SENTIDO DE DIOS
DicEs
 

SUMARIO: I. Sentido de lo sagrado - sentido de Dios - II. El conocimiento de Dios según la revelación: 1. Experiencia total e integrante; 2. La tensión en la armonía y la armonía en el contraste; 3. La gloria de Dios; 4. El sentido de la presencia de Dios; 5. El sentido de Dios en los profetas - III. El sentido de Dios en Cristo y con Cristo: 1. La experiencia de Cristo; 2. Cristo comunica el sentido de Dios a sus discípulos; 3. El "sensus fidei fidelium" - IV. Comunicar el sentido de Dios: 1. Evangelización y sentido de Dios; 2. Diálogo de fe y oración participada; 3. Equidistancia entre el racionalismo y el modernismo - V. La pérdida del sentido de Dios: 1. Es anormal no conocer a Dios; 2. La pérdida del sentido de Dios en la clase sacerdotal - VI. Condiciones favorables al sentido de Dios: 1. Condiciones generales: 2. Condiciones particulares.

I. Sentido de lo sagrado - sentido de Dios

Con frecuencia se escuchan hoy día lamentaciones sobre la pérdida del sentido de lo sagrado, pero sin acudir a especificaciones sobre el significado del término "sagrado". Ahora bien, una cosa es un vago sentido de lo sagrado y otra el sentido del Dios vivo. La calidad del sentido de Dios manifiesta, entre otras cosas, un modo de percibir lo sagrado en las realidades creadas. Por ejemplo, quien asigna mayor importancia a las cosas sagradas (piedras, vestidos, tiempos, rúbricas, etc.) que a la sacralidad de la persona, demuestra que posee el sentido de Dios en una medida muy imperfecta.

Son sagradas las cosas ofrecidas y consagradas a Dios; pero mucho más sagradas son las personas dedicadas al servicio de Dios, aunque para el creyente toda persona creada a imagen de Dios es sagrada, inviolable y merece respeto, reverencia y amor precisamente por estar creada a imagen de Dios.

El hombre histórico tiene una tendencia innata a construirse símbolos que le recuerden un acontecimiento sagrado o una experiencia de Dios en el pasado, o bien símbolos que debieran recordarle la presencia de Dios, un don suyo o una misión encomendada por él. Pero la conservación de símbolos sagrados que han perdido su significado originario y no se mantienen ya en contacto con la realidad histórica presente, más que favorecerlo, pueden oscurecer y obstaculizar el genuino sentido de Dios. Incluso esto puede verse favorecido precisamente por una crisis en la que el hombre rehúsa seguir atribuyendo un carácter sacro a semejantes símbolos, vacíos ya de significado. La pérdida de un cierto sentido de lo sagrado puede, pues, ayudar a la resacralización de la persona y de todo lo creado, en cuanto que el verdadero adorador los acoge como revelación, mensaje, don y llamada a la solidaridad entre los hombres. Para el creyente auténtico no existe un ámbito profano, a menos que se trate de cosas profanas o de un hombre profanador de la creación divina. La máxima profanación consiste en el abuso del hombre y en el egoísmo que profana al mismo que realiza el abuso.

El verdadero sentido de Dios descubre su presencia como creador y liberador, como don y llamada, en la realidad cotidiana, en el ámbito secular y en la construcción de una sociedad auténticamente humana. Este sentido de Dios no permite separaciones entre ámbito sagrado reservado a una clase sacerdotal y ámbito profano extraño a tal sacralidad.

No pretendemos con esto excluir el papel específico de los sacerdotes y de los profetas en la promoción del sentido de Dios y del discernimiento. Pero sí excluimos cualquier monopolización que pretenda sustraer a la creación la dignidad y la sacralidad que dimanan de su mismo creador.

II. El conocimiento de Dios según la revelación

La expresión "conocimiento de Dios" es análoga a la de "sentido de Dios". En efecto, el conocimiento según la Biblia no es un proceso intelectual, sino una comprensión total. El hombre entero es comprendido y comprende con todas sus fuerzas. En lo que sigue utilizaremos indistintamente los términos "sentido de Dios", "conocimiento de Dios" y "experiencia religiosa", que tiene su contenido propio en el sentido de Dios.

