PROFETAS
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SUMARIO: I. Los profetas preparan la venida del Profeta: 1. Los profetas de Israel y el espíritu profético en las religiones; 2. Escogidos y enviados por Dios; 3. Los profetas y el espíritu de Dios; 4. Los profetas y las autoridades terrenas: 5. Los profetas y la alianza: 6. Los profetas y los signos de los tiempos; 7. Palabra de amenaza y de alivio; 8. El lenguaje de los profetas - II. Cristo, profeta: 1. Juan, el bautista de Cristo: 2. Cristo, ungido por el Espíritu; 3. El conflicto profético; 4. Cristo, piedra angular - III. El espíritu profético en la Iglesia: 1. El acontecimiento de pentecostés; 2. Los doce y el Apóstol de las gentes: 3. Apóstoles y profetas en la Iglesia apostólica y post-apostólica; 4. La permanencia del ministerio profético en la Iglesia.


Para conocer a Jesucristo, profeta y sacerdote profético, y para hacerse una idea exacta de la espiritualidad específicamente cristiana, son de vital importancia la realidad y el concepto del profetismo tal como está delineado en la Sagrada Escritura. La renovación bíblica y pastoral querida por el Vat. II insiste en el hecho de que todos los cristianos están llamados a participar de la función y de la misión profética de Cristo. "Cristo, el gran Profeta, que proclamó con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra el reino del Padre, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria no sólo a través de la jerarquía, que enseña su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes constituye en testigos suyos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra (cf He 2,17-18; Ap 9,10), para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria familiar y social" (LG 35) [,YExperiencia espiritual en la Biblia 1. 3].

I. Los profetas preparan la venida del Profeta

1. LOS PROFETAS DE ISRAEL Y EL ESPÍRITU PROFÉTICO EN LAS RELIGIONES - Los profetas son elegidos con vistas a Cristo. que es el profeta y el único mediador entre Dios y los hombres. Por una parte, podemos decir que es imposible comprender bien los textos bíblicos referidos a Cristo sin conocer la historia profética de Israel. Por otra, es igualmente, o aún más, verdad que podemos comprender plenamente el papel de los profetas tan sólo en orden a Cristo y a su luz. Toda la historia que precede a la venida de Cristo es un catecumenado de la humanidad, y los profetas son `los testigos y los artífices de este catecumenado de la humanidad. Los profetas representan en medio del pueblo elegido un papel difícil, a veces trágico, pero igualmente privilegiado; en la historia de la salvación prefiguran al profeta. Cristo, cuyo camino preparan y del cual son heraldos, a pesar de que todavía no intuyan su personalidad.

Los exegetas nos demuestran que algunas formas de expresión profética tienen origen en cierto profetismo presente en otras naciones: pero, al mismo tiempo, subrayan el carácter específico de los profetas bíblicos'. Dios es el creador y salvador de todas las naciones, que participan de la alianza que Dios ofreció a Adán y a Noé y nunca fueron abandonadas por él. Además, podemos decir que Dios ha suscitado entre las naciones ciertas mujeres y hombres proféticos para profundizar y purificar el sentido religioso de todos los seres humanos. Mientras los profetas de Israel participan de la revelación que preparan directamente la venida de Cristo en medio de su pueblo, las personas religiosas, promotoras de la fe y la religiosidad auténticas surgidas en el seno de otras naciones, forman parte de la historia universal de la revelación de Dios'. Por lo demás, en el ámbito mismo del mensaje profético de Israel está claro que Dios es "Padre de todos los hombres y su fidelidad es prenda para todos: Dios muestra su misericordia a todos y llama a todos para que lo adoren" *.

2. ESCOGIDOS Y ENVIADOS POR DIOS - El elemento constitutivo de la experiencia profética es la experiencia de ser elegidos, escogidos, tomados y enviados por Dios mismo. Los profetas hablan en nombre de Dios y, partiendo de la experiencia de ser llamados por él a convertirse en instrumentos dentro de la historia de la salvación, se ven impulsados a cumplir su difícil cometido. Podemos hacernos una idea de cuál debe ser el poder de su comunicación existencial reviviendo la impresión que todavía producen los escritos de los profetas; no cabe duda de que el secreto de su influencia es la experiencia profunda que tienen del misterio de un Dios santo y misericordioso'.

