TRADICIÓN APOSTÓLICA
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Un documento de la mayor importancia para la historia de la liturgia y para la eclesiología, como es la Tradición apostólica, plantea enormes dificultades a los historiadores. Comúnmente venía atribuyéndose a Hipólito, autor mencionado por Eusebio como obispo de una sede desconocida, y conocido también para Jerónimo, aunque ninguno de los dos le atribuye esta obra. Hubo también un sacerdote llamado Hipólito (nacido ca. 178) que se enfrentó al papa Calixto por su laxismo con los penitentes, manteniéndose también en el cisma bajo sus dos sucesores. Luego se reconcilió, fue martirizado el 235 y es venerado como santo. Unos lo consideran romano; otros lo señalan más bien como originario de Oriente, en concreto de Alejandría; mientras que otros prefieren no entrar en la cuestión. En 1551 se descubrió una estatua, hoy en la Biblioteca vaticana, en cuya base estaban inscritos los nombres de trece obras, entre ellas la Tradición apostólica. Parece ahora que la estatua no es de Hipólito, si bien los títulos inscritos son de la primera mitad del siglo III. Sobre la base de los complejos datos disponibles pueden señalarse diversas posiciones: algunos, apoyándose en Eusebio, Jerónimo y Focio, afirman que la mayor parte de las obras atribuidas a Hipólito por la tradición, y la misma estatua, no son auténticas; otros, que pertenecen a dos escritores distintos: llamados Hipólito y Josefo, o ambos Hipólito. Unos niegan a Hipólito la autoría de la Tradición apostólica, mientras otros, como A. G. Martimort y B. Botte, la afirman; aunque todos insisten en el valor del tratado independientemente de quién sea su autor.

Otras obras de Hipólito, o atribuidas a él, destacan por su eclesiología, por ejemplo en la imagen del barco en El anticristo, y en la de la llave de los libros sellados (Is 29,11; Ap 3,7; 5) en el comentario de Daniel. Estas dos obras son también importantes por su rechazo implícito de una parusía inminente. Pero la obra más importante, quienquiera que sea su autor, es la Tradición apostólica, que data de comienzos del siglo III, si bien la reconstrucción de B. Botte sitúa el texto aproximadamente un siglo más tarde. Algunos investigadores la consideran una obra compuesta por elementos de diversas procedencias y prefieren llamarla diataxis (estatutos, de acuerdo con un florilegio del siglo VIII) en lugar de paradoxis (tradición). A. Faivre observa que es el documento antiguo más citado en la teología posterior al Vaticano II, y Martimort afirma que «la Iglesia de la Lumen gentium se reconocería a sí misma en la descripción hecha en la Tradición apostólica». La obra es una de las varias >colecciones apostólicas en las que se establecen normas de conducta, litúrgicas y relativas a la ordenación eclesial. Se puede afirmar que el texto recoge costumbres vigentes en Roma hacia comienzos del siglo III, algunas de ellas propias de dicha ciudad. Dado el carácter conservador del documento, puede que refleje la situación existente varias décadas antes. Sin embargo, no se puede tomar como un conjunto de normas o textos litúrgicos que fueran obligatorios en otros lugares, a pesar de la poderosa influencia que habrían de ejercer en siglos posteriores.

Comienza con una referencia a los carismas, que podían constituir una primera parte perdida de la obra, dado que la inscripción de la estatua podría traducirse por Tradición apostólica sobre los carismas o Sobre los carismas y la tradición apostólica. Anuncia que expondrá lo esencial de la tradición (ad verticem traditionis) conservada hasta entonces, conocida por la gracia del Espíritu Santo (prólogo). Siguen luego tres partes: las instituciones de la Iglesia (TA1-14), la iniciación (TA 15-21/15-23) y las prácticas de la Iglesia (TA 22-42/24-38). La primera parte (1-6) empieza con el > obispo: es elegido por el pueblo, que se reúne los domingos con el presbiterio; los obispos reunidos imponen las manos (>Imposición de manos) a petición de todos (2). Se hace oración en silencio para que descienda el Espíritu y luego una oración consecratoria (2-3/2,4.3; >Obispos). [Este texto ha servido de base para la nueva Plegaria de Ordenación (1968) de los Obispos después del Vaticano II, donde sobresale la incorporación de la fórmula «spiritus principales» («pneuma hegemonikon») para calificar el peculiar don del Espíritu que recibe el Obispo. A su vez] la oración que se propone, aquí como en otros lugares, es un modelo: el obispo puede orar espontáneamente o siguiendo una fórmula establecida; la única condición es la recta doctrina (orthodoxos: 9/10,3-5).