1. EXPERIENCIA TOTAL E INTEGRANTE - El sentido de Dios comprende y dinamiza a la persona entera con toda su fuerza y su relación esencial. Precisamente en esto podemos percibir la gran diferencia que media entre sentido de Dios y las restantes formas de conocimiento o de experiencia. No se trata solamente de inteligencia o de voluntad, sino de inteligencia como intuición y de voluntad en su dinámica innata hacia el bien. Se engloban también ahí las pasiones, especialmente de afectividad; pero no separada del intelecto o de la voluntad, sino actuando más bien como puente y expresión de la integración entre estas dos realidades. La integración no es sólo un hecho o un fenómeno psíquico; es algo que, en el sentido de Dios, hace que la persona se sienta unida a todo lo creado, que procede de Dios como centro de unidad. Quien tiene el sentido de Dios posee al mismo tiempo el sentido de la vida y del ser humano. Así se unen en síntesis la escucha y la prontitud a la respuesta existencial'.

El objeto de la experiencia religiosa — cuando es auténtica— no son las cosas en sí, sino siempre Dios santo y misericordioso, trascendente y cercano.

Hay una profunda analogía entre sentido de Dios y experiencia de conciencia. La conciencia no es una facultad más junto al intelecto, la voluntad o la afectividad, sino más bien una dinámica innata orientada hacia la integración de todas las facultades en la síntesis de una vida completa. Cuando una voluntad egoísta se niega a traducir a la práctica lo que el intelecto y la voluntad mejor han reconocido como verdadero bien, se produce una herida profunda y una gran amenaza a la integración del hombre. La conciencia es el grito hacia esta integración, síntesis de toda fuerza humana. Quien vive la integración entre el bien conocido y el bien amado y realizado está ya en el camino que lleva a la experiencia de Dios, la cual no deja, sin embargo, de ser siempre un don suyo.

2. LA TENSIÓN EN LA ARMONÍA Y LA ARMONíA EN EL CONTRASTE - Rudolf Otto describe el sentido de lo numinoso, es decir, la experiencia religiosa, como una armonía llena de contraste, una armonía dinámica que une la experiencia del mysterium tremendum con la del mysterium fascinosum. Dios es conocido como el santo, ante el cual el hombre pecador siente un profundo dolor y una urgente necesidad de purificación. Pero, al mismo tiempo, el Dios santo es conocido y adorado como amor que atrae con la fascinación de la bienaventuranza, a la que el hombre se prepara precisamente mediante el santo temor y la purificación. El sentido de Dios es auténtico si hay un cierto equilibrio —por difícil que sea— entre misterio de la santidad y misterio del amor atractivo y misericordioso. Quien piensa solamente en el mysterium tremendum y conoce tan sólo el temor de Dios no tiene sentido de Dios, sino más bien miedo a un dominio. Y quien busca solamente el confort y la fascinación del amor sin la adoración del misterio de santidad no puede alegrarse ante el Padre que está en los cielos. Sin embargo, no se puede ignorar el hecho de que durante el crecimiento de la vida espiritual se puede poner el acento en un determinado momento sobre la experiencia del mysterium tremendum, de la necesidad de purificación, del miedo de Dios, mientras que en otros se coloca en el aspecto del júbilo. Pero estos momentos alternantes se contemplan en la tensión hacia el equilibrio. No obstante, dada nuestra condición de peregrinos en continua conversión, tampoco puede faltar la imperfección en lo que atañe al equilibrio, aunque no debamos permitir la ausencia de la dinámica hacia una síntesis más completa.