Pero no se trata solamente de una experiencia mística cualquiera del amor de Dios hacia el interesado: se trata más bien de la exacta experiencia de que el Dios santo los ha elegido para integrarlos profundamente en su obra de purificación y de santificación. En el contexto de esta experiencia el profeta percibe de modo penetrante su indignidad personal: también él tiene necesidad de la misericordia divina y de la obra purificadora de la gracia. A este respecto es significativa la visión del profeta Isaías, como se refiere en Is 6. Ante todo se subraya la historicidad del hecho: "El año de la muerte del rey Ozías" (v. 1). La primera impresión que aparece en el ánimo del profeta es el santo temor de Dios: "¡Ay de mí!. perdido estoy, que soy hombre de labios impuros" (v. 5). Pero de igual dimensión es la experiencia de la nueva creatura producida por la acción purificadora de Dios. El profeta responde a la elección divina diciendo: "Heme aquí: mándame a mi" (v. 8). La llamada divina es inexorable. Lo vemos en todos los profetas, particularmente en el profeta "ridículo", Jonás, que quiere escaparse de la presencia del Señor y de su elección. La fuerza de la elección está expresada de forma clásica en Jeremías: "Me has seducido, Yahvé, y yo me he dejado seducir; has sido más fuerte que yo, me has podido" (Jer 20,7). La misma experiencia le tocará vivir al gran profeta del NT. san Pablo: "Si predico el Evangelio. no tengo de qué gloriarme; es que tengo obligación. Pues ¡ay de mí si no evangelizara!" (1 Cor 9,16).

El profeta no recibe su legitimación del rey o de los sacerdotes; sabe que ha sido elegido y enviado por Dios. Y no hay más prueba de la legitimidad que el testimonio de la vida y la fuerza de la palabra que comunica la experiencia de Dios. Las palabras del profeta proceden del corazón de Dios, están inscritas en el suyo y por eso pueden tocar y conmover los corazones de los hombres de buena voluntad.

El profeta no solamente piensa, sino que, además, sabe que es un centinela (Os 9,8), servidor de Dios y del pueble (Am 3,7; Jer 25,4: 26,5), mensajero del Dios viviente (Ag 1,13). cualificado por el espíritu de Dios para discernir los caminos del pueblo (Jer 6,27). Involucrado en el proyecto de Dios sobre todas las naciones (Jer 1,5), forma parte de la dinámica de la historia de la salvación (Jer 1.10). El profeta nunca habla de Dios con conceptos abstractos e impersonales, sino que con toda su existencia comunica el amor apasionado y la ardiente santidad de Dios, que no puede permitir falsos dioses junto a él.

3. LOS PROFETAS Y EL ESPÍRITU DE DIOS - Oponiéndose a los falsos profetas, que hablan para agradar a los poderosos, Miqueas dice lo siguiente: "Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza, del espíritu de Yahvé. de juicio y de valor para anunciar a Jacob su delito y a Israel su pecado" (3,8). Los profetas tienen, por así decirlo, un conocimiento experimental de que todo es don de Dios. Quien se inspira en ellos no seguirá nunca el pelagianismo. La salvación y la liberación en el sentido profético son obra del espíritu de Dios, que da un corazón nuevo, una fuerza y esperanza invencibles'.

Los profetas anuncian a aquel que será totalmente dócil al espíritu de Dios, por el cual será ungido y enviado: "Sobre él reposará el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fuerza, espíritu de conocimiento y de temor de Yahvé" (Is 11,2). Dios promete solemnemente: "He puesto en él mi espíritu" (Is 42,1). La salvación viene al pueblo con el don del espíritu: "Mi espíritu estará en medio de vosotros" (Ag 2,5; Zac 12,10). Ezequiel es el gran profeta de la obra renovadora del espíritu de Dios (cf Ez 11,19; 18,31; 26,26; 37,5-6).

4. LOS PROFETAS Y LAS AUTORIDADES TERRENAS - No existe de por sí una oposición o un contraste entre el rey. los sacerdotes y los profetas; pero hay entre ellos una diferencia profunda. Dios promete su espíritu y su gracia también al rey y a los sacerdotes si cifran totalmente en él su esperanza. Sin embargo, tanto los reyes como los sacerdotes buscan con frecuencia su propia voluntad y siguen sus propias pasiones por un deseo de poder y de prestigio. Los falsos profetas hacen lo mismo. Los profetas no están constituidos en autoridad para reinar sobre los demás. No son una clase social o una casta, ni unos asalariados. Al contrario, muchas veces son sometidos a graves sufrimientos por parte de aquellos que ejercen la autoridad terrena. Los sacerdotes, cuando se constituyen en casta o clase social privilegiada, caen con frecuencia en la rutina y en el legalismo, y explotan al pueblo. El profeta, movido por el espíritu de Dios, tiene el don de la parresia, es decir, el don de la franqueza y del valor. Su misión primordial no es, con todo, la contestación [>'Contestación profética]. sino el anuncio de la salvación. Sin embargo, la misión de desenmascarar los pecados —sobre todo el abuso de la autoridad y del poder, aunque también los pecados del pueblo— forma parte integrante de la misión más amplia que constituye a los profetas en heraldos de la necesidad y de la posibilidad de convertirse a Dios y ser salvados.

