LAICADO Y MINISTERIO
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En las últimas décadas se ha escrito largamente sobre el laicado y el ministerio. Un estudio del ministerio ha de entrar necesariamente en otras muchas cuestiones, todas ellas complementarias para la comprensión del mismo. En este artículo nos ocuparemos de los datos neotestamentarios, antes de abordar el tema del ministerio y el laicado. Junto a lo que sigue deberían leerse las voces >Apóstoles, >Obispos, >Carisma, >Laicos y >Sacerdocio ministerial, con sus correspondientes notas y bibliografía.

En el Nuevo Testamento encontramos varios tipos de ministerios y varios tipos de estructuras según los diversos libros, que se escribieron a lo largo de un período de aproximadamente 50 años. Dos cuestiones principales se plantean: ¿qué nombre se les daba a los que desempeñaban funciones de responsabilidad?, ¿cuáles eran concretamente estas funciones? Dado que la información más completa de que disponemos se encuentra en el corpus paulino, tomaremos este como base, apuntando sobre la marcha otros usos. Utilizaremos los términos griegos episkopos (supervisor) y presbyteros (anciano) para evitar la identificación apresurada de estos funcionarios con los obispos y sacerdotes de una fase posterior de desarrollo.

En las Iglesias paulinas encontramos varias palabras que indican autoridad y ministerio: episkopos (Flp 1,1; cf He 20,28), diakonos (Rom 16,1; lCor 3,5; Flp 1,1), presbytés (anciano, Flm 9) y synergos (colaborador, Rom 16,3; 1Cor 3,9; 2Cor 1,24; 8,23; Flp 2,25; 4,3; Flm 1.24), así como apostolos. En las cartas indudablemente auténticas de Pablo no aparece la palabra presbyteros. En el saludo de varias cartas se encuentran los nombres de Timoteo y Sóstenes (cf 1Tes 1,1; lCor 1,1; 2Cor 1,1; Flm 1; véase también Col 1,1), a los que llama «hermanos». Pablo dice que predicaban con él (Silvano y Timoteo: 2Cor 1,19). Vemos cómo Pablo les encarga misiones en las Iglesias fundadas por él (Timoteo en Tesalónica: 1Tes 3,2; Corinto: 1Cor 4,17; 16,10, y Filipos: Flp 2,19-24; Tito en Corinto: 2Cor 2,13; 7,6-16; 12,18). Silas (probablemente Silvano) es el compañero de Pablo en Hechos (cc. 15-18), junto con Timoteo. Se nos presenta pues algo así como un equipo misionero, pero con un marcado liderazgo de Pablo. Además, en el primer escrito del Nuevo Testamento, aparecido hacia el 51, se habla de «los que trabajan entre vosotros y en el nombre del Señor os dirigen y amonestan. Corresponded a sus desvelos con amor siempre creciente» (lTes 5,12-13).

Los nombres que indican ministerio son de dos tipos: oficiales y carismáticos. En Flp 1,1 se mencionan los episkopoi y los diakonoi. En Efeso, Iglesia que había sido evangelizada por Pablo, encontramos episkopoi y presbyteroi como términos aparentemente sinónimos (He 20,17.28); el primero tiende a reflejar una cultura griega y el segundo una más judía, aunque a la luz de los manuscritos del mar Muerto convendría no insistir demasiado en esta división.

