IV.-
RECOMENDACIONES PARA
RECUPERAR EL
AMOR
1.-
SIGNIFICADO DE LA PALABRA "AMOR"
"Amor" es una de
esas palabras cargadas de los más variados sentidos. El uso, abuso, falsificación,
manipulación y adulteración del término "amor" exigen un esfuerzo
especial de clarificación.
El amor es un tema fundamental en la vida humana, aunque hoy se ha
convertido en producto de la industria de la frivolidad. En español, el perímetro
del vocablo "amor" muestra una gran riqueza: "querer, estima,
cariño, predilección, enamoramiento, propensión, entusiasmo, arrebato,
fervor, admiración, efusión, reverencia.." En todas ellas hay algo que se
repite como una constante: la tendencia basada en la elección de algo que nos
hace desear su compañía y su bien. Esta dimensión de "tender hacia"
no es sino predilección: preferir, seleccionar, escoger entre muchas cosas una
que es válida para esa persona.
Hay una diferencia que conviene hacer ahora, y es la que se establece
entre conocimiento y amor. El primero entraña posesión
intelectual mediante el estudio y el análisis de sus componentes íntimos,
mientras que el segundo tiende a la posesión real de aquello que se ama, a
unirse con él de una forma auténtica y tangible. Amor y conocimiento son dos
formas supremas de trascendencia, de superación de nuestra mera individualidad,
así como de nuestra subjetividad. Amar algo presupone el deseo de unirse con él:
amor y unión son expresiones que se conjugan recíprocamente. Para desear algo
es necesario conocerlo antes, ya que no se puede amar lo que no se conoce.
Tradicionalmente se ha venido estableciendo una distinción entre
"amor de benevolencia", que lleva a querer el bien de la persona
amada, y "amor de concupiscencia", que conduce a desear y poseer a
dicha persona. El primero representa lo que pudiéramos llamar el amor puro o
generoso, mientras que el segundo debemos denominarlo amor, pasión o egoísta,
que en el fondo es una desviación de la autenticidad de ese afecto.
Descartes propuso sustituir esa división por otra de tres elementos:
a)
La afección,
en la cual la relación
sujeto - objeto conduce a un mayor aprecio de uno mismo que de la otra persona.
b)
La amistad,
en la que el sujeto ama y estima al objeto en la misma medida
en que lo hace consigo mismo.
c)
La devoción,
en la que el otro es
sobreestimado, alzado por encima del propio valor.
Descartes define el amor como "emoción del alma causada por el
movimiento de los espíritus animales, que invita a juntarse de voluntad a los
objetos que le parecen convenientes".
Comte estableció como dos polos opuestos:
- El altruismo.- el amor hacia el otro.
-
El egoísmo.-
el amor hacia uno mismo.
El "amor", es pués,
una complicada realidad que hace referencia a múltiples objetos o aspectos de
la vida. Podríamos intentar ordenarlos del siguiente modo:
1.- Relación de amistad o
simpatía que se produce hacia otra persona.
El amor de amistad es uno de los mejores regalos de la vida; gracias a él
podemos percibir la relación humana como próxima, cercana y llena de comprensión.
Laín Entralgo la ha definido como "una peculiar relación amorosa que implica la donación de sí mismo y
la confidencia: la amistad queda psicológicamente constituida por la sucesión
de los actos de benevolencia, beneficencia y confidencia que dan su materia
propia a la comunicación". En
su estudio sobre la amistad, Vazquez de Prada nos trae algunos ejemplos históricos:
David y Jonatán, Cicerón y Atico,
Goethe y Schiller. En todos ellos hay intimidad, confidencia y franqueza, porque
la amistad supone siempre vinculación amorosa.
2.- Amplísima gama de relaciones
interpersonales: amor de los padres a los hijos y viceversa; amor a los
familiares, a los vecinos, a los compañeros de trabajo, etc.
3.- Amor a
cosas u objetos inanimados: los muebles antiguos, al arte medieval,
etc.
4.- Amor a cuestiones ideales:
la justicia, el derecho, el bien, la verdad, el orden, etc.
5.- Amor a actividades o formas
de vida: la tradición, la vida en contacto con la naturaleza, el trabajo
bien hecho, la riqueza, etc.
6.- Amor al prójimo, entendido
en su sentido etimológico y literal: a las personas que están cerca de
nosotros.
