BEA, Augustine (1881-1968)
DicEC

Augustine Bea, una de las figuras más importantes del Vaticano II, tiende a ser recordado sobre todo por los últimos ocho años de su vida, después de ser nombrado cardenal a la edad de setenta y nueve años. Sin embargo, su vida anterior fue una preparación para el extraordinario servicio que hizo a la Iglesia en sus años finales.

Nació en Baden del Sur (Alemania) en 1881 en una familia pobre. Nunca habría de disfrutar de buena salud, empezando con una tuberculosis infantil. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1902 y fue ordenado sacerdote en 1912. Siguió una larga lista de estudios y cargos hasta su importante nombramiento como superior provincial de la recién fundada provincia jesuita de la Alta Alemania (1921). Destinado a Roma en 1924, dio lecciones sobre Escritura en la Universidad Gregoriana y en el Bíblico, siendo rector de este último durante diecinueve años (1930-1949). Fue editor durante veinte años de la prestigiosa revista Biblica y escribió unos 260 artículos y ocho libros. Fue uno de los responsables principales de la encíclica sobre los estudios bíblicos Divino afflante Spiritu (1943), y durante trece años confesor personal de Pío XII, hasta la muerte del papa en 1958.

Durante las décadas de 1940 y 1950 Bea fue consultor de varias congregaciones vaticanas y cada vez estuvo más comprometido en los asuntos ecuménicos. Para algunos fue una sorpresa cuando en 1960, a la edad de setenta y nueve años, fue nombrado presidente del Secretariado para la Unidad de los Cristianos, aunque estaba perfectamente preparado para ello. Casi inmediatamente empezó a poner especial énfasis en el bautismo, común a todos los cristianos, planteamiento que encontraría particular aceptación en el concilio.

Durante el Vaticano II desempeñó un papel vital, cuya importancia difícilmente podría exagerarse. Intervino en el concilio en diecinueve ocasiones haciendo uso de su derecho como miembro, y presentó cuatro textos en nombre del Secretariado para la Unidad de los Cristianos. A lo largo del concilio estuvo siempre particularmente atento al ecumenismo y fue el responsable de numerosos añadidos y correcciones de los textos; especialmente en los documentos relativos a la Iglesia, la revelación, el ecumenismo, la libertad religiosa y las religiones no cristianas (LG, DV, UR, NA, DH). Después del concilio siguió trabajando sin descanso por el ecumenismo hasta su muerte en 1968.

Sus intereses fueron más allá del ecumenismo cristiano hasta las relaciones con los judíos, ocupándose incluso de cuestiones más amplias relativas a toda la humanidad. Su pasión por la integridad le llevó a observar a comienzos del concilio, cuando el Instituto Bíblico estaba siendo duramente atacado por elementos reaccionarios: «Hay algunos que no tienen en cuenta que la verdad, los evangelios y Cristo no pueden ser defendidos por medios condenados por la verdad, los evangelios y Cristo». Se encontró con una gran oposición, pero se apoyaba en una honda espiritualidad, de la que tenemos un vislumbre en sus notas espirituales.