Entre los documentos más importantes para una apreciación del ministerio neotestamentario, así como de la transición de la situación de la Iglesia entre las décadas de los 30 y los 60 d.C. a las estructuras encontradas en las Iglesias visitadas por Ignacio hacia el 110, están las cartas deuteropaulinas dirigidas a Timoteo y Tito, que pueden datarse con razonable probabilidad en la década de los 90. Su principal interés está en el buen orden dentro de la casa de Dios, que es la Iglesia. Las situaciones con que se enfrentan son básicamente dos: la inmoralidad y las falsas doctrinas. Tanto Timoteo como Tito aparecen como discípulos, como hijos verdaderos y amados de Pablo (ITim 1,2; 2Tim 1,2; Tit 1,3) y, por consiguiente, como ministros legítimos. Timoteo no recibe el nombre de episkopos ni de presbyteros, aunque tanto Pablo (2Tim 1,6) como los presbyteroi (ITim 4,14) le impusieron las manos. Pablo mismo aparece como acercándose al final de su vida y tomando disposiciones para las Iglesias a través del ministerio de Timoteo y Tito y de aquellos a quienes estos nombren episkopoi o presbyteroi. El mismo es llamado apóstol de Jesucristo en el versículo inicial de cada una de las cartas, así corno heraldo, apóstol y maestro (2Tim 1,11). La instrucción en la verdadera doctrina, al igual que su transmisión, constituyen claramente el corazón de estas cartas; se trata del depósito (parathéké: ITim 6,20; 2Tim 1.12.14), del evangelio (2Tim 1,11; 2,8), de la enseñanza (didaskalia: ITim 1,10; 4,6...). E. Schillebeeckx tiene razón al afirmar que la tradición apostólica es central en las cartas pastorales y que el carisma del Espíritu ayuda a asegurar el mantenimiento y proclamación de esta garantía, pero podría haber subrayado algo más la indudable autoridad atribuida a Timoteo y Tito, así como aquellos a quienes estos colocan al frente de la comunidad. A estos responsables se les llama episkopos (ITim 3,2; Tit 1,7). presbyteros (ITim 5,17.19; Tit 1,5) y diakonos (ITim 3,8.12). Sus funciones no se especifican claramente, a excepción del hecho de que tienen que enseñar y ejercer autoridad. Han de ser probados, aunque no se sabe por quién (l Tim 3,10); las manos no han de imponerse a la ligera (ITim 5,22). Se supone que hay varios presbyteroi en un mismo lugar; no está claro, sin embargo, si hay uno o varios episkopoi (cf Flp 1,1, donde aparecen varios). En un caso parece que los presbyteroi son los que están al frente de la Iglesia local: Pablo aparece nombrándolos en cada una de las Iglesias (He 14,23), aunque las cartas pastorales revelan que en algunas Iglesias no los había (Tit 1,5). En la segunda parte de los Hechos los responsables de la Iglesia de Jerusalén son más bien Santiago y los presbyteroi que los apóstoles (21,18; cf 16,4, donde los apóstoles y los presbyteroi son una autoridad). Por otro lado, la posición de los presbyteroi está claramente establecida en la Carta de Santiago, que puede datar de antes del 70 (Sant 5,14), y en l Pe, que puede ser algo anterior (1Pe 5,1.5). El uso del término preshyteros por el autor de Jn 2 y 3 es difícil de valorar; difícilmente puede compararse con el uso del mismo término en otros lugares del Nuevo Testamento (cf 2Jn 1 y 3Jn 1).

Los ministros han de elegirse atendiendo a su probidad moral y a su ortodoxia (ITim 3,1-10; Tit 1,5-9). No hay ninguna indicación clara de que gocen de determinados carismas para su misión, a diferencia de Timoteo (ITim 1,18; 4,18; ITim 1,6-7.14) y Pablo (2Tim 4,17), de quienes se dice que tienen diversos dones. La imagen presentada aquí contrasta fuertemente con la de escritos anteriores del Nuevo Testamento, que parecen combinar de algún modo carisma y oficio (ICor 12,28-30; Rom 12,6-8; Ef 4,11), colocando a apóstoles, profetas y maestros o evangelistas en las tres primeras posiciones (excepto Romanos, que habla de profecía, diakonia y enseñanza). En estas listas la curiosa mezcla de nombres o participios que designan personas y de nombres abstractos que denotan actividades llama la atención más sobre las funciones mismas que sobre la posición de quienes las ejercen. Esto indicaría también una situación móvil, en la que el carisma y el oficio no están todavía claramente diferenciados. La explicación detallada de estos términos y de las diferencias entre ellos sigue moviéndose en gran medida en el campo de las hipótesis.

El modo en que ha de ejercerse el ministerio se describe sobre todo por medio de palabras que indican servicio o servidumbre. Diakonia indica la actividad de .un esclavo, especialmente sirviendo las mesas; como Jesús adoptó la forma de un esclavo (cf Flp 2,7), el término diakonia se aplicó a su vida y su ministerio; se convirtió en la palabra cristiana para designar el servicio más humilde de amor al prójimo; se trataba de una palabra asociada a distintas formas de atención a la comunidad. Los gentiles trataban a sus inferiores con prepotencia, pero Jesús advierte: «Entre vosotros no debe ser así» (Mc 10,43; cf Mt 23,11-12); «si alguno de vosotros quiere ser grande, que sea vuestro servidor (diakonos), y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo (doulos) de todos» (Mt 20,26-27). Se han repartido dones «a fin de perfeccionar a los cristianos en la obra de su ministerio y en la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4,12). Un importante tema del Nuevo Testamento es el del ministerio de la reconciliación (2Cor 5,18). En realidad, la parte central de la Segunda Carta a los corintios puede considerarse como una amplia reflexión sobre el ministerio (2,12—6,13), que se ejerce en la debilidad (2Cor 12,7-10).