7.- Amor entre un hombre y una
mujer. El análisis del mismo nos ayuda a comprender y clarificar el resto
de usos amorosos.
8.- Amor a Dios. Para
el hombre de fe, el resultado es la trascendencia.
2.- LA CONQUISTA AMOROSA.
En la conquista amorosa se produce una especie de juego ambivalente:
aproximarse y alejarse, ofrecer y negar, estar interesado e indiferente a la
vez. Es un ejercicio de exploración entre dos personas, marcado por
sentimientos de atracción recíproca, que pretende bucear en el otro con el fin
de ver qué hay dentro. Lo que aquí va a suceder es una especie de asedio, de
acometimiento, con el fin de entablar una batalla, una auténtica guerra, para
ver quién es capaz e adueñarse del otro.
En éste periodo, el amor no ha aparecido todavía de una forma auténtica
y verdadera, sino que se está ensayando, probándose, para observar qué sucede
y qué posibilidades tiene de triunfar, de dominar, de vencer y colonizar el
corazón de la otra persona.
Los mecanismos que aquí se utilizan son los de "seducción".
Seducir es arrastrar hacia uno a esa otra persona mediante una atrayente
fascinación multicolor que, en sus comienzos, pretende deslumbrar. De ahí que
al principio sea una diversión desafiante y placentera ligada a las
apariencias. Los primeros momentos está dominados por lo artificial. Se juega
con las palabras, con los gestos, con sus giros y variaciones. La nota
placentera a la que aludíamos es simplemente goce, de satisfacción al ir
andando esa travesía burlona. Cuando lo que se intercambia es sexualidad, el
tema cambia por completo; las relaciones ya nacen sobre una base sensual: se
busca y se persigue la relación sexual por encima de todo, y se acepta la
posibilidad de que más adelante todo se convierta en algo "más
personal", más humano y menos físico.
En toda conquista amorosa hay siempre una cierta pasión por el riesgo
y el peligro. No suele faltar un sofisticado coqueteo que lleva a un cierto
triunfo de la técnico psicológica. Es la imagen del Don Juan. El hombre
experimenta emociones dulces e intensas que son dificiles de expresar la gran
mayoría de las veces; pero, por paradójico y extraño que parezca, prefiere
luchar, encontrar dificultades, y ser capaz de trazar unas líneas logísticas,
unas maniobras guerreras que faciliten su triunfo final. Por eso el arte de la
seducción suele estar tejido por las intrigas. Así volvemos a la noción antes
citada: el amor como juego, como diversión y rivalidad, a ver quién puede más.
La seducción tiene una parte inconfesable, negativa, de puro amor
propio, de absoluta búsqueda de uno mismo, pero también otra porción
positiva, generalmente más pequeña y de menos envergadura: calibrar si esa
persona es o no adecuada para uno, aunque esto sea tan sólo el telón de fondo.
Por eso el seductor persigue sobre todo la propia satisfacción, y lo
suyo se convierte en un "amor narcisista".
Cuando dos personas llegan a conocerse bien y se entienden, se
complementan, se saben el uno para el otro, es cuando se alcanza una súbita
certeza de que se ha encontrado lo que se buscaba. A la larga no hay ninguna
otra relación humana tan importante como ésta, que arranca de ese interés
inicial que la mujer despierta en el hombre y viceversa. Vivencia de revelación,
puesto que nos descubre la grandeza de la otra persona. Pasamos así del juego
de las apariencias, que es la coquetería, al momento de las realidades. El amor
es el fin del hombre y el principio de la felicidad.
La revelación pone al descubierto la vida personal: con su pasado, con
la fugacidad del presente y empapado de porvenir. La revelación amorosa es una
experiencia extraordinaria que trae una promesa de felicidad, de paz , de alegría.
Aquí no hay ya sólo ideas, concepciones de la vida, argumentos, sino otra
persona que se sitúa en el primer plano de nuestra existencia y la llena. Es un
gran momento: el de la decisión de elegir a la persona amada para compartir la
vida.
No hay verdadero amor sin elección.
Elegir es, ante todo, ser capaz de seleccionar un cierto tipo humano,
un perfil aproximado de esas cuatro notas que muestran el concierto de cada
individuo: lo físico, lo psicológico, lo cultural y lo espiritual.
El auténtico amor es selectivo necesariamente, incluso cuando se
produce el flechazo. Es preciso detenerse, y otear el horizonte para saber qué
está pasando dentro de nosotros y para no dejarnos llevar absolutamente por la
corriente veritiginosa de la pasión; poder, en medio de la embriaguez amorosa,
estudiar la conveniencia o no de que ese encuentro dual siga adelante o sea
frenado.
