ITINERARIO ESPIRITUAL
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SUMARIO: I. "Horno viator": el hombre en camino: 1. El hombre, ser temporal; 2. El hombre, ser en devenir; 3. El hombre, tarea de sí mismo - II. Dinamismo de la vida espiritual según la Biblia: 1. La vida espiritual como camino que recorrer; 2. La vida espiritual como crecimiento y maduración - III. Itinerarios espirituales en la historia de la Iglesia: 1. Los dos caminos; 2. El ideal gnóstico: 3. El progreso en la caridad: 4. El triple camino; 5. Itinerario de la mente hacia Dios; 6. La subida al monte Carmelo; 7. El camino de perfección; 8. Hacia una mística apostólica: 9. El caminito - IV. Itinerario espiritual para el hombre de hoy: 1. Iniciación cristiana: a) Adquirir una mentalidad de fe. b) Tomar conciencia de las exigencias bautismales, c) Insertarse activamente en la comunidad eclesial. d) Integrar la fe cristiana con la vida diaria; 2. Maduración espiritual: a) La libertad de los hijos de Dios. b) Una fe sólida y personal, c) Discernimiento espiritual. d) Relación social creativa y constructiva; 3. Unificación mística: a) "Impresión de vivir una vida más amplia y profunda... en presencia de una fuerza ideal". b) "Sentido de continuidad entre Dios... y la propia vida...". c) "Sentido de inmensa y confiada libertad...". d) "Desplazamiento del centro afectivo-emotivo.

1. "Homo viator": el hombre en camino

El caminar es una experiencia primordial, que permite al hombre liberarse de un determinado lugar y alcanzar nuevas áreas y metas. La itinerancia, distinta de las emigraciones ocasionales y del turismo, se convierte en sistema de vida de los pueblos nómadas, que pueden repetir con G. K. Gibrane: "Nosotros, los errantes, que andamos siempre buscando el camino más solitario, jamás iniciamos un día donde enterramos el día anterior. Nunca nos encuentra la aurora donde el poniente nos dejó. Aun cuando la tierra duerme, nosotros viajamos"'. La función motriz ambulatoria fundamenta el simbolismo del caminar humano en el orden físico, psíquico y espiritual: el hombre es un itinerante —"horno viator". según la expresión de G. Marcel—, siempre en camino hacia el logro de su plenitud. Y, paradójicamente —añade G. Marcel—, parece como si "sólo pudiera establecerse un orden terrestre estable a condición de conservar el hombre la conciencia aguda de su condición itinerante". Precisamente este sentido del dinamismo humano se ha agudizado en la cultura contemporánea, que se complace en "ver las cosas bajo el aspecto de su mutabilidad y evolución" (GS 54). En particular, esta visión dinámica del hombre ha madurado bajo el influjo de algunas corrientes, como el historicismo, el evolucionismo y el existencialismo contemporáneos.

1. EL HOMBRE, SER TEMPORAL - La concepción histórica del hombre, propia de la Biblia y del cristianismo, se debilitó con el racionalismo ilustrado para volver a imponerse en el siglo pasado, sobre todo por obra de Hegel y de sus seguidores, para quienes la realidad es historia y nada existe fuera de ella. Esta visión reductiva tuvo como efecto hacer de la historia la forma dominante de la cultura: "Historicidad es la categoría fundamental desde la que el hombre mismo, a partir de ahora, tiene que aprender a conocerse de un modo nuevo. El mismo no existe más que en cuanto deviene, y todas sus imágenes están bajo el signo de la historia y deben entenderse sólo dentro de ella". Así pues, el devenir histórico es un proceso de génesis de la conciencia y de lenta liberación del hombre; pero también el lugar de la acción del hombre para transformar el mundo y no sólo interpretarlos. El hombre es un ser temporal que no puede realizarse totalmente en un momento, sino sólo en una sucesión de tiempos; evoluciona y se construye con la historia. Por eso tiene que abrirse al fluir y a la dinámica de la historia, que condiciona y lleva a cabo su desarrollo, y al mismo tiempo actuar personalmente imprimiendo en ella su propio sello y realizando un proyecto válido: "La fundamental constitución temporal del hombre no significa que viva dentro del tiempo como en un espacio vacío y dentro de él cumpla su tarea. El tiempo no es como una forma vacía que el hombre llene. Tampoco es un escenario en que haga el papel que la vida le asigna. La temporeidad significa más bien que el hombre, a consecuencia de su más íntima manera de ser, vive también temporalmente... continuamente produce cambios en el mundo que habita y en él mismo". Por eso el camino del hombre no podrá separarse del tiempo y de la historia.

2. EL HOMBRE, SER EN DEVENIR - En contra de la concepción estática y fixista, el evolucionismo considera la realidad en mutación y progreso continuo y necesario. Para Teilhard de Chardin la evolución no se aplica sólo al origen del universo y de la especie humana, sino que es "una condición general a la cual deben doblegarse y someterse, para ser posibles y verdaderas, todas las teorías. todas las hipótesis, todos los sistemas. Una luz esclareciendo todos los hechos, una curvatura a la cual deben amoldarse todos los rasgos: he aquí lo que es la evolución". En la trama del mundo, la vida del hombre es de todas formas una gran aventura, que supone un crecimiento hacia lo máximo del ser: una maduración, una unificación, pero al mismo tiempo paradas, crisis y disminuciones. El planteamiento evolutivo fue adquiriendo progresivamente terreno en las ciencias humanas, en la cultura y en la teología. La moral "cerrada", un sistema de hábitos inmutables, cede el puesto a la moral "abierta", que es dinamismo, impulso y exigencia de movimiento'. El concepto de dinámica ha entrado en la psicología científica para investigar los fenómenos de la vida psíquica en las fuerzas y motivaciones que los determinan. También la hagiografía ha abandonado su concepción estática para tener en cuenta los ritmos, el desarrollo y la maduración del santo en los diversos periodos de su vida °. Finalmente, la teología estudia el problema del desarrollo de los dogmas a fin de aclarar la identidad del hecho original a través de las transformaciones de los tiempos que cambian.

3. EL HOMBRE, TAREA DE St MISMO - El existencialismo, a pesar de sus diversas ramificaciones, está de acuerdo en reconocer la tarea perenne del hombre: llegar a ser él mismo a través de un camino que no tendrá término. Para Sartre, el hombre no puede ser definido, ya que al principio no es nada: "Será a continuación y será lo que se haya hecho... El hombre no es más que aquello que se hace. Este es el principio del existencialismo". Toda la vida del hombre está orientada a construir su destino, pasando de la existencia vulgar y anónima a la auténtica, que consiste en asumir la propia situación de serpara-la-muerte (Heidegger) y de serpartícipe-de-lo-divino (Kierkegaard, Le Senne, Lavelle). En esta última perspectiva, la vida del hombre no es una simple ratificación de la naturaleza, sino una vocación, esto es, "la búsqueda de una coincidencia de sí consigo mismo, o sea, con la parte mejor de sí". En realidad, esta coincidencia no se realiza nunca plenamente, ya que las potencias o facultades humanas pueden permanecer sin ejercitarse y dar origen a un distanciamiento o intervalo entre lo real y lo ideal. Por consiguiente, yo no puedo nunca coincidir conmigo y he de confesar con obligada humildad mi infidelidad constante a mi vocación. Pero no es repudiando nuestra finitud como nos salvamos, sino aceptando nuestros límites y colmándolos con lo divino, que siempre se nos ha ofrecido en participación. Sólo con el amor, perfección del acto de participación, en cada acción y en el exacto cumplimiento de las tareas cotidianas, se crea la persona y se llega a ser uno mismo por la fidelidad a Dios. El existencialismo ha difundido la conciencia del hombre como ser incompleto, que no puede detenerse, sino que tiene que realizarse continuamente.

La orientación dinámica de la cultura interpela al cristiano para que preste la atención debida al aspecto evolutivo de la vida espiritual que está llamado a vivir en la actual situación histórica. Por tanto hemos de recordar que, "tributaria del tiempo debido a su arraigo en una época determinada, nuestra vida sobrenatural lo es también debido a las condiciones de su desarrollo. En efecto, la gracia no suprime la naturaleza, sino que se apoya en ella y respeta sus estructuras y sus leyes"". La vida espiritual tiene sus ritmos, su crecimiento, su dinamismo, que se deberá precisar a la luz de la palabra de Dios, de la tradición eclesial y de los datos culturales y experienciales de nuestro tiempo.

