PEDRO, San
DicEc
 

El estudio de Pedro desde la Reforma ha estado orientado a menudo por la polémica. Los católicos quieren descubrir en Pedro los orígenes del primado del papa; los protestantes se resisten a tales indagaciones y rechazan sus resultados. En los tiempos modernos, O. Cullmann, en un estudio clásico, reconocía el hecho de que Pedro hubiera tenido cierta preeminencia, pero negaba que su función se hubiera transmitido a los que se proclamaban sus sucesores. Desde entonces, los estudios exegéticos se han caracterizado generalmente por una mayor objetividad. [En este sentido, poco después del Vaticano II se convirtió en paradigmática la Traduction Oecuménique de la Bible que en su comentario a Mt 16,17, subrayaba así la confluencia y la diferencia de la interpretación entre católicos, ortodoxos y protestantes: la tradición católica se refiere a este texto para fundar la doctrina según la cual los sucesores de Pedro heredan su primacía; la tradición ortodoxa considera que en sus diócesis todos los obispos que profesan la fe verdadera están dentro de la sucesión de Pedro y de los apóstoles; finalmente, los exegetas protestantes reconocen el lugar y la función privilegiada de Pedro en los orígenes de la Iglesia, pero consideran que Jesús sólo se refiere a la persona de Pedro.]

En las primeras obras del Nuevo Testamento, lás cartas de Pablo, encontramos ciertos indicios de la preeminencia de Pedro: es el primer testigo de la resurrección (lCor 15,5), es jefe en Jerusalén y garante de la auténtica doctrina (Gál 1,18; 2,8), con una misión especial entre los judíos (Gál 2,7-8); el mal ejemplo de la vacilación de Pedro es suficientemente grave como para merecer una reprimenda pública de Pablo (Gál 2,11-14). Hay algunos datos que apuntan a la existencia de una facción petrina en Corinto (lCor 1,12). La historia de los primeros años de la Iglesia no podría entenderse sin el particular papel desempeñado por Pedro (He 1-15).

La postura de los sinópticos es significativa. Hay varios elementos en la presentación esencial de Marcos: Pedro tiene una especial preeminencia en varios lugares (1,35-38; 8,27-33; 10,28-30; 14,27-31; 16,7); es portavoz (8,27-33; 9,2-13; 10,28-30; 11,12-14.20-22); forma parte del grupo de los íntimos (5,37; 9,2-13; 14,32-42); hay en él un lado oscuro de debilidad e incomprensión (1,35-38; 8,31-33; 9,5-6; 14,27-31.37-42.54.66-72).

Con pocos añadidos significativos, este mismo cuadro es el que pintan Lucas y Mateo. Lucas, deliberadamente, suaviza en cierto modo los aspectos negativos. Recoge la llamada del pescador Pedro, que desde entonces será «pescador de hombres» (5,1-11). Jesús ora por Pedro, quien, después de su conversión, confirmará la fe a sus hermanos (22,31-32). Lucas es el único de los sinópticos que recoge una aparición especial del Señor resucitado a Pedro (24,34).

