ISLAMISMO
DicEs
 

SUMARIO: I. Sumisión a Dios - II. Meditación del Corán - III. Imitación del modelo profético - IV. Solidaridad con la comunidad de creyentes - V. Testimonio de la trascendencia de Dios - VI. Adoración mediante un culto desnudo - VII. Obediencia y fidelidad a las prescripciones de la ley - VIII. Perspectivas ascético-místicas.


I. Sumisión a Dios

La espiritualidad del musulmán consiste ante todo en vivir totalmente su sumisión (islam) a Dios, y esto en todas las dimensiones de su ser personal y social, realizando así el monoteísmo antiguo y primordial revelado por Dios a Abrahán, "el amigo de Dios", el primer "sometido" (muslim) de la historia (3,67), al que luego imitaron en su islam José (12,101) y todos los profetas, incluidos Jesús y sus discípulos (5,111). Este monoteísmo abrahámico había sido cambiado o traicionado por los hebreos y los cristianos; pero fue luego restituido a la pureza de sus orígenes y a la simplicidad de sus principios fundamentales por Mahoma, reformador y reconstructor de la religión pura; se trata de un monoteísmo "de naturaleza pura", el de los Hanif, que es propuesto como modelo perfecto a todos los hombres. "En verdad, la religión (din) ante Dios es el Islam, y aquellos a los que se había dado el Libro (Kitab) se vieron desgarrados por cismas sólo después de que les vino la ciencia, por envidias surgidas entre ellos" (3,19). En efecto, Dios "os ha prescrito aquella religión (din) que había recomendado antes a Noé y que te reveló a ti, y que recomendó también a Abrahán, a Moisés y a Jesús diciendo: `Observad la religión y no os dividáis en sectas' " (42,3). De este modo la religión musulmana no es innovadora, sino renovadora, ya que devuelve al hombre a la fidelidad debida a este "pacto primordial" (mithaq) de la preeternidad de que habla el Corán: "Cuando tu Señor sacó de los lomos de los hijos de Adán a todos sus descendientes y les hizo testimoniar contra ellos mismos: `¿No soy yo —les preguntó— vuestro Señor?'. Y ellos respondieron: '¡Sí, lo atestiguamos!"' (7,172). Esta es la respuesta justa del hombre, sintetizada en la palabra islam, que significa "sumisión", o sea, abandono, confianza y obediencia incondicionada. Aslama (forma verbal), antes de significar "abrazar la religión de Mahoma" significa "darse totalmente a Dios" con espíritu de gratitud, como dijo Mahoma a los que discutían con él: "Me he dado por entero (o sea, me he sometido, aslamtu) a Dios, yo y el que me siga" (3,20).

El estado de ánimo que corresponde a este compromiso espiritual se llama abandono (tawakkul): el creyente (mu'min) confía sus propios asuntos al mejor de sus apoyos, o sea a Dios, "que es suficiente procurador" (4,81), ya que "nos basta Dios, que es buen procurador" (3,173), y con las palabras mismas del Corán dice: "Mi éxito no depende más que de Dios; en él he confiado, a él acudo esperanzado" (11,88). Uno de los noventa y nueve "hermosos nombres" (asma'husn8) de Dios se refiere al acto mismo de fe: Dios es mu'min (59,23), el que "pone en seguridad" ('amn) al creyente (mu'min), que sólo en Dios encuentra su seguridad. Como dice al-Kalábádhi (t 999), "este abandono supone tres grados. El primero, que menciona el Corán, consiste en la confianza que se pone en el `procurador divino'. El segundo es más fuerte: el comportamiento con Dios altísimo es parecido a la actitud del niño con su madre; el que está en el segundo grado se abandona por completo y no será capaz de dar explicaciones a las palabras ni de hacer un análisis mental, pues de lo contrario perdería su estado de abandono. El tercer grado es el más elevado: consiste en estar en las manos de Dios altísimo, tanto en el movimiento como en el descanso, lo mismo que el cadáver en manos del que lava los muertos". Para llegar al primer grado y seguir luego hasta el tercero de este islam-abandono, el creyente recibe la ayuda de Dios mismo, que le da su palabra (el Corán), su profeta (Mahoma) y su comunidad (la umma musulmana): tres "viáticos" que se proponen a la meditación, a la imitación o a la exhortación.

