Gregorio el Sinaíta

 

 

Acróstico sobre los mandamientos

La ciencia de la verdad es, esencialmente, el sentimiento de la gracia...

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Santuario verdadero, anticipo de la condición futura, tal es el corazón sin pensamientos, movido por el Espíritu. Allí todo se celebra y se expresa pneumáticamente. Aquel que no ha obtenido ese estado puede ser, por sus otras virtudes, una piedra calificada para la edificación del templo de Dios, pero no es el templo del Espíritu ni su pontífice.

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Por encima de los mandamientos, existe el mandamiento que involucra a todos: «Acuérdate del Señor tu Dios en todo tiempo» (Dt 8, 18). Es con respecto a esto que los otros son violados y es por él que se los cumple. El olvido, en el origen, destruyó el recuerdo de Dios, oscureció los mandamientos y mostró la desnudez del hombre.

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Existen esencialmente dos amores extáticos en el Espíritu: el amor del corazón y el amor del éxtasis. El primero corresponde a la iluminación; el segundo a la caridad. Tanto uno como el otro sustraen de las sensaciones al espíritu que movilizan. El amor divino es esta embriaguez espiritual - lo más elevado en la naturaleza- que suprime el sentimiento de cualquier relación con el mundo exterior.

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El principio y la causa de los pensamientos es, después de la transgresión, el estallido de la memoria que, al transformarse en compuesta y diversa, de simple y homogénea que era, pierde el recuerdo de Dios y corrompe su poderes.

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El remedio para liberar esta memoria primordial de la memoria perniciosa y malvada de los pensamientos es el retorno a la simplicidad original. El instrumento del pecado -la desobediencia- no solamente ha falseado las relaciones de la memoria simple con el bien, sino que ha corrompido sus potencias y debilitando su atracción natural por la virtud. El gran remedio de la memoria es el recuerdo perseverante e inmóvil de Dios en la oración.

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El principio de la oración espiritual - sacerdocio místico- es la operación o virtud purificadora del Espíritu. El principio de la quietud (hesychia) es el reposo y su medio, la virtud iluminadora y la contemplación. Su término, el éxtasis y el rapto del Espíritu por Dios.

 

Acerca de la contemplación y la oración

No deberíamos hablar como un gran doctor ni tener necesidad del apoyo de la Escritura ni de los Padres, sino ser «enseñados por Dios» (Jn 6, 45) hasta el punto de aprender y conocer, en él y por él, todo lo que necesitamos. No solamente nosotros sino cualquiera de los fieles. ¿Acaso no hemos sido llamados para llevar grabadas en nuestro corazón las tablas de la ley del Espíritu y para conversar con Jesús mediante la oración pura de la misma forma admirable que los querubines?

Pero sólo somos niños en el momento de nuestra segunda creación, incapaces de comprender la gracia, de aprovechar la renovación, ignorantes, sobre todo, de la supereminente grandeza de la gloria de la que participamos. Ignoramos que, por la observación de los mandamientos, debemos crecer en alma y espíritu para ver lo que hemos recibido. He aquí cómo la mayor parte de nosotros cae, por negligencia y hábito vicioso, en la insensibilidad y en la ceguera, hasta el punto de no saber ya, si hay un Dios, qué somos, ni en qué nos hemos convertido a pesar de ser hijos de Dios, hijos de la luz, niños y miembros de Cristo.

Hemos sido bautizados en la edad adulta pero sólo percibimos el agua y no el Espíritu. Incluso siendo renovados en el Espíritu, no lo creemos más que con una fe muerta e inactiva... somos carne y nos conducimos según la carne. Y permanecemos muertos hasta la hora de nuestro fin, sin vivir en Cristo ni estar movidos por él. Y, «lo que sabemos», a la hora del tránsito y del juicio «nos será quitado» a causa de nuestra incredulidad y nos faltará la esperanza por no haber comprendido que los niños deben ser parecidos al Padre, dioses en Dios, espíritus salidos del Espíritu...

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Diremos en primer lugar, con la ayuda de Dios, que «otorga la palabra a los que anuncian el bien» (Rom 10, 15), cómo se encuentra - debería decir cómo se ha encontrado - a Cristo por el bautismo en el Espíritu («¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (I Cor 6, 15); luego, cómo se conserva ese hallazgo y cómo se progresa. La mejor manera -y la más corta- será exponer, brevemente, los extremos y el medio, pues el asunto es extenso: hay muchos que impulsan el combate hasta haberlo encontrado; luego se detiene su deseo. Poco les preocupa ir más adelante; les basta haber encontrado el comienzo del camino; en su ignorancia toman una bifurcación y se imaginan estar en la buena ruta mientras caminan fuera del fin por falta de coraje, o bien su conducta indiferente los lleva hacia atrás, a la condición que tenían y se encuentran nuevamente en el comienzo o a mitad de camino en su empresa.