3. LA GLORIA DE DIOS - La revelación o manifestación de Dios aparece unida en la Sagrada Escritura a su esplendor y a su gloria, que significa una presencia dinámica purificadora y letificante. Dios no se manifiesta con las teorías de un filósofo; su revelación es siempre dinámica. Manifiesta su propia grandeza y santidad de manera que el hombre pueda acogerlos tan sólo en la medida en que se muestra reconocido y está dispuesto a darle gloria. En el progreso de la adoración y de la purificación son centrales las palabras: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". El modo de percibir la gloria en la que Dios se manifiesta se designa en la Escritura con los verbos "ver" o "conocer". El hombre que ya no se busca .a sí mismo, sino que se muestra reconocido, trasciende su propio yo y está disponible para recibir, y de hecho recibirá la experiencia de la gloria de Dios o, en otras palabras, tendrá el sentido de Dios como don recibido humilde y gozosamente.

Abraham Maslow ve en la experiencia cumbre de la persona que se acerca a la madurez un profundo sentido de gratitud'. En la experiencia cumbre la persona experimenta su ser y todas las cosas como don gratuito, y en esa nueva dimensión comprende también la regla fundamental, a saber: que no puede realizarse a sí misma sin trascenderse hacia el otro. Si ese otro es verdaderamente buscado por sí mismo, se abrirá el camino al Otro, a Dios.

4. EL SENTIDO DE LA PRESENCIA DE DIOS - Para Gabriel Marcel, Dios es presencia absoluta y personal. No puede él imaginar cómo una reflexión abstracta, en la que Dios es presentado como primer motor o causa primera, puede servir de ayuda al sentido de Dios. Nosotros experimentamos a Dios como al Tú. El es presencia absoluta para quien quiere estarle presente. Entre Dios y yo se da la relación de una libertad con otra. Debe existir una relación del tipo de la que instaura el amor entre los amantes. "Esta realidad [Dios] se abre a mí en la medida en que yo me doy a ella"'. El sentido de Dios está allí donde se le reconoce plenamente como un Tú. A cuantos hablan de Dios como si fuera una realidad extraña a nuestro diálogo les dice Marcel: "Aquí parece que decimos (a nosotros mismos o al otro, no importa a quien): vosotros afirmáis que hay un `tercero que es Dios, pero ese `tercero' no es Dios; en él no hay nada que sea divino" . Igual que Max Scheler, Marcel nos advierte el gran peligro que tiene para el sentido de Dios presentarlo ante todo como causa, "Creo que se debería poner fin a la idea de un Dios causa, de un Dios que concentra en sí toda causalidad; o también —utilizando un lenguaje más riguroso— a todo uso teológico de la noción de causalidad. Podría ser que el Dios cuya muerte ha anunciado Nietzsche sea precisamente el Dios de la tradición aristotélico-tomista, el Dios primer motor". Con la imagen de causa o de motor no se entra en una relación que caracterice al sentido de Dios. "Puede haber solamente un tú para aquel que se da, que da crédito y que cree".

"Marcel no se preocupa tanto de establecer la realidad de Dios cuanto de indagar directamente cómo podemos participar personalmente de su ser. En esta perspectiva es donde debemos comprender sus análisis acerca del significado de las palabras `prueba' y 'existencia' cuando se las aplica a Dios".

El sentido de Dios nos ofrece también un sentido nuevo del momento presente. En la presencia de Dios, el hoy está lleno del don de Dios y de la oportunidad de corresponderle en el servicio del prójimo. El auténtico sentido de Dios abre las dimensiones del pasado en la gratitud y las dimensiones del futuro en la esperanza, precisamente mediante la experiencia del presente, que es acogido en la vigilancia.

5. EL SENTIDO DE Dios EN LOS >PROFETAS - No hay escuela mejor para comprender el sentido de Dios que los libros proféticos, que preparan al conocimiento de Cristo, el profeta. El sentido de Dios en los profetas significa la transformación total del hombre en todas sus relaciones. La presencia de Dios es experimentada como don, llamada y misión. La respuesta natural del profeta es: "Heme aquí, mándame a mí". En la experiencia profética se manifiesta la síntesis más perfecta entre sentido de Dios y sentido del hombre. El encuentro con Dios se encarna y se intensifica en el encuentro altruista con el prójimo y con la comunidad.

