HUMILDAD
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SUMARIO: I. Problemática - II. La revelación neotestamentaria: 1. El vocabulario; 2. El binomio manso-humilde; 3. En la humildad de Jesucristo - III. El hombre humilde: 1. La humildad fundamental; 2. La reconstrucción de la unidad.


I. Problemática

Humildad es uno de los términos más ambiguos —se presta a muchos equívocos— del lenguaje espiritual y religioso. Con el pretexto de salvaguardar sus exigencias se han legitimado falaces abdicaciones. Su crecimiento va unido a toda maduración de la personalidad moral y religiosa. Su desarrollo acompaña y estimula, la liberación de la libertad desde sus expresiones iniciales hasta las metas supremas. Su falsificación avala los actos arbitrarios de los poderosos y los servilismos de los miserables.

Considero la humildad como una prerrogativa que califica al hombre en si mismo y en las relaciones que construye, y que brota del amor y define el concepto de la realidad y de la vida. Es un estilo de vida que se expresa en el reconocimiento de la dignidad humana en uno mismo y en los demás, y que crece en comunión con Jesucristo, en el respeto del Padre y en la laboriosa construcción de las relaciones entre los seres humanos. Es una actitud articulada que se nutre de pobreza y dignidad. Es un camino de identidad, no una reivindicación de autonomías. Es un reconocimiento de derivación, no una proclamación de anonimato o de nulidad. Es una afirmación de talentos que hay que negociar y no enterrar. Es solidaridad que construir por el camino largo y paciente del convencimiento, alejando las tentaciones de coacción o de manipulación.

La humildad huye del formalismo farisaico y de las autosuficiencias orgullosas; del servilismo pordiosero, esnobista, simbiótico, pegajoso, y de todas las exaltaciones despóticas y ultrajantes. Rehuye la resignación desesperada, abdicante, que hace de la pereza parasitaria el árbitro del límite de las posibilidades humanas, así como la presunción temeraria que induce a manipular la realidad y a intentar el absurdo.

La humildad crece en el riesgo de las realizaciones y de las opciones, no olvida el límite y la precariedad, libera las aspiraciones: combate el fatalismo, que considera espontánea la transformación de las situaciones y la eliminación de los desórdenes, que retrasan y desvían el crecimiento de la humanidad; reequilibra los deseos y modera las pretensiones ambiciosas e idolátricas, que hunden sus raíces en el terreno fecundo de las ávidas codicias (cf Col 3,5).

Antes que una serie de actitudes que adoptar, la humildad es un modo de ser y de relacionarse. Caracteriza al hombre en el modo de valorar y aceptarse a sí mismo y en la posición que adopta en el mundo y frente a Dios. Es dimensión antropológica, y se configura según la orientación de quien la vive y el contexto en el que está inscrito.

Las representaciones de la humildad varían de acuerdo con el juicio con que el hombre se valora a sí mismo, su propia posición en el mundo y ante Dios, las situaciones y los estilos de existencia. Como calificativo del hombre en sus relaciones sociales, es un estilo de participación y de obediencia, el cual varía según el modo de concebir a ambas. Pero relacionadas entre sí, la humildad se considera bien como moderación de la autopresunción, del orgullo y de las complejas situaciones en que una y otro se expresan, como abnegación y renuncia que el hombre se impone o acepta, o bien como calificativo de la libertad que madura en el modo de vivir las tensiones y los conflictos. En relación con Dios es liberación del reconocimiento y de la alabanza, del temor filial; erradica las tendencias a la autosuficiencia idólatra, las cuales impiden reconocerlo en solidaridad con los demás y en servicio liberado y liberador en el mundo.

Estas posiciones se diferencian según una gama minuciosa y abarcan desde el énfasis que se pone en las actitudes frente a los condicionantes externos hasta la atención a las disposiciones de confiado abandono a Dios, de docilidad al Espíritu, de sentido equilibrado de sí mismo. Una reseña de las ópticas desde las que se ha leído la humildad corre el riesgo de ser reductiva. Me limito a algunas referencias a manera de ejemplo. La interpretación ético-moralista oscila entre la tendencia a la descripción minuciosa de los comportamientos que deberían caracterizarla y la que hace de ella una orientación genérica y abstracta carente de concreción. Más precisa es la lectura teológica, que la considera articulada en la caridad, estilo de libertad, expresión de filial temor de Dios, capacidad de permanecer insertos en los conflictos de la historia para promover sus soluciones. Todavía más ricos son los análisis que la sitúan en un contexto histórico salvifico y le reconocen una connotación prevalentemente cristológica. La referencia principal está en el pasaje de Mt 11,29: "Cargad con mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, yencontraréis descanso para vuestras almas".

II. La revelación neotestamentarla

1. EL VOCABULARIO - No son muchos los contextos en los que aparecen palabras emparentadas con tapemos, que es el equivalente neotestamentario a humilde. No aparece en Marcos ni en el corpus joaneo, y la mayor parte de las veces se encuentra en un logion estructurado conforme a la oposición entre humildes y orgullosos, entre rebajar y levantar: quien se rebaja será levantado, y viceversa (Mt 23,12; Lc 1,52; 14,11; 18,4; 2 Cor 11,7; Sant 1,9: 4,10; 1 Pe 5,6).

