Conversión, penitencia, arrepentimiento

Arrepentimiento, penitencia y conversión forman entre sí una simbiosis estrecha. Cuando

un hombre da una nueva orientación a su pensamiento y a su vida, ello va siempre ligado

a un juicio sobre sus ideas o su comportamiento anterior. Tres grupos de palabras

caracterizan en el NT los diferentes aspectos de este proceso: iniaxpécpco [epistrepho],

/uezafiSÁO^xi [metamélomai] y fisraivoéco [metanoeo]. Mientras que epistrepho y metanoéd

(que significan los dos convertirse) aluden a la conversión del hombre, que presupone e

incluye una transformación total de la existencia humana bajo la acción del Espíritu

santo, metamélomai designa más bien la experiencia del arrepentimiento por el desliz, la

culpa, la falta o el pecado; tiene, pues, una orientación retrospectiva y no lleva necesariamente

consigo una conversión del hombre a Dios. Por otra parte, el concepto más amplio

es epistrepho, ya que incluye siempre la fe, mientras que el verbo metanoéd aparece a

menudo junto a marsúco [pisteúo] = creer, que completa la idea expresada por él (cf.

LBerkhof, Systematic Theology, 482).

£7T((TTpécpoj [epistrepho] convertirse, cambiar; orpéym [strépho] cambiar, volver; ánoa-

Tpé(pa) [apostrépho] apartarse; znwxpo(pr\ [epistrophé] conversión

I Strépho, apostrépho y epistrepho son utilizados a partir de Homero como verbos de movimiento y tanto en

sentido transitivo como intransitivo por los autores griegos, p ej Jenofonte, Aristófanes, Polibio y otros, e

igualmente aparecen en inscripciones y papiros mágicos El significado de volver, Cambiar, volverse, dar la vuelta es

común a los tres verbos, describen un movimiento corporal de retorno orientado por lo general hacia un objetivo o

también el movimiento espiritual del pensamiento humano dirigido hacia una persona o hacia un objeto Por otra

parte, strépho es utilizado más bien en el sentido de cambiar de dirección, convertir, invertir, mudar y mas tarde

también en el de adherirse epistrepho significa invertir, transformar, convertir, volver, y, por tanto, en sentido

intransitivo, volverse, retornar, en un sentido genérico, y, a partir de aquí, convertirse, en el sentido especial de

cambiar de comportamiento y de modo de pensar Así, en la literatura filosófica antigua, epistrepho, asi como el

sustantivo epistrophe, significan, entre otras cosas, la orientación genérica del alma hacia la religiosidad o hacia lo

divino Del uso lingüístico del griego profano y a través de los LXX, el concepto ha pasado a formar parte del

léxico neotestamentano Sobre el compuesto xvaozpéipco [anastréphd] -* camino, comportamiento

II 1 Al griego epistrepho corresponde en el texto hebreo del AT el verbo süb Se encuentra unas 1050 veces

en el AT y significa generalmente invertir, volverse (qal), volver a traer, restablecer (hif y pi) Con el significado

teológico especial de convertirse, volverse, retornar, en el sentido de un cambio de vida, de una conversión al Dios

Conversión, penitencia, arrepentimiento (Enwipécpm) 332

vivo, el verbo aparece unas 120 veces La versión de los LXX emplea para traducir estos pasajes los verbos

epistrépho, apostréphó, anastrépho, pero no (como hace más tarde el NT) metanoéó. El significado teológico de süb

tiene una influencia directa en el NT.

En el AT, la conversión es descrita como un apartarse del mal (Jer 18, 8) para volverse hacia el Señor (Mal 3, 7).

Pero el hombre puede estar poseído del mal hasta tal punto (Os 5,4) que le sea imposible convertirse (2 Cr 36,13).