Los principiantes tienen de su parte a la acción, o sea, los medios de la iluminación; los perfectos, la purificación y la resurrección del alma.

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Existen dos formas de encontrar la operación (energía) del espíritu recibida sacramentalmente en el santo bautismo:

a) Ese don se revela de una manera general por la práctica de los mandamientos y al precio de grandes esfuerzos. San Marcos el Ermitaño nos lo dice: «En la misma medida en que ejercitamos los mandamientos, ese don hace resplandecer más su fuego ante nuestros ojos».

b) El se manifiesta, en la vida de sumisión a un padre espiritual, mediante la invocación continua y metódica del Señor Jesús, es decir, por el recuerdo de Dios.

El primer camino es el más largo; el segundo el más corto, a condición de haber aprendido a escarbar la tierra con coraje y perseverancia para descubrir el oro.

Si queremos descubrir y conocer la verdad sin riesgo de error, busquemos sólo la operación del corazón, sin imagen ni figura; sin reflejar en nuestra imaginación ni forma ni impresión de las cosas consideradas santas; sin contemplar ninguna luz, pues el error, sobre todo al principio, tiene la costumbre de burlar el espíritu de los menos experimentados mediante esos fantasmas engañosos. Esforcémonos por tener activa en nuestro corazón solamente la operación de la oración, que da calor, alegra el espíritu y consume el alma en un amor indecible por Dios y por los hombres. Entonces se verá hacer de la oración una gran humildad y contrición, pues la oración es, para los principiantes, la operación espiritual infatigable del Espíritu que, al comienzo, hace brotar del corazón un fuego gozoso y, al final, obra como una luz de buen olor.

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He aquí los signos a través de los cuales ese comienzo se evidencia para aquellos que buscan en verdad... En algunos, se manifiesta como la luz de la aurora; en otros, como una exultación mezclada con temblores; en otros, como alegría o como una mezcla de alegría y temor o de temblores y alegría y, en ocasiones, de lágrimas y de temor.

El alma se regocija con la visita y la misericordia de Dios pero teme y tiembla ante el pensamiento de su presencia y a causa de sus numerosos pecados. En algunos se produce una contrición y un dolor inexpresables para el alma, semejantes a los de la mujer de la que habla la Escritura. Pues «la palabra de Dios es viva y eficaz», o sea, que Jesús «penetra hasta la división del alma y el espíritu, de las articulaciones y de la médula» (Heb 4, 12) para suprimir en vivo, de los miembros del alma y del cuerpo, todo lo que encierran de apasionado. En otros, esto se manifiesta bajo la forma de un amor y una paz indecibles respecto de todo; en algunos otros, es una exultación y estremecimiento - según la expresión frecuente de los Padres-, movimiento del corazón viviente y virtud del Espíritu.

Esto se llama también «pulsación» y «suspiro inefable» del Espíritu que intercede por nosotros ante Dios (cf. Rom 8, 26). Isaías lo llama «juicio de la justicia»; Efrén, «picadura». El Señor es una «fuente de agua que brota para la vida eterna» (el agua es el Espíritu), que brota y burbujea con potencia en el corazón.

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Hay dos tipos de exultación y de estremecimiento. Una exultación tranquila: es la pulsación, el suspiro, la intercesión del Espíritu; y la gran exultación que es el salto, el estremecimiento, el vuelo poderoso del corazón viviente en el aire divino. El Espíritu divino le da las alas del amor al alma liberada de los lazos de las pasiones; incluso antes de la muerte, el alma se esfuerza por volar en su deseo de escapar de la pesadez...

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En todo principiante hay dos operaciones que obran diferentemente en el corazón. Una bajo el efecto de la gracia, la otra bajo el efecto del error. Marco lo afirma: «Hay una operación espiritual y hay una operación satánica, desconocida por los niños». Además, existe un triple ardor de operación en el hombre: uno encendido por la gracia, el segundo por el error y el pecado, el tercero por los excesos de la sangre. Talasio el Africano llama, a este último, el temperamento, y nos dice que es suavizado por una abstinencia conveniente.

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La operación de la gracia es una virtud del fuego del Espíritu que se ejercita en el corazón con alegría, fortifica, templa y purifica el alma, suspende por un tiempo sus pensamientos y mortifica provisoriamente los movimientos del cuerpo. Los frutos y signos que testimonian su verdad son las lágrimas, la contrición, la humildad, la temperancia, el silencio, la paciencia, el retiro, y todo aquello que produce un sentimiento de plenitud y de certidumbre indudable.