De otros textos se deduce que es "humilde" el camino que Dios ha elegido y quiere, y en el cual introduce a los pobres y a los pequeños, a los que privilegia frente a los ricos y a los poderosos (Lc 1,52; cf Sof 2,3; Mt 5,3: Lc 6,20); a los que consuela (2 Cor 7,6), a los cuales, como ya se había dicho en Prov 3,34, da la gracia de que priva a los soberbios (1 Pe 5,5; Sant 4,6); es la actitud con que se caracteriza a Jesús (Mt 11,29; cf 21,5) y el camino que recorrió hasta la meta suprema (Flp 2,8); la que distingue a la hija de Sión, al pueblo de Dios, a María (Lc 1,48); la que Pablo observó en el servicio al Señor (He 20,19); la que Jesús inculca (Mt 18,4) e intentan fomentar los apóstoles (Rom 12,16; Ef 4,2; Flp 2,3; Col 3,12; Sant 4,10; 1 Pe 5,5.6).

En Ef 4,2 y en Col 3,12 se encuentra la combinación manso-humilde, si bien en la forma abstracta de mansedumbre-humildad y en ambos casos la humildad va unida a la macrothymia, a la paciencia y al aguante. En Col 3,12 la humildad se une a la splanchma, compasión, que es la actitud de donde brota como de una fuente la acción de Jesús. A la luz de esta mediación se ve que el corazón humilde, que en el logion de Mt 11,29 alza y lleva las cargas pesadas, es rico en misericordia y en compasión hacia la miseria humana. En una ocasión el término expresa también la condición del cuerpo destinado a ser transfigurado por Cristo (Flp 3,21).

Tenemos, por último, el contexto muy discutido de Col 2,18 y 23, en el que tapeinofrosyne, combinada con otras actitudes, parece tener un significado peyorativo y expresa más bien aquella mentalidad falsa que aprisiona en lamezquindad, que vincula al cumplimiento de prácticas poco importantes y a comportamientos afectados y engañosos.

Especialmente encontramos en el vocabulario paulino el verbo kauchaomai, que, como sinónimo y como contrario, designa la dignidad valiente de la persona humilde y denota las falsificaciones a que conduce la pueril autosuficiencia, que quisiera hacerse valer incluso frente a Dios. Las versiones modernas recurren a las expresiones más diversas para traducir los derivados de este verbo, que designa las realidades más dispares. De hecho expresa la pretendida seguridad del hombre autosufiriente, que está satisfecho y se vanagloria de la justicia de sus obras (los judaizantes, cf Rom 2,17-23) o de la sutileza y perspicacia de sus intuiciones (los helenizantes, cf Rom 1,18ss), y que no ve u olvida que cuanto el hombre es o tiene sólo es don y gracia de Dios (cf Rom 3,27: 11,18; 1 Cor 1,29.31; 4,7; Gál 6,13). Pero el mismo verbo expresa también la digna, serena y en cierto sentido fuerte confianza en Dios (Rom 5,11; 15,17) que Jesucristo confiere como don suyo a quienes en la fe se abren a su acción (cf Rom 5,2.3.11; 2 Cor 10,17ss; 12,9-10; Sant 1,9-10). Esta confianza no tiene nada que ver con la pretenciosa arrogancia (Sant 4,16). mantiene viva la alegría de la comunión y sostiene en el trabajo, en las tribulaciones (cf Rom 5,3) y en las responsabilidades del ministerio (Flp 1,26; 2,16; cf también 2 Cor 1,12.14; 5,12; 10,8ss; 12,1ss; 1 Tes 2,19).

En el corpus paulino se encuentran también algunos otros vocablos que caracterizan las deformaciones de la orgullosa exaltación que se manifiesta en actitudes de vanagloria, autoexaltación, arrogancia, ceguera obstinada, etc., que proliferan en abundancia en el hombre que falsifica su dignidad de criatura y de hijo de Dios.

El análisis no puede detenerse aquí. Los calificativos a que he hecho referencia generalmente se mencionan en grupos terminológicos junto a otros a los que van estrechamente unidos o contrapuestos y de los cuales no se puede prescindir cuando se intenta precisar su significado'.