A la luz de claras indicaciones de >Ignacio de Antioquía, y quizá de la >Didaché, es importante señalar que en ningún lugar del Nuevo Testamento encontramos ninguna asociación entre la celebración de la eucaristía y un ministerio particular; es difícil suponer que el «haced esto en conmemoración mía» de la última cena (1Cor 11,25; cf Lc 22,19, no en todos los manuscritos) se refiriera sólo al colegio de los apóstoles. Hay por último una indicación clara de que los ministros deberían ser sostenidos económicamente (1Tim 5,17-18; cf Lc 10,7), aunque Pablo personalmente tiene empeño en mantenerse por sus propios medios (ICor 9,6.18; 2Cor 11,7). La consideración de los ministerios del Nuevo Testamento es importante también para la historia y la teología de la apostolicidad (>Apostólico/Apostolicidad y >Sucesión apostólica).

Durante los primeros siglos hubo un florecimiento de ministerios en la Iglesia. Estos irían apagándose progresivamente y fundiéndose en el ministerio ordenado. Las causas de este cambio son múltiples: los ministerios femeninos fueron poco a poco desapareciendo (>Viudas, >Diaconisas, >Vírgenes); surgió la vida monástica como una posibilidad para los que deseaban comprometerse profundamente en la vida de la Iglesia; se consideró que el sacerdocio y el episcopado ordenados contenían en sí todos los ministerios inferiores, de modo que la finalidad y autonomía de estos fue desapareciendo gradualmente. Hay otro modo ligeramente diferente de interpretar los datos que tenemos de los primeros siglos: en la época del Nuevo Testamento era difícil distinguir entre carisma y oficio; luego predominó el oficio; más tarde el oficio se convirtió en un estado de vida; finalmente la distancia entre el clero y los laicos aumentó y los ministerios quedaron incluidos en el sacramento de las órdenes.

Antes del Vaticano II la palabra «ministerio» tenía un significado muy restringido, limitándose casi exclusivamente a la actividad de los oficios ordenados. Un ejemplo característico de su uso en el sentido de la función de las personas ordenadas es el pasaje de LG 28, en el que se vincula el ministerio a la sucesión apostólica: «Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo, ha hecho partícipes de su consagración y de su misión, por medio de sus apóstoles, a los sucesores de estos, es decir, a los obispos, los cuales han encomendado legítimamente el oficio de su ministerio, en distinto grado, a diversos sujetos en la Iglesia. Así el ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y diáconos». El concilio desarrolló continuamente la idea del ministerio, pasando de esta visión del ministerio a otra en la que tenían cabida las diferentes funciones de los laicos. Las palabras «ministro» y «ministerio» aparecen unas 200 veces en los documentos. Nosotros nos vamos a fijar en las 19 veces en que se refieren a la actividad de los laicos.

En la constitución sobre la liturgia, los laicos aparecen desempeñando varios ministerios en la vida litúrgica de la Iglesia (SC 29, 35, 112, 122). El decreto sobre los obispos insiste en que los sacerdotes y los laicos que trabajan en la curia diocesana «asisten al obispo en su ministerio pastoral» (CD 27). La declaración sobre la educación describe la enseñanza en las escuelas católicas como ministerio y apostolado (GE 8), y la enseñanza de la fe en las escuelas no católicas como ministerio (GE 7), pero otras actividades en estas escuelas son labor apostólica (cf GE 7 con n 23). En el decreto sobre el apostolado de los laicos se habla de una actividad de los sacerdotes en la que participan los laicos como de un «ministerio de palabra y sacramento» (AA 6). Luego se explica que dicho ministerio incluye el testimonio de la vida y la proclamación verbal de Cristo, tanto fuera como dentro de la Iglesia. La participación de los laicos en la labor de las asociaciones relacionadas con el apostolado se describe también como ministerio (AA 22). Más desarrollado aún está el decreto sobre la actividad misionera: los catequistas laicos desempeñan un ministerio (AG 15 y 17); la Acción Católica (Apostolado/Apostolicidad) es un ministerio (AG 15); hay ministerios de servicio desempeñados por personas no ordenadas (AG 16); por último, a los misioneros se les llama ministros (AG 23. 24. 26). En todos estos textos hay un elemento de ambigüedad en relación con el fundamento del ministerio: en algunos de ellos al menos se considera el ministerio como una participación en el ministerio o labor de los ordenados; en otros se deriva del sacerdocio común (LG 10). Pero en su documento final usa la palabra «ministerio» para designar actividades ordinarias de la vida humana: servicios mundanos (GS 38), la salvaguardia de la vida (GS 51) y el servicio a la seguridad y la libertad que realizan los soldados (GS 79).

