CONTINENCIA
PERIÓDICA
Y
MÉTODOS
NATURALES
EN
EL
MAGISTERIO
DE
LA
IGLESIA
Card. Ugo
Poletti
Discurso
al Convenio
sobre la transmisión responsable de la vida humana,
promovido por la Universidad Católica
y por el Instituto Juan Pablo II
I.- PATERNIDAD
RESPONSABLE.
Comenzaré con una expresión de la Humanae vitae que tiene
especial interes pastoral, porque presenta las importantes consecuencias morales
y sociales prácticas a las que lleva el ejercicio de la paternidad responsable:
Esta paternidad “se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y
generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por
serios motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar durante algún tiempo
o por tiempo indefinido, un nuevo nacimiento”.
¡Esta afirmación es sumamente importante en el actual momento histórico,
en el que el materialismo y el egoísmo hedonista se difunden en tantas
manifestaciones de la vida y del pensamiento!. La paternidad responsable no
quiere decir poder arbitrario de los cónyuges sobre la vida, sino el modo
inteligente y libre con que ellos deben cooperar con Dios en su transmisión. La
Humanae vitae, siguiendo al
Concilio, enseña dos modos de vivir una paternidad responsable: tener una
familia numerosa o, por graves motivos, recurrir a la continencia temporal o
periódica, para espaciar los posibles frecuentes nacimientos. Pero en ambos
casos, la intención debe ser la misma: no oponerse sino cumplir el designio de
Dios sobre la propia familia(..).
Se trata, pués, de un punto neurálgico que debe entenderse bien por dos
razones fundamentales: la estabilidad de la fimilia en sí misma, que la
contracepción destruye; y la consideración objetiva, que está siempre
presente en la Iglesia, de hacer germinar y crecer las vocaciones sacerdotales y
religiosas. Ciertamente se trata de un problema que aflige a la Iglesia, pues
cuando el egoísmo de los padres limita indebidamente los nacimientos, se agotan
proporcionalmente también las fuentes de vida espiritual y faltan
inevitablemente las vocaciones.
El Santo Padre Juan Pablo II no ha dudado en presentar la generosidad en
recibir los hijos y florecer de las vocaciones como los dos signos de una
acertada pastoral familiar: “Donde se hace una eficaz e iluminada pastoral
familiar, del mismo modo que resulta normal que se acoja la vida como un don de
Dios, es más fácil que resuene la voz de Dios y que ésta sea oída con
generosidad”.
La Iglesia reconoce en particular dos formas de vivir la paternidad
responsable: una, la confianza en la Providencia de Dios, que no abandona jamás
a quién confía en El; la otra es la regulación de los nacimientos a través
de la continencia periódica, cuando existen justas causas. La Iglesia, por el
contrario, condena severamente cualquier alteración del orden natural y por
tanto también el control artificial de la natalidad: su enseñanza al respecto
siempre ha sido constante, desde los primeros tiempos del cristianismo.
II.-DIFERENCIA
ENTRE CONTINENCIA PERIÓDICA Y CONTRACEPCIÓN.
Una difusa mentalidad hedonista, típica de nuestra época (dispuesta a
legitimar cualquier elección con tal que sea libre, y de modo particular una
indiscriminada regulación de la natalidad), trata de diluir –cuando no negar-
la diferencia entre continencia periódica y contracepción, como si todo se
redujera a una cuestión de método, en el fondo opinable, sobre su eficacia, su
influjo sobre la salud y la espontaneidad de las relaciones.
Esto crea inevitablemente confusión, y favorece la difusión, siempre más
amplia e irresponsable, de las prácticas contraceptivas. El Santo Padre
oportunamente ha insistido en que se debe captar y “profundizar en la
diferencia antropológica y al mismo tiempo moral, que existe entre la
contracepción y el recurso a los ritmos temporales: se trata de una diferencia
bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree, y que implica
en resumidas cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana,
irreconciliables entre sí”.
De hecho, en la contracepción los cónyuges, se atribuyen el derecho
indiscriminado de ser árbitros de la vida, mientras que en la continencia periódica
ellos renuncian con mutuo, inteligente y responsable acuerdo, al uso del
matrimonio en los periodos fecundos. Pueden existir, efectivamente, graves y
justas razones que desaconsejen la procreación y el uso del matrimonio en los
períodos agenésicos para salvaguardar el amor mutuo y la fidelidad.
Hay por tanto entre continencia periódica y contracepción una doble
diferencia, ya sea por el objeto del acto como por la intención de los esposos,
que son los dos elementos sobre los que se juzga la moralidad de la conducta
(..).
La teología moral ha explicado desde siempre esto con la doctrina del
fin y del objeto del acto moral: “Para que una acción sea completamente buena
–dice Sto. Tomás- se requiere que reúna la bondad del objeto, por el cual el
acto es en sí mismo bueno –como dar limosna-, y la bondad del agente, es
decir, que éste obre con recta intención”.