2. EL BINOMIO MANSO-HUMILDE - Pero en el mismo momento en que se subraya la necesidad de superar un análisis atomístico y lexicográfico tropezamos con la dificultad de las numerosas listas de vicios y virtudes existentes en el Nuevo Testamento, que difieren mucho unas de otras y no permiten llevar a cabo una reducción homogénea. Para limitarnos a la pareja manso-humilde de Mt 11.29, A. Resct. pensó en un verdadero y auténtico topos literario de tres términos, el primero de los cuales, epieiches, no aparecería en el pasaje Mt 11,29. Se hace eco de este autor A. von Harnack, el cual el año 1920 avanzaba la hipótesis de que en el cristianismo habría dos esquemas ternarios: fe, esperanza y caridad, para caracterizar la actitud religiosa, y modestia (epieicheia)-mansedumbre-humildad, para caracterizar y sintetizar la actitud ética. Esta hipótesis, aunque resulte sugestiva, no es corroborada por los textos. Estos, si bien convalidan la conexión manso y humilde, tanto en el Antiguo Testamento (Is 26,6 y Sof 3,12) como en el Nuevo (Ef 4,2 y Col 3,12. pero bajo la forma abstracta de humildad-mansedumbre), no presentan nunca el conjunto epieicheia-mansedumbre-humildad. Un acercamiento a la epieicheia se realiza gracias al concepto de mansedumbre, al que va unida en 2 Cor 1,11 y en Tit 2,3, mientras en Col 3,12 se une a paciencia y bondad, dando la impresión de que todas en su conjunto se derivan y especifican de los sentimientos (la Vulgata traduce "víscera") de misericordia, de los que deben revestirse los elegidos de Dios, los santos y los predilectos. En Ef 4,2 se encuentra el esquema ternario humildad-mansedumbre-paciencia, que va unido a la exhortación a comportarse de una forma digna de la vocación recibida y a conservar la unidad del Espíritu en la radicalidad de sus dimensiones.

Aunque se siga la hipótesis más común, que sólo une términos manso y humilde, queda abierto el problema del significado de los términos considerados aisladamente y en su conjunto. Y puesto que el adjetivo manso se aplica a Jesucristo en dos de las tres ocasiones en que lo usa Mateo, diciendo que es manso y humilde de corazón (11,29) y que viene a Jerusalén como un rey manso (21,5), y sólo una vez se aplica a los mansos en las bienaventuranzas (5,5), es de observar que la interpretación primaria de estos calificativos debe buscarse en el contexto cristológico o en el parenético.

Muchos consideran que el término humilde de Mt 11,29 es sinónimo del pobre de espíritu de la bienaventuranza de Mt 5,3 y, reduciendo humildad a pobreza, asumen para la explicación de esta última toda la problemática de la interpretación, bien exclusivamente social o espiritual, bien espiritual y sociológica a la vez, de la pobreza en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Los orígenes de este acercamiento son muy lejanos.

Ya los padres de la Iglesia identificaron alas humildes con los pobres de espíritu. Esta interpretación ha sido recogida por muchos exegetas contemporáneos y revalorizada a consecuencia de los descubrimientos de Qumrán. "La humildad de la que hemos hablado para definir la actitud interior de los pobres de espíritu —concluye Dupont— tiene la ventaja de hacernos comprender tanto la interpretación corriente de los primeros siglos cristianos como una preocupación que se manifiesta en otros contextos del mismo Evangelio. A pesar de eso, el término es 'un peu gros' para traducir exactamente la 'nuance' de la expresión que nos interesa. Para decir `humilde de corazón', Mt 11,29 usa ta peinos téi kardiai, y se puede pensar que la actitud de `los pobres de espíritu' no corresponde perfectamente a la actitud de un sphephal róah. El `pobre de espíritu' no es precisamente aquel que 'se rebaja a sí mismo' (Mt 18,4; 23,12)... La pobreza espiritual puede recibir el nombre de humildad; pero no la que lleva a hacerse pequeños, como aquellos que no valen nada..., el pobre de espíritu lo soporta todo con paciencia".

Los exegetas que consideran que los pobres de espíritu de la primera bienaventuranza y los mansos de la tercera son idénticos y reflejan a las mismas personas", al interpretar como humildes a los primeros toman en el mismo sentido a los segundos, y consideran casi semejantes a los mansos, a los humildes y a los pobres de espíritu. También en relación con los mansos, los exegetas se preguntan si se trata de una actitud que se limita a las relaciones interhumanas o abarca también las relaciones con Dios o bien ambas a la par, y si se trata de una disposición prevalentemente psicológica e interna de un modo de existir conectado ante todo con la situación sociológica de opresión y de alienación en que viven las personas. Muchos consideran sinónimos incluso a los calificativos con que se designa a Jesucristo en Mt 11,29. Dupont, después de haber advertido que "la tradición parenética de los primeros cristianos de lengua griega es sensible a la estrecha vinculación que une la dulzura y la humildad", considera que esta vinculación no es originaria del pensamiento griego, sino que se deriva como herencia de la lengua y del pensamiento semítico, en el que la humildad y la dulzura constituyen dos aspectos de la misma actitud de espíritu. Piensa también que en la tradición griega, totalmente distinta en esto de la tradición hebrea, el término "manso" designa al hombre tranquilo, pacífico, al que soporta las contradicciones, al que no es violento ni agresivo. La mansedumbre es una prerrogativa de quienes detentan el poder, pero no va unida a la humildad. Por el contrario, es la tradición hebrea quien piensa que no se da una auténtica dulzura si no está fundada en la humildad y considera a ambas como aspectos inseparables de la única anáwóh, que es la pobreza humilde, dulce y paciente del verdadero israelita. La mansedumbre subraya el carácter sereno, fuerte y paciente de la humildad, que se manifiesta sobre todo en las relaciones con los demás y que induce a elaborar las situaciones que contrastan con ella como reflejo del abandono a Dios, de la paz que sigue a la conciencia de estar en su amor.