El impulso hacia la conversión procede de Dios, que es quien primero mueve al hombre (Jer 31, 18; Lam 5, 21),

pero el hombre acoge también este impulso (Jer 24, 7) Los sujetos de la conversión son los individuos (2 Re 23, 25)

y los pueblos (Jon 3, 10) Dios utiliza a los profetas como instrumentos para mover a los hombres a convertirse

(Neh 9, 26, Zac 1,4) El que rehusa convertirse a Dios provoca su ira y sufre castigos tales como la sequía (Am 4,6-

12), la cautividad (Os 11, 5), la destrucción (1 Re 9, 6-9) y la muerte (Ez 33,9 11). El que se convierte al Señor recibe

el perdón (Is 55, 7), la liberación del castigo (Jon 3, 9 s), la fecundidad y la prosperidad (Os 14,4-8) y la vida (Ez 33,

14 s). Mientras que en los libros históricos del AT se exige continuamente la conversión del pueblo de Israel en su

totalidad, son especialmente los profetas Jeremías y Ezequiel los que insisten sobre la conversión del individuo a

Dios, que tendrá lugar cuando Dios le otorgue un corazón y un espíritu nuevos La conversión de la gran

muchedumbre de los pueblos tendrá lugar en la época del advenimiento del mesías (Dt 4, 30, Os 3, 5; Mal 4, 5 s).

2 El judaismo tardío ha recogido y continuado la tradición veterotestamentana La conversión, entendida

como apartamiento de toda obra perversa y retorno a la ley de Moisés, es condición indispensable para pertenecer

a la comunidad de Qumrán Con una expresión inspirada en Is 59,20 los miembros de la comunidad se denominan

a sí mismos «los que se han apartado de la impiedad» o también «los convertidos de Israel» También la literatura

del judaismo helenístico tardío conoce el concepto de conversión religiosa ya en la época anterior al cristianismo:

el que se convierte a Yahvé recibe el perdón de los pecados, ya no continúa viviendo conscientemente en el pecado,

sino que guarda los mandamientos de Dios «Aquí, la conversión es siempre un problema individual y práctico,

nunca una cuestión teológica puramente teórica» (Rengstorf, RGG3) El grupo de palabras relacionadas con

strépho y sus compuestos lo encontramos en TestXII, en Hen, en Bar, en Sib, en Josefo y en Filón (cf. St -B IV, 2,

799 ss).

III 1. En los escritos del NT epistrépho se encuentra 36 veces (aparte de Le 10,6D;

Hech 15, 16D; 2Pe 2, 21 v. 1., Bauer, 19585, s. v.); en 18 ocasiones es utilizado en sentido

profano como verbo que indica movimiento dirigido hacia un objeto, cambiar, volverse,

apartarse, etc. (p. ej. Mt 10, 13; 2 Pe 2, 22); en las otras 18 tiene el significado teológico

especial de convertirse (p. ej. Me 4, 12 par; Le 1,16 s; 22, 32; Hech 15,19; 2 Cor 3,16; Sant

5, 19 s) y aparece sobre todo en Hech y en las cartas. A diferencia de los LXX, aquí es

frecuentemente sinónimo de -» metanoéó. Strépho es empleado en el sentido de convertirse

únicamente en Mt 18, 3 y Jn 12, 40, apostréphó sólo es utilizado en idéntico sentido en

Hech 3, 26. El sustantivo epistrophé, conversión, lo encontramos únicamente en Hech

15, 3.

2. a) Cuando en el NT se exhorta a la conversión, se alude a una reorientación

fundamental de la voluntad humana hacia Dios, a un apartamiento de la obcecación y el

error y a un retorno a aquel que es el salvador de todos los hombres (Hech 26,18; 1 Pe 2,

25). Por otra parte, el verbo epistrépho expresa claramente que no se trata primariamente

de un apartamiento de la vida anterior, sino que todo está en convertirse a Cristo y, a

través de él, a Dios (cf. Jn 14,1.6) y, con ello, a una nueva vida. A través de la conversión,

el hombre cambia de señor: si hasta entonces estaba bajo el poder de Satán (cf. Ef 2,1 s),

ahora se somete a la soberanía de Dios, es decir, pasa de las tinieblas a la luz (Hech 26,18;

cf. Ef 5, 8). La conversión y entrega de la propia vida a Dios tiene lugar en la fe; la

