RELIGIOSIDAD POPULAR CRISTIANA
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Hasta hace unas cuantas décadas no ha habido un interés académico por la religiosidad popular, llamada también «piedad popular» o «fe popular». Para los eclesiólogos se trataba de una manifestación marginal de la Iglesia. En América Latina se consideraba como un modo de evadir a la gente de la lucha por la liberación (>Teologías de la liberación y eclesiología). Desde las reuniones del CELAM en Medellín y, más particularmente, en Puebla, seguidas luego por Santo Domingo, la religiosidad popular se ha visto arraigada más en el cristianismo indígena de Latinoamérica, dando lugar a un serio replanteamiento del tema. Desde entonces la bibliografía sobre el tema no ha hecho sino aumentar, especialmente en lenguas romances. En la actualidad están apareciendo serios estudios teológicos.

La religiosidad popular tiene una larga historia en el cristianismo. Se sitúa a menudo entre una fe recientemente abrazada y una cultura indígena hondamente arraigada. Puede presentar características, por tanto, con muchos siglos de antigüedad. Es lo que ocurre en la religiosidad popular de muchos lugares de América Latina, Africa y Asia, especialmente las Filipinas. O puede proceder de un movimiento religioso. En la Edad media los benedictinos, especialmente Cluny, fomentaron la devoción a los santos, a los nombres de Jesús y María y a las misas por los difuntos. Poco después encontramos el movimiento franciscano (>Francisco de Asís), un movimiento de profunda renovación espiritual que trajo consigo la popularización de la devoción a la pasión de Jesús, el viacrucis y el belén. En una época en la que la liturgia, aparte de las grandes ceremonias catedralicias, se estaba alejando cada vez más del pueblo y haciéndose cada vez más cerebral, las devociones populares tocaban al pueblo en su afectividad y lo movían al compromiso de fe a través de una gran cantidad de símbolos.

La religiosidad popular es difícil de definir; según la postura del observador, se subrayará más el aspecto sociológico, antropológico, psicológico, cultural, etnológico, folclórico o religioso. En el sínodo de obispos de 1974 el cardenal E. Pironio hizo de ella una descripción amplia y útil: «La manera en que el cristianismo se encarna en las diversas culturas y estados étnicos, y es vivida y se manifiesta en el pueblo».

Pueden trazarse del siguiente modo sus características esenciales. Es «popular», no en el sentido de que se oponga a una religiosidad culta, crítica, oficial, inhabitual, madura o elitista, sino más bien en el sentido que tiene «popular» en las lenguas romances, es decir, «relativa al pueblo». En cuanto tal se asocia a menudo con los pobres y los marginados, y atrae a muchos cuya educación religiosa formal es en muchos aspectos poco profunda. Pero, en otro sentido, «pueblo» significa también nación, con su cultura e historia comunes. La religiosidad popular es intuitiva, simbólica e imaginativa; es mística en el sentido de que lleva la experiencia religiosa más allá de los límites ordinarios; es festiva, teatral, espontánea y celebrativa; es asistemática y con frecuencia inarticulada; por encima de todo, es comunitaria, pues reúne a grupos de personas que se sienten unidas por vínculos estrechos y variados: pertenencia a un mismo gremio, asociación o cofradía, vecindad, etc. A veces es también cuestión política, y mantiene viva la identidad del pueblo en la lucha por su dignidad o libertad. Aunque la religiosidad popular supone un alejamiento de las ocupaciones y problemas diarios, no debe considerársela con demasiada facilidad escapista; la penitencia y la conversión ocupan un lugar muy destacado, especialmente en relación con los santuarios y las promesas.

Se puede esbozar así la amplia variedad de manifestaciones asociadas a la religiosidad popular: prácticas o creencias mágicas o supersticiosas, algunas de ellas sin relación alguna con los ritos cristianos, por ejemplo, la brujería o el mal de ojo; complicadas celebraciones de la Virgen y los santos, a menudo con largas fiestas; peregrinaciones a santuarios; rituales y prescripciones casi sacramentales, especialmente en relación con los ritos de iniciación; culto extralitúrgico a personas que han muerto ya o todavía viven, y a las que se atribuyen poderes especiales. Los símbolos de la religiosidad popular pueden considerarse de tres tipos: basados en necesidades humanas y sociales; socio-estructurales, para la construcción y mantenimiento de la comunidad; trascendentes y orientados hacia Dios (G. Mattai).

