CATECUMENADO
DicEs
 

SUMARIO: 1. Constantes de la evangelización: 1. Jesús es Señor; 2. Convenios; 3. El perdón de parte de Dios; 4. El don del Espíritu; 5. Somos testigos; 6. Incorporación a la comunidad - 11. Catequesis cristiana primitiva: 1. En la Iglesia naciente; 2. Testimonios más antiguos; 3. La institución del catecumenado; 4. Expansión y decadencia - III. Vieja cristiandad y tierras de misión: 1. Por la vía rápida; 2. Restauración en marcha - IV. Restauración del catecumenado: 1. Bajo el signo de la renovación; 2. Etapas del catecumenado: a) La evangelización y el precatecumenado, b) El catecumenado propiamente dicho, c) La purificación o iluminación, d) La mistagogia.


Etimológicamente, la palabra catecumenado procede del verbo griego katecheo, que significa resonar, hacer sonar en los oídos y, por extensión, catequizar, instruir. Así, catecúmeno es el que está siendo instruido, catequiza-do; más en concreto, el que está siendo iniciado en la escucha, no de una palabra cualquiera, sino de la Palabra de Dios.

Realmente, el catecumenado conecta con esta experiencia bíblica fundamental: Dios habla hoy. Y se pone al servicio de ella. Para el hombre bíblico, el mayor problema religioso no está en si Dios existe o no existe, sino en si Dios habla hoy o no. Así, el hombre puede escuchar los pasos de Dios por el jardín de este mundo, pero también puede ocultarse (Gén 3,8); el escuchar constituye a Israel como Pueblo de Dios (Dt 6,4). Dios revela a Israel la Palabra, lo que no hizo con ninguna otra nación (Sal 147,19s); los profetas gritan con voz que nadie puede acallar: escuchad la Palabra (Am 3,1; Jer 7,2).

Se trata de escuchar no cualquier palabra, sino la Palabra de Dios, una palabra que se cumple en la historia (Ez 12,28); la Palabra de Dios no se agota, como tampoco su amor (Sal 77,9); el creyente necesita vivir conforme a la Palabra (Sal 119,25), si no quiere endurecer su corazón (Sal 95,7s).

Para Jesús de Nazaret, evangelizar es sembrar la Palabra (Mc 4,14); la Palabra es algo necesario, como el aire o el pan (Mt 4,4); en torno a ella se constituye la verdadera comunión, la verdadera familia (Lc 8,21); quien fundamenta su vida en la Palabra, construye sobre roca (Mt 7,24); toda la Escritura se convierte en testimonio a favor de Jesús (Jn 5,39); El es la Palabra de Dios hecha carne (Jn1,14), palabra rechazada por los suyos (1,11), Palabra que transforma en hijos de Dios (1,12), Palabra crucificada, muerta y sepultada, Palabra resucitada.

Para la Iglesia naciente, evangelizar es anunciar la buena nueva de la Palabra (He 8,4); cuando los gentiles la acogen, se hacen creyentes, lo mismo que los judíos (He 10,44; 11,1); quien evangeliza anuncia no una palabra de hombre, sino la Palabra de Dios viva y operante (1 Tes 2,13), una palabra viva y eficaz (Heb 4,12), Palabra no encadenada (2 Tim 2,9), Palabra que compromete, aunque la mayoría negocie con ella (2 Cor 2,17). En fin, escuchar o no escuchar, acoger o rechazar la Palabra, he ahí la frontera de la conversión al Evangelio del Cristo que vive.

El catecumenado, que comienza con la escucha de la Palabra de Dios, inicia en una experiencia que atraviesa vitalmente toda la Escritura y que afecta básicamente a la misión evangelizadora: "Iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra" (He 8,4).

El catecumenado cristaliza como institución eclesial en la Iglesia del s. tu (catechumenoi en Oriente, audientes en Occidente), pero recoge la herencia de un proceso de evangelización que se remonta a la misión apostólica y también a la misión del mismo Jesús (Jn 20,21; 17,18). En función de esta evangelización originaria ha de ser entendido el catecumenado posterior, y no al revés. Por ello, más que la institución eclesial como tal, interesa el proceso de evangelización que la institución pretende desarrollar. Este proceso, que en el s. IIl viene a ser catecumenal, está fundamentalmente en continuidad con la evangelización apostólica y las constantes de su desarrollo.

1. Constantes de la evangelización

En efecto, en la evangelización apostólica observamos unas constantes que se conjugan con la libertad de cada evangelizador. Así sucede con Pablo, evangelizador de cuerpo entero. Pablo ha disfrutado de una gran libertad a la hora de evangelizar; él ha tenido una fuerte experiencia en el camino de Damasco y —desde entonces— en muchos otros caminos; pues bien, desde esa experiencia (que es su propia experiencia) evangeliza. Y así durante muchos años. Pero "al cabo de catorce años, dice Pablo, subí nuevamente a Jerusalén... Subí movido por una revelación, y les expuse el evangelio que proclamo entre los gentiles —tomando aparte a los notables— para saber si corría o había corrido en vano" (Gál 2,1-2). Pablo, movido por una revelación, es decir, por algo que considera Palabra viva del Señor dirigida a él, acude a Jerusalén para confrontar su propio evangelio con el de aquellos que "eran considerados como columnas" (Gál 2,9) de la comunidad madre de Jerusalén. Quiere saber si corría o había corrido en vano, es decir, si transmite en su libertad el mismo evangelio que los demás, el único Evangelio común. Los "notables" de la Iglesia le "tendieron la mano en señal de comunión" (Gál 2,9): en la evangelización de Pablo se daban las constantes fundamentales.

Plantearse en la segunda mitad del s. xx qué significa catecumenado o qué significa evangelizar conduce a entresacar del amplio pluralismo de la Iglesia de los primeros siglos las constantes de evangelización que sirvieron entonces de puntos comunes de referencia y que pueden ser recuperadas hoy como líneas básicas del proceso catecumenal, dentro de una pluralidad de circunstancias, métodos e instrumentos. El catecumenado, antiguo o moderno, está indisolublemente vinculado a unas constantes de evangelización anteriores que lo fundamentan, constituyen y configuran. Veamos las más importantes.

1. JESÚS ES SEÑOR - He aquí la primera constante y la más importante de todas: Jesús es Señor. El Evangelio anuncia un hecho que conmueve los cimientos de la experiencia humana común (Lc 24,18; He 4,31): el hecho es que Jesús actúa en la historia a la manera de Dios, es decir, como Señor. Así lo proclama Pedro: "Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (He 2,36; cf 3,13-18; 4,10-12; 5,30-31; 10,36-42; 13,28-37; 1 Cor 15,3-8; Flp 2,11). Este es el gran acontecimiento: un muerto, Jesús, condenado y ejecutado por la falsa justicia de un orden religioso y político corrompido, ha sido constituido Señor de la historia. ¡Lo mismo que Dios! La Iglesia primitiva tiene experiencia de esto, pues se le ha dado el reconocer a Jesús en los múltiples signos que se producen como fruto de su pascua. Su misterio pascual ha inaugurado para el mundo entero el amanecer de un nuevo día, el día de la resurrección, el "tercer día". El "tercer día" no es un día solar de calendario, sino todo un período de tiempo, el tiempo que sigue a la resurrección de Jesús. El "tercer día" es, por tanto, un día que queda abierto y que no se cerrará jamás.

El futuro del hombre y del mundo ha comenzado con la resurrección de Jesús y su constitución como Señor de la historia. La vida eterna, a la que han de resucitar los muertos, "es ya posesión de los vivos que están unidos a él" (Jn 6,47). Este es el cumplimiento, el día que llenó de alegría a Abrahán cuando lo vio, del que escribió Moisés, del cual dan testimonio las Escrituras (cf Jn 8,51.56). En el encuentro con Cristo, Pablo descubre la consistencia del universo (Col 1,17) y la esperanza del mundo (Ef 2,11s). Ciertamente, como proclama Pedro, "no se nos ha dado otro nombre, otra realidad, otra experiencia semejante, en la que podamos ser salvos" (He 4,12).

La salvación es ya un hecho desde el momento en que Cristo, al ser levantado, comienza a atraer a todos hacia sí (Jn 12,32). En efecto, Cristo resucitado, como la limalla, atrae los gránulos de plomo según las líneas de un trazado progresivamente visible (Moeller).

2. CONVERTÍOS - He aquí la segunda constante, consecuencia de la anterior. El hecho de que Jesús sea reconocido como Señor de la historia supone un cambio profundo, radical. "Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos" ,(He 2,37; cf 3,19; 5,31; Mt 3,2; 3,17; Mc 1,2-4; 1.15; Lc 3,1-18). ¡Abandonad esa justicia y ese orden que han crucificado a Cristo!

Es sumamente importante esto: si la predicación exige conversión no es en virtud de una exhortación moralizadora, sino porque anuncia el acontecimiento de la salvación, el Reino de Dios en la persona de Jesús. En virtud de dicho acontecimiento, la conversión del hombre le es anunciada gratuitamente, es decir, de balde. De otra forma, el Evangelio no sería buena nueva, sino mala noticia. El hombre, en efecto, está sometido a señores muy poderosos como para que por sí mismo pueda cambiar: "Ninguno de vosotros cumple la Ley" (Jn 7,19), dice Jesús a los judíos (y le quieren matar). Ahora bien, si el hombre cambia profundamente, si el hombre sigue un proceso serio de conversión, entonces es que el Reino de Dios ha aparecido en medio de nosotros. La fuerza de Dios se manifiesta en contraste con la debilidad del hombre (2 Cor 12,9).

