ANCIANO

SUMARIO: 

I. Contexto socio-cultural: 
    1. Situación; 
    2. Perspectivas 

II. La espiritualidad del anciano: 
    1. Prepararse para la ancianidad; 
    2. Peligros y valores de la ancianidad: 
        a) El "presente" del anciano, 
        b) El "futuro" del anciano 

III. El anciano y la comunidad de fe: 
    1. Exigencia de complementariedad: 
    2. Comunión afectiva.


I. Contexto socio-cultural

1. SITUACIÓN - Biológicamente, después de los cuarenta se comprueba una lenta involución, cuyo principio fisiológico viene de atrás. Hacia los sesenta, se entra en la llamada "tercera edad".

No consta hasta ahora que el progreso sanitario prolongue el término máximo de vida para la especie humana, que oscila en torno a los cien años; pero si permite a un número cada vez mayor de personas alcanzar una edad avanzada.

Se está registrando una proporción diversa entre el número de personas que han superado los sesenta años y los más jóvenes en comparación con las generaciones precedentes; y este fenómeno se acentúa cada vez más en los países más desarrollados, donde concurren una mayor eficiencia sanitaria y la disminución de la natalidad.

A la problemática cuantitativa del mayor número de personas ancianas se añade la problemática social y psicológica provocada por el progreso tecnológico, que tiende a marginar a las personas conforme avanza su edad. La experiencia del anciano es menos apreciada que la ductilidad juvenil para adaptarse a la novedad científica. De ahí que se prefiera al joven en vez de la persona más adulta.

La consecuencia es inhumana: la sociedad actual prolonga la vida, pero quita el interés por ella. El anciano se siente como aislado, marginado, rebasado, y la sociedad comienza a interrogarse sobre la carga económica de los ancianos, particularmente si no son autosuficientes. La ancianidad, como el sufrimiento [Enfermo/sufrimiento] y la muerte [Muerte/resurrección], ponen en crisis nuestras concepciones de la vida.

2. PERSPECTIVAS - A nivel sociológico, se propone la hipótesis de aplazar la edad de la jubilación, habida cuenta de que el progreso sanitario y la misma tecnificación permiten a la persona prolongar más la actividad laboral, y también para que no recaiga en un grupo relativamente reducido la carga de los más jóvenes y de los más ancianos. Propuesta válida, pero que desplaza y no resuelve el problema.

Se propone también aplazar lo más posible el internamiento de las personas ancianas, promoviendo nuevas formas asistenciales: asistencia a domicilio, ambulatorios y centros recreativos especialmente dispuestos. La orientación es mantener lo más posible a la persona anciana en su ambiente natural o, por lo menos, establecer residencias de tipo hotelero adaptadas en su estructura a las personas ancianas, y que den la sensación de naturalidad del ambiente, ya sea por la convivencia mixta, ya por la posibilidad de movimiento, ya por la participación activa de los huéspedes, que deben sentirse sujetos responsables.

A nivel psicológico, se invita a las personas a habituarse ya antes de la ancianidad a fomentar amistades e intereses, además de los vínculos familiares y profesionales, a fin de que la vida conserve vivacidad incluso cuando lleguen a faltar los vínculos familiares y los intereses profesionales [Amistad].

La persona anciana ha de vigilar la dieta, pero no debe reducir la actividad física y el interés cultural y social, aunque evitando exageraciones que, si para todos son nocivas, lo son sobre todo más para una persona anciana.

Perspectivas válidas, sin duda; pero, en el fondo, queda en pie el interrogante: ¿Qué sentido tiene la ancianidad?

