VII CONFERENCIA

LA ACUSACIÓN DE SÍ MISMO

79. P/ACEPTACION: Fijémonos, hermanos, cómo nos sucede a veces que oyendo una palabra desagradable no la tenemos en cuenta, como si nada hubiésemos oído, y otras veces en cambio nos perturba de inmediato. ¿Cuál es la razón de tal diferencia? ¿Hay una o más razones? En cuanto a mí, existen muchas, pero una sola de ellas engendra, por así decirlo, todas las demás. Me explicaré. Tomemos primeramente un hermano que acaba de rezar o de hacer una buena meditación; se encuentra, como suele decirse, en buena forma. Soporta a su hermano y deja pasar las cosas sin perturbarse. Consideremos a otro que siente afecto por un hermano, a causa de esto soporta con tranquilidad cualquier cosa que provenga de ese hermano. Sucede también que otro hermano desprecia al que quiere molestarlo, no teniendo en cuenta nada que provenga de él, no prestándole atención ni siquiera como a un hombre, y en suma no considerando en nada ni lo que dice ni lo que hace.

80. Voy a relatarles algo admirable. Había en el monasterio, antes de que yo me fuera, un hermano al que nunca veía perturbado ni enojado con nadie y sin embargo yo veía a muchos de sus hermanos maltratarlo y ofenderlo de diferentes formas. Este joven hermano soportaba lo que venia de cualquiera de ellos, como si nadie lo atormentase en absoluto. Yo no cesaba de admirar su excesiva paciencia y quise saber cómo había adquirido tal virtud. Un día lo llamé aparte y haciéndole una reverencia lo invité a que me dijera qué pensamiento guardaba en su corazón mientras soportaba tales ofensas y maltratos, que le permitía conservar esa paciencia. Me respondió sencillamente y sin ambages: "Tengo la costumbre de considerarme con respecto a aquellos que me ofenden como los cachorros con respecto a sus amos. Ante tales palabras bajé la cabeza y me dije: Este hermano ha encontrado el camino". Después de persignarme lo dejé, rogándole a Dios que nos protegiese a ambos.

81. Decía antes que a veces es por desprecio por lo que no nos perturbamos, y esto sería manifiestamente un desastre. Pero también ofenderse por un hermano que nos molesta puede provenir ya sea de una mala disposición momentánea o de una aversión a tal hermano. Hay también muchas otras razones que pueden alegarse. Pero la causa de la perturbación, si la buscamos cuidadosamente, es siempre el hecho de que no nos acusamos a nosotros mismos. De ahí proviene todo ese agobio y el no encontrar nunca la paz. No hay por que asombrarse de que todos los santos digan que no existe otro camino más que este. Podemos ver bien que nadie ha conseguido la paz siguiendo otro camino ¡y nosotros pensamos encontrar uno que nos lleve directamente a ella, sin consentir jamás en acusarnos a nosotros mismos!. En verdad, aunque hubiéramos realizado mil obras buenas, si no guardamos este camino, no cesaremos de sufrir y de hacer sufrir a los demás, perdiendo así todo mérito.

Por el contrario, ¡qué alegría, qué paz disfrutar donde vaya, aquel que se acusa a sí mismo, como lo ha dicho abba Poimén! Cualquiera fuere el daño, la ofensa o la pena que le infieran, si a priori se juzga merecedor de ella, no se sentir perturbado nunca. ¿Hay algún estado que esté más exento de preocupación que este?

82. Pero me dirán: si un hermano me atormenta y examinándome constato que no le he dado motivo alguno, ¿cómo podré acusarme a mí mismo? De hecho si alguien se examina con temor de Dios, percibir ciertamente que ha dado pretexto, ya sea por una actitud, una palabra o un acto. Y si ve que en nada de esto ha dado pretexto en el caso presente, es seguramente porque ha atormentado a ese hermano en otra ocasión, en un caso semejante o diferente, o bien que ha atormentado a otro hermano y es por esto, o muchas veces por un pecado diferente, por lo que merecía el sufrimiento.