II. Dinamismo de la vida espiritual según la Biblia

La descripción bíblica de la vida del creyente nos permite vislumbrar la complejidad de la experiencia religiosa [>Experiencia espiritual en la Biblia], que no se puede comprender ni expresar de manera adecuada en conceptos y símbolos. Los diversos aspectos de la condición cristiana se presentan a veces dentro de una perspectiva de oposición y antinomia [>Antinomias espirituales; >Experiencia espiritual en la Biblia II, 5, e]; se invita al cristiano a vivir una existencia definida al mismo tiempo como servicio y filiación, como gozo y mortificación, como presencia y fuga del mundo, como camino estrecho y mesa del reino, como culto y praxis, como estabilidad y camino ". Aunque es posible compaginar estas antinomias mediante una mayor profundización del significado de los términos o a nivel de vida, hay que renunciar a su solución definitiva; expresan la compleja situación del cristiano, en la que han de coexistir necesariamente el ya y el todavía-no, la historia y la escatología. el peso del pasado y la acción del Espíritu. Precisamente porque está llamado a vivir en un tiempo intermedio, el creyente no puede atrincherarse en una visión estática; tiene delante de sí un camino que recorrer, cuyo trazado general, en sus comienzos, en su recorrido y en su término, ha sido dibujado por la Biblia sobre todo mediante un grupo de imágenes que gravitan en torno a los símbolos predominantes de "camino" y de "vida". Analizando esta simbología bíblica [/"Símbolos espirituales] nos será posible percibir el dinamismo que guía el itinerario del creyente hacia las metas a que lo llama el Señor en su plan de salvación.

1. LA VIDA ESPIRITUAL COMO CAMINO QUE RECORRER - Los semitas, que acostumbraban expresar las realidades espirituales con términos concretos, recurren a las palabras camino, sendero, vía para indicar el modo de vivir, la conducta moral y el comportamiento religioso del hombre. Como en el mito de Hércules en la encrucijada, que tiene que escoger entre el mal y la virtud, también en la Biblia se invita al hombre a realizar una opción radical por el camino que propone Dios: "Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahvé, tu Dios, que yo te prescribo hoy; si amas a Yahvé, tu Dios; si sigues sus caminos..." (Dt 30,15-16). El tema de los dos caminos desarrolla la oposición entre el camino de los malvados, que es tortuoso y lleva a la ruina (Prov 21,8; 12,28; Sal 1,6), y el de los justos, que es derecho y perfecto (1 Sam 12,23; 1 Re 8,36; Sal 101,2.6), consiste en buscar la justicia, la fidelidad y la paz (Prov 8,20; 12,28; Sal 119,30; Is 59,8) y conduce a la vida (Prov 2,19; 6,23; Jer 21,8). A la pregunta del fiel sobre las exigencias de Dios, el profeta Miqueas responde sintetizando la vida moral del israelita: "Se te ha dado a conocer, ¡oh hombre!, lo que es bueno, lo que Yahvé de ti reclama. Es esto: practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con tu Dios" (Miq 6,8).

El Dios de Israel no se contenta con una moral genérica; exige que se recorran sus caminos maravillosos, aunque muchas veces desconcertantes: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos —dice Yahvé—. Tan altos como el cielo por encima de la tierra se elevan mis caminos sobre vuestros caminos" (Is 55,8-9). Superando las esperanzas humanas, el camino de Dios se define como partida, salida, éxodo: Abrahán tiene que salir de su tierra para aventurarse por un país extranjero (Gén 12,1-5); el pueblo elegido está marcado por la experiencia del éxodo cuando es guiado por Dios a través de un camino largo y dificil de comprender (Ex 13,17-18; Dt 8,2), hasta la alianza y la tierra prometida; los hebreos desterrados y sometidos al yugo de Babilonia experimentan un nuevo éxodo o liberación de la esclavitud política, signo de la liberación que realizará el "siervo de Yahvé" de la esclavitud más profunda constituida por el pecado (Is 42,1-9; 53,5-12).

El Nuevo Testamento recogerá los temas del camino y del éxodo, espiritualizándolos y sobre todo dándoles una dimensión marcadamente cristológica. No sólo refiere las palabras de Cristo sobre los dos caminos (Mt 7,13-14), sino que incluso define al cristianismo simplemente como "el camino" (He 9,2; 18,25; 19,9.23; 22,4; 24,14.22), como indicando que él es ahora la expresión definitiva de la voluntad de Dios. En sus "dichos de entrada" (Mt 5,3.5.10.20; 18,3; 19,23-24; 21,31; 22,12; 23,13; 25,10.21. 23; Mc 9,47; Jn 3,5), Jesús establece las condiciones esenciales para entrar en el reino de Dios: sobre todo la conversión pronta, radical, efectiva (Mc 1,15; Mt 18,3; Lc 13,1-5) y la fe [>Creyente] como actitud de entrega total a Dios y a Cristo (Mc 1,15: 5.34; 16,16; Jn 3,15ss: 6,29; 20,31). Invita, además, a su seguimiento (Mc 2,4; 3,13; 10,21; Lc 9,57-62; Jn 1,43; 6,70; 13,18; 15,16), entendido como "introducción en las condiciones de vida de Jesús, participación en su destino". El seguimiento impone a los llamados asperezas inauditas, que se resumen en la renuncia radical al propio yo con todas sus tendencias egoístas hasta el sacrificio de la vida (Mc 8,34-35); pero ayuda al mismo tiempo a superar toda praxis legalista o degenerada y lleva a unificar las exigencias morales y religiosas en el amor a Dios y al prójimo".

La innovación más importante respecto al progreso espiritual del hombre en el mundo de lo divino consiste en la identificación del camino con Jesús: "Yo soy el camino" (Jn 14,6). El camino o comportamiento de la vida en sintonía con la voluntad de Dios no es ya un conjunto de leyes o de actitudes, sino la persona misma de Jesús; él es el camino, porque es el mediador que revela al Padre y constituye el único acceso a él (Jn 14,7-9). En esta misma línea, la Carta a los Hebreos se refiere a Cristo jefe-guía y precursor (Heb 2,10; 6,20; 12,2), que inauguró el "camino nuevo y viviente" de acceso a Dios: Así pues, hermanos, puesto que tenemos la gozosa esperanza de entrar en el santuario, en virtud de la sangre de Jesús, siguiendo el camino nuevo y viviente que él ha inaugurado a través del velo, es decir, de su carne..., acerquémonos..." (Heb 10,19-22). El mismo Cristo es un camino nuevo, que permite superar el abismo que separa a los pecadores de la santidad de Dios (cf Heb 9,8), y un camino viviente, porque anima y sostiene con su intercesión (Heb 7,25; 13,8) la marcha de los fieles hacia la Jerusalén celestial (Heb 12,22). Pablo podrá entonces animar a los creyentes: "Como acogisteis al Señor Jesucristo, caminad en él" (Col 2,6), y: "Caminad en el amor, siguiendo el ejemplo de Cristo, que nos amó" (Ef 5,2).

El caminar cristiano asume a veces dos matices, convirtiéndose en carrera o en peregrinación. El primer aspecto, que urge y subraya el dinamismo del itinerario espiritual, es presentado por Pablo con la imagen deportiva de la carrera en el estadio (1 Cor 9,24-27) y con la referencia a sí mismo, proyectado totalmente después de su conversión a obtener la corona de la vida: "Hermanos, yo no creo haber alcanzado ya la perfección; de una cosa me ocupo: olvidando lo que queda atrás, me lanzo en persecución de lo que está delante, corro hacia la meta, hacia la vocación celeste de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14). La tensión hacia el futuro se convierte en un imperativo para los cristianos: "Corramos con perseverancia en la prueba que se nos propone, fijando nuestra mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe" (Heb 12,1-2).

El pueblo de Dios es, además, un pueblo de peregrinos y de prófugos (Heb 11,13; 13,9; 6,18), que no posee una ciudad permanente (13,14); su vida presente no puede considerarse más que como una peregrinación (1 Pe 1,1; 2,11). En efecto, los cristianos, aunque están en el mundo, "no son mundo" (Jn 17,16) y su "patria está en los cielos" (FIp 3,20). La declaración de Abrahán: "Yo soy extranjero y peregrino entre vosotros" (Gén 23,4) se ha convertido en definición del alma religiosa, en un título al que se nos remite en la oración para ser escuchados (Sal 39,13;119,19; 1 Crón 29,15). San Pedro deduce de ahí su espiritualidad del pasajero, que no se acomoda a las costumbres locales en contraste con la santidad: "Amadisimos, os exhorto, como peregrinos y extranjeros que sois, a que os abstengáis de los apetitos carnales, que combaten contra el alma" (1 Pe 2,11). Los cristianos no son vagabundos sin una meta, sino peregrinos por "el camino del santuario" (Heb 9,8), donde Cristo les ha precedido, procurándoles una redención eterna (Heb 9,12.24-25). La afirmación sobre los cristianos que se han "acercado a la montaña de Sión, a la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celeste" (Heb 12,22) no se refiere solamente "al primer acceso, con motivo de la regeneración por el bautismo, sino que evoca todo el recorrido de la vida cristiana, un avanzar por el camino roturado por el Cristo-pródromos (cf Heb 10,19-20) e incluso una llegada progresiva que no se realizará definitivamente hasta después de la muerte (cf Heb 2,14-15; 13,13)".