Los profetas no critican desde el exterior, como si fueran extraños a la experiencia del pueblo. Al contrario, la misión profética es siempre expresión de la solidaridad más profunda: están totalmente de parte de Dios, que es quien los manda: pero al mismo tiempo son intercesores ante él en favor del pueblo. Castigados por las autoridades y despreciados por el pueblo, los profetas sufren y ejercen su propia misión en favor de aquéllas y de éste.

Con frecuencia los profetas reúnen una comunidad de discípulos: pero saben bien que su carisma no puede quedar institucionalizado, sino que debe ser recibido de la libertad de Dios como don gratuito y como misión que incluye el sufrimiento.

5. LOS PROFETAS Y LA ALIANZA - Los profetas no son tradicionalistas, pero están profundamente arraigados en la tradición del pueblo de Dios, en cuyo centro se encuentra el don de la alianza. que a su vez contiene la gracia y la vigorosa amonestación a la fidelidad.

Los profetas pueden definirse como revolucionarios; pero debemos ser muy cautos en el uso de este concepto, porque ellos no incitan a la rebelión, sino a una fidelidad renovada al Señor de la alianza y al pueblo de la alianza. Sin embargo, para los profetas resulta inconcebible una fidelidad entendida como mera ortodoxia, es decir, como una fidelidad a ideas y conceptos abstractos. El Dios vivo que los envió es el Dios que viene y se compromete, que sufre con el pueblo; es el Dios santo y misericordioso: por tanto, la respuesta debe ser la fidelidad comprometida por el amor misericordioso, por la justicia y por la paz. Los profetas no pecan de un verticalismo alienante, pero tampoco de horizontalismo [>Horizontalismo/verticalismo]: para ellos la fe es fidelidad a Dios y, al mismo tiempo, un programa de vida. Para un profeta es inaceptable tanto el individualismo religioso como la ortodoxia vacía. El anuncia al Salvador en cuanto "alianza del pueblo" (Is 42, 6).

Quien piense que los profetas de Israel fueron opositores o despreciadores del culto estaría completamente equivocado: precisamente porque querían que Dios fuera adorado en toda la vida humana denunciaban un culto estéril y alienado de la vida. Los profetas enseñan y promueven un culto fecundo en amor a la justicia. a la misericordia y a la paz. En la experiencia y en el mensaje proféticos se da reciprocidad entre la fidelidad a Dios y al pueblo, entre la experiencia del Dios santo y misericordioso y la justicia y la misericordia para con el prójimo. Manuel Levinas resume la tradición profética diciendo que conoce verdaderamente a Dios tan sólo aquel que acoge al pobre procedente de abajo con su miseria, y que precisamente bajo este ropaje es enviado de lo alto. No podemos ver el rostro de Dios, pero podemos experimentarlo al volverse hacia nosotros cuando honramos el rostro del prójimo, del otro que nos compromete con sus necesidades: en la fidelidad al pobre, al extranjero y al oprimido demostramos la fidelidad a la alianza de Dios.

6. LOS PROFETAS Y LOS >SIGNOS DE LOS TIEMPOS - Con la palabra y con su vida, los profetas anuncian al Dios Emmanuel. Yahvé no es un Dios lejano, sino el Dios con nosotros, salvador y liberador de su pueblo. Dios está cerca de nosotros con su fidelidad a la alianza, pero también con la inexorable llamada a que le respondamos con fidelidad y solidaridad. El Dios de los profetas es el Dios de la historia; aquel que era, que viene y que vendrá. El profeta está íntimamente implicado con el Señor de la historia y con el pueblo peregrino. No es un experto en el calendario de los acontecimientos futuros, pero comunica el sentido del futuro para que sea iluminado por el presente, con sus oportunidades y sus peligros. El nos invita al reconocimiento por el pasado y a la esperanza respecto al futuro, para que se pueda descubrir de esta forma el significado y la vocación del presente. El cometido del profeta es interpretar los acontecimientos como palabra. mensaje y llamada de Dios. Este es el sentido de cuanto afirma ardientemente Amós: "Porque no obra el Señor Yahvé cosa alguna sin que manifieste su plan a sus siervos los profetas" (3,7). Las virtudes predicadas y vividas por los profetas son principalmente la gratitud, la esperanza y la vigilancia, junto con el espíritu del discernimiento que es un don de Dios.