conversión incluye en sí misma la fe en Jesucristo (Hech 11, 21). Esta conversión lleva a

una transformación fundamental de la vida en su totalidad (Hech 26, 20); ésta adquiere

un nuevo contenido y una nueva orientación: el primitivo propósito de Dios al crear al

hombre se hace realidad en esta nueva vida; el hombre convertido, aceptando espontáneamente

su dependencia de Dios, debe servirle únicamente a él con pureza de conciencia

(1 Tes 1, 9; Hech 14, 15; cf. Heb 9,14). El fruto de la conversión es el perdón de todos los

pecados (Hech 3, 19; 26, 18).

333 (fisxixfiÉyíofioa) Conversión, penitencia, arrepentimiento

Los Hech nos hablan reiteradas veces de los frutos de la predicación misionera de los

primeros cristianos; la conversión de los hombres a Jesucristo es presentada siempre

como un acontecimiento acabado en sí mismo e irrepetible (Hech 9, 35; 11, 21). También

del relato de Hech 15, 3 podemos inferir que la palabra «conversión» se convirtió muy

pronto en la primitiva cristiandad en un concepto bien definido (un término técnico de la

misión) que no necesitaba de ulteriores explicaciones.

b) Mientras que epistrépho se refiere a la conversión del hombre, en el que tiene

lugar una transformación total de la existencia bajo la acción del Espíritu santo,

-> metamélomai designa más bien la experiencia del arrepentimiento del pecado, que no

lleva necesariamente consigo una conversión auténtica del hombre a Dios. En cambio, el

verbo metanoéo guarda, en lo esencial, una relacción más estrecha con epistrépho (cf.

Hech 3, 19; 26, 20); -> ¡isrávoioí [metánoia]. Significa el apartamiento consciente del

pecado, el cambio de la mentalidad (-*• razón, art. vovg [noüsjj y de todo el enfoque vital

interior, sin el cual no es posible la auténtica conversión. Epistrépho tiene un significado

más amplio que metanoéo e incluye siempre la fe; en cambio, metanoéo y maxsvoj

[pisteúó] pueden aparecer juntos y completarse mutuamente (cf. LBerkhof, Systematic

Theology, 482).

F. Laubach

liExafiéXofiai [metamélomai] arrepentirse de; a.\izxv.iizh\Toc, [ametaméletos] sin arrepentimiento,

irrevocable

I Metamélomai está en conexión con la forma verbal impersonal /jíXei [méleí] = me preocupa, me importa algo.

En el griego clásico, metamélomai expresa el cambio de sentimiento o de mentalidad frente a una cosa, pero no

siempre es posible distinguirlo claramente de -»fistavoém [metanoéo], que indica que es posteriormente cuando se

piensa distintamente de una cosa (cf. vovg [noüs] -» razón). En el lenguaje profano, metamélomai se encuentra en

Tucídides, Diodoro y en ciertas inscripciones, y significa sentir arrepentimiento, arrepentirse de.

II La versión de los LXX traduce el hebreo nahan (en mf.) unas 35 veces por metanoeno metamélomai, es decir,

al igual que ocurre en el lenguaje griego profano, en los LXX tampoco se puede establecer una delimitación clara

entre ambos conceptos

El arrepentimiento humano es mencionado en Ex 13, 17 y Jue 21, 6; también en Job 42, 6 y Jer 31, 19, donde

significa la aceptación humilde del recto juicio de Dios, tanto en lo bueno como en lo malo Cuando se dice de Dios

que él «se arrepiente», con esto se pueden significar dos cosas: Dios puede rechazar a los hombres a pesar de la

elección de que les ha hecho objeto anteriormente (1 Sam 15,11 35), si ellos se han vuelto desobedientes, pero Dios

puede también apiadarse del hombre y otorgarle de nuevo su gracia no obstante el juicio que ha pronunciado

sobre el (Jue 2, 18, 1 Cr 21, 15; Sal 106,45, Jon 3,9 s). Cuando se subraya expresamente que Dios no se arrepiente

(Sal 110, 4, Jer 4, 28), se quiere poner de relieve la segundad de que Dios no se apartará del plan que se había

trazado en un principio.