Ahora bien, conviene poner de manifiesto que la elección amorosa no es
muy frecuente. En bastantes casos todo sigue un curso rápido, impulsivo,
inmediato, en el que la atracción reside en el encanto físico; por ello,
aplicar la cabeza, pensar en la conveniencia o no del mismo va a ser dificil.
Esa forma de obrar es, en mi opinión, errónea; y lo es porque una de las
consecuencias más dolorosas del amor sin elección obedece a lo que podríamos
llamar "errores sentimentales".
No obstante, existe lo que pudiéramos llamar la "recuperación
del amor", que consiste en ir hacia él de un modo nuevo, original,
distinto..., siempre que haya existido un cierto grado de error en la elección.
Aunque una persona se haya equivocado en un cierto porcentaje, eso
puede y debe tener remedio. ¿Cómo?. El amor debe formularse de nuevo, buscando
sus raíces en la profundidad, quizá sacrificando algunos aspectos y dándole
primacía a otros.
S. Juan de la Cruz decía : "Donde
no hay amor, pon amor y recibirás amor".
3.- ENAMORARSE.
Se trata de un estado emocional surcado por la alegría y la satisfacción
de encontrar a otra persona que es capaz de comprender y compartir tantas cosas
como trae consigo la vida. Es una forma de amor, pero no es una forma
cualquiera, es la más sublime que puede tener un ser humano a nivel natural.
Es un encuentro singular entre un hombre y una mujer que se detienen el
uno frente al otro para ver si pueden compartir juntos una vida.
En dicho estado se observan los siguientes síntomas:
a)Trastorno de la atención.
Ortega desdobla el fenómeno: sentirse absorbido por un lado, y
sentirse encantado por otro. El primero es más intelectual, el segundo es más
efectivo.
b)Cristalización.
Es un concepto de Stendhal que significa: atribuir a la persona amada
todo un conjunto de cosas buenas, positivas y nobles que pueden existir.
d)
Admiración.
Puede ser de diverso tipo: de la personalidad, de la simpatía, de la
sencillez, de la fortaleza, del espíritu de lucha, etc.
Admirar a alguien es apreciar lo que es como persona y no lo que tiene.
Aflora así el deseo y la tendencia a estar con la persona que se
empieza a amar. Se traduce en la necesidad de estar juntos, de comunicarse, de
hablar, de comentar pequeños y grandes incidentes de la vida. ("La
dolencia de amor sólo se cura con la presencia y la figura").
Progresivamente la comunicación se hace más rica e intensa, y se desarrolla en
cuatro vertientes: física, psíquica, espiritual y cultural.
La comunicación física
es antes que nada sentirse atraído por lo externo, por lo primero que nos entra
por los ojos (encanto, gracia, estilo, figura, facciones de la cara, los ojos,
la boca, las manos, la exquisitez, el trato, la forma de hablar, la sonrisa,
etc).
La comunicación psicológica,
va referida a un doble aspecto:
-
Vida emocional (sentimientos, pasiones,
motivaciones).
-
Personalidad (manera de ser, de funcionar
humanamente).
La comunicación social y cultural,
va a ser decisiva, pués es fundamental que ambos pertenezcan a niveles
parecidos. Una parecida visión de la vida.
La comunicación espiritual,
que es mirar juntos en una misma dirección, por encima de cada uno de los dos.
Buscar y conseguir objetivos comunes. Tener unas creencias sobrenaturales
coherentes.
4.- EL AMOR: SENTIDO
DE LA VIDA.
El hombre no puede vivir sin amor. La necesidad de amar es esencial y
está inscrita en su corazón. Es el primer impulso natural, que se encamina
hacia la entrega y la acogida. Es una relación misteriosa y fecunda que afecta
a la profundidad del hombre y mediante la cual ninguno pierde su propia
identidad personal, a la vez que ambos salen enriquecidos.
Un amor profundo y duradero no es fácil de conseguir, porque exige una
serie de capacidades que, en la cultura de éste final del S. XX, parece que no
abunda. Es cierto que el amor es lo que da sentido a la vida, pero es menester
perseguir un amor maduro, hondo y estable. Pero para eso hemos de considerar
una cuestión de principio: "para
estar con alguien es necesario antes estar con uno mismo". Es imposible
compartir la vida, dar y recibir amor, si antes uno no se posee a sí mismo.