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La operación del error es el fuego del pecado que enciende el alma por la voluptuosidad. Es indecisa y desordenada, nos dice Diadoco. Proporciona una alegría irracional, presunción, turbación... enciende el temperamento, trabaja en el alma y la enardece, la atrae hacia si para que el hombre, adquiriendo el hábito de la pasión, poco a poco expulse la gracia.

 

Acerca de la vida contemplativa y de los dos modos de la oración

Existen dos tipos de unión, o mejor, una doble entrada de acceso a la oración espiritual que el santo Espíritu obra en el corazón. O bien el espíritu, «adherente al Señor», entra allí primero o bien la operación se pone en movimiento poco a poco en medio de un fuego gozoso y el Señor atrae el intelecto y lo liga a la invocación unitiva del Señor Jesús. Pues, si el Espíritu obra en cada uno según la manera que le place, sucede que una forma de unión precede a la otra.

A veces la operación se produce en el corazón, siendo las pasiones debilitadas por la invocación sostenida de Jesucristo, acompañada por un calor divino, «porque Yahvé, tu Dios, es fuego abrasador» (Dt 4, 23) para las pasiones. A veces el Espíritu atrae el espíritu, lo inmoviliza en lo profundo del corazón y le prohíbe sus idas y venidas acostumbradas. No es ya un cautivo conducido de Jerusalén a Asiria; es una ventajosa migración de Babilonia a Sión... El espíritu puede decir «exultará Jacob, se alegrará Israel» (Sal 13, 7): entended por ello el espíritu activo que, por los trabajos de la vida activa, ha vencido, junto a Dios, las pasiones; el espíritu contemplativo que, en su medida, ve a Dios en la contemplación.

 

Cómo ejercitar la oración.

«Desde la mañana siembra tu semilla» -la oración- y «por la tarde que tu mano no se detenga» para no interrumpir su continuidad arriesgándote a faltar a la hora de la satisfacción «pues tú no sabes cuál de las dos te traerá la prosperidad» (Ecl 11, 6).

Por la mañana siéntate en un lugar bajo, retén el espíritu en tu corazón y mantenlo allí y, mientras tanto, laboriosamente curvado, con un vivo dolor en el pecho, las espaldas y la nuca, grita con perseverancia en tu espíritu o tu alma: «Señor Jesucristo, tened piedad de mi». Luego (no ciertamente a causa del menú único e invariable del triple nombre: pues «aquellos que me comieron tendrán todavía hambre»), transportarás tu espíritu a la segunda mitad, diciendo: «Hijo de Dios, ten piedad de mi». Repite esto un gran número de veces y cuida de no cambiar a menudo por indolencia, pues las plantas demasiadas veces trasplantadas no prenden más.

Domina tus pulmones de forma que no respires con facilidad. Pues la tempestad de soplos que sube del corazón oscurece el espíritu y agita el alma; la distrae, la deja cautiva del olvido, o la hace repasar toda clase de cosas para arrojarla a continuación, insensiblemente, hacia lo que no necesita. Si tú ves alzarse y tomar forma a la impureza de los pensamientos o de los espíritus malvados no te desconciertes; si se presentan ante ti conceptos buenos acerca de las cosas, no les prestes atención sino que, en la medida de lo posible, debes retener tu soplo, encerrar tu espíritu en tu corazón y ejercitar sin tregua ni disminución la invocación del Señor Jesús, así los consumirás y reprimirás rápidamente, flagelándolos invisiblemente con el nombre divino, según las palabras de Juan de la Escala.

 

Sobre la respiración.

Isaías el Anacoreta atesta, y muchos otros antes que él, que debes retener tu soplo. «Disciplina tu espíritu indisciplinado», dice Isaías, es decir, el espíritu trastornado y disipado por el poder enemigo, al que la negligencia restablece después del bautismo con todos sus malos espíritus (cf. Mt 12, 45). Otro ha dicho: «El monje debe tener el recuerdo de Dios por la respiración»; otro más: «El amor de Dios debe pasar a través de nuestra respiración»; y Simeón el Nuevo Teólogo dice: «Comprime la aspiración de aire que pasa por la nariz de manera que no puedas respirar cómodamente...».