II. La espiritualidad del anciano

1. PREPARARSE PARA LA ANCIANIDAD - Un enfoque de la vida fundado en la eficiencia personal, social y religiosa provoca repulsa psicológica a reflexionar sobre la propia ancianidad más o menos remota. ¿Es realista y humano un enfoque de vida que no sabe dar sentido a la totalidad de la existencia terrena? ¿Tiene sentido esta carrera desenfrenada hacia el placer y la afirmación de si, cuando ya antes de alcanzar estas metas se advierte que las fuerzas van a menos? Es necesario conquistar ya de jóvenes una visión de la vida y una espiritualidad capaces de dar un sentido más profundo a cada una de las edades de nuestro existir.

Para el cristiano, la edad no se mide por el tiempo cronológico, sino por la propia maduración en Cristo. Para esto no basta nacer; es preciso "renacer" con el renacimiento que proviene "del Espíritu" (Jn 3,6) y que implica una continua conversión a los valores del Espíritu para crecer "hasta que todos lleguemos a constituir el estado del hombre perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13). Así pues, nuestra edad, nuestra madurez se mide por la comunión eciesial verificada en Cristo.

Las pruebas para verificar nuestra espiritualidad están a nuestro alcance:

¿Sobrevaloramos la eficiencia, el efecto externo, aunque sea apostólico, la estima humana? ¿Nos esforzamos por comprender a los demás, aunque tengan una edad y una mentalidad diversas? ¿Procuramos no tenernos por indispensables, sonreímos ante nuestras limitaciones y sabemos adaptarnos a situaciones imprevistas? ¿Apreciamos los momentos de distensión, buscamos pausas de reflexión, sabemos gozar de las pequeñas alegrías, de la naturaleza, de la serenidad fraterna, y sonreír incluso cuando sufrimos contrariedades? ¿Sabemos encontrar tiempo para escuchar a Dios y dirigirle nuestra oración con un poco de tranquilidad de espíritu?

Los tiempos de silencio y de contemplación corren el riesgo de desaparecer; mas con ello perdemos una fuente de humanización y de espiritualidad. Corremos el riesgo de perdernos a nosotros mismos en el frenesí de la actividad; y cuando esa actividad está a punto de cesar, entonces creemos que lo hemos perdido todo sólo porque no estamos habituados a encontrarnos a nosotros mismos, a Dios y al prójimo más allá de la actividad exterior.

Es preciso un clima diverso, una espiritualidad interior, para que madure nuestra edad en Cristo.

2. PELIGROS Y VALORES DE LA ANCIANIDAD - La vitalidad psicológica se estimula con el interés por el presente y el futuro. La crisis de la ancianidad, a nivel psicológico, parte de una percepción más o menos vaga que se tiene poco presente, reduciendo así el propio futuro. De ahí el espontáneo volverse a los recuerdos del pasado. Son recuerdos legítimos, proque están enriquecidos por muchos momentos de vida intensa; pero pueden constituir una evasión del presente. No se da vitalidad a la existencia evadiéndose del presente; no se vive en el pasado; solamente se camina si existe una meta, un futuro.

¿Cuál es el presente y el futuro de una persona anciana?

a) El "presente" del anciano. Aceptación de la propia edad y de la sociedad en que se vive. Es el primer requisito realista, porque no se puede vivir sólo de fantasía o de irritación neurótica.

La persona, en cualquier edad, ha de tomar conciencia de los condicionamientos psicofisiológicos y ambientales. El anciano debe haber madurado en esta "sabiduría de vida".

Evite el anciano querer imponer sus propias directrices a los hijos ya adultos, aunque convivan con él y continúen su actividad profesional; no presuma de ser un experto absoluto -aunque tiene pleno derecho a aportar su propia contribución de reflexión- y sepa estimular el acceso de personas nuevas a los puestos directivos, ofreciendo también el don de sus propias renuncias.

No por estos motivos el anciano está privado de un "presente" propio, que consiste en un testimonio maduro de sabiduría, entendida como visión global y espiritual de la vida. Esta es la típica perspectiva del anciano que se recuerda en la Biblia, incluso en el NT, en el que se adoptó la palabra griega "presbítero" (que significa literalmente "anciano") para designar a quienes son consagrados como guías espirituales y autorizados de las comunidades cristianas.