Mateo recuerda que Jesús salvó a Pedro (14,28-31) e indica que Pedro tendría un conocimiento especial en la cuestión de las relaciones con el judaísmo (17,24-27). Pero el texto clave es, por supuesto, Mt 16,16-19. Simón recibe un nuevo nombre; se trata en arameo de un juego perfecto de palabras (kepha-kepha). Lo que es muy inusual es la traducción, no transliteración, en la palabra griega Petros, de petra, piedra (por ejemplo, He 1,15; Mt 17,1; Jn 1,42; cf un uso anterior en ICor 15,5; Gál 2,9). Se han señalado algunos antecedentes en la alusión a la piedra o la roca, que es un atributo divino en el Antiguo Testamento (Dt 32,4): Abrahán (Is 51,1-2), Isaías (28,16; 54,11-12) y la misma parábola de Jesús sobre la estabilidad (Mt 7,24-28). Puesto que en el Antiguo Testamento la roca es a menudo un atributo divino (Dt 32,4 y muchos salmos, por ejemplo, 18,2.31; 42,9), puede decirse que Jesús está concediendo a Pedro el don divino de la constancia. Jesús edificará su Iglesia sobre la «roca» de la confesión cristológica de Pedro. Las «puertas del hades no prevalecerán» contra la Iglesia. El hades o sheol, la morada veterotestamentaria de los muertos, es considerado normalmente como el poder de la muerte; la Iglesia, por tanto, será indefectible. Algunos exegetas ven aquí, sin embargo, una afirmación de que los poderes del mal no triunfarán sobre ella. Jesús le promete también: «Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». La referencia a las llaves puede tener a Is 22,15-22 como trasfondo (cf Ap 1,18; 3,7); indica autoridad. Los verbos atar y desatar están en pasiva teológica, es decir, suponen que es Dios quien realiza la acción. También esto implica una promesa de autoridad para Pedro. En la literatura rabínica, los verbos atar y desatar pueden referirse a atar al demonio por medio de exorcismos, a actos jurídicos de excomunión y a la toma definitiva de decisiones.

Es inconcebible que la descripción de la figura de Pedro la hicieran de este modo los sinópticos si no correspondiera a la memoria de las Iglesias en el último cuarto del siglo I.

[Sobre el texto de Mt 16,16-19, conviene subrayar que se trata de una perícopa original y no interpolada con un claro origen arameo, según los estudios actuales de especialistas de cualquier tendencia confesional. Además es mayoritaria la opinión entre los autores católicos de que se trata de un texto de probable origen pospascual, íntimamente ligado a la protofanía de lCor 15,5 y Lc 24,34 (cf A. Vógtle, R. Schnackenburg, R. Pesch, X. Léon-Dufour, R. E. Brown, R. Fabris, P. Grelot, R. Aguirre, H. Fries, F. Schüssler Fiorenza, J. M. R. Tillard, M. M. Garijo-Guembe, S. Pié-Ninot, etc). Hipótesis que no puede excluirse con tal que se garantice el valor histórico de esta promesa hecha a Pedro basada en una fe auténticamente cristiana en el acontecimiento histórico-salvífico de la resurrección de Cristo (cf A. Antón). De esta forma Mateo se limitaría a situar en otro tiempo, y en el marco de Cesarea de Filipo, donde la fe de Pedro ocupó el lugar de la formulación muy imperfecta conservada por Marcos, lo que el Cristo glorioso dijo en el tiempo de la Iglesia, mencionada explícitamente en Mt 16,1 8, y que está anunciada con el verbo «edificaré» en futuro.

Con todo, continúa la fundamentada opinión de su origen prepascual, ya sea situándolo en la cena (los reformados: O. Cullmann, J. J. AlImen), ya sea subrayando su fuerte contexto judío, que sólo transmitiría en su integridad el evangelio de Mateo y que remontaría a Jesús (los católicos: 1. Gomá, A. Feuillet, M. van Cangh, M. van Esbroeck, F. Refoulé, J. Ratzinger). Es obvio además que, en esta situación, la confesión de Pedro anticipa su plenitud de fe pospascual.

Nótese que el concilio Vaticano I, al citar este texto «tradicional» de Mt 16,16-19, unido a Jn 21,15-17, afirma la importancia que tiene la comprensión de la tradición de la Iglesia para su correcta interpretación, con estas palabras: «Esta doctrina (sobre la institución del primado apostólico en san Pedro) tan clara de las Sagradas Escrituras, tal y como las ha entendido siempre la Iglesia católica». Estos textos bíblicos, pues, están en el origen de tal interpretación eclesial.]