Así como lo he dicho, si nos examinamos con temor de Dios y escrutamos cuidadosamente nuestra conciencia, nos encontraremos de todas formas responsables. Sucede también que un hermano, creyendo mantenerse en paz y tranquilidad, se ve perturbado por una palabra ofensiva que acaba de decirle un hermano y juzga que la razón es suya, diciéndose en su interior: "Si este hermano no hubiese venido a hablarme y perturbarme, yo no habría pecado". Es una ilusión, un razonamiento falso. Aquel que le ha dicho esa palabra, ¿ha puesto en él esa pasión? Sencillamente le ha revelado la pasión que estaba en él, para que se arrepienta, si así lo quiere. Así este hermano se parece a un pan de trigo puro, exteriormente de buen aspecto, pero que una vez partido deja ver su podredumbre. Se creía en paz pero había en él una pasión que ignoraba. Una sola palabra de su hermano ha puesto en evidencia la podredumbre escondida en su corazón. Si desea obtener misericordia, que se arrepienta, que se purifique, que progrese, y ver que debe más bien agradecer a su hermano el haber sido motivo de tal beneficio.

83. Porque las pruebas ya no lo agobiarán más. Cuanto más progrese, más insignificantes le parecerán. En efecto, a medida que el alma crece, se hace más fuerte y más capaz de soportar todo lo que le sucede. Es como una bestia de carga: si es robusta, soporta alegremente el pesado fardo que se le carga. Si tropieza se levanta enseguida; apenas lo siente. Pero si es débil, cualquier carga la agobia y una vez caída precisa mucha ayuda para volver a levantarse. Así pasa con el alma. Se debilita cada vez que peca porque el pecado agota y corrompe al pecador. Que una nada le pase y helo aquí agobiado. Si por el contrario un hombre avanza en la virtud, lo que antaño le agobiaba se le hace cada vez más liviano. Así nos es de gran ventaja, una fuente abundante de paz y progreso, el hacernos a nosotros mismos responsables, y a nadie más que a nosotros de lo que pasa, tanto más cuanto que nada puede pasarnos sin la Providencia de Dios.

84. Pero, dirá alguien, ¿cómo puedo no sentirme atormentado si necesito algo que no recibo? Porque heme aquí presionado por la necesidad. Pero ni siquiera esto es ocasión de acusar a otro ni de estar enojado con nadie. Si realmente tiene necesidad de algo, como pretende, y no lo recibe, debe decirse: "Cristo sabe mejor que yo si debo encontrar satisfacción y él mismo me presenta esta privación de la cosa o alimento". Los hijos de Israel han comido el maná en el desierto durante cuarenta años y aunque era de una sola especie, este maná era para cada uno según su deseo: salado para quien lo deseaba salado, dulce para quien lo deseaba dulce, conformándose, en una palabra, al temperamento de cada uno (cf. Sb 16, 21). Luego si alguien precisa un huevo y recibe en su lugar una verdura, que piense: "Si el huevo me fuese útil, Dios con toda seguridad me lo hubiese enviado. Además es posible que esta verdura sea para mí como un huevo". Y confío en Dios que esto le será contado como martirio. Ya que si es verdaderamente digno de que le sea concedido, Dios mover el corazón de los sarracenos para que se muestren misericordiosos con él según sus necesidades. Pero si no es digno o si lo que desea no le ser de utilidad, no obtendrá satisfacción aunque remueva cielo y tierra. Es verdad que se consigue a veces por encima de nuestras necesidades y a veces por debajo de ellas. Pues Dios, en su misericordia, proporciona a cada uno lo que necesita; si da a alguien en demasía es para mostrarle el exceso de su ternura y enseñarle la acción de gracias.