Después de nuestra purificación, hemos recibido las señales del Espíritu y las semillas del Verbo interior (cf. Sant 1, 21)... pero la negligencia hacia los mandamientos nos hace recaer en las pasiones y, en lugar de respirar el Espíritu santo, somos colmados por el soplo de los espíritus malos. Ese es, manifiestamente, el origen del bostezo, lo sabemos por el Padre. Aquel que ha obtenido el Espíritu ha sido purificado por él, está también reanimado por él y respira la vida divina, la habla, la piensa, la vive según la palabra del Señor. «Pues no sois vosotros los que habláis... » (Mt 10, 20).

 

Cómo salmodiar.

«Aquel que está fatigado, nos dice Juan de la Escala, se levantará para orar, luego volverá a sentarse y retomará animosamente su anterior ocupación». Ese consejo destinado al espíritu que ha llegado al cuidado del corazón, no resulta inútil tratándose de la salmodia. El gran Barsanufio, interrogado sobre la manera de salmodiar respondió: «Las horas y los himnos son tradiciones eclesiásticas que nos han sido trasmitidas muy oportunamente en función de la vida en común. Los solitarios de Escete no salmodian ni tienen himnos, tienen un trabajo manual

y una meditación solitaria. Cuando te dedicas a orar, di el Trisagion y el Padrenuestro para pedir a Dios que te separe del hombre viejo sin tardanza. Por otra parte, tu espíritu está en oración todo el día». El anciano intenta demostrar con esto que la meditación solitaria es la oración del corazón. La oración intermitente es la estación de la salmodia...

 

Acerca de las distintas salmodias.

Pregunta: ¿Cuál es la razón de que unos enseñen a salmodiar mucho, otros poco, y, algunos absolutamente nada, aconsejando en cambio dedicarse a la oración, a un trabajo manual cualquiera o a algún otro ejercicio de penitencia?

Respuesta: He aquí la razón: los que encontraron la gracia por la vida activa a cambio de años de esfuerzos, enseñan a los demás lo que ellos mismos aprendieron. No quieren creer a aquellos que llegaron metódicamente y en poco tiempo, gracias a la misericordia de Dios y por medio de una fe ardiente, como lo expresa Isaac. Víctimas de la ignorancia y de la suficiencia, se burlan y sostienen que cualquier otra experiencia es ilusión y no obra de la gracia. No saben que a Dios no le cuesta nada hacer de un solo golpe un rico de un pobre y que «el comienzo de la sabiduría es desear la sabiduría». El apóstol reprende así a sus discípulos que ignoran la gracia: «Si no reconocéis que Jesucristo está en vosotros, será que estáis reprobados» (2 Cor 13, 5). He aquí por qué la incredulidad y la presunción les impiden admitir los efectos extraordinarios y singulares que el Espíritu opera en algunos.

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Objeción: Haz el favor de decirme: ¿ayunar, abstenerse, velar, mantenerse de pie, hacer penitencia, practicar la pobreza, no es acaso vida activa? ¿cómo puedes decirnos, alegando únicamente la salmodia, que sin vida activa es posible poseer la oración?

Respuesta: ¿De qué vale orar vocalmente mientras vaga el espíritu? Uno derrumba lo que otro edifica: mucho trabajo para ninguna ganancia. Como se trabaja con el cuerpo, así es necesario trabajar también con el espíritu, de otro modo se será justo de cuerpo pero el espíritu estará lleno de impureza. El apóstol lo confirma: «Si yo oro con mi lengua, mi pneuma ora -entended por esto mi voz- pero mi espíritu es estéril. Si yo oro con mi voz, oraré también con mi espíritu... prefiero decir cinco palabras con todo mi espíritu... » (1 Cor 14, 14s). «No hay nada más temible que el pensamiento de la muerte, dice san Máximo, nada más magnífico que el recuerdo de Dios». De ese modo quiere mostrar la excelencia de la obra.

Algunos, cegados y vueltos incrédulos por su extrema insensibilidad e ignorancia, no quieren siquiera admitir que existe gracia en nuestra época.

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Aquellos que salmodian poco, tienen razón, según mi opinión. Observan las proporciones, y la medida es la excelencia, según nos enseñan los sabios. No agotan el poder del alma en la vida activa para no volver al espíritu negligente en la oración. Sucede que el espíritu, fatigado por la prolongación de su grito interior y de su inmovilidad, toma un corto respiro y descansa, en los espacios de la salmodia, de su encierro en la hesychia. Tal es la jerarquía ideal y la doctrina de los más sabios.

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En cuanto a aquellos que no salmodian en absoluto, hacen bien, si es que se encuentran entre los avanzados. Si han llegado a la iluminación no tienen necesidad de salmos sino de silencio, de oración ininterrumpida y de contemplación. Están unidos a Dios y no tienen por qué separar su espíritu de él para arrojarlo a la disipación. «El obediente cae por voluntad propia, dice Clímaco el Hesicasta, al interrumpir su oración». Su espíritu, separándose del esposo - el recuerdo de Dios - comete adulterio y se liga al amor por las cosas pequeñas.

