MODERNISMO
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El modernismo fue una crisis dentro de la Iglesia católica a comienzos del siglo XX. Se ha escrito mucho recientemente sobre el tema, con algunos intentos de revisionismo. Las raíces del modernismo se hunden en el siglo anterior, en el que hubo en la Iglesia un movimiento general difuso de búsqueda de reforma y adaptación a las situaciones modernas. Desde mediados de la década de 1890 hasta la muerte de >Pío X pueden detectarse tres agrupamientos principales. Había a la derecha un grupo intransigente, principalmente neoescolástico, que se negaba a admitir cualquier adaptación o cambio. Había un grupo de centro izquierda que reconocía la necesidad de cambio y adaptación, pero que se negaba a aceptar cualquier novedad, considerando unas buenas y otras malas. Un tercer grupo era el de la extrema izquierda, que en nombre de la ciencia, la razón y la modernidad, estaba dispuesto a echar por la borda la tradición de la Iglesia y el magisterio. Sólo los que pertenecían a este tercer grupo eran realmente modernistas; sin embargo, la derecha conservadora estigmatizaba a menudo como modernistas a los que pertenecían al segundo grupo, al de centro, como M. J. Lagrange (1855-1938), M. Blondel (1861-1949) y L. Duchesne (1843-1922).

Hubo tres centros principales de modernismo. En Francia el protagonista principal fue A. Loisy (1857-1940), quien en respuesta al protestante liberal A. Harnack (1851-1940) usó el método crítico para replantear el estudio de los orígenes del cristianismo en una pequeña obra sobre el evangelio y la Iglesia, a la que siguieron otras obras, especialmente su comentario a los evangelios sinópticos (1907-1908). Aunque los estudios críticos eran necesarios, muchos lectores, por lo demás con buena disposición, no podían estar de acuerdo con él en su autonomía radical de la doctrina eclesiástica y en su ataque al concepto básico de ortodoxia. Más tarde perdería tanto su fe cristiana como teísta. Otras figuras francesas importantes fueron: L. Laberthonniére (1860-1932), cuyo «dogmatismo moral», o quizá mejor «afirmación», estaba en perfecta oposición a lo que él consideraba intelectualismo tomista; E. Le Roy (1870-1954) subrayaba el elemento intuitivo por encima del intelectual en el dogma, que sólo podía prevenir el error negativamente, y positivamente conducir a actitudes religiosas adecuadas.

En Italia el modernismo adoptó un rostro peculiar, más populista que en Francia: algunos trataron de poner al día los estudios eclesiásticos, tratando de permanecer dentro de la Iglesia, aunque algunos, como su principal representante E. Buonaiuti (1881-1946), fueron más tarde excomulgados; otros, más extremados, trataron de establecer las bases de una verdadera democracia cristiana —por ejemplo, R. Murri (1870-1944), que invocó el retorno a los ideales del evangelio, pero entró en conflicto con la jerarquía al tocar el terreno del modernismo filosófico y teológico—; un tercer grupo, opuesto a los excesos del segundo, trató de reconciliar a la Iglesia con el mundo moderno —cf A. Fogazzaro (1842-1911)—.

En Inglaterra, donde el catolicismo era minoritario y la vida intelectual no estaba bien establecida, hubo dos figuras principales con planteamientos modernistas. G. Tyrrell (1861-1909), antes escritor piadoso, subrayó los aspectos no intelectuales y experienciales de la religión, derivando hacia denuncias cada vez más virulentas de las posiciones escolásticas sobre la revelación y la teología. La otra figura clave en Inglaterra fue el barón F. von Hügel (1852-1925). Su actitud y relaciones cosmopolitas, su amplia cultura europea, su erudición bíblica y teológica y su sensibilidad hicieron que no sólo comprendiera los principales puntos que los modernistas querían poner de relieve, sino que fuera capaz también de quedarse atrás, de negarse a dar ese último paso que muchos de sus amigos y admiradores se sintieron obligados a dar, fuera de los límites de la ortodoxia. Para muchos modernistas fue fuente de inspiración, amigo y crítico perspicaz.