II. Meditación del Corán

Redactado en lengua árabe "clara", el Corán (Qur'ón, recitación) es muy bello en su forma, eficaz y concisa, y enla armonía de sus rimas y asonancias. Salmodiado por expertos y repetido por cada creyente, revela una sonoridad perfecta y un valor musical único; por eso ejerce una fascinación irresistible para el oyente árabe y constituye la única prueba de credibilidad del Islam, ya que no es humanamente posible combinar la elocuencia del Corán con su composición: "Di: `Aunque se reuniesen los hombres y los ginn para producir un Corán como éste, no lo lograrían, por más que se ayudasen unos a otros"' (17,88). Puesto que ha sido "revelado" (dictado por Dios) y no sólo "inspirado" (Dios autor único), el Corán participa del carácter increado de la misma Palabra divina, dado que la "tabla preservada" (Lauh ma/tfüz) en Dios es su arquetipo incorruptible. Palabra eterna que es propuesta en el "tiempo" de los hombres, el Corán tiene para los musulmanes el mismo valor que Cristo para los cristianos.

Aprendido de memoria por todos en la única lengua litúrgica musulmana (la lengua árabe), el Corán es objeto de veneración y de meditación: "Este es el Libro exento de dudas, dado como guía a los que temen a Dios, los cuales creen en el Invisible.., y en lo que se te ha revelado a ti y en lo que se reveló antes de ti y están seguros del mundo del más allá" (2,2-4). Como dice Al-Ghazáli (+ 1111), "el Corán se recita con la lengua, se escribe en volúmenes, se guarda en los corazones. A pesar de ello es eterno, subsistente en la esencia de Dios excelso, no sujeto a división ni separación por transferirlo a los corazones o al papel". Por eso el Libro es recibido, meditado y casi saboreado por el creyente mediante una lectura literal que aprovecha hasta el máximo todas las posibilidades filológicas del texto antes de pasar a los "significados" religiosos, jurídicos, filosóficos y teológicos; la lectura de los comentarios (los tajsir) es abundante y permite a los "espirituales" progresar desde el sentido "aparente" (záhir) al sentido "escondido" (bdtin); de ahí los diversos niveles de interpretación y de meditación del Corán, libro realmente polivalente.

De aquí se sigue que la comprensión del Corán que se permiten muchos contemporáneos se articula en tres etapas: una aceptación ponderada del sentido literal del texto (con una extraña y frecuente tendencia al "concordismo" entre los versículos descriptivos y las invenciones de la ciencia moderna); luego, un espíritu de sumisión para aceptar los versículos "misteriosos", dado que Dios es "el más sabio" (pero sin excluir a veces cierto intento de interpretación simbólica); finalmente, una interpretación del sentido "escondido" cuando se trata de las realidades últimas (el cielo, el infierno), ya que el misterio de Dios sigue siendo inalcanzable. Así, "la belleza literaria del Corán —como dice Mustafá Mahmúd— ofrece al creyente un medio único para acercarse a la unicidad de Dios", mientras que una "relectura" atenta permite hacerse interrogantes renovados e intuiciones más amplias.

III. Imitación del modelo profético

A semejanza de los árabes, que mostraban un respeto especial con las costumbres de los antepasados (Salaf), siguiendo sus costumbres y sus virtudes (o sea, su Sunna), los musulmanes han visto siempre en Mahoma "el sello de los profetas" y, por tanto, su común antepasado en la fe y en la obediencia; todos se esfuerzan en conocer su vida, sus virtudes, sus palabras, sus actos y también sus silencios. Así, el conjunto del modelo profético adquiere un valor normativo o directivo hasta convertirse en la tradición (Sunna) que imitar y transmitir; los hadith (dichos) de Mahoma son meditados e interiorizados hasta crear en la conciencia del creyente un amor particular a ese "hombre perfecto y profeta elegido". El Corán lo proclama: "¡Ciertamente, tu índole es nobilísima!" (68,4); por eso se propone a Mahoma como modelo único para su comunidad: "Tenéis en el mensajero de Dios un buen ejemplo" (33,21).