No es oportuno enseñar a todos indistintamente esta conducta. A los simples e iletrados que viven en la obediencia si, porque la obediencia participa de todas las virtudes en la humildad; no se debe enseñar, en cambio, a aquellos que viven fuera de la obediencia pues correrían el riesgo de extraviarse, ya se trate de simples o de gnósticos. Pues el independiente no escapa de la presunción que acompaña, naturalmente, al error, nos dice Isaac.

Algunos, sin medir las peligrosas consecuencias, enseñan al recién llegado la práctica exclusiva de este ejercicio para dirigir el espíritu, afirman, en el uso y el amor del recuerdo de Dios. Ello no es necesario, sobre todo si se trata de ideoritmos. Su espíritu es todavía impuro, a causa de la negligencia y del orgullo, y las lágrimas todavía no lo han purificado. Cuando los espíritus impuros del corazón, turbados por el nombre temible, crecen y amenazan destruir a aquel que los flagela, reflejan, antes que la oración, las imágenes de los malos pensamientos. Al ideoritmo que quiere aprender esta práctica y realizarla, pueden sucederle dos cosas: o se afanará y se equivocará, lo que no cambiará en nada su estado, o bien se mostrará negligente y no hará ningún progreso en toda su vida.

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Agregaré aquí algo más acerca de la oración, según mi pequeña experiencia: cuando de día o de noche, después de permanecer sentado en silencio, orando a Dios con insistencia, sin pensamientos, humildemente, tu espíritu se canse de gritar, tu cuerpo esté dolorido y tu corazón no experimente calor ni alegría ante la invocación vigorosamente sostenida de Jesús que otorga resolución y paciencia a los combatientes, entonces levántate y salmodia, solo o con tu compañero, o bien dedícate a la meditación sobre una palabra, al recuerdo de la muerte, al trabajo manual o a la lectura, de pie, a fin de fatigar a tu cuerpo.

Cuando te dediques a la salmodia solitaria vuélcate al Trisagion, la oración del Señor, con el espíritu atento al corazón. Si el cansancio te pesa, pronuncia dos o tres salmos penitenciales, sin cantarlos... San Basilio aconseja: «Es necesario cambiar cada día los salmos para estimular la resolución, para que el espíritu no se disguste por repetir siempre los mismos, para darle una cierta libertad. Todo ello redundará en beneficio de su resolución». Si salmodias en compañía de un discípulo fiel, permítele decir los salmos, mientras que, en lo referente a la atención y a la oración secreta del corazón, te vigilarás. Con el concurso de la oración, desprecia toda representación sensible o intelectual que suba a tu corazón; la quietud (hesychia) es el despojamiento provisorio de los pensamientos que no vienen del Espíritu, para no perder la mejor parte deteniéndose sobre su bondad.

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La ilusión.

Siendo amante de Dios, debes permanecer muy atento... Cuando, ocupado en tu obra observas una luz o un fuego, en ti mismo o fuera de ti, o la así llamada imagen de Cristo, de los ángeles o de los santos, no lo aceptes o te arriesgarás a sufrir las consecuencias. No permitas a tu espíritu forjarla. Todas esas formas exteriores intempestivas tienen como efecto extraviar el alma. El verdadero principio de la oración es el calor del corazón que consume las pasiones, produce en el alma la alegría o el goce, y confirma al corazón en un amor seguro y en un sentimiento de indudable plenitud.

Todo lo que se presenta al alma como sensible o intelectual y arroja al corazón en la duda y la hesitación no proviene de Dios, sino que ha sido enviado por el enemigo. Esa es la enseñanza de los Padres. Cuando veas a tu espíritu atraído hacia afuera o hacia el cielo por algún poder invisible, no le creas, no le permitas que se deje arrastrar sino devuélvele inmediatamente a su obra. «Las cosas divinas vienen solas; tú ignoras la hora en que sucederá», dice Isaac. El enemigo interior y natural transforma a placer, unos en otros, los objetos espirituales, e introduce, bajo la apariencia del fervor, su fuego desordenado para apesadumbrar al alma. Hace aparecer como gozo a la alegría irracional y a la voluptuosidad lúbrica con su cortejo de presunción y de ceguera. Se oculta a los principiantes inexpertos y les hace tomar la obra de su engaño como obra de la gracia; en cambio el tiempo, la experiencia y el sentido espiritual tienen, como efecto natural, mostrar el enemigo a aquellos que no ignoran su perversidad... «como el paladar saborea los manjares» (Job 34, 3), es decir, que el gusto espiritual descubre infaliblemente su naturaleza.

