SANTOS
DicEc
 

Los santos son figuras que se encuentran en muchas religiones. La Iglesia primitiva buscaba inspiración en los grandes personajes del Antiguo Testamento (Heb 11,4—12,1). Pero no hay ningún testimonio de que se pidiera su intercesión. A los discípulos de Cristo se les dio comúnmente el nombre de «santos» (He 9,13.32.41; Rom 16,2), en el sentido de que habían sido elegidos y habían recibido los dones de Dios.

En los primeros siglos se dio culto a los mártires, a menudo con una celebración eucarística en el aniversario de su muerte, especialmente en el lugar de su muerte o su sepultura. A partir, aproximadamente, del siglo IV se desarrolló también el culto a los confesores. Pronto fueron veneradas otras personas de santidad patente y ejemplar. Los obispos y los concilios se encargaron de regular estos cultos en las Iglesias locales. Pero los cultos a menudo traspasaban los límites de la diócesis vinculada al santo. Los obispos eran los que autorizaban la veneración, pero era factor decisivo la vox populi, la fama de santidad de las personas y la veneración que les brindaba de hecho el pueblo. Los obispos gradualmente aprobaban la veneración y a veces se acudía a Roma para que confirmara la decisión tomada en la diócesis. Con el tiempo sería Roma la que canonizaría, siendo el primer caso de que se tiene constancia el de Ulrico de Augsburgo, canonizado por el papa Juan XV el 993. A finales del siglo XII se prohibió la veneración de los santos sin la aprobación de Roma. Sin embargo, antes del siglo XII y con frecuencia hasta el siglo XVII, los obispos locales beatificaban a algunas personas para la veneración dentro de sus diócesis. A partir de entonces la beatificación se hace generalmente en presencia del papa: se trata de una presentación formal ante él de un siervo de Dios; el papa no declara definitivamente que el beato está en el cielo. La beatificación es seguida normalmente por el culto sólo en su propio país, diócesis, Iglesia o familia religiosa.

La canonización suponía originariamente la inserción en la lista de santos del canon de la misa (la plegaria eucarística 1). En nuestros días tiene lugar en una celebración pontifical durante la cual se afirma categóricamente que la persona canonizada está en la gloria. A partir de ese momento se le da el nombre de «santo». Son varios los modos en que son honrados los santos: se les celebra una fiesta anual; tienen una misa y un oficio aprobados; pueden dedicárseles iglesias; pueden venerarse públicamente sus reliquias. Estas distinciones entre el culto limitado de los beatos y elculto universal de los santos son reflejo del Código de Derecho canónico de 1917 (CIC 1277, 1278, 1287 § 3); aunque no se recogen en el Código de 1983, siguen siendo práctica vigente (cf CIC de 1983, 1187).

El minucioso y complejo proceso de la canonización se ha ido estableciendo en la Iglesia desde la Edad media. Ha habido varias etapas importantes en este proceso: la obra de Urbano VIII (1623-1644); el estudio de la beatificación y la canonización llevado a cabo por Prospero Lambertini antes de convertirse en Benedicto XIV (1740-1758); el Código de Derecho canónico de 1917 (CIC 1999-2141), y la formación de la Congregación para las Causas de los santos en 1969, al reorganizarse la Congregación de Ritos. La nueva Congregación es la responsable de las beatificaciones y de las canonizaciones. Hay dos secciones principales dentro de la Congregación: una que se encarga de las causas de los recientemente fallecidos, en cuyos casos hay testigos vivos, y otra que se ocupa de las causas más alejadas en el tiempo.

El proceso se simplificó en 1983. Se inicia en la diócesis en la que murió la persona y se lleva a cabo bajo la supervisión del obispo. Después de las indagaciones preliminares realizadas en las diócesis, toda la documentación es enviada a Roma y se nombra un postulador, normalmente una persona residente en Roma. Con permiso de la Congregación se introduce la causa y se inicia una investigación formal en la diócesis: vuelven a examinarse todos los documentos y se interroga a todos los testigos. Se lleva a cabo otro examen en torno a alguna acción milagrosa, por lo general una curación, producida por la intercesión del siervo de Dios. Los resultados de esta investigación se envían a Roma, que en su momento promulga un decreto sobre la heroicidad de su virtud o su martirio. Tras la promulgación de este decreto se puede dar a la persona el nombre de «venerable». Luego viene un decreto acerca del milagro. Para la beatificación es necesario un milagro. En cada una de las distintas fases del proceso se consulta a historiadores y teólogos, particularmente antes de que la congregación de cardenales y obispos dé su juicio definitivo. Una condición esencial es la pureza de la doctrina en sus escritos y obras. La decisión final acerca de la beatificación la tiene el papa. Antes de la canonización es necesario un segundo milagro, ocurrido después de la beatificación. No obstante, ya en esta fase no se realizan más indagaciones sobre la heroicidad de su virtud. El veredicto acerca de la canonización es responsabilidad también del papa, oído el parecer de la Congregación.

La veneración de los santos plantea varias cuestiones teológicas. En primer lugar está el requisito del martirio (>Mártir) o de virtudes heroicas. El martirio ha de ser por la fe o deberse al odium fadei u odio a la fe. En la historia reciente, aunque no sólo, pueden darse motivaciones políticas junto a la entrega a Dios entre las causas de la muerte; por eso han de llevarse a cabo minuciosas investigaciones con el fin de establecer la autenticidad del martirio, acto supremo de amor a Dios y a la Iglesia. En los demás casos debe darse la virtud en grado heroico, de modo que puedadecirse que la persona ha vivido profundamente el amor cristiano a Dios y a los hombres y ha practicado todas las virtudes cristianas de un modo perfecto, ejemplar y heroico. Estas normas ponen de manifiesto que el interés de la beatificación y la canonización está en proporcionar a la Iglesia modelos de santidad.

