LECTOR
DicEc
 

El oficio de lector, revitalizado en las últimas décadas, es antiguo en la Iglesia. En la >Tradición apostólica, del siglo III se dice que el lector (lector/anagnóstés) no recibe la >imposición de manos, pero es instituido mediante la recepción del libro (11/12). Las Constituciones de los apóstoles, u Ordenamiento de la Iglesia apostólica, de comienzos del siglo IV, admiten que un obispo pueda ser iletrado, pero el lector ha de estar bien formado y tener facilidad de palabra (diégétikos: ¿capaz de pronunciar homilías?), porque hace las veces de un evangelista. Las >Constituciones apostólicas, de finales del siglo IV, parecen considerar el hecho de que los lectores reciban un sustento de la Iglesia, y afirman que el oficio de lector es de institución apostólica, al igual que los sacerdotes, los diáconos y los >subdiáconos. En la Edad media el oficio de lector fue una orden menor, y en Trento se consideró en gran medida como un paso previo al sacerdocio.

En 1972 Pablo VI renovó este oficio: declaró que se trataba de un ministerio, no de un orden; los lectores, por tanto, son «instituidos», no «ordenados»; es un ministerio eclesial abierto a los laicos y no simplemente un paso previo a la ordenación sacerdotal; el ministerio consiste en la lectura de las Escrituras (salvo el evangelio) en la liturgia e implica además la instrucción de la asamblea de cara a una celebración más plena de la liturgia; el oficio, de acuerdo con una antigua tradición, está reservado a los varones —disposición que se repite en el Código de Derecho canónico (CIC 230)—; el ministerio lo confiere el ordinario (obispo o superior general para los religiosos de su congregación); la recepción de un ministerio no conlleva el derecho al sustento o la remuneración por parte de la Iglesia. El Ritual para la institución de lectores insiste en el servicio de la Palabra, en la instrucción de niños y adultos en la fe y en la evangelización. Un tema central del ritual es también la obligación del propio lector de meditar la Palabra que proclama.

El hecho de que en muchas parroquias, si no en la mayoría, los que se encargan de leer en la liturgia, tanto hombres como mujeres, sean personas que no han sido instituidas normalmente como lectores, puede provocar cierta confusión.