Pablo sabe por experiencia que el que se ha encontrado con Cristo es como si hubiera vuelto a nacer, una criatura nueva, un hombre nuevo (2 Cor 5,17). El reconocimiento de Jesús como Señor le hace "enloquecer", derriba sus viejos centros de interés, invierte su jerarquía de valores, quebranta los cimientos de su mundo: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios" (Flp 3,7-9). Pablo es un hombre nuevo, desconocido, distinto: un hombre-anuncio, un hombre-testigo. Su palabra ya no es sencillamente la palabra del predicador, palabra de hombre, sino que viene a ser "Palabra de Dios viva y operante en medio del mundo" (1 Tes 2,13). La vida de Pablo ha venido a ser, por la gracia de Dios, el misterio pascual en acto: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gál 2,20). Pablo ya no es el mismo: ha cambiado profundamente, ha abandonado esa justicia y ese orden que crucificó a Cristo.

La conversión se realiza en el contexto de un proceso. Es un seguimiento (Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11; Jn 1,35-51). El seguimiento es la respuesta dada a la llamada de Jesús. Los primeros pasos y los restantes irán haciendo una historia que será reconocida y celebrada como historia de salvación.

3. EL PERDÓN DE PARTE DE Dios - Aquí tenemos la que pudiéramos llamar tercera constante, que Pablo proclama así en la sinagoga de Antioquía de Pisidia: "Tened, pues, entendido, hermanos, que por medio de éste os es anunciado el perdón de los pecados, y la total justificación que no pudisteis obtener por la ley de Moisés la obtiene por él todo el que cree" (He 13,38s: cf 2,38; 5,31; 15,11; Le 24,47; Rom 1,16; 3,20).

A la fe inicial y a la conversión inicial, el Evangelio (= buena noticia) responde con el perdón total: Dios no tiene nada contra ti. Dios te ama.

A la conversión inicial corresponde ya el anuncio del perdón de los pecados, el hecho gratuito de la justificación. En la parábola del fariseo y del publicano, es el publicano quien vuelve a casa justificado, pues ha dado el primer paso en el camino del Evangelio: el reconocimiento del propio pecado (Le 18,9-14). En la curación del paralítico, Jesús discierne signos claros de conversión y de fe: aunque no puede moverse, el paralítico, llevado entre cuatro, llega hasta donde está Jesús, pasando por encima de todos: "Abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico" (Mc 2,4). Jesús, al ver todo esto, le anuncia de entrada el perdón de los pecados, con el consiguiente escándalo de escribas y fariseos. La curación posterior del paralítico será la señal de que Jesús puede actuar de ese modo y de que tiene poder en la tierra para perdonar los pecados (2,5-12).

El que comienza a creer y el que comienza a cambiar, ya está juzgado favorablemente por Dios. En el encuentro personal con Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, se revela la justicia de Dios, no la justicia que condena, sino la que justifica y salva a quienes creen (Rom 3,21-22). Como dice san Juan: "El que cree en él no será juzgado" (Jn 3,18). Y san Pablo: "Ahora no pesa eóndena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús" (Rom 8,1).

Con el reconocimiento actual de Cristo se manifiesta plenamente el juicio favorable de Dios (Rom 1,17), que absuelve al hombre de su frustración existencial y lo capacita para poder llegar a su plenitud humana. En efecto, el hombre, de por sí, no puede realizar su "obra", su "tarea existencial", ya que la muerte limita fatalmente su vivir y el pecado su bien obrar. En este contexto, la justificación es la actividad esencialmente salvadora de Dios, el acto por el cual Dios establece su `justicia', cumple su promesa de salvar lo que estaba perdido y de llevarlo a la plenitud existencial. La justificación supone, ya en el presente, el juicio favorable de Dios sobre el destino fatal del hombre. Por ello, para estar justificado no basta realizar obras "buenas" moralmente, sino haber sido encaminado por Dios hacia la plenitud existencial que se manifiesta actualmente en Cristo.

4. EL DON DEL ESPÍRITU - Con ello, estamos ya ante una nueva constante: "Recibiréis el don del Espíritu Santo, pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor, Dios nuestro" (He 2,38s; cf 1,8; 2,33; 4,31; 5,32; 10,44-48; Lc 24,49). En virtud de esto, el Evangelio proclama un hecho actual: el Espíritu Santo en acción, dando testimonio de Cristo (Jn 15,26).

En realidad, para que el Espíritu Santo sea reconocido es preciso que sea anunciado. Esto es lo que hizo Jesús en la última cena. Lo hizo en el momento oportuno: "No os dije esto desde el principio porque estaba yo con vosotros" (16,4), y lo anuncia "antes de que suceda para que, cuando suceda, creáis" (14,29). Aquella noche de despedida, Jesús insiste una y otra vez en la venida del Espíritu. San Juan relata cinco momentos, cinco promesas acerca del Espíritu:

La acción del Espíritu se produce, por tanto, en el contexto de un proceso que enfrenta a Jesús con el mundo y que sigue abierto en la existencia de los discípulos presentes y futuros. En este inmenso proceso religioso, el testimonio del Espíritu adquiere auténtico y profundo sentido: ante la hostilidad del mundo, los discípulos de Jesús se hallarán continuamente expuestos al escándalo, sentirán la tentación de desertar, experimentarán la duda y el desaliento. Precisamente en esa hora intervendrá el Espíritu de la verdad, el defensor de Jesús; él dará testimonio de Jesús ante la conciencia de los discípulos; él los confirmará en su fe y les devolverá toda su seguridad cristiana.

Más aún, el reconocimiento actual de Jesús como Señor se vuelve posible por la acción del Espíritu: "Nadie puede de: cir: ¡Jesús es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3; cf Jn 15,26). No tenemos un retrato del Espíritu, pero podemos experimentar su acción: es como el viento (Jn 3,8), como el agua (Ez 36,25-26; Is 44,3-4; Jn7.37-39), como el fuego (Eclo 48,1; Jer 20,9; He 2,3-4; 4,31), como el aceite (Is 61,1-2; Le 4,18).

La acción del Espíritu es una realidad que brota a borbotones como fruto de la pascua de Cristo (Jn 7,37-39). Desde entonces, la hora del Espíritu ha llegado. También para el mundo de hoy. Si en la actualidad, dice san Agustín, la presencia del Espíritu Santo no se manifiesta con semejantes milagros, ¿cómo será posible que sepa cada uno que ha recibido el Espíritu?

5. Somos TESTIGOS - He aquí también otra constante de la evangelización primitiva: somos testigos. Así lo dice Pedro el día de Pentecostés: "A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís" (He 2,32-33; cf 3,15-16; 4,33; 5,12; 5,32; 5,42; 8,4-8; 10,41-42; 13,31; 1 Cor 15,5-8; 1,8).

Para la "sabiduría del mundo" y sus prejuicios, el Evangelio es sin duda "locura" y "escándalo" (1 Cor 1,23). "El que prende a los sabios en su propia astucia" (1 Cor 3,19) responde a ese desafío no con razonamientos de la lógica común, sino con la proclamación de unos hechos por parte de unos testigos que "no pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído" (He 4,20). Y unos hechos que pueden ser vividos por cualquiera, "pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro" (He 2,39). Ciertamente, "Dios quiso salvar a los creyentes mediante la necesidad de la predicación" (1 Cor, 21), pero "la necesidad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres" (1,25).

La evangelización primitiva apela a la experiencia del Espíritu en la Iglesia como a un hecho a partir del cual puede argüir: la obra manifiesta del Espíritu, "lo que vosotros veis y oís", supone el cumplimiento de la Promesa de Jesús, cuya causa ha sido (está siendo) reivindicada por el Padre. ¡Y de qué forma! Dios le resucitó, le sentó a su derecha (=le constituyó Señor) y ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, que os ofrece ahora a vosotros.

Esto es lo que parecen haber olvidado los gálatas de ayer y los de hoy. Ante ello, Pablo no puede callar: "¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? Comenzando por espíritu, ¿termináis ahora en carne? ¿Habéis pasado en vano por tales experiencias? ¡Pues bien en vano seria! El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación? (Gál 3,1-5).

Pablo apela a la experiencia del Espíritu, al cumplimiento efectivo de la Palabra proclamada, a la vigencia permanente del anuncio. Los mismos gálatas han sido testigos de ello. En la evangelización primitiva, como Jesús había anunciado (Jn 7,37s), la acción del Espíritu se prodiga generosamente. Una y otra vez, en ámbito comunitario, los reunidos se convierten en asombrados testigos del cumplimiento de la Promesa de Jesús: "Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra" (He 10,44; cf 2,1-4; 4,31; 8,15-17; 19,6).

Quien evangeliza es un testigo, no un predicador vacío y superficial de la Palabra de Dios (san Agustín); por eso, desde la experiencia de fe convoca a la experiencia de fe. Como dijo Pablo VI: En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe? (EN 46).