Todas las generaciones musulmanas se han preguntado por sus milagros y por las señales de su autenticidad. Ghazáli nos dice cuáles fueron sus buenos modales, cuál era su forma de hablar y de reír, de comer y beber: munificencia, liberalidad, coraje, modestia, perdón, etc.; y concluye: "¡Alabado sea Dios, que educó a su profeta, haciendo hermosa su educación y purificando sus cualidades y costumbres, lo tomó luego por su elegido y predilecto y ha ayudado a imitarlo a los que ha querido refinar! El, Mahoma, era el más clemente de los hombres, el más animoso, el más justo y el más amable. ¡Que Dios nos ayude a obedecer el mandato de Mahoma y a tomarlo como modelo en el obrar!".

El mismo Mahoma habría dicho: "Os recomiendo que temáis a Dios, que escuchéis a vuestro jefe y le obedezcáis, aunque fuera un esclavo que se ha proclamado vuestro príncipe. Porque aquellos de vosotros que vivan verán introducirse divergencias en el Islam. Debéis, pues, manteneros unidos a mi tradición (Sunna) y a la de los califas ortodoxos y bien dirigidos. Guardaos de las innovaciones en las cosas del Islam, ya que toda innovación es extravío". Para ser fieles a estas palabras del profeta, los musulmanes sunnitas (la enorme mayoría) intentan reproducir sus imperativos y consejos, mientras que los chiitas (seguidores de Alí, primo y yerno de Mahoma) añaden al modelo profético el de Alí, el musulmán perfecto que supo realizar lo que había vislumbrado su suegro.

IV. Solidaridad con la comunidad de creyentes

Conscientes de pertenecer a "la mejor comunidad (Umma) que jamás se ha suscitado entre los hombres" (3,110) —porque dice Dios en el Corán: "Hemos hecho de vosotros una comunidad que sigue el camino medio, para que seáis testigos ante todos los hombres y el mensajero de Dios sea testigo ante vosotros" (2,143), los musulmanes recuerdan siempre aquella recomendación divina: "Asíos todos juntos a la cuerda de Dios y no os disperséis" (3,103). ¿No dice quizá un hadith que "todos los creyentes son hermanos"? En efecto, Mahoma habría dicho también: "Ninguno de vosotros será verdaderamente creyente hasta que no quiera para su hermano lo que quiere para sí mismo", añadiendo en otro hadith: "No seáis celosos, no ofrezcáis mayor precio sobre la venta de los unos y de los otros, no os odiéis, no os volváis mutuamente las espaldas, no vendáis a costa de la venta de otro; estad unidos como hermanos. El musulmán es hermano del musulmán; no lo oprime, no lo abandona, no le dice mentiras, no lo desprecia. Todo en el musulmán es sagrado para otro musulmán: su sangre, su hacienda, su honor".

Comunidad estrechamente unida e integrada en sus instituciones religiosas, sociales y políticas, la Umma de los musulmanes representa la "morada de la sumisión" (Dár-al-Islam) y la "de la paz" (Dár-al-Samm), ya que en ella los derechos de Dios son promovidos por todos. Dios la exige expresamente: "De vosotros se forme una comunidad de hombres que invitan al bien, ordenan las acciones recomendables y prohiben las reprobables" (3,104). Responsables unos de otros, los musulmanes se sienten entonces llamados a intervenir continuamente para que se les facilite todo a los creyentes en su sumisión a Dios. Recomendar el bien y evitar el mal constituye, por tanto, un deber de corrección fraterna que corresponde a todos y que es descrito por el profeta en términos muy claros: "El que de vosotros vea una cosa reprobable, la corrija con su mano; si no puede, con su lengua; si no puede, con su corazón: es lo mínimo que puede exigir la fe". Así crece y se manifiesta el "consentimiento de la comunidad" (igmd'), que resulta igualmente normativo para el pensamiento y el comportamiento de todos, dado que Mahoma dijo: "Mi comunidad no estará nunca de acuerdo sobre un error". Y Ghazáli subraya que "es obligación de todo musulmán comenzar por mejorarse a sí mismo, cumpliendo puntualmente los preceptos religiosos y absteniéndose de las cosas prohibidas. Luego enseñará esto a la gente de su casa y pasará a sus vecinos; luego a la gente de su ciudad; luego a la del campo de alrededor..., hasta los confines del mundo".