El análisis literario nos lleva a reconocer una estrecha analogía entre humildad-mansedumbre-pobreza de espíritu y se orienta a explicarla en el ámbito de la amplia y compleja categoría bíblica de la pobreza de espíritu. Para no quedar empantanados en las discusiones que contraponen a los que la interpretan en una perspectiva psico-individual con los que la consideran prevalentemente desde una óptica socio-política; a los que hacen de ella una prerrogativa de las relaciones interpersonales con los que defienden su carácter prevalentemente religioso y teologal, es oportuno considerarla como una dimensión totalizante de la actitud del convertido. Es el comportamiento digno que madura entre los miembros del pueblo que Dios ha querido por aliado. La reflexión puede plantearse también en la perspectiva que se deduce del contexto cristológico del logion de Mt 11,29.humilde de corazón, tiene una estructura discutible y compleja. Sus elementos fundamentales son: un logion relativo al acontecimiento del reino, de carácter apocalíptico; la acción de gracias al Padre, Señor del cielo y de la tierra, por la revelación rehusada a los sabios y a los inteligentes y concedida a los pequeños (nepiois) (Mt 11,25-26; Lc 10,21); un logion sobre el conocimiento del Padre por parte del Hijo y sobre las relaciones misteriosas que unen al Padre y al Hijo (Mt 11,27: Lc 10,22); por las afinidades profundas con el cuarto evangelio se le califica de joánico; un tercer logion, ausente en Lc y presente solamente en Mt (11,28-30), tiene carácter sapiencial y presenta a Jesús como sabiduría del Padre, que invita a los hombres a acercarse a él (cf Prov 9,5; Ecl 24,19; 6,9-18; 51,23-27), y está construido sobre el paralelismo, puesto de relieve por algunos estudiosos, entre los versículos 28 y 29:

Invitación: Venid a mí (28).

Invitación: Cargad con mi yugo (poneos en mi seguimiento, en mi escuela, seguid la enseñanza que yo os doy) (29).

  Calificativo de quien invita: Yo soy manso y humilde de corazón.
Los llamados: Todos vosotros que estáis fatigados y oprimidos. Los llamados: Son señalados únicamente por el término "vosotros" y son los mismos del versículo 28.

Promesa: Yo os confortaré.

Promesa: Encontraréis descanso para vuestras almas.
 

Legitimación de la promesa: Mi yugo es suave y mi carga es ligera (30).

 

Entre la invitación y la promesa del versículo 28 está la indicación de los llamados, calificados con dos participios (kopiontes y pefortismenoi), que evidencian su penosa situación. En el versículo 29, el que invita es calificado con dos adjetivos que expresan su actitud y su disponibilidad a satisfacer las aspiraciones de los llamados, a constituir una situación que contraste con la de disgusto y fatiga que a ellos les oprime: Este "descanso" no deriva de la desresponsabilización de los llamados, sino de su adhesión a la llamada a ponerse en su seguimiento y a asumir el peso de su enseñanza ", a sustituir el yugo que obliga a hacer cosas y a llevar cargas con la comunión de seguimiento, escucha, diálogo, con la persona que toma sobre sí su peso y, en consecuencia, libera su vida.

Los estudiosos no están de acuerdo a la hora de concretar quiénes son los destinatarios indicados en el logion, el tipo de pesar que los oprime (probablemente el peso de las observancias farisaicas) y, consecuentemente, si presentan carácter antifarisaico o no. El texto actual de Mateo revela una estrecha vinculación entre los diversos elementos de esta perícopa, en especial entre los oprimidos del versículo 28 y los pequeños del versículo 25.

Ir a Jesús y aceptar su invitación a ser seguidores suyos significa establecer con él una relación íntima y profunda, someterse al mismo yugo que él lleva y llevarlo con él, pues nos invita a que le ayudemos, no a que lo sustituyamos. Se lo acepta en su misma persona; en él, que voluntariamente realiza el beneplácito del Padre, que quiere una nueva alianza con el hombre. La comunión con él es participación de su existencia, de su pensamiento, de su forma de ver y actuar; es adhesión total de conocimiento y de complacencia en el Padre y de amor vivificante para el hombre; significa aceptar el vernos integrados en la fuente misma de sus orientaciones y comportamientos, en su "corazón" manso, humilde y pobre, en la raíz de su ser para encontrar alivio y paz, para dar frutos para la vida del mundo. La comunión con él no ocurre en un terreno neutral; pide que actuemos unidos y nos introduce en intimidad, su misma donde germina la adoración del Padre y la misericordia para con la humanidad: nos estimula a dejar la condición de vida que fatiga y oprime, para compartir su paz en la obediencia al Padre, que lo ha enviado a anunciar el evangelio de salvación a los pobres (Le 4,18s) y a los descarriados (Mc 2,17), a reconciliar con su amor la soberbia que hacía a los hombres extraños a Dios y enemigos entre sí.