6. INCORPORACIÓN A LA COMUNIDAD - Finalmente, aquí nos encontramos con otra constante: quien acoge la evangelización se incorpora a la comunidad. Evangelizar es formar comunidad. Según los Hechos de los Apóstoles, así nace y crece la primera comunidad cristiana: "Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas" (He 2,41). Y también: "El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (2,47; cf 2,5-11; 5,14; 6,7; 11,21-25; 18,9-10; 19,9).

La evangelización, pues, crea comunidad, hace Iglesia. Quien acoge la Palabra proclamada se vincula a la comunidad cristiana, al menos de forma inicial. Tratándose de una evangelización primera, la vinculación a la comunidad será, de momento, también primera o inicial. Esta primera integración comunitaria es uno de los signos de laconversión inicial: es el primer paso dado de lo individual a lo comunitario. El creyente no va por libre, sino que marcha en grupo, como Pueblo de Dios (LG 2).

La experiencia comunitaria misma supone, de por sí, una señal, la señal básica, que convoca a los pueblos a la fe. La Iglesia es así: "luz de las gentes" (LG 1), "signo levantado en medio de las naciones" (SC 2), "sacramento universal de salvación" (GS 45). Al proclamar su evangelio al mundo, la Iglesia ofrece su propia experiencia comunitaria como realización del mismo.

El hecho comunitario se convierte en fuente de evangelización. La comunidad cristiana es la piscina de Siloé, donde el Espíritu remueve las aguas y donde el ciego de nacimiento cura su ceguera original (Jn 9,7). La comunidad cristiana es el lugar donde Pablo, cegado por la luz del Señor resucitado, en el camino de Damasco recupera la vista y las fuerzas (He 9,3-17s). La comunidad es el medio más sensible de que disponemos para percibir la acción del Espíritu, escuchar la Palabra de Dios y reconocer la presencia del Señor. La comunidad es el Cuerpo de Cristo resucitado (Ef 1,22-23; LG 7), creación del Espíritu: "En un solo Espíritu hemos sido bautizados para no formar más que un solo cuerpo" (1 Cor 12,13).

La comunidad es seno materno donde se gesta el hombre nuevo. La semilla es la Palabra de Dios. La concepción del hombre nuevo se realiza en la evangelización primera.

El hecho comunitario se convierte también en fuente de enseñanza, de comunión, de celebración y de oración: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (He 2,42). En efecto, los primeros cristianos, conducidos por los apóstoles, profundizan asiduamente en el sentido de las Escrituras a la luz de los hechos que han ido aconteciendo a partir de Pascua; descubren el valor de la unidad fraterna y lo cultivan también asiduamente: es bueno y maravilloso convivir los hermanos unidos (Sal 133,1); reconocen también asiduamente la presencia real de Jesús en la reunión de la comunidad: él sigue "partiendo el pan", sigue comiendo y bebiendo con nosotros y, más aún, él es "el pan de vida" (Jn 6,34) que alimenta a la comunidad; oran también asiduamente: de la experiencia de fe viva brota la oración frecuente, la petición, la alabanza, la acción de gracias (cf He 2,46; 1,14-24; 4,24-30; 6,4.6; 13,3; 14,23; 16,25; 20,7-11; 28,15).

El hecho comunitario se convierte también en fuente de signos: "Los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales" (He 2,43); estos signos confirman la Palabra predicada, y así los primeros discípulos toman conciencia de que el Señor sigue evangelizando con ellos y colabora con ellos: "Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,20; cf Mt 28,20).

La comunidad es una nueva unidad social, que se manifiesta no sólo en el culto, sino también en la distribución de necesidades y recursos: "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno" (He 2,44). Y también: "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común" (He 4,32; cf 4,34-35). La comunicación de bienes —al nivel que se produzca— será siempre signo expresivo de la comunión de corazones.

La comunidad cristiana es un grupo abierto que no tiene inconveniente, sino mucho gozo, en incorporar continuamente nuevos miembros, disponiendo siempre un nuevo sitio para un hermano más. Respeta la iniciativa del Señor, que "agrega cada día a la comunidad a los que se van salvando" (He 2,47).

II. La catequesis cristiana primitiva

En los primeros tiempos, el proceso de evangelización se abre paso en medio de circunstancias difíciles. Los cristianos se encuentran en situación política y religiosa adversa, frecuentemente perseguidos y, por tanto, en permanente estado de riesgo. San Pablo conoce perfectamente esta situación, que afecta especialmente a aquellos que evangelizan: "Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados" (2 Cor 4,8-9; cf 6,4-10).

Algo semejante comenta el autor del Discurso a Diogneto (s. III). Los cristianos son, como lo fue Jesús de Nazaret, señal de contradicción. "A todos aman y por todos son perseguidos. Se los desconoce y se los condena. Se los mata, y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados, y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. Hacen bien, y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Por los judíos se los combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio" (V,11-17).

Los cristianos son minoría dentro de la sociedad, pero son como una ciudad levantada en lo alto de un monte (Mt 5,14); son numéricamente pocos, pero actúan como levadura en medio de la masa (Le 13,21). En ellos se da un fuerte proceso de evangelización de adultos (también de niños), que se transmite en el clima favorable de una relación de fraternidad. Se reúnen donde pueden, frecuentemente en las casas. El individuo no está aislado, vive en comunidad. El número de miembros que compone cada comunidad no es excesivamente grande: cada uno es conocido y llamado por su nombre. El misterio de comunión que constituye a la Iglesia se hace visible y significativo en una relación fraterna y comunitaria. La Iglesia vive en estado de misión, como luz de las gentes (Is 62).

1. EN LA IGLESIA NACIENTE - En la Iglesia naciente se distingue entre el anuncio del Evangelio a los no cristianos (kerygma) y la enseñanza dada a los nuevos convertidos, en la que se explicaban las Escrituras a la luz de los hechos cristianos (Didajé): "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles" (He 2,42) aquellos que previamente habían acogido el anuncio del evangelio. Ciertamente, la iniciación cristiana (catequesis) es entonces algo más que "enseñanza de los apóstoles". Es también "comunión", "fracción del pan", "oración", "temor ante los prodigios y señales", "comunicación de bienes", "agregación a. la comunidad" (2,42-47); es decir, iniciación en la vida cristiana total.

Desde los orígenes se distinguían dos clases de creyentes: los niños pequeños (nepioi, los que no hablan) y los adultos (teleioi, los cristianos maduros). Por ello puede decir Pedro: "Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que por ella crezcáis para la salvación" (1 Pe 2,1). 0 como dice Pablo: "No seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio" (1 Cor 14,20). Y también el autor de la Carta a los Hebreos: "Debiendo ser ya maestros en razón del tiempo, volvéis a tener necesidad de ser instruidos en los primeros rudimentos" (Heb 5,12). Todo ello nos manifiesta que en la Iglesia naciente hay clara conciencia de que la evangelización se transmite en un proceso de crecimiento. El "niño pequeño" seria, por tanto, el que se encuentra en proceso de maduración. Y esto antes o después del bautismo.

Inicialmente se bautiza precozmente. La experiencia de fe es rica y abundante. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de la celebración del bautismo tras la primera experiencia del Espíritu: "Estaba Pedro diciendo estas cosas, cuando el Espíritu cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra... Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo" (He 10,44-48). No obstante, la situación política y religiosa adversa (y otros problemas) conducen a veces a la apostasía y deserción. Ello irá aconsejando prudencia y no bautizar a nadie hasta que no haya señales suficientes de que ha madurado el proceso de conversión.

2. TESTIMONIOS MÁS ANTIGUOS - Entre los testimonios más antiguos de la catequesis cristiana primitiva (fuera del NT) es preciso citar, sobre todo, la Didajé o Doctrina de los Apóstoles (s. I): es un escrito judeocristiano, que presupone un cierto período de instrucción catequética, una especie de "manual del misionero" o apóstol. También habría que citar la Epístola de Bernabé (enseñanza elemental y completa dirigida a bautizados, a comienzos del s. II), la Epístola de los XI Apóstoles (escrito del s. II conservado en copto y en armenio).

Especial mención merece la Apología 1, de Justino, obra escrita en Roma a mediados del s. II. Esta Apología, dirigida a los emperadores romanos, habla de la existencia de un breve periodo de preparación al bautismo, al parecer muy simple. En efecto, se trata de un tiempo "dedicado a la instrucción, a los ayunos y a la oración"; se requiere "creer que son verdaderas las cosas enseñadas y dichas", "la promesa de vivir de este modo" y "aprender a rezar y a pedir con ayunos el perdón de los pecados": "Nosotros, después de haber bautizado al que ha creído y se ha unido a nosotros, lo llevamos a los llamados hermanos, allí donde están reunidos". Justino habla del bautismo como de una iluminación, "porque quienes han sido instruidos en todo esto tienen el espíritu como iluminado" (Apología 1, 81, 65 y 66).

Es preciso citar también la Demostración de la predicación apostólica, de san Ireneo (hacia 115-203), la primera exposición catequética de la historia de la salvación, y, finalmente, el Pastor de Hermas (hacia el 140, en Roma), que —no utilizando todavía la palabra catecumenado— manifiesta la existencia de un tiempo de preparación al bautismo: los candidatos son iniciados en la escucha de la Palabra y han de dar pruebas de conversión.