El anciano no se convierte automáticamente en maestro de vida, según lo recuerda también la Biblia. Es sintomático a este respecto el episodio de Susana, salvada por el joven Daniel de la perversidad de los dos jueces ancianos (Dan 131-63).

La sabiduría, como percepción global de los valores de la vida, es un don de Dios, y madura en la comunicación con El: "Toda sabiduría viene del Señor y con El está eternamente" (Eclo 1,1), yunque el hombre no lo advierta.

Compete a los individuos y ala comunidad cristiana dejarse compenetrar por la sabiduría, don del Espíritu Santo, y madurar espiritualmente. El salmista canta esta fecundidad del espíritu, que es aún más lozana en el anciano si es "justo", es decir, riel a Dios: "El justo florecerá como palmera, se alzará como cedro del Líbano... En la vejez aún llevará fruto; se mantendrá lozano y florido, para anunciar lo recto que es Yahvé" (Sal 92,13.15-16).

El testimonio de fe es un compromiso que se deriva del bautismo, el cual nos ha hecho participes del sacerdocio y del profetismo de Cristo. Este compromiso asume en la persona anciana un carácter particular, porque está encarnado y es trasmitido por una prolongada experiencia de vida. Esta experiencia puede manifestarse bien en una fidelidad que se ha cultivado desde la juventud, bien en una capacidad de conversión que refleja un itinerario sufrido y madurado en Cristo.

Este itinerario espiritual se evidencia en los santos, incluso no canonizados, que justamente hacia el último periodo de su existencia han sabido demostrar una comunión más intima con Dios y una mayor comprensión y sensibilidad hacia los demás.

Este crecimiento del espíritu no es fácil. Existe el riesgo de dejarse vencer por el cansancio, de replegarse en si mismo, de caer en la aprensión, en el ansia, en las pequeñas compensaciones terrenas. Es lo que recuerda el apóstol Pablo, tan realista en sus cartas pastorales: "Que los ancianos sean sobrios, hombres ponderados, prudentes, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia; que las ancianas igualmente observen una conducta digna de personas santas, que no sean calumniadoras, ni dadas al mucho vino, sino capaces de instruir en el bien, a fin de que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, honestas, cuidadosas de los quehaceres domésticos..." (Tit 2,2-5).

Una dificultad que encuentran los ancianos es cómo trasmitir esta experiencia suya cristiana de vida, cómo enseñar el bien, de acuerdo con la invitación de Pablo. Es una dificultad real, pues, por desgracia, existe alergia a las intervenciones de los ancianos. De ahí un sentido de frustración, como si la vida de los ancianos no tuviera ya sentido para los demás.

Debemos recurrir a la ley del grano de trigo, que parece morir, pero suscita vitalidad (Jn 12,24); al >misterio pascual, que se completa cuando Cristo es abandonado de todos y dejado humanamente impotente en la cruz; debemos renovar nuestra fe en aquella comunión de los santos que constituye la energía profunda y vital de que se sirve el Espíritu Santo para completar la redención de Cristo.

También a nivel psicológico se reconoce que existen diversas posibilidades de comunicación, y que a menudo las no verbalizadas pueden tener mayor influencia. No raras veces, al morir una persona anciana sentimos un vacío insospechado. Su presencia, quizá inadvertida, quizá considerada pesada acaso por su llamada implícita a una mayor coherencia en la fe, constituía una energía vitalizante, aunque a veces se intentara eludirla como se elude a veces la voz de la propia conciencia.

"Voz del que grita en el desierto" (Le 3,4); así presenta el evangelista a Juan el precursor, refiriendo a él el pasaje de Isaías. El anciano intenta presentar su propio testimonio de fe; testimonio de convicción, de calma interior, de serena disponibilidad, de renuncias valientes, como voz del espíritu, una voz suave y necesaria como la voz de la conciencia; no es presunción de mayor espiritualidad, sino deseo de valorizar este periodo de vida -menos exteriorista- en un apostolado un, poco diverso pero más íntimo, sirviéndose de la situación típica existencial de la ancianidad.

