GREGORIO VII, Papa y santo
(1073-1085)
DicEc
 

Hildebrando nació en Toscana hacia el 1020. Desde poco después de cumplir los veinte años, y salvo un corto período de tiempo, estuvo al servicio del papa, hasta que él mismo fue elegido papa el 1073, adoptando el nombre de Gregorio VII. Hizo de la reforma de la Iglesia su principal objetivo, para lo cual partió de la labor de sus predecesores. Tuvo una visión mística de la presencia de san Pedro en la Iglesia, especialmente en el papado. Fue el responsable del famoso >Dictatus Papae del 1075, e hizo un uso apropiado del mismo. Su vida puede resumirse bien en las palabras que dijera poco antes de su muerte, exiliado de Roma: «He amado la justicia y odiado la iniquidad» (cf Sal 45,8). Como reformador, persiguió el concubinato de los clérigos (>Celibato del clero), la >simonía y las >investiduras seglares. Sus reformas chocaron con una gran oposición, pero fueron importantes en Inglaterra, Francia, España y Alemania. Obtuvo una confesión de fe de Berengario (ca. 1010-1088), que había mantenido concepciones heterodoxas acerca de la eucaristía.

Por lo que respecta a la eclesiología, su importancia reside en el impulso que dio al poder del papa en línea con sus predecesores, aunque respetando el papel legítimo de los obispos dentro de su propia diócesis. Estaba convencido de que la reforma tenía que hacerse desde arriba. En su época se amplió el alcance de Mt 16,19: el papa podía atarlo y desatarlo todo; a diferencia de sus predecesores, sacó consecuencias de este texto de cara a la supremacía pontificia sobre los príncipes temporales. En su conflicto con Enrique IV, no sólo excomulgó al rey, sino que proclamó incluso su derecho a deponerlo y a disolver el juramento de fidelidad de sus súbditos.

Como papa y reformador, vio una lucha profunda entre el reino de Dios y el de Satanás. Todos estaban llamados a tomar partido en la batalla. El reino de Dios era la Iglesia universal, que tenía la doble autoridad del poder secular y del poder sacerdotal (Regnum et sacerdotium). De los dos, el segundo tenía un rango superior, estando ambos encaminados a un mismo fin; en caso de necesidad, el papa podía mandar o destituir a los príncipes seculares. No obstante, no llegó a sustituir el poder secular por el papal: el orden temporal mantuvo su propia finalidad, aunque estuviera a última hora sujeto al orden espiritual.

Uno no puede permanecer indiferente ante Gregorio. Algunos han considerado su pontificado como tiránico y teocrático; los historiadores modernos tienden a considerar que sus motivaciones eran elevadas y que las reformas que llevó a cabo no fueron sólo institucionales, sino también profundamente espirituales.