3. LA INSTITUCIÓN DEL CATECUMENADO - El comienzo del s. III es un momento clave en la historia de la Iglesia: poco a poco, los cristianos se van extendiendo, dejan de vivir en pequeños grupos e invaden la sociedad. Se está configurando un nuevo modo de situarse la Iglesia en medio del mundo: el problema está en saber qué conservar y qué rechazar de las costumbres de aquella sociedad.

Según Eusebio de Cesarea, Panteno había fundado una "escuela de catequesis" en Alejandría. Aún no ha nacido la institución del catecumenado, pero las costumbres y el vocabulario manifiestan la existencia de una seria formación catecumenal. A Panteno le sucede Clemente, hacia el año 190. Los trabajos de Clemente testimonian claramente el uso de la palabra catecúmeno y la práctica de una real disciplina catecumenal. La estructura es muy flexible, hay mezcla de paganos y neófitos. El proceso dura unos tres años. Se valora mucho el esfuerzo intelectual en los catequistas, así como los valores de la filosofía griega. En el Pedagogo, de Clemente de Alejandría, cada detalle concreto de la vida diaria es puesto en confrontación con el mensaje evangélico.

En el norte de Africa, Tertuliano (hacia 160-220) escribe su Tratado del Bautismo en torno a los años 205-206. Es la primera exposición completa sobre el sacramento (su necesidad, efectos, ritos y figuras del mismo en el AT y NT), de gran influjo en la tradición posterior. La iniciación bautismal es la única entrada en la única fe por sucesivas etapas: paganos, catecúmenos (audientes, o auditores, ingressuri baptismum) y ,Teles. Se requiere, por tanto, un tiempo en que se consolide y verifique la conversión.

La Tradición Apostólica, de Hipólito de Roma, obra escrita hacia el 215, presenta una organización no frecuente del catecumenado, caracterizada por una fuerte estructura. Como es común ya en el s. q I, se distinguen dos estadios dentro del catecumenado: la preparación remota al bautismo (entrada y permanencia en el catecumenado durante unos tres años) y la preparación próxima (que se inaugura con la admisión al bautismo). Con dicha admisión, los candidatos al bautismo, hasta ahora oyentes (audientes), pasan a ser elegidos (electi). Hipólito fue un sacerdote romano que se opuso violentamente al papa Calixto, a quien acusó de laxismo. La Tradición Apostólica presenta algunos rasgos rigoristas; es, sin embargo, fruto de un esfuerzo pastoral lentamente madurado a lo largo del s. II y refleja fielmente el estado de la liturgia y disciplina romanas a principios del s. ni.

La Didascalia de los Apóstoles, obra escrita en el norte de Siria en la primera mitad del s. nL habla indistintamente de etapas catecumenales (prebautismales) y de etapas penitenciales (posbautismales). Estas son las etapas cateeumenales: la conversión (respuesta al anuncio del Evangelio), la admisión progresiva en la Iglesia (se escucha la Palabra, sin participar en el culto) y la penitencia litúrgica (comienza con la elección y termina con el bautismo).

San Cipriano (hacia 210-258), en su Testimonia ad Quirinum, nos aporta una colección de citas del AT clasificadas según el plan mismo de la catequesis (catequesis dogmática y catequesis moral). Aparecen aquí los mismos textos del AT agrupados del mismo modo que en la primera Carta de Pedro, en la Carta de Bernabé y en la Demostración, de Ireneo.

Orígenes (hacia 185-254) es el primer catequista que conocemos con precisión. Eusebio de Cesarea nos dice cómo llegó a tomar esa opción radical, que le puso incondicionalmente al servicio de la catequesis: "No había nadie en Antioquía dispuesto para catequizar... A los dieciocho años entró en la escuela de catequesis... Viendo que acudían a élnumerosos discípulos, como estaba solo... pensó que era incompatible la enseñanza de las ciencias gramaticales con la que tiene por objeto dar conocimientos divinos, y sin tardar rompió con el primer trabajo. En adelante había de dedicar su vida exclusivamente al estudio de la Escritura y a la formación de catecúmenos, lo cual en esta época de persecuciones era muy peligroso" (Historia Eclesiástica 3,3:7).

Para Orígenes, la iniciación cristiana supone también un cambio real de vida: es preciso consolidar la conversión. Principalmente en su obra Contra Celso encontramos detalles sobre la estructura de la catequesis y la organización del catecumenado. Distingue claramente tres etapas catecumenales: la probación precatecumenal, la probación catecumenal y la probación penitencial pos-bautismal. Entre los catecúmenos distingue los oyentes o auditores (principiantes y convencidos) y los elegidos.

4. EXPANSIÓN Y DECADENCIA - "Desde comienzos del s. III, dice Daniélou, la estructura de la preparación al bautismo ya está determinada en sus líneas esenciales. El s. Iv, fecundo en obras catequéticas de gran envergadura, no hará más que llevarlas a su plena expansión. La abundancia de fuentes que poseemos nos permite conocerlas de modo muy preciso y completo".

En Oriente contamos con Cirilo de Jerusalén (18 Catequesis pronunciadas a lo largo de la Cuaresma y de la semana de Pascua del año 348); Teodoro de Mopsuestia (16 Homilías Catequéticas pronunciadas en Antioquía hacia el 392), san Juan Crisóstomo (Ocho Catequesis, escritas probablemente alrededor del año 390), el Itinerario, de Egeria (una información preciosa y completa sobre la preparación al bautismo en Jerusalén, a finales del s. 1v). En Occidente contamos con Ambrosio (De Mysterüs, catequesis sobre los sacramentos en función de una tipología bíblica, escritas en Milán hacia el año 390-391; también el tratado De Sacramentis, escrito con notas tomadas de catequesis habladas), y con Agustín (algunos sermones prebautismales y, sobre todo, el De Catechizandis Rudibus (hacia el 400), librito capital sobre el método catequético, enviado al diácono Deogracias, que lleva la catequesis en Cartago y se encuentra muy desalentado: sigue la historia de la salvación y se ocupa también de la preparación remota al bautismo y no sólo de la preparación inmediata, como las demás obras).

"La historia del catecumenado, dice Dujarier, se ha desarrollado en tres etapas. A fines del s. III las exigencias de una Iglesia misionera mantienen en serio la preparación bautismal: examen de entrada, largo período de formación, nuevo examen antes de ser admitido al bautismo. Durante los ss. Iv y v, las circunstancias cambian por la conversión de los emperadores. Se constituye una cristiandad. Se desarrolla el período cuaresmal, en detrimento del catecumenado propiamente dicho. Finalmente, el s. Vl sólo conserva ritos más o menos condensados, y el bautismo de niños se impone sobre el catecumenado".

En efecto, las circunstancias cambian. En el año 313, en tiempos de Constantino, el Edicto de Milán decreta la tolerancia del culto cristiano. En el 380, con Teodosio, el Edicto de Tesalónica proclama al cristianismo como religión oficial del Estado. Con ello se establece una nueva situación religiosa y política: la Iglesia pasa de la persecución a la protección oficial; los paganos y herejes son ahora perseguidos; el catecumenado se difunde (primero), para ir desapareciendo poco a poco (después); las masas entran en la Iglesia sin catequizar; y el emperador, a la vez cristiano y depositario de la más alta autoridad temporal, interviene e interfiere en los asuntos de Iglesia.

I/PROTEGIDA: "Combatimos contra un perseguidor insidioso —escribe san Hilario de Poitiers en el s. Iv—, un enemigo que ciertamente halaga... no nos azota, sino que acaricia nuestro estómago; no confisca los bienes para darnos la vida, sino que nos enriquece para darnos la muerte; no nos empuja hacia la libertad encarcelándonos, sino hacia la esclavitud ofreciéndonos honores en su palacio; no hiere nuestros flancos, pero secuestra nuestro corazón; no corta la cabeza con espada, pero mata el alma con oro; no amenaza oficialmente con la hoguera, pero enciende secretamente el fuego del infierno... Adula para dominar; confiesa a Cristo para negarlo; busca la unidad para impedir la paz; oprime a los herejes para que no haya cristianos; construye iglesias para destruir la fe" (Contra el emperador Constancio, 5).

San Juan Crisóstomo (hacia 349-407) es el tipo de hombre de Iglesia, fiel hasta el extremo, a quien toda forma de tomar en consideración las circunstancias políticas y el poder de los grandes de este mundo le parece una traición al Evangelio. Su fidelidad la pagó con el precio de la persecución y el destierro.

En el s. vl el catecumenado queda reducido a la Cuaresma y, además, queda situado en la primera parte de la misa. Con ello la Iglesia ya no tiene otro espacio de acogida que la misa misma, y los catecúmenos deberán adaptarse al sistema de una comunidad preestablecida. Posteriormente hasta se perderá la conciencia de que la cuaresma tuvo algo que ver con el catecumenado. Con la situación de cristiandad se pierde —a gran escala— no sólo el catecumenado como institución, sino —lo que es más importante— el proceso de evangelización y catequización de los adultos, predominando decisivamente la masificación, el cultualismo y la fijación infantil de la catequesis.