Una segunda cuestión teológica es la certeza que hay detrás de la canonización. Hasta hace poco la teología de los manuales ponía la canonización de los santos como un caso de la infalibilidad papal; hoy por lo general los teólogos ya no mantienen esta tesis.

Un tercer punto es el relativo a la veneración de los santos. La confesión de fe tridentina afirmaba que «los santos que reinan con Cristo han de ser venerados e invocados... Ellos interceden por nosotros ante Dios y sus reliquias deben ser veneradas»". En su 25ª sesión Trento estableció normas importantes: hay que instruir cuidadosamente a los fieles acerca de la adecuada veneración a los santos; los santos nos ayudan por medio de su intercesión; Cristo sin embargo es el único redentor y el único mediador; la veneración de las imágenes es legítima porque en ellas se adora a Cristo y se venera a los santos mismos; la veneración de las imágenes ha de promoverse, procurando evitar los abusos. Ya en el II concilio de >Nicea (787) se aprobó solemnemente la veneración de las imágenes de los santos, decisión reiterada en el concilio de >Constantinopla IV (869-870); Juan Pablo II lo recordó con ocasión del duodécimo centenario del II concilio de Nicea.

La postura del Vaticano II sobre esta veneración ha quedado reflejada en el Código de Derecho canónico (CIC 1186-1187), que pone un especial acento en la devoción a la Virgen María. La constitución sobre la liturgia propone una teología moderna de la veneración: «Además, la Iglesia introdujo en el círculo (litúrgico) anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos que, llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque, al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo; propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre, y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos (eorumque meritis Dei beneficia impetrat)» (SC 104).

Un cuarto punto es el que se refiere a la naturaleza de la veneración de los santos. San Agustín proponía el término griego latreia para designar la adoración de Dios. El término dulía referido al honor que se tributa a los santos procede del período carolingio; más tarde apareció el término hyperdulia para designar la forma especial de dulía debida a la Virgen María.

Es claro, pues, que la veneración a los santos supone una firme creencia en la >comunión de los santos, una visión de la Iglesia que se extiende tanto al cielo como a la tierra (cf LG c. VII).

Puede verse cómo a lo largo de las diversas épocas los santos constituyen distintos modelos para la Iglesiay reflejan aspectos diferentes de la espiritualidad, desde la ascética del desierto hasta la heroicidad cotidiana de santa Teresa de Lisieux. Los santos son, en frase de Rahner, «creadores de nuevos estilos de cristianismo». Los santos han de contemplarse y venerarse sólo desde un recto sentido de la Iglesia;. Sus escritos y su vida se ven ahora de hecho como un locus theologicus (> Fuentes de la teología, >Padres de la Iglesia).

La celebración litúrgica de los santos se ha simplificado con las reformas posconciliares. El número de celebraciones para la Iglesia universal se redujo drásticamente con el fin de dar mayor relieve al ciclo litúrgico temporal; los santos de carácter más local fueron suprimidos del calendario universal o se conservaron como memoria libre. Los calendarios locales conceden un lugar más destacado a los santos de la propia diócesis, región, Iglesia o familia religiosa. La liturgia sigue siendo la principal forma de veneración a los santos; ella nos instruye también sobre el papel que para nosotros representan en la Iglesia.

La hagiografía o literatura en torno a los santos -en particular biografías- se encuentra desde los primeros siglos. Existe siempre la tentación de exagerar y aceptar leyendas, en particular porque se espera encontrar lo milagroso asociado a la vida de los santos. Sin embargo, hay testimonios de que los papas, los teólogos y los escritores importantes han mostrado siempre deseos de determinar la verdad acerca de los santos. Desde el siglo XVII la Iglesia ha estado bien servida en este sentido por los «bollandistas», los jesuitas seguidores de Juan van Bolland (1596-1665), que estableció nuevos parámetros de rigor histórico.

En los tiempos modernos pueden oírse algunas críticas sobre los procesos de canonización realizados en Roma: la elección de los aspirantes a la canonización parece favorecer sobre todo a los latinos y a los religiosos; el coste monetario del complicado proceso es muy elevado, aunque se supone por lo general que incluye una «tasa» sobre las canonizaciones del hemisferio norte con el fin de costear las causas de personas del hemisferio sur. El elevadísimo número de beatificaciones y canonizaciones recientes podría provocar el efecto de una inflación excesiva —y hay todavía más de mil causas sometidas a la Congregación.

Las >Iglesias orientales se destacan por su veneración a los santos. Más aún que en Occidente, tributan honor, tanto en la liturgia como en los iconostasios, a los santos del Antiguo Testamento. Las Iglesias orientales que no están en comunión con Roma han añadido un gran número de santos, muchos de los cuales son locales, pero sin que falten algunos de alcance más universal, como san Gregorio Palamas (ca. 1296-1359, canonizado en 1368). La Iglesia ortodoxa pone gran confianza en los santos y en los místicos como guardianes e intérpretes de la tradición y de la fe.

La Comunión Anglicana, en el inglés Alternative Service Book y en el americano Book of Common Prayer, ha dado el título de santos a figuras importantes y celebra fiestas en su honor, como William Law (1686-1761, 9 de abril), George Herbert (1593-1633, 27 de febrero), John Keble (1792-1866, 29 de marzo) y Edward Pusey (1800-1882, 18 de septiembre).

En el contexto ecuménico se han realizado algunos estudios y se ha logrado cierto consenso en torno a los santos, aunque la mayoría de los protestantes siguen rechazando la intercesión. El Vaticano II ha reconocido la existencia de notable santidad fuera de la Iglesia católica, especialmente en los mártires (LG 15; cf DH 14; UR 15, 17, 23).