V. Testimonio de la trascendencia de Dios

El musulmán, en nombre propio y como representante de su comunidad, tiene que ser, por tanto, un testigo delante de Dios y de los hombres de que "no hay más dios que Dios y que Mahoma es el enviado de Dios". Tal es la fórmula de la chahóda (testimonio), que constituye musulmán a toda persona que la pronuncia con los labios y la asume con el corazón y con la mente. Su credo resume entonces las verdades esenciales del monoteísmo fundamental (el "abrahámico", según el Corán). Como dice un hadith, "la fe consiste en creer en Dios (dotado de todos los atributos de la perfección), de sus ángeles (y también en los demonios y en los Ginn), en sus libros (Torah, Salmos, Evangelio y Corán; este último abroga a los anteriores), en sus profetas (Adán, Enoc o Idris, Abrahán, Lot, Ismael, Isaac, Jacob, José, Job, Moisés, Aarón, Dhú 1-Qifl o Ezequiel (?), David, Salomón, Elías, Eliseo, Jonás, Zacarías, Juan Bautista, Chu'aib, Húd, Sáhlih, Jesús y Mahoma), en su juicio final (resurrección, juicio, retribución: paraíso o infierno) y en la predestinación para el bien o para el mal".

Convencido de la absoluta trascendencia de su Señor (Rabb) (que está por encima de toda realidad creada y no puede ser alcanzada por ella; tal es el sentido de la palabra deprecativa tá'ála), el creyente recibe la revelación de la unicidad de Dios (Tauhfd) y se convierte en defensor suyo, en su servidor e imitador, sabiendo que si Dios está por encima de todo su conocimiento y aprehensión —ya que "él tiene las llaves de lo invisible, que nadie conoce fuera de él" (6,59)—, también le está presente porque es "Proveedor" (51,58) y está "más cerca de él que su vena grande del cuello" (50,16). Los musulmanes repiten con Ghazáli: "Alabado sea el que posee el trono glorioso (85,12), 'el que hace lo que quiere' (85,16), el que guía a los mejores hombres por el recto sendero, les otorga su favor después de que han atestiguado su unicidad y les da a conocer que en su esencia es uno sin aliado, singular sin semejante, Señor sin adversario, solo sin rival; que él es uno, eterno sin primero, perpetuo sin un principio, perenne sin un último. sempiterno sin fin, subsistente sin cesar, continuo sin interrupción", ya que "es el primero y el último, el manifiesto y el oculto y sabio sobre todas las cosas" (57,3).

Siguiendo así la via remotionis, el creyente puede pensar que tiene un primer conocimiento de la esencia de Dios, de su unicidad, de sus atributos y de sus obras. Pero pronto se da cuenta de que "lo contingente no puede conducir más que a algo contingente como él" y comprende, con Al-Hallág, que "no lo conoce más que aquel a quien se ha dado a conocer, no proclama su unicidad más que aquel a quien se la ha descubierto, no cree en él más que aquel a quien ha concedido creer, no lo describe más que aquel en cuya intimidad se ha recibido su revelación". Pero estas perspectivas, demasiado místicas, quedan situadas en su verdadero valor por la afirmación de la teología clásica, que tiene a Ghazáli como portavoz auténtico: "Si preguntas cuál es el punto extremo al que puede llegar el conocimiento de Dios por parte de los iniciados, te respondo: su incapacidad de conocerlo. Su conocimiento real es que no lo conocen ni pueden conocerlo. Porque solamente a Dios le es posible conocer a Dios con un conocimiento real".

Teología apofática del silencio ante el misterio de Dios, acerca del cual el musulmán se negará a formular preguntas o imaginar acceso alguno: "Yo no puedo enumerar las alabanzas que te corresponden, decía Mahoma; tú eres como tú mismo te alabas". Al creyente le basta con profundizar en su monoteísmo, esforzándose en interiorizarlo como aconseja Ghazáli: "El primer grado de monoteísmo se tiene cuando el hombre dice con los labios: 'No hay más dios que Dios': el segundo grado se tiene cuando el corazón del que pronuncia esa frase cree en ella; el tercer grado se tiene cuando el hombre ve la unicidad de Dios por vía de revelación mediante la luz del Verdadero; el cuarto grado se tiene cuando el hombre no ve en lo que existe más que un Unico". Monoteísmo de los hipócritas, de los musulmanes comunes, de los cercanos a Dios, de los justos o Sûfi, tales son los grados del testimonio: la lengua, el corazón, la visión en la unicidad y el anonadamiento en la unicidad.