La vocación del hombre en la vida no es otra que la felicidad, y ésta
tiene al amor como elemento principal. Esa felicidad va a consistir en una
relación mutua regida por la atracción, es decir, la puerta de entrada hacia
la elección de otra persona. Porque el amor auténtico, maduro, completo, aquel
que conduce a la felicidad, tiene y debe ser comprometido, exige
la donación entera con notas de eternidad.
Existe una felicidad fisiológica elemental y primaria de
aquel que tiene cubiertas sus necesidades básicas. En el otro extremo de la
balanza, podemos decir que existe otra felicidad
densa, compacta, rica, propia del hombre que lucha por vencerse a sí
mismo y por desarrollarse del mejor modo posible. Entre ambas hay una diferencia
abismal como la que puede existir entre dos tipos de amor. Se trata de no
falsificar el amor y acomodarlo a un mero movimiento emocional que va y viene
como el viento. El corazón sabe distinguir cuando un amor tiene peso y cuando
es ligero, cuando es profundo y cuando epidérmico, cuando es puro pasatiempo, y
cuando es biográfico.
Pero la felicidad tiene una estructura paradójica. El hombre es más
feliz cuando da que cuando recibe. Así amar es darse, entregarse, regalar lo
mejor de uno, buscar el bien del otro, olvidando el egoísmo y la preocupación
por uno mismo. Esto implica una actitud interior que no es común y que se
produce como consecuencia de años de entrenamiento en la lucha con uno mismo.
Es incapaz de dar quien no tiene nada dentro o quien se aferra a lo que posee sólo
para sí mismo. Y es notable, ya que el hombre no es feliz cuando sólo se
recrea en sí mismo. La felicidad se vive siempre al compartir, al participar, y
lo mejor que uno puede compartir con otra persona es lo más íntimo, lo que está
más adentro, su interioridad. Dar lo mejor de nosotros nos enriquece.
Conocer a alguien es saber qué piensa, qué
criterios articulan su existencia, qué carácter tiene, cómo es su vida
sentimental, qué motivaciones profundas recorren su mundo interior; conocer es
meterse en la vida de ese alguien buscando la llave maestra para descubrir sus
secretos. Todo conocimiento de otra persona tiene dos notas básicas:
a)
Aproximación reflexiva.
b)
La reciprocidad.
Conocer es no sólo saber del otro, sino entenderlo, comprender sus
pasos, ver con buenos ojos su biografía, disculparlo y no ser severo al
contemplarlo.
La vida es dramática porque es drástica, radical, seria, dificil,
compleja, conmovedora, llena de luchas. Esto es lo que observamos cuando nos
metemos en otra persona y desmenuzamos su vida parte a parte. Siendo condición
esencial para enamorarse tener un cierto grado de admiración hacia esa persona,
deseando el conocimiento y la proximidad de la persona amada. Compartir la vida
con ella, envejecer juntos.
5.- LOS
INGREDIENTES DEL AMOR
CONYUGAL.
Antes de adentrarnos en los componentes del amor conyugal, hay que
decir que pasamos de la borrachera del enamoramiento a la vida habitual de ese
amor que termina por institucionalizarse. Cambiamos de coordenadas. Se varía pués,
de un nivel eufórico y de exaltación de las fases iniciales del encuentro
amoroso a otro orden de hechos más calmados y permanentes. La vida, entonces,
se acompasa, se vuelve serena y objetiva, se reduce el entusiasmo inicial y se
aterriza en la verdad de ese amor, que no es otra cosa que la aceptación recíproca
de las virtudes y los defectos de uno y otro, de lo positivo y lo negativo.
Desde la orilla de un amor maduro hay que rehabilitar la grandeza de la
vida diaria, maravillosa aventura en la que ponemos lo mejor que tenemos.
El amor es una forma excelente de conocimiento que hace que la búsqueda
culmine en encuentro: es la satisfacción de haber dado con una persona que
ilumina el panorama personal presente y futuro.
La vida conyugal ya establecida hace cambiar el color rosa de los
momentos iniciales por una amplia tonalidad de coloridos muy diversos, como la
vida misma.
El amor es una conducta de atracción recíproca, rica y compleja. El
amor auténtico disuelve y alivia las tensiones que se deslizan y navegan dentro
del hombre y cura sus principales heridas.
