AMISTAD

SUMARIO:

I. Los amigos se hacen

II. Amistad de fondo sexual

III. Amistad como experiencia virtuosa

IV. La amistad según la palabra revelada

V. Amistad como experiencia cristiana

VI. Amistad como experiencia caritativa mística

VII. Amistad como experiencia caritativa eclesial

VIII. Amistad como experiencia caritativa apostólica

IX. Amistad de personas consagradas

X. Amistad con cesados

XI. Soledad y amistad.


 

I. Los amigos se hacen

En sentido ideal, amigo es quien ama por encima de toda búsqueda personal interesada o utilitarista; quien está todo disponible a acoger al otro; quien desea ofrecerse como don; quien goza de la paz que envuelve al amado como si fuese propia. El amigo siente que el otro le corresponde con idéntico amor de benevolencia: comparte con él un idéntico afecto altruista, una atención reciproca, la alegría de sentirse amado. Los amigos no conocen el amor narcisista, ni el amor solitario. Cada uno de ellos encuentra agradable vivir porque su vivir es un convivir juntos; porque cada uno se siente acogido en la intimidad del otro; porque piensa y quiere en sintonía con el otro; porque se descubre implicado en la vida del otro. Los dos son "un alma sola en dos cuerpos".

Ser amigos es un estado de enriquecimiento humano. Ofrece la posibilidad de encontrarse con el otro fuera de un contexto institucionalizado, libre de presiones socializantes, que apartan de una espontaneidad personal con la conciencia de ser acogido honradamente como se es, de ser apreciado a pesar de las propias asperezas, de saber que se encontrará siempre un rostro alegre, de sentirse partícipe de un coloquio empapado de mutua confianza, de saberse integrado en una responsabilidad compartida, de percibirse arrancado a la monotonía de las relaciones cotidianas burocráticas. Tener la conciencia de vivir en una verdadera amistad es ignorar la amargura de días aburridos; es estar inserto en una gozosa creatividad; es verse favorecido por un continuo impulso hacia la promoción personal; es estar injertado en una existencia que se abre en incesantes y hermosas experiencias de amor.

La vida de amistad está estructurada de palabras, de silencios y de actitudes. La palabra comunica e intercambia convencimientos y sentimientos interiores; los silencios dejan en el alma la certeza de una sintonía profunda. Es esencial que tanto las palabras como los silencios y las actitudes no expresen ruptura del diálogo y del encuentro, sino que favorezcan una continuidad profunda. La copresencia amistosa en el silencio ofrece la experiencia de sentirse armonizados en los mismos afectos, de saber que no hay necesidad de palabras para comunicarse, que no existe el imperativo de proclamarse amados para sentir el amor del otro, que el estar juntos proporciona la alegría de experimentarse hermanados en lo profundo. La comunión de amistad es un lenguaje que se expande por la interioridad más honda y que aflora luego espontáneamente en palabras y gestos exteriores.

Uno no puede situarse en la amistad como quiera y cuando quiera: ni siquiera puede recibirla como un don que en un determinado momento y de improviso nos llega de fuera. Se aprende a vivir en la amistad a través de una larga experiencia de amores de amistad imperfectos, sin que logremos nunca expresarla en una forma perfecta y definitiva. La amistad es un momento del crecimiento de la afectividad del yo, de su sentido comunitario, de su experiencia de relación interpersonal. No es posible vivir la amistad de un modo diferente a lo que uno es. En ella afloran loa movimientos latentes e inconscientes del yo la conHictividad propia, las propias inclinaciones egocéntricas, las aperturas altruistas conquistadas, las asperezas juveniles, las experiencias adultas logradas y todas las incesantes variaciones debidas a las propias posibilidades autocreativas.

La experiencia de la amistad tiene características diferentes no sólo como consecuencia de la fase evolutiva en que se encuentran los arrugas, sino, sobre todo, por su gran dependencia de las experiencias afectivas que ellos hayan tenido. Las primeras relaciones del recién nacido con su propia madre predeterminan ya la posibilidad (o dificultad) de entablar en un futuro relaciones amistosas. Es de fundamental importancia que el niño se encuentre afectivamente bien instalado en la familia, que se vea favorecida su comunicación con miembros de otros grupos sociales. En caso contrario, acumula el sentido del miedo infantil, debido a lo cual la situación externa no le estimula a ampliar las relaciones sociales, sino que le empuja a buscar un sistema protector. Puede ocurrir que, a causa de interpretaciones persecutoriasinculcadas en la infancia, uno no sepa entregarse a una manifestación afectiva normal. La experiencia relaciona¡ con una madre austera o severa puede inclinar al adolescente a imaginarse como peligrosa o amenazadora cualquier presencia de extraños. A la hora de secundar el amor, experimenta en seguida el temor de que la persona amante acreciente sus efusiones afectivas hasta esclavizarle, obligándole a perder su autonomía. Por este motivo aprende a frenar los impulsos y deseos de amor. Y hasta puede que adopte actitudes insociables o bruscas para no verse superado por la persona a la que quiere.

En toda persona es necesaria una progresiva maduración afectiva que la haga pasar del ansia de poseer al otro para servirse de él a una aceptación del mismo como persona en sí misma amable. Semejante madurez constituye un supuesto psicosocial que condiciona toda la actitud virtuosa de la persona, así como también la vida sobrenatural caritativa. Tarea nada fácil, puesto que la disponibilidad afectiva de amistad se lleva a cabo entre innumerables e indispensables conquistas, que han de gustarse sólo provisionalmente, ya que han de superarse luego a través de crisis que introduzcan en un orden afectivo superior. Y no siempre se sabe llegar de manera apropiada a una forma nueva de amor. Asi ocurre que en la misma edad madura pueden persistir factores fantasmales infantiles o adolescentes, que condicionan el modo actual de vivir la amistad; pueden aflorar procesos inconscientes de transferencia, los cuales obstaculizan el desarrollo normal de la afectividad. Se tiende a amar como se ha sabido y podido amar en el pasado.

La educación espiritual capacita para destruir las fantasías de la infancia y para insertar el yo en la realidad actual; favorece la acogida de un yo responsablemente nuevo, purificado de tendencias evocadoras que encierran dentro del pasado. El amigo auténtico es espiritualmente libre; sabe conocerse a sí mismo y al otro de acuerdo con la realidad; sabe estar disponible para la acogida completa del otro; sabe ofrecer un amor que engrandece al amigo.

II. Amistad de fondo sexual

En la crisis adolescente de la afectividad nace el deseo de experimentar emociones sexuales. A menudo lo que inquieta no es el amor en sentido auténtico, ni el impulso sexual verdadero, sino la supresión de un conflicto de los primeros años de vida. Pueden ser crisis afectivas engendradas por una exigencia compensadora (como exigencia de protección o de posesión dominadora), que en su mayoría originan un sentido de esclavitud y de incapacidad reciproca de soportarse. En la adolescencia, junto a la pulsión instintiva (auténtica o de compensación), apunta siempre una necesidad inicial de comprensión y de amistad; se esboza el deseo auténtico de realizar una amistad más auténtica.

Las amistades de fondo sexual en la adolescencia comienzan entre dos del mismo sexo; surgen entre ellos intimidades y confidencias prolongadas, deseo intenso de compartir la vida de manera integral, necesidad de conocerse también mediante la experiencia corporal con el otro. Se trata de una experiencia de sentimientos homosexuales, que encaja luego en la armonía de la afectividad normal, favoreciendo el paso a amistades heterosexuales.

