los boys-couts y los centros juveniles inspirados en la metodología de san Juan Bosco, han dedicado particular atención a estas condiciones espirituales y formativas.

b) Educación para los >medios de comunicación social. Considerada la multiplicidad de mensajes que a través de los medios de comunicación de masa llegan a los usuarios y la dificultad de descodificarlos y criticarlos, sustrayéndose a la poderosa sugestión de la imagen y del sonido que muchas veces lo acompañan, resulta obvia la insistencia en la formación técnica y moral de los receptores de dichos mensajes, y especialmente de los fieles, para que se capaciten en orden a utilizar correctamente los medios de comunicación social (IM 15-16). La instrucción pastoral Communio et progressio (del 1971), a la vez que profundiza en el fundamento teológico de la comunicación social, que adquiere en Cristo —perfecto comunicador— su significado, su valor y su finalidad, robustece y amplía el discurso moral formativo incluso para los emisores y la comunidad política. En los emisores subraya los siguientes requisitos: competencia, es decir, alto nivel técnico, formal y artístico; humanización, es decir, rechazo de la desinformación y de la manipulación; y, por el lado positivo, contribución a la liberación del hombre frente a los condicionamientos del analfabetismo, la injusticia y la violencia; honestidad, sinceridad y verdad en las comunicaciones".

c) Educación para el turismo. El turismo es un "test" especialmente significativo para medir las diversas formaciones espirituales. El hombre carente de educación social o educado en forma individualista, escasamente dispuesto al diálogo con los demás, a la lectura atenta de la naturaleza, proclive a procurarse placeres, pero insensible a las creaciones artísticas, difícilmente transformará el turismo en un factor de autopromoción; será siempre un viajero distraído, superficial, descuidado, aprovechado, esclavo de los medios técnicos y de los persuasores consumistas. La formación espiritual cristiana, sensible a los valores individuales y sociales del "peregrinar", abierta también a una profunda lectura del libro y de la lógica de la naturaleza, así como al diálogo y al servicio de comunión con el prójimo, hace del turismo, responsable y libremente organizado, un instrumento muy válido para el enriquecimiento ético y religioso, una de las modalidades más sanas para disfrutar del tiempo libre y hacerlo `liberador'.

G. Mattai

BIBL.—AA. VV., La civilización del ocio, Guadarrama. Madrid 1968.—AA. VV.. Ocio y sociedad de clases, Fontanella. Barcelona 1971.—Comblin. J. Teología de la ciudad, Verbo Divino. Estella 1972.—Cox, H. Las fiestas de locos, Taurus, Madrid 1972.—De Gracia. S. Tiempo, trabajo y ocio, Tecnos, Madrid 1966.—Dufour, R, Spiritualité du Week-end, Mame, París 1968.—Folliet. J, La spiritualité de la route, Bloute et Gay. París 1936.—Guevara. J, Ocio y libertad o el imperio del trabajo, Magisterio Español, Madrid 1976.—Huizinga, J, Homo ludens, Madrid 1970.—Laín Entralgo. P. Ocio y trabajo, Rev. de Occidente, Madrid 1960.—Laín Entralgo, P. La aventura de leer, Espasa-Calpe, Madrid 1964.—Maldonado. L. Religiosidad popular. Nostalgia de lo mágico, Cristiandad, Madrid 1975.—Moltmann, J. Sobre la libertad, la alegría y el juego. Los primeros libertos de la creación, Sígueme. Salamanca 1972.—Rideau. E, Teología del ocio, Nova Terra. Barcelona 1964.—Rordorf, W, El domingo. Historia del día de descanso y de culto en los primeros siglos de la Iglesia cristiana, Marova, Madrid 1971.—Weber, E. El problema del tiempo libre: estudio antropológico y pedagógico, Editora Nacional, Madrid 1969.