III. Vieja cristiandad y tierras de misión

Con los condicionamientos propios de la época, el descubrimiento del Nuevo Mundo y las expansiones coloniales de los ss. xvI y xvIl provocaron nuevamente la cuestión de la preparación bautismal. Dicha preparación fue aconsejada por los teólogos de Salamanca (1541) y declarada obligatoria por los concilios de Méjico (1555) y de Lima (1552), que señalan un tiempo mínimo de treinta días para la instrucción catecumenal. El sínodo de Quito (1570) no fija la duración mínima, sino que habla "de un tiempo conveniente".

1. POR LA VÍA RÁPIDA - De hecho, el tiempo de preparación resulta excesivamente corto. La sacramentalización masiva es arrolladora y la catequesis bautismal dura, como mucho, cinco días. Sólo en un mes (diciembre de 1543) san Francisco Javier administra 10.000 bautizos. Con objeto de promover una preparación más seria, san Ignacio sugiere la creación de "casas de catecumenado". Pero los vientos no iban por ahí: el concilio de Trento (1545-1563) calla sobre la cuestión; y hacen lo mismo los concilios de Lima (1584) y de Méjico (1585), que habían de influir decisivamente hasta el s. xlx en la iglesia latinoamericana. Las decisiones conciliares de Indias se limitan a sugerir que a nadie se le bautice contra su voluntad.

IGNORANCIA RELIGIOSA: En la vieja cristiandad, las cosas no iban mucho mejor. Bartolomé Carranza (hacia 1503-1576), arzobispo de Toledo, denuncia la situación religiosa de su tiempo en su famoso Catecismo, por el cual fue procesado: "Sabemos que hay millares de hombres en la Iglesia que preguntados de su religión, ni saben la razón del nombre ni la profesión que hicieron en el bautismo, sino que, como nacieron en casa de sus padres, así se hallaron nacidos en la Iglesia; a los cuales nunca les pasó por el pensamiento saber los artículos de la fe, qué quiere decir el Decálogo, qué cosa son los sacramentos. Hombres cristianos de título y de ceremonias y cristianos de costumbre, pero no de juicio y de ánimo; porque, quitado el título y algunas ceremonias de cristianos, de la sustancia de su religión no tienen más que los nacidos y criados en las Indias" (Catecismo cristiano 1558, Ed. Católica 1972, 119).

El arzobispo procesado por la Inquisición piensa que la Iglesia necesita una reacción profunda, volviendo a las fuentes de la Iglesia primitiva y, en concreto, a la tradición catecumenal de la misma, que incluía un serio discernimiento antes de la celebración del bautismo o de la confirmación: "En la Iglesia primitiva acostumbraron los Padres de ella que, los que venían a tomar el bautismo con edad y con uso de razón, que llamamos adultos, antes de que se bautizasen fuesen enseñados en las cosas generales y sustanciales de la religión, y no les permitían tomar el bautismo hasta que estuviesen bien instruidos en ellas; y por el tiempo que estaban en esta instrucción antes del bautismo, se llamaban catecúmenos... Pero a los que se bautizaban niños sin uso de razón (porque, desde el tiempo de los Apóstoles, los hijos de los cristianos se bautizaban en esa edad, y de ellos tiene la Iglesia esta tradición y uso), después que llegaban a edad, los catequizaban; y si sabían bien la doctrina cristiana, los confirmaban sus obispos y les ponían la señal y la banda de cristianos. Y unos y otros eran examinados: los grandes, antes del bautismo; y los pequeños, antes de la confirmación. Sin examen y aprobación ninguno era recibido al bautismo... Esta costumbre se guardó muchos años, y era una de las más santas y más útiles que nos dejaron los Apóstoles. De este ejercicio hicieron muchos decretos los antiguos, como refiere Rábano, y en los concilios hay muchos cánones que mandan guardar esta santa costumbre...

Ahora hallamos en esta ignorancia no sólo a los mancebos de quince o veinte años, sino a los hombres de cuarenta y cincuenta años" (o.c., 121-122).

Intentando dar una respuesta a esta situación, agravada por la división de la cristiandad, florecen muchos catecismos: unos son amplios (para sacerdotes y personas cultas) y otros breves (para el pueblo y, especialmente, para los niños). Los Papas insisten en la implantación del Catecismo romano (síntesis bíblica, doctrinal y espiritual para uso de párrocos) y en el Catecismo de Belarmino (para niños). En España destacan, junto al de Carranza, los catecismos de Talavera, Juan de Valdés, Meneses, Constantino, Diego Ximénez, Domingo y Pedro de Soto, Juan de Avila y Martín Pérez de Ayala, predecesores de los catecismos de Astete y Ripalda. Con perspectiva histórica y ante situaciones semejantes en muchos aspectos, podemos hoy constatar que el catecismo, aunque útil, no resuelve todos los problemas.

A finales del s. xvl. el cardenal Sanctorio investiga en las fuentes de la antigua liturgia romana. Su renovación litúrgica y pastoral es divulgada por el carmelita Tomás de Jesús (1564-1627) y, luego, por la nueva Congregación de Propaganda Fide (1622); esta Congregación, a comienzos del s. xlx, determinará que la duración y forma del catecumenado sea decidida por los obispos misioneros.

2. RESTAURACIÓN EN MARCHA - En 1878 el cardenal Lavigerie, fundador de los Padres Blancos, dirige una carta al cardenal Franchi, prefecto de Propaganda Fide, exponiéndole su proyecto de restaurar el catecumenado estricto. Dicho proyecto es aprobado. Ese mismo año dirige sus primeras instrucciones a diez misioneros de Tanzania, en el reino de Buganda. En 1879 el proyecto es puesto en marcha; cuatro años de duración y tres grados escalonados: postulantes (reciben una instrucción elemental durante dos años), catecúmenos (son instruidos en la totalidad del mensaje, durante otros dos años) y candidatos al bautismo (quienes superan la prueba y son admitidos). Los Padres Blancos difundirán el catecumenado en muchas misiones africanas. Junto al cardenal Lavigerie es preciso citar también al Padre Libermann, fundador de los Padres del Espíritu Santo, que ha contribuido también decisivamente a la restauración del catecumenado en tierras de misión.

En la segunda mitad del s. xx. al final del concilio Vat. II, el catecumenado parece estar establecido en las parroquias y sucursales de toda el Africa subsahariana (Camerún, Ghana, Malí, Nigeria, Burundi, Congo, Ruanda, Tanzania, Uganda, Zambia, Rodesia, Unión Sudafricana). En su mayor parte está llevado por catequistas. Su duración es variable: cuatro años, dos, uno, seis meses, dos o tres meses; a veces se deja a la discreción del párroco. En general, lo que mueve a los paganos a inscribirse en el catecumenado es "servir a Dios", "seguir el camino de los padres"; también la promoción humana o consideraciones familiares. El catecumenado suele organizarse con estos objetivos: aprender la doctrina cristiana y las oraciones usuales. Se echa de menos una auténtica iniciación, una verdadera evangelización que culmine en la conversión al Dios vivo y a Jesucristo. En relación con la parroquia, el catecumenado ha ido quedando como una actividad marginal. Asimismo, salvo algunas excepciones, el catecumenado no guarda relación con el tiempo litúrgico.

En medio de una cultura autosuficiente como la del Japón, el misionero siente especialmente la tentación de disimular la novedad radical del Evangelio, el poder que tiene la Palabra de Dios de mover a los hombres de hoy. Entonces, la gente no es situada ante el dilema y la opción de la conversión. Hacia 1965, los misioneros no están de acuerdo sobre cuáles deben ser las condiciones de entrada en el catecumenado; lo mismo sucede con la duración. No obstante, es frecuente la instrucción semanal, que puede durar cerca de un año.

En Vietnam es particularmente interesante la experiencia catecumenal del misionero J. Dournes, que convirtió su misión en centro de catecumenado: se trata de insertar al hombre en ese misterio de la Palabra personal que es Cristo, Palabra que es pan de vida y también verdad que libera. Primero solo, luego con los catecúmenos que van acudiendo, da testimonio de su fe. Desde el principio, todo catecúmeno es un signo para el conjunto de sus hermanos paganos. Cualquiera puede acudir como oyente a las reuniones y celebraciones, excepto a la eucaristía. El oyente se convierte en catecúmeno cuando comienza a creer y supera los mayores obstáculos para su conversión. Los obispos del país mantienen la costumbre de bautizar sin etapas y sin preparación seria, aunque la inmensa mayoría de los así bautizados abandona la Iglesia poco después.

En Formosa, la organización del catecumenado varía según los lugares. La instrucción religiosa, generalmente sobre la base de catecismos tradicionales, se hace en grupos o individualmente. La duración, en principio, es de un mínimo de seis meses, con dos o tres instrucciones por semana. Se detectan problemas: una fe sociológica y utilitaria, el sincretismo y la descristianización.

La renovación bíblica, catequética y litúrgica llega también a las misiones africanas y asiáticas. Poco a poco se irán planteando cada vez más claramente algunas grandes cuestiones: la diversidad de los catecumenados existentes, la interacción entre evangelio y cultura, la reacción frente al centralismo romano, la excesiva institucionalización del catecumenado y el problema de unas líneas esenciales válidas para todo proceso catecumenal.

IV. Restauración del catecumenado

La restauración del catecumenado ha ido madurando lentamente en la Iglesia universal, tanto en tierras de misión como en países de vieja cristiandad; su necesidad se ha ido haciendo sentir en el contexto de una progresiva secularización del mundo contemporáneo.