Entre adolescentes, las amistades de fondo heterosexual generalmente tienen como función preparar a la futura vida conyugal y familiar; están llamadas a hacer que surja la comprensión recíproca, la capacidad de convivir con vistas a una misión que desarrollar y la destreza para superar las diferencias entre ambos sexos. Es un acontecimiento o noviciado que introduce en una vida nueva, que ofrece experiencia de existencia convivida y confianza en el futuro comunitario del matrimonio.

Normalmente las amistades heterosexuales entre adolescentes se rompen, porque al madurar ambos se dan cuenta de no estar hechos el uno para el otro, como exigiría una elección matrimonial. La ruptura debería conservar entre ellos un lazo de amistad, especialmente si aquélla se ha razonado amigablemente y se ha adoptado tras comprobar con lealtad que la maduración lograda juntos apunta a otros afectos. La adolescencia es por su naturaleza un tiempo de profundas transformaciones; no está capacitada para opciones definitivas, para vínculos matrimoniales irrompibles, para amistades sólidamente establecidas. Unicamente alcanza amistades precarias, si bien preciosas y necesarias para la maduración afectiva de la persona, favoreciendo la formación de una personalidad de verdad adulta.

Cuando se inaugura una afectividad de exigencias conyugales incipientes, al principio las otras amistades aflojan, a tan de conocerse y de profundizar el afecto reciproco; se tiende al aislamiento. Después de una experiencia entre dos, aparecen momentos de cansancio; se desea ver a alguien con quien entablar un discurso nuevo; se siente la exigencia de ampliar la relación que se ha estrechado demasiado.

Si en la madurez la amistad demuestra la riqueza comunicativa existente entre los sujetos, en la vejez es providencial, ya que permite conservar el interés por la vida, mantiene vivamente despiertas las funciones psíquicas, retrasa el entumecimiento y ayuda a superar serenamente el aislamiento personal [ > Anciano III, 2].

Algunos definen con ardor como amistad sus actitudes afectuosas veteadas de vinculaciones sensuales. Se sienten ofendidos si alguien aventura la hipótesis de que se trata de un enamoramiento o de un amor sexual. Temen que pueda descalificarse su relación frente a la propia conciencia o a la valoración de otros; tienen la aprensión de tener que tomar la decisión de romper si se desvelase abiertamente el sentido turbio implicado en la relación. Nunca es posible distinguir con precisión el amor sensual de la amistad; el uno no se configura netamente al margen de la otra. Incluso cuando una amistad parece espiritualmente adulta, persisten vetas sexuales inconscientes. Las amistades de componente sexual, aunque intentan equilibrarse dentro de correcciones formales, se encuentran atrapadas entre expresiones emotivas, se ven turbadas por los celos, condescienden con pequeños compromisos. Es necesarío saber ver con claridad el propio estado, saber examinar críticamente las propias fantaseas, descubrir los lazoz que se van anudando, percibir la nueva orientación que se abre paso; valorar con realismo los propios afectos. Si no se presta atención a los sentimientos o vínculos afectivos que van asomando y modificándose, puede suceder que cuando se quiera tomar conciencia de los mismos estén ya desarrollados y establecidos de forma irremovible. En el periodo de transición de los propios afectos conviene determinar la orientación que se quiere adoptar y adónde se pretende llegar, a fin de adoptar las decisiones espirituales pertinentes.

III. Amistad como experiencia virtuosa

La sabiduría antigua elaboró la concepción de la amistad, entendida como virtud, a través de diversas modalidades culturales. Ya el mundo homérico contempla la amistad dentro de un contexto de nobleza aristocrática. Solón la configura en una dimensión política, mientras que Pitágoras la ve como caracterizadora de ia vida de escuela, donde todo se vive en común en la búsqueda de la verdad. Sócrates precisa que la escuela, al enseñar a conocer, educa para la amistad, sobre todo invitando al discípulo a conformarse a la personalidad del maestro, acaso también mediante intimidades carnales. Según Platón, este amor erótico, de intimidades escandalosas con una determinada persona, sirve para encaminarse hacia un ideal de puro bien; es el primer paso hacia la amistad espiritual. Considera él que la práctica de la amistad homosexual permite la purificación y liberación de las emociones sensuales: convierte al eros divinizador,introduce en la posesión aislada del Primer Amado; es una etapa pedagógica hacia la perfección teologal. El amigo voluptuoso es el medio necesario, pero provisional, que hace avanzar por la soledad de la beatitud.

Para Aristóteles, la amistad realiza al hombre en su dimensión política. Por eso "es una de las necesidades más apremiantes de la vida; nadie aceptaría ésta sin amigos, aun cuando poseyera todos los demás bienes`. Precisamente por ser necesaria a nivel político, la amistad debe superar el estadio de lo útil y de lo deleitable, y asentarse en la virtud'. En sentido aristotélico, amistad como virtud significa comunión de vida entre amantes, capaz de hacer gozar beneficios mutuos y de armonizar con valores de la estructura familiar y politica existente. Si para Platón la amistad es momento de exaltación que permite aspirar y avanzar hacia la novedad de lo Absoluto beatificante, para Aristóteles es camino que introduce en un orden terrestre, que hace experimentar como benéficamente satisfactorio.

Cicerón reanuda la reflexión aristotélica sobre la amistad. Esta se encuentra toda ella impregnada de virtud. "La virtud misma produce la amistad. Sin virtud no hay amistad... La amistad se ha concedido como auxiliar de la virtud, para que la virtud, que no puede llegar sola a su grado más alto, lo consiga unida y asociada a otra. Una alianza como ésta procura a los hombres el medio mejor y más feliz de caminar juntos hacia el bien supremo. Es la virtud, la virtud, afirmo, lo que forma las amistades y las conserva, puesto que en ella se encuentra la armonía, la estabilidad, la constancia"°. Mas, en cuanto virtud, la amistad sólo es posible entre sabios: "Nada hay más dificil que hacer que perdure una amistad hasta el último día de la propia vida". A decir de Epicuro, entre "todos los bienes que procura la sabiduría para la felicidad, el más grande es la adquisición de la amistad"'; es el supremo de los placeres puros; es la realización verdadera de la personalidad humana; es el fin de la vida. Por ella el mundo humano deshumanizado vuelve a ordenarse.

La antigua concepción sapiencial sobre la amistad atravesó sucesivas perspectivas culturales profundamente diversas entre si; desde la intuición aristocrática homérica de espontaneidad vital al ideal metafísico contemplativo platónico; desde una visión virtuosa e intelectual aristotélica al gozoso afecto amistoso de Epicuro, y hasta el preceptismo ascético estoico. Pero su intuición primaria, trasmitida en forma más característica alas sucesivas generaciones, es la perspectiva de la amistad como virtud. Todo el discurso sobre la amistad se desarrolla dentro de la visión categorial de la virtud. Basta ser virtuoso para ser buen amigo; y una amistad adulta y oblativa únicamente se da entre personas virtuosas. El amor amistoso se legitima sólo cuando es racional y volitivo; se desconfía de sus posibles dinamismos inconscientes y emotivos. En consecuencia, la amistad como virtud, a pesar de su configuración enteramente pulcra y mesurada, da la impresión de algo abstracto, teórico, estático, controlado, que la priva de su rico encanto espontáneo y humano. Se refleja en ella una idealidad humana, no la aceptación de los componentes que constituyen el yo integral existencial.

La concepción de la amistad como virtud parece descuidar sobre todo el hecho de que la actitud amistosa esté profundamente condicionada por la madurez afectiva subyacente. No se admite que el componente psíquico existencial pueda, por ejemplo, inducir a juzgar laudable un estado amistoso adolescente ásperamente inmaduro, no ya para su configuración moral objetiva presente, sino en orden a un crecimiento en vías de actuación.