El camino del éxodo, que ocupa un lugar central en el pensamiento religioso de Israel, conserva un valor permanente para los cristianos: "Todo esto les sucedía para servir de ejemplo y fue escrito como aviso para nosotros" (1 Cor 10,11). San Pablo evoca en un contexto bautismal los episodios de la travesía por el desierto (la nube, el mar, el maná, la fuente, el castigo) para sacar de allí diversas consecuencias morales: evitar toda presunción y toda vanidad necia, ya que a pesar de los beneficios de Dios es posible serle infiel en la tentación (1 Cor 10,6-12). La Carta a los Hebreos (3,7-19; 4.1-11) esboza una homilía sobre el salmo 95, exhortando con urgencia a evitar la esclerosis espiritual o endurecimiento del corazón que caracterizó a los israelitas por el desierto y les impidió entrar en la tierra prometida: "Tened cuidado, hermanos, que no haya entre vosotros un corazón tan malo e incrédulo que se aparte del Dios viviente... Esforcémonos, pues, por entrar en este reposo, para que nadie sucumba, imitando este ejemplo de desobediencia" (3,12; 4,11).

Sobre todo san Juan desarrolla la tipología del éxodo, presentando a Jesús como nuevo Moisés que guía la marcha del pueblo de Dios hacia el Padre. Como Moisés, Cristo libera a los hombres de la esclavitud (Jn 1,29; 8,31-46; 1 Jn 3,5-6), los alimenta con un pan bajado del cielo (Jn 6,30-58), los reúne en comunidad (Jn 11,51-52), les da una ley nueva (Jn 1,14-18). Jesús es, además, el cordero pascual cuya sangre redime del pecado (Jn 1,29; 19,31-42), y la serpiente de bronce, levantada para evitar la muerte (Jn 3,14-15). Siguiendo a Jesús, también los cristianos tienen que realizar su "pascua" o paso de este mundo al Padre, llevando a cabo su éxodo definitivo (Jn 13,1; 14,3; 17,24). En una perspectiva más universal, el Apocalipsis suena como un canto de victoria entonado después de la epopeya del nuevo éxodo, cuando se realice la plena manifestación del Señor; entretanto, la Iglesia vive una tensión llena de esperanza: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,20).

2. LA VIDA ESPIRITUAL COMO CRECIMIENTO Y MADURACIÓN - El itinerario del creyente, expresado en el Nuevo Testamento en términos de vida, comprende una triple fase: la inicial, constituida por el nacimiento en Cristo mediante el bautismo; la del crecimiento o progresiva maduración como tarea de toda la existencia terrena, y la final, cuando sea completo y definitivo el triunfo de la vida.

El cristiano nace en el bautismo, "lavatorio de regeneración y renovación del Espíritu Santo" (Tit 3,5), que inserta en Cristo crucificado y glorificado (Rom 6,3-5; Gál 2.20; Flp 1,20) y hace hijos de Dios (Jn 1,12-13; 3,1-5) y miembros de la Iglesia (He 2,38-41; 1 Cor 12,13; Ef 5,26). El bautismo, esencialmente obra de Dios, no actúa de manera mágica; presupone la fe y la conversión (He 2,38; 18,30-31) y exige un camino de vida nueva (Rom 6,4; 3,1-15). Realmente la condición del bautizado es paradójica: coinciden en él la posesión de los bienes mesiánicos, sobre todo el gran don del Espíritu, y, al mismo tiempo, la figura fugaz de este mundo con sus límites, condicionamientos, debilidades y pecados. El cristiano tiene que seguir a Cristo, "autor de la vida" (He 3,15), en una dimensión operativa y moral, en correspondencia con la unión ontológica realizada por el bautismo. San Pablo, con una serie de imperativos derivados de indicativos. [>Jesucristo II, 2], insiste en que los cristianos se conviertan en lo que son, esto es, que lleven una vida en correspondencia con su ser en Cristo. Pero a este dinamismo en línea retrospectiva se añade la tensión hacia las últimas realidades, que forman el objeto de la esperanza cristiana; la mística bautismal tiende intrínsecamente a la comunión escatológica con Cristo cuando se realice la redención completa y definitiva. San Pablo se complace en describir en dos cuadros el presente y el futuro, el ya y el todavía-no; su pensamiento lo ha resumido de este modo A. Wikenhauser: "Ahora poseemos las arras del Espíritu (2 Cor 1,22; 5,5; Rom 8,23). Ahora, en el misterio del bautismo, ha quedado muerto el hombre viejo y se nos ha otorgado una nueva vida, pero sólo en la realidad místico-sacramental (Rom 6,4 ss). Con esto se nos ha dado, ciertamente, garantías de que algún día poseeremos los bienes futuros; pero no los tenemos todavía. Nos falta la inserción en los derechos del Hijo, nos falta el cuerpo de la resurrección; en una palabra, todavía no hemos sido conformados con la imagen de Cristo celestial. Sobre nuestra vida sigue escrito todavía: 'En la esperanza fuimos salvados' (Rom 8,24). Nos falta aún la plenitud suprema del bien y de la gloria. 'También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo' (Rom 8,23). Seguimos aún prisioneros en el cuerpo terreno (Rom 6,12; 2 Cor 5,6), vivimos todavía en la carne (Gál 2,20), no ha sido aún destruida la tienda de nuestra morada terrena (2 Cor 5,1-4). Y puesto que llevamos un tesoro tan precioso en vasijas de barro, seguimos expuestos a toda clase de sufrimientos, fatigas y luchas; tenemos que combatir constantemente contra la carne, que lucha en nosotros contra el espíritu por la supremacía (Gál 5,17). `Nuestra vida permanece oculta con Cristo en Dios' (Col 3,3); sólo se nos revelará en el futuro (Rom 8,18), cuando llegue el día esperado de la `revelación de los hijos de Dios' (Rom 8,19). Así pues, sólo la parusía traerá la redención completa, la posesión de hecho y sin restricciones de los bienes de la salvación". Por muy grande y profunda que sea, la salvación presente se queda pálida ante el esplendor de la gloria futura; pero aunque sea en el sufrimiento, en sintonía con toda la creación que "gime y está en dolores de parto hasta el momento presente" (Rom 8,22), los cristianos anhelan la perfecta filiación divina [>Hijos de Dios].

Sin embargo, antes de alcanzar la meta final es necesario realizar un largo trabajo de maduración y crecimiento, que el Nuevo Testamento presenta como el paso de una condición inferior y rudimentaria a una etapa superior y más perfecta. Este progreso hacia el pleno desarrollo espiritual se indica mediante una serie de comparaciones inspiradas en los aspectos evolutivos de la vida humana y que denotan la condición inicial e ideal a la que hay que tender [>Madurez espiritual II]:

a) Niños-adultos. Mientras que los evangelios simpatizan con los niños, elevándolos a símbolo de los discípulos auténticos de Jesús por su disponibilidad ante las propuestas divinas (Me 10,15; Mt 18,3-4; 19,14), las cartas del Nuevo Testamento nos invitan varias veces a dejar la edad infantil para "crecer en orden a la salvación" (1 Pe 2,2). San Pablo se lamenta con los corintios de que se han quedado en "niños en Cristo", incapaces, por consiguiente, de un "alimento sólido", esto es, de una comunicación más profunda del misterio de la salvación (1 Cor 3,1-3; cf también Heb 5,11-14, en donde se opone los niños necesitados de leche a los hombres ya hechos o "perfectos"). Hay que evitar "ser niños vacilantes y dejarse arrastrar por ningún viento de doctrina" (Ef 4,14); al contrario, "crezcamos en el amor a todas las cosas hacia el que es la cabeza, Cristo" (Ef 4,15).

También san Pablo indica: "Hermanos, no seáis niños en los juicios; sed niños en la malicia, pero cabales en los juicios" (1 Cor 14,20). Por consiguiente, el cristiano no tiene que quedarse en la iniciación o en la etapa infantil, caracterizada por la inexperiencia, la inconstancia, la incapacidad para profundizar en la sabiduría divina; está llamado a hacerse adulto en Cristo, adquiriendo la madurez de discernimiento, la impermeabilidad al error y la vida según la verdad de la caridad.

b) Imperfectos-perfectos. La imperfección del cristiano es un dato innegable que Pablo contrapone a la realización final escatológica (1 Cor 13,11; Flp 3,12-16); esa falta hay que superarla progresivamente desde ahora, acercándose a la plenitud de la madurez en Cristo (Col 1,28; Ef 4,13). Cuando el Apóstol afirma: "Entre los perfectos predicamos la sabiduría, no la de este mundo" (1 Cor 2,6), no pretende hablar de un grupo esotérico de iniciados, sino de los que han alcanzado el desarrollo pleno de la vida y del pensamiento cristianos. Respecto al contenido de la perfección, la invitación de Jesús a ser perfectos como el Padre celestial (Mt 5,48) significa hacerse misericordiosos como él, mientras que para Santiago uno es perfecto cuando no se queda atrás en ningún punto (Sant 1,4), sobre todo no faltando al hablar (Sant 3,2) y practicando la ley perfecta de la libertad, esto es, el mandamiento del amor al prójimo (Sant 1,25; 2,8). En esta misma línea, Pablo puede señalar la perfección en el amor mutuo, que es "la plenitud de la ley" (Rom 13,10).