Ya en 1906 un monje francés, Dom Cabrol, ante la apostasía tan frecuente de los cristianos de nuestro tiempo, propone reservar el bautismo de niños para el caso de familias verdaderamente cristianas, adoptando de nuevo, para los demás, el bautismo de adultos, que recuperaría así su plena significación.

A partir de 1930 se observa una gran corriente misionera en toda Francia: no se trata ya de "pescar con caña", sino que el problema es más profundo: "Hay que hacer de nuevo cristianos a nuestros hermanos". No se trata de la conversión aislada de un adulto, sino de poner en marcha todo un ambiente a partir de un adulto que toma conciencia de su fe. El problema es colectivo. Francia es país de misión, dirán en su impresionante libro H. Godin e Y. Daniel (Lyon, 1943): en él aparece varias veces la idea e incluso la palabra catecumenado.

1. BAJO EL SIGNO DE LA RENOVACIÓN - Hacia 1950, la misión obrera francesa comienza a dar sus frutos entre trabajadores (muchos de ellos emigrantes) que o no son católicos o no son cristianos o simplemente no están bautizados (en ciertas zonas industriales o urbanas francesas un tercio de los niños no lo están).

El primer catecumenado francés nace en Lyon en 1950: con la ayuda de un sacerdote, las Auxiliadoras del Purgatorio organizan la iniciación sacramental. Entre 1950 y 1953 se realizan las primeras experiencias, que son apoyadas por profesores de la Facultad de Teología de Lyon. En 1955, F. Coudreau se encarga de la coordinación de experiencias catecumenales a nivel nacional. En 1956, la Sesión de Estudios de Bagneux (3-5 diciembre) cuenta con los datos de una encuesta nacional sobre la institución catecuffienal, así como con la importante aportación de Daniélou, Noirot, Rétif, Liégé, Chavasse, Colomb, Coudreau, Cellier y Arnold.

"El nacimiento de la institución del catecumenado —dice B. Guillard— se debió a la convergencia de varios factores: los estudios históricos sobre el catecumenado, el redescubrimiento de la conversión en los adultos, la voluntad de diálogo con los no cristianos, la preocupación misionera de encontrar a los hombres en su propia vida y, por último, el deseo de ligar el bautismo personal con la promoción colectiva".

En 1962, la Sagrada Congregación de Ritos promulga el nuevo Ritual del Bautismo de Adultos, dividido en diversas etapas, dentro de las cuales los catecúmenos, según el progreso de su formación, son conducidos al bautismo.

El Vat. II (1962-1965) ordena la restauración del catecumenado, con el consiguiente espaciamiento de las diferentes etapas del bautismo del adulto:

• "Restáurese el catecumenado de adultos, dividido en distintas etapas, cuya práctica dependerá del juicio del ordinario del lugar; de esa manera, el tiempo del catecumenado, establecido para la conveniente instrucción, podrá ser santificado con los sagrados ritos que se celebrarán en tiempos sucesivos" (SC 63).

• El catecumenado "no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados, que han de celebrarse en los tiempos sucesivos; introdúzcanse en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14).

Cinco Semanas Internacionales de Catequesis (Eichstát,' 1960; Bangkok, 1962; Katigondo, 1964; Manila, 1967; Medellín, 1968) marcan un decenio decisivo en la renovación catequética contemporánea. En Bangkok, Katigondo y Medellín preocupa especialmente la catequesis de adultos y el catecumenado.

A partir de 1965, las experiencias catecumenales comienzan en España como catecumenado posbautismal, es decir, como proceso de evangelización de los bautizados. Por tanto, como catecumenado en sentido amplio, ya que, en sentido estricto, catecumenado indica el proceso de evangelización de quienes se preparan para el bautismo.

En la década de los sesenta, el Instituto de Pastoral de Madrid inspira la implantación del catecumenado en España. Hay que destacar aquí la función del profesor Casiano Floristán, así como la influencia alentadora del catecumenado francés. El concilio Vat. II abre, por su parte, una época de renovación y de esperanza. Al final del mismo, sacerdotes, religiosos y seglares, con el espíritu de los primeros tiempos de la Iglesia, se lanzan a la búsqueda del catecumenado y de la "comunidad perdida" de los Hechos de los Apóstoles.

De forma germinal están presentes ya en las primeras experiencias las tres grandes orientaciones del catecumenado posbautismal en España: la orientación (pluralista) de las comunidades populares, que insisten en la dimensión social y política del Evangelio; la orientación (rígida) de las comunidades neocatecumenales, que destacan más bien la dimensión personal del proceso de evangelización, y la orientación (pluralista) del catecumenado diocesano, que —vinculado habitualmente a los secretariados de catequesis— aspira a integrar las distintas dimensiones (personal, social y eclesial) y abre un espacio eclesial de encuentro de distintas experiencias, métodos e instrumentos.

A partir del concilio, también en Latinoamérica florece el catecumenado posbautismal. La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín (1968) poco después de la Semana Internacional de Catequesis, recoge la aportación de la misma, opta por una catequesis de adultos evangelizadora y liberadora, y propone nuevas formas de catecumenado para una eficaz evangelización de los bautizados (Medellín 7, 9 y 17).

El problema eclesial de la evangelización de los bautizados es recogido posteriormente (1971) por el Directorio General de Pastoral Catequética: "Muchísimas veces la situación real en que se encuentra un gran número de fieles pide necesariamente una cierta forma de evangelización de los bautizados, que precede a la catequesis" (DCG 19). Esta forma de evangelización halla su concreción práctica en las "organizaciones catecumenales" para quienes, estando bautizados, carecen, sin embargo, de la debida iniciación cristiana (ib). El concilio Vat. II prescribió la revisión del Ritual del Bautismo de Adultos teniendo en cuenta la restauración del catecumenado. En cumplimiento de esta orientación conciliar, la Sagrada Congregación para el Culto Divino publica en 1972 el nuevo Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA). Este Ritual, dada la profunda relación entre catequesis y liturgia, es una aportación decisiva a la restauración actual del catecumenado, aunque no todo en él sea igualmente importante.

El problema actual de la evangelización de los bautizados y su tratamiento catecumenal es recogido con carácter de urgencia en la Evangelii nuntiandi (1975) de Pablo VI (EN, cf 44 y 52). El Sínodo de la Catequesis (1977) ha confirmado unánimemente la conveniencia de los procesos catecumenales (diversos métodos de iniciación a la vida cristiana), no sólo para los que no están bautizados, sino también para los que aún no han recibido una adecuada educación en la fe cristiana.

Los obispos del Sínodo valoraron como cuestión de máxima importancia la introducción en las iglesias locales de catecumenados para bautizados. Ciertamente, no pretendieron presentar la institución catecumenal como único proceso catequético, pero sí se tomó conciencia de la necesidad, para nuestro tiempo, de que todo proceso catequético tenga una inspiración catecumenal: "El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal" (MPD 8). Como cuestión de máxima importancia, el catecumenado prebautismal requiereen muchas regiones experiencias y estudios más amplios. Al fin y al cabo, no se trata de una fórmula mágica hecha de una vez por todas, sino de una maduración progresiva de lo que significa evangelizar.

Los obispos del Sínodo reconocen en la pastoral catecumenal (tan necesaria como difícil) un gran servicio a la fe del Pueblo de Dios: por ello perciben como responsabilidad propia de los pastores de la Iglesia suscitar las experiencias catecumenales, animarlas, promover la coordinación y diálogo entre ellas, ejercer un necesario discernimiento, establecer los necesarios servicios de índole diocesana y nacional, facilitar una general toma de conciencia del valor eclesial de estas instituciones (cf Proposición 30).

Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Catechesi Tradendae (1979), no aborda directamente el problema del catecumenado prebautismal; sólo hace algunas alusiones al mismo (cf 23 y 28); sí aborda, en cambio, bajo el título de "cuasicatecúmenos" el problema del catecumenado postbautismal (cf 44).

2. ETAPAS DEL CATECUMENADO - Recogiendo la tradición viva de la Iglesia, el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos señala (en las observaciones previas) las distintas etapas de instrucción y maduración que se suceden en el proceso catecumenal: a) La evangelización y el precatecumenado, b) El catecumenado propiamente dicho, c) La purificación e iluminación, d) La mistagogia (cf RICA 7).

a) La evangelización y el precatecumenado. La primera etapa, por parte del futuro catecúmeno, exige búsqueda, y por parte de la Iglesia, se dedica a la evangelización y "precatecumenado":

• "En ese período se hace la evangelización, o sea, se anuncia abiertamente y con decisión al Dios vivo y a Jesucristo, enviado por él para salvar a todos los hombres, a fin de que los no cristianos, al disponerles el corazón el Espíritu Santo, crean, se conviertan libremente al Señor y se unan con sinceridad a él, quien por ser el camino, la verdad y la vida satisface todas sus exigencias espirituales; más aún, las supera infinitamente" (RICA 9).

• "De la evangelización, llevada a cabo con el auxilio de Dios, brotan la fey la conversión inicial, con las que cada uno se siente arrancar del pecado e inclinado al misterio del amor divino. A esta evangelización se dedica íntegramente el tiempo del precatecumenado, para que madure la verdadera voluntad de seguir a Cristo y de pedir el bautismo" (RICA 10).