Entre el Vaticano II y el Código hubo, desde Pablo VI, importantes desarrollos en torno al ministerio, especialmente desde el punto de vista litúrgico. En su carta apostólica Ministeria quaedam (1972) el papa suprimía la tonsura, las órdenes menores de ostiario, exorcista y subdiácono. Establecía que en lugar de «órdenes menores» se usara la palabra «ministerios»; los candidatos a los mismos habían de ser «instituidos», no «ordenados». Decretaba que no fueran sólo pasos hacia el sacerdocio, sino que pudieran ser recibidos también por los laicos. Las conferencias episcopales podían además solicitar el establecimiento de otros ministerios dentro de sus respectivos países, citando el papa como ejemplos los ministerios de ostiario, exorcista, catequista y otros muchos. El mismo día legislaba también sobre el diaconado en un motu proprio. En el itinerario hacia el sacerdocio ministerial es el diaconado el que introduce en el estado clerical. Pero existe también la posibilidad de asumir el diaconado permanente, sin intención de acceder a otras órdenes (>Diáconos). Pablo VI permitía también la introducción de ministros extraordinarios de la eucaristía. Y no los consideraba como algo accidental, sino como parte de una visión más amplia del ministerio de los laicos en la Iglesia, tema sobre el que volvería en la exhortación apostólica sobre la evangelización.

A nivel jurídico y de organización hay tres categorías dentro del ministerio: los ministerios reconocidos por la Iglesia, o los ministerios de facto; los ministerios instituidos por un acto litúrgico, que por el momento son acólito y lector, y los ministerios conferidos por la ordenación, a saber, los de diácono, presbítero y obispo.

El derecho canónico restringe exclusivamente a los hombres la institución formal de los ministerios de acólito y lector (CIC 230); sin embargo, la jerarquía, en ausencia de sacerdotes, puede encomendar otros ministerios litúrgicos de la palabra, incluidas la predicación y la catequesis, a fieles laicos (CIC 230). El ministerio de la Palabra vuelve a aparecer en el canon 759, que es restrictivo en comparación con la posición conciliar de AA. Los cánones 910 y 943 permiten a los laicos ser ministros extraordinarios de la eucaristía. Pero esto puede considerarse como una participación en el ministerio jerárquico más que como un ministerio originado en el bautismo y la confirmación. No está claro si se puede decir lo mismo de los cánones 1481, 1502 y 1643, que permiten a los laicos desempeñar en los tribunales funciones de procurador, abogado y juez (>Jurisdicción).

Para el Código, la palabra «apostolado» abarca todos los aspectos de la misión de la Iglesia, usándola allí donde el Vaticano II solía usar «ministerio». Es de notar también que la palabra «servicio» se aplica una sola vez a los laicos (CIC 231 § 1); en todos los demás casos se refiere a los oficios jerárquicos de enseñar, gobernar y santificar, mientras que en el concilio se usa en relación con varios niveles de actividad. El derecho canónico usa tres palabras: «ministerio» (ministerium), «función» (munus) y «oficio» (officium). Aunque afines, no son sinónimas". «Ministerio», usada 70 veces, se refiere en 57 ocasiones el acto del ministerio; 7 veces se refiere a la obra que es menester realizar; otras veces alude a los ministerios litúrgicos de acólito, etc. «Función» se usa 189 veces, generalmente en el sentido de conjunto dedeberes y derechos. «Oficio» se encuentra 270 veces: 70 veces se usa en el sentido de obligación; su uso principal es el que designa un grado o dignidad, es decir, una tarea específica con sus obligaciones y derechos (véase CIC 145 § 1).