No hay amor maduro y perseverante sin renuncia ni sacrificio escondido.
El amor se vive como tendencia a estar con la persona amada. De
ahí se derivará el "cariño", esa forma particular de afectividad
que se produce como consecuencia del trato humano, del roce, del hecho de
compartir. La comunicación y el conocimiento progresivo serán las mejores
velas que empujarán esta nave afectiva.
Los dos componentes iniciales del amor son el sentimiento y
la tendencia;
constituyen los esbozos del principio. Más tarde se irán añadiendo otros que
darán su verdadera dimensión.
El amor conyugal es necesariamente sexual, porque ambas
personas son sexualmente distintas y, por tanto, buscan complementarse. Es un
movimiento de fusión físico que constituye la diferencia respecto a otras
clases de amor. He ahí su complejidad: concierto entre sentimientos, impulsos,
sexualidad y convivencia. Para que ese amor sobreviva es necesaria una relación
de armonía entre todos ellos. Reducir el amor a mera relación sexual es
falsificarlo y, lo que es más grave, desnaturalizarlo, suprimir ese juego de
elementos compartidos que constituyen su misma esencia. La calidad del amor
conyugal sólo se alcanza cuando, tras repetidos esfuerzos, sus distintos
componentes viven en un equilibrio proporcionado. El amor auténtico perfecciona
al hombre, amplía su horizonte existencial y se caracteriza por la entrega, la
donación y la generosidad. Tiene siempre un valor moral. Se convierte de este
modo, en una escuela donde se aprende lo mejor de la vida: dar y recibir amor;
además uno se educa por tener un comportamiento íntegro, coherente y ético.
Es pués, esencial que la arquitectura sentimental tenga unas bases
consistentes. Así nacerá un amor pétreo, granítico, fibroso, hecho de los
materiales humanos más nobles, inquebrantable, acorazado.
El amor debe apoyarse en unas
creencias comunes, es importante que parta de un sistema común de
referencia, de unas creencias parecidas. Dichas creencias dan firmeza a la unión
conyugal. Ayudan en momentos de calma, pero sobre todo en los de crisis, ya que
esas ideas arraigadas y su doctrina hacen entender el valor que tiene la
renuncia y el buscar soluciones.
Las creencias son la base de cualquier hombre. Lo importante es que éstas
sean trascendentes, le superen, estén por encima de sus meros intereses
circunstanciales.
El amor conyugal requiere voluntad,
porque su presencia afirma y refuerza ese amor a través de una conquista
diaria, tenaz, perseverante, llena de audacia. Hay que cultivar el amor día a día;
si no, se evapora, se enfría, se pierde.
Amar es complacer, regalar, darse, satisfacer a la otra persona; pero
también es pedir, solicitar, demandar.
El amor conyugal, como proyecto de vida en común necesita de la
voluntad. Supone querer, insistir, poner los medios adecuados para conseguir
algo y superar las dificultades de dentro y de fuera.
Todo amor que descuida o desconoce el papel de la voluntad nace herido
de muerte. Si bien, un amor pleno, denso, rico y frondoso no se alcanza de hoy
para mañana; no se consigue así porque sí. Necesita repetidos
esfuerzos de la voluntad que se empeña en mejorarlo. En la convivencia
conyugal, el ejercicio de la voluntad es decisivo para acrecentar y preservar el
amor.
El valor de la voluntad está estrechamente relacionado con la
libertad. La voluntad debe quedar comprometida al máximo con el amor, y un
compromiso libre de la voluntad sólo se lleva a cabo partiendo de la verdad.
Los sentimientos tienden a ser, por sí mismos, inconstantes, volátiles,
movedizos; no pueden ser los determinantes de un amor duradero. Es preciso echar
mano de medios que los fijen, que los hagan más seguros, y el mejor camino es
el de la voluntad.
A su vez, el amor entre un hombre y una mujer debe ser un acto inteligente,
pués se da a la vida afectiva las raices que necesitará con el paso del
tiempo.
Inteligencia es capacidad para distinguir lo accesorio de lo
fundamental; facultad para resumir la situación propia y la ajena; comprensión
lógica de lo que sucede para obrar en consecuencia. Aparentemente le quita
espontaneidad al amor, pero no es así; lo que la inteligencia hace en realidad
es darle a ese amor consistencia, solidez, arquitectura y firmeza.