Además, no conviene considerar la amistad exclusivamente como realidad independiente, sino como espíritu que anima implícitamente los demás comportamientos y que da un sentido humano nuevo a las actividades propias. Santo Tomás, reanudando el discurso aristotélico, precisó que la amistad, además de una virtud especial que indica un deber de justicia social, es un modo amable que caracteriza todo el estado virtuoso ("una consecuencia de la virtud más que una virtud", S. Th. II-II, q. 23, a. 3, ad 1). Al dar ejemplos, sé esbozará la actividad lúdica en modalidades comunicativas muy varias, según que los participantes fomenten capacidades amistosas infantiles o adolescentes, o bien sepan expresar con el lenguaje, los sentimientos y los gestos una comunicación oblativa adulta. Ciertamente es importante vivir una amistad regulada según la virtud (AA 4, 17; PO 8), pero también estar madurados como personalidad afectivamente adulta, la cual permite saber expresarse en una amistad oblativa ejemplar.

IV. La amistad según la palabra revelada

La Sda. Escritura no ofrece un tratado teórico-sistemático sobre la amistad; no intenta explicar su origen primitivo (como lo hace en relación con el amor sexual: Gén 1,27s; 2,18s); no indaga su índole filosófica. Se limita a indicarla como una experiencia humana histórica, que se considera desde una perspectiva de fe. La Palabra recuerda con insistencia experiencias admirables de amistad. Baste recordar la amistad entre David y Jonatán: "El alma de Jonatán quedó prendada dei alma de David, y Jonatán comenzó a amarle como a sí mismo" (1 Sam 18,1; 20,17). Singulares son también las amistades de Jesús con Lázaro, Marta y María (Jn 11,5.11) y con Juan evangelista (Jn 13,23).

Desde luego, la amistad verdadera es rara; difícilmente es auténtica (Prov 14,20; Sal 38,12; 41,10; Job 19,19). Es necesario acogerla con vigilante preocupación (Dt 13,7; Eclo 8,5s; 12,8s), intentando vivirla dentro de determinados requisitos virtuosos (Prov 27,5; Eclo 9,10; 8,18s). Pero cuando uno encuentra al amigo verdadero y fiel, ha encontrado una riqueza inestimable, que hace delicioso el vivir (Prov 15,17; 18,24; Sal 133; 2 Sam 1,28). "Un amigo fiel es escudo poderoso, y el que lo encuentra, halla un tesoro. Un amigo fiel no se paga con nada, y no hay precio para él. Un amigo fiel es bálsamo de vida" (Eclo 8,14-18). "Hay amigos más afectos que un hermano" (Prov 18,24); hacen gustar un amor "más dulce que el amor de las mujeres" (2 Sam 1,19-27).

Si la revelación se detiene en recordar que la amistad verdadera debe ser virtuosa, sin embargo no se agota en advertencias éticas. Su enseñanza primaria consiste en precisar cuál es la presencia de Dios entre las amistades humanas. La sabiduría antigua habla sentenciado que amigo verdadero sólo puede serlo el que vive una existencia igual a la nuestra, y no un ser separado como un dios°. La revelación recuerda que Dios peregrina dentro de la historia humana. De hecho vive en relación con los hombres, ligados a él por una alianza. He ahí por qué este Dios se ha manifestado en relación con amistades humanas; así con Abrahán (Is 41,8), con Moisés (Ex 33.11), con los profetas (Am 3,7; Dan 3,35). Incluso su amistad con el hombre se presenta como el modelo y la fuente de toda verdadera amistad (Eclo 8,18).

El acontecimiento de la encarnación del Verbo testimonia que Dios desea vivamente estar presente en la experiencia humana del amor de amistad (Jn 18,27). A fin de elevar a las criaturas a la intimidad de su amistad, envió a su Hijo entre los hombres (Jn 3,18; Tit 3,4), sacrificándolo (Rom 8,32); comunicó a los suyos sus secretos (Jn 15,15); dejó entre ellos su Espíritu con el encargo de introducirlos en la amistad que viven las personas divinas (Rom 8,17; Gál 3,28). La historia salvíftca se reduce a ser la iniciación de los hombres en la caridad divina intratrinitaria por obra del Espíritu de Cristo (Jn 17,28; 15,9).

La amistad del Señor llega a lo profundo del yo amado, dado que penetra allí con su Espíritu, el cual sabe ser más íntimo de lo que es el yo a si mismo. Al mismo tiempo, el Señor derrama un amor que abre el ánimo con impulso de amistad hacia todos los demás (Jn 13,34; 15,12). Si la caridad no desembocase en esta riqueza de amor extendido a todos, no seria amistad caritativa que proviene del Espíritu. Cuanto más penetra la efusión del Espíritu en la interioridad profunda del yo, tanto más éste sabe abrazar a los otros wn amor amistoso. De hecho, se nos capacita para ser "hijos del Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45; 1 Jn 4,11).

V. Amistad como experiencia cristiana

En armonía con la convicción ética de Aristóteles, Cicerón afirmaba: "La amistad no puede existir más que entre hombres". Respecto de este convencimiento, el mensaje cristiano aporta una innovación y proclama: una amistad sobrenatural es posible entre hombres sólo porque Dios mismo se ha ofrecido a ellos como amigo. Santo Tomás afirma que las relaciones existentes entre Dios y los hombres, llamadas caritativas, son relaciones de amistad (S. Th. II-II, q. 23, a. 1). Si el hombre consiente en ser engrandecido sobrenaturalmente en la capacidad de amor de amistad, tiene la posibilidad de saber establecer intimidad con Dios en Cristo.

La amistad cristiana es una capacidad nueva de amar a los hombres. El Espíritu comunica una virtud infusa de amar, llamada gracia caritativa. Por este don de la caridad, el creyente tiene una posibilidad potencial de compartir el modo teándrico de amar propio del Señor; es llamado a amar y a estrechar amistades en Cristo, con Cristo y mediante Cristo. Si Aristóteles ° exigía una larga experiencia práctica para crear una amistad, al cristiano se le pide que el mismo Espíritu transforme cada vez más la afectividad personal, le comunique un corazón nuevo y exprese en él el amor mismo de Cristo. La amistad cristiana supone una continua purificación pascual (de muerte-resurrección) para llegar a saber expresar más genuinamente la caridad amistosa de Cristo resucitado [ > Misterio pascual].

Plutarco, recogiendo la enseñanza de los antiguos, había sentenciado: "La amistad se complace en la compañía, no en la multitud; no asemeja a los pájaros que van en bandadas, como los estorninos y los grajos. Si se divide un río en diversos canales, su caudal se hace más débil y limitado. Lo mismo la amistad: se debilita a medida que se divide" 7. Plutareo habla indicado una perspectiva propia de la amistad humana, señalada ya por Aristóteles y Cicerón. La amistad cristiana se centra en una perspectiva totalmente diversa. Está llamada a tener la profundidad y la amplitud de la del Señor, porque se la experimenta y vive como continuación de su amistad caritativa.

La amistad teándrica de Cristo es coextensiva a todos los hombres y está dotada de tal intensidad que transciende toda amabilidad humana; es espejo de la amistad que muestra el Padre a todo hombre viviente (Mt 5,45). Para indicar esta singular extensión y profundidad de la amistad entre los cristianos se recurre al término nuevo "tiladelfia": los creyentes se han convertido en amigoshermanos (1 Pe 1,22; 3,8; 2 Pe 1,7; Rom 12,10). "Acerca del amor fraterno (filadelfia) no necesitáis que os escriba, porque personalmente habéis aprendido de Dios cómo debéis amaros los unas a los otros, y, en efecto, así lo hacéis con todos los hermanos de toda Macedonia. Sin embargo, queremos exhortaros, hermanos, a que progreséis todavía más... 11 (1 Tes 4,9-10).