La religiosidad popular mantiene en tensión dos verdades: Dios y los santos están muy distantes de nosotros en cuanto a santidad; no obstante, tienen poder y están cerca y se muestran benevolentes ante la miseria humana. Las oraciones llenas de confianza son frecuentes en la religiosidad popular. Aunque hay gente con muy escasa relación con los valores de la Iglesia institucional, como por ejemplo la misa del domingo, que se muestra entusiasta con las devociones populares, no siempre es oportuno y necesario el juicio negativo de las mismas. La religiosidad popular se dirige a la gente allí donde está; el reto pastoral consiste en hacer que profundicen más en la vida de la Iglesia. Desde un punto de vista eclesiológico, es necesario seguir la postura adoptada por el Vaticano II: la Iglesia «no disminuye el bien temporal de ningún pueblo; antes al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas, las purifica, fortalece y eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno» (LG 13). Una de las áreas que puede necesitar purificación es aquella en la que se manifiesta cierta mentalidad mágica, donde se revela algún intento de manipulación de Dios por medio de determinadas prácticas religiosas; excepto en el caso de los sacramentos, nunca podemos esperar una respuesta cierta y automática anuestras oraciones o ritos. El terreno de las curaciones en la religiosidad popular puede ser ambiguo y ha de discernirse caso por caso.

Al juzgar la religiosidad popular hay que estar alerta, por supuesto, ante elementos erróneos, como la blasfema idea de que determinados favores sólo pueden obtenerse a través de María, porque Jesús los negaría. Pero la religiosidad popular es extremadamente conservadora y las desviaciones no siempre pueden ser corregidas según las normas críticas de la teología. En algunos lugares, además, la religiosidad popular es una manifestación seglar, que no tolera de hecho la interferencia de los clérigos; por eso, a veces, aunque un espectáculo merezca una valoración negativa, no siempre es posible la corrección. Una ventana sucia puede sin embargo dejar pasar mucha luz. Y la religiosidad popular constituye casi siempre una apertura a la trascendencia. Su obstinada perduración en muchos lugares puede ser ocasión propicia que conviene no dejar pasar de cara a la evangelización".

En el pasado la actitud de las autoridades eclesiásticas ha variado: a veces estas han promovido la religiosidad popular; otras veces la han tolerado, o condenado, o tratado de controlarla. Un ejemplo interesante de dicho control ha sido la sustitución de un sentido pagano por otro cristiano; así, fuentes sagradas fueron dedicadas a diversos santos, de modo que las curaciones en ellas buscadas pasaran por la intercesión de personajes cristianos. Después de Trento hubo una reacción por parte de muchos pastores en contra de las manifestaciones populares.

En el Vaticano II el tema no se estudió seriamente, aunque dos parágrafos de la constitución sobre la liturgia (SC 12-13) son importantes al respecto. El primero de ellos afirma que «la participación en la sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual». El segundo elogia las devociones populares, con tal de que estas se adecuen a las leyes de la Iglesia; deben adaptarse también a los tiempos litúrgicos. No obstante, después del concilio, a menudo por una multiplicación excesiva de las misas, se ha producido una decadencia general de la vida devocional. Históricamente ha habido tensiones entre la liturgia y la vida devocional; no debería haber conflicto, puesto que ambas son necesarias.

La actitud del magisterio universal y local ha evolucionado mucho desde el Vaticano II. Ya en la reunión del CELAM en Medellín (1968), hubo declaraciones positivas acerca de la religiosidad popular. Pero fue Pablo VI quien, en su exhortación apostólica sobre la evangelización, trazó claramente el camino de la religiosidad popular. Señala allí la ambigüedad y el error que puede encerrar la religiosidad popular, pero indica también los grandes valores que puede haber en ella: «Puede producir mucho bien. Porque es señal de una cierta sed de Dios, como sólo los que son sencillos y pobres de espíritu pueden experimentar... Puede desarrollar en lo más hondo de la persona virtudes rara vez encontradas de otro modo en el mismo grado, como la paciencia, la aceptación de la cruz en la vida diaria, el desprendimiento, la apertura a los otros y un espíritu de diligente servicio». Pablo VI prefiere llamarla «piedad popular» o «religión del pueblo», más que «religiosidad». Insiste fuertemente en el potencial que encierra para la evangelización.

La reunión del CELAM en Puebla reiteró la doctrina del papa y desarrolló un programa de pastoral: se reconocen sus valores y se hacen algunas indicaciones para fomentarla y mantenerla integrada en la vida de la Iglesia. Después de Puebla, la exhortación possinodal de Juan Pablo II sobre la catequesis habló del valor de las distintas oraciones y prácticas de piedad, que acaso necesiten ser purificadas pero que encierran la posibilidad de abrir a la gente a misterios más profundos de la fe.

La reunión del CELAM de Santo Domingo se ocupó brevemente de la religiosidad popular: está cada vez más difundida en la Iglesia y es una forma de inculturación de la fe; tiene elementos extraños que necesitan purificarse; ha de orientarse hacia la conversión.

La religiosidad popular es parte integrante de la vida de la Iglesia. A pesar de sus ambigüedades, puede llegar al corazón de la gente, al centro mismo de su ser, donde puede tener lugar el encuentro con Dios. Aunque no enteramente ausente en el protestantismo, se manifiesta más plenamente en la Iglesia ortodoxa y católica. En una época en la que se busca la espiritualidad a través de movimientos como el New Age (>Movimientos no cristianos y New Age), la Iglesia tiene en la religiosidad popular grandes riquezas que puede ofrecer a la gente como medio privilegiado para experimentar la gran verdad de la >comunión de los santos.