Gracias a la introducción de la inteligencia en el terreno sentimental
se hace un acto reflexivo, de detención y análisis. Nos detenemos a pensar en
la manera de ensayar y enfocar adecuadamente el desarrollo de ese amor día a día,
y captamos sus rasgos, sus matices y recovecos. Así se aprende a vivir, se
descubre el jeroglífico que es vivir con otra persona compartiéndolo todo.
El amor, como tendencia de la voluntad hacia algo bueno, asume e
integra el sentimiento y se hace personal gracias a que es meditado y razonado.
A ésta noción de amor se contrapone la otra cara de la moneda: "el
amor inmaduro", que puede definirse a base de sus elementos
principales: es superficial, epidérmico, se fija sólo en las apariencias, está
lleno de frivolidad, de tópicos y lugares comunes, y no conoce lo que vale el
esfuerzo diario por troquelar y mejorar esa relación.
El amor es grande porque es comprometido.
Conlleva un acuerdo, una obligación con la persona amada, de estar con ella
siempre, de acompañarla, de vivir con y para ella.
No hay amor auténtico si no existe un compromiso voluntario mediante
el cual uno se hace cargo de cuidar y atender a la persona amada. De éste modo,
la libertad de cada uno queda comprometida por el amor.
Compromiso, responsabilidad, fidelidad; es la secuencia que conduce a
la felicidad. La fidelidad es
un imperativo del amor que se logra día a día a base de esfuerzos pequeños,
concretos, particulares y bien delimitados. La fidelidad se sustenta en
continuas y pequeñas lealtades para conseguir así perseverar en el amor. La
fidelidad hace que el hombre viva con integridad, con coherencia, y éste es el
camino para ser feliz.
Cuando en una sociedad como la actual, está muy al alcance de la mano
cualquier fórmula de ruptura - separación, divorcio, unión con otra persona
-, ya ni se plantea el luchar o el poner la voluntad al servicio de ese amor,
sino que se escoge el camino más fácil. El amor así entendido se interpreta
como algo pasajero que puede durar, es decir, no se le niega la posibilidad de
ser eterno, pero no pasa nada si no funciona: se recurre a los mecanismos jurídicos
vigentes que ayudan a disolverlo. Así las cosas, se parte de un concepto de
amor transitorio y relativo, depende de las circunstancias. Se alcanza así un
subproducto amoroso, una especie de "amor
light": amor sin compromiso, sin voluntad; sin cabeza y sin esfuerzo;
amor sólo sujeto a los vientos que vengan, los cuales indicarán su orientación
definitiva. Formas de pseudoamor, mercancía de productos en una sociedad que ha
comercializado casi todo, intercambio de productos afectivos degradados en todo,
menos en su nombre.
El amor es un proceso
dinámico, no estático; esto quiere decir que cambia, oscila, se
modifica, pero mantiene sus puntos primordiales, la esencia con la que nació.
Este es el subsuelo del amor que permanece. Así el amor es siempre una
aventura dulce y amarga, transparente y opaca, con luces y sombras como
la vida misma, pero con capacidad suficiente para dejarse la vida ahí, sin
falsos idealismos, con autenticidad, sabiendo que el amor conyugal y familiar sólo
puede conservarse y perfeccionarse con espíritu de sacrificio y de renuncia.
Un amor bien pertrechado, maduro, rico y compacto, hace al hombre más
libre. La verdadera liberación es la superación del hedonismo, del
materialismo, de la egolatría, de la permisividad a ultranza, y la entronización
del relativismo (este camino no es provechoso ni conduce a meta alguna que no
sea nihilista). El objetivo de la libertad es el bien. La verdad y el amor hacen
al hombre libre.
El amor se puede perfeccionar, pero también es susceptible de
empeorar; es perfectible y defectible. El mejor amor es aquel que lo da todo,
que no se guarda nada y que busca el bien y la felicidad de la otra persona. El
peor amor, por su parte, es aquel que está lleno de egoísmos, intrascendencia,
frivolidad, y es voluble, irresponsable, mudable, alocado, caprichoso. Entre
estos dos polos se sitúa una gama intermedia de posibles formas de amor, unas más
densas y otras más ligeras.
6.- LAS RUPTURAS CONYUGALES: ENTRE LA ESPERANZA Y LA DECEPCION.
Los tiempos cambian y traen consigo nuevas esperanzas y crisis con un
sello particular e infrecuente hasta esos momentos. Tal es el caso de lo que
sucede hoy con los problemas
conyugales: se han vuelto epidémicos.