La amistad cristiana, impregnada toda ella de amabilidad sobrenatural (1 Tes 2,8), al hacerse transcendente por la caridad (Flm 8,21), tiene una amplitud eclesial (He 20,58-38). Se presenta como nota de una autenticación ejemplar en relación con la primitiva comunidad eclesial. "La multitud de los fieles tenia un solo corazón y una sola alma; y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseía, sino que tenían en común todas las cosas" (He 4,32). Con términos apropiados se habla de amor amistoso vivido dentro del cuerpo místico eclesial: una unidad al modo de la solidaridad orgánica, que sólo la amistad del Espíritu de Cristo sabe realizar.

En consonancia con la narración de los "Hechos de los Apóstoles", si se quiere captar y explicar la realidad del cuerpo místico, es preferible no hacer uso de conceptos abstractos o de supuestos teóricos, sino detenerse en la realidad eclesial viva. Hay que dejarse instruir por la experiencia; verificar su alcance según el ambiente sociocultural y eclesial actual. La realidad de la comunión de los fieles en Cristo se puede conocer hoy más comprensiblemente, apreciarla y amarla, si se verifica en concreto aquella vida caritativa que derrama el Espíritu entre los creyentes como experiencia de amistad sobrenatural generalizada. Debo habituarme a pensar si amo al hermano con la misma amistad que nutro hacia Cristo. Para comprender en su significado auténtico la gran realidad del cuerpo místico, debo dejarme instruir por la caridad viva; debo consentir que el Espíritu me introduzca cada vez más en la participación de la amistad que el Señor tiene a todo mortal. Las verdades evangélicas sólo son comprensibles si se logra captarlas como fermento operante y tranaformante de la vida presente, como sentido de la vida eclesial experimentada, como animación de la cultura actual.

Hay que educar a los cristianos para que reconozcan al Señor a través de la experiencia de la amistad fraterna; deben aprender a conocer y apreciar los valores evangélicos a través del amor amistoso practicado con todos los hombres. Debe proponerse la práctica de la amistad como fuente universal de conocimiento, como el medio para captar las realidades cristianas en su sentido íntimo y profundo. Pierre Teilhard de Chardin oraba: "Dios mío, haced que brille para mí, en la vida del otro, vuestro rostro. Concededme reconoceros también y sobre todo en lo que hay de más íntimo, perfecto y remoto en el alma de mis hermanos". Criterio este que se debe aceptar de manera general, precisamente porque la amistad caritativa es fundamental para constituir y experimentar lo que es específico de la verdad y de la vida cristianas.

VI. Amistad como experiencia caritativa mística

El cristiano, en cuanto está llamado a participar sacramentalmente de la amistad caritativa propia de Cristo hacia Dios Padre, tiene por ello mismo una vocación de unión con Dios en Crlsto. La experiencia mística cristiana se puede caracterizar como una amistad viva del alma con Dios en el Espíritu del Señor (OT 8). Es un gusto anticipado en la tierra de la intimidad que tendrá el alma en Cristo con el Padre en la era futura. Así lo pedía el Señor en su oración por sus discípulos (Jn 17,21-22) [ > Hombre espiritual].

La amistad de modalidad mística se expresa y desarrolla preferentemente a través de la oración. En la oración el alma se adentra en la intimidad de Dios; se esfuerza en hacerse transparente al amor trinitario; se ofrece toda ella a Dios, proclamado como lo único necesario. Mediante la oración, el que reza se vincula al amor que origina todo amor entre los hombres; acoge como don el amor del Padre, el cual ofrece su Hijo a los hombres, y el amor dei Hijo, que ofrece todo lo humano al Padre. La oración educa al que ora para que se abra a las amistades, como a un don del Padre, como a un reclamo para adentrarse en el Señor. "Gracias, Señor, por haberme hecho comprender que cada hombre que encuentro, aunque sea al azar, es llamado por ti a establecer lazos de amistad celestial conmigo"° "Señor, enséñame a descubrir en cada hombre la tierra inexplorada que eres tú" .

Le amistad se eleva a experiencia mística cuando se concibe y vive como un modo de vida cada vez más abandonado al Espíritu de Cristo. El alma no sabe vivir ninguna amistad humana particular si no es como itinerario de amor hacia su Señor. San Elredio, abad de Rieval, enseñaba que "existe un grado de amistad cercano a la perfección" cuando "el hombre, mediante el amigo, se convierte en amigo del hombre-Dios". En semejante amistad, al profundizar la unión afectiva con el amigo, paralelamente se penetra en una intimidad amistosa ulterior con Cristo: "el sic per amoris grados ad Christi conscendens amicltiam, unus cum eo spiritus efficitur in osculo uno" (De spirituati amicitia, 1, II, PL 195, 872). Con insistencia describe él la amistad humana como el modo más apropiado de conocer y amar al Señor. "Desde que te he encontrado en mi amigo (¡oh Señor!), es a ti a quien busco ahora. Busco penetrar en su intimidad, penetrando en tu Intimidad, sorprender su mirada dejando que mis ojos descansen en tu rostro, encontrar su amor de una manera enteramente joven penetrando en la eterna juventud de tu amor, tierra inexplorada hacia la cual se dirigen todas mis aspiraciones: Vida del Padre, de su Hijo y del Espirito de amor". San Pedro Damián confirmaba: "Al dirigir mis ojos a tu rostro, a ti a quien quiero, elevo mi mirada a aquel con quien deseo juntarme, unido a ti" (Epistolario 2, 12 PL 144, 278).

Esta sublimación mística de la amistad puede verificarse, bien cuando el amigo está también del todo vaciado en el Señor, bien cuando el amigo no comparte una experiencia caritativa respecto al Señor. En esta segunda hipótesis, el amante místico se ofrece con un amor de benevolencia, en el cual se manifiesta el dinamismo salvífico pascual del Señor. "Ser impulsado hacia el otro como amigo según las modalidades del Primer Amado (el Hijo) es una actitud trinitaria en su significado más profundo. La amistad no quede con ello disminuida; antes bien, de ahí se deriva un movimiento de acercamiento (como en la Trinidad) y de encarnación (a saber, acercándose a otro que no vive en la misma profundidad). En este sentido es un movimiento de `kénosis', no de degradación, que asume el estado de pecador, o sea, de falta de amor del otro" .

La experiencia mística de amistad ayuda a abrirse a un modo nuevo de amor cristiano a los hermanos amigos. Si la amistad cristiana inclina a madurar como efusión mística con el Señor, a su vez la experiencia de unión con Dios en Cristo habilita para amar con Singular intensidad al amigo, para crear una intimidad antes desconocida. "Cuanto más se sube, más se hace uno capaz de dar, puesto que se recibe en mayor medida. En un primer nivel, es el amigo el que es impulsado hacia los otros por el amor que se les profesa. En un segundo nivel, es la misma amistad que los amigos se profesan la que se dirige hacia los otros. En un tercer nivel, el amigo se siente impulsado hacia otro amigo nuevo a partir de la amistad que se profesan los amigos. Y este movimiento de amor no tiene ya un aspecto redentor como en el nivel primero; no es otra cosa que una prolongación de la encarnación. Finalmente, en el último nivel, el dei amor más sublime, es el Padre el amigo del que se deriva toda amistad, quien se dirige como amigo hacia los otros nuevos amigos, siguiendo el mismo movimiento con que el amigo se dirige hacia ellos en la amistad vivida; el Padre es amado en este amigo, por medio de él y con él, de modo que la amistad del nuevo amigo se hace plena. Tal es la amistad trinitaria en su profundidad y riqueza. Dios nos ha amado así desde el principio; pero su amor ha penetrado en nosotros lentamente (...). A partir de la amistad (el Espíritu Santo), el Amigo (Cristo) se dirige a los otros (los hombres); y a través de este Amigo (Cristo), el primer Amante (el Padre) se da él mismo a los hombres (Emmanuel)".