III. El sentido de Dios en Cristo y con Cristo

1. LA EXPERIENCIA DE CRISTO - Debemos darnos cuenta de la verdadera humanidad de Cristo. Cristo hombre experimentó el sentido de Dios. Pero en virtud de su unión hipostática con el Verbo eterno, su experiencia es una experiencia cumbre, la más pura y profunda. En Cristo se encuentra la perfecta armonía entre la experiencia del mysterium tremendum y el mysterium fascinosum. En su naturaleza humana es el adorador de Dios Padre en espíritu y verdad. Se hizo el más pequeño en el reino de los cielos y se convirtió en el más grande en la experiencia de Dios. Está perfectamente guiado por el Espíritu. Jesús es el pobre. Infinitamente rico, se hizo siervo de todos para hacernos ricos. Especialmente teniendo en cuenta este hecho, el Padre se le reveló completamente. "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a los hombres sabios y hábiles, se las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te agradó. Mi Padre me ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo" (Lc 10,21s). En esta oración, que Jesús expresa exultante de alegría en el Espíritu Santo, encontramos indicada la armonía: a Dios le llama al mismo tiempo "Padre" y "Señor del cielo y de la tierra". El Padre le ha dado a él, que se ha hecho el más pequeño, un sentido perfecto de Dios, y él hará partícipes de este sentido de Dios a los más pequeños.

En Cristo, sumo sacerdote y profeta, que vive plenamente la justa compasión y la solidaridad con todos los hombres (cf Heb 5,1), se manifiesta el contraste y, al mismo tiempo, la armonía entre el santo temor de Dios y la plena confianza, que corresponde a la fascinación del amor del Padre. La pureza de su santo temor del Padre se une al temor angustioso de la humanidad cuando en la cruz grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46). Pero al punto se escucha el abandono más confiado: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). Cristo nos comunica su paz, que llena nuestros corazones de alegría ante Dios y ante los hombres. Pero, al mismo tiempo, lleva la espada para desenmascarar la paz falsa y la mentira de quien no posee el verdadero temor de Dios.

2. CRISTO COMUNICA EL SENTIDO DE DIOS A SUS DISCIPULOS - Viendo el poder divino de Cristo, sus discípulos fueron presa del estupor. Pedro exclama lleno de santo temor: "Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Y Jesús se preocupa de educar a Pedro en un temor de Dios más profundo y más puro, recriminándole por su obstinación en el concepto erróneo de Mesías: "¡lejos de mí, Satanás!, pues eres mi escándalo, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16,23). El mismo Pedro expresa el otro aspecto del sentido de Dios, que es la santa alegría como respuesta a la fascinación del amor divino: "Maestro, bueno es quedarnos aquí" (Lc 9,33). "Pedro le contestó: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (In 6,68-69). Los apóstoles reconocen gradualmente la fascinación del nombre Emmanuel, pero también aprenden cada vez más el santo temor ante el "Santo de Dios".

Los apóstoles y los discípulos pueden ser heraldos de la buena nueva porque han experimentado el sentido de Dios. Pero sólo porque esta experiencia ha sido interiorizada por medio del Espíritu, Jesús puede enviarles a anunciar el Evangelio. "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra" (He 1,8). Pedro, que al principio no estaba dispuesto a seguir a Cristo en la hora de la pasión, puede llamarse "testigo de los sufrimientos de Cristo y participante en la gloria que habrá de manifestarse en el futuro" (1 Pe 5,1) cuando es bautizado por el Espíritu.

También aquí vemos expresada clásicamente la armonía entre los dos aspectos inseparables: sufrimiento y gloria, santo temor y santa alegría. Pero en ninguna otra persona como en María, Reina de los Apóstoles, aparece tan perfecta la síntesis entre el santo temor y el júbilo en presencia del Emmanuel, el Dios santo y misericordioso. Toda su vida cantó la alegría y la humilde adoración: "Es santo su nombre. Su misericordia va de generación en generación para los que le temen" (Lc 1,49-50).