c) Ignorantes-maestros. Además del carisma magisterial o ministerio de la enseñanza de la que gozan algunos en la Iglesia (Rom 12,7; 1 Cor 14,6.26.28; Ef 4,11), existe para todos los fieles la exigencia de abandonar "la doctrina elemental sobre Cristo" para pasar a "la doctrina perfecta" (Heb 6,1). El pasaje fundamental en este proceso dinámico hacia un conocimiento mucho más profundo (cf Col 1,10: 1 Pe 3,18) es el siguiente: "Acerca de esto tendríamos muchas cosas que decir, difíciles de explicar, porque sois tardos para comprender. Pues debiendo ser ya maestros por razón del tiempo, todavía tenéis necesidad de que se os enseñen los primeros rudimentos de los oráculos de Dios, y habéis llegado a tener necesidad deleche, no de alimento sólido. Ahora bien, aquel que se alimenta de leche no puede gustar la doctrina de la justicia, porque es niño todavía. El alimento sólido es para los perfectos. que por razón de la costumbre tienen el sentido moral desarrollado para el discernimiento del bien y del mal" (Heb 5,11-14). Antes de tocar el tema del sacerdocio de Cristo, el autor de la Carta a los Hebreos muestra sus reservas, ya que los cristianos, a pesar del tiempo transcurrido después de su conversión, se han quedado en el abecé de la doctrina revelada y de la perfección; deberían ser ya maestros, esto es, cristianos adultos y perfectos, capaces de comprender más profundamente y comunicar la revelación y bien entrenados por el ejercicio para discernir inmediatamente y con seguridad el bien y el mal.

d) Carnales-espirituales. La oposición paulina entre carne y espíritu (Gál 5,16-26) se refleja en la antítesis seres "carnales" y "hombres-espirituales" (1 Cor 3,1), que indica dos categorías de personas: las que se dejan guiar por la naturaleza humana, débil y solidaria con el pecado (2 Cor 1,12; Rom 6,19) y las que se mueven dentro de la esfera de acción del Espíritu Santo, que mora en ellos como principio de dinamismo y de santificación (1 Cor 6,19; Gál 5,18). En particular, el hombre es carnal o natural cuando vive una vida limitada a un horizonte puramente terreno, que lo hace incapaz de acoger los misterios de Dios; en cambio, el hombre espiritual está en disposición de dar una correcta valoración de los acontecimientos y de toda realidad, porque está iluminado por el Espíritu (1 Cor 2,13-15). El cristiano que ha recibido el don del Espíritu está llamado a secundar su acción caminando en el Espíritu (Gál 5,16-18; Rom 8,4) hasta la suprema redención, cuando Dios dé vida a los cuerpos mortales por medio del Espíritu (Rom 8,11). Sólo entonces nacerá el verdadero hombre espiritual, plenamente poseído y transformado por el Espíritu y convertido, al estilo de Cristo, en un hombre incorruptible, inmortal y glorioso (1 Cor 15,43-54).

Como en la imagen del camino también en la de la vida es esencial la referencia a Cristo. Cristo se proclama y es considerado "vida" (In 14,16; Flp 1,21; Col 3,4); la maduración del cristiano se mide en último análisis por su relación espiritual con él. Si bien el crecimiento afecta al campo del conocimiento de Dios (Col 1,10), de la fe (2 Tes 1,3; 2 Cor 10,15; Flp 1,25), de la justicia (2 Cor 9,10) y del amor (1 Cor 14,1; Flp 1,9; 1 Tes 3,12), el cristiano conforme al plan divino, tiene que tender a reproducir en sí mismo la imagen de Cristo mediante una participación progresiva de su vida resucitada (Rom 8,29; 2 Cor 3,18). La perfección cristiana implica la identificación no sólo con Cristo resucitado, sino también con el Hijo de Dios en su vida humana (Ef 4,11.20). La visión individualista queda superada por el hecho de que el crecimiento en el conocimiento y en el amor de Cristo va orientado a la edificación de todo el cuerpo eclesial, alcanzando de este modo "el estado del hombre perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13).

Se puede concluir que, según la visión bíblica, "el cristiano no es jamás uno que ha llegado a la meta (Flp 3,12), sino que, en su carrera hacia adelante, en su marcha hacia la perfección, aspira a alcanzar, por la virtud del Espíritu Santo, la estatura perfecta de Cristo"". No puede fosilizarse, porque en su etapa intermedia se ve urgido, tanto por el pasado como por el futuro, a caminar y a crecer. A sus espaldas está el germen de vida recibido en el bautismo de regeneración, que debe desarrollarse en auténtica existencia filial hasta alcanzar la meta suprema de la gloria; frente a sí el cristiano encuentra a Cristo, modelo perfecto y camino viviente para llegar a las últimas realidades.

III. Itinerarios espirituales en la historia de la Iglesia

Los escritores de espiritualidad, desde la edad patrística hasta hoy, no son meros epígonos de los hagiógrafos del Nuevo Testamento; encarnaron en su propio contexto cultural los datos bíblicos sobre la vida espiritual, acentuando alguno de sus aspectos y concretando sus etapas y sus metas. Para nuestro propósito creemos que bastará recorrer la historia de la espiritualidad a fin de obtener algunas indicaciones específicas sobre el dinamismo de la vida cristiana y las diversas fases de su desarrollo.

1. Los DOS CAMINOS - El tema de los dos caminos, tomado del sermón de la montaña, entró pronto en la catequesis cristiana. La Didajé se abre con estas palabras: "Dos son los caminos, el uno de la vida y el otro de la muerte, y entre los dos es grande la diferencia" (1, 1). La Carta a Bernabé insiste: "Hay dos caminos de enseñanza y de acción: el de la luz y el de las tinieblas" (XVIII, 1-2). Aunque se trata de guías litúrgicas, disciplinares y morales, estos documentos no describen la dinámica de estos caminos, sino que se limitan a invitar a escoger de una vez para siempre el de la vida o de la luz.

2. EL IDEAL GNÓSTICO - Para Clemente de Alejandría (+ hacia el 215), la vida espiritual tiende, a través de una larga subida, hacia la perfección cristiana, que consiste en la gnosis o perfecto conocimiento de Dios. El gnóstico o cristiano perfecto se caracteriza por algunas notas: "En primer lugar, la contemplación; luego, el cumplimiento de los preceptos; finalmente, la instrucción de los buenos", a lo que hay que añadir la caridad y la apatheia o dominio de las tendencias desordenadas, que son condiciones para llegar a la gnosis y también a sus efectos. La gnosis no es simple contemplación, sino una experiencia compleja, que abarca los principales aspectos de la vida cristiana.

Con acentos más ricos y variados, Orígenes (+ hacia el 254) describe a menudo el camino hacia la perfección, que él contempla también en la línea de la gnosis. Recorre el viaje de los hebreos desde Egipto hasta la tierra prometida para trazar las etapas de la vida espiritual: a la huida del mundo y la lucha contra los demonios siguen las visiones, las tribulaciones del desierto y, finalmente, la vida perfecta o gnosis, que es la entrada en los secretos de la sabiduría divina y al mismo tiempo unión mística con el Verbo 25. Orígenes subraya el hecho de que el camino espiritual, aunque llegue a la gnosis, no termina nunca, ya que el alma, proyectada siempre hacia adelante, parece avanzar como los nómadas con sus tiendas. Nunca llega el momento en que el alma, inflamada por el fuego de la gnosis, puede perder tiempo y descansar; siempre se ve empujada desde lo bueno a lo mejor y desde lo mejor a las cumbres más elevadas.

3. EL PROGRESO EN LA CARIDAD - San Agustín (+ 430), a pesar de su noción de sabiduría, no transmitió a Occidente la estructura fundamental de la gnosis; ve en la caridad el centro, la esencia, la medida y el fin de la vida cristiana. El progreso en la vida espiritual es proporcional al progreso en la caridad, que puede ser "incipiente, progresiva, grande y perfecta", o bien "nacida, alimentada, robustecida y perfecta'''. El amor es constitutivo de la conversión: "Si no amaseis nada, seríais hombres inertes y muertos, detestables y despreciables. Amad, pero poned atención en lo que amáis"; también la meta de la caridad, o sea la contemplación, está constituida por un amor dulce y gozoso que da origen a la experiencia de lo divino. Como la visión de Dios y la perfección de la caridad no pueden alcanzarse plenamente en esta vida, san Agustín exhorta a un continuo progreso: "No estés nunca contento de tu estado si quieres llegar a un estado más perfecto, ya que cuando te complaces en ti mismo dejas de progresar. Si dijeses: basta, he llegado a la perfección, lo habrías perdido todo". Este mismo paradigma será adoptado por muchos autores occidentales, entre ellos san Bernardo (+ 1153), que distingue el progreso espiritual según los grados del amor: carnal, servil, filial, místico, además de los grados de la humildad y la libertad".

4. EL TRIPLE CAMINO - La división tripartita de la vida espiritual aparece ya en Evagrio Póntico (+ hacia el 400) con la clasificación en tres fases: praxis, contemplación, teología. Sin embargo, en Occidente encuentra mayor fortuna la distinción que se remonta al Pseudo-Dionisio (ss. v-vl), de actividad purgativa, iluminativa y unitiva", así como la que nos transmite santo Tomás (+ 1274), que habla de incipientes, proficientes y perfectos. Los dos esquemas del Areopagita y del Aquinate se funden en las tres vías que adoptan y propagan los manuales de nuestros días: a) la vía purgativa o de los incipientes atañe a la purificación del alma y la lucha contra el pecado; b) la vía iluminativa o de los proficientes consiste en la práctica positiva de las virtudes; c) la vía unitiva o de los perfectos es la vida mística de unión con Dios".