VII. Amistad como experiencia caritativa eclesial

La Iglesia primitiva mostró de manera singular que sabía vivir en la experiencia gozosa de una amistad caritativa comunitaria; pudo proclamar abiertamente la novedad de la amistad cristiana, la cual no se estructura más allá de todo amor humano. La amistad cristiana no es una amistad como las otras; ni se distingue sólo por el hecho de ser más extensa y más intensa. Se origina remotamente en una participación terrena de la vida de amor divino; es una realidad utópica, que comienza por un don carismático; la practican únicamente los que tienen intimidad con Dios, y se expresa en la medida en que Dios hace participar de su vida.

Ia amistad cristiana es comunitaria por vocación, porque proviene de un Dios que es padre de todos; porque es comunicada por el Espíritu de Cristo, que es el amor a todo viviente; porque ha sido inoculada en el fondo de lo humano por la encarnación del Verbo; porque es purificada y madurada en los hombres por la sacramentalidad del misterio pascual del Señor. Por esto la amistad cristiana tiene esencialmente una dimensión eclesial. La comunidad de los creyentes es invitada a manifestar cómo una amistad comunitariamente eclesial es gozosamente enriquecedora.

Si es un aserto teológico bastante evidente que la amistad cristiana tiene una dimensión eclesial irrenunciable, en la práctica espiritual esta afirmación ha suscitado y sigue suscitando no pocas dificultades. Ya los Padres de la Iglesia se preguntaron si la caridad, en cuanto amistad cristiana hacia todos, podía conciliarse con una amistad particular. San Basilio, que por su parte practicó intensamente y exaltó una amistad personal con san Gregorio Nacianceno, exige que los monjes testimonien una amistad evangélica dirigida explícitamente a todos de forma indiscriminada. "Conviene que los hermanos tengan caridad los unos hacia los otros, pero no hasta el punto de formar grupo de dos o de tres. Esto no sería ya caridad, sino discordia, división y un mal argumento por parte de los que viven juntos" (Constituciones monásticas, PG XXXI, 1418). En cambio, Juan Casiano, basándose en una experiencia propia de santa amistad, considera que la misma perfección de la caridad puede hacer uso benéficamente de una amistad particular hacia un amigo con el que se comparte un mismo trabajo o una misma formación o una experiencia virtuosa igual. Casiano distingue entre agape ("caridad debida a todos, que el Señor ha ordenado tener incluso con los enemigos") y diátesis ("caridad de afecto, dirigida a un pequeño grupo de personas, a saber, a los que están unidos a nosotros o por semejanza de costumbres o por comunidad de virtud... Aun amando a todos, la caridad escoge a algunos a los que desea testimoniar una ternura particular, e incluso en este número de privilegiados elige un pequeño grupo, al cual concede un afecto todavía más especial" (Conferencias espirituales, PL 49, 1042).

Entre los Padres de la Iglesia se había planteado el problema no sólo de la práctica de la amistad particular, sino también de si era posible legitimar como caritativa una amistad de rasgos afectivos o sensibles. San Agustín había experimentado una profunda amistad juvenil, hasta tal punto que a la muerte del amigo confiesa: "Todo me era odioso porque todo estaba vacío de él". "Sentí cómo mi alma y su alma eran un alma única en dos cuerpos; y por eso sentía horror a la vida, pues no quería vivir dividido" (Confesiones, 1, IV, c. 8, 2). Al convertirse, considera que un cristiano debe transcender toda afectuosidad amistosa: "Hay dos amores: el del mundo y el de Dios. Cuando hayas vaciado tu corazón de todo amor terreno, alcanzarás el amor de Dios". Por eso, dirigiéndose a Dios, lamenta su necia locura, que en la juventud le había hecho gustar una amistad terrena: "Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, de no subsistir en ti, no existirían" (lb, 1, X, c. 27).

En cambio, según san Bernardo, abad de Claraval, la afectividad amistosa puede ser recibida como recompensa que otorga Dios por la práctica de la caridad hacia todos: "La afectividad, si está sazonada con la sal de la sabiduría, está llena de una unción celeste y hace que el ánimo guste la abundancia de las dulzuras que se encuentran en Dios" (Sermón 50 sobre el Cantar de los Cantares). Por eso, escribiendo a Ermengarda, antes condesa de Bretaña, le confía con todo candor: "Mi corazón está en el colmo de la alegría cuando sabe que el vuestro está en paz; vuestra satisfacción es la mia, y cuando vuestro ánimo está bien, el mío se siente lleno de salud. ¡Cómo me gustaría hablar con vos de viva voz sobre este tema del amor de Dios en lugar de hacerlo sólo por carta! En verdad, a veces la tomo con mis ocupaciones, que me impiden ir a veros; ¡me siento tan contento cuando me permiten hacerlo! Es cierto que esto ocurre raras veces; pero por ser rara vez, siento siempre mayor alegría en ir; pues prefiero veros también sólo de vez en cuando a no veros en absoluto" (Carta CXVll).

¿Es posible dar una solución a las problemáticas indicadas, las cuales, en forma diversa, se han renovado y han reaparecido insistentemente en las varias épocas y en las numerosas espiritualidades? ¿0 hay que admitir que existirán siempre actitudes espirituales discordantes a propósito de la amistad? Se podría observar que los modos dispares de vivir en amistad dependen de experiencias personales, de comprobaciones de conductas realizadas en comunidad, de las concepciones teológicas sobre la función de la amistad en la vida espiritual, y cosas similares. Son expresión de las situaciones y experiencias personales, culturales, ambientales y eclesiales siempre mudables. No obstante, como indicación espiritual, se podría recordar que las soluciones parcialmente diferentes pueden ser expresivas de una riqueza experiencial pluralista, característica de la vitalidad eclesial. En la Iglesia se puede amar al Señor de diversos modos; a cada uno se le invita, a través de caminos propios de amistad, a llegar al amor de Dios Padre en el Espíritu de Cristo. En la variedad pluralista se expresa mejor la amistad cristiana en dimensión eclesial con riqueza de carismas.

VIII. Amistad como experiencia caritativa apostólica

La amistad cristiana, en cuanto don caritativo del Espíritu, es inefable; no se la puede definir mediante expresiones humanas; no se agota en las experiencias terrenas; no se puede traducir adecuadamente en actitudes sensibles. ¿Conviene, entonces, dejarla subsistir en la intimidad interior del yo? ¿Es oportuno que permanezca oculta en la interioridad profunda del ser humano? La amistad cristiana, al tener una dimensión eclesial, necesariamente debe expresarse a través de sentimientos humanos, debe encarnarse en una afectuosidad sensible, debe hacerse comunitariamente visible. En cuanto eclesial, requiere constituirse como signo sacramental perceptible y comunicable entre las realidades terrenas.