Si nos fijamos en el transcurrir del tiempo, no podemos decir que somos contemporáneos de Cristo; no lo hemos visto con nuestros ojos. Mas por el don del Espíritu, derramado abundantemente, también nosotros podemos considerarnos en cierto sentido contemporáneos del Señor y de sus apóstoles. Efectivamente, mediante el Espíritu su alegre mensaje se convierte en experiencia del hombre, en una fe que es acogida gozosa, humilde y reconocida.

3. EL "SENSUS FIDEI FIDELIUM" - El hecho de que en la Iglesia haya un magisterio instituido por el mismo Cristo no debe hacernos olvidar el otro aspecto más fundamental: Cristo derrama su Espíritu en todos los fieles y todos son instruidos por Dios. El magisterio quedaría vaciado de contenido y se volvería ineficaz si se considerara únicamente como instancia de control, y no como experiencia profunda de Dios, es decir, como sentido de Dios de los fieles. El racionalismo y el miedo antimodernista han producido un mal harto grande en la Iglesia: la acentuación unilateral de la Fides quae, del contexto de la fe expresado de una forma ortodoxa. Pero tan sólo mediante la fe viva (Fides qua) se convierte la Iglesia del todo en comunidad de fe, de esperanza y de comunión de los verdaderos adoradores de Dios.

Quien no tiene el sentido de Dios, es decir, una fe gozosa, humilde y reconocida, no se encuentra en la longitud de onda necesaria ni para enseñar a los demás ni para ser enseñado. El sentido de Dios se ha dado a los humildes, a los pequeños, a los anawim, que buscan a Cristo servidor de todos. El sentido de Dios no es en absoluto un monopolio de los doctos. No se concede automáticamente por medio de la ordenación sacerdotal. El maestro de teología recibe el conocimiento de Dios y de Cristo que es la vida eterna sólo en la medida de la humildad que expresa tanto en la vida como en la oración. La teología se hace vocación auténtica sólo en el ámbito del "sentido de Dios", de la fe gozosa, humilde y reconocida. Si carece de estos dones, la enseñanza de la teología se convierte en un menester inútil y peligroso.

Quien de un modo u otro forma parte de la Iglesia que enseña (ecclesia docens) debe prestar la máxima atención al sensus fidei fidelium; en otros términos, debe ser de manera distinta ecclesia discens de cara al divino Maestro y recibir de buen grado la ayuda de los simples fieles.

IV. Comunicar el sentido de Dios

1. EVANGELIZACIÓN Y SENTIDO DE Dios - La evangelización consiste esencialmente en comunicar el sentido de Dios juntamente con el contenido ortodoxo de la fe. Quien separa estos dos elementos condena la evangelización a la ineficacia, o incluso destruye su verdadero significado.

El Vat. II pone el acento en esta síntesis, definiendo a los padres en su casa y a los obispos y sacerdotes en su misión como "primeros heraldos de la buena nueva". El proyecto de una ley fundamental de la Iglesia ha sido especialmente criticado, porque hablaba de maestros de doctrina refiriéndose al concilio, el cual habla, por el contrario, de heraldos y testigos de la buena nueva. La diferencia no es de poca monta. Efectivamente, la crisis de la evangelización deriva de esta raíz: son muchos los instruidos en la ley canónica y en las fórmulas dogmáticas más o menos exactas, pero que no son heraldos de la buena nueva porque no saben comunicar el sentido de Dios.

La síntesis entre sentido de Dios y anuncio de la buena nueva queda delineada en el prólogo de la primera epístola de san Juan: "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que han tocado nuestras manos acerca del Verbo de la vida, sí, la vida se ha manifestado, la hemos visto, damos testimonio de ella y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos ha manifestado; os anunciamos lo que hemos visto y oído para que estéis en comunión con nosotros. Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos todo esto para que vuestro gozo sea completo" (1 Jn 1,1-4).

La buena nueva o alegre noticia se comunica en las celebraciones litúrgicas si el celebrante y los participantes se comunican recíprocamente la santa alegría y el santo temor. De esta forma también la predicación, la catequesis y el diálogo de fe serán otras tantas celebraciones de la maravilla de Dios: una comunicación recíproca del sentido de Dios en Cristo. Y ésta es la verdadera evangelización. San Juan insiste en decir que la comunicación de la experiencia religiosa tiene como finalidad hacer a los demás participantes de la misma alegría. También el Maestro procede en la misma línea: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa" (Jn 15,11).