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Tú eres un obrero, dice Clímaco; prefiere las lecturas de acción. Esta clase de lectura dispensa de todas las otras. No ceses de releer los libros que tratan de la vida hesicasta y de la oración, como la Escala, Isaac, Máximo, los escritos de Simeón el Nuevo Teólogo, de su discípulo Nicetas Stethatos, de Hesiquio, de Filoteo el Sinaíta y otros con el mismo espíritu. Deja a los demás por el momento. No es que sea necesario rechazarlos, pero ellos no responden al fin que persigues y te desviarían hacia el estudio... Así, tu espíritu se fortificará y tomará fuerzas para orar más intensamente. Toda esta lectura le procurará oscuridad, debilitamiento, turbará el espíritu, su razón le hará mal a la cabeza y le faltará impulso para la oración.

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Nos es necesario todavía enumerar los trabajos y las fatigas de la acción y exponer claramente la manera de entregarse a cada tarea. Alguno que, después de habemos escuchado, se coloque a la obra y no obtenga fruto, podría reprochamos, a nosotros o a los demás, no haber dicho las cosas tal como son.

El trabajo del corazón> y la fatiga corporal hacen la verdadera obra. Manifiestan la operación del Espíritu santo que te ha sido concedido - como a cualquier otro fiel - mediante el bautismo. La negligencia hacia los mandamientos enterró todo esto bajo las pasiones y la penitencia nos lo habrá de restituir con el concurso de la misericordia inefable... La obra espiritual que no es acompañada de penas y fatiga no producirá ningún fruto a su autor. Pues «el reino de los cielos se toma con violencia... » (Mt 11, 12). La violencia es una mortificación perseverante del cuerpo... Aquellos que actúan con negligencia y relajamiento, se hacen mucho mal pues jamás gozarán el fruto... «Aun cuando realicemos las acciones más elevadas, si no hemos adquirido la contrición del corazón, serán bastardas y echadas a perder...».

 

El hesicasta debe mantenerse sentado en oración y sin prisa por levantarse

Bien puedes permanecer sentado sobre un escabel la mayor parte del tiempo, a causa de la incomodidad; o bien extiéndete sobre tu cama, pero sólo de paso y únicamente para el descanso. Tú permanecerás pacientemente sentado a causa del que dijo: «Perseveraban unánimes en la oración» (Hech 1, 14), no te sentirás inclinado a levantarte por negligencia ni por causa del dolor penoso de la invocación interior del espíritu o de la inmovilidad prolongada. He aquí, dijo el profeta, que «nos invade un dolor, cual de mujer en parto» (Jer 6, 24).

Doblado en dos, reunirás tu espíritu en tu corazón y llamarás a Jesucristo en tu ayuda. Con la espalda y la cabeza doloridas, persevera, laboriosa y ardientemente, ocupado en buscar al Señor en el interior de tu corazón...

 

Cómo decir la oración

Algunos Padres aconsejan decirla íntegramente, otros sólo la mitad, lo que es más fácil, considerando la debilidad del espíritu. Pues «nadie puede decir interiormente y por si mismo Señor Jesús, si no en el Espíritu santo»; como un niño todavía balbuciente es incapaz de articular. No es aconsejable alternar frecuentemente las invocaciones por pereza, sino ocasionalmente, para asegurar la perseverancia.

Igualmente, algunos enseñan a pronunciar la invocación oralmente, otros en el espíritu. Yo aconsejo ambos métodos. Pues tanto el espíritu como los labios pueden ser tocados por el cansancio. Se orará, entonces, de dos maneras: con los labios y con el espíritu. Pero se invocará tranquilamente y sin turbación, por miedo a que la voz distraiga o paralice el sentimiento y la atención del espíritu. Llegará un día en que el espíritu, adiestrado, hará progresos y recibirá poder del Espíritu para orar total e intensamente: entonces no necesitará de la palabra, y hasta será incapaz de utilizarla contentándose con operar su obra exclusiva y totalmente en silencio.

 

Cómo disciplinar el espíritu

Debes saber que nadie puede, totalmente solo, dominar su espíritu si el Espíritu no lo ha dominado en primer lugar, pues él es indisciplinado. No es que sea inquieto por naturaleza, sino que la negligencia lo ha afligido desde su origen con una disposición vagabunda. La transgresión de los mandamientos dejados por aquel que nos ha regenerado nos ha separado de Dios, nos ha hecho perder la unión con él y el sentir espiritual intimo de Dios. Después de eso, el espíritu, descarriado y separado de Dios, se deja, permanentemente, conducir cautivo, no importa adónde. Sólo le es posible fijarse sometiéndose a Dios, manteniéndose cerca de él, uniéndose a él alegremente, orándole asiduamente y con perseverancia, confesándole cada día los pecados cometidos... pues él perdona a aquellos que no cesan de invocar su santo nombre.