• "En este tiempo se ha de hacer por los catequistas, diáconos y sacerdotes, y aun por los seglares, una explanación del Evangelio adecuada a los candidatos; ha de prestárseles una ayuda atenta para que con más clara pureza de intención cooperen con la divina gracia y, por último, para que resulten más fáciles las reuniones de los candidatos con las familias y con los grupos de los cristianos" (RICA 11).

• "El rito por el que se agrega entre los catecúmenos a los que desean hacerse cristianos se celebra cuando, recibido el primer conocimiento del Dios vivo, tienen ya la fe inicial en Cristo salvador. Desde entonces se presupone acabada la primera evangelización, el comienzo de la conversión y de la fe, y cierta idea de la Iglesia, y algún contacto previo con un sacerdote u otro miembro de la comunidad, y hasta alguna preparación para este orden litúrgico" (RICA 68).

La fase precatecumenal concluye con la entrada en el catecumenado. La primera evangelización, acogida por el futuro catecúmeno en situación de búsqueda, da como fruto la incorporación voluntaria del mismo al catecumenado. La Iglesia celebra con gozo este acontecimiento y así da su acogida al nuevo catecúmeno. Desde ese momento, el que se prepara al bautismo no es un individuo aislado, vive en comunidad; esta comunidad —la Iglesia— lo acoge en su seno. El rito de entrada en el catecumenado se desarrolla fuera, a la puerta de la Iglesia. Es todo un símbolo.

La celebración de la acogida comienza con este diálogo: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios? - La fe - ¿Qué te da la fe? - La vida eterna". Con estas o parecidas palabras se actualiza lo que fundamentalmente se ha vivido en la fase precatecumenal. El que preside, en nombre de toda la comunidad, muestra el gozo y satisfacción de la Iglesia y evoca, si lo juzga oportuno, las circunstancias concretas, las dificultades superadas y los sentimientos religiosos conque el nuevo catecúmeno se enfrentó al comenzar el itinerario que le ha conducido al paso actual.

Concluido el diálogo, el que preside la celebración, acomodando de nuevo sus palabras a las respuestas recibidas, proclama el cumplimiento de la historia de la salvación en el itinerario del nuevo catecúmeno, con estas o parecidas palabras: "Dios ilumina a todo hombre que viene a este mundo y le .manifiesta lo que permaneció invisible desde la creación del mundo para que aprenda a dar gracias a su Creador. A vosotros, pues, que habéis seguido su luz, he aquí que ahora se os abre el camino del Evangelio, para que sobre el fundamento de la fe conozcáis al Dios vivo, que habla en verdad a los hombres; y para que caminéis en la luz de Cristo, confiéis en su sabiduría y pongáis vuestra vida en sus manos cada día y podáis creer de todo corazón en él. Este es el camino de la fe, por el cual Cristo os conducirá en la caridad, para que tengáis la vida eterna". Los nuevos catecúmenos se encuentran ya situados en la historia de la salvación, pues —así se les dice— "habéis seguido su luz". Pero, al propio tiempo, se encuentran ante ella: "Se os abre el camino del Evangelio". Y surge la pregunta: "¿Estáis, pues, preparados para empezar hoy, guiados por El, ese camino?" (cf RICA 76). "Estamos preparados", responden los nuevos catecúmenos, y manifiestan así su primera adhesión. Tal adhesión es expresión y resultado de la conversión inicial. "Esta conversión —dice el concilio Vat. II—hay que considerarla ciertamente inicial, pero suficiente para que el hombre perciba que, arrancado del pecado, es introducido en el misterio del amor de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación personal con El en Cristo. Puesto que, por la acción de la gracia de Dios, el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre, perfecto en Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse paulatinamente durante el catecumenado" (AG 13).

Ante la conversión inicial y la primera adhesión, la comunidad eclesial da gracias al Padre, porque, a la postre, la fe es algo que se recibe y no algo que viene por obra nuestra (cf In 5,65).

A continuación, el nuevo catecúmeno recibe la señal de su nueva condición, la señal de la cruz, la señal del cristiano. El catecúmeno es acogido como miembro de la Iglesia: "Los catecúmenos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella, y la madre Iglesia los abraza en amor y solicitud como suyos" (LG 14).

Incorporados a la Iglesia, los nuevos catecúmenos son introducidos en el templo con estas o parecidas palabras: "Entrad en el templo para que tengáis parte con nosotros en la mesa de la Palabra de Dios". Comienza la fase propiamente catecumenal, la fase de la escucha de la Palabra de Dios. Por ello, quienes se encontraban en esta fase se llamaban catechumenoi (Oriente) y audientes (Occidente).

b) El catecumenado propiamente dicho. Durante el tiempo del catecumenado, los catecúmenos acogidos en el seno de la comunidad eclesial van siendo engendrados a la vida de fe, es decir, por la gracia del Espíritu, van reconociendo que Jesucristo está en ellos (2 Cor 13,5; cf 1 Cor 12,3; He 2,36) y van convirtiendo su corazón al Padre y a Jesucristo, el Señor (He 2,37s; Lc 10,27). La comunidad les transmite lo que ella a su vez ha recibido (cf 1 Cor 15,3). Con la experiencia de fe les va transmitiendo también todo el mensaje cristiano. Es la actividad catequética de la Iglesia (cf He 2,42); no sólo como catequesis dogmática, sino también e inseparablemente como catequesis moral. Asimismo les va introduciendo gradualmente en las celebraciones, símbolos, gestos y tiempos de la actividad litúrgica de la comunidad total (cf He 2,42). Igualmente va suscitando su actividad evangelizadora, que consiste en anunciar aquello que se cree y se vive (cf He 4,31). Cuando la experiencia comunitaria de fe ha madurado en ellos, los catecúmenos son, por lo mismo, iluminados (photizomenoi, Oriente; cf Heb 6,4; 10,32; Ef 5,8; Mt 5,14; Jn 8,12; 12,36) o elegidos (electi, Occidente; cf Mt 22,14; Mc 13,20; 13,22; 13,27; Lc 18,7; Rom 8,33; Col 3,12). La celebración de este acontecimiento (iluminación, elección) señala el fin del catecumenado propiamente dicho y abre el tiempo de preparación inmediata al bautismo, tiempo que tradicionalmente coincide con la Cuaresma (cf RICA 99 y 106).

El nacimiento a la fe (y la necesaria conversión) supone un acontecimiento tan trascendental en la vida de una persona y un cambio tan profundo, que no puede ser aceptado sin experimentar dificultades, luchas, resistencias. Estar en situación de éxodo no es posible sin cruzar, al propio tiempo, el desierto y experimentar la tentación.

El catecúmeno, miembro en parte de la humanidad irredenta, debe ser arrancado del poder de Satán, príncipe de este mundo (cf Jn 12,31; 16,11). El catecúmeno debe ser liberado de todo género de mal: la influencia de los pecados de otros, las malas inclinaciones del propio corazón y los errores anteriores sobre Dios, el hombre y el mundo.

La lucha, la conversión del catecúmeno, adquiere dimensión y profundidad bíblicas: los momentos de tentación, de indecisión, de tinieblas, de desesperación que un día se presentaron, vuelven a aparecer (cf Mt 12,43-45). Frente a todo eso, una y otra vez, la paz, la bondad, la alegría, la acción de Dios. En una palabra: expulsión del espíritu malo (cf Mc 9,25), acogida del Espíritu bueno (cf Jn 20,22), lucha de la luz contra las tinieblas (cf Jn 1,5; 3,19), exorcismo.

Los exorcismos (primeros o menores en la fase propiamente catecumenal) pueden repetirse en diversas circunstancias; normalmente se hacen durante la celebración de la Palabra. Muestran ante los ojos de los catecúmenos la verdadera condición de la vida cristiana, la lucha entre la carne y el espíritu, entre la luz y las tinieblas, la importancia de la renuncia para conseguir las bienaventuranzas del Reino de Dios y la necesidad constante de su gracia. En la oración de exorcismo, la Iglesia pide que se retire el mal que amenaza al hombre, un mal que está por encima del hombre, pero por debajo de Dios (cf RICA 101, 109, 118).

Las bendiciones normalmente se dan al finalizar la celebración de la Palabra de Dios (también en otras circunstancias). Manifiestan el amor de Dios y la solicitud de la Iglesia. Así, de ella, los catecúmenos reciben ánimo, gozo y paz en la continuación de su esfuerzo y de su camino. Extendiendo las manos sobre los catecúmenos, se pronuncia una oración semejante a ésta: "Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz" (nn. 6,24-26).

La fase catecumenal se prolonga cuanto sea necesario para que madure la conversión y la fe de los catecúmenos; si fuere preciso, por varios años. En casos peculiares, puede abreviarse (cf RICA 98).

La fase catecumenal concluye con la celebración de la elección. Esta celebración tradicionalmente tuvo lugar al comienzo de la Cuaresma (el primer domingo). La elección es como el centro de la atenta solicitud de la Iglesia hacia los catecúmenos, como el eje de todo el catecumenado. Ese día se realiza la admisión de los catecúmenos que, por su disposición personal, sean considerados maduros para acercarse a los sacramentos de la iniciación en la próxima Pascua. Se llama "elección" porque la admisión, hecha por la Iglesia, se funda en la elección de Dios, en cuyo nombre actúa ella; se llama también "inscripción de los nombres", porque los nombres de los futuros bautizados se inscriben en el libro de los elegidos. Dice san Gregorio de Nisa: "Dadme vuestros nombres para que yo los escriba con tinta. El Señor los grabará en tablas imperecederas, inscribiéndolos con su propia mano" (Adversus procrastinantes, PG, 46, 417B). Para ser elegidos se requiere de ellos la fe iluminada y la voluntad deliberada de recibir los sacramentos de la Iglesia (cf RICA 21-24 y 133-142).