Por consiguiente, el desorden, o mal moral, resulta de la falta de
rectitud en uno u otro de estos elementos. “El pecado se genera de dos modos:
o porque el objeto del acto no es proporcionado al fin, como sucede con las
acciones que son malas en sí mismas, es decir intrínsecamente deshonestas; o
porque el agente realiza el propio acto de modo desordenado al fin, como sucede
con las acciones que son malas por la intención, aunque el objeto sea bueno”.
Se debe reconocer claramente que la contracepción y los llamados métodos
artificiales, son actos que por su objeto son siempre desordenados. Comportan,
por sí mismos, una rotura voluntaria de la “inseparable conexión, que Dios
ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos
significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador”. El uso de un medio contraceptivo es un acto desordenado por su
mismo objeto, por eso siempre es inmoral, siempre gravemente ilícito,
cualquiera que sean las circunsatancias. El Santo Padre Juan Pablo II ha
desarrollado con gran claridad, el fundamento antropológico objetivo por el que
todo acto contraceptivo es ilícito, sin ninguna excepción(..).
III.-CONDICIONES
DE LA LICITUD DE
LOS MÉTODOS NATURALES.
Sin embargo, en la continencia periódica, el acto, por su objeto, es
indudablemente lícito: usando el matrimonio en los períodos agenésicos, los cónyuges
no rompen la unidad entre el aspecto unitivo y procreador. Además la intención
es recta cuando, según las enseñanzas de la Iglesia, existen tales grandes
motivos, en los que queda claro que la voluntad de los cónyuges no es la de
obrar a su arbitrio, sino la de buscar ordenadamente la voluntad de Dios.
La Iglesia ha rechazado siempre el recurso a los ritmos cuando éste es
elegido por un motivo puramente egoísta: “Hablando del método natural se
acepta frecuentemente – decía hace ya bastantes años el cardenal Wojtyla- el
mismo punto de vista que para los métodos artificiales, reduciéndolos a los
principios utilitaristas. Así concebido, el método natural acaba por ser sólo
uno de los medios destinados a asegurar el máximum de placer, distinguiéndose
sólo en que lo alcanzaría por un camino diverso al de los métodos
artificiales”(..).
La Iglesia, cuando rechaza todo planteamiento contraceptivo, no establece
simplemente una contraposición entre contraceptivos naturales y artificiales,
sino que condena cualquier forma intencionada de contracepción: exige que se
viva siempre la castidad conyugal, y el recurso a la continencia periódica por
justas causas es sólo una de sus manifestaciones.
Mientras que la contracepción nace del endurecimiento del egoísmo y
lleva a los cónyuges a preferir sólo su bienestar material y su comodidad
antes que el bien de la misma vida para los hijos, la castidad – y por
consiguiente, la continencia periódica por justas causas – es una defensa del
amor contra el egoísmo(..).
IV.- INVESTIGACIÓN
Y ENSEÑANZA DE LOS MÉTODOS NATURALES.
Por tanto, las reflexiones precedentes requieren que se distinga
clarametne el aspecto científico y el aspecto ético, aunque los dos estén íntimamente
relacionados en el juicio de los métodos naturales de regulación de los
nacimientos, como el Santo Padre subrayó y explicitó ampliamente en su
discurso del 7 de junio de 1984.
Podemos resumir en tres puntos tales enseñanzas:
1.- Antes que nada la Iglesia anima sinceramente la investigación sobre
los métodos naturales, es decir, la investigación científica sobre los ritmos
de la fertilidad. De hecho la regulación de la natalidad a través de la
continencia periódica exige un preciso conocimiento de los ritmos biológicos
de la mujer, y esto es una cuestión científica (..).
El conocimiento de tal realidad científica ha sido verdaderamente
providencial para que pudiese llegar a un modo ético de resolver el problema de
la regulación de la natalidad. Por esto, aunque se trate de una cuestión científica,
es decir, de métodos para diagnósticar la fertilidad, la Iglesia desde el
principio ha animado esta concreta investigación como fundamento para la práctica
de la continencia periódica: “Es de desear en particular que, según el
augurio expresado por Pío XII, la ciencia médica logre dar una base
suficientemente segura, para una regulación de los nacimientos, fundada en la
observancia de los ritmos naturales”.
Y así se expresa Juan Pablo II: la Iglesia “se alegra de los
resultados alcanzados por las investigaciones científicas para un conocimiento
más preciso de los ritmos de la fertilidad femenina y alienta una más decisiva
y amplia extensión de tales estudios”.
