RECEPCIÓN
DicEc
 

En las últimas décadas se ha publicado una considerable literatura sobre el tema de la recepción. Pero la realidad de la recepción y el uso de las palabras «recepción» y «recibir» son muy antiguos.

El reconocimiento del canon de las Escrituras por los judíos y los cristianos fue un proceso de recepción. En tiempos de Jesús los saduceos sólo aceptaban como palabra de Dios el Pentateuco; los fariseos las Escrituras hebreas; los judíos de Alejandría tenían otros libros, aunque no podemos decir que tuvieran una noción rígida de la canonicidad. El canon cristiano se fue formando poco a poco. Ciertos libros de la Biblia no fueron aceptados en algunas Iglesias, como la Carta a los hebreos en Occidente durante los primeros siglos. En cambio, otros libros que no forman parte de la Biblia fueron considerados en algún momento parte de la misma por ciertas Iglesias, por ejemplo la >Didaché y las obras de >Clemente Romano y >Hermas. No hay consenso entre los estudiosos acerca del detalle de este proceso de recepción. Incluso hoy algunas Iglesias orientales aceptan como canónicas obras no aceptadas como tales ni por los católicos ni por los protestantes, como 3Esd, 3Mac y Sal 151; la mayoría de los protestantes, por otro lado, no aceptan los libros deuterocanónicos (Tob, Jdt, Sab, Si, Bar, 1 y 2Mac y los capítulos añadidos de Dan y Est). La primera definición conciliar sobre el canon de la Escritura no se produjo hasta >Florencia, y el asunto siguió siendo suficientemente controvertido como para que >Trento tuviera que confirmar lo dicho por el concilio anterior.

Incluso de las mismas Escrituras hay testimonios de recepción. La Segunda Carta de Pedro menciona una colección de escritos paulinos (3,15-16). El mismo Pablo habla de doctrinas que él mismo había «recibido» –probablemente en fórmulas catequéticas breves (lCor 15,3-7); en otros lugares habla también de lo que ha recibido del Señor (ICor 11,23). En un sentido más profundo, también Jesús habla del mandato que ha recibido del Padre (Jn 10,18). El mismo Jesús ha de ser recibido (Jn 1,12.14; Col 2,6). La recepción es una noción fundamental en el Nuevo Testamento: es recibido el Espíritu (He 1,8; Rom 8,15), como es recibida también la salvación (Sant 1,12), por lo que Pablo puede decir: «¿Qué tenéis que no hayáis recibido?» (lCor 4,7). La recepción constituye el núcleo mismo de la soteriología del Nuevo Testamento. Lo que se recibe en primer lugar y en último análisis es el amor de Dios Padre encarnado en el Hijo y dado en el Espíritu. Es algo que se encuentra claramente en la literatura patrística; los padres de la Iglesia, como >Justino, hablan del aprendizaje, de la recepción y de lo que es transmitido.

Con el tiempo aparece el significado clásico o técnico que hoy se le da al término «recepción». Se refiere principalmente a los concilios y credos, aceptados por toda la Iglesia y reconocidos como norma de fe y de comportamiento. Nunca fueron, sin embargo, meras fórmulas: por medio de ellos la Iglesia se encontraba con el Señor en el Espíritu. Este proceso de recepción no siempre está claro; hubo dudas acerca de ciertos concilios, que no fueron aceptados por ciertas Iglesias durante mucho tiempo. Con el tiempo siete concilios recibirían el nombre de «ecuménicos».

La Iglesia los declaró espejo de su fe y norma de su vida. Algunos concilios que pretendieron ser ecuménicos no fueron recibidos como tales, por ejemplo el «concilio de los Ladrones» («Latrocinio»), celebrado en Efeso el 449, o el concilio de Sárdica (343-344). Por otro lado, hubo concilios locales que fueron aceptados como expresión ortodoxa de la fe, por ejemplo, el XV/XVI de Cartago del año 418, o el segundo concilio de Orange (529), olvidado durante siglos y usado en Trento y a partir de él como expresión auténtica de la fe de la Iglesia. Por lo demás, sólo los siete primeros concilios son aceptados como ecuménicos en Oriente; la Iglesia católica suele reconocer veintiuno hasta el Vaticano II (>Concilios).