Podemos alegrarnos juntos como hijos de Dios y amigos de Cristo, porque recibiendo su comunicación conocemos las intenciones de paz del Padre.

2. DIÁLOGO DE FE Y ORACIÓN PARTICIPADA - Para poder comunicarse mutuamente el sentido de Dios y la santa alegría junto con el temor, hay que tener una conciencia profunda de la presencia de Dios. Esta conciencia es profundizada cuando nos reunimos no sólo para recitar oraciones de otra época o compuestas por otras personas, sino también para dialogar, para expresar espontáneamente lo que nos ha sorprendido de una forma especial en la vida o en la lectura de la Escritura. Es muy deseable que en ciertas horas nos reunamos para meditar juntos la palabra de Dios, para quedar algún tiempo en silencio, para comunicarnos los unos a los otros la experiencia religiosa, los sentimientos, los pensamientos y las reflexiones. En estas reuniones pueden alternarse las reflexiones, el diálogo y las oraciones de súplica, de intercesión y sobre todo de alabanza y de acción de gracias.

Esta comunicación de fe viva dará fruto si sabemos llevarla adelante incluso más allá de los momentos de oración y fuera del templo, aceptando lo mismo las pruebas que las alegrías como dones de Dios. Allí donde se desarrolla una verdadera amistad que tiene su centro en Cristo se inserta la comunicación de la experiencia religiosa. Su lugar privilegiado es la familia, la comunidad religiosa y la comunidad de sacerdotes diocesanos unidos por la amistad. Así nos ayudamos a ver en todo acontecimiento el don, el mensaje y la llamada del Señor. Particular relieve adquiere esta fe comunicada y participada en las situaciones de sufrimiento y de enfermedad y a la hora de la muerte. Y en esta amistad que nos une en el nombre del Señor hallamos las condiciones más adecuadas para recibir siempre el sentido de Dios como don suyo.

3. EQUIDISTANCIA ENTRE El RACIONALISMO Y EL MODERNISMO - El modernismo, subrayando unilateralmente el sentimiento y la fuerza del inconsciente en la experiencia religiosa, representó una reacción frente a la aridez del racionalismo. Este despreció el contenido mismo de la fe y se negó a dar valor alguno a la experiencia. El modernismo, por contrario, puso el acento en la experiencia, pero descuidó el contenido de la fe que proviene de la escucha.

A su vez, el antimodernismo subrayó no sólo el contenido racional, sino también y muy intensamente el control. Se desarrolló así un verdadero y auténtico miedo a la experiencia, hasta el extremo de que los términos experiencia religiosa y sentido de Dios desaparecieron del vocabulario de una gran parte de la Iglesia católica.

El Vat. II ha superado tanto el modernismo como el racionalismo y el antimodernismo. El concilio subraya la fe en el Espíritu Santo, que nos da la vida e inscribe la ley en nuestros corazones. Así hemos vuelto a la gran tradición, que desde el evangelista Juan hasta santa Teresa de Avila y a santa Teresita de Lisieux ha sido impulsada por los grandes místicos: acentuación de la experiencia religiosa y convicción de que puede ser comunicada a los demás, porque todos están llamados a tener el sentido de Dios y una profunda experiencia de la presencia, de la bondad y de la santidad de Dios.

V. La pérdida del sentido de Dios

1. ES ANORMAL NO CONOCER A DIOS - Para el hombre, creado a imagen de Dios, lo más normal y gratuito es conocer a Dios. "Conocer" en el sentido hebreo de jadach, es decir, conocer con todo el corazón, con la mente y con la inteligencia. La falta de conocimiento de Dios —fuente de vida, fin último, aquel que llama a participar de su vida, de su amor y de su felicidad— constituye una profunda alienación y es causa de muchas perversiones. No preocuparse de profundizar el conocimiento de Dios es la culpa más grave y que mayores daños acarrea al individuo y a las relaciones humanas (cf Rom 1,28).