7. PALABRA DE AMENAZA Y DE ALIVIO - El espíritu de Dios impele a los profetas a desenmascarar a los falsos profetas, que anuncian paz y prosperidad sin reclamar la conversión. Cuando por oposición a los falsos profetas deben anunciar el desastre y los juicios divinos que habrán de caer sobre el pueblo infiel, sufren y se angustian. Denuncian y desenmascaran enérgicamente los pecados de los reyes, de los sacerdotes y del pueblo; pero nada habría más erróneo que pensar en los profetas como si ante todo fueran contestatarios o nuncios de amenazas y de castigos. Ellos predican la justicia de Dios para abrir el corazón del pueblo a su misericordia. Predican el pecado y el castigo tan sólo en el contexto de la buena nueva de que la conversión es posible. Son, en primer lugar, profetas del corazón nuevo y del espíritu nuevo, de la obra redentora de Dios y de la paz del pueblo que se convierte a Dios. Aunque parezcan vivir en la agonía y en la angustia. llevan en el corazón la paz y la esperanza. "Mientras en las alturas hay un cúmulo de rayos y truenos, en lo profundo hay luz y encanto'.

Los profetas saben que es una bendición para los hombres el hecho de que Dios los juzgue dignos de ser reprendidos. Esta misma reprensión divina demuestra que la misericordia de Dios no tiene límites y que la finalidad de los castigos es la purificación y la salvación.

8. EL LENGUAJE DE LOS PROFETAS - Los géneros literarios y el lenguaje de los profetas vienen determinados por la intención, la personalidad y, sobre todo. la experiencia de Dios. propios del profeta. La palabra profética manifiesta de qué forma el profeta ve en los acontecimientos una palabra, un mensaje y una vocación divinos. Su vida y sus gestos, a veces dramáticos, subrayan y enfatizan la palabra.

Como el mensaje profético surge de la experiencia religiosa y afecta a toda la persona, también los gestos y el lenguaje fantástico de los profetas tienden a cambiar a la persona: inteligencia, voluntad, afectividad y pasiones. Sobre todo a un moralista, que piensa primordialmente en categorías de normas que determinan el mínimo, el lenguaje profético puede resultar muy exagerado. Pero es preciso recordar siempre que nada aborrece más el profeta que la mediocridad y el minimalismo. Su predicación está inspirada en la fe en que el pueblo de Dios está llamado a la santidad de vida, a una vida que corresponda al don de la alianza.

II. Cristo, profeta

Cristo no es uno de los profetas (tampoco debiera ser presentado nunca como uno de los grandes genios religiosos, en el mismo plano que Buda, Mahoma, etc.). Cristo es el Profeta, es el hombre religioso, porque es el Hombre-Dios.

Cristo lleva a su consumación toda la historia profética y abre una era nueva: la era en que el espíritu de Dios se difunde en tal medida que el pueblo de Dios se caracteriza por la participación de la función profética del Hijo.

1. JUAN. EL BAUTISTA DE CRISTO - Que Cristo es el Profeta lo subraya la figura de Juan el Bautista. el último y el mayor de los profetas. El pueblo sencillo lo acoge y lo sigue, mientras que la clase dirigente —sacerdotes, fariseos y saduceos— lo rechaza. Es el profeta Juan, el bautizador, quien anuncia la venida de Cristo, el cumplimiento de la esperanza de Israel.

La entrada de Cristo en el mundo se caracteriza por una auténtica explosión de espíritu profético. Isabel, la madre del último profeta de Israel, "quedó llena de espíritu santo" (Lc 1.41). Después del nacimiento de Juan, también Zacarías, "su padre, fue lleno de espíritu santo y profetizó" (Lc 1,67). Cuando el niño Jesús es presentado en el templo no son los sacerdotes, sino representantes del pueblo humilde —Simeón y Ana— quienes lo saludan y profetizan. En la predicación de Juan Bautista, la llamada a la conversión total es particularmente urgente, porque está cerca el Mesías, el gran signo de la esperanza que llevará a todo hombre a decidir por él o contra él. "Viene ya el que es más fuerte que yo, y a quien no soy digno de desatar las correas de sus sandalias. El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego" (Lc 3,16).

