Homilías
espirituales
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
* * *
El ciclo copto de Macario el Grande
El Abad Macario dijo: «No dejemos que la fuente derrame bullendo lo que brota de esta mezcla única, es decir, del receptáculo del corazón; hagamos, en cambio, que ella lance hacia lo alto sin cesar lo que es dulce en todo tiempo, es decir, nuestro Señor Jesucristo».
El hermano preguntó: «¿Cuál es la obra más agradable a Dios en el asceta y en el abstinente?». El respondió diciendo: «Bienaventurado aquel que persevera, sin cesar y con contrición del corazón, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Pues, ciertamente, no existe en la vida práctica nada más agradable que este alimento bendito. Tu debes rumiarlo todo el tiempo, como la ternera que gusta la dulzura de rumiar hasta que la cosa rumiada penetra en el interior de su corazón y derrama allí una dulzura y una grasa (unción) buenas para su estómago y para todo su interior; ¿no ves acaso, la belleza de sus mejillas inflamadas por el dulzor que ella ha rumiado con su boca?».
Pidamos que nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia a través de su dulce y graso (untoso) nombre.
Un hermano interrogó a El Abad Macario, diciendo: «Enséñame el significado de estas palabras: La meditación de mi corazón es estar en tu presencia». El anciano le dijo: «No existe otra meditación, a no ser el nombre saludable y bendito de nuestro Señor Jesucristo habitando sin cesar en ti, tal como está escrito: Como golondrina clamaré y como tórtola meditaré. Eso es lo que hace el hombre piadoso que permanece constantemente en el nombre de nuestro Señor Jesucristo».
Macario el Grande dijo: «Debes poner atención en el nombre de nuestro Señor Jesucristo cuando tus labios estén en ebullición para atraerlo, y no trates de conducirlo en tu espíritu buscando parecidos. Piensa tan sólo en tu invocación: Señor Jesucristo ten piedad de mí y, en el descanso, verás su divinidad reposar en ti, apartar las tinieblas de las pasiones y purificar al hombre interior retomándolo a la pureza de Adán cuando estaba en el paraíso. Este es el nombre bendito que invocó Juan el Evangelista llamándolo 'luz del mundo', 'dulzura que no empalaga' y 'verdadero pan de vida'».
El Abad Evagrio fue a buscar al El Abad Macario atormentado por los pensamientos y las pasiones del cuerpo y le dijo: «Padre mío, dime una palabra y viviré». Macario respondió: «Amarra la cuerda del anda a la piedra y, por la gracia de Dios, la barca atravesará las olas diabólicas de este mar de decepciones y el torbellino de tinieblas de este mundo vano». Evagrio pregunto: «¿Cuál es la barca, cuál es la cuerda, cuál es la piedra?». El Abad Macario dijo entonces: «La barca es tu corazón, guárdale. La cuerda es tu espíritu, átalo a nuestro Señor Jesucristo que es la piedra que tiene poder sobre todas las olas diabólicas que combaten los santos ya que no es fácil decir a cada respiración: 'Señor Jesucristo ten piedad de mí; yo te bendigo mi Señor Jesús, socórreme'. El pez que lucha contra las olas será apresado sin saberlo, mientras que, permaneciendo firmes en el nombre salvador de nuestro Señor Jesucristo, él tomará al diablo por la nariz a causa de lo que nos ha hecho. Mas nosotros, los débiles, sabremos que el auxilio provino de nuestro Señor».
El Abad Macario dijo: «Visité a un enfermo, en cama durante su enfermedad. Se trataba de un anciano que recitaba el nombre saludable y bendito de nuestro Señor Jesucristo. Como lo interrogara sobre su salud, me dijo con alegría: Como soy constante en (tomar) este dulce alimento de vida, el nombre de nuestro Señor Jesucristo, he sido colmado en la dulzura del sueño por una visión del Rey, el Cristo con la forma de un Nazareno, quien me ha dicho tres veces: 'Tú, tú estás en mi, y no en otro más que en mi'. Y enseguida me desperté experimentando una gran alegría, tan grande que olvidé el dolor».
Macario el Grande dijo: «El monje que permanece sentado en su celda necesita recoger su inteligencia en sí, lejos de toda preocupación mundana, sin permitir que ella vacile ante la vanidad del siglo, haciendo que se mantenga firme en su fin único. O sea que debe poner su pensamiento sólo en Dios en cada instante, constantemente en él a toda hora, sin otra solicitud, sin dejar penetrar en su corazón el tumulto de ninguna cosa terrestre, con su espíritu y todos sus sentidos como en presencia de Dios.., y permanecer así.. .».
El Abad Macario el Grande dijo: «Si te acercas a la oración, debes fijar tu atención en ti, con firmeza, para no abandonar tus vasos en manos de los enemigos, pues ellos desean quitarte esos vasos que son los pensamientos del alma. Son esos vasos gloriosos con los cuales servirás a Dios; pues lo que Dios busca no es que le rindas homenaje con tus labios mientras tus pensamientos vacilantes están diseminados por el mundo, sino que tu alma y todos sus pensamientos se mantengan en la contemplación del Señor sin otra solicitud».