Carecer del sentido de Dios se debe a causas especiales, lo que significa que es un fenómeno absolutamente anormal. No hablamos de estadísticas, sino de la verdad existencial, según el designio de Dios. Ni siquiera podemos juzgar a cada una de las personas carentes de este sentido. Sólo Dios conoce quién es responsable de que falte la comunidad de fe, o de que el ambiente esté corrompido por toda una cadena de pecados personales unidos al pecado del mundo. Entre las causas principales de la falta de sentido de Dios se encuentran el egoísmo individual y colectivo, el orgullo, la pereza, la avaricia y el deseo de explotar y dominar a los demás. Aquí se podría repetir mucho de lo que se ha indicado en la voz >Ateo.

2. LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DE DIOS EN LA CLASE SACERDOTAL - Uno de los fenómenos más graves en la historia de las religiones es la pérdida del sentido de Dios en la clase sacerdotal. No digo entre los sacerdotes, sino en su clase. Desde el momento en que el sacerdocio comporta una serie de prerrogativas, una superioridad y un distanciamiento frente al pueblo sencillo, dejan de darse las condiciones normales para el sentido de Dios.

El colmo de la alienación se manifiesta brutalmente en la clase sacerdotal de Israel, que rechaza a Jesús y decide fríamente eliminarlo. Max Weber ha demostrado cómo también entre los monjes desaparece el celo misionero y muchas veces incluso el sentido de Dios cuando vienen a ser sustituidos por la seguridad material y por la superioridad. La sociología del conocimiento de Max Scheler nos ofrece el fundamento científico para explicar esta pérdida. Las formas de conocimiento se pueden clasificar en tres tipos: conocimiento de salvación, conocimiento metafísico y conocimiento de dominio. Allí donde el conocimiento de salvación, es decir, el sentido profundo de Dios y el celo de comunicarlo, ocupa el primer puesto e imprime significado a los otros dos conocimientos, no se da ningún tipo de degeneración. Pero cuando la ciencia de dominio y de control ocupa el primer puesto, el conocimiento de salvación resulta profundamente falsificado y destruido.

Max Weber y Abraham Maslow afirman que el burocratismo eclesiástico, que degrada al sacerdote rebajándolo al nivel de administrador, es uno de los enemigos más peligrosos del sentido religioso. A todo ello se asocia la miseria de una teología racionalista o unilateralmente intelectualista, junto con la ausencia total o casi total de espontaneidad en las celebraciones litúrgicas y en la misma oración común extralitúrgica. Todavía peores cosas se pueden esperar de una teología militante y de un fanatismo, que lucha por cosas secundarias en detrimento de la caridad y de la alegría de la fe.

El sacerdocio que quería Jesús es el sacerdocio profético, que tuvo en él mismo una perfecta encarnación y consumación. Durante la historia de Israel, Dios envió periódicamente profetas dotados de profundo sentido religioso para reformar el sacerdocio. Algunos de ellos eran sacerdotes. Durante la historia de la Iglesia nunca han faltado profetas entre los sacerdotes, pero tampoco entre los laicos, cuyo cometido era precisamente reconvenir a la clase sacerdotal. La crisis actual de sacerdocio puede servir para liberarnos de muchas tentaciones sacerdotalistas o tendentes a formar un clero distinto como clase social superior y alienada. El sacerdote auténtico es un hombre de Dios y de oración, que ha encontrado la síntesis entre fe y vida, entre sentido de Dios y sentido del hombre.

VI. Condiciones favorables al sentido de Dios

1. CONDICIONES GENERALES - Dado que el sentido de Dios se distingue precisamente por su totalidad de experiencia, es de la máxima importancia una educación integradora. Merece destacarse en especial el desarrollo normal de la afectividad, el sentido de lo bello, la capacidad de admirar, la formación de la conciencia no sólo mediante la casuística, sino en el sentido más profundo de la reciprocidad de las conciencias, de la apertura total a la verdad y al bien, de la dinámica hacia el "hacer la verdad". La tendencia de la sociedad, orientada unilateralmente al éxito, debe hallar remedio en el puesto asignado al arte y al sentido de la vida en toda la educación.