2.- En segundo lugar, la Iglesia enseña que: “debemos estar
convencidos de que es providencial el que existan varios métodos naturales de
planificación familiar que permitan satisfacer las necesidades de las diversas
parejas. La Iglesia no da aprobación exclusiva a uno u otro de los métodos
naturales, sino que urge que todos ellos se hagan viables y se respeten”. Es
una lógica y necesaria consecuencia de que se trata de una verdad científica,
sobre la que la Iglesia no quiere ni puede pronunciarse, porque su tarea es
guiar éticamente el uso de la ciencia pero no sustituirla (..).
3.- Es necesaria una tercera reflexión: los métodos naturales se deben
enseñar en el contexto de toda la doctrina de la Iglesia. La ciencia debe,
repetimos, estar guiada por la ética hacia el bien total del hombre. Esto se
aplica también, como es lógico, a los descubrimientos científicos sobre los
ritmos biológicos. “De hecho, estos conocimientos y los métodos a ellos
ligados, pueden ser también usados para fines moralmente ilícitos(..)”.
Las enseñanzas sobre los métodos naturales no pueden ser jamás éticamente
correctas, si se mantienen separadas de todo el cuerpo doctrinal de la Iglesia
sobre la regulación de la natalidad. La Iglesia afirma que el recurso a la
continencia periódica, para regular la natalidad, es lícito sólo por graves y
justas causas: jamás aprueba que la decisión de los cónyuges sobre el número
de hijos sea fruto de un mero proyecto egoísta, aunque el método adoptado sea
natural. Es evidente que no pueden ser divulgados los métodos naturales para
que hagan uso de ellos quienes buscan un uso desordenado del sexo fuera del
matrimonio sin riesgos procreadores. En una palabra, el uso de los métodos
naturales es lícito sólo dentro del matrimonio y con justa causa. Esto lleva
consigo la necesidad de usar determinadas cautelas también en el modo de enseñar
los métodos naturales.
En primer lugar, se debe cuidar que junto a la exposición de los medios
científicos, se exponga también la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio
y la familia.
La misma presentación de los métodos no puede quedar reducida sólo a
la exposición de éste u otro método biológico, sino que debe hacerse de tal
manera que no constituya “una atenuación de la exigente llamada del Dios
infinito(..); debe, por encima de todo, guiar a los hombres y mujeres de nuestro
tiempo a esa verdadera comunión de vida, amor y gracia que es el rico ideal del
matrimonio cristiano, apreciando la inseparabilidad esencial de los aspectos
unitivo y procreador del acto conyugal, como enseñó la Humanae
vitae, “encíclica profética”.
Por tanto, la misma exposición de los aspectos médicos y biológicos debe
estar encaminada hacia una búsqueda confiada de la voluntad de Dios para la
propia familia, de respeto a la vida y al misterio de la procreación humana, de
amor a la castidad.
Precisamente por esto “la promoción y enseñanza de los métodos
naturales es una verdaera tarea pastoral que concierne o implica la colaboración
de los sacerdotes, religiosos, especialistas y matrimonios”.
No se trata de difundir una técnica concreta, sino todo un modo de
entender la sexualidad humana dentro del diseño divino: he aquí la razón última
por la que la Iglesia se interesa de esta cuestión. Por consiguiente, en el
centro de todo trabajo de los educadores y de los docentes debe estar siempre
presente la concepción cristiana correcta y global, tanto de la persona como de
la libertad, que entraña la seguridad de que no existe problema humano que no
encuentre una justa solución dentro del ámbito de la ley divina.
En segundo lugar, los educadores y docentes no sólo no deben jamás enseñar,
sino tampoco dejarse implicar en programas o iniciativas que presenten los métodos
naturales y los métodos contraceptivos como alternativos; es decir, en una visión
de conjunto en la que el único punto de referencia se concentre sólo en la
“seguridad” del método, o en su influjo sobre la salud, o en el modo que
interfiere más o menos el placer sexual. Desgraciadamente, se trata de un punto
de vista que se ha introducido en gran parte de la bibliografía que se refiere
a este tema(..).
En tercer lugar, es obvio que no se debe dar indiscriminadamente la misma
información a las diversas categorías de personas: se debe distinguir entre la
información genérica y la información detallada sobre los métodos naturales.
En un colegio, por ejemplo, no sería prudente dar una enseñanza detallada que
correría el riesgo de ser utilizada para fines contaceptivos. Al contrario,
quien está unido en matrimonio puede tener justas causas para recurrir a la
continencia periódica. Como sucede con todo tipo de conocimiento científico,
también éste incorrectamente presentado puede ser utilizado para el bien o
para el mal.
V.- LEY
MORAL Y
FELICIDAD HUMANA.