Cuando por el contrario no le proporciona lo necesario suple con su Palabra aquello que se necesitaba y enseña la paciencia. Así, y por todo, debemos siempre mirar a lo alto, ya recibamos un bien ya un mal, y dar gracias por todo lo que nos sucede, sin cansarnos jamás de acusarnos a nosotros mismos y repetir con los Padres: "Si nos pasa algo bueno es por disposición de Dios, y si algo malo es por causa de nuestros pecados". Sí, todos nuestros sufrimientos provienen de nuestros pecados. Cuando los santos sufren, lo hacen por Dios o como manifestación de su virtud para provecho de muchos o para acrecentar la recompensa que recibir n de Dios. Pero ¿cómo podríamos nosotros, miserables, decir lo mismo? Cada día pecamos y seguimos nuestras pasiones; nos hemos alejado del camino recto trazado por los Padres, que consiste en acusarse a sí mismo, por seguir la senda torcida donde estamos acusando a nuestro prójimo. Cada uno de nosotros, en toda circunstancia, se apura a acusar la falta de su hermano, cargándole la culpa. Cada uno vive en la negligencia, sin preocuparse por nada ¡y pedimos a nuestro prójimo que nos rinda cuenta de sus pecados contra los mandamientos!.

85. Dos hermanos enojados entre sí vinieron un día a buscarme. El mayor decía del más joven: "Cuando le doy una orden se molesta y yo también, porque pienso que si tuviera confianza y caridad por mí, recibiría con gusto lo que le digo". Y el más joven decía a su vez: "Que Su Reverencia me perdone, pero sin duda él no me habla con temor de Dios sino con la voluntad de mandarme, y es por esto, pienso, por lo que mi corazón no confía, según la palabra de los Padres".

Observen, hermanos: ambos se acusaban recíprocamente sin que ni el uno ni el otro se acusara a sí mismo. Más aún, otros dos que estaban irritados mutuamente se pedían disculpas, pero persistían en la desconfianza mutua. El primero decía: "No es con sinceridad como ha pedido disculpas; por eso no he confiado en él, según la palabra de los Padres". Y el otro añadía: "No tenía hacia mí ninguna disposición de caridad antes de que le presentara mis excusas, así que yo tampoco he sentido confianza hacia él".

¡Qué ilusión, señores! ¿Ven ustedes la perversión de espíritu?. Dios sabe cómo me espanta el ver que ponemos las palabras de los Padres al servicio de nuestra mala voluntad y para perdición de nuestras almas. Era preciso que cada uno echase la culpa sobre sí.

Uno de ellos debió decir: "No fue con sinceridad como he pedido disculpas a mi hermano. Por eso Dios no ha puesto confianza en él". Y el otro: Yo no tenía ninguna disposición de caridad a su respecto antes de su disculpa. Por eso Dios no ha puesto confianza en él".

Hubiera sido preciso que los dos primeros hicieran lo mismo. Uno de ellos debió haber dicho: "Yo hablo con suficiencia por esto Dios no le da confianza a mi hermano". Y el otro: "Mi hermano me da las órdenes con humildad y caridad pero yo soy indisciplinado y no tengo temor de Dios". De hecho ninguno de ellos ha encontrado el camino ni se ha culpado a sí mismo. Cada uno, por el contrario ha cargado la culpa a su prójimo.

86. Vean, hermanos, es por esta razón por lo que no llegamos a progresar, a ser un poco útiles, y pasamos todo nuestro tiempo corrompiéndonos por los pensamientos que tenemos unos contra otros y atormentándonos a nosotros mismos. Cada uno se justifica, cada uno se descuida, como ya he dicho, sin cumplir en nada, y pidiendo al prójimo que rinda cuenta de los mandamientos. Por esto no nos habituamos al bien: por poco que recibamos alguna luz inmediatamente pedimos cuenta al prójimo criticándolo y diciendo: "Debería hacer esto, y ¿por qué no ha procedido así?". ¿Por qué más bien no nos pedimos cuenta a nosotros mismos del cumplimiento de los mandamientos, culpándonos por no observarlos?.