Jesús no es un legislador o un maestro más indulgente que los demás, ni un soberano con pretensiones menos despóticas o lisonjas fáciles y engañosas. Es el vencedor-vencido, que experimentó el abandono del Padre, que recorrió solo el camino de la cruz (cf Mt 27,46; Mc 15,34) y que bebió el cáliz hasta la última gota. La humildad es en él expresión de la exigencia radical del amor que une en el Espíritu al Padre y a la humanidad; en la humillación y en la gloria de la cruz reveló el significado y la meta última de la invitación a compartir el yugo, es decir, el estilo de amor del Padre, fuente de todo amor, foco y camino de alianza indisoluble y definitiva.

Dios, a quien el hombre acepta y ama en Jesucristo, es un Dios hecho hombre: un Dios amor, sacrificio, don y kénosis; un Dios que se limita para levantar al hombre de su miseria, para hacerlo hijo en el Hijo, ambiente, sujeto y término de su revelación. La condición de Dios en Jesucristo es la locura (cf 1 Cor 1,18ss.25), que pone a prueba la fe del hombre. Para creer en el "humilde y manso" es necesario ser transformado por la humildad de Dios. Dios es glorioso y poderoso, pero su gloria y su poder no son los que ambiciona el hombre que rehuye su humanidad; es del estilo del amor de Jesucristo, que manifestó su poder y su gloria supremos en la impotencia y el deshonor de la cruz; que se prohibe todo repliegue sobre si mismo y revela su majestad en la disponibilidad en favor de los demás, en la discreción y en la ternura con que los asocia a sí mismo para tomar sobre sí el sufrimiento que lo intercepta y lo paraliza en el camino, para colmarlo de paz.

El sufrimiento es la miseria más común, inequívoca expresión de finitud y límite. Jesús se compadeció, lo aceptó, lo padeció, lo eliminó y lo vació en su raíz, indicando en el amor el camino y la condición de la humanidad renovada. La vulnerabilidad al sufrimiento de los demás es camino de paz y perfección cuando alimenta la solicitud del amor que lucha para superarlo. Jesucristo ha vencido su raíz, al maligno, que es fuente de egoísmo, autogarantía, afirmación de sí, voluntad de poder que domina y hace esclavos, seduce y manipula; y ha librado al amor que respeta y es impaciente, que es vigilante y fuerte, que se da y exige, que comunica disponibilidad de sí y apertura al misterio. Quien no va eliminando el sufrimiento del hombre no camina por el sendero humilde ni lleva el yugo de Jesucristo.

III. El hombre humilde

1. LA HUMILDAD FUNDAMENTAL - El contexto de la humildad en el cristianismo es un contexto histórico-salvífico. Por un lado, conecta con la compleja situación por la que el hombre se rebeló contra el proyecto de Dios en el origen mismo de su historia; por otro. enlaza con la liberación de la situación humana que se produce en Jesucristo. La revelación neotestamentaria subraya repetidas veces que el camino por el que el hombre debe caminar ahora es un sendero de humillación y que es consecuencia de una decisión de Dios. "Ya que el mundo por la propia sabiduría no reconoció a Dios en la sabiduría divina, quiso Dios " salvar a los creyentes por la locura" de la predicación" (1 Cor 1,21). Este pensamiento vuelve a aflorar en Rom 1,28: "Como no procuraron tener conocimiento cabal de Dios, Dios los entregó a una mente depravada...". La percepción del abismo que media entre la condición en que vive el hombre y la condición de las aspiraciones alimenta permanentemente la tentación de frustración, de rebelión y de rechazo. Reconocer la realidad tal como es, aceptar la explicación que se nos da de ella, seguir el remedio propuesto es un conjunto de actitudes que somete al hombre a una prueba radical.

En este contexto nace o muere la humildad. Su raíz última, el criterio de valoración de sus exigencias, no es un sentido abstracto de moderación y de racionalidad. La humildad es el "camino", la pedagogía elegida por Dios, y a ella debe conformarse el hombre en su recorrido. Los acontecimientos, los conflictos que lo ponen a prueba, se incluyen en un plano misterioso, en el que el hombre debe aceptarse, dejarse tomar, confiarse sin límites y reservas, con libertad y amor. Es vida humilde rechazar la visión de la vida calificada como "necia sabiduría de este mundo" (1 Cor 1,20), abrirse a la visión revelada en Jesucristo y descrita con gran inmediatez en 1 Cor 1,17-31. No se trata del simple paso de un modo de ser a otro más racional, más humano o más riguroso; se trata de la conversión desde el reconocimiento de los "ídolos" a la aceptación de la revelación del Padre en Jesucristo.