No es justo, ni hacia Dios, ni hacia los hombres, presentar la ley divina
en un contexto de imposición negativa que coarta a la persona. La Iglesia en
sus enseñanzas, y concretamente con su doctrina en lo que se refiere a la
regulación de la natalidad, se presenta exigente sólo por una razón altamente
positiva; esto es, la profunda convicción de que “el hombre no puede hallar
la verdadera felicidad, a la cual aspira con todo su ser, más que en el respeto
de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza y que debe observar con
inteligencia y amor”. Con palabras semejantes, enseña Juan Pablo II: “El
orden moral, precisamente porque revela y propone el designio de Dios Creador,
no puede ser algo mortificante para el hombre ni algo impersonal; al contrario,
respondiendo a las exigencias más profundas del hombre, creado por Dios, se
pone al servicio de su humanidad plena, con el amor delicado y vinculante con
que Dios mismo inspira, sostiene y guía a cada creatura hacia su felicidad”.
Es de hecho éste uno de los puntos en el cual más voces procedentes de
sectores diversos de la comunidad humana llegan a reconocer el carácter profético
de la Humanae vitae. Efectivamente, ya se
trate de los tremendos abusos cometidos en los países del tercer mundo con la
imposición –con frecuencia brutal- de la esterilización, del aborto y de la
contracepción, o se trate, por otro lado, de la dramática caída de la
natalidad en los países del Occidente, con una dimensión absurda tanto del
rechazo de los hijos cuanto de las prácticas abortivas, a pesar de la
abundancia de recursos económicos, inducen a reflexionar
a muchas personas, con más o menos conocimientos de los valores
cristianos, pero sinceramente deseosas de salvaguardar la dignidad y la
felicidad de los hombres (..).
A veces se confunde la postura materna de la Iglesia con una desconfianza
en el carácter salvífico de su doctrina. Ciertamente, no se pueden esconder ni
las dificultades que deben afrontar los cónyuges, ni la altura –y por
consiguiente, la exigencia- del ideal cristiano y la diferencia existente entre
dicho ideal y el estado actual de las costumbres en muchos países, también en
aquellos de tradición cristiana. Pero esto no permite establecer ninguna
contraposición entre la Iglesia Madre y la Iglesia Maestra; pretenderlo
constituye un error “la misma y única Iglesia es a la vez Maestra y Madre.
Por esto, la Iglesia no cesa nunca de invitar y animar, a fin de que las
eventuales dificultades conyugales se resuelvan sin falsificar ni comprometer
jamás la verdad. En efecto, está convencida de que no puede haber verdadera
contradicción entre la ley divina de la transmisión de la vida y la de
favorecer el auténtico amor conyugal. Por esto, la pedagogía concreta de la
Iglesia debe estar siempre unida y nunca separada de su doctrina”.
Lamentablemente, olvidando esto, se ha hablado también de la oportunidad
de acomodar la norma de la Iglesia sobre la paternidad responsable, y en
concreto de su condena de la contracepción. Se pretendería hacer posible la práctica
cristiana a parejas que están desanimadas, presentadndo la verdad como un ideal
no exigible a todos. El Santo Padre ha contestado a tal error: “Los cónyuges
no pueden mirar la ley como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro,
sino que deben considerarla como un mandato de Cristo Señor a superar con
valentía las dificultades. Por esto la llamada “ley de gradualidad” o
camino gradual no puede identificarse como la “gradualidad de la ley”, como
si hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos
hombres y situaciones”.
En definitiva, el conocimiento del bien, precisamente por ser bien en sí
mismo, tiende a suscitar el amor y conduce al cumplimiento alegre de la Voluntad
de Dios, que no desea más que nuestro mejor bien.
Es necesario, por consiguiente, no dejarse llevar por el planteamiento
pesimista –y además equivocado- de quienes ven la verdadera vida cristiana
como si fuese solamente un peso. “No se puede tolerar jamás que se difunda
ese modo de pensar y esa disposición de ánimo de los que miran la fecundidad
como un mal”.
Afirma también Juan Pablo II: “Contra el pesimismo y el egoísmo, que
ofuscan el mundo, la Iglesia está a favor de la vida: y en cada vida humana
sabe descubrir el esplendor de aquel “Si”, de aquel “Amen” que es Cristo
mismo. Al “no” que invade y aflige al mundo, contrapone este “Si”
viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y
rebajan la vida”.
Como habíamos visto al principio, al presentar la paternidad
responsable, tanto el Vaticano II como la Humanae vitae
exhortan a la vida y animan a las familias numerosas(..).
Por tanto, hay que animar a los cónyuges para que recuperen la alegría
de suscitar la vida, para que se hagan más conscientes de su altísima misión
de cooperar con Dios “en el don de la vida a una nueva persona humana”,
porque los hijos “son el precioso don del matrimonio”, “el reflejo
viviente de su amor”. Viviendo recta y generosamente el propio matrimonio
abren, con su libertad, el espacio para que se cree un alma inmortal, cooperando
así a que una nueva persona humana pueda amar a Dios –y también a ellos
mismos- eternamente.