También el judaismo tardío conoce la tensión entre el juicio de Dios y su gracia En cuanto todopoderoso, Dios

es al mismo tiempo el que juzga y el que tiene misericordia

III En contraposición con el frecuente uso neotestamentario del grupo de metanoéo,

metamélomai sólo se encuentra en Mt 21, 30.32; 27, 3; 2 Cor 7, 8a b ; Heb 7,21 (cita del Sal

110, 4), y el adjetivo ametaméletos = sin arrepentimiento, sólo en Rom 11, 29 y 2 Cor 7, 10.

Se refiere a algo de lo que Dios (Rom 11, 29) o el hombre (2 Cor 7, 10) no pueden

arrepentirse, y es sinónimo de irrevocable.

En la parábola de Jesús que conserva Mt 21, 28-32, el padre ruega a sus dos hijos que

vayan a la viña. El uno promete ir, pero no va. El otro se niega en un principio a ir, pero

luego se arrepiente y va. En este contexto, el concepto puede traducirse por cambiar de

decisión. Jesús aplica esta parábola a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos de

Israel. El segundo de los hijos ha modificado su comportamiento primitivo frente al

padre. De la misma manera, los publícanos y las prostitutas han creído en el mensaje de

Juan bautista y han hecho penitencia. En cambio, las autoridades de Israel han mantenido

siempre una actitud de rechazo (ovdé fiatsus^rj^nte [oudé metemelethéte], ni siquiera

así habéis recapacitado). En el ejemplo de Judas aparece bien claro que, en el NT, los

verbos metamélomai y metanoeó no son sinónimos (cf. en cambio I y II). Judas reconoció

que Jesús fue condenado injustamente. Se arrepintió de haberlo entregado (Mt 27, 3),

pero no encontró el camino de la auténtica penitencia. La misma distinción entre ambos

conceptos aparece también en Pablo (2 Cor 7, 8-10). Pablo no se arrepiente de haber

escrito a los corintios una dura carta, pues la tristeza que han provocado sus palabras en

los destinatarios les ha llevado a una verdadera penitencia, a una conversión interior a

Dios. De esta penitencia no hay por qué arrepentirse, pues sólo conduce a nuestra

salvación.

El juramento de Dios, del que él nunca se arrepentirá (Heb 7, 21), no sólo sirve para

corroborar la superioridad del sumo sacerdocio de Jesús sobre el del AT, sino que es, al

mismo tiempo, expresión de la fidelidad inquebrantable de Dios. Esta fidelidad de Dios

se manifiesta asimismo en que los dones de Dios y su llamada son ametaméléta

= irrevocables, es decir, que Dios, a pesar de la desobediencia y obstinación de los

hombres, hará prevalecer su voluntad salvífica en su pueblo, Israel (Rom 11, 29).

F. Laubach

Hexávoia [metánoia] penitencia, conversión; fietxvoéa) [metanoeó] convertirse, hacer

penitencia; á/isxavórjrog [ametanóetos] impenitente

1 Este grupo de palabras es relativamente raro en la literatura griega clasica, el verbo está atestiguado desde el

sofista Antifon, el sustantivo desde Tucídides En cambio empiezan a utilizarse con frecuencia en la koine De

acuerdo con el sentido de la preposición, que, cuando actúa de prefijo delante de verbos de movimientos y verbos

de contenido espiritual, indica un cambio en el contenido del verbo, metanoeó (cf voceo [noeo] -» entendimiento)

significa cambiar de modo de pensar, cambiar de idea o de opinión De aquí que, cuando el cambio de modo de

pensar incluye el acontecimiento de que la opinión que se tema hasta ahora era equivocada o perversa, el verbo

adquiere el sentido de sentir arrepentimiento, lamentar El sustantivo adopta significados análogos cambio de

opinión, conversión, arrepentimiento, pesar En el griego prebiblico, este grupo de palabras no tiene un significado

tan preciso como el que adquieren en el NT los conceptos de metanoeó y metánoia En el ámbito griego, este grupo

no llega a designar una transformación radical del comportamiento total del hombre, un «arrepentimiento» o una