Evite el anciano un espiritualismo equivocado que lo encierre en sí mismo, pretextando que ahora sólo debe pensar en Dios y en bien morir. La espiritualidad verdadera es siempre vitalidad de comunicación con Dios y los hermanos. Esta vitalidad de comunicación puede revestir formas diversas, de acuerdo con las circunstancias concretas; pero requiere mentalidad abierta, capacidad de interés por las diversas expresiones y problemáticas humanas, aunque revisadas con aquella capacidad de desprendimiento y de perspectiva más amplia que se acerca a la perspectiva de la eternidad de Dios y debería caracterizar a la sabiduría del anciano.

Los datos psicobiológicos confirman que, para la mujer, el período de la menopausia provoca una disminución del interés sexual biológico, aunque, por reflejo hormonal diverso, reaviva una tensión sexual psíquica. Para el hombre, la andropausia tiene menor incidencia en la tensión sexual biológica y psíquica. Esta comprobación debe ayudar a los cónyuges a una comprensión recíproca, y ha de hacer comprender a todos, casados o no, que esta vitalidad sexual psíquica continuada es don de Dios, medio para superar el peligro de un egoísmo narcisista y estimulo para una renovada capacidad de comunicación oblativa.

Tal es el "presente" del anciano en una perspectiva cristiana.

b) El "futuro" del anciano. ¿Cuál es su "futuro"? Lo describe el apóstol Pablo: "Por esto no desfallecemos, pues, aunque nuestro hombre exterior vaya perdiendo, nuestro hombre interior se renueva de día en día" (2 Cor 4,18). La perspectiva del creyente consiste en completar en si mismo el misterio pascual, constituido por muchas pequeñas muertes y continuas resurrecciones, a fin de tender a la resurrección definitiva en Cristo. Este es nuestro verdadero y perenne futuro, que da sentido a todas las edades de la vida y que puede expresarse en el anciano con las palabras de Pablo: "Yo ya voy a ser derramado en libación y está muy próximo el momento de mi partida. He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe" (2 Ttm 4,8-7). El anciano creyente sabe darse hasta el final, incluso entre las comprensibles oscilaciones del espíritu por el cansancio psicofísico, y particularmente por los sufrimientos debidos a la pérdida de personas queridas, por falta de comprensión de quienes le conocen, por ausencia de aquella asistencia más adecuada a la que tendría derecho y por la comprensible aprensión que suscita la sensación de una muerte más próxima; pero sabe recobrarse y seguir reaccionando, convencido de que el Señor está a su lado, y a El se confía.

Esta confianza en Dios Padre es lo que ayudará al anciano a no replegarse en preguntas sobre el pasado, que pertenece ya a la misericordiosa comprensión de Dios. Es inútil querer justificarse a toda costa o recriminarse continuamente por los comportamientos adoptados. Mejor es tomar conciencia con serena humildad de que cada uno de nosotros se resiente de sus limites y de la mentalidad del tiempo en que se desarrolla la propia existencia, y comete pecados. Hay que considerar más bien el comportamiento presente, pues este momento de la existencia nos pertenece todavía, y hemos de valorarlo en orden a una respuesta más oblativa a Dios y a quienes están a nuestro lado.

III. El anciano y la comunidad de fe

1. EXIGENCIA DE COMPLEMENTARIEDAD - El dinamismo que provoca la maduración de la persona y el progreso de la convivencia estriba en el conocimiento de la complementariedad que existe entre personas de sexo [ l Sexualidad IV], edad, caracteres, tendencias y opiniones diversas. Cuanto más mixta es la convivencia, mejor se consigue la naturalidad y la estimulación reciproca.