Sus quiebras, rupturas y separaciones van a incidir sobre la comunidad,
a la par que producirán un efecto negativo y desestabilizador que tenderá a
multiplicarse o a seguir el mismo derrotero siempre que afloran dificultades.
Muy a menudo observamos parejas trazadas con unos presupuestos psicológicos
endebles y pensamos que, en un tiempo no muy lejano, serán historias sin futuro.
De las crisis conyugales, podemos hacer la siguiente clasificación,
siguiendo al prof. Enrique Rojas:
a)
Crisis conyugales normales
o fisiológicas.
En toda relación de pareja sobrevienen crisis o momentos dificiles que
son completamente normales y que se inscriben dentro del proceso de maduración
de la vida conyugal. En su curso lo que hace falta es un mínimo de espíritu de
lucha y un poco de orden de ideas de cada uno.
La vida conyugal tiene una serie de etapas bastante estandarizadas que
pueden llevar a situaciones de riesgo para la pareja. Son crisis de crecimiento,
de maduración y compenetración de la pareja. Apuntan hacia la consecución de
un vínculo más fuerte, de un conocimiento más fino de la otra persona y ,
sobre todo, de un saber llevar adecuadamente el carácter y la psicología del cónyuge.
El matrimonio no es un estado fijo, sino un proceso en movimiento. De
ahí la necesidad de adaptarse a sus oscilaciones naturales y lógicas. Esos
periodos los podemos clasificar del siguiente modo:
i)
Etapa de formación de la estabilidad de la pareja.- corresponde a sus primeros años, a través de los cuales se busca la
identidad del nosotros y se descubren las posibilidades y los límites que deben
enmarcar a esa pareja.
ii)
Etapa de
afirmación.- la pareja avanza
ya a una paulatina solidez.
Es un periodo en que ambas personalidades se van haciendo más maduras
a través de los sucesivos cambios, la renovación de ilusiones y la superación
de dificultades y momentos áridos.
Este proceso de adaptación es costoso y necesita de sucesivas
superaciones que van de lo general a lo concreto. La lucha por el poder conyugal
suele ser uno de los peligros que más seriamente amenazan a la pareja. Es
menester buscar un equilibrio inteligente en el cual el papel de cada uno esté
relativamente bien dibujado, con áreas de confluencia en las que compartir lo
mejor de sí mismos.
iii)
Etapa de la mitad de la vida.-
periodo
de balance biográfico, de examen retrospectivo.
Un análisis minucioso de la vida es siempre doloroso, por eso es bueno
ser ecuánime y analizar reposadamente, sin dramatizar, las dificultades,
errores, problemas y aspectos que de un modo u otro habrán pasado por esa vida
en común.
Aquí se recoge lo que se ha sembrado.
iv)
Etapa de vejez.-
la pareja que se ha
mantenido firme se une más estrechamente y el amor se hace más dulce y tierno,
más auténtico, comprensivo y sólido.
b)
Crisis por desgaste de la
convivencia.
Estas crisis son también naturales, aunque aquí es preciso que haya
habido ya un cierto rodaje.
La vida se va erosionando con el paso de los años, es lo normal y es
menester saber que el tiempo trasforma los caracteres,
aunque se mantengan los principales rasgos psicológicos.
En la personalidad hay dos ingredientes:
-
El carácter.- influido por los estímulos
exteriores.
-
El temperamento.- componente genético, más
rocoso y profundo.
Una condición básica de la pareja madura es amar al otro con sus
cosas positivas y negativas, buenas y malas, pero después de haber intentado
suprimir los ingredientes negativos que más afectan a la armonía conyugal.
c)
Crisis de identidad.
Brota como una especie de
"balance existencial". En su
curso se formulan preguntas fundamentales: ¿Quién soy yo?, ¿ cómo llevo mi
vida familiar?, ¿qué hago en la vida?, ¿cómo va mi vida profesional?, ¿estoy
a gusto con mi personalidad y mi forma de ser?.
Las crisis de identidad suelen ser dolorosas, a veces incluso patéticas.
Dejan al descubierto flancos demasiado negativos, proyectos que quedaron a medio
camino, pequeñas promesas que no se han cumplido o metas relativamente
accesibles que se han abandonado. De ahí que su exploración esté llena de
dureza y amargura.