La expresividad humana se exige en la amistad cristiana, ya sea para que pueda testimoniarse como auténticamente válida entre los hombres, ya para que aparezca como carisma al servicio de la vida eclesial. Los creyentes en cuanto comunidad han de saber dar un nombre culturalmente actual, un contenido eficazmente eclesial y expresiones vivamente afectivas a la experiencia caritativa amistosa. Solamente así la amistad cristiana es un signo sacramental de caridad entre los hombres. Función ésta que la Iglesia apostólica vivió en otro tiempo de forma laudable, mientras que en la actual comunidad cristiana un sentido de pudor ha hecho que se privara en parte de toda esta experiencia sensible y confortable de la caridad. Se exalta la necesidad de contactos amistosos para llevar a cabo una verdadera evangelización. Esto es un supuesto humano necesario, pero insuficiente. A través de estos contactos amistosos deben sentirse los otros como encuadrados en la intimidad de Dios en Cristo. Estos otros se convertirán a la fe cristiana sólo cuando, en relaciones amistosas entre sí, sientan que se aman en Dios; cuando por el coloquio mutuo tengan conciencia de haber encontrado al Señor; cuando por la manifestación de su propio amor sientan que se han comunicado recíprocamente el Espíritu de amor. Se trata siempre y solamente de amistad como comunicación de caridad evangélica.

Que los hombres se amen y entablen entre si amistades sinceras es confortable y sumamente hermoso, mas esto no es el objeto primario de la evangelización. El sentido de la actividad eclesial apostólica es hacer de la amistad un signo sacramental para comunicar al Señor reactualizado como amigo que va al encuentro de las almas; para testimoniar cómo es el Espíritu de amor el que se revela en el gesto evangelizador. "A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su ¡fijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la gula del Espíritu Santo" (GS 21). La comunidad eclesial no puede limitarse a hacer sacramentalmente presente a Cristo en momentos excepcionales (en la penitencia, en la eucaristía, en la meditación de la palabra). Debe tender a conseguir que todas las situaciones humanas vividas por los fieles (trabajo, vida familiar, relaciones sociales y de ocio, amistades, etc.) se conviertan en un modo de comunicar al Señor.

No solamente la amistad entre cristianos ha de vivirse de modo que sea carisma apostólico, sino que toda actividad misionera debe revestir el aspecto de un amor amistoso. La amistad es una modalidad irrenunciable del apostolado (CD 13). Es necesario que el apostolado se exprese y viva por amor, conformándose a los del propio barrio; que se haga pobre entre los pobres; que asuma sus preocupaciones como propias; que se sienta implicado en las situaciones comunes. Como ellos, por amor a ellos, por una vida vivida con ellos, aceptando sus mismos riesgos para confundirse con ellos. Esta amistad es un testimonio apostólico eclesial que expresa un Cristo reactualizado, que lo muestra dado y sacrificado por los hombres, que lo revela como el gran amigo totalmente entregado a vivificar las amistades humanas.

Carlos De Foucauld se había propuesto, como preparación a la evangelización, cultivar amistades: "Intento conquistar la confianza de los indígenas, apaciguarlos, crear un clima de amistad" (15 de julio de 1904). Aludía con ello a una amistad no en el sentido de afectividad sentimental, sino en forma de coparticipación existencial con las personas amadas: "No puedo concebir el amor sin necesidad, sin una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza y, sobre todo, de participación en todas las penas, en todas las dificultades, en todas las asperezas de la vida" (Retiro de Nazaret, 1897). Sobre todo hoy, en el ambiente actual descristianizado y ateo, el apóstol ha de constituir el camino hacia Dios mediante una auténtica amistad caritativa entre los hombres, a los que ha de hacer sus amigos. Solamente así puede mostrar huellas para encontrar al Señor, se cualifica como rostro del Dios que vive en el mundo, comunica la experiencia inicial de una vida amable vivida con Dios en Cristo, proclama que Dios es verdaderamente el que ama.

El apostolado se perfila como experiencia progresiva en la amistad con el otro; la evangelización se actúa en la medida en que sabe que realiza una profundización de amistad con las personas (PO 18). El primer contacto amistoso puede arraigar en la sensibilidad (un gesto afectuoso), en el plano intelectual (el amigo de la reflexión convincente) o en un servicio material (pequeñas ayudas reciprocas). Y entonces la persona amada siente que se despierta su interés por Dios, el cual aparece como la fuente inefable del amor del misionero. Queda disponible para ser iniciada en la experiencia personal de un amor de amistad caritativa con el Señor. E. Van Broeckhoven, jesuita obrero, habla así de un compañero suyo de trabajo no creyente: "Nuestro encuentro había terminado por implicar nuestra intimidad más profunda; aunque en forma velada, él había ya encontrado al Padre y a Cristo en mí y yo en él; Cristo resucitado estaba presente en medio de nosotros por medio de su Espíritu de Amor. Mediante nuestro encuentro, había él aprendido a conocer a Dios, pues todos los que aman conocen a Dios. Si permanece fiel a este encuentro, está salvado; el amor no desmaya (...). Porque, a fuerza de amarlo, lo he conducido a Dios"

La progresividad de la amistad como apostolado puede y debe manifestarse también a través de las modalidades de los mismos signos amistosos. El apóstol pone de manifiesto los aspectos de la amistad caritativa que pueden captarse y que son válidos para su interlocutor. Puede que al principio muestre amabilidad afectiva, y que la retire luego según va viendo que el alma es capaz de vivir en una caridad espiritualizada.

San Francisco de Sales se dirige al principio a la noble joven Juana de Chantal en tono afectivo, de forma que ésta queda impresionada. Le confiaba que su alma "se había instalado íntimamente en la de ella". A las inquietudes de la Chantal, el santo responde: "No os sabré explicar ni la cualidad ni la grandeza de este afecto que tengo a vuestro servicio espiritual; mas pienso que es de Dios, y por eso lo fomentaré con cariño, y veo que todos los días crece notablemente... Pues bien, querida señora, haced valer mi afecto, usad de cuanto Dios me ha dado para servicio de vuestro espíritu; soy todo vuestro y no penséis más en qué forma ni en qué grado lo soy" (Carta 24 de junio 1804). Cuando Francisco ve a la Chantal consagrada ya en el convento, le sustrae la amistad sensible para darle ocasión de realizar un sacrificio pascual al Señor. Quiere que se despoje de todo sentimiento afectivo; que tenga "un corazón maleable como una bolita de cera en manos de su Dios: un corazón sin elección, sin otro objeto que la voluntad de su Dios; (...) una pobre y miserable criatura, sin pedir ni acción ni afecto". Y en la Introducción a la vida devota precisa: "Los que están en religión no tienen necesidad de amistades particulares; en cambio los que están en el mundo las necesitan para abrirse y socorrerse mutuamente" (III, c.19).

No raras veces faltamos a la obligación de ser apóstoles y misioneros con dimensión de amistad caritativa. Como cuando no nos esforzamos ya en ampliar nuestros conocimientos y relaciones de amistad; nos encerramos dentro del grupo propio; nos sentimos en él bien protegidos y custodiados: nos acurrucamos, temiendo que una mayor apertura vaya a amenazar nuestra propia seguridad. O también cuando dentro del grupo no se profundiza la amistad como don espiritual por temor de que pueda atentar contra la propia autonomía o contra el gusto sensual que se siente. O bien cuando teóricamente se proclama que somos comunidad eclesial de hermanos, todos una sola cosa en Cristo, favorecidos por la presencia de una autoridad como servicio. E1 hecho de repetir estos enunciados evangélicos habitúa a no advertir las divisiones existentes, las marginaciones profundas favorecidas, las discriminaciones inculcadas, el uso de la autoridad como poder despótico. Acaso se abusa de la misma caridad para expresarse en contra de las reformas sociales obligadas o, al contrario, para alimentar luchas fraternas. Si la amistad caritativa es fundamental para la actividad misionera, resulta difícil, sin embargo, vivirla con autenticidad, purificada de toda deformación.

IX. Amistad de personas consagrada

¿Puede un consagrado cultivar un amistad heterosexual? Entre los autores de espiritualidad han surgido pareceres dispares. Quizá no se trata precisamente de dar la solución con un sí o un no, sino de sugerir más bien cómo puede y debe vivir el consagrado sus amistades y con qué sentimientos puede o debe renunciar a ellas.