«conversión» en sentido estricto, si bien aparecen ciertos componentes típicos de la conversión Esto nos muestra

que esta idea no ha nacido en Grecia, sino que hay que buscarla en otra parte

II 1 En principio, el empleo del verbo (el sustantivo no aparece, Prov 14, 15 no traduce el texto hebreo) no

prospera en la versión griega del AT Los LXX traducen por metanoeó el hebreo náham (ñif) = arrepentirse, tanto

referido a Dios (1 Sam 15, 29, Jer 18, 8, Jl 2,13 s, Am 7, 3 6 y passimj, como a los hombres (Jer 8,6,31,19), mientras

que la idea de conversión tal como es formulada sobre todo por los profetas y que corresponde al hebreo süb, es

expresada en griego con el verbo -> epistrepho (Am 4,6, Os 5,4,6,1) El llamamiento de los profetas a la conversión

presupone que la relación del pueblo y del individuo con Dios es entendido como una relación personal El pecado

y la apostasia son una ruptura y una perturbación de esta relación personal La conversión significa entonces una

reonentación completa del hombre en su totalidad y un retorno a Dios, que incluye el apartamiento del mal

2 La comunidad de Qumrán recoge este llamamiento de los profetas a la penitencia en la medida en que

exige a sus miembros que se aparten del mal (1QS 5, 1) y vuelvan a la ley de Moisés (1QS 5, 8) Por eso los

miembros de la comunidad se denominan a sí mismos «los convertidos de Israel» (Dam = CD 4, 2 y passim) que

«se han apartado de la impiedad» (1QS 10, 20, 1QH 2, 9 y passim) y llaman a su alianza la «alianza de Ja

penitencia» (Dam = CD 19, 16)

III 1. El NT no sigue la praxis de los LXX, sino que usa el verbo metanoeó para

traducir la idea expresada por süb = volverse, convertirse, enmendarse. Este cambio de

significado se anuncia en otras versiones griegas del AT y en el judaismo helenístico (cf.

Behm, art. fietavoéco, ThWb IV, 986 ss). En cambio en la elección de los términos

(metanoéd en lugar de epistréphoj muestra que, en el NT, el centro de gravedad se sitúa,

más que en los modos concretos y externos de expresar el süb en el AT, en el pensar y en el

querer, a nivel, pues, de VOÜQ [noús], de tal manera que aquí aparece un significado nuevo,

es decir, el de hacer penitencia, convertirse para el verbo, y penitencia, conversión,

arrepentimiento para el sustantivo. De un modo análogo, ametanóétos (que sale únicamente

en Rom 2, 5) significa impenitente. Sin embargo, el cambio de palabras no supone

simplemente una intelectualización del concepto süb, sino que la comprensión predominante

intelectualista del vocablo metánoia = cambio de mentalidad, va perdiendo terreno a

pasos agigantados en el NT. Aquí se alude más bien a una conversión decidida por el

hombre en su totalidad; con ello aparece bien claro que, ni se trata de un conversión

meramente externa, ni de un cambio de modo de pensar puramente interno.

2. No hay duda de que existe una relación muy estrecha entre el llamamiento de los

profetas a la penitencia y la predicación de Juan bautista, que exhorta al pueblo a

arrepentirse y a «dar el fruto que corresponde al arrepentimiento» (Mt 3, 2; 3, 8 par). El

hecho de que el destinatario de la predicación penitencial sea el pueblo en su totalidad (cf.