Entonces se abre para el creyente un solo camino, pero inmensamente rico: el de la meditación de los hermosos nombres de Dios. No es una casualidad que Dios mismo los haya escogido entre otros muchos para manifestar más o menos algún aspecto de su misterio. La invitación viene del Corán: "A Dios le pertenecen los nombres más hermosos; invocadlo, por tanto, con esos nombres" (7,180). El es "el rey, el santo, el dador de paz, el tranquilizador, el guardián" (59,23). Estos noventa y nueve nombres, expresiones coránicas de los atributos divinos, abren horizontes infinitos y tienen significados cada vez más ricos. En consecuencia, el musulmán puede muy bien terminar todas sus oraciones sobre los "hermosos nombres" diciendo: "Recurro, Señor, a cada nombre (que es) tuyo, con el que tú mismo te has nombrado, o que has hecho 'bajar' a tu libro, o que has enseñado a alguna de tus criaturas, o cuyo uso te has reservado en el conocimiento que tienes de tu propio misterio".

VI. Adoración mediante un culto desnudo

Consciente de su total dependencia, semejante a la del esclavo ('abd) para con su amo, el creyente quiere ser "siervo (o esclavo) de Dios" ('abd Alldh) para realizar el designio divino que se le ha revelado en el Corán: "Yo no he creado a los hombres sino para que me adorasen" (51,56). Este "culto sincero" se expresa a través de ritos concretos con intenciones predeterminantes; dice un hadith: "El Islam se ha construido sobre cinco pilastras: atestiguar que no hay más dios que Dios y que Mahoma es el enviado de Dios, practicar la oración, dar limosna, ayunar el mes de Ramadán, hacer la peregrinación a la casa sagrada cuando exista esa posibilidad".

La oración ritual (salât) debería hacerse cinco veces al día, siguiendo el ritmo de la jornada (amanecer, mediodía, tarde, puesta del sol, noche) y después de abluciones totales o parciales (según el mayor o menor estado de impureza); en comunidad se hace los viernes en la mezquita del barrio. El ayuno durante el día (siyám) convierte al mes de Ramadán casi en un retiro colectivo de la comunidad musulmana (se multiplican las oraciones y las meditaciones por la noche, se recuerda que sólo el Señor es nuestro provisor y se participa del hambre y sed de los pobres). La limosna legal o supererogatoria (zakdt, sadaqa) distribuye la renta de los bienes terrenos y purifica su adquisición y su uso (lo abuso!). La peregrinación a La Meca hace volver a las fuentes de la fe y de la historia, ensancha la experiencia musulmana a nivel internacional y, sobre todo, prepara y conduce a los musulmanes a la gracia del arrepentimiento y del perdón a través de una especie de "conversión". Todos estos ritos tienen como primera y última finalidad la gloria y alabanza del único Señor y constituyen el mejor servicio a su grandeza y a su misericordia. La comunidad musulmana es un pueblo que da testimonio, que reza, que ayuna, que da limosna y que va a la "casa de Dios". Así se respetan los derechos de aquel que ordenó a Mahoma: "Celebra las alabanzas de tu Señor y pídele perdón" (110,3).

Mas para el verdadero creyente estos ritos tienen sus misterios que hay que descubrir y realizar luego. Si "la pureza es la meta de la fe", como dice un hadîth, Ghazáli enseña que "la pureza tiene cuatro grados: 1) purificación del cuerpo de las impurezas, suciedades y excrementos; 2) purificación de los miembros de las culpas y pecados; 3) purificación del corazón de las costumbres reprobables y de los vicios detestables; 4) purificación de la intimidad de todo lo que no es Dios excelso. Esta última es la pureza de los profetas y de los justos". Por otra parte, la oración es "celebración de Dios" y "banquete de los monoteístas" y alcanza sus "valores íntimos" gracias a "la presencia del corazón, a la comprensión, al temor reverencia,, a la esperanza y a la vergüenza". Ghazáli explica, además, que "el ayuno tiene tres grados: 1) abstenerse de satisfacer los placeres del vientre y del sexo; 2) Abstenerse de los pecados del oído, de la vista, de la lengua, de las manos, de los pies y de los demás miembros; 3) Abstenerse de las preocupaciones de esta vida y de los pensamientos terrenos y de todo lo que no es Dios".