La tarea necesaria es la de "diseñar
puentes de aproximación" que ayuden a clarificar que está teniendo
lugar, un análisis de los distintos segmentos biográficos.
Se trata de volver sobre uno mismo y encontrarse, dar de nuevo con el
modelo personal que se ha ido perdiendo o extraviando.
d)
Crisis conyugales por
infidelidad.
Por regla general, este tipo de crisis son graves y suelen deslizarse
hacia la ruptura; están teñidas de fuertes tensiones emocionales y de un
acentuado deterioro de la vida en común.
La fidelidad se alcanza con actitudes de respeto y consideración hacia
la otra persona, gracias a pequeños y continuados ejercicios de lealtad, de
amistad veraz y de confianza recíproca. Las corrientes hedonistas y permisivas
arrasan estos presupuestos y los dejan de lado. Los resultados conducen a
heridas familiares serias y de consecuencias dramáticas que van a persistir en
varias generaciones.
e)
Crisis por intromisión de
la familia política.
Lo que suele suceder en estos casos es que la actuación desacertada e
inoportuna de alguna parte de la familia política provoca una situación
dificil y cargada de tensiones psicológicas.
f)
Crisis por hipertrofia
profesional.
Habitualmente, este "amor
desordenado al trabajo" esconde un excesivo amor a uno mismo, que no es
otra cosa que una forma sutil de soberbia y egolatría.
La estabilidad sentimental es parte esencial del equilibrio de la
personalidad y, en buena medida, se alcanza cuando uno sabe lo que quiere y
conoce aquello a lo que tiene que renunciar.
g)
Crisis conyugales por
enfermedad psíquica de uno de ellos.
La fisonomía de estas crisis suele variar según la enfermedad psíquica
de uno de los cónyuges sea transitoria - depresión, trastorno por ansiedad,
etc - o tenga unas consecuencias casi irreversibles, y por ende, haga imposible
la convivencia.
En ellas late una incapacidad para asumir las obligaciones del
matrimonio, de ahí que se consideren nulos desde el punto de vista del Derecho
Canónico.
h)
La monotonía.
La vida se vuelve insípida, uniforme, aburrida, insustancial, sosa; le
van faltando esos alicientes que son tan necesarios y que consiguen que ésta se
experimente anticipadamente con una buena dosis de ilusión y de entusiasmo.
Falta poner en esa vida en común imaginación, gracia, pequeños
objetivos, gratificaciones recíprocas y planes compartidos. Lo notable aquí es
que no hay grandes problemas humanos, lo que falta son recursos para evitar la
rutina, la caida tediosa y gris.
Su pronóstico desprende cierto pesimismo si no se ponen con cierta
urgencia los medios adecuados para evitar el hundimiento plural y la ruptura.
i) Crisis por ascenso profesional no compartido.
Se genera ante el desnivel habido entre los cónyuges en los casos en
que uno ha tenido un importante ascenso profesional en breve espacio de tiempo,
y no lo han vivido juntos. Lo que genera que trayectorias de vida paralelas con
pocos puntos de contacto suelen desembocar en la ruptura.
i)
Crisis sin salida:
inmadurez de ambos cónyuges.
La personalidad inmadura es una pieza psicológica muy usual en la
sociedad actual.
Los avances ingentes en el campo de la ciencia y la tecnología no se
han visto acompañados de una humanización paralela; por el contrario, la
vertiente humanística se ha ido erosionando.
El hombre actual está bastante desorientado. No sabe a qué atenerse,
no tiene las ideas claras sobre sí mismo y la realidad circundante. Está
minuciosamente informado, pero no sabe qué hacer con esa información que no es
formativa, ni enriquecedora, ni ayuda a desplegar lo mejor de uno mismo; antes
al contrario, su sesgo marcadamente negativo le deja inerme, sin fuerzas,
pesimista, sin capacidad para descubrir los ángulos y los segmentos positivos
que hay a su alrededor.
La civilización actual se tambalea precisamente por falta de criterios
positivos, sólidos y auténticos. Se está anunciando un nuevo diagnóstico
social: "la socialización de la
inmadurez".
La persona inmadura no sabe lo que quiere, es cambiante, ha crecido sin
modelo de identidad, no se conoce bien a sí misma, tiene una frágil filosofía
de la vida que se mueve al son de los vientos que corren, está llena de
contradicciones internas y muestra una escasa responsabilidad. Tal situación le
va a impedir asumir las tareas de la vida conyugal y la convivencia.