La retención del soplo cerrando los labios disciplina el espíritu, pero sólo parcialmente, luego se disipa nuevamente. Cuando sobreviene la operación de la oración, entonces ésta verdaderamente lo disciplina y lo conserva cerca de si, lo regocija y lo libera de sus cadenas. Pero sucede que, aun entonces mientras el espíritu está en oración e inmóvil en el corazón, la imaginación vaga, ocupada en otras cosas. Ella no obedece a nadie, salvo a los perfectos en el Espíritu santo, aquellos que han alcanzado la inmovilidad en Cristo Jesús.

 

Cómo expulsar los pensamientos

Ningún principiante expulsa un pensamiento sin que Dios lo haya expulsado primero. Corresponde a los fuertes combatirlos y arrojarlos. Incluso estos, no los arrojan por si mismos, sino que entablan la lucha al amparo de Dios y revestidos de su armadura. En cuanto a ti, cuando te acosen pensamientos, invoca a menudo y con paciencia a Jesucristo, y ellos huirán pues no soportan el calor que la oración libera en el corazón.

 

Cómo salmodiar

Por tu parte, imita a aquellos que salmodian de tiempo en tiempo, raramente... La salmodia frecuente es asunto de los activos, a causa de su ignorancia y por la fatiga que impone, pero no de los hesicastas que se contentan con orar a Dios sólo en su corazón, manteniéndose al abrigo de todo pensamiento. Cuando veas a la oración operar y ejercitarse en tu corazón sin cesar, no la detengas, ni te levantes para salmodiar, a menos que, con el permiso de Dios, ella te deje antes. Pues seria abandonar a Dios en el interior para hablarle afuera. Es como caer de las alturas a la tierra; además, produce disipación y turba la tranquilidad de tu espíritu. Pues la quietud (hesychia), como lo indica su nombre, posee también la acción: la posee en la paz y la tranquilidad.

A quienes ignoran la oración, les conviene, en gran medida, salmodiar y estar incesantemente en la multiplicidad sin detenerse hasta que su acción penosa los haya conducido a la contemplación, la oración espiritual que opera en ellos. Una es la acción del hesicasta, otra la del cenobita. El que permanezca fiel a su vocación será salvado... Aquel que practica la oración dando fe a lo que escucha y basándose en sus lecturas, se pierde, por falta de maestro... Si se quiere objetar que los santos Padres, o algunos modernos practicaron la salmodia ininterrumpida, responderemos, basándonos en el testimonio de la Escritura, que no todo es perfecto en todo, que el celo y las fuerzas tienen sus limites y que «aquello que parece pequeño a los grandes no es necesariamente pequeño, ni lo que parece grande a los pequeños es necesariamente perfecto». A los perfectos todo les resulta fácil. La razón de que no todos hayan sido activos es que no todos siguen el mismo camino o no lo siguen hasta el fin. Muchos han pasado de la vida activa a la contemplación, han cesado toda actividad, han celebrado el sabbat espiritual, se han regocijado en el Señor saciados con el alimento divino, incapaces de salmodiar o meditar en nada por efecto de la gracia. Han conocido el rapto y han alcanzado parcialmente, en signos, lo último deseable. Otros han muerto, ellos alcanzaron su salvación en la vida activa y han recibido su recompensa en el más allá. Otros, de los que una suave emanación ha manifestado post mortem la salvación, han obtenido, en la muerte, la certidumbre de la gracia del bautismo, la que poseían como todos los bautizados, pero en la cual el cautiverio y la ignorancia de su espíritu les habían imposibilitado participar místicamente cuando estaban vivos. Otros adquirieron renombre, a la vez por la oración y la salmodia, ricos de una gracia siempre en actividad y libres de todo obstáculo. Otros permanecieron hasta el fin ligados a la hesychia, hombres simples, satisfechos, con justa razón, de la oración que los unía a Dios cara a cara. Los perfectos «lo pueden todo en Cristo, que los fortifica».

