REINO DE DIOS
DicEc
 

Muchos exegetas prefieren hablar del reinado de Dios, como una traducción más dinámica de basileia y de su sustrato lingüístico. Pero hay también ciertas ventajas en el uso de la palabra «reino»; de hecho las traducciones más recientes del Nuevo Testamento han optado por volver a ella. La cuestión de la nomenclatura nos alerta sobre los complejos problemas de esta noción, que están presentes ya incluso en la evolución del Nuevo Testamento: Jesús predicó el reino; los primeros libros del Nuevo Testamento mantienen un relativo silencio acerca del reino; unas cuantas décadas más tarde será una idea central en los evangelios sinópticos; la idea del reino no es dominante en los últimos libros del Nuevo Testamento.

La primera predicación que se menciona de Jesús gira en torno al reino: «Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el evangelio» (Mc 1,15). Dos frases indicativas se aclaran mutuamente (tiempo/reino), del mismo modo que los dos imperativos (arrepentíos/creed). La enseñanza de Jesús está en continuación con la de Juan Bautista (Mt 3,2). Es muy significativo que Jesús pueda declarar la inminencia del reino sin tener que explicar su significado a los oyentes. La idea de un Dios rey o que reina es clara en el Antiguo Testamento: aparece majestuoso salvando a su pueblo en el Exodo (Ex 15,11-13); el trono del rey humano representa el trono real del Señor sobre Israel (l Crón 28,4-5); más aún, Dios es rey de toda la tierra (Sal 29; 74,12-17); el israelita piadoso podía acercarse a Dios con toda confianza (Sal 5,2; 44,4); Dios es un rey cósmico, pero también alguien con quien puede contar el pueblo (Sal 145). Con el tiempo se iría poniendo cada vez más énfasis en que el Señor es rey de todos los pueblos, por lo que se funden dos ideas: Dios protege al pueblo y, al mismo tiempo, tiene también un dominio universal (Jer 10,7; Zac 14,9; Mal 1,11.14). En el templo Dios es proclamado rey en medio de las alabanzas de su pueblo, por lo que el rey humano puede esperar las bendiciones del rey universal (Sal 2; 18; 21; 45; 72; 101; 110; 144,1-11).

En el tiempo de Jesús había tres ideas preponderantes acerca del reino de Dios. En primer lugar una visión política nacionalista que colocaba el reinado de Dios dentro de la historia: Israel se vería libre de la opresión; es la visión de los discípulos de Jesús (Lc 24,21; He 1,6). El Dios de la alianza (Dt 29,9-12) hará algo nuevo por su pueblo (Is 43,19): un nuevo corazón (Ez 36,24-28), una nueva creación (Is 26,19; Ez 37), un nuevo pueblo (Is 2,1-5; 19,16-25). El pueblo, por tanto, ha de vivir en la esperanza. En segundo lugar una expectativa apocalíptica en la que el reino se veía más allá de la historia. Había en esto cierto dualismo: desde un mundo sometido al mal (Gén 3-10) los judíos miraban hacia un universo totalmente transformado. En tercer lugar encontramos una concepción ética del reino, en la que se lo considera como ya presente: «cargar con el yugo del reino» por fidelidad a la shema (Dt 6,4-5) es someterse a la voluntad de Dios y al reino. La visión política se encontraba también presente en las concepciones segunday tercera del reino, por lo que era esta una idea unificadora de los tiempos de Jesús, y en los tárgumes rabínicos, algunos de los cuales son contemporáneos o incluso anteriores a la encarnación.

Mateo usa generalmente la expresión «reino de los cielos» para evitar el nombre divino y por transmitir un sentido escatológico que no tiene la expresión «reino de Dios». Cuando se plantea la cuestión de qué entendía el mismo Jesús por el reino en su predicación, los exegetas se muestran cada vez más coincidentes en unos cuantos puntos clave: el reino no es sólo la sociedad caracterizada por la confianza y el amor, tal como mantenían A. Ritschl y los teólogos del American Social Gospel; no es algo que Jesús esperara en un futuro próximo o inmediatamente después de su muerte –por ejemplo, J. Weiss, A. Schweitze; tampoco es la escatología realizada de C. H. Dodd –el reino ha venido ya en plenitud en Jesús y uno no puede más que decidirse a favor o en contra de él–. Cada una de estas visiones constituye una simplificación de una realidad compleja. En la predicación de Jesús el reino es escatológico y apocalíptico (Mt 25,31-46). Hay un conflicto entre el dominio de Dios y el dominio de Satanás (Mc 1,16–3,12), pero la victoria está asegurada por el misterio pascual (Lc 11,12-22; cf Col 2,14-15). El reino es un don de Dios: nosotros podemos pedirlo, como en el padrenuestro (Mt 6,10), podemos estar preparados (Mt 24,36–25,13), pero hemos de recibirlo como un don (Lc 12,31-32). Por otro lado, aunque Jesús no puede presentarse como un revolucionario, en su predicación del reino no sólo establece normas de moralidad individual, sino también de moralidad política. El sermón del monte no es una nueva ley farisaica, un ideal imposible o una ética provisional (mientras que llega el reino, que no ha de tardar), sino la vida que la gente querrá vivir si dejan que el reino penetre plenamente en sus corazones. En la predicación de Jesús el reino es además una oferta de salvación para todos: es una buena noticia (Mc 1,15); es un tiempo de regocijo (Mt 9,14-17); los pueblos han de participar en él (Mt 8,11; 21,43)". Finalmente y por encima de todo, el reino es un desafío; ante la proclamación de Jesús, como ante la de Juan Bautista, la gente es invitada al arrepentimiento. Este arrepentimiento supone el apartamiento del pecado y la apertura a la voluntad salvífica de Dios: en términos sinópticos se trata del discipulado; en lenguaje joánico se trata de creer en Jesús. Es en la persona y en la misión de Jesús donde se encuentra el reino.