Ser inscrito en el libro de los elegidos, en el libro de la Iglesia, es quedar incluido entre los ciudadanos de la Jerusalén celeste: "Desde ahora ya estás inscrito en el cielo" (Teodoro de Mopsuestia). Esto es lo que dice Jesús a sus discípulos cuando vuelven alegres, asombrados, por haber anunciado con poder el Reino de Dios: "No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos" (Lc 10,20; cf Ap 20,13; 3,1.5). En la elección, centro y eje de todo el catecumenado, la iniciativa corresponde, por encima de todo, a Dios: "Nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1,4; cf Col 3,12; Rom 8,33; 11,5; Sant 2,5; 1 Pe 2,9). Tal elección, como todo el plan de Dios, se realiza en Cristo: "Yo conozco a los que he elegido" (Jn 13,18). Y también: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (15,16; cf 6,70).

c) La purificación o iluminación. Con la fiesta de la elección, comienza la fase de la purificación o iluminación; tradicionalmente coincide con el tiempo de Cuaresma y es dedicada a la preparación próxima de los sacramentos de iniciación (bautismo, confirmación, eucaristía). Esta fase es inaugurada en un clima de hondo lirismo y gozo eclesial: "Ya os llega un perfume de felicidad, iluminados. Ya estáis recogiendo las flores místicas para tejer con ellas coronas celestes. Ya el Espíritu Santo ha inspirado el dulce olor" (san Cirilo de Jerusalén, Procatequesis, 1). "Tiempo de gozo y alegría espiritual es éste en que nos encontramos. Flan llegado los días de las bodas espirituales, objeto de nuestro anhelo y de nuestro amor" (san Juan Crisóstomo, Ocho catequesis 1,1). Los elegidos (o iluminados) son invitados a permanecer vigilantes, a orar, a purificar y renovar sus corazones por la conversión y a asistir asiduamente a las catequesis, camino que lleva a la plenitud de la Pascua. Este camino va a ir jalonado durante la Cuaresma por reuniones casi diarias. Es una fase breve, pero muy intensa. En ella se celebran los escrutinios, los exorcismos y las entregas (traditiones).

Los "escrutinios" (son tres) se celebran tradicionalmente los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma y tienen esta finalidad: descubrir en los corazones de los elegidos lo que es débil, morboso o perverso para sanarlo y lo que es fuerte, sano y bueno para reforzarlo y confirmarlo. Los escrutinios conducen al reconocimiento de sí mismo y de la propia situación. Son como un diagnóstico. Corresponden a la función pastoral del discernimiento. En los escrutinios los catecúmenos conocen gradualmente el misterio del pecado, del cual todo el universo, y cada hombre en particular, anhela redimirse y verse libre de sus consecuencias actuales y futuras; además, sus corazones se impregnan progresivamente del misterio de Cristo y se convierten de la sed al agua viva, como la samaritana (Jn 4,5-42); de la ceguera a la luz, como el ciego de nacimiento (Jn 9,1-41); de la muerte a la vida, como Lázaro (Jn 11,1-45).

Los "exorcismos" ocupaban un lugar de preferencia en la liturgia bautismal antigua. La Traditio Apostolica de Hipólito dice que son diarios: "A partir del día que son elegidos, que se les imponga cada día las manos exorcizándoles" (Traditio, 20). No obstante, los exorcismos se celebran de un modo especial los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma, junto a los escrutinios. La función pastoral del exorcismo pretende principalmente arrancar poco a poco al futuro bautizado de las fuerzas del mal y adherirlo a Cristo. Si el escrutinio es un diagnóstico, un discernimiento, el exorcismo es una cura. El tiempo de preparación al bautismo es un tiempo de lucha, de tentación. Por ello, el relato de la tentación de Jesús abre la liturgia de Cuaresma.

El exorcismo se funda en la certeza de que Dios continúa comunicando al hombre en situación desesperada de esclavitud e impotencia una salvación que jamás podría darle ninguna liberación humana (psicológica, sociológica, económica...). Es Cristo mismo quien combate para separar al futuro bautizado del príncipe de las tinieblas. Abandonado a sus fuerzas, el hombre no puede despegarse de ese poder del mal que le cautiva.

Desde la antigüedad las entregas (traditiones) del Símbolo (Credo) y de la Oración dominical (Padrenuestro) pertenecen a la fase de la purificación; tradicionalmente, el Símbolo se entrega dentro de la semana del primer escrutinio; la Oracion dominical, después del tercero (cf RICA 53). "Con las 'entregas', una vez completada la preparación doctrinal de los catecúmenos, o, al menos, comenzada en el tiempo oportuno, la Iglesia les entrega con amor los documentos que desde la antigüedad constituyen un compendio de su fe y de su oración" (RICA 181).

La entrega del Símbolo es un acto fundamental que contiene todo el significado de la catequesis. Al entregar el Símbolo, la Iglesia transmite a los que van a ser bautizados la fe; por eso lo convierte en un acto litúrgico: se celebra la transmisión de la fe (cf 1 Cor 15,3; Dt 6,1-7; Sal 18; Rom 10,8-13; 1 Cor 15,1-8; Jn 3,16; Mt 16,13-18; Jn 12,44-50). La tradición de la Iglesia está ahí presente y operante en toda la plenitud de su sentido. La catequesis se manifiesta entonces en toda su dimensión, como realización actual y viva de la tradición oral de la Iglesia. La misión del Símbolo es expresar resumidamente el contenido de la tradición; su origen es esencialmente catequético. Su formulación puede variar, pero el Símbolo constituye siempre un conjunto elemental y completo del mensaje cristiano de la salvación.

Transmitir la fe es también iniciar en la oración, enseñar a orar. El que va a ser bautizado pide a la Iglesia lo que losdiscípulos pidieron a Jesús: "Maestro, enséñanos a orar" (Lc 11,1; cf 11,1-13). Al entregar la Oración del Señor (Padrenuestro), la Iglesia celebra la iniciación a la oración de los nuevos creyentes. El /.Padrenuestro es la oración específica de los creyentes, es decir, de los que ponen su confianza en el Padre, porque son hijos (cf 1 Jn 3,1; cf Os 11,1-9; Sal 22; Rom 8,14-27; Gál 4,4-7). Durante los quince días que siguen a la entrega del Padrenuestro se hace una catequesis intensiva sobre la oración cristiana.

De ordinario, la iniciación cristiana de los adultos, su nacimiento a la fe, se celebra en la santa noche de la Vigilia Pascual. Es la celebración del bautismo. Nada resalta mejor el carácter de muerte al pecado y de conversión a Dios, que señala toda la preparación al bautismo, como el rito final de la renuncia a Satanás y de la adhesión a Cristo. La adhesión a Cristo constituirá el acto de fe que se requiere para el bautismo (cf RICA 208, 217, 219; cf He 20,21). Según el antiguo uso, con el bautismo se celebra la confirmación y la eucaristía (cf RICA 34-36).

d) La mistagogia. La última etapa, tradicionalmente realizada en el tiempo pascual, se dedica a la catequesis mistagógica, es decir, a la profundización en la nueva experiencia de los sacramentos y de la comunidad. Es la etapa de los neófitos.

Jesús López

BIBL.—AA. VV., El catecumenado, en "Actualidad catequética". 74-75 (1975).—AA. VV.. Catequesis de niños, ¿adónde va?, Marova, Madrid 1977.—AA. VV., n. 22 de "Concilium" (1967).—AA. VV., Oración y catequesis, Maro-va, Madrid 1971.—AA. VV., Medios audiovisuales y catequesis, Marova, Madrid 1971.—Daniélou, J.-Charlat, R. de, La catequesis en los primeros siglos, Studium, Madrid 1975.—Directorio general de pastoral catequética, Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1973.—Dodd, C.H, La predicación apostólica y sus desarrollos, Apostolado Prensa, Madrid 1974.—Dujarier, M, A history of the Catechumenate. The First Six Centuries, Sadlier 1979.—Floristán, C, El catecumenado, PPC. Madrid 1972.—González Ruiz, J. M,El evangelio de Pablo, Marova, Madrid 1977.—Jungmann, J. A, Catequética, Herder. Barcelona 1957.—López J, El problema de la reiniciación en España y Líneas básicas del catecumenado, en Iniciación al catecumenado de adultos, Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid 1979.—Movilla, S, Del catecumenado a la comunidad, Paulinas, Madrid 1982.—Paulhus, E.-Mesny, J, La catequización de los inadaptados, Marova, Madrid 1971.—Placer ligarte, F, Desacralización y catequesis, PPC, Madrid 1973.—Ritual de la iniciación cristiana de adultos, Comisión Episcopal de Liturgia, Madrid 1976.—Ruiz Diaz, J, Catequesis de adultos, 1-II, Marova, Madrid 1972.