DIACONISAS
DicEc
 

Es patente en el Nuevo Testamento que las >mujeres servían a Jesús (Mc 1,31; Lc 8,2-3; cf 22,55—24,12), hecho que causó no poca sorpresa en su tiempo. También se las ve desempeñando determinadas funciones en la Iglesia primitiva, pero, aparte de quizá dos textos, no hay testimonios de que entre estas funciones estuviera la de diácono. Sin embargo, en Rom 16,1 a Febe se la denomina diakonos. (La palabra no tuvo forma femenina hasta mucho más tarde, cuando se creó el neologismo diakonissa; antes de esto el femenino se formaba colocando el artículo femenino delante del sustantivo diakonos). No podemos saber qué tipo de asistencia (prostatis) fue la que brindó a Pablo y a los demás. No podemos estar seguros de que la palabra diakonos se use aquí en un sentido genérico, como en ITes 2,2; 2Cor 3,6; 1 1,23, o se refiera a un grupo o función específicos, como en Flp 1, 1 ; lTim 3,8.12. El otro texto es 1Tim 3,11, en medio de un pasaje dedicado a los diáconos, donde el autor habla de mujeres: los exegetas, desde la antigüedad hasta hoy, han encontrado este texto difícil; no puede excluirse que se refiera a mujeres diáconos, aunque en el pasaje no se les asigne ninguna función concreta. El texto de la misma carta que trata de las viudas (lTim 5,9-10) influyó durante los primeros siglos en la forma de vida y las tareas propuestas a las diaconisas.

Si consideramos la historia de las diaconisas en la Iglesia, nos encontramos con un cuadro muy complejo. La famosa carta de Plinio a Trajano (111-113) habla de esclavas (ancillae) que son servidoras (ministrae), pero no hay ninguna indicación de la naturaleza de su servicio. >Ignacio, aproximadamente por la misma época, tiene una frase curiosa: «Las vírgenes llamadas viudas», pero no hay razones para suponer que se trate de diaconisas. No hay rastro de las diaconisas en la Didaché, en Ignacio, en Tertuliano o en la Tradición apostólica. En la Didascalia apostolorum, probablemente de principios del siglo IV y recogida en las >Constituciones apostólicas, de finales del mismo siglo, encontramos una tipología desarrollada y las funciones propias de las diaconisas: el obispo ocupa el lugar de Dios, los diáconos son tipo de Cristo, las diaconisas son tipo del Espíritu, los sacerdotes han de ser honrados como los apóstoles. Esta clase de tipología se encuentra ya en Ignacio; puede entenderse por el hecho de que el Espíritu sea femenino en siríaco. A excepción de este pasaje, las Constituciones apostólicas sitúan a las diaconisas al final de la lista de los clérigos, aunque por delante de las viudas, que deben sumisión a las diaconisas. Más adelante encontramos en la obra una enumeración de las funciones de las diaconisas: han de ocuparse de la asistencia material, y quizá también espiritual, a las mujeres, especialmente a las enfermas, en sus casas; han de ungir a las mujeres en el bautismo (pero no bautizarlas: esta es función del obispo); y han de instruir y educar a las mujeres después del bautismo. Desempeñan además un papel de intermediarias entre las mujeres y los clérigos varones. En la institución de las diaconisas, realizada por medio de la imposición de manos del obispo, la única tarea que se menciona en la oración consecratoria es la custodia de las puertas de la Iglesia. Como base escriturística, el texto no menciona ni Rom 16,1 ni lTim 3, sino a las mujeres que eran «diáconos de Jesús» y que estaban al pie de la cruz (Mt 27,55). El concilio de Nicea, en un canon muy discutido (can. 19) y diversamente interpretado, parece indicar que las diaconisas no reciben la imposición de manos y que han de ser contadas además entre los laicos.

En Siria, donde circulaba la Didascalia apostolorum, el impulso hacia la creación de las diaconisas brotaba de la misma presión social: los hombres no podían presentarse en las casas de las mujeres para asistirlas; había además que guardar la modestia en el bautismo, que se hacía por inmersión y estando desnudos los bautizandos.

