ECUMENISMO Y ESPIRITUALIDAD
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Paul Couturier (1881-1953) inició en Lyon en 1934 la celebración de una Octava de oración por la unidad de los cristianos, del 18 de enero (fiesta de la cátedra de Pedro) al 25 de enero (fiesta de la conversión de san Pablo). Fue un desarrollo de la Octava por la unidad de la Iglesia fundada en 1908 por dos anglicanos: el Rev. Spencer Jones y el Rev. Paul J. F. Wattson; el segundo poco después se hizo católico. Desde 1939 se guardó la semana como «Semana de oración universal» por la unidad de todos los cristianos bautizados «tal y como Cristo quiere». La inspiración de Couturier está en el hecho de que no se trata sólo de una semana de intercesión, sino que se incorporan también elementos de arrepentimiento, conversión y el reconocimiento de la falta que constituye la desunión. Desde 1968 la semana ha sido preparada conjuntamente por la Iglesia de Roma y por el Consejo Mundial de las Iglesias (>Ecumenismo y Consejo Mundial de las Iglesias).

El Vaticano II hizo una observación notable en el contexto de la aprobación de la oración por la unidad: «Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como alma de todo el movimiento ecuménico y con toda verdad pueden llamarse ecumenismo espiritual» (UR 8). El concilio advierte, no obstante, que la >intercomunión o culto común (communicatio in sacris) es un medio para el restablecimiento de la unidad cristiana, pero no un medio que pueda usarse indiscriminadamente.

Desde el nacimiento del >movimiento ecuménico moderno en Edimburgo (1910), la oración y el culto en común han sido uno de los rasgos característicos de todos los encuentros importantes. Ha sido particularmente significativa la experiencia espiritual de las diferentes formas de culto, de manera especial las de la tradición de las Iglesias orientales. La asamblea general del Consejo Mundial de las Iglesias (CMI) celebrada en Vancouver en 1983 concedió al culto un papel más central, y el CMI abordó luego el tema de la espiritualidad en varias iniciativas, incluyendo una nueva compilación de oraciones, en la que está especialmente presente la intercesión ecuménica.

La fundación de la comunidad ecuménica de Taizé por Roger Schutz y Max Thurian en 1940, así como el establecimiento de varias Biblias confesionales, grupos de oración y encuentros anuales en Europa (el último en Barcelona, del 27 de diciembre de 2000 al 1 de enero de 2001, con más de 80.000 asistentes, que ha superado todos los anteriores), son muestras de la gran importancia de la espiritualidad en el movimiento ecuménico. Estas agrupaciones despiertan la conciencia de la unidad en el Espíritu, que pasa por encima de los límites confesionales. Son importantes también las traducciones comunes de la Biblia, no sólo por el resultado del trabajo realizado, sino también por la cooperación que supone, que contribuye a forjar vínculos de confianza, comunión y compañerismo. El de los himnos es también un terreno en el que se han producido notables avances, dando lugar a que los cristianos compartan en la actualidad muchas composiciones tradicionales y recientes como los cantos de Taizé.

En los últimos años ha habido una constatación cada vez mayor de la necesidad tanto de una espiritualidad ecuménica como de una espiritualidad en el ecumenismo. El ecumenismo que se queda simplemente en el nivel de la discusión o de la actividad en común muestra importantes deficiencias: no asume suficientemente el hecho de que la realización de la unidad excede las fuerzas humanas; no enriquece a los participantes con dones que compartir; no permite la expresión y experiencia de la unidad en el Espíritu ya existente, aunque sea parcial. La espiritualidad aparece tan pronto como la gente habla de cuáles son para ellos las consecuencias de la actividad ecuménica. El reconocimiento de la santidad de vida, de la existencia de personas santas en las diferentes Iglesias, es una fuente capital, y descuidada, de edificación y profundización ecuménica. El compromiso sincero en la sagrada tarea del ecumenismo no es posible sin la espiritualidad. Una espiritualidad ecuménica ayudaría a su vez a los participantes a madurar en el Espíritu dentro de sus propias confesiones religiosas.