AI-Makkt (+ 996), al tratar de la limosna, recuerda que hay que darla con bondad de ánimo, espontáneamente, con sinceridad para con el Señor, con el deseo de ver su rostro, no por la hipocresía del "me han visto", ni pensando en la propia reputación o decoro, ni por ostentación. Cuando se hace, hay que creer en la superioridad de los pobres. Así la práctica de la zakát está destinada a dirigir al hombre al desprendimiento de todo: bienes materiales y cualidades morales. A propósito de la peregrinación, el diálogo entre Al-Yunaid (+ 910) y su discípulo nos muestra todas sus dimensiones espirituales: "Al alejarte de casa para ir en peregrinación, ¿te alejaste de todos tus pecados? —No. —Entonces no hiciste ningún viaje. Y en cada etapa, ¿avanzaste un paso en el camino de Dios? —No. —Entonces no recorriste el camino etapa por etapa. Cuando, al entrar en territorio sagrado, te pusiste los vestidos de peregrino, ¿abandonaste las cualidades de la naturaleza humana lo mismo que dejabas caer tus ropas? —No. —Entonces no te pusiste el traje de peregrino. Al dar las siete vueltas a la Kaaba, ¿contemplaste la inmaterial belleza de Dios en la morada de la purificación? —No. —Entonces no diste las vueltas. Cuando el último día sacrificaste una víctima. ¿sacrificaste también tus deseos mundanos? —No. —Entonces no hiciste el sacrificio. Y cuando arrojabas las piedras, ¿tiraste con ellas algunos de tus pensamientos sensuales? —No. —Entonces no arrojaste las piedras ni hiciste la peregrinación".

VII. Obediencia y fidelidad a las prescripciones de la ley

La fe (Imán) y el culto (islám) no son suficientes para el musulmán que desea responder coherentemente a todas las exigencias de su religión. El está llamado a la obediencia en espíritu de "benevolencia" (ihsán), que consiste —como dice un hadith— "en servir a Dios como si lo vieses, pues aunque no lo veas, él te ve". El "camino recto" es el que reveló Dios en el Corán (versículos jurídicos) y se fue luego concretando en la ley (charía) a través de los siglos. Ghazñli amonesta a su discípulo diciéndole: "Hijo, la quintaesencia de la ciencia está en saber qué es la obediencia y la devoción. Sábete que la una y la otra consisten en cumplir las órdenes y las prohibiciones del legislador, bien sea hablando, bien obrando; esto es, todo cuanto digas, hagas u omitas tiene que ser conforme a la ley. Hijo, es preciso que tus palabras y tus acciones sean conforme a la ley, ya que la ciencia y las obras en disconformidad con la ley son extravío". Por eso el creyente musulmán admira, medita y realiza la voluntad de su Señor, aunque no sepa sus motivaciones; le basta con contentar los deseos de Dios, dado que las virtudes se resumen en la virtud primordial de la obediencia (tâ'a).

Así pues, hay que conocer la ley y amarla (tal como dice el salmista en Sal 118-119) y saber cuáles son los actos "obligatorios, recomendados, permitidos, desaconsejables o prohibidos". Más aún, Mahoma alaba la importancia de la intención y de la búsqueda de la temperancia tuciorista: "Ias acciones no se retribuyen más que según las intenciones que las han inspirado". "Lo que es lícito está claro, y también lo que es ilícito; entre los dos se sitúan esos actos equívocos que gran número de personas no saben distinguir. El que se libra de ellos pone fuera de peligro la propia religión y el propio honor". En la realización de este tuciorismo (wara') ético-religioso, el creyente experimenta aquella lucha "interior" entre "el alma apasionada que empuja al mal" (12,53) y "el alma reprobadora" (75,2); una vez alcanzada la victoria con la ayuda de Dios (tawfiq), el alma humana puede oír la voz de Dios que dice: "Y tú, alma tranquila, vuelve a tu Señor, complaciente y complacida, y entra a formar parte de mis servidores; entra en mi paraíso" (89,27-30). Satisfacción divina y felicidad humana, tal es la última etapa de la obediencia del creyente. Esta última es la que le hará vivir eternamente junto a Dios.