2. CRISTO. UNGIDO POR EL ESPÍRITU - La teofanía que se produce en el momento del bautismo de Cristo en ol Jordán lo revela como siervo de Dios, el Hijo predilecto y el gran profeta. El espíritu de Dios desciende visiblemente sobre él. Jesús es bautizado "no sólo con agua. sino con agua y con la sangre. Y es el Espíritu el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre" (1 Jn 5,6-8).

Cristo mismo subraya programáticamente su carácter de profeta en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está sobre mí. porque me ungió, me envió a evangelizar a los pobres" (Lc 4,18).

Cristo es constituido profeta para todas las naciones. A la mujer de Samaria, que lo reconoce como tal, se le revela como el Mesías venido al mundo para que todos los hombres sean con él y en él "vérdaderos adoradores que adoren al Padre en espíritu y verdad" (Jn 4,23).

Toda la vida de Jesús, hasta el derramamiento de su sangre redentora en la cruz, es glorificación del Padre y manifestación de su amor hacia todos los hombres. De esta forma nos introduce en el nuevo culto, fuente y norma de la conversión total y de la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo. Quien cree en Cristo sabe que el verdadero monoteísmo no puede agotarse en una idea vacía, sino que se verifica en el amor fraterno y universal y en el compromiso por la justicia y por la paz, que unifica a todos los hombres para honor del único Padre y de su Hijo unigénito en el Espíritu Santo. Quien conoce a Cristo el profeta sabe que es imposible la privatización de la religión y el individualismo religioso. Allí donde el reino de Dios, llegado a nosotros en Cristo, es acogido con gratitud, comienza la tierra nueva y se anuncia el cielo nuevo.

3. EL CONFLICTO PROFÉTICO - COMO ya hemos visto, la contestación profética (seguida del conflicto con la clase dirigente) no constituye el centro de la misión profética, pero se deriva de ella.

Los profetas anuncian constantemente que Dios quiere regir toda nuestra vida, pública y privada, y lo anuncian de una manera histórica y concreta. Precisamente esta concreción con que debemos expresar nuestra respuesta a Dios nos lleva al conflicto con los poderosos, con quienes no quieren convertirse y no intentan renunciar al egoísmo individual y colectivo.

Más que ningún otro profeta, Cristo es el profeta en el sentido de signo de contradicción y de división (cf Lc 2,34), Se pone en conflicto con sacerdotes y fariseos, con la clase dominante, preocupada más de los privilegios y de las tradiciones que de la voz del Dios vivo y de las necesidades y de la dignidad de los hombres. En choque con su persona, su mensaje y su ejemplo, resulta terriblemente evidente el entumecimiento de los tradicionalistas y los ritualistas. Ciertamente, Cristo no excluye de su proyecto de salvación a los sacerdotes y los fariseos. Antes bien, hace todo lo posible para ganarse su adhesión a sus propios planes. No obstante, por amor a ellos y al pueblo emplea también palabras y realiza acciones drásticas con el fin de dejar al descubierto los pecados para dar comienzo a la curación. Ni siquiera rechaza una áspera ironía: "¡Para guardar vuestras tradiciones, violáis el mandamiento de Dios!" (Mc 7,9). Frente a su endurecimiento, Jesús sitúa hasta cierto punto en el mismo plano a aquella zorra de Herodes y a los "piadosos" sacerdotes: "Guardaos de la levadura de los fariseos y de la de Herodes" (Mc 8,15).

Cristo utiliza el lenguaje profético: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis el reino de los cielos a los hombres!: ¡No entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que recorréis mares y tierras para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo de la gehenna dos veces más que vosotros!" (Mt 23,13-15).

Al igual que los profetas del Antiguo Testamento, Jesús realiza gestos proféticos drásticos como, por ejemplo, la maldición de la higuera que no da fruto y la expulsión de los mercaderes del templo.