La recepción de los siete grandes concilios no fue una cuestión de mera aprobación posterior del papa; lo que operó más profundamente fue el >sensus fidei, por el que los obispos de las Iglesias locales y su pueblo los aceptaron en su liturgia y en su vida. La recepción en la liturgia es muy importante, porque la liturgia abarca muchas expresiones de fe: Escritura, himnos, arte, música, símbolos, oraciones, todo lo cual, unido, es incomparablemente más rico que las declaraciones dogmáticas.

La recepción en este sentido clásico es comunitaria; es una labor del Espíritu en la >comunión dentro de las Iglesias locales y entre ellas, reconociéndole un papel especial al obispo como testigo de la tradición y juez de la autenticidad de la fe. Pero incluye también a los laicos, que aceptan y reconocen como vivificante lo que sus pastores proponen como auténtico. Como labor del Espíritu dentro de toda la comunidad, la recepción no puede identificarse con un plebiscito ni con un moderno sondeo de opinión.

Los siete grandes concilios obtuvieron un doble consenso: uno que podríamos llamar «vertical», con la Escritura y la tradición, y otro «horizontal», con el resto de la Iglesia. Pero esta recepción fue a veces lenta y parcial, y no siguió modelos predeterminados: la recepción explícita del concilio de >Nicea II (786-787) fue aplazada durante mucho tiempo en Occidente, y parece que hasta 1053 (con León IX) no fue reconocido explícitamente como uno de los grandes concilios por un papa, aun cuando anteriormente hubiera habido papas que le habían dado una especie de aprobación; los coptos durante mucho tiempo rechazaron el concilio de Calcedonia; la minoría de los obispos del Vaticano I recibieron inmediatamente su doctrina sobre el papado, mientras que los viejos católicos no. Casi después de todos los concilios hubo grupos que no los aceptaron –en general, los que habían sido condenados por el concilio–, al menos al principio.

La teología católica, sin embargo, no acepta la postura de los teólogos ortodoxos rusos, según la cual es la recepción la que constituye la ecumenicidad; no obstante, los teólogos orientales han contribuido mucho a la formulación y comprensión de la recepción, empezando por >Khomiakov. La Iglesia católica rechaza también las tesis del >galicanismo sobre la necesidad de la recepción. La recepción es un signo de que un concilio o un papa han enseñado definitivamente. Como en el caso de la >infalibilidad papal, la causa de la ortodoxia de los concilios sólo puede ser el Espíritu Santo.

La liturgia ofrece ejemplos de distintos tipos de recepción. Algunas fiestas se celebraron en toda la Iglesia, a veces tras un lento proceso, como en el caso de la Asunción de María. Sin embargo, una fiesta como la de la Preciosísima Sangre, a pesar de haber sido promovida por Pío XI en 1934 y fomentada por Juan XXIII, nunca alcanzó popularidad y fue tranquilamente relegada en la revisión del calendario de 1968. Por otro lado, importa en la liturgia no sólo el hecho de que la fiesta en cuanto tal sea recibida, sino también el contenido y el interés de la misma. En algunos lugares un determinado santo puede tener una gran aceptación, como san Jenaro en Nápoles, sin que en el resto de la Iglesia tenga particular resonancia; otros santos, como san Juan Bautista, son celebrados tanto en Oriente como en Occidente.

Más importante, sin embargo, es el hecho de que la liturgia muestra que la recepción exige >inculturación. Una doctrina o una práctica canónica son recibidas por una Iglesia local de acuerdo con su propia vida y sus tiempos, encontrando expresión en ella. Los principios de la doctrina social católica son recibidos de manera diferente en las comunidades que ven la teología a través del prisma de la liberación (>Teologías de la liberación y eclesiología).

Puede verse, por otro lado, cómo la liturgia se hace receptora de los contenidos doctrinales. La Iglesia posterior al Vaticano II ha recibido la insistencia oriental en la >pneumatología al insertar la >epiclésis en las nuevas plegarias eucarísticas.

Aunque el Vaticano II no se ocupó de modo expreso y detallado de la recepción, hay en él importantes enseñanzas que nos ayudan a comprender el proceso de la recepción. Toda la constitución sobre la revelación divina (DV) puede decirse que trata de la recepción por parte de la Iglesia de las verdades divinas contenidas en la Escritura y en la tradición. Por otra parte, la doctrina sobre el >sensus fidei (LG 12, 35) nos muestra el modo en que la Iglesia recibe la verdad divina. No se trata de una aceptación pasiva de fórmulas estáticas: «Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los santos, penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios» (LG 12). En LG 25, hablando sobre la enseñanza infalible, el concilio subraya que el asentimiento de la Iglesia pasa por el Espíritu Santo, «en virtud del cual la grey toda de Cristo se mantiene y progresa en la unidad de la fe».