El Génesis revela que esta ley del complemento la ha querido el mismo Creador precisamente para hacernos a su imagen (Gén 1,27; 2,18-23), "porque Dios es amor" (1 Jn 4,8). En cierto modo, cada uno de nosotros ha de sentirse privado de algo (el sentido de la costilla tomada de Adán) y advertir la exigencia de completarse con otro diverso de él. Esta ley de complementariedad existe en todos los niveles de edad y debiera actuarse en una relación afectiva de pareja, de grupo, de convivencia entre los diversos hombres y las diversas mujeres, a fin de abrirse a aquel que es el más diverso y el más complementario: Cristo. Las palabras de Pablo: "No hay judío, ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,28), no significan que quedén abolidas las diferencias, sino que no se las considera ya motivo de división, como ocurre con frecuencia por nuestra condición de pecado; antes bien, constituyen la armonía de los diversos carismas, conforme al plan de la creación y ala nueva ley de la caridad, fuente de nuestra koinonía en el cuerpo único de Cristo.

La tendencia instintiva es hacer al otro semejante a uno mismo, siendo así que hemos sido hechos a imagen de Dios; de ahí que sólo la variedad pueda reflejar la infinita riqueza del Espíritu, y que cada uno, aunque sea dentro de los propios condicionamientos agravados por la propia condición de pecado, pueda reflejar un destello de la "luz verdadera, que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).

A cada uno le corresponde abrirse con estima respetuosa al otro por diverso que sea, e intentar comprenderlo sabiendo que al Padre le incumbe juzgar, porque sólo él escruta "los riñones y el corazón" (Jer 11,20). Se trata de imitar a Cristo, el cual vino no "para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El" (Jn 3,17). Por tanto, una comprensión no carente de discernimiento, que es don del Espíritu Santo, perceptible en proporción a nuestra fe y humildad, al desprendimiento de nuestros esquemas para no confundir la fidelidad ala tradición con el formulismo de las tradiciones humanas reprobadas por Cristo (cf Mt 15,2 y Me 7,3.5). Pablo nos invita: "Procurad que nadie vuelva a otro mal por mal, mas tened siempre por meta el bien, tanto entre vosotros como para los demás. Estad siempre alegres... No extingáis el Espíritu. No despreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Huid de toda especie de mal" (1 Tes 5,15-18.19-22).

Evitemos endurecer nuestra mentalidad y nuestros métodos, aceptemos con ánimo leal y con serena disponibilidad el diálogo con todos, convencidos de que la convivencia en relación fraterna nos enriquece recíprocamente, suscita mayor reflexión en los jóvenes y estimula el dinamismo de los ancianos. Es la dinámica de la evolución y de la maduración humana y cristiana; es vivir la comunión cristiana eclesial, donde cada uno aporta su propio carisma y sabe confiar en el otro, sea más joven o más anciano que él.

Esta comunión eclesial, siempre difícil entre generaciones diversas, lo es hoy aún más por la mayor rapidez de los cambios sociales y eclesiales; en consecuencia, requiere en todos mayor espíritu de comprensión reciproca, convencidos de que toda metodología se resiente de defectos mientras vivimos en esta peregrinación terrena. La coexistencia de metodologías y de lenguajes diferentes no destruye la comunión eclesial, sino que puede favorecer la maduración reciproca, siempre que no falte el respeto aunque no se adopte nuestro mismo método educativo, de trabajo o de cura de almas. La invitación de vivir "la verdad en la caridad" (El 4,15) reprueba, ya sea el silencio fruto de miedo o de clausura, aunque razonado con un sentido erróneo de la caridad fraterna, ya la reacción neurótica o el estilicidio polémico que destruye el clima de fraternidad.

2. COMUNIÓN AFECTIVA - En cuanto es posible la persona anciana permanezca cerca de sus familiares, aunque se puede pensar en apartamentos diversos, y mantenga también contactos afectivos con la comunidad eclesial, bien con aquella en la que había vivido, bien con la nueva comunidad, si cambia de residencia.