Los exegetas coinciden cada vez más en que una adecuada descripción del reino predicado por Jesús ha de incluir un ya y un todavía no, aunque hay diferencias de acentuación de cada uno de los dos términos dialécticos. El reino está ya presente (Lc 11,20; 17,21; Mt 12,28). Puede experimentarse en los signos que muestra el ministerio de Jesús: curaciones, exorcismos, perdón de los pecados. Tiene un comienzo discreto, pero su importancia irá creciendo cada vez más, como indican las parábolas de crecimiento: el sembrador (Mc 4,3-9 par.), la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29), el grano de mostaza y la levadura (Le 13,18-21 par.)2. Está a punto de llegar (Mt 4,17; Mc 9,1; Lc 21,31-32). Pero Jesús habla también de la venida del reino en un futuro indefinido (Mt 24,36; He 1,6-7; Mc 13,32; Lc 22,18), cuando los apóstoles reinen (Lc 22,30): el reino por tanto todavía no ha llegado. La tensión entre el ya y el todavía no no debe eludirse. El futuro del reino está influyendo ya en el presente y dándole sentido. Por último, el reino es de un valor incalculable, como muestran las parábolas de la perla y del tesoro escondido (Mt 13,44-46).

En el resto del Nuevo Testamento es importante señalar la visión de los Hechos. La segunda obra de Lucas es una descripción de la expansión de la Iglesia por el poder del Espíritu, pero está escrita como una gran «inclusión» (lo que indica unidad) en torno al reino (He 1,3 con 28,31). Por otro lado, la actividad de Felipe y de Pablo se describe en términos de proclamación del reino (He 8,12; 19,8; 20,25; 28,23.31). Lucas habla también de las muchas pruebas por las que es necesario pasar para entrar en el reino de Dios, en un pasaje en el que no es posible discernir si se trata de su manifestación presente o de su perfección escatológica (He 14,22). Las referencias paulinas al reino son un antídoto contra la excesiva simplificación de la idea del reino. Hay ciertas clases de pecados que suponen la exclusión del reino (futuro) (ICor 6,9-10; Gál 5,21; Ef 5,5; cf ICor 15,24). El texto de ICor 15,24-25 se refiere a la parusía y no debería interpretarse de un modo quiliástico (>Milenarismo). Hemos sido trasladados ya al reino del Hijo (Col 1,13). Estamos llamados al reino (1 Tes 2,12), un reino que es futuro (2Tes 1,5; 2Tim 4,1.18). Hay compañeros de trabajo por el reino (eis tén basileian, Col 4,11). Los escritos paulinos ofrecen además dos descripciones del reino: «El reino de Dios no consiste en palabras, sino en virtud» (en dynamei, ICor 4,20); «el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). Aunque el corpus paulino no usa el término «reino» con mucha frecuencia, el uso que hace de él mantiene la tensión entre el ya y el todavía no que aparecen en la predicación de Jesús; la palabra paulina «misterio» que encontramos en los sinópticos apunta además hacia la realidad del reino (Mc 4,11).

En los escritos joánicos las referencias al reino son escasas: renacer en el agua y en el Espíritu es necesario para entrar en el reino (Jn 3,3.5); el reino de Jesús no es de este mundo (Jn 18,36). El resto de los textos del Nuevo Testamento se refieren a él como un reino en el que entramos ya en la tierra (Heb 12,28; Ap 1,9), o del que somos herederos (Sant 2,5), o que es escatológico (Ap 12,10).

Los textos de los >Padres apostólicos son de diverso tipo: repiten los textos de exclusión de Pablo ligados a lCor 6,9-10; Clemente habla del reino venidero; algunos textos son claramente escatológicos y hablan del reino celestial o eterno; se habla sólo una vez de esperar los signos del reino, como también de la entrada en él. Aparte de estas referencias, tenemos sólo la >Didaché en el período apostólico o subapostólico: recoge el texto del padrenuestro y habla de la Iglesia reunida en el reino (9,4; 10,5). Entre los Padres apologetas griegos encontramos el reino solamente en Atenágoras y en Justino.