En su fidelidad intransigente al monoteísmo coránico, en su interiorización continua del culto sincero y en su realización escrupulosa de la ley islámica, el musulmán adquiere una valoración de su experiencia religiosa que le permite recorrer numerosas etapas del itinerario ascético-místico (zuhd y tasawwuf). El sabe muy bien que "el hombre ha sido creado ambicioso" (70,19), "injusto e ingrato" (14,34) y también "ignorante" (33,72); pero el Corán le repite incesantemente que "Dios se ha prescrito la misericordia" (6,12), y un hadith afirma que "la misericordia (de Dios) precede a (su) cólera". Mahoma llega a decir explícitamente: "El Dios altísimo ha dicho: Hijo de Adán, mientras me sigas invocando y pongas en mí tu esperanza, yo te perdonaré todos los pecados que hayas podido cometer. Hijo de Adán, si me trajeras el equivalente de la tierra en pecados y vinieras luego a buscarme sin asociar nada a mi nombre, yo te concedería el mismo equivalente en perdón".

¿Cuáles serán, pues, las etapas, las estaciones y las detenciones del itinerario del creyente? Está el conocimiento (ma'rifa), no adquirido, sino recibido, como dice un místico: "Dios mismo se da a conocer a nosotros por sí mismo y nos conduce al conocimiento de sí por sí mismo". Pero se necesita también el arrepentimiento (camba), con los grados que describe AI-Misri (t 859): "El vulgar dirige su arrepentimiento a la culpa, los privilegiados a la tibieza y los profetas a la vista de su impotencia para alcanzar lo que otros han alcanzado". También se necesita la renuncia (zuhd) cada vez mayor a todo cuanto pudiera "asociarse" a Dios, como dice Al-Yunaid: "La renuncia son las manos vacías de bienes y los corazones vacíos de todo apego". Entonces puede pasarse a los grados del abandono (tawakkul) ya descritos, para llegar al amor de Dios o a su cercanía, "amor de confesión" o "amor de éxtasis", que se expresa en la "conformidad" con la voluntad de Dios, o sea "obediencia a lo que él ordena, abstención de lo que prohibe y complacencia en lo que decide y decreta".

Queda el último interrogante: ¿Cuál es la última etapa del itinerario del creyente? Un hadith discutido revela que "Dios creó a Adán a su imagen", lo cual significarla que "el alma (humana) es por su semejanza y paralelismo con Dios una escala que lleva al conocimiento de su Creador", como dice Ghazáli, dado que "las cosas se conocen por medio de sus semejantes y de las análogas a ellas". Pero ¿cabe pensar en una "visión de Dios" (ru'yat Alldh)? El Corán habla de "rostros que aquel día serán resplandecientes, mirando a su Señor" (75,22-23); describe a Dios como "luz de los cielos y de la tierra..., luz sobre luz", y afirma que "Dios guía a su luz a quien quiere" (24,35). Pero parece ser que esta "luz" última es inalcanzable, ya que el profeta habría dicho: "Dios tiene setenta velos de luz y tinieblas. Si él los apartase, el sublime resplandor de su rostro quemaría a todo el que se acercase a él con su mirada". Es verdad que, según Ghazáli, "hay dos especies de ojos: uno externo y otro interno, el del reino (malakiat)"; pero, en definitiva, "es costoso sumergirse en el mar profundo de los misterios divinos: no es fácil, ciertamente, intentar descubrir las luces divinas más allá de los velos humanos".

Sigue siendo entonces válida la oración de Ghazáli: "¡Ojalá Dios te guíe hacia la búsqueda de la felicidad suprema, te encamine a la subida de la cima excelsa, te facilite con la luz de la verdad el discernimiento, purifique tu intimidad de todo lo que no es la verdad!". Parece como si la fe musulmana estuviera llamada a no pedir nunca que sean corridos esos "velos de luz y de tinieblas" que ocultan los misterios divinos: la grandeza del hombre estribaría toda ella en su certificación y en su testimonio. Sí, le basta devolverle a Dios sus labios creados para repetirle que "no hay más dios que Dios", puesto que Dios solo es digno de pronunciar la chahâda (profesión de fe) y de repetirla desde siempre y para siempre. Así pues, el "encargo" (amána) que el hombre ha recibido en medio de lo creado es ser el "testigo" de este testimonio (33,72).

M. Borrmans

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