La humildad es condición radical, en la que madura el "sí" a Dios, que exige "renunciar al maligno" para adherirse a Jesucristo en el camino de la encarnación (cf Ordo del bautismo). Es el antipecado, la antisoberbia, el vaciamiento de la situación, de hoy y de siempre, la cual induce al hombre a no reconocer a Dios-Hombre, a rebelarse y a suplantarlo, a contrastar su proyecto sobre el hombre. Es adhesión al camino construido por Jesús con la obediencia de su carne (cf Col 1,22: Ef 2,14-16). La humildad es relación personal, es elección de Dios en Jesucristo y rechazo del maligno y de sus obras.

Cuando de esta dimensión radical se pasa a la determinación de las actitudes, de los modos de pensar en que el humilde se expresa a nivel individual y social, se verifica un deslizamiento de planos en que las situaciones se vuelven falsas cuando se las absolutiza y se las hace unívocas. La humildad fundamental se concretiza y crece en las visualizaciones históricas, pero no se reduce a ninguna de sus manifestaciones; las exige, las vivifica y las trasciende. Cuando el hombre deja de extraer su inspiración de la comunión de vida con el Espíritu y empieza a inspirar su vida y su conducta en las prescripciones, en las normas, en los modos de actuar, se verifica una inversión de planos y el hombre se convierte en siervo de la institución en lugar de siervo del Espíritu. La humildad pasa del reconocimiento de alabanza del plan de Dios en Jesucristo a la observancia de las formas de cortesía social, de las reglas del buen vivir y del prudente y digno planteamiento de las relaciones. El humilde de corazón vive y crece en Jesucristo, se deja llevar por su Espíritu al valorar situaciones y personas con verdad y rectitud. El Espíritu de Dios en Jesucristo es fuente única y suprema, en la que se inspira el creyente y que le vivifica al asumir con plena libertad interior las instituciones y las normas; no las falsifica, no las idolatra, sino que las toma en lo que son y resiste a su pretensión de imponerse como absoluto, como fuente primaria de valoración e inspiración.

Este proceso de reconocimiento de las jerarquías, que lleva a dar y a conservar el primer puesto a lo que es primario, empieza con la conversión y perdura a lo largo de la existencia. Implica la conmoción y la reestructuración total de la vida. No se consigue a base de correcciones superficiales del punto de mira, realizadas con sagaz destreza psicopedagógica y maduradas bajo la influencia de razonamientos rigurosamente dialécticos. Al reconocimiento de Dios en Jesucristo se llega únicamente por el camino de la conversión yen ella echa raíces y adquiere vida la humildad fundamental, que es el primer componente de ese misterioso proceso al que Juan da el nombre de nueva generación o nacimiento de Dios.

En Jesucristo y de Jesucristo nace el hombre al corazón manso y humilde y aprende a ser manso y humilde de corazón. Jesucristo, que es lá fuente de la humildad, constituye también su paradoja y su escándalo. Es para el hombre soberbio una piedra rechazada (Mt 21,42 y paralelos), signo de contradicción (Le 2,34) y piedra de toque. Quien lo acepta encuentra con él la redención y la libertad, mientras que quien lo rechaza vive la angustia de la negativa (He 26,14). Jesucristo es la prueba suprema que el hombre debe superar para hacerse y mantenerse humilde. Aprender a vivir como hombre salvado significa escucharlo y seguir su doctrina.

Jesús, que revela al hombre el camino humano, se nos presenta de una forma desconcertante. Su camino y sus juicios no son los que el hombre querría (cf Is 55,8; Rom 11,33). Su camino es un camino de pobreza, de rigor, de mansedumbre, que contrasta con la aspiración a la fuerza, al poder, al resultado seguro, etc. Inspirarse en un crucificado, en un vencedor que sale victorioso mediante la derrota, es necedad para quien no cree y es poder de Dios para quien cree (cf 1 Cor 1,18ss), pero es el poder del misterio, de la abnegación total y sin reservas (cf Mt 16,24; Mc 8,34; Le 9,23). Su camino se manifiesta y crece en la humillación, en la contrariedad permanente de tener que vivir el "escándalo y la necedad de la cruz" (cf 1 Cor 1,24), que deja de ser tal cuando el residuo de judío y gentil que continúa vigente en el converso queda vencido y superado.

La "necedad" suprema, la crisis más radical de este camino es la muerte, la irracionalidad del deber morir y de las condiciones en que se verifica. La muerte es el jaque mate, la insidia de todos los proyectos y de todas las iniciativas "racionales". Nadie es capaz de ofrecer garantías a la persona que toma y realiza tales iniciativas. Por mucho que el hombre intente razonar sobre ello, esta extrema manifestación de lo no racional pone un límite y un impedimento. Jesucristo se presenta como aquel que ha vencido a la muerte (2 Tim 1,10), pero después de haberse sometido a ella. El hombre que quiere vencerla debe escuchar antes aquello de "... si el grano de trigo no muere..." (Jn 12,24) y "el que ama su vida la pierde..." (Jn 12,25). Dios ha sometido al hombre a la humillación de la muerte en un mundo de liberación redentora no preservativa; será liberado del pecado, del odio, de la enemistad, de la injusticia, de la afrenta, del fracaso, del fallo, etc., pero después que los haya sufrido y cuando haya vivido el sufrimiento de la gran distancia que separa los deseos y las realizaciones, las aspiraciones y los resultados.

