INCULTURACIÓN
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El neologismo «inculturación» apareció en la teología católica a mediados de la década de 1970, especialmente en los escritos del general de los jesuitas, el P. Arrupe. Se introdujo por primera vez en un documento romano en el mensaje del V sínodo de los obispos (1977). Pero ya dos años antes tenemos lo que se ha llamado «la carta magna de la inculturación», la exhortación sobre la evangelización Evangelii nuntiandi (1976) de Pablo VI (ver nn 20 y 63). El término «inculturación» ha sido usado frecuentemente por Juan Pablo II.

Como neologismo que es, su significado y utilización no han sido fijados todavía por el uso repetido, y se han sugerido también otros términos, como por ejemplo «interculturalidad», término propuesto por el cardenal J. Ratzinger en una alocución importante: Cristo, la fe y el desafío de las culturas. Ha de distinguirse del término sociológico «enculturación», al parecer acuñado por M. J. Herkovits, que significa lo mismo que «socialización», a saber, el proceso a través del cual un individuo entra a formar parte de una cultura; en tal caso se trata de un proceso de aprendizaje de la persona. Ha de distinguirse también de «adaptación», que se refiere bien al esfuerzo misionero por adecuar la personalidad a la cultura, a la manera de Pablo, que se hizo todo para todos (cf ICor 9,21-22), bien al intento de hacer inteligible el mensaje universal e inmutable a personas de otra cultura. La adaptación es en gran medida algo externo, mientras que la inculturación es algo principalmente interno.

La Comisión Teológica Internacional (CTI) observó en 1984 que la inculturación era reflejo de la encarnación: «De la misma manera que el Verbo de Dios ha asumido en su propia persona una humanidad concreta y ha vivido todas las particularidades de la condición humana en un lugar, en un tiempo y en el seno de un pueblo, la Iglesia, a ejemplo de Cristo y por el don de su Espíritu, debe encarnarse en cada lugar, en cada tiempo y en cada pueblo (cf He 2,5-11)». La inculturación es una nueva expresión de la revelación, del misterio de Cristo, que brota de su asimilación por la Iglesia local.

En el debate sobre la inculturación que tuvo lugar a finales de la década de los 70 y en la década de los 80, pueden detectarse dos interpretaciones del texto del Vaticano II sobre la misión (Ad gentes [AG], 22), una minimalista —frecuente en el magisterio— y otra maximalista, con un amplio espectro entre ambas. Los minimalistas tienden a interpretar este texto de AG en términos de evangelización de la cultura. Otras interpretaciones hablan más de inculturación del evangelio. La visión de la CTI es una vez más iluminadora: «En la evangelización de las culturas y la inculturación del evangelio se produce un maravilloso intercambio: por una parte, el evangelio revela a cada cultura y libera en ella la verdad última de los valores de que es portadora; por otra, cada cultura expresa el evangelio de manera original y manifiesta nuevos aspectos de él. La inculturación es así un elemento de la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10) y de la catolicidad de la Iglesia (LG 16-17)».

En la práctica, la cuestión de la inculturación se plantea en tres ámbitos principales. Primero, en la teología, en la que la única fe busca nuevas expresiones. Segundo, en la catequesis, que busca presentar la fe en una cultura específica y reflejar dicha cultura en el misterio de Cristo. Tercero, en la liturgia, que da expresión al culto cristiano en los actos concretos de culto de cada pueblo.

La CTI volvió al tema de la inculturación en 1987, dándole una fundamentación más profunda: el magisterio; naturaleza, cultura y gracia; la inculturación en la historia de la salvación; problemas actuales de la inculturación: piedad popular, religiones no cristianas, Iglesias jóvenes, modernidad.

La inculturación se topa con el problema de la transformación de las culturas y de la posible intrusión de culturas ajenas en las Iglesias locales. No sólo en países como Estados Unidos, Inglaterra o Australia encontramos fenómenos multiculturales; también en muchos países de Africa, América Latina y Asia se experimentan vivamente la diversidad cultural y los desafíos a la inculturación. El teólogo camerunés J. M. Ela ve la inculturación como liberación: los misioneros no pueden llevar a cabo la inculturación; sólo pueden iniciar el proceso. Pero los africanos no pueden tampoco llevar a cabo la inculturación mientras se mantengan en situación de servidumbre cultural y socioeconómica respecto de los no africanos. Existe el peligro de que Africa opte por una inculturación o indigenismo mediocre, una preocupación por lo que no es importante, por lo superficial y no controvertido. El otro peligro es que la Iglesia sea rechazada como extraña por los países jóvenes, al querer estos proteger y promover su identidad cultural.

La urgencia y el carácter perenne del compromiso de la inculturación pueden intuirse en estas tres citas tomadas de obras escritas mucho antes de que se creara la palabra «inculturación». Y. Congar recoge dos de ellas, una sin el nombre del autor: «Un escritor de misionología ha dicho que el comentario definitivo a los evangelios no podrá escribirse hasta que China, Japón e India se hayan hecho cristianos»; otra de Journet: «La expansión de la Iglesia hace que esta se revele ante sí misma»". La tercera es de B. Kloppenburg: «Mientras la Iglesia no se haga brasileña, Brasil no pertenecerá a la Iglesia». Lo que está en juego en la inculturación es la misma catolicidad (>católico) de la Iglesia. Estando tanto en juego, a la Iglesia toda precaución le parece poca.