¿Dónde está aquel santo anciano a quien le preguntaron: "¿Qué encuentras más importante en este camino, Padre?". Y habiendo respondido: "Acusarse a sí mismo en todo", fue alabado por aquel que le interrogara. agregando: "No hay otro camino que no sea ese". De la misma manera abba Poimén decía gimiendo: "Todas las virtudes han entrado en esta casa menos una, y sin ella le cuesta al hombre mantenerse en pie". Cuando le preguntaron cuál era esa virtud respondió: "Acusarse a sí mismo" . San Antonio decía también que la gran ocupación del hombre debería ser echarse la culpa a sí mismo ante Dios y estar dispuesto a luchar contra la tentación hasta el último suspiro. Por doquier vemos que los Padres, observando esta regla y remitiendo todo a Dios, aun las pequeñas cosas, han encontrado la paz.

87. Así se comportó aquel santo anciano que estaba enfermo y cuyo discípulo puso en su alimento aceite de lino, que es muy nocivo, en lugar de miel. El anciano no dijo nada, sin embargo comió en silencio una primera y una segunda porción, lo que necesitaba. sin culpar interiormente a su hermano diciéndose que lo había hecho por desprecio, y sin decir palabra alguna que pudiera contristarlo. Cuando el hermano se dio cuenta de lo que había hecho comenzó a afligirse diciendo: "Te he matado, abba, y eres tú quien me ha hecho cometer este pecado con tu silencio". Pero el anciano respondió con dulzura: "No te aflijas, hijo mío, si Dios hubiese querido que comiese miel, tú habrías puesto miel". Y así remitió el asunto inmediatamente a Dios. Pero, mi buen anciano, ¿qué tiene que ver Dios con este asunto? El hermano se ha equivocado y tú dices: "Si Dios lo hubiera querido...". ¿Cuál es la relación? "Si", dijo el anciano, "si Dios hubiera querido que comiese miel, el hermano hubiera puesto miel". Aun estando tan enfermo y habiendo pasado tantos días sin probar alimento, no se enojó contra el hermano sino que remitiendo todo a Dios quedó en paz. El anciano habló bien porque sabía que si Dios hubiera querido que él comiese miel, hubiera transformado en miel aun ese infecto aceite.

88. En cuanto a nosotros, hermanos, en toda ocasión nos arrojamos contra el prójimo, agobiándolo con reproches y acusándolo de despreciar y de obrar contra su conciencia. ¿Oímos algo? De inmediato vemos su parte mala y decimos: "Si no hubiera querido herirme no lo hubiera dicho". ¿Dónde está aquel santo que decía refiriéndose a Semeí: Déjenlo maldecir, puesto que el Señor le ha dicho que maldiga a David (2S 16, 10)? ¿Cómo Dios mandaba a un asesino que maldijese a un profeta? ¿Cómo se lo había dicho Dios? Pero en su sabiduría el profeta sabia bien que nada atrae más la misericordia de Dios sobre el alma que las tentaciones. sobre todo aquellas que suceden en tiempo de agobio y persecución. Así fue como respondió: Dejen que maldiga a David porque el Señor así se lo ha dicho. ¿Y con qué motivo? Quizá el Señor verá mi humillación y cambiará su maldición en bienes para mi. Vean cómo el profeta obraba con sabiduría. Se enojaba con aquellos que querían castigar a Semeí porque lo maldecía: ¿Qué tenemos en común, hijos de Serui ? decía, déjenlo maldecir puesto que el Señor se lo ha dicho.

Nosotros nos cuidamos mucho de decir con respecto a nuestro hermano: "El Señor se lo ha dicho", sino que apenas hemos oído una palabra de él tenemos la reacción del perro a quien se le arroja una piedra deja a aquel que la lanzó y va a morder la piedra. Así hacemos nosotros: dejamos a Dios que es quien permite que las pruebas nos asedien para purificación de nuestros pecados y corremos a echarnos sobre el prójimo diciendo: "¿Por qué me ha dicho esto? ¿Por qué me ha hecho esto?". Cuando podríamos sacar gran provecho de estos sufrimientos, nos tendemos emboscadas, no reconociendo que todo llega por la Providencia de Dios según convenga a cada uno. ¡Que Dios nos conceda inteligencia por las oraciones de los santos! Amén.