El consagrado está llamado a poner de relieve en toda amistad personal su unión mística con Dios en Cristo a través del espirito de los consejos evangélicos; sobre todo se le invita a expresar un estado de pobreza. Pobre evangélicamente es el que no tiene el espíritu ocupado por otro de suerte que esté poseído íntegramente por él. Si el otro ocupa el pensamiento y el afecto, si es objeto de los deseos propios y de las propias satisfacciones, si es el criterio de la propia paz gozosa o de las ansiedades personales, significa que Dios sólo puede instalarse allí como realidad yuxtapuesta, harto condicionada. No debes querer que alguien esté todo poseído en su corazón por ti o que tu corazón esté todo poseído por el amor de alguien; sino procura que, lo mismo en ti que en cualquier otra persona honesta, reine Jesús"

El consagrado debe mostrarse en estado de pobreza afectiva, incluso por amor de solidaridad social. En esta vida algunas personas sufren por estar privadas de amistad, por verse abandonadas del cónyuge, por ser descuidadas afectivamente por los demás, por encontrarse huérfanas de un posible compañero de amor, por no ser objeto de la atención afectiva de otros. El consagrado debe mostrarse pobre entre estos pobres por solidaridad para confortarlos en estas situaciones privadas de amistad y orientarlos hacia una amistad con Dios en Cristo; para indicar que siempre es posible una riqueza afectiva por encima de las apariencias terrenas: para mostrar que siempre existe una riqueza caritativa gozosamente disponible para todos. "Mi destino es no ser comprendido. Mas esto me ha obligado siempre a pensar en mí mismo y a buscar una mayor unión con Dios. Y así, lentamente, he comprendido que mi único consuelo puede ser la eucaristía" (J. H. card.Newman).

E1 consagrado debe mostrarse en estado de pobreza respecto ala afectividad para desarrollar responsablemente su ministerio apostólico: para saber librar a los demás de lazos terrenos hacia la libertad de los hijos de Dios. Si el consagrado introdujese al otro en la ternura afectiva, en caricias amables, en sensaciones sensuales, en intimidades sensibles, desencadenaría en su ser una especie de ansia insaciable de algo que habría que repetir siempre, una necesidad de recibir satisfacciones renovadas, de sentirse continuamente calmado y conquistado. Ahora bien, el consagrado en la caridad tiene como misión ayudar a trascender estas servidumbres agradables, a iniciar en un desprendimiento capaz de favorecer el encuentro con el Señor; debe permanecer entre los hermanos como don de promoción, no de sujeción.

Mas si el consagrado tiene el deber de mostrarse en estado de pobreza afectiva, también necesita la amistad para equilibrarse humanamente. Es preciso decir que un sacerdote sin amigos es generalmente un sacerdote en peligro" (Mons. Ancel). Tanto más que el consagrado debe vivir la amistad como un compromiso misionero irrenunciable. Si no despierta amistades, si no caracteriza a su comunidad eclesial como fraternidad amistosa, si deja que existan personas aisladas, significa que no es un buen apóstol; ciertamente no sabe evangelizar. Hoy no se tiene compasión con un amor sobrenatural privado del testimonio del amor humano. Fierre de la Gorce decía de los monjes anteriores a la revolución francesa: "Se amaban en Dios, es decir, no se amaban en absoluto".

El consagrado debe testimoniar no sólo que su caridad despierta amistades santas en la comunidad cristiana, sino también cómo debe vivirse una amistad según el espíritu evangélico. Los fieles tienen necesidad de contemplar en concreto cómo se vive el amor amistoso según el misterio pascual. "Si los dos esposos, que están bajo el régimen del amor loco de Dios, saben lo que hacen, saben que al mismo tiempo les es preciso renunciar al amor loco del uno por el otro '°. La indicación concreta sobre la manera de vivir efectivamente esta amistad caritativa debe ofrecerla la vida del misionero; podría ser el resultado de su vida espiritual personal entera. "El camino de la amistad es humilde y cotidiano; añadiré que es largo, que exige paciencia y que una amistad digna de este nombre no podría existir entre hermanos sin pasar por etapas dolorosas (...). El aprendizaje de una amistad auténtica es un aprendizaje que nos prepara a todo amor desinteresado".

El consagrado establece sentimientos de amistad con espirito eclesial y misionero; no para ligar a otros a sí mismo, no para someterlos a su propia utilidad, no para buscar una compensación de amor, no para mostrarse débil y necesitado de afecto, sino para comunicar el sentido de la amistad según la caridad, ya sea a los jóvenes que fatigosamente se orientan hacia una madurez sexual, ya a las muchachas que intentan aprender la manera de introducirse en el ánimo de un amigo, ya a los esposos que buscan una integración comunitaria como pareja, ya a los cohermanos célibes que quieren confirmarse en su voluntad de ser carisma eclesial.

Hoy existen experiencias religiosas de amistad promiscua a nivel institucional. Así se comprueba, por ejemplo, cuando en una misma casa religiosa conviven juntos religiosos y religiosas. La misma consagración se expresa como experiencia de amistad promiscua. Esta amistad tiene el mérito no sólo de ser continente, sino de estar vivida como carisma eclesial. Estos religiosos unidos en fraternidad mixta intentan proclamar la inauguración de un nuevo género de amistad entro los hombres: "No hay varón ni mujer, pues todos sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,28).

En conclusión, el consagrado es invitado frente a la amistad a asumir actitudes diversas complementarias entre sí. Debe mostrarse pobre y carente de amistad humana para testimoniar únicamente el deseo de la amistad de Dios en Cristo; debe presentarse involucrado en amistades auténticas para anunciar que toda carne puede ser asumida en la gloria del Señor debe ofrecerse purificado de afectividades sensibles para indicar que la práctica pascual es capaz de pneumatizar la misma afectividad; debe servirse de su afectuosidad amistosa para convencer a todas las almas de que Dios es el que ama. En cada experiencia afectiva, el consagrado debe ser consciente de que practica un carisma eclesial; debe saber que puede exprosarae de modos diversos, pero siempre como célibe entregado a la caridad del Señor.

Sobre toda, el consagrado, en virtud de la gracia del Espíritu y como carisma eclesial, debe vivir su posible amistad como una disponibilidad a acoger a los fíeles sin encerrarse en la posesión exclusiva de ninguno. También en la amistad debe vivir una caridad virginal hacia el Señor y hacia los hermanos. He ahí por qué los santos vivieron la amistad atendiendo alas exigencias espirituales de los otros y no alas afectivas personales. San Francisco de Asís contrae profunda amistad espiritual con Clara, llegando a hacerle frecuentes visitas. Luego, concede "encuentros que eran siempre breves y se celebraban a la vista, de modo que nadie pudiese murmurar o tener ninguna sospecha" (Tomás de Celano). Si frente a los hombrea mundanos esto podía bastar, por consideración a sus hermanos pensaba que debía interrumpir sus visitas. Les explicaba: "No dudéis de mi afecto por todas ellas (a saber, las monjas de San Damián); pero ha sido necesario que diese ejemplo, para que también vosotros hagáis como me habéis visto hacer a mí. San Francisco vivió su amistad con Clara como un carisma eclesial apostólico.