La exhortación apostólica possinodal Christifideles laici (ChL) aportó finalmente claridad al uso de la palabra «ministerio» afirmando explícitamente que ciertos ministerios proceden del sacramento de las órdenes, mientras que otros tienen su fundamento en los sacramentos del bautismo y la confirmación y tienen un carácter específicamente seglar. La exhortación usa además juntos los términos «ministerios, oficios y funciones», lo que parece apuntar a cierta evolución para cuyo estudio habría de establecerse una nueva comisión (ChL 21-23). Hay dos tendencias en los teólogos y canonistas: una, a ampliar el uso de la palabra «ministerio»; otra, a restringirlo en cierto modo. Entre estos últimos algunos estarían de acuerdo con el cardenal Rossi en que «se ha producido cierta corrupción en el adjetivo "ministerial", hasta el punto de calificar como tal cualquier responsabilidad asumida por los laicos».

Algunos tienden a limitar el uso de la palabra «ministerio» a las actividades reconocidas públicamente en la Iglesia, por delegación litúrgica por ejemplo. T. F. OMeara propone así seis características: «Ministerio es: 1) hacer algo, 2) por la venida del Reino, 3) públicamente, 4) en nombre de una comunidad cristiana, 5) como un don recibido en la fe, el bautismo y la ordenación y 6) consistente en una actividad con sus propios límites e identidad dentro de una diversidad de acción ministerial». Pero aunque tales características especifican efectivamente el ministerio, podría decirse también que hay un ministerio implicado cuando alguien con un carisma para ayudar a los afligidos pone silenciosamente su don al servicio de una comunidad parroquial o de otro tipo. Aunque probablemente sea prudente no abusar del término «ministerio», cabe argüir que en sentido amplio lo que especifica el ministerio en la Iglesia es la concesión de un carisma por parte del Espíritu Santo y su uso regular por parte del receptor. Se puede estar de acuerdo con G. H. Tavard en que cuatro funciones del ministerio tienen una particular importancia: la mediación, la proclamación, el servicio y la educación.

Durante las décadas pasadas han aparecido cuatro niveles de ministerio: el de los bautizados, que ejercen un ministerio general, no especificado; el de los voluntarios, que hacen un compromiso específico de cara al ejercicio de un ministerio eclesial; el de los profesionales, cuyo compromiso es todavía más específico y de larga duración; el de los «instalados» en el ministerio, con los cuales la misma comunidad adquiere una especie de compromiso.

Es importante también distinguir entre misión y ministerio: la misión pertenece a la naturaleza de la Iglesia (AG 2) y es primariamente ad extra o hacia afuera; el ministerio es ad infra, de cara al interior, con vistas a la edificación de la comunión de la Iglesia. Las opciones pastorales tomadas en relación con el ministerio en una Iglesia particular revelan una determinada eclesiología. La teología implícita en ChL es predominantemente una teología de >comunión.

En el ámbito del ministerio en general es necesario evitar la clericalización de los laicos. Se puede percibir instintivamente la clericalización, pero es difícil de definir. El peligro más obvio brota de considerar el ministerio como realizado en nombre del clero o por delegación de un sacerdote, o a veces en su lugar. El firme arraigo del ministerio en el bautismo y la confirmación es la mejor protección contra el omnipresente peligro de la clericalización, que se observa tanto entre los laicos como entre los clérigos.

[En 1997 diversos Dicasterios romanos publicaron una Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes de carácter administrativo e interno que se limita a inculcar la observancia del derecho vigente, donde se refiere explícitamente también al acólito (nn 1. 8. 11). El subrayado fundamental es el carácter de «suplencia» y de «excepcionalidad» de tal colaboración, so pena de clericalizar a los laicos, objetivo muy importante aun en medio de un texto que respira demasiado temor hacia los laicos. La Instrucción concluye con una cita significativa de Juan Pablo II donde afirma que «en algunas ocasiones locales se han creado soluciones generosas e inteligentes». La mayoría de reacciones y comentarios a esta Instrucción, más bien críticos, han puesto de relieve que dada la situación actual especialmente de falta de presbíteros en diversos países se debería profundizar en la búsqueda de estas «soluciones generosas e inteligentes».]

Puede sentirse que, a pesar de los grandes avances realizados desde el Vaticano II, estamos todavía en los comienzos de una nueva teología y pastoral del ministerio. La teología de los ministerios laicos no se aclarará mientras no se profundice en la teología del sacerdocio ministerial; sin embargo, la reflexión continuada sobre los ministerios laicos es quizá la mejor aportación que se puede hacer a una comprensión más honda del sacerdocio ministerial. Ambas deben realizarse simultáneamente. Y junto a la teología del ministerio es necesaria también en la Iglesia una espiritualidad de los ministerios.