5. ITINERARIO DE LA MENTE HACIA DIOS- La Edad Media registra muchos escritos con el titulo de "vía" o "itinerario"; entre ellos, el más famoso es el Itinerarium mentis in Deum, de san Buenaventura (+ 1274), el gran representante franciscano de la mística contemplativa. El camino que propone este opúsculo se distingue de los anteriores por su concepción más amplia, que abarca a todos los seres del universo: "Para llegar a intuir el primer principio... es preciso que pasemos por su huella, que es corpórea, temporal y fuera de nosotros: éste es el primer entrar en la vida de Dios. Además hay que penetrar en nuestra mente, que es imagen de Dios eterno y espiritual y está dentro de nosotros; se avanza de este modo en el camino de Dios. Y también es necesario que, con el alma dirigida al primer principio, trascendamos hacia lo sempiterno y espiritualísimo, que está por encima de nosotros; esto es la exultación en el conocimiento de Dios y en la veneración de su majestad. A través de varias ascensiones o iluminaciones articuladas, el alma celebra con Cristo su pascua o supremo tránsito, "momento místico y secretísimo" de éxtasis mental y transformación en Dios.

6. LA SUBIDA AL MONTE CARMELO - San Juan de la Cruz (+ 1591) recurre al simbolismo del monte [>Símbolos espirituales] que hay que escalar para ayudar a los principiantes y proficientes, que a menudo se quedan en los primeros grados de la perfección por no conocer el camino, a alcanzar el alto estado de la perfección que es la unión del alma con Dios. Mientras que en otras obras describe el camino espiritual desde la perspectiva de la acción divina, en la Subida al monte Carmelo el santo subraya el aspecto activo del hombre, que ha de realizar un trabajo de despojamiento radical y de purificación total de todo aquello que no es Dios, a fin de poder unirse a él en el amor. La ascesis purificativa se designa con el nombre de noche e incluye tres etapas: la noche de los sentidos, que consiste en mortificar los afectos desordenados; la noche de la inteligencia, en la que se avanza con la fe pura, y la noche de la memoria y de la voluntad, cuando estas facultades quedan purificadas por la esperanza y la caridad".

7. EL CAMINO DE PERFECCIÓN - Además de describir el itinerario espiritual según las siete moradas del "castillo interior", santa Teresa de Avila (t+1582) acude a la comparación del camino Para tratar de la oración como marcha hacia la perfección, o sea hacia el Señor. Entre los diversos grados progresivos de oración se distinguen la oración vocal, la meditación, la oración infusa y lar contemplación perfecta. El camino de perfección no se orienta hacia metas exteriores, sino hacia el interior, en donde habita el Maestro. Hacer oración es conversar y vivir con él, sabiendo que él es quien dirige el coloquio. Por eso la santa toma como modelo el Padrenuestro y asegura que Dios elevará a la contemplación a quien haga lo posible para no detenerse en el camino sa

8. HACIA UNA MÍSTICA APOSTÓLICA - Aunque reconoce la validez del itinerario espiritual que culmina en la contemplación mística, J. Lebreton observa que la experiencia de los santos rechaza todo esquema demasiado rígido: "La vida mística es una vida contemplativa; pero la contemplación misma puede estar como orientada hacia otro fin, la acción apostólica o el sufrimiento reparador"". Cita entonces al padre Godínez (t 1644), misionero en México y autor de Praxis theologiae mysticae, que distingue las purificaciones de los contemplativos de las de los hombres apostólicos: Dios quiere convertir a éstos en instrumentos dóciles para la salvación de los hermanos. Así sucedió con María de la Encarnación, en cuya vida el matrimonio espiritual no representa el grado supremo; en efecto, "elevada desde el año 1627 al matrimonio espiritual, se vio sumergida de nuevo durante los veinte años siguientes en pruebas penosísimas..., orientadas no a la contemplación, sino a la acción apostólica'. La recuperación del sentido misional ha llevado a elaborar una espiritualidad que no coincide con la de tipo monástico, sino que está dirigida al ministerio de la palabra y se inspira en el modelo de Cristo y de los apóstoles [Apostolado VII].

9. EL CAMINITO - La búsqueda de una manera sencilla de realizar la unión con Dios está presente en autores de los ss. xvi-xviii: Benedicto de Canfeld publicó en 1609 la Regla de perfección que contiene un compendio de la vida espiritual reducida solamente al punto de la voluntad de Dios. Santa Teresa de Avila en el Camino de perfección llama a la oración un "atajo" o "vía rápida". Madame Guyon lanza en 1685 su Modo breve y facilísimo para la oración. San Luis Griñón de Montfort (t 1716) presenta la consagración de María como "un camino breve, fácil, perfecto y seguro para llegar a la unión con nuestro Señor, en la que consiste la perfección del cristiano". A santa Teresa de Lisieux (t 1897) le debemos el "caminito": "un caminito recto, recto; un caminito totalmente nuevo", que consiste en "una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad, confiados hasta la osadía en su bondad de Padre'. El éxito y el valor de la propuesta de la santa de Lisieux pueden señalarse en su proyección del hombre hacia una actitud de apertura y confianza en el Dios misericordioso del evangelio: "El caminito es una dinámica de la esperanza, inspirada por la fe. comprometida en el amor. Es una expresión y ante todo una realización de la esencia misma del evangelio, el don de la misericordia dirigido a todos, pero en primer lugar a los pobres, a los pequeños, a los humildes, a los que están en la miseria, incluida la del pecado..."

De este recorrido a través de los siglos se pueden sacar algunas consecuencias sobre el itinerario del cristiano: a) el sentido dinámico de la vida espiritual que presenta la Biblia fue acogido y valorado por la tradición eclesial. El progreso es considerado como ley natural de la santidad, hasta el punto de que todos están de acuerdo con la afirmación de san Bernardo: "El que no quiere avanzar retrocede. Jesucristo es el primero en la carrera. Si os paráis mientras él avanza a grandes pasos, no sólo no os acercaréis a la meta, sino que la misma meta se alejará de vosotros"; b) la variedad de itinerarios, establecidos a partir de un elemento particular o de la antropología de una época determinada, demuestra que tienen un valor relativo. Ninguno de ellos nunca es capaz de exigir el carácter de normatividad absoluta o de perfecta correspondencia con la vivencia cristiana. Incluso la "triple vía", adoptada con oportunas reservas y difundida por los manuales de espiritualidad, si se presenta dentro del esquema de incipientes-proficientes-perfectos, resulta genérica y susceptible de los contenidos más diversos; si se concreta en la función purgativa-iluminativa-unitiva, corre el peligro de reservar para un período o fase determinada de la vida espiritual lo que es situación o tarea permanente del cristiano en cada una de las etapas de su caminar". Se comprende entonces la opción de G. Thils: "En lugar de tres etapas, intentamos describir la línea de la evolución, partiendo de un comienzo y desarrollándose hasta el fin; en resumen, hemos optado por la imagen de la curva o del gráfico. Por otra parte, trataremos de describir, en el sentido dogmático de la palabra, lo que representa esta curva, en la vida de la gracia, en la evolución psicológica intelectual y voluntaria, y, finalmente, en el perfeccionamiento de la actividad temporal de la vocación. Quizá podamos responder así a una exigencia contemporánea..."'. Esta orientación, oportunamente perfeccionada, nos parece adecuada a nuestro objetivo, que es el de trazar con fidelidad a los datos bíblicos, dentro de la recuperación de algunos elementos tradicionales y con referencia a la actual antropología bíblica, un itinerario espiritual para el hombre de nuestro tiempo.

IV. Itinerario espiritual para el hombre de hoy

Quien se ponga a hojear cualquiera de los tratados de ascética y mística de moda en nuestro siglo sentirá cierta dificultad para insertarse en los esquemas evolutivos que proponen. A pesar de que recuerdan de manera concreta y significativa el dinamismo y el desarroIlo progresivo de la vida espiritual, aparecen marcados por una antropología y unas condiciones de vida de un tiempo superado. K. Rahner denuncia en el

 

lit- r nerario hacia la mística contemplativa ,' ciertas "imágenes procedentes más de P la concepción neoplatónica del espíritu;: que del cristianismo y dominantes toda-vía hoy en el concepto de mística"; G. ': Thils, en pos de Tanquerey, indica que el progreso en la oración no siempre coincide con el grado de santificación y que "el cristiano que vive en el mundo >= pensará a simple vista que todos estos capítulos de la vía unitiva no son para él""; A.-M. Besnard observa que la vida '1' espiritual no puede catalogarse en un, sistema ordenado y lineal, ya que es historia, en la que "interfieren continuamente las iniciativas imprevistas de °, Dios, la libertad del hombre y los contratiempos de las circunstancias" 50; ha- ^ bría que señalar, finalmente, que los '0 caminos tradicionales han sido trazados al en perspectiva individualista, sin tener á suficientemente en cuenta la dimensión a8

comunitaria y litúrgica de la vida cristiana.