Los casos de no recepción son extremadamente difíciles. Se encuentran en relación con decisiones doctrinales y canónicas. Plantean todas las cuestiones relacionadas con el >disenso. Pueden señalarse elementos de la Unam sanctam de >Bonifacio VIII que, a pesar de la solemnidad del lenguaje, no han sido recibidos. Un ejemplo más reciente es el de Veterum sapientia de Juan XXIII (1962), que imponía el latín como vehículo para la formación teológica. Todavía más reciente es la práctica no recepción por parte de muchos teólogos y de una gran parte de los laicos en algunos países de las posturas de la Humanae vitae (1968) sobre la anticoncepción. Cuando se produce la no recepción de una doctrina magisterial, se puede buscar la explicación en una o varias direcciones. La doctrina puede ser falsa en su totalidad o en parte. Puede estar mal expresada, o estar expuesta en un lenguaje que la hace difícilmente aceptable para una determinada cultura. Puede ser inoportuna o poco adecuada a cualquier respecto. Puede pertenecer exclusivamente a una época de la vida de la Iglesia: cientos de páginas de decretos de los concilios medievales son de escaso interés en la actualidad. Puede no tener mensaje real para la Iglesia en un determinado lugar, e incluso universalmente. Puede pasar silenciada o inadvertida debido, por ejemplo, a que el gran incremento de las enseñanzas papales desde Pío XI hace que la asimilación, incluso para los teólogos profesionales, sea casi imposible. Por último, puede ser también la mala interpretación, la ceguera, la dureza de corazón o el pecado de los fieles lo que dé lugar a la no recepción. Pero no siempre podemos tener certeza inmediata acerca del motivo de la no recepción. A veces es necesario tiempo para que se haga patente la verdadera situación, del mismo modo que hace falta tiempo para que la recepción se haga realidad.

Hay que reconocer que la misma recepción del Vaticano II ha sido parcial, las razones de lo cual es preciso buscarlas en el mismo concilio (>Vaticano II). El sínodo de los obispos de 1985 fue un examen de cómo se habían recibido las cuatro constituciones (SC, LG, DV, GS) del Vaticano II.

Otro contexto en el que es importante la recepción es el ecumenismo. Aquí tiene un sentido aparentemente preciso, pero que en la práctica no siempre es fácil de determinar. Se trata de una aplicación reciente del término; no aparece en la Conferencia Mundial de Fe y constitución de 1963 ni en el Vaticano II al hablar del ecumenismo. Pero pocos años después, en Oxford y en Bad Gastein (1965, 1966), la idea de la recepción ganó terreno cuando Fe y constitución reunió a historiadores y patrólogos para dialogar sobre los primeros concilios. En la reunión de la Comisión de Fe y constitución de 1972 se usó con más decisión aún.

Puede hablarse de la mutua recepción de las Iglesias como el objetivo de los esfuerzos ecuménicos. Esta recepción global tendría que realizarse en diversas áreas: la expresión de la doctrina tendría que ser aceptada como mutuamente coherente; los ritos de cada Iglesia tendrían que ser reconocidos como válidos; habría de admitirse que el ministerio es una forma auténtica de episkopé, fiel a la tradición apostólica. Esta recepción sólo podría ser fruto de un largo proceso, que culminaría en un acto jurídico o canónico protagonizado por los jefes de las distintas Iglesias. J. M. R. Tillard ha llamado la atención sobre la necesidad no sólo de una recepción jurídica, sino de lo que él llama una «recepción teológica», que incluye el «reconocimiento» y que reclama un proceso de conversión tendente a asumir en la vida de la Iglesia otros aspectos del Misterio divino.

Como ejemplos de recepción parcial podrían citarse muchas de las respuestas de las distintas Iglesias a la declaración de Fe y constitución de Lima (1982), o la respuesta del Vaticano a ARCIC II (Anglicanismo y Ecumenismo). En los diálogos ecuménicos formales los participantes representan tan lealmente como pueden las tradiciones de su propia Iglesia, pudiendo haber sido nombrados por los jefes de la misma. Pero luego tienen que someter los acuerdos a los que han llegado a su propia Iglesia con vistas a la recepción. La tradición supone un proceso continuo de recepción de las verdades en diferentes épocas y culturas.