Se trata de darnos cuenta de quién está a nuestro lado, y de no limitarnos a saludos formalistas. Los jóvenes dense cuenta de que caminan por un sendero ya preparado no sin dificultad por quienes les han precedido, y los ancianos comprendan que el camino tiene que seguir, confiados en la historia de la salvación, que está guiada por el Espíritu de Dios. La historia de la salvación es recuerdo continuo de un pasado, del presente y de un futuro que nos une y nos transciende a todos en Cristo.

El anciano tiene derecho a una ocupación adecuada; pero sobretodo exige comunicación humana, que no puede sustituirse por el televisor o el tocadiscos.

En la pastoral de los ancianos, sean ellos sujetos activos y brinden animosamente sus propias sugerencias. Teniendo presente que la edad de la jubilación llega cuando una persona es aún capaz de muchas disponibilidades, la comunidad eclesial ha de valorar de maneras diversas a tales personas en beneficio de las múltiples exigencias sociales y eclesiales. Quien ha vivido el dinamismo de la espiritualidad cristiana sin cerrarse en sus propias costumbres encontrará en sí la energía y la ductilidad requeridas para hacerse útil, aunque sea en actividades diversas de las ejercitadas con precedencia.

Es el clima de fraternidad el que debe estimular esta coparticipación afectiva.

Estimúlese la coparticipación activa del anciano sin instrumentalizarlo. En algunas familias se explota al anciano sin caer en la cuenta de su menor resistencia, y éste intenta cumplir por miedo a ser considerado persona rebasada e inútil. En ambas posiciones hay subyacente una mentalidad de consumismo y de eficientismo, que está en contradicción con el respeto al valor de la persona y con la espiritualidad cristiana. No es el hacer, sino la capacidad de ofrecer una disponibilidad de comunicación y de testimonio de vida, lo que constituye el valor de una existencia que cree en la vitalidad más íntima de la comunión de los santos.

El anciano no le pide a la comunidad que prolongue lo más posible su existencia biológica, sino que le deje espacio para disfrutar un poco de libertad y de tranquilidad y le ofrezca un poco de empatía cristiana [ r Muerte/resurrección V, 3].

G. Davanzo
DicES

 

BIBL.-Aguirre, I, Ocio activo y tercera edad: un proyecto comunitario, San Sebastián 1981.-Auclair, M. Hacia una vejez dichosa, Iberia, Barcelona 1972.-Bemage, 8., Saber envejecer, G. Gili, Barcelona 1888.-Bize, P. R, Una vida nuevo: la tercero edad, Mensajero, Bilbao 1978.-liopp, L, Sentido y misión de la vejez, Studium, Madrid 1988.-Cantevella, J, La sociedad contra los ancianos, PPC, Madrid 1978.-Comfort. A, Una buena edad: da tercera edad, Debate, Madrid 1978.-Couvrour, A. M, Plenitud en el ocaso de lo vida, Mensajero, Bilbao 1970.-Farguea, M. Lo paz del otoño, Narcea, Madrid 1974.-Lecleroq, J, La alegría de envejecer, Sígueme, Salamanca 1982.-Lehr, U, Psicología de la senectud, Herder, Barcelona 1880.-Miguel y Miguel, A. de. Misión de atardecer, Studium, Madrid 1978.-Miguel y Miguel, A. de, La tarasca edad, Ed. Católica. Madrid 1979.-Mon Pascual, J, Problemática de la ancianidad: glosa del libro de Marco lidio Cicerón De senectute, Bayer Hnos., Barcelona 1979.-Roberts, N, Nuestro propio futuro, Euremérlca, Madrid 1971.-Soler, M. del Carmen, Cómo enriquecer la tercero edad, Argos Vergara, Barcelona 1879.