Contemporáneamente hubo en Inglaterra un modernismo anglicano, con sus orígenes en las posturas latitudinarias y de la Broad Church (> Anglicanismo). Compartían ciertas concepciones del >protestantismo liberal y tenían cuatro focos principales: The Modern Churchmans Union (desde 1898); la publicación The Modern Churchman (desde 1911); las Modern Churchman conferences (desde 1914); y el seminario de Ripon Hall (desde 1897, trasladado a Oxford en 1919). Este modernismo fue influyente sobre todo entre las dos guerras mundiales, siendo eclipsado a partir de la década de 1950 por los teólogos bíblicos y el nuevo radicalismo.

La época del modernismo puede interpretarse como un choque de culturas. Los autores difieren a la hora de determinar dónde está la clave del modernismo. Sus herramientas científicas eran básicamente la crítica bíblica e histórica; sus posiciones filosóficas eran generalmente desarrollos (más o menos auténticos) de M. Blondel (1861-1949), con la cuestión de la inmanencia y la trascendencia explícita o implícita en sus posiciones teológico-filosóficas.

La reacción de las autoridades eclesiásticas tardó algunos años en producirse; y cuando se produjo, podría decirse, sin miedo a equivocarse, que se trató de una combinación de pánico y exageración. Los libros de los modernistas estuvieron en el >Indice desde 1903. En 1907 el Santo Oficio publicó una condena de sesenta y cinco proposiciones características del modernismo bíblico y teológico.

A los tres meses, >Pío X publicó la encíclica Pascendi. Aparte de la introducción y de las estrategias pastorales conclusivas, como la insistencia en el tomismo, este intento de síntesis de modernismo se sabe hoy que fue obra de P. J. Lemius (1860-1923). Se señalaban en ella el agnosticismo, el inmanentismo y la experiencia religiosa personal —brotada especialmente del subconsciente—, así como la crítica bíblica y la apologética subjetiva, como las raíces principales del sistema modernista, que sólo existía realmente como sistema unificado o coherente en la encíclica misma. El índice y la Comisión Bíblica fueron cada vez más activos. Pío X, temiendo en 1910 el criptomodernismo, impuso una profesión de fe conocida como «juramento antimodernista», abandonada finalmente en 1967. La declaración de fe no añadía nada al magisterio pontificio anterior, pero durante décadas se usó como criterio de ortodoxia.

En sus últimos años Pío X presidió indudablemente una lamentable caza de brujas llevada a cabo por los integristas (>lntegrismo). Uno de los primeros actos de Benedicto XV fue una llamada a la paz y a la caridad. La reacción oficial frente al modernismo produjo un efecto debilitador en la teología y la exégesis católicas durante mucho tiempo, si bien incluso antes de la muerte de Pío X empezaron a aparecer algunas obras de calidad y nuevas revistas.

Hay que evitar las simplificaciones excesivas, ya que «el modernismo propuso soluciones erróneas a muchos problemas que había entendido correctamente». No deja de ser verdad, sin embargo, que las cuestiones planteadas en aquellos años tienen cierto carácter permanente: las personas religiosas no son puros intelectos y tienen que buscar una asimilación de la realidad más integral de lo que permite el mero intelecto. Pero un cristianismo encarnado debe seguir teniendo normas de fe y de moral si no quiere desvanecerse en una quimera descarnada. Por otro lado, en cada época la Iglesia tiene que afrontar cualquier manifestación de modernismo con el diálogo; de no hacerlo así se corre el riesgo de caer en la irrelevancia.

El término «modernismo» ha venido siendo objeto de abuso por los de tendencias muy conservadoras. En la época de la «nueva teología», durante la década de 1950 (>Pío XII), algunos en la Iglesia temieron un resurgimiento del modernismo. Incluso en la época posconciliar se oye a veces acusar de modernistas a ciertos teólogos. Usado así, el término pierde casi enteramente su sentido, provocando evidentemente un efecto perjudicial; es mejor usar el término sólo en relación con el período comprendido entre 1895 y 1914, durante el cual ni la extrema izquierda ni los paladines de la ortodoxia se dibujaban con demasiada nitidez. No deja de ser significativo el que en la época de la canonización de Pío X, el papa que ocupaba entonces la sede, Pío XII, restringiera la investigación a las virtudes personales de su predecesor, no permitiendo el examen del ejercicio bastante ambivalente de su oficio papal.