La aspereza profética no solamente golpea a los enemigos declarados de Jesús, sino también, aunque sólo sea excepcionalmente, a sus mismos discípulos. Reiteradas veces reprobará su afán por ocupar los primeros puestos, sus luchas por los problemas de carrera y la espera de un héroe nacional triunfador como Mesías. Pedro, que no quiere que Cristo sea el Mesías paciente y ultrajado. recibe la misma lección (casi palabra por palabra) de Satanás en el relato de las tentaciones: "Lejos de mí, Satanás" (Mc 16,23; cf Mt 4,10). A los "hijos del trueno" —Juan y Santiago—, que aspiraban ardientemente a la afirmación del reino de Dios con fuego y azufre, se les amonesta: "No sabéis lo que pedís" (Mc 10,38). Querían un Mesías que caminara sobre las huellas de Ellas, el cual había degollado a los sacerdotes de Baal. Ni siquiera en presencia del Cristo humilde y manso habían intuido la desaprobación por Dios de los métodos del profeta rabioso: "Sopló un viento fuerte e impetuoso que descuajaba los montes y quebraba las peñas delante de Yahvé; pero Yahvé no estaba en el viento. Después del viento, un terremoto; pero Yahvé no estaba en el terremoto. Tras el terremoto, un fuego; pero Yahvé no estaba en el fuego. Y al fuego siguió un ligero susurro de aire" (1 Re 19,11-13). La contestación profética de Cristo es más fuerte que la de Elías, porque es el mensaje de quien enseña con toda su vida y con su muerte: "Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). La mansedumbre y la bondad de Cristo no tienen nada que ver con la debilidad. El no se abate ante el conflicto, sino que lo sostiene con un amor irreducible hacia todos, hasta orar por aquellos que lo crucifican: "Padre, perdónalos. porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

4. CRISTO, PIEDRA ANGULAR - Cristo, culminación de la historia profética, desenmascara a todos los falsos profetas. Tan sólo aquellos que lo reconocen como el profeta. el Hijo de Dios vivo, ya sea en la vida o con la palabra, pueden participar de la historia profética. El no ha venido para juzgar ni para condenar, sino para salvar. A sus discípulos les da una norma fija: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos" (Mt 7,1-2). Pero en el mismo contexto del sermón de la montaña nos enseña el Señor a distinguir entre los verdaderos y falsos profetas: "Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con vestido de oveja y por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,15-16). Cualquiera que seofrezca como guía y profeta debe someterse a este criterio de discernimiento. Sin embargo, éste no se aplica para condenar a la persona. sino para discernir los espíritus, para acoger a quienes poder seguir. El criterio de nuestro discernimiento es Cristo mismo. La cuestión que ha de plantearse siempre es si nosotros mismos y los que intentan guiarnos tienen o no el espíritu de Cristo.

III. El espíritu profético en la Iglesia

1. EL ACONTECIMIENTO DE PENTECOSTÉS - La Iglesia, fundada por Cristo, es alimentada por su Espíritu. Ella, que brota del corazón traspasado de Cristo. nace y es testimonio visible ante el mundo en pentecostés. La vida de la Iglesia y los criterios de una vida auténticamente cristiana y de la validez de las instituciones cristianas quedan fijados a la luz del acontecimiento pentecostal, como también a la luz de las palabras, del ejemplo y del misterio pascual de Cristo. Como hicieron los apóstoles unidos a María, madre de Jesús, para prepararse a la efusión del Espíritu, así también nosotros debemos abrirnos siempre con toda la Iglesia al Espíritu con humilde oración y gratitud. El Espíritu Santo no es nunca posesión nuestra: su gracia debe ser siempre honrada como don gratuito.

En la experiencia pentecostal, el jefe de los apóstoles, Pedro, intuye claramente que el espíritu profético no puede ser monopolio de un grupo, aunque su asistencia sea prometida de forma especial a los apóstoles. Pedro cita al profeta Joel: "Y sucederá en los días postreros, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros ancianos tendrán sueños; y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas en los días aquellos derramaré mi Espíritu y profetizarán" (He 2,17-18). Con la venida de Cristo y con la efusión del Espíritu sobre la Iglesia naciente se lleva a cumplimiento, aunque no se cierra, la historia del profetismo. Lo que caracteriza la vida y el testimonio de los profetas de Israel deberá distinguir especialmente a la Iglesia de Cristo.

Si queremos colegir de la Sagrada Escritura los elementos de una teología del profetismo, no basta que prestemos atención a la palabra "profeta", sino que ante todo conviene que prestemos atención a la acción del Espíritu Santo, a sus carismas y a la libertad de Dios, que da su espíritu a quien le place. Sin embargo, el mismo vocabulario del Nuevo Testamento subraya la importancia de la fundación profética en la Iglesia. El término "profeta" es utilizado veintiuna veces para designar a los cristianos carismáticos; aparece también veintiuna veces el término profeteuo/profeteuein ("profetizar") y dieciséis veces la palabra profeteia ("profecía"). El hecho de que con frecuencia se trate de un uso amplio de los términos no contradice, sino que subraya la dimensión profética de toda la vida de la Iglesia.