Hech 13, 24; 19, 4), incluso los piadosos, que se glorían de no tener necesidad de

penitencia (Mt 3, 7 ss), responde perfectamente al modelo veterotestamentario. Pero en

Juan, al igual que en el NT en general, el carácter apremiante del llamamiento a la

penitencia no tiene el mismo fundamento que en los profetas. Si en el AT, la necesidad de

volver al verdadero camino de la justicia divina se argumenta más bien a partir del

pasado (p. ej. la injusticia social, la idolatría), ahora se dice: «que ya llega el reinado de

Dios» (Mt 3,2). Por eso, el que quiera escapar al juicio sólo puede hacerlo de una forma: a

través de la penitencia, que pone de nuevo al hombre en relación con Dios y transforma

completamente su vida (Mt 3, 10). En Juan bautista, la exhortación a la penitencia va

unida al sacramento escatológico del bautismo penitencial (-» bautismo), que otorga el

perdón de los pecados (Me 1,4 par) y tiene como fin la penitencia (Mt 3,11: EÍQ fiexávoia.v

[eis metánoian]; cf. Hech 13, 24; 19, 4). Aquí aparece con toda claridad que la penitencia

es entendida a la vez como una posibilidad otorgada y como una tarea: como posibilidad

dispensada por Dios al hombre como un don escatológico y como tarea que se le plantea

al mismo hombre.

3. De acuerdo con el testimonio de los sinópticos, la predicación de Jesús se asemeja

a la de Juan bautista: «Enmendaos que ya llega al reino de Dios» (los textos de Mt 3, 2 y

4,17 tienen el mismo tenor; -» reino). Pero la diferencia entre ambos es clara, ya que Jesús

no remite a otro que vendrá después que él, como hace el bautista (Mt 3, 11), sino que él

mismo considera que con su venida hace irrupción la manifestación decisiva de Dios (Le

11, 20; 17, 21; Mt 11, 6). Por eso se lamenta sobre las ciudades que no han hecho

penitencia (Mt 11, 20 s par). Por eso los habitantes de Nínive se levantarán en el juicio

contra los contemporáneos de Jesús, pues ellos hicieron penitencia ante la predicación de

Jonás «y hay más que Jonás aquí» (Mt 12,41 par). Por eso la penitencia ya no consiste en

la obediencia a una ley, sino a una persona: la exhortación a la penitencia se convierte en

una llamada al -» seguimiento. Por eso, penitencia, fe y seguimiento son diferentes

aspectos de una misma realidad (Me 1, 15: «enmendaos y creed...»).

Hasta qué punto la exhortación a la penitencia basada en el reinado de Dios que se

acerca en la persona de Jesús determina su mensaje, se nos muestra en muchos pasajes,

cuya proximidad de contenido al llamamiento penitencial es evidente, incluso aunque no

aparezca el término metanoéd. «Si no cambiáis (oTpaípfjxe [straphéte]) y os hacéis como

estos chiquillos, no entraréis en el reino de Dios» (Mt 18, 3). «Todo aquel de vosotros que

no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mió» (Le 14, 33). Es a los pobres

de espíritu, a los pequeños y a los que están necesitados de auxilio, a quienes se promete el

reino de Dios (Mt 5, 3; 18, 10.14). Es a los pecadores a quienes Jesús ha venido a llamar a

penitencia, no a los justos (Le 5,32). Ahora bien, en toda esta radicalidad del llamamiento

a la penitencia, la buena nueva consiste precisamente en que existe la posibilidad del

arrepentimiento. Puesto que Dios se ha vuelto hacia el hombre (Le 5, 32, ¿Árj/.vS-a

[elélytha] = he venido), el hombre puede y debe volverse hacia Dios. Por eso el arrepentimiento,

la penitencia, llevan consigo un sentimiento de alegría, ya que suponen para el

que se convierte la posibilidad de una nueva vida. Las parábolas de Le 15 atestiguan la

alegría de Dios por los pecadores que se convierten e invitan a los hombres a participar

en ella. Pues lo que se otorga al hombre en la conversión es la vida: al igual que en la

parábola del hijo pródigo el arrepentimiento es entendido como un retorno al hogar

paterno, de tal manera que puede decirse: «Este... se había muerto y ha vuelto a vivir» (Le

15, 24.32).

4. La predicación cristiana primitiva reanuda el llamamiento a la penitencia, como

lo muestra Me 6, 12 y especialmente los ejemplos de predicación que nos narran Hech.

