ENSEÑAR  “PACIENCIA”  A  LOS  HIJOS

                        La mayoría de los padres cuando nos enfrentamos a la natural tendencia de los hijos a la impaciencia, a querer las cosas en el moemnto, solemos hacer concesiones equivocadas, poco educativas y nada edificantes para la educación de los mismos.

                        Los hijos no son tontos, y tantean a los padres en orden a una inmediata satisfacción de sus caprichos y deseos. Dándose la paradoja que en muchas casas son ellos los que mandan realmente, convertidos en pequeños dictadores dandoles a los padres todo tipo de quebraderos de cabeza.

                        Tal actitud –que implica una debilidad ante el capricho- es una excelente forma de estropear la educación de los hijos, porque cuando se enfrentan a la vida lo hacen engañados, creyendo que el resto del mundo debe comportarse con ellos como su padre o su madre. Y dado que no resulta así, sufren un gran impacto negativo.

                        Es falso que la negativa o el retraso de peticiones de los hijos generen frustraciones, ni traumas infantiles de ulterior repercusión en su vida de adultos.  Tal afirmación entraña una pedagogía falsa y peligrosa, como la que aconseja respetar abiertamente la espontaneidad de los hijos, formentarla y subordinarse a ella indiéndole obediencia.

                        Sólo los multimillonarios y los tiranos, en cierta medida, consiguen todo lo que quieren con rapidez. Las personas normales están acostumbradas a guardar fila, a trabajar con plazos, a ahorrar, a diferir las decisiones, a renunciar, a contener sus ímpetus..; y se evidencia el esfuerzo de ciertos logros tras un trabajo denodado, o una espera prudente tras la correspondiente maduración, etc. Por lo cual, es necesario educar a los hijos en la espera, en la paciencia, enseñandoles a esperar, presentándoles cómo normalemente en la vida transcurre siempre un tiempo más o menos largo entre lo que deseamos y su logro, que no siempre se cumple.

                        De tal manera, que aleccionándolos en paciencia, espera, se les induce a la perseverancia, de manera que no arrojen la toalla a las primeras dificultades que aparezcan. Se les estimula a la voluntad del esfuerzo, muchas veces necesario para la consecución de objetivos. No se trata de obligarles a realizar actividades que no sean de su agrado, pero si queremos formentar en ellos la virtud de la constancia, conviene que aprendan a superar las dificultades razonables que conlleva cualquier actividad.

                        Consecuentemente, resulta aconsejable hacer esperar un poco a los hijos, aún cuando tuviéramos disponibilidad de atender inmediatamente la demanda de éstos. Deben aprender a aguantarse, a contenerse en sus propios impulsos de manera que los vayan regulando con el uso de la inteligencia, bajo la orientación de educadores y padres, explicándoles las razones objetivas por las que merece la pena este esfuerzo.

                        Tal actitud, requiere dosis de paciencia por parte de los padres, y cierto sentido del humor. Todo se hace más fácil si hacemos esperar con una actitud abierta, franca, sincera y agradable, gastando bromas incluso si resultara necesario sobre la tozudez con la que los hijos reiteran sus demandas. No perdiendo la calma y mostrando serenidad y firmeza, se les hace a los hijos un gran bien.