El cuadro de Juan no es diferente. A pesar del destacado papel del discípulo amado, Pedro sigue ocupando un lugar preeminente, tanto en el cuerpo del evangelio (Jn 1,40-42; 6,67-69; 13,6-11, y 13,36-38 con 18,17-18.25-27) como en el añadido del capítulo final". El discípulo amado —figura idealizada o un discípulo concreto— tiene la primacía en el amor (Jn 3,23-26; 18,15-16; 19,25-27) y en la fe (20,2-10). En Jn 21, Pedro toma la iniciativa para ir a pescar; pero, aunque el discípulo amado reconoce al Señor primero (21,1-7), en este mismo capítulo se le confiere a Pedro un oficio pastoral por medio de la triple afirmación del Señor en réplica a la triple confesión del amor de Pedro (21,15-17); las palabras usadas para referirse al oficio son significativas: boske/poimaine, «apacienta», mientras que las palabras utilizadas para designar el amor —agapas/ phileis— son más bien equivalentes en Juan. Los versículos siguientes (18-19) apuntan al martirio de Pedro. La historia del ministerio de Jesús no podía narrarse a finales del siglo I sin aludir al papel destacado de Pedro, en armonía con lo que se dice también en los sinópticos.

La pseudoepigrafía de las tardías cartas 1 y 2 de Pedro es un argumento más en favor de la importancia de Pedro. Dado que es casi seguro que no fueron escritas por Pedro, el autor o autores lo que buscaban era atraer el prestigio del apóstol sobre las cartas, en las que hay especialmente notables afirmaciones sobre la autoridad (IPe 5,14) y sobre el peligro de las malas interpretaciones de Pablo (2Pe 3,15-16).

El importante estudio luterano-católico titulado Pedro en el Nuevo Testamento podría resumirse del siguiente modo: durante el ministerio de Jesús, Simón, 1) fue uno de los primeros llamados; 2) tuvo un papel especial; 3) hizo una confesión especial de fe, y 4) se equivocó en la manera de entender la misión de Jesús. En la Iglesia primitiva, Simón, 1) recibió el nombre de Cefas; 2) fue testigo de una visión especial del Señor resucitado; 3) fue el más importante de los Doce, y 4) llevó a cabo una carrera misionera con un papel y autoridad especiales. Las imágenes de Pedro en el Nuevo Testamento son variadas: pescador de hombres, misionero, pastor, mártir, receptor de una revelación especial, confesor de la verdadera fe, protector de la doctrina (2Pe) y pecador arrepentido. La visión expuesta en el diálogo anglicano-católico (ARCIC) es bastante similar.

El Vaticano I define que a Pedro se le confirió una primacía apostólica. Trata de suprimir la idea de que Pedro fuera simplemente un primus inter pares. Usa el término corriente para designar la autoridad espiritual, a saber, «jurisdicción». El Vaticano II habla del primado de Pedro [al que nunca une el calificativo del Vaticano I «de jurisdicción»] al exponer su doctrina sobre la >colegialidad episcopal: «Por decreto del Señor, san Pedro y los demás apóstoles constituyen un colegio apostólico... El Señor hizo de Pedro la roca y el portador de las llaves de la Iglesia (cf Mt 16,18-19) y lo constituyó pastor de todo el rebaño (cf Jn 21,15ss). Es claro, no obstante, que este oficio de Pedro de atar y desatar (cf Mt 16,19) le fue conferido también al colegio de los obispos en unión con su cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20)». Se afirma también que el primado es permanente: «El oficio que Dios concedió personalmente a Pedro, príncipe de los apóstoles, es permanente y ha de transmitirse a sus sucesores» (LG 20).

Hay pues en la actualidad entre los exegetas amplio consenso en torno a la figura de Pedro y su papel preeminente entre los apóstoles. Aunque todos los teólogos católicos moderados reconocen que algunas de las prerrogativas de Pedro eran personales, todos mantienen también que el primado que le fue concedido se transmitió a sus sucesores (>Primado papal). Tal pretensión es vigorosamente contestada en el diálogo ecuménico con los protestantes en Occidente y con los ortodoxos en Oriente.

En los últimos años ha aparecido algún estudio importante sobre el primado conjunto de Pedro y Pablo, pilares ambos de la Iglesia de Roma, que sin embargo ninguno de los dos fundaron (Rom 1,11-15). Esta ampliación de la concepción del primado incluyendo también a Pablo podría dar pie a nuevos planteamientos ecuménicos para todas las Iglesias.