El plan de Dios, sus silencios, sus preferencias y sus caminos constituyen un escándalo permanente para el hombre que quisiera racionalizar, programar, ordenar todas las cosas. Encuentra la paz no en la eliminación de las contrariedades y de los conflictos, sino viviéndolos hasta el fondo, cesando de interrogarse y de hacerse interpelar por la vida, no pretendiendo eliminar las contradicciones, viviéndolas y empeñándose en resolverlas.

La humildad no es un modo de comportarse o de pensar, decidido sobre la base de una valoración pesimista de las propias prerrogativas y posibilidades confrontadas de forma falaz con las de los demás. Es verdad y reconocimiento de Dios; es un "sí" al Padre en Jesucristo, que vive en su Iglesia. El soberbio no reconoce a Dios y no se reconoce hombre, falsifica las relaciones, no acepta la soberanía de Dios y su propia creaturalidad. La huida de Dios es huida del hombre y de las propias responsabilidades. De esta situación sale cuando comienza a aceptarse como hombre, a complacerse en lo que a Dios complace (cf Mt 3,17 par.); es decir, cuando no fracciona a Jesucristo, sino que se acepta, se quiere y se reconoce en él. La consolación de la humillación de vivir es vivir la humillación de convertirse y hacerse "pequeño" como un niño (Mt 18,4), lo que significa "nacer" a la única condición en que es posible el ingreso en el reino (ib), eligiendo caminar por la senda que el Padre ha preferido (Mt 11,25).

La humildad no se desarrolla ni madura en abstracto, sino que crece en la prueba de las humillaciones, que impiden los planes y las aspiraciones del hombre. Estas humillaciones son indefinidas y es inútil determinarlas. La experiencia de cada uno lleva a localizarlas y discernirlas. La reacción a estas situaciones, aunque variable, asume una fisonomía inequívoca cuando se orienta constructivamente a la persona. Por eso la humildad no es una actitud abstracta o de contornos difuminados; es una vida en Jesucristo; en él madura el hombre los comportamientos característicos de los hijos de Dios y ciudadanos del reino, la fortaleza que modera la ambición de resolver con la violencia el problema humano, la perseverancia en caminar por el sendero que él recorrió y la inventiva para no empobrecer con cálculos mezquinos la dignidad de la imagen de Dios.

Este acto de confianza se realiza sin garantías previas. Da la vida después, y no antes, de haber sido aceptado. Hace fecundos, pero únicamente a quienes aceptan su vida: razonables, pero en su verdad. El humilde no practica idolatrías, no hace cálculos, no jerarquiza ni privilegia, sino que se adhiere a Cristo-camino y le sigue allí donde va. No tiene trabas apriorísticas anticipadas y maniqueas de estilos de existencia. Su único deseo es estar en camino y, en consecuencia, marchar por el camino que es Cristo y en el que Cristo le introduce; lo que quiere es connaturalizarse con sus preferencias.

La humildad se robustece en el amor; es un estilo de manifestar amor. Se acepta y madura en un contexto de confianza; exime al hombre de la preocupación de garantizarse a sí mismo; lo atrae hacia quien lo ama, fundamenta la paz, que consigue la comunión con el amado; induce a sintonizar con aquél, a tomar sobre sí la preocupación y el sufrimiento de los demás, a asumir la iniciativa de hacer la vida diferente, de moderar la solicitud y la preocupación por sí mismo, estableciendo para todos condiciones de existencia nuevas.

Este amor no es espontáneo reconocimiento del otro, sino que se estructura en la pobreza y en la unicidad. El hombre quiere darse una garantía a sí mismo y no acepta verse envuelto por y con el otro; quiere ser amado, pero no en el riesgo de la novedad, respetando el misterio del otro, que exige el abandono de los modelos "garantizados" y de las normas "experimentadas", para abrirse en su propia irrepetibilidad y ofrecer inesperadas posibilidades de andadura, compartiendo las responsabilidades y la vida. La humildad madura en el equilibrio y en armonía frágil y delicada entre amor a sí mismo y a los demás, vividos y vistos en la perspectiva del amorde Dios; va unida a la realidad de la persona y tiende a corregir la forma de representarse las relaciones y a considerarlas tales como son, no como se las quisiera.