Situándonos dentro de la cultura actual, parece que el trazado del camino espiritual del cristiano de hoy tiene que atenerse a algunas exigencias especialmente sentidas:

a) El sentido vivo de la personalidad humana como algo original e irrepetible elimina en principio los esquemas demasiado concretos, que no tienen en cuenta los diversos ritmos de maduración. El itinerario espiritual habrá de tener un carácter fluido y orientador, que se compagine con la variedad de recorridos personales y atienda a las opciones de base.

b) La asunción real de la condición humana histórica y de sus compromisos de liberación y promoción rechaza un camino orientado exclusivamente hacia prácticas cultuales o separado de la vida social. Toda concepción privatizada del itinerario espiritual pierde impacto en la mentalidad del cristiano de hoy, consciente de su misión de ser en el mundo fermento de la libertad y de progreso, de fraternidad y de justicia.

c) El despertar de la conciencia eclesial y la valoración de la vida comunitaria se oponen al establecimiento de un itinerario espiritual orientado en forma individual a la salvación y perfección del alma. Como el designio divino se dirige a "santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente" (LG 9), el camino del hombre fiel a la revelación no puede prescindir de la vida de la Iglesia y, en particular, del ritmo sacramental que envuelve la existencia entera del cristiano y de la celebración del ciclo litúrgico, que propone anualmente el misterio de Cristo con sus implicaciones vitales.

d) La afirmación de las ciencias psico-sociológicas hace necesaria la confrontación entre la maduración del hombre y la del cristiano, en particular respecto a los dinamismos fundamentales de afirmación de sí mismo y de amor, de diferenciación y de integración, de declive y de crecimiento. El itinerario espiritual no puede verse como una subida gradual y armónica, ya que, como cualquier otro camino humano, lleva consigo contradicciones, crisis, conflictos y paradas que, si se resuelven positivamente, dan un paso hacia soluciones nuevas y equilibrios mejores [>Madurez espiritual; >Patología espiritual].

Estas cuatro exigencias que acabamos de señalar demuestran la complejidad del itinerario espiritual que hay que proponer al hombre de hoy. Se trata más bien de una encrucijada de caminos: el que traza la historia del mundo, el camino litúrgico que recorre la comunidad eclesial, el camino personal e irrepetible de cada uno con sus problemas y limitaciones, con sus reservas vitales y con los dones de gracia que le ofrece el Dios de la salvación.

Para evitar tanto las divisiones artificiales que viviseccionan al cristianismo, como los trazados que descuidan la función dinámica de la crisis, hay que concebir el itinerario espiritual —como sugiere atinadamente F. Ruiz— según la imagen de una espiral en la que convergen dos trayectorias: "Hay una fuerza que impulsa hacia adelante y hacia arriba, en un movimiento irreversible, aunque con altibajos. El movimiento lineal del proceso tiene que completarse con otro de tipo concéntrico. Al mismo tiempo que avanza, advierte que de vez en cuando vuelve a encontrarse con las mismas experiencias de la postura anterior. Componiendo las dos líneas obtendremos como resultado la espiral. Así es la vida. Como una escalera de caracol. Da vueltas sobre sí misma y al mismo tiempo sube. En cada una de las vueltas completas vuelve a encontrarse con el mismo punto de orientación, pero en un nivel más elevado"

Quizá una de las aportaciones modernas más significativas a las vías tradicionales estribe en haber señalado la dinámica del ciclo que se repite en ellas con intensidad distinta. Esta dinámica consiste normalmente en la serie iniciación-plenitud-crisis-paso a una nueva síntesis unitaria. Está sacada de la vida y de la historia, que son fenómenos esencialmente evolutivos: alcanzan un umbral en el que se produce una ruptura o punto crítico que hay que superar pasando a un nivel más alto. Las edades de la vida humana, desde el nacimiento hasta la infancia, la juventud, la madurez y la ancianidad, ponen de manifiesto la validez del proceso evolutivo que hemos indicado; el horizonte vital se va haciendo cada vez más pequeño y sofocante, provocando crisis e introduciendo en un mundo más amplio y más rico en posibilidades.

Aplicando estas orientaciones y suponiendo la vida cristiana ya en marcha, el itinerario del cristiano resulta escalonado en tres momentos o ciclos evolutivos:

1. INICIACIÓN CRISTIANA - Como en las otras religiones, también en el cristianismo hay ritos y procesos educativos que tienen por fin introducir al individuo en la comunidad, de modo que pueda encontrar en ella su identificación y desempeñe allí un papel efectivo. Una de las instituciones más antiguas de la iglesia es el catecumenado, o sea "la etapa de preparación a la vida cristiana o el tiempo de iniciación que la Iglesia exige a los convertidos para que se transforme su fe inicial en profesión de fe explícita, sacramentalmente celebrada en la comunidad cristiana pascual"". Desgraciadamente, en el curso de los siglos el catecumenado fue decayendo hasta desaparecer completamente en Europa desde el s. xvi. El resultado más lamentable de este fenómeno fue la separación entre itinerario de fe del cristiano y el camino eclesial celebrado en los sacramentos de iniciación (bautismo-confirmación-eucaristía); se olvidó así el carácter específico del cristianismo, esencialmente comunitario y encarnado en signos sacramentales que insertan al hombre en la historia de Dios.

La restauración del catecumenado preconizada por el Vat. II (SC 64) y las recientes experiencias neocatecumenales invita a considerar el período de iniciación o de reiniciación para un cristianismo consciente como la primera fase del itinerario espiritual del cristiano. Más que la lucha contra el pecado y la mortificación, típicas de la vida purgativa, la iniciación supone unos compromisos positivos concretos:

a) Adquirir una mentalidad de fe [>Creyente]. La conversión "se presenta como una disgregación de la síntesis mental y su sustitución por otra nueva síntesis, de manera que la conversión es una especie de reestructuración de la personalidad. En el contexto de la fe y del bautismo se abre entonces al hombre una nueva dimensión, que transforma la orientación de la vida y el sistema de valores. Como discípulo de Cristo, el creyente tiene que dejarse iluminar por la luz evangélica y por la sabiduría divina, que supera las cortas miras humanas y las pone en discusión (1 Cor 2,21-25). Para ello se necesita un conocimiento cada ver más profundo y personal de la revelación y del plan divino de la salvación: el recurso a la Biblia y la meditación sobre todo el evangelio tienen que alimentar la espiritualidad del cristiano especialmente en este periodo. La palabra de Dios, acogida y actualizada, produce una mentalidad de fe, esto es, la capadcidad de interpretar las cosas según el pensamiento de Cristo y de encontrar en la doctrina revelada valores y motivos inspiradores de vida.

b) Tomar conciencia de las exigencias bautismales. El redescubrimiento del bautismo, de su teología bíblica y de sus implicaciones vitales es un medio muy adecuado para la transformación de la existencia cristiana. En el bautismo se encuentra en su etapa germinal el futuro desarrollo de la vida espiritual en todas sus dimensiones: participación en el misterio pascual de Cristo (1 Cor 1,13; Rom 6,3-4), nueva vida en el Espíritu (Jn 3,5; Tit 3,5), incorporación al cuerpo de Cristo hasta formar con él un solo ser (1 Cor 12,12-13), introducción en la comunidad sacerdotal, profética y real del pueblo de Dios (1 Pe 2,9-10). Los cristianos conscientes de la realidad bautismal secundarán las invitadones que se les hacen en el bautismo y que explícita el Nuevo Testamento: abandonar la conducta del hombre am tiguo, esclavo del pecado, transformarse en Cristo hombre nuevo como amados de Dios, elegidos y consagrados (Col 3,1-11; Ef 4,22-25; Rom 13,13-14), caminar en el Espíritu obrando por amor en la libertad de los hijos de Dios, sin dejarse condicionar por las normas exteriores de la ley o por los dictámenes egoístas de la naturaleza (Gál 5,13-18; Rom 8,2-14). Por tanto hay que llegar a una ratificación de los compromisos bautismales y a una opción fundamental por Cristo, que tendrá en expresión ritual en la vigilia del sábado santo, centro del año litúrgico.

c) Insertarse activamente en la comunidad eclesial [>Iglesia]. El carácter comunitario de la salvación y la relación que une a Cristo y a la Iglesia exigen una participación activa y responsable en la vida de la Iglesia, comunidad de fe, de culto y de testimonio apostólico. La iniciación cristiana es promoción de intensa vida litúrgica, como itinerario sacramental que culmina en el misterio eucarístico: "Todo el bien espiritual de la Iglesia está encerrado en la "'Eucaristía, donde Cristo, nuestra pascua, está presente y da vida a los hombres, invitándolos e induciéndolos a ofrecerse a sí mismos con él y en memoria suya por la salvación del mundo. Con un proceso de identificación y de integración, el cristiano está llamado a redescubrir su papel o función que desarrollar dentro de la comunidad eclesial unida en el amor, pero al mismo tiempo consciente del valor de los diversos carismas dados por el Espíritu para la edificación comunitaria (1 Cor 12.7-13; Ef 4,4).

d) Integrar la fe cristiana en la vida diaria. La vida espiritual no se contenta con gestos rituales, sino que supone el don de sí en la vida diaria de comunión con los hombres en la justicia y en el amor (Rom 12,1; Mt 5,23-24; 9,13; 12.7). El cristiano, abierto a los signos de los tiempos y a las llamadas de Dios inherentes a los acontecimientos de la vida, tiene que atestiguar en el mundo [>Apostolado VII], según las exigencias de la moral evangélica, el sentido de la justicia, del compromiso responsable en su trabajo [>Trabajador] y en familia, del amor y el perdón activo, de la pobreza, la sinceridad y la 'amistad. En estas tareas recibirá fuerzas de los sacramentos del matrimonio y de la reconciliación.