En el Testamentum Domini (>Colecciones apostólicas/Pseudoepigrapha) estas tareas y otros ministerios son asignados a las viudas. Se mencionan también las diaconisas: figuran entre los laicos, después de los hombres; tienen que llevar la comunión pascual a las mujeres embarazadas; han de vigilar la puerta de la iglesia; están sujetas a supervisión por parte de las viudas. Las normas de la Didascalia y del Testamentum Domini son adoptadas por otras Iglesias, a veces con ciertas modificaciones locales. En la sección dedicada a las viudas en la Didascalia y en las Constituciones apostólicas se prohíbe la predicación de las mujeres, aunque sin mencionar explícitamente a las diaconisas.

Al examinar las diferentes liturgias, aparece constantemente una dificultad. Los manuscritos litúrgicos son notablemente conservadores: los copistas mantienen cosas que no se usan ya en las Iglesias en cuestión. Este factor hace que la datación de un ritual u oración determinados sea muy difícil. En los ritos bizantino y caldeo aparecen diaconisas: su función estaba relacionada principalmente con el bautismo de mujeres y el establecimiento de superioras en los monasterios femeninos. Se discute si había o no diaconisas en Egipto. En la Iglesia siria encontramos un ministerio añadido consistente en la unción de enfermas. A. G. Martimort llega a la conclusión de que hacia el siglo XI las diaconisas casi habían desaparecido de la Iglesia oriental.

En las Iglesias latinas no hay ninguna mención de las diaconisas durante los primeros siglos. En los Statuta Ecclesiae antiquae, de finales del siglo V, las viudas o monjas debían instruirse con el fin de preparar a las mujeres para el bautismo, pero estaba rigurosamente prohibido que las mujeres predicaran o bautizaran. Aunque no se mencionan en las liturgias reformadas carolingias, las diaconisas aparecen en Italia entre los siglos VII y IX; su papel, sin embargo, parece haberse limitado sobre todo a la atención a las monjas. Más tarde se produciría una confusión entre diaconisas y abadesas; el término «diaconisa» podía significar además la mujer del diácono. En la Edad media tardía se instituyeron diaconisas con el fin de contar con personas que pudieran leer el evangelio y la homilía en los oficios nocturnos.

Aunque de los ritos de determinadas Iglesias en ciertas épocas puedan sacarse conclusiones diferentes, la conclusión general de Martimort, a la que llega después de un estudio exhaustivo de la literatura patrística y litúrgica, parece válida: no hubo paridad en las funciones de las diaconisas y de los diáconos. Dicho de otro modo: no había simplemente diáconos varones y mujeres; los diáconos varones tenían una función dentro del ministerio de la Iglesia distinta de la de las mujeres. Sólo muy ocasionalmente encontramos diaconisas asociadas al clero; lo más frecuente es que su lugar estuviera entre las mujeres, y rara vez junto a las >viudas o las >vírgenes.

La postura vigente en algunas Iglesias de la Comunión Anglicana coincide con las conclusiones de Martimort. Desde 1861 ha habido diaconisas en la Iglesia de Inglaterra, pero estas no constituyen una de las órdenes sagradas de la Iglesia de Inglaterra. En los lugares donde se acepta la ordenación de mujeres, una diaconisa, para llegar al sacerdocio, tiene que ser ordenada antes de diácono. La postura, sin embargo, no es del todo clara, ya que, en caso de necesidad, las diaconisas pueden desempeñar muchas de las funciones de los diáconos ordenados, incluidas las funciones litúrgicas.

El restablecimiento del oficio de las diaconisas sigue siendo una posibilidad para la Iglesia católica. La jerarquía alemana habló de ello en 1976, y en 1981 pidió a la Santa Sede que estudiara la posibilidad de restablecer este orden. Un argumento frecuente contra esta pretensión es que iría en detrimento de la idea de que todas las mujeres deben comprometerse en la vida de la Iglesia y dar testimonio como creyentes en el mundo. Pero el mismo argumento podría aducirse también contra el diaconado permanente. Las diaconisas desaparecieron en la Iglesia cuando su principal aunque restringido ministerio dejó de tener sentido al abandonarse el bautismo de adultos; sólo podrían restablecerse si se coincidiera en ver la necesidad de un ministerio especial en la Iglesia actual. Cabría la necesidad de esta restauración si la noción de diakonia, o servicio, se desarrollara más plenamente. La Iglesia podría entonces ver la necesidad de constituir un símbolo fuerte y central de la contribución propiamente femenina al seguimiento de Jesús, el Siervo.