X. Amistad con casados

Las personas casadas pueden contraer amistad, pero de ordinario conviene que sean amistades compartidas por ambos cónyuges. El amigo de uno solo de ellos puede ayudar a desarrollar la autonomía del casado, pero no potencia su unión matrimonial, no aumenta su amor conyugal, no favorece la comunión familiar. El amor singular de amistad haría vivir un vinculo afectivo que no se injerta en el ya existente en virtud del matrimonio; haría comprender que el amor personal es más profundo y más amplio que el conyugal; habituarla a concebir la vida conyugal y familiar como uno más entre los muchos sectores en que uno se realiza. En cambio, si el amigo lo es de entrambos cónyuges, este amor amistoso profundiza y desarrolla el mismo lazo conyugal. Se va al amigo como casado; se goza y se guata la relación con el amigo en cuanto ligado matrimonialmente. La misma armonía conyugal se vive como prerrequisito para poder entablar relaciones amistosas gozosas.

Los cónyuges están llamados a integrarse ya sea con amigos particulares ya con otros matrimonios. En la amistad con otra pareja, los esposos pueden mirarse en un amor conyugal distinto, educando el suyo para nuevas posibles amabilidades. En la amistad con personas célibes, los esposos son ayudados a percibir la diferencia entre los dos tipos de amor y a ver cómo deben integrarse entre sí. En semejantes amistades los esposos se encuentran ante una riqueza propia participada a loa demás, al mismo tiempo que ante una pobreza propia que se integra en nuevos valores existentes en el amigo.

Frente a una pareja conyugal amiga es necesario respetar el misterio de la intimidad singular. Isabel Fournier, al casarse con Santiago Riviére, escribe a su hermano Enrique, con el cual tenía una profunda y gran amistad: "Ya no te amamos separadamente; nosotros tenemos ambos una única ternura para todo lo que no es nosotros. No puedo expresarte de otra manera el cambio ocurrido: cuando era pequeña, para saber hasta qué punto amaba a alguno, me preguntaba qué dolor me habría causado su muerte. Con toda sinceridad, por ti habría muerto. Ahora hay alguien que me lo impedirla; ahora es él el que me es esencial. Que esto no te dé pena. ¿No debiera ser así?" (Carta, junio 1908). Y cuando Enrique le pide una colaboración a su hermana Isabel, le explica por qué ha pedido primero permiso a su marido: "Tú lo sabes; una colaboración es un lazo muy intimo, un acuerdo que exige mucho más que lo más íntimo de sí mismo (...). A Santiago le hubiera podido parecer que le robaba algo de su mujer, que solamente le pertenece a él; quería desde el principio estar de acuerdo en que no se sentiría ofendido" (Images d'Alain-Fournier).

El sacerdote, cuando entabla amistad con casados, no está bien que se constituya en principio afectivo o directivo espiritual que avalore o sostenga la animosidad de un cónyuge contra otro. Un sacerdote, por su misión evangélica caritativa, no está nunca autorizado a dividir o contraponer. Menos aún cuando se trata de amor conyugal. "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19,8). En caso contrario, el sacerdote destruiría o rasgaría lo que Dios va realizando a través del gesto sacramental de la Iglesia; se mostraría infiel a la misión de evangelizar recibida del Señor; intentarla hacer ineficaz el simbolismo de Cristo-Iglesia operante en la vida conyugal. El sacerdote debe favorecer la profundización de la unión entre sus amigos casados.

El sacerdote, a través de la práctica de su caridad virginal, debe colaborar a hacer presente entre los esposos algo del Señor; debe recordar cómo cada casado tiene con Cristo también un encuentro solitario, una intimidad inefable más allá y por encima de todo vinculo matrimonial; cómo cristo es más intimo a nosotros mismos que cualquier afecto interior. El sacerdote es el amigo de la confidencia sacramental, de la comunicación espiritual, del abandono sobrenatural confiado. Un cónyuge respeta, en la amistad que el otro tiene con el sacerdote, lo inefable de la personalidad espiritual de cada uno, que no puede circunscribirse dentro del vínculo matrimonial.

XI. Soledad y amistad

Un hombre o una mujer, bien solteros bien unidos en matrimonio insatisfactorio, tienden a buscar una amistad que los arranque de la soledad. "El mal de la soledad es el vacío" (Marcel Ségal). La soledad puede echar raíces en cierto modo en cualquier espíritu. Para superarla, generalmente se busca la amistad con el otro sexo.

La amistad es un gran don que puede arrancarnos de la soledad, pero es también muy rara: "Cuando es el único alimento de una vida desierta, se muere de hambre" (Journal de Paule Régnier). Además, cuando se contrae amistad promiscua, ¿es posible conservarla sin que degenere en pasión? No es posible establecer normas generales para asegurarle buen fin. Una amistad refleja la personalidad de las personas amigas con todo lo que su carácter y su experiencia tienen de singular. ¿No seria el caso de aprender a vivir satisfechos en la soledad? "El día que comprendamos que la escisión incurable entre los demás y nosotros es el espacio de lo que nos hace ser lo que somos; cuando comprendamos que ahí es donde Dios nos habla llamándonos por nuestro nombre, habremos realizado la gran conversión que hace de la soledad mala la soledad bienaventurada" .

Cada edad intenta superar la soledad con amistades que presentan características propias. Entre adolescentes, la amistad es algo serio, e incluso necesario para hacerse adultos. Las burlas o la falsa preocupación moralizante de los adultos producen efectos deletéreos. Escribe Ana Frank acerca de su amistad con Peter: "Cada uno tiene algo que decir sobre nuestra súbita amistad. Pero sus habladurías no nos interesan y, por otra parte, no tienen nada de originales. ¿Es que los padres han olvidado su juventud? Se diría que si. Nos toman siempre en serio cuando decimos algo en broma y, en cambio, se ríen cuando hablamos en serio". Son amistades vividas con una cierta inconsciencia; pueden conducir a situaciones enojosas. "Ya había llegado a un punto en que necesitaba alguien a quien contar mis cuitas, un amigo que me mostrara el camino a seguir, y al atraérmelo, lenta pero sólidamente, hacia mi, lo he conquistado, no sin dificultad. Finalmente, después de haber despertado en él su amistad hacia mi, llegamos, sin querer, a relaciones íntimas que, pensándolo bien, ahora me parecen inadmisibles". Es fundamental que los adolescentes se sientan comprendidos y afectivamente sostenidos en la familia, de suerte que puedan manifestar en ella sus confidencias. Más que indicar los peligros latentes en sus actitudes, es preferible interpretar positivamente sus exigencias afectivas respecto a una experiencia de amistad con Jesucristo.

También la superación de la soledad mediante la amistad entre personas religiosas puede suscitar problemas. Santa Teresa, sensible y deseosa de afecto, considera que la conversación frecuente con amigos no sólo ayuda a superar la soledad, sino que, según su experiencia, proporciona gran ventaja espiritual. A sor Maria de San José, que le confía la soledad deprimente que ha experimentado con su partida, le escribe: "Yo le digo que le pago bien la soledad que dice tiene de mi. Heme holgado tanto, que me enterneció y caído en gracia sus perdones. Con que me quiera tanto como la quiero yo, la perdono hecho y por hacer". Sin embargo, cuando observa la vida comunitaria de las hermanas, advierte que tal género de amistades "trae tanto mal y tantas imperfecciones consigo, que no creo lo creerá sino quien ha sido testigo de vista". Su misma experiencia mística la vuelve conscientemente "mucho más desprendida de las criaturas, pues comprende que sólo el Creador puede consolarla y saciarla". Por lo cual reza: "Haz, Señor, que abandone esta vida cuando no sepa ya amar más que a ti, cuando no use ya la palabra amor más que hacia ti solo". Quizá la amistad sea, como la vida humana, un gran don que Dios nos concede; pero es preciso purificarlo y sacrificarlo de continuo para abrirnos a una amistad aún mayor y nueva en una existencia futura [ Comunidad de vida IV, 1].

T. Goffi
DicES

 

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