En siglos posteriores encontramos la noción del reino espiritualizada en algunos de los Padres griegos. En Occidente, desde el tiempo de Carlomagno, adquiere connotaciones políticas, siendo más tarde la base de las visiones teocráticas de la Iglesia y del mundo. En la época de la Reforma volvió a espiritualizarse. Después de la Ilustración surgieron varias construcciones utópicas que influyeron tanto en el pietismo alemán como en la eclesiología católica y protestante"

En los tiempos modernos el reino se ha convertido en un tema teológico importante, o incluso en un símbolo. En el Vaticano II más de 240 miembros del concilio pidieron que se tratara explícitamente el tema del reino porque es frecuente en la Escritura, manifiesta al mismo tiempo la naturaleza visible y espiritual de la sociedad de la Iglesia y pone de manifiesto, además, su aspecto histórico y escatológico. El artículo redactado en respuesta a estas demandas tiene dos partes: la institución del reino se muestra en las palabras, los milagros y, especialmente, la persona de Cristo (LG 5); en el segundo párrafo se dice que la Iglesia, a la que se le ha dado el Espíritu Santo, «recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo (annuntiandi... instaurandi) en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino» (LG 5). Las ideas de este artículo se encuentran con algún desarrollo en otros textos del concilio. El reino de Dios no es de este mundo; por eso la Iglesia, al introducir (inducens) el reino, no disminuye los bienes temporales de ningún pueblo (LG 13). El reino al que pertenece el pueblo de Dios no es terreno sino celeste (LG 13). La expectativa escatológica debería llevar a un mayor compromiso en este mundo: «Aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios» (GS 39). «Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos y nos reveló su misterio (...). La Iglesia o reino de Cristo presente actualmente en misterio (Ecclesia seu regnum Christi iam praesens in mysterio), por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo» (LG 3; cf GS 39): «El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra (regnum iam in mysterio adest)». La familia cristiana «proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes (praesentes virtutes) del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada» (LG 35). En los que están más transformados en Cristo, Dios nos da un signo de su reino (cf LG 50). «La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre» (GS 1). La búsqueda de la caridad perfecta por medio de la práctica de los consejos evangélicos es un signo visible del reino de los cielos (cf PC 1). Los religiosos tienen que conjugar la contemplación con el amor apostólico, «por el que se esfuerzan en asociarse a la obra de la redención y a la dilatación del reino de Dios (dilatare... regnum)» (PC 5). El estado religioso proclama la gloria del reino de los cielos y muestra cómo el reino de Dios está por encima de las cosas de la tierra (LG 44). La falta de santidad en los miembros de la Iglesia hace que «se retrase el crecimiento del reino de Dios» (UR 4). La escuela católica ha de preparar a los alumnos «para que trabajen por la extensión del reino de Dios (servitium pro refino Dei dilatando)» (GE 8). Cristo dio nacimiento a la Iglesia al anunciar la venida del reino de Dios (LG 3). «La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad» (GS 45).

Hay cierta falta de claridad general en algunos de estos puntos debido a dos factores: el concilio no quiso canonizar ninguna de las varias teologías del reino existentes; la teología del reino en la época del concilio estaba desarrollada sólo de manera imperfecta, [aunque ya partió de la no identificación entre Iglesia y Reino que en el campo exegético católico R. Schnackenburg defendió con sus estudios pioneros.] No obstante, se observa continuidad en la presentación del reino como algo que está ya ahí y todavía no ha llegado. Por otro lado, el concilio no identifica en absoluto la Iglesia y el reino, prefiriendo hablar de la Iglesia como del reino presente misteriosamente. Un desarrollo importante es la noción, no plenamente desarrollada, de que la Iglesia contribuye al crecimiento del reino. Algunos teólogos, como H. Küng, subrayan tanto el hecho de que el reino viene de Dios que se muestran reticentes a reconocerle a la Iglesia cualquier contribución real al reino, aparte de su proclamación o anuncio. Otros hablan de la Iglesia como signo e instrumento al mismo tiempo del reino de Dios. Este último planteamiento es muy común en algunas de las >teologías de la liberación. La Iglesia es una preparación para el reino, pero no es la única: otras religiones, el judaísmo en particular, son también preparaciones para el mismo.

Aunque no debemos identificar la Iglesia con el reino, no es menos erróneo debilitar o destruir la relación de la Iglesia con el futuro reino de Dios. Tenemos que asumir también la indicación de LG 5 y considerar el reino como el ámbito de actuación del Espíritu Santo. La orientación de la Iglesia se expresa bellísimamente en la eucaristía: está el ya, porque el poder de Cristo en el Espíritu está presente en la comunidad; pero al mismo tiempo la eucaristía nos recuerda que todavía no estamos en condiciones de participar en la plenitud escatológica (Mc 14,25). La reflexión sobre el reino corre siempre el peligro de ignorar o prestar insuficiente atención a uno u otro de los elementos vitales de este complejo símbolo que es el reino de Dios.