Por otra parte, esta predicación misionera en conexión con la llamada a la penitencia

encierra todos los elementos que ya conocemos: el llamamiento a la fe (Hech 20, 21; cf.

Hech 26, 18; 19,4), la exhortación al bautismo (Hech 2, 38), la promesa del perdón de los

pecados (Le 24, 47; Hech 3, 19; 5, 31), de la vida eterna y de la salvación (Hech 11, 18; 2

Cor 7,9 s). La penitencia es un apartamiento del mal (Hech 8, 22; 2 Cor 12,21; Ap 2,21 s)

y una conversión a Dios (Hech 20, 21; 26, 20; Ap 16, 9). En Hech 3, 19 y 26, 20 aparecen

juntos los vocablos metanoéo y epistrépho; esto muestra el parentesco existente entre

ambos conceptos. Por otra parte, metanoéo designa más bien el apartamiento del mal y

epistrépho la conversión a Dios.

5. La escasez con que aparece este grupo de palabras en la literatura paulina (sólo 6

veces) y su ausencia total en Jn (a excepción del Ap) no demuestran sin más que la idea de

arrepentimiento no esté presente aquí, sino únicamente que se ha formado entretanto

una conceptualidad más especial. Tanto para Pablo como para Jn, la conversión viene

dada con la -> fe. Pablo habla de la fe como de un «ser en Cristo», de un «morir y

resucitar con Cristo», de una «nueva creación», de un «revestirse del hombre nuevo». La

literatura joánica nos presenta la nueva -» vida en Cristo como una «regeneración»,

como un paso de la muerte a la vida y de las -> tinieblas a la -> luz, o como una victoria

de la -> verdad sobre la mentira, del -> amor sobre el odio.

6. En el cristianismo primitivo se ha planteado pronto la cuestión de si la conversión

del hombre a Dios es un fenómeno repetible. Sin duda, esta cuestión ha sido

motivada por ciertas experiencias misioneras, pero también por determinados elementos

de la tradición; así p. ej. a Pedro, después que ha seguido a Jesús durante mucho tiempo,

se le dice: «Cuando te arrepientas...» (Le 22, 32; aquí aparece epistrépho). La carta a los

Hebreos, al rechazar la posibilidad de una segunda conversión, mantiene una postura

extrema (Heb 6, 4-8). Esto se ha hecho para que, de un modo análogo a como hacen los

restantes escritos neo testamentarios, quedase bien subrayada la radicalidad de la conversión

del hombre a Dios frente a una cristiandad que se estaba volviendo indiferente.

También se ha hecho para dejar bien sentado que la conversión no es simplemente obra

del hombre, sino que Dios ha de dar «ocasión de penitencia» (Heb 12,17). El que, después

de convertirse, peca voluntariamente, incurre en el juicio de Dios (Heb 6, 8; 10,26 s). Esta

severa insistencia sobre el carácter definitivo de la conversión no excluye la voluntad

salvífica de Dios, que todo lo abarca «porque no quiere que nadie perezca, quiere que

todos tengan tiempo para enmendarse» (2 Pe 3, 9). Más bien quiere poner de relieve el

carácter totalizador de su misericordia: Dios salva de un modo total y definitivo y, por

tanto, la conversión del hombre a Dios ha de ser total y definitiva.

J. Goetzmann

PARA LA PRAXIS PASTORAL

El problema de la conversión, que casi siempre va unido al de la regeneración, es una

de las cuestiones centrales del pietismo. De acuerdo con su origen, es ciertamente una

cuestión claramente bíblica: se trata del acontecimiento a través del cual el hombre,

apartado de Dios, renuncia a sí mismo y a su propia orientación en el mundo y se sitúa o

se ve situado bajo la dirección y la providencia de Dios. Por eso la Biblia no

considera —y con razón— la conversión en sí misma como un valor; por lo que hace a su

contenido, ella se nos presenta aquí exactamente como un acceso o como un retorno a la

fe, como un tránsito o como un cambio de vida, pero no como un punto de referencia

conforme al cual hay que orientarse. La Escritura sitúa en el centro, no el salto en el

vacío, sino la meta última, que es la vida con Cristo. El que se plantea sin cesar la cuestión

del acceso a la fe no saldrá jamás de los primeros balbuceos de la fe, permanecerá siempre

espiritualmente infantil.

