CONFIRMACIÓN
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El volumen de publicaciones sobre cualquier aspecto de la confirmación es enorme: los orígenes; el rito; el receptor, en particular la edad que hay que tener para recibirla; los efectos del sacramento y su dimensión eclesial; la práctica de otras Iglesias. Este artículo se centrará en la dimensión eclesial del sacramento y tomará como fuentes principales el Vaticano II, la constitución apostólica que sirve de introducción al rito revisado y el texto litúrgico mismo.

El Vaticano II pidió la renovación del sacramento de la confirmación, de modo que se pusiera de relieve el lugar que ocupa dentro del rito global de la iniciación (SC 71). En LG 11 hay tres comparativos (señalados con cursiva) que muestran el punto clave de la confirmación, a saber, su relación con el bautismo: «Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente (arctius obligantur) a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, con su palabra y sus obras». Parece haber aquí un primer efecto individual (el fortalecimiento) y dos efectos eclesiales (la vinculación a la Iglesia y la obligación del testimonio). Casi todas las obras sobre la confirmación señalan a Fausto de Riez (siglo V) como el responsable de la idea de la fuerza (ad robur).

En la constitución apostólica Divinae consortium naturae (DCN), de 1971, que hacía de introducción al rito revisado, Pablo VI mantenía esta teología básica del Vaticano II, como hacía la Introducción General (IG) y el rito mismo. El rito revisado fue obra casi enteramente de B. Botte, con algunas aportaciones de B. Kleinheyer, de ahí la importancia de sus estudios. La base escriturística tradicional de la confirmación (He 8,15-17) es reforzada en DCN conuna presentación de la acción del Espíritu en la vida de Jesús y en Pentecostés. Después de hacer un estudio histórico del rito, Pablo VI adopta una fórmula bizantina modificada: Accipe signaculum doni Spiritus Sancti («Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo»). Para consternación de algunos liturgistas, el Papa declaró que la tradicional imposición de la mano estaba contenida en la unción con el pulgar del obispo. Su perplejidad fue aún mayor ante el hecho de que la imposición de manos sobre todos los confirmados con la antigua oración «Dios todopoderoso» no se considerara parte de la esencia del sacramento. En el nuevo rito se pone especial empeño en marcar la vinculación de la confirmación con el bautismo: son muy numerosas las referencias de DCN y de IG, así como del rito. Se ponen también de manifiesto los efectos individuales, como la gracia o el fortalecimiento del receptor, así como su función eclesial de cara a la difusión del mensaje cristiano (IG 9).

Los problemas teológicos empiezan a plantearse cuando nos preguntamos de qué modo preciso está vinculada la confirmación con el bautismo, en parte porque LG 11 parece atribuir una función semejante de cara al testimonio a ambos sacramentos. Se plantean además problemas teológicos muy importantes en torno a la relación de este sacramento con la eucaristía, especialmente porque en muchos países los niños reciben la eucaristía antes que el segundo sacramento de iniciación. Una posible solución estriba en la doctrina tradicional del carácter sacramental. Los tres caracteres sacramentales otorgan cada uno un estado dentro de la Iglesia: miembro, testigo oficial, ministro ordenado. Es el carácter el que determina el tipo de gracia recibida; la recepción del carácter de la confirmación aumenta lá capacidad para recibir la gracia, gracia que en este caso es para una misión pública en la Iglesia. Es este mismo carácter el que permite que la eucaristía produzca efectos más hondos en un confirmado que en alguien simplemente bautizado. Puede decirse que esta doctrina tiene bases sólidas en la enseñanza de santo Tomás.

Se podría ir más lejos y afirmar que la confirmación tiene un efecto distinto (dentro de la categoría del testimonio público) según el estado de vida del individuo que la reciba: soltero, casado, viudo, religioso, diácono, sacerdote u obispo. En cada uno de estos estados el sacramento tiene distintas posibilidades de efectividad.

Los principales problemas teológicos relacionados con la confirmación derivan de la pobreza de la pneumatología y de la falta de atención al carácter sacramental. Los principales problemas pastorales proceden del hecho de ser la conveniencia, más que la teología, la que determina por lo general las cuestiones de la recepción, la edad, la preparación adecuada y la catequesis.

Las cuestiones prácticas acerca del ministro se tratan en el nuevo ritual y en el Código de Derecho Canónico (CIC 879-896). El Código rechaza la doctrina del Vaticano II de que los obispos son los ministros originarios (ministri originarii, LG 26), prefiriendo la fórmula de Trento, «ministros ordinarios» (ordinarium ministrum, CIC 882). Sin embargo, el obispo puede ser asistido por un sacerdote que le ayude a administrar el sacramento si el número de candidatos es muy elevado (IG 8; Rito 28; CIC 814). El sacerdote que bautiza a uno que no es ya un niño, o recibe a una persona ya bautizada en la plena comunión con la Iglesia, lo confirma al mismo tiempo (CIC 883). Los sacerdotes pueden confirmar también en peligro de muerte y en algunas otras situaciones (CIC 883 § 3; 884). La Iglesia latina concede, por tanto, mucho valor al ministro episcopal que introduce al candidato en una vida eclesial más plena y que representa en su persona el vínculo apostólico con Pentecostés (IG 7). En las Iglesias de Oriente el interés se ha centrado más en la integridad de los tres sacramentos de iniciación, aunque la vinculación con el obispo se mantiene por la necesidad de usar el crisma elaborado por él (CCEO 693). En Oriente la «crismación con el santo myron», como se denomina, puede ser realizada válidamente por cualquier sacerdote (CCEO 696 § 1). La mayoría de las Iglesias de Oriente celebran juntos los tres sacramentos de iniciación. De esto se sigue que la teología de la crismación no está muy desarrollada en Oriente; con algunas excepciones, los orientales suelen considerar la iniciación sacramental en su conjunto. De hecho las liturgias antiguas y modernas, orientales y occidentales, son tan diversas, que lo único que se puede afirmar con certeza en relación con todos los textos es que hay siempre un don del Espíritu Santo y cierta conexión con el obispo.

La Iglesia está todavía en proceso de comprensión de este segundo, y secundario, sacramento de iniciación, por lo que las distintas aportaciones de los teólogos, los liturgistas y los agentes pastorales son contribuciones importantes.