2. Los DOCE Y EL APÓSTOL DE LAS GENTES - Los once y Matías, elegido por la comunidad de los creyentes, forman el núcleo de los jefes carismáticos y oficia-les de la Iglesia. Su misión se sitúa más en la línea del profetismo veterotestamentario que en la de la clase sacerdotal. Son enviados por el Espíritu con una tensión de fidelidad y de libertad crea-doras. Pedro, titubeando a veces como Jonás, es hombre de visión y de realización profética, como, por ejemplo, cuando bautiza a Cornelio y a los suyos sin imponerles la circuncisión y las costumbres judías. No faltaron ante esta forma de actuar ciertas reticencias por parte de la comunidad de Jerusalén, y "cuando subió Pedro a Jerusalén, los circuncisos discutían con él, diciendo: "Has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos" (He 11,2). Aunque seguro de la inspiración divina, Pedro expone pacientemente a sus opositores los motivos y las experiencias que le habían inducido a obrar de aquella forma; era su experiencia de la libertad del Espíritu.

Juan, el discípulo predilecto, personifica en el colegio apostólico de una forma totalmente especial el carisma profético. Al ministerio de Pedro se le confía la misión de reflexionar sobre lo que significa el testimonio de este hombre completamente absorbido por la espera de la venida del Señor. "Si quiero que permanezca como el hombre de la esperanza en mi retorno, ¿a ti qué te importa?" (Jn 21,22). Juan es el primero en reconocer a Jesús cuando aparece inesperadamente ante los apóstoles. A él atribuye la Iglesia el libro de la revelación, el Apocalipsis, que sigue el género literario de los grandes profetas y ayuda a la comunidad de los creyentes a descifrar los signos de los tiempos. Juan contempla todo acontecimiento y toda realidad, primeramente la necesidad que siente nuestro hermano de que le prestemos ayuda y le demos nuestro amor, a la luz de la venida definitiva de Cristo, pero de manera que sea verdaderamente introducido en el momento presente en el que el Señor llega a nosotros.

Pablo, el apóstol de las gentes. personifica de forma distinta al elemento profético. Igual que los grandes profetas del Antiguo Testamento, también él ha vivido la ardiente experiencia de la elección y de la purificación y se presenta como ellos ante el pueblo en virtud de esa elección (cf Gál 1,15 y Jer 1,57: 2 Cor 6,1-2 e Is 49,8). Pablo está convencido de tener el espíritu de Cristo (cf 1 Cor 2,16; Gál 1,11-17). Reconoce su propia vocación a ser profeta de las gentes. A él se le ha concedido una particular intuición del misterio de que Dios quiere unir a Cristo a los gentiles y a los judíos: "Anulando en su carne la ley de los mandamientos formulados en decretos, para crear de los dos en sí mismo un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar a ambos en un solo cuerpo con Dios..., porque por él los unos y los otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,15-16.18). Y a este respecto tiene la certeza de haber recibido una revelación especial: "Por esto es por lo que yo, Pablo, estoy prisionero de Cristo Jesús por amor a vosotros los gentiles..., porque habéis ciertamente venido a conocer cómo Dios me ha dispensado la gracia del apostolado, lo que me ha confiado en favor vuestro, cuando por medio de una revelación me fue dado a conocer el misterio, como expuse antes brevemente" (Ef 3,1-3). Al igual que los profetas del AT, Pablo se vio contestado muchas veces; pero su carisma obtuvo el reconocimiento de los doce, y especialmente de Pedro. Lo cual no excluye, sin embargo, el hecho grave de la contraposición entre Pablo y el mismo Pedro en el momento en que este último no se mostró coherente con su iniciativa y con la ya aprobada de Pablo (cf Gál 2,11-21).

Al lado de Pablo se encuentra Bernabé, que en la Iglesia es honrado como apóstol y como profeta. El fue el primero en reconocer el carisma especial de Pablo. Lo buscó y lo introdujo en la Iglesia de Antioquía. En esta comunidad vemos las realizaciones proféticas de una Iglesia compuesta de judíos y de paganos. Allí se tomó la importante decisión de enviar misioneros a otras partes del mundo. "En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, el llamado Niger, Lucio de Cirene. Manahem, hermano de leche de Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras celebraban ellos el culto del Señor y ayudaban. dijo el Espíritu Santo: Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado" (He 13,1-3).

No obstante, merece la pena advertir que también entre estos dos hombres, grandes apóstoles y profetas, no faltó ocasión para disentir en cuestiones concretas. Bernabé confiaba más y daba mayor crédito a Juan Marcos que Pablo. Pero éste, como buen hombre espiritual, reconoció más tarde lo digno que era Marcos de ser depositario de tal confianza (cf Col 4,10).