No cabe duda de que este proyecto de vida no es de fácil realización; tropieza con resistencias y reparos, con dificultades individuales y comunitarias, con vueltas al pasado. Es la tentación del éxodo, de la nostalgia de una situación menos comprometida, de la necrofilia descrita por E. Fromm: "Todo lo que está lejos de la vida o camina en contra de ella atrae al necrófilo. El quiere volver a la oscuridad del seno y al pasado de una existencia inorgánica o animal. Está orientado esencialmente hacia el pasado, no hacia el futuro, que odia y del que tiene miedo". Para superar esta tendencia y promover la biofilia o amor a la vida hay que encontrar algunas condiciones favorables: el descubrimiento de Cristo, fuente de vida eterna Y modelo de amor supremo: el diálogo con el Padre y la comprensión de su designio de salvación; la docilidad al Espíritu, que promueve el crecimiento cristiano; el influjo estimulante de la comunidad y el animador espiritual; la experiencia de un amor cálido y constructivo. Todo esto opone a la solución arcaica regresiva la solución progresiva del desarrollo de la propia humanidad y vida divina: "La tendencia a conservar la vida y a luchar contra la muerte es la forma más elemental de orientación biófila... La sustancia viviente tiene tendencia a integrar y a unir; tiende a fundirse con entidades diferentes y opuestas y a crecer estructuralmente". El conflicto, arraigado en la existencia humana, tiene la función de promover y llevar hacia adelante la tarea de encontrar nuevas soluciones en un proceso orientado hacia la meta de la madurez integral.

2. MADURACIÓN ESPIRITUAL - Superada la actitud regresiva hacia un pasado no iluminado por la luz evangélica, el cristiano marcha hacia una etapa de madurez, superando igualmente. las diversas formas de infantilismo.

La intensa vida litúrgica [>Celebración litúrgica], la oración personal, el impacto con la historia y la apertura a sus interpelaciones, la asimilación progresiva de la palabra de Dios y de las actitudes evangélicas [>Consejos evangélicos II] conducen a la madurez cristiana, caracterizada por una armonía más profunda de la personalidad, por una posesión más rica y consciente de la verdad, por el saber entregarse en el amor, por la conciencia plena de responsabilidades concretas en la Iglesia y en la convivencia social.

Actualizando las indicaciones de san Pablo sobre la madurez espiritual, el cristiano de hoy se debe mover en estas cuatro direcciones:

a) La libertad de los hijos de Dios. La contraposición paulina entre la condición judeo-pagana y la cristiana en términos de dependencia y de libertad filial (Cal 4,1-11) [>Libertad cristiana] señala en esta última la trayectoria que hay que recorrer con vistas a la madurez. Al identificar la infancia con la esclavitud bajo los "elementos del mundo", san Pablo invita a los cristianos a no dejarse someter por los ídolos ni las fuerzas cósmicas; el creyente no debe depender más que de su Creador, del que ha sido hecho hijo gracias a Cristo y al Espíritu.

El proyecto de vida filial se realiza en la relación de amor confiado con el Padre, en la exclusión de una moral de deberes y heterónoma, en considerar hermanos a todos los hombres. Supone, sin embargo, una liberación del pecado incluso en el orden de las estructuras. En los "elementos del mundo" de que hemos de liberarnos se podrían ver actualmente las estructuras sociales inicuas o esos "círculos diabólicos de la muerte", que concreta de este modo J. Moltmann: la pobreza, expresada en el hambre, la enfermedad, la mortalidad y caracterizada por la explotación; el poder, en sus formas de dictadura, dominio de clase y privilegios; la alienación racista y cultural, que defrauda, enajena y manipula a las personas para transformarlas en partículas apáticas de la sociedad tecnocrática; la destrucción industrial de la naturaleza, que compromete irremediablemente el equilibrio ecológico; la falta de sentido y el abandono de Dios, de donde nacen la apatía, la desorientación y los impulsos de muerte. Zambullirse en estas cinco dimensiones mediante una actividad eficazmente liberadora es una tarea ardua del cristiano, que traduce en categorías y acciones concretas la realidad de su filiación divina.

b) Una fe sólida y personal. Mientras que la fe infantil es inestable (Ef 4,14) y aficionada a los carismas vistosos (1 Cor 12,31; 14,18-20), la fe madura se caracteriza por la solidez de convicciones y por la confiada adhesión de todo el ser a la persona de Jesús. Las corrientes fascinantes y variables según la moda de los tiempos pueden muy bien dar al traste con una fe pueril, no verificada ni personalizada, pero no con una fe adulta que sabe repetir con san Pablo: "Sé en quién he puesto mi confianza" (2 Tim 1,12). La cima de la fe se alcanza cuando, superada la búsqueda de "signos y prodigios" (Jn 4,48), se llega a un encuentro personal y perseverante con Cristo, que lleva a una actitud de absoluta confianza (Jn 20,29). Modelo de fe es Abrahán, que no vaciló ante las pruebas, sino que esperó contra toda esperanza, fiándose de Dios (Rom 4,1-22; Heb 11,8-19). Prototipo de fe madura es María, la madre del Señor, proclamada dichosa por haber creído de modo perfecto, con plena disponibilidad y sin pedir signos (Lc 1,38.45); ella "avanzó en la peregrinación de la fe" (LG 58), meditando en los sucesos de su Hijo (Lc 2,19.51) y siguiéndolo fiel hasta la cruz (Jn 19,25).

c) Discernimiento espiritual. La experiencia cristiana, con su continua, referencia a la revelación a fin de iluminar la conducta humana, enseña por su misma naturaleza a "distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable a él, lo perfecto" (Rom 12,2). Los adultos en la fe "tienen el sentido moral desarrollado para el discernimiento del bien y del mal" (Heb 5,14). perciben casi connaturalmente y por instinto lo que corresponde auténticamente al plan salvífico: "Sabemos también que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para conocer al Verdadero (1 Jn 5,20). El discernimiento que hasta hace poco tiempo se ponía más bien en la los momentos decisivos de la existencia, como la "elección de la vocación", se aplica hoy más bien a toda la vidar cristiana; en efecto, "el cristiano, iluminado y guiado por el Espíritu, valora como es debido todos los acontecimientos humanos y la ciencia. El Espíritu no suministra información para el estudio, la industria o la ciencia, sino que capacita al `hombre espiritual para juzgar todo lo que hay en el universo al servicio del destino del hombre según el plan de Dios. El ideal del hombre "gnóstico" se convierte en realidad cuando el cristiano se ha adentrado en el "conocimiento del misterio" (cf Ef 1,17; Col 1,5-10) mediante el don de la sabiduría, esto es, un tipo de conocímiento existencial superior, expresión de fe y de caridad, capaz de iluminar los problemas de la existencia humana.

d) Relación social creativa y constructiva. Al contrario de los neófitos, atados todavía a visiones egoístas y movidos por envidias y rivalidades (1 Coro, 3,3), los cristianos maduros son capaces de superar el amor posesivo o utilitarista y de entrar en relación constructiva y creativa con la comunidad eclesial y humana. El camino más excelente sigue siendo el del amor al prójimo [>Caridad], señal distintiva de los discípulos de Jesús, centro del mensaje cristiano y criterio supremo de salvación (Jn 13,34-35: Mt 25,31-46; 1 Cor 13; Rom 13,8). El amor cristiano asume hoy diversas facetas que acentúan aspectos fundamentales con los que está llamada a medirse la madurez de los creyentes:

• Amor eclesial, ya que la edad adulta de la fe no señala el momento del distanciamiento autosuficiente del creyente respecto a la Iglesia, sino su arraigo todavía más pleno en ella... El fiel cree con la Iglesia, y en esta comunión se refuerza su fe en la misma Iglesia. El amor fraterno debe encarnarse ante todo en la comunidad eclesial, a ejemplo de la comunidad de Jerusalén, hasta llegar a formar "un solo corazón y una sola alma" (He 4.32). Amar a la Iglesia maduramente significa caminar junto con ella, asumir sus compromisos y responsabilidades, considerarla dentro de una visión de fe como "sacramento o signo e instrumento de la intima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). Sin embargo, una mirada de fe "no significa una mirada ciega, una mirada miope, una mirada de monaguillo, una mirada inocente en el sentido peyorativo de la palabra. Es una mirada de adulto; una mirada critica, que no cierrra los ojos ante los limites y defectos de la Iglesia, sino que los acepta de manera realista, sin renunciar por ello al compromiso por la reforma eclesial con la denuncia profética [>Contestación profética], con la colaboración para llevar adelante el proyecto común y, sobre todo, con el testimonio de vida.