En el fondo, la conversión no es primariamente expresión de la decisión humana, sino

un acto de obediencia: no puede ser sino una respuesta del hombre a Dios que le

interpela, una aceptación del ofrecimiento divino de la gracia; juntamente con esto, el

hombre deja aquellas cosas a las que hasta ahora se aferraba.

En cuanto respuesta a una llamada, la conversión es además y ante todo un volverse-hacia,

no un apartarse-de. Cierto que en ella queda incluido el deshacerse de lo anterior,

pero no hay que perder nunca de vista qué es lo principal y qué lo secundario.

En todo caso, para el NT es importante subrayar que la nueva vida con Jesucristo

tiene más valor que la vida anterior en tinieblas; en otras palabras: lo que impulsa al

I hombre hacia la fe no es el temor al juicio de Dios —por necesario que éste sea—, sino el

conocimiento del amor de Cristo que sobrepuja toda medida y que atrae irresistiblemente

al hombre y lo arrebata. Es así como la penitencia y el arrepentimiento se sitúan bajo la

clara luz de la alegría.

El ejemplo de Judas, cuando se lo compara con la experiencia simultánea de Pedro,

nos muestra con toda claridad que el mero arrepentimiento, es decir, el conocimiento de

la injusticia cometida, sólo puede llevar a la desesperación. La penitencia y la conversión

(que en el fondo son lo mismo) sólo cobran sentido a partir del ofrecimiento del perdón y

de la gracia, es decir, si se las considera, no desde su punto de partida, sino desde su

objetivo; por otra parte, se trata de un viraje y de una reorientación del pensamiento y de

la acción y, por consiguiente, de la armonización de los contenidos de metanoéo y de

epistrépho.

Además, no se puede establecer metódicamente ninguna secuencia entre los diferentes

conceptos, p. ej., arrepentimiento-penitencia-conversión-fe-santificación (como aparece

en el índice de bastantes libros de cantos); no se trata de una sucesión de procesos

separados, en todo caso no fundamentalmente separados, sino más bien de diferentes

aspectos de un mismo proceso: la vuelta o el retorno del hombre a Dios. Y, puesto que

este proceso es obra del Espíritu santo, no se pueden establecer reglas, ni con respecto a

su duración, ni en relación con el momento en que tiene lugar. La conversión súbita, de la

que se puede indicar el lugar y la hora, como en el caso de Calvino o de Wicleff, no lleva

consigo una fe de rango superior a la que acontece a través de un proceso paulatino; en

última instancia se trata, no tanto de las circunstancias que rodean el comienzo de este

proceso (que pueden ir desde el enojo hasta el entusiasmo), cuanto de un permanecer

firme en la fe y de un crecimiento en el conocimiento, el amor y la obediencia.

En la conversión no puede uno invocar ante Dios ni la -> circuncisión, ni la

pertenencia a la alianza; sin duda la fe está segura de las promesas de Dios, pero esto no

equivale nunca a una seguridad en algo cuya posesión está garantizada. Pues también el

convertido —y no sólo en el AT— puede apartarse de nuevo de la fe; además, Dios no

abre por principio sus puertas al pecador una sola vez y, por consiguiente, puede haber

una nueva conversión o retorno a Dios (además de la primera, que tiene un carácter

fundamental y orientador); evidentemente, el «dar ocasión de arrepentirse» es algo que

está únicamente en las manos de Dios.

En nuestro lenguaje corriente la palabra «arrepentimiento» queda dentro del sentido

bíblico que ha sido expuesto más arriba, aunque subraya la vertiente negativa de

apartarse de la vida anterior de pecado; en cambio el término «penitencia» tiene, además

de su sentido peculiar en la teología sacramental, un sentido más amplio que se refiere a

todas las acciones de carácter más o menos punitivo, o sea, a los «castigos» que la propia

persona se inflige, con el fin de expiar