3. APÓSTOLES Y PROFETAS EN LA IGLESIA APOSTÓLICA Y POSTAPOSTÓLICA - Por las cartas de Pablo, por los hechos de los apóstoles, por la Didajé y por otros testimonios, vemos que la Iglesia del s. 1 gozó de un carisma especial de apóstoles y de profetas. Los profetas eran, como los apóstoles, misioneros ambulantes, puntos de unidad de iglesias locales. Les correspondió especialmente la palabra de actualidad, la invitación a utilizar bien el momento presente. Fueron enviados por el Espíritu para edificar, para exhortar y para consolar (cf 1 Cor 14.3). El Diálogo contra Trifón (80.1: 88,1) de Justino y los escritos de Ireneo (Adv. haer., V, 6,1) tratan del don profético como de una realidad reconocida.

4. LA PERMANENCIA DEI. MINISTERIO PROFÉTICO EN LA IGLESIA - Igual que en la Iglesia de Israel, también en la del Nuevo Testamento se advierte la ausencia de un oficio profético para el que cada uno es designado por los superiores. El envío de los profetas es siempre debido a la libertad de Dios. De por sí, el sacerdocio del NT es un sacerdocio profético, porque Cristo es el profeta y como tal nos ha enseñado el verdadero culto. la adoración de Dios en espíritu y verdad. Por eso en la elección o selección de los obispos, así como en la de los sacerdotes y diáconos, sería necesario adoptar como criterio si son hombres de oración, abiertos al Espíritu, vigilantes ante la venida del Señor y dotados del don del discernimiento. El solo hecho de encontrarse en el ministerio episcopal y presbiteral no garantiza la presencia de cualidades proféticas. A lo largo de los siglos nunca faltaron hombres y mujeres distinguidos con un espíritu profético, que estuvo presente también en la jerarquía de la Iglesia.

La Iglesia honra como grandes santos a Policarpo, que en la cuestión de la fecha de la pascua fue a Roma para inducir a la tolerancia al papa Aniceto; Ireneo, que en el ámbito de la misma controversia envió una apasionada apelación al papa Víctor para que no pusiera en juego la comunión eucarística de la Iglesia a causa de una mera uniformidad del calendario (el papa Victor había amenazado con excomulgar a los orientales si no aceptaban atenerse a sus decisiones). La voz profética de estos santos y la capacidad de los obispos de Roma de escucharlos humildemente salvaron por aquella vez la unidad.

El papa Pablo VI ha declarado "doctoras de la Iglesia" a dos grandes mujeres que fueron poderosas promotoras de reforma: Teresa de Avila y Catalina de Siena, las cuales se atrevieron a impugnar, con tierno e intenso amor a la Iglesia, abusos e infidelidades, aunque se trataba de obispos.

Una de las figuras más auténticas y reconocidas del profetismo en la Iglesia es la de san Francisco de Asís. El tuvo la certeza de haber recibido del Señor el mandato de restaurar la Iglesia decadente, devolviéndola a la pureza, a la sencillez y a la alegría del evangelio. La visita que hizo al sultán como amigo inerme fue un gesto genuinamente profético que hubiera podido cambiar el curso de la historia. Pero una gracia de esta índole, ofrecida por medio de un profeta. lo mismo puede ser acogida que rechazada.

Antes de la inauguración del Vat. II, el papa Juan XXIII quiso honrar al profeta de Asís. También él es una de las grandes figuras proféticas de la Iglesia: en sus gestos, en sus palabras y en sus miradas de largo alcance. Fue, por ejemplo, un gesto profético sentarse en una simple silla en medio de los observadores de las demás iglesias en vez de hablarles desde un trono. Como también lo fue el gesto del papa Pablo VI, que visitó por dos veces al patriarca Atenágoras de Constantinopla antes de invitarlo a Roma.

Los verdaderos profetas saben leer los signos de los tiempos. Están comprometidos por la justicia y por la paz en una evangelización que promueve el crecimiento de las personas y la unidad entre los creyentes y entre todos los hombres de buena voluntad.

Podemos esperar que las iglesias cristianas lleguen a la unión y que su testimonio ante el mundo sea creíble, tan sólo a condición de que se abran al Espíritu, escuchen a los profetas y acepten con gratitud sus realizaciones.

Todos debemos rezar para hacernos realmente capaces de escuchar la voz de los profetas y de progresar en el discernimiento yen la respuesta valerosa y convencida a los signos de los tiempos.

B. Häring

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