 

Sobre el error

«Los demonios gustan rondar alrededor de los principiantes y de los ideoritmos…»

Es necesario no sorprenderse de que algunos se hayan extraviado, de que hayan perdido la cabeza, de que hayan admitido o admitan el error, de que vean cosas contrarias a la realidad o incongruentes por ignorancia e inexperiencia. Cuántas veces se ha visto a gentes simples, cuando quieren expresar la verdad, decir en su ignorancia una cosa por otra, por carecer de medios para explicarse en la forma debida, confundiendo a los demás, atrayendo sobre si mismos y, por contragolpe sobre los hesicastas, la burla y la risa. Nada hay de sorprendente en que un principiante se extravíe, incluso después de muchos esfuerzos; esto ha sucedido, tanto en el pasado como en el presente, a muchos de los que buscan a Dios. El recuerdo de Dios, o sea la oración espiritual, es la más elevada de todas las acciones, la más alta de las virtudes junto a la caridad. Aquel que emprende temerariamente el camino hacia Dios y se hace violencia para poseerlo resulta fácil víctima para los demonios si Dios lo abandona a sí mismo.

En cuanto a ti, si practicas la quietud aguardando la unión con Dios, no permitas jamás que un objeto sensible o mental, exterior o interior, aun cuando fuera la imagen de Cristo, o la forma de un ángel o la de algún santo, o una luz, penetre o se dibuje en tu espíritu. El espíritu tiene una facultad imaginativa natural y se deja impresionar fácilmente por el objeto de sus deseos en quienes no tienen el debido cuidado forjando así su propia desdicha. Aun el recuerdo de los objetos, buenos o malos, marca los sentidos del espíritu y lo lleva hacia las imaginaciones... Por lo tanto, guárdate de darles fe y asentimiento, incluso cuando se trate de algo bueno, antes de interrogar a los expertos y haberlos examinado durante largo tiempo para no caer en el error. Lo que Dios envía a manera de prueba y a fin de aumentar la recompensa, a menudo ha resultado perjudicial a más de uno. Nuestro Señor pone a prueba nuestro arbitrio para ver hacia qué lado se inclinará. Aquel que ve alguna cosa en su pensamiento, en sus sentidos, incluso proviniendo de Dios, y la recibe sin consultar la opinión de expertos, se equivoca fácilmente porque es excesivamente complaciente en aceptarla. El principiante debe dedicarse a la obra del corazón - ella no engaña nunca- sin admitir nada más hasta que llegue la hora del aplacamiento de las pasiones. Dios no se resiente con aquel que se vigila rigurosamente a si mismo por temor de extraviarse, ni siquiera cuando no admite aquello que viene de él sin antes haberlo consultado y examinado mucho, y casi siempre él alaba su discernimiento...

Aquel que trabaja para obtener la oración pura caminará, entonces, en una tranquilidad y una compunción extremas bajo la conducción de consejeros experimentados, llorará sin cesar sus pecados temiendo el castigo futuro y lamentando estar separado de Dios en este mundo o en el otro... La oración infalible es la oración ardiente de Jesús... que consume las pasiones como el fuego las espinas, que trae al alma regocijo y alegría, que, semejante a una fuente, brota en pleno corazón del Espíritu vivificante. Que tu deseo sea no encontrar ni poseer más que a ella en tu corazón, guardando sin tregua tu espíritu de toda imagen, desnudo de pensamientos y de conceptos. No temas nada... nosotros no debemos ni temer ni gemir cuando invocamos al Señor. Si algunos se han extraviado, si han perdido el sentido, lo deben, sábelo, a la ideoritmia y al orgullo. Aquel que busca a Dios en la sumisión y en la consulta humilde no tendrá temor de una desdicha de este tipo. El hesicasta no abandonará jamás el camino real. El exceso en todo produce la suficiencia que conduce al error.

La aparición de la gracia en la oración se presenta bajo formas diferentes y el Espíritu se manifiesta y se hace conocer diversamente, según le plazca al mismo Espíritu. Elías el Tesbita nos ofrece el prototipo. En algunos, el espíritu de temor pasa partiendo las montañas, quebrando los peñascos - los corazones duros-; clava, por así decirlo, de temor a la carne y la deja muerta. En otros, una sacudida o una exultación (un salto, dicen más claramente los Padres) absolutamente inmaterial pero sustancial se produce en las entrañas (sustancial, pues lo que no tiene esencia ni sustancia no existe). En otros, finalmente, Dios produce - sucede sobre todo con aquellos que han progresado en la oración- una brisa luminosa, ligera y apacible, mientras que Cristo hace su morada en el corazón y se manifiesta místicamente en el Espíritu. He aquí por qué Dios dijo a Elías sobre el monte Horeb: el Señor no está en el primero ni en el segundo (fenómeno), es decir, en las formas particulares desde el principio, pero si en la brisa luminosa y ligera, es decir, en la oración perfecta.