La distancia entre representación y realidad es como el límite matemático. El hombre es lo que es, no lo que considera que es, y el yo de cada uno vive y deviene en ósmosis con los demás. De esta forma el camino de la humildad oscila entre el ya y el todavía no, en un proceso sin fin. La meta es llegar a ser como estamos llamados a ser; vencer la falsificación que anida en la pretensión de conquistar el amor, de ser amados según la representación que el hombre se obstina en conseguir. La humildad se nutre y sirve de alimento a la paz del deseo, vive del equilibrio que surge de la articulación entre ser amado, querer ser amado y amar. Sus opciones se hacen auténticas cuando el hombre realiza la justicia, cuando está contento de Dios y en Dios y trabaja para hacer más humana la condición de todos los hombres en el mundo, para secundar a quien y a lo que permite avanzar en esta dirección según la valoración de cada situación en particular.

2. LA RECONSTRUCCIÓN DE LA UNIDAD - La humildad se piensa y se legitima sobre la base del modo de existir y de comportarse, de la propia posición en el mundo y de las opciones que el hombre adopta; antes de conceptualizarla hay que vivirla. Muchas veces existe una desviación entre lo que es el hombre y lo que piensa ser, y viceversa, entre la representación de sí mismo, encarnada en el modo de ser, y la representación que va unida a las proclamaciones verbales con las que el hombre se autocalifica. ¡Cuánta mentira se esconde en el fariseísmo de muchos comportamientos y proclamaciones humildes!

El parámetro de la templanza y de la humildad es la persona, no su representación; es el ser, es el hombre que piensa en su cuerpo. El cuerpo, para no reducirse a mera envoltura del espíritu, debe sintonizar con la orientación del mismo. El hombre de cuerpo auténtico tiene un pensamiento humilde y supera la disociación entre vida y pensamiento. La humildad es un estilo humano, se expresa en el modo de existir. de situarse y de instalarse en la realidad.

La proclamación de esta posibilidad puede inducir a pensar que ya ha ocurrido, que se ha realizado, y a olvidar el hecho de que es una meta y que debe ser conquistada. Con demasiada frecuencia la orientación de la vida no la señala la mente, sino el cuerpo, que no tiene hambre en la medida y en el momento que serían de desear y que no secunda al hombre en la medida y en la forma en que podría. El hombre que se educa construye un organismo homogéneo a su orientación, a su tendencia a la belleza, a la armonía, a la salud, y se desarrolla con criterios dictados por la higiene, por el deporte, por la estética, etc. Diría que el hombre no está verdaderamente en paz con Dios mientras el cuerpo no está pacificado. El hombre se construye la casa. El corazón, los ojos, los movimientos humildes son reflejo y condición de un hombre humilde. El cuerpo disociado, dividido del espíritu, falsifica las aspiraciones que estructuran al hombre y aspira, por ejemplo, al existir infinito, total y para siempre; tiene nostalgia de totalidad, de plenitud; se convierte en sujeto de codicia violenta y de ansiedad incontrolada. El organismo disociado tiene nostalgia de quien le falta al hombre, lo quiere todo para sí y sustituye lo que le falta con una ansiedad homogénea con su origen, proporcionada a la realidad a la que se orienta el hombre. El organismo del hombre, estructurado para secundar la tendencia de infinito, no pierde su estructura cuando el hombre no busca lo infinito, sino que se desintegra del complejo en el que tenía sentido y desarrolla una energía de infinito para realidades finitas. El reenganche y la unidad del hombre se produce no cuando el hombre se decide a llevarlo a cabo, sino cuando de hecho lo reconstruye.

La humildad no margina al organismo, no le priva de sus dinamismos, ni los extirpa; reconstruye la unidad y reequilibra en el todo las energías alienadas en el desprendimiento. La meta no es un cuerpo que deje de desear, sino orientar el deseo para que el hombre pueda realizar su misión humana con todo su ser. Sujeto de esta acción no es el cuerpo ni el alma, sino el hombre; el hombre es hombre y mujer. Hombre-mujer, espíritu-cuerpo, deben unirse, y la unidad es por Dios y para Dios. El hombre vive esta realidad en el estado de disociación; pero puede ser superada y esta superación se realiza cuando el hombre se construye en humildad por el camino de la verdadera vida.

D. Mongillo

 

BIBL.—Bélorgey, G, La humildad según san Benito, Perpetuo Socorro, Madrid 1962.—Galera, J. A, Humildad y personalidad, Mundo Cristiano, Madrid 1971.—Gelin, A. Los pobres de Jahvé, Nova Terra, Barcelona 1965.—Gilen, L. Amor propio y humildad: aproximación psicológica a la personalidad religiosa, Herder, Barcelona 1980.—González Ruiz, J. M, Pobreza evangélica y promoción humana, Nova Terra, Barcelona 1976.—Herraiz, M, Sólo Dios basta, Espiritualidad, Madrid 1981.—Ledesma, A, Conceptos espirituales y morales, Edit. Nacional, Madrid 1978.—Murray, A, Humildad, Clic, Tarrasa 1980.—Pecci, G. La práctica de la humildad, Rialp. Madrid 1978.—Przywara, E. Humildad, paciencia, amor. Las tres virtudes cristianas, Herder, Barcelona 1964.—Rizzi, A, Escándalo y bienaventuranza de la pobreza, Paulinas, Madrid 1978.