• Amor ecuménico, que no permanece indiferente ante la túnica de Cristo desgarrada por las diversas confesiones cristianas, sino que se empeña en recomponer la unidad invocada por el mismo Cristo (Jn 17,20-21). Vivir el ecumenismo espiritual significa abandonar la actitud intolerante y polémica para ver en los miembros de las comunidades ortodoxas o reformadas a "hermanos en el Señor" (UR 3), incorporados a Cristo en el bautismo y vivificados por el Espíritu. Significa, además. una continua conversión del corazón y una reforma de la vida, a fin de realizar un camino hacia Cristo, centro de la unidad eclesial. Finalmente, la espiritualidad ecuménica exige mutuas relaciones fraternales, que se expresan y se consolidan rezando juntos y cooperando en la evangelización y promoción humana.

• Amor que actúa en la historia, esto es, que excluye la huida irresponsable del mundo y busca su transformación activa. El amor se convierte hoy en "caridad política" (Pío XII), en cuanto que no puede ser auténtico si se limita a una ayuda esporádica e individualista; ha de tender a transformar las condiciones de los oprimidos y marginados a través de unas reformas estructurales que promuevan el bien común con sus valores de igualdad, fraternidad, justicia social y libertad. El cristiano maduro, aunque fiel al amor universal, opta como Cristo por los pobres y por los últimos; se solidariza con ellos para promover desde dentro una liberación integral según el plan de Dios. La ejecución de este proyecte, que choca con el establishment, no está libre de dificultades y exige un coraje perseverante [-'Heroísmo(.

3. UNIFICACIÓN MÍSTICA [>Mística cristiana] - Alcanzada cierta madurez relativa, el cristiano no puede autocomplacerse y permanecer en el equilibrio conquistado. Lo mismo que en el crecimiento biopsicológico, este período coincide con las crisis más profundas y desconcertantes. La edad madura se caracteriza por la llamada crisis del demonio meridiano; el hombre toma conciencia de la disminución de sus fuerzas, de sus últimas posibilidades temporales, de las ilusiones cultivadas, de los fracasos parciales. Resuelve esta crisis caminando por el sendero de la monotonía, rompiendo los lazos con los compromisos asumidos para marchar por el camino de la aventura o decidiéndose definitivamente por Dios e integrando las experiencias negativas en una síntesis unitaria superior.

También el cristiano maduro experimenta estas crisis: crisis del silencio de Dios frente al progreso del mal en el mundo (cf Sal 42,10-11; 73,2-14), crisis de esperanza ante las realidades angustiosas del dolor y de la muerte, crisis del significado de la vida ante las resistencias y persecuciones consiguientes a las opciones cristianas. Como observa R. Rastide, "el místico es tomado por loco, su familia lo critica, sus amigos se burlan de él; peor aún, el padre espiritual le reprende y castiga. Lejos de animarle, le condena; no le da una patente de santidad, sino todo lo contrario, le hace oír las duras palabras de la condenación. Falta de comprensión, ultrajes, ironías; ¿basta todo esto? Todavía no, porque queda Dios. Y he aquí la suprema humillación: el santo grita al cielo, y el cielo no responde. Todos los místicos han pasado por estas crisis de aridez religiosa, en las que se sienten abandonados y horriblemente solos".

Este ciclo trágico, desde los favores divinos hasta la sequedad, tiene como objetivo preparar a un estado de unión permanente con Dios, llamado matrimonio espiritual, suprema etapa a la que es dado llegar en la existencia terrena. "Tal manera de semejanza hace el amor en la transformación de los amados que se puede decir que cada uno es el otro y que entrambos son uno. La razón es porque en la unión y transformación de amor el uno da posesión de sí al otro, y cada uno se deja y da y trueca por el otro; y así cada uno vive en el otro, y el uno es el otro, y entrambos son uno por transformación de amor...".

Más allá de esta transformación íntima e indescriptible nos es posible captar con W. James algunos aspectos que caracterizan a esta fase de integración y unificación.

a) "Impresión de vivir una vida más amplia y profunda, lejos de los pequeños intereses terrenos, en presencia de un poder ideal". El cristiano en quien surge con pujanza la dimensión mística, propia del cristianismo en virtud del bautismo, experimenta dos sentimientos: "Por una parte, surge una despersonalización, una expropiación del yo; el ser se vacía de todo pensamiento y de toda emoción común: deja de llevar su existencia habitual. Mas, por otra parte, no se pierde por ello en una inconsciencia absoluta. Surgen otras emociones, otros pensamientos, pero que el místico no siente ya como propios; le parecen extraños, los soporta pasivamente. Ya no es él; es otro. Dice que está deificado". La disociación se siente en un nivel inferior, como el surgir de una nueva personalidad, de una vida más intensa, de un modo nuevo de unirse a Dios. El hablar de Dios se transforma en silencio adorante; haciendo el vacío de nociones conceptuales limitadas y del proceso discursivo, se percibe a Dios por intuición como el totalmente Otro; oscuridad y noche para el entendimiento, pero, al mismo tiempo, amor y fuente de vida para el espíritu humano.

b) "Sentido de continuidad entre Dios, poder amigo, y la propia vida, y abandono en él". San Pablo expresa la experiencia de una unión indisoluble con Dios en Cristo con aquellas célebres frases: "El que se une al Señor es un solo espíritu con él" (1 Cor 6,17); "ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí" (Gál 2,20). La autotrascendencia para el cristiano no desemboca en la nada, sino en Dios, el único ser capaz de librarlo del fracaso y de dar un significado definitivo a sus ansias irreprimibles de vivir. La acción divina en la hiistoria, que encuentra su cima en resurrección de Cristo, derrota a la desesperación humana, abriendo a la esperanza en el Dios vivo, que resucitará a los hombres y les dará en Cristo la vida eterna. La vivencia de esta esperanza creadora y salvífica —efecto específico también de la unción de los enfermos—, a la vez que proyecta hacia Dios, futuro del hombre, en una actitud de total abandono, sostiene en el esfuerzo por realizar la utopía concreta del reino de Dios; la fe en la resurrección de los muertos rescata al empeño humano de la inutilidad.

c) "Sentido de inmensa y confiada libertad y disminución de la atención a mismo". El amor es extático; proyecta al hombre fuera de sí en un impulso de comunión con Dios y de absoluta confianza en él: desplaza el centro de la vida hacia él y hace partícipe de sus perfecciones. San Pablo se siente fuerte con la presencia de Dios: "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Flp 4,13), llegando a alegrarse incluso de sus sufrimientos: "Estoy rebosando de consuelo y sobreabundo de gozo en medio de todas nuestras tribulaciones" (2 Cor 7,4). El Señor es fuente de libertad (2 Cor 3,17); acercarse a él es sentirse liberado de todo tipo de esclavitud, de las prescripciones exteriores y del convencionalismo (1 Tim 1,9; Gál 5,1.13); el santo es un hombre libre, porque no lo mueve ni el impulso ciego, ni la coacción externa, sino lo que lleva dentro, su núcleo más profundo renovado por el Espíritu.

d) "Desplazamiento del centro afectivo-emotivo hacia sentimientos de amor y de armonía con toda la realidad". Uniendo al hombre íntimamente consigo, Dios lleva a su cumplimiento su obra salvífica y hace que el creyente se reconcilie con todas las criaturas. La pacificación cósmica prometida para los tiempos mesiánicos (ls 11,6-9) es una realidad anticipada por los místicos en su proceso total de unificación. B. Russel señala que "éticamente característico del misticismo es la falta de indignación y de protesta, la aceptación con gozo, el no creer en la verdad fundamental de la división en dos campos enemigos: el bien y el mal... A su sentido de unidad va asociado un sentimiento de paz infinita"". Un ejemplo reciente de serenidad espiritual y de cálidas relaciones humanas es el que nos ha ofrecido Juan XXIII. La transformación de las relaciones con el mundo de la naturaleza [>Ecología], que hoy se ha hecho urgente ante el destrozo ecológico como fruto de la manipulación, fue vivida y captada maravillosamente por san Francisco de Asís, que miró a todas las criaturas con una óptica de fraternidad. El cristiano aspira a esta meta más que a cualquier otro fenómeno extraordinario, convencido, con Ruysbroeck, de que "los místicos no crearán caminos extraños ni mundos singulares, sino que seguirán a través de todas las tempestades el camino del amor", de ese amor que continuará hasta llegar a las orillas de la vida eterna de Dios.

Este esbozo indicativo del itinerario del cristiano tendrá que ser personalizado por cada uno, en atenta escucha del Espíritu que "desconcierta sin descanso los horizontes en donde la inteligencia del hombre renovado en Cristo se complace en buscar sus propias seguridades"". En esta reflexión es esencial el sentido dinámico de la experiencia cristiana, que es necesariamente un movimiento irrefrenable, ya que su fin último está situado en el infinito. "Este movimiento —concluimos con J. Mouroux— no se puede describir; este camino no puede trazarse de una vez para siempre, sino que hemos de vivir cada día comenzando siempre de nuevo, olvidando todo lo que está detrás de nosotros, lanzados con todas nuestras fuerzas hacia adelante, hasta realizar nuestra vocación eterna, que es la de perdernos en el corazón de Dios"

S. De Fiores

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