2. CONDICIONES PARTICULARES - El sentido de Dios es un don gratuito. Por eso el hombre se prepara y se hace acogedor cultivando el sentido de la apreciación y de la gratitud hacia el prójimo, y la oración de alabanza y de acción de gracias a Dios. El reconocimiento del Señor no es natural y espontáneo si no lleva al reconocimiento del prójimo. La gratitud a Dios se expresa necesariamente también en la oración de súplica, en la que reconocemos a Dios como fuente de todo bien. La oración más ferviente debe ser la dirigida a obtener un sentido de Dios cada vez más profundo y auténtico.

Las bienaventuranzas en su conjunto nos indican el camino real hacia el sentido de Dios. El centro lo ocupan las palabras del Señor: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). "Ver a Dios", análogamente al "conocer a Dios" de la Biblia, significa tener el sentido de Dios, que nos hace gustar anticipadamente la visión beatífica. Quien quiera progresar en el conocimiento de Dios, en la esperanza religiosa auténtica, debe vigilar mucho sus propios motivos.

En el sentido de Dios, nos comunica él su vida y nos hace percibir su amor. Debemos prepararnos, pues, a la experiencia religiosa mediante ese amor en el que trascendemos nuestro yo con todos sus intereses egoístas. Prueba de este don de sí mismo es la actitud hacia el pobre. que no puede corresponder, y hacia el rico, que sólo puede despertar en nosotros la atracción del egoísmo.

Tiene un enorme valor para el sentido de Dios un ambiente divino; una comunidad de fe alegre y conocida, en la que todos son solidarios en una misma esperanza; una comunidad de amor y de respeto recíprocos; una comunidad en la que todos tienen hambre y sed grandes de conocer a Dios y de hacerse adoradores suyos en espíritu y verdad. Un ambiente divino de este tipo garantiza también los momentos de silencio y los momentos de diálogo y fe, en los que la experiencia de Dios se comunica porque se tiene conciencia de que esta experiencia es un don.

B. Häring

BIBL.—Baum. G, El hombre como posibilidad. Dios en la experiencia secular, Cristiandad. Madrid 1974.—Benzo Mestre, M, Sobre el sentido de la vida, BAC Minar, Madrid 1971.—Berger. P. L. Rumor de ángeles. La sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural, Herder, Barcelona 1975.—Bessiére. G, Dios de incógnito, Mensajero, Bilbao 1971.—Ressiére, G, Dios es muy joven. Ensayo sobre el gusto cristiano de vivir, Paulinas. Madrid 1978.—Camps. V. Los teólogos de la muerte de Dios, Nova Terra. Barcelona 1968.—Cogley. J, La religión en una época secular, Monte Avila, Caracas 1969.—Cangar, Y. M: J. El misterio del templo, Estela, Barcelona 1967.—Durand. A, Secularización y presencia de Dios, Studium. Madrid 1973.—Giussani, L. El sentido religioso, Encuentro. Madrid 1981.—Greeley. A. El hombre no secular. Persistencia de la religión, Cristiandad, Madrid 1974.—Lluch, L, La experiencia religiosa en el contexto de la cultura contemporánea, Bruño, Madrid 1979.—Martin Velasco, J, La religión en nuestro tiempo, Sígueme, Salamanca 1978.—Mascall, E. L, Cristianismo secularizado, Rairós. Barcelona 1969.—Mouroux. .1, Sentido cristiano del hombre, Studium, Madrid 1956.—Panikkar, R, Culto y secularización: apuntes para una antropología litúrgica, Marova, Madrid 1979.—Schillebeeckx. E, Dios,futuro del hombre, Sígueme. Salamanca 1970.—Thielicke, H, El sentido de ser cristiano, Sal Terrae, Santander 1976.—Véase bibi. de las voces Experiencia cristiana y Horizontalismo/ verticalismo.