Sigue luego una anáfora, importante entre otras razones por ser la base de la segunda plegaria eucarística moderna [, promulgada por Pablo VI fruto de la reforma litúrgica promovida por el Vaticano II]. Aquí, como en otros lugares, presenta una cristología primitiva, denominando puer (hijo) a Jesús. La oración la dice el obispo, pero con la asamblea del pueblo y en nombre suyo («nosotros»). Después del relato de la institución eucarística, hay una anamnésis (memores) y la primera >epiclésis, oración en la que se invoca al Espíritu Santo para que descienda sobre las ofrendas (4/4,11-12) y colme al pueblo, confirmando su fe en la verdad (4/4,12). En otros lugares encontramos también importantes elementos de >pneumatología: en las doxologías finales se ve al Espíritu Santo en la Iglesia (cum Sancto Spiritu in sancta Ecclesia: 6/6,4; cf 7/8,5...); el Espíritu perfeccionará en la gracia a los que están en la fe verdadera de modo que puedan enseñar; el Espíritu desciende sobre el >sacerdote y el >diácono en la ordenación, y sobre los recién bautizados en la unción posbautismal (>Iniciación); el Espíritu está presente para que los catecúmenos puedan discernir los estados de vida ilícitos (16/16,25); los fieles han de estar atentos al oír las instrucciones matinales en la iglesia, «donde el Espíritu abunda (floret)» (35/ 31,2; 41/35,3).

Siguen luego dos bendiciones episcopales; en la versión latina de la bendición del óleo aparece por primera vez el >triple «oficio»: sacerdote, profeta y rey. Vienen luego los ritos para la ordenación de presbíteros y diáconos (7-8/8-9; >Sacerdotes, >Diáconos). Aquí se ve claramente la unidad del presbiterio en torno al obispo de la Iglesia local, descripción que complementa la doctrina de >Ignacio de Antioquía, un siglo anterior. En la sección siguiente, sobre los >confesores, hay algunas dificultades: algunos han de recibir la imposición de las manos (9/10,1-2), pero las >viudas, los >lectores, las >vírgenes, los >subdiáconos y los curanderos no han de recibir la imposición (10-14/11-15). En los textos se revela una práctica desarrollada y una teoría incipiente de la >imposición de manos.

La segunda parte de la Tradición apostólica está dedicada a la iniciación (>Bautismo), desde los primeros pasos del candidato hasta la plena incorporación a la eucaristía. También aquí se nos hace una descripción de la Iglesia local: todos los fieles están implicados en la presentación del candidato y la formación puede correr a cargo de los laicos. Esta parte acaba con una referencia a la disciplina arcani: al obispo está reservada la transmisión de ciertas materias de fe a los que han comulgado (21/ 23,14).

La tercera parte trata de distintos temas de la vida de la Iglesia, pero carece un poco de orden y unidad. La eucaristía se recibe los domingos y otros días por decisión del obispo (22/23,3). Se establecen normas relativas al ayuno, la limosna, las comidas en común, la atención a los elementos eucarísticos, la oración vespertina y otros momentos de oración. Los fieles han de asistir a la instrucción matinal cuando la haya. Acaba con una exhortación a mantenerse fieles a la doctrina apostólica, ya que se está difundiendo la >herejía por falta de enseñanza. Si algo falta en esta instrucción, Dios, que dirige a la Iglesia, lo revelará.

La importancia histórica de la Tradición apostólica reside en parte en su influencia en otras colecciones de normas y en su autoridad litúrgica. Pero quizá, por encima de todo, siga siendo un modelo para la eclesiología, la legislación y la liturgia por estar sólidamente fundada sobre bases cristológicas, soteriológicas y, en definitiva, trinitarias: la vida, las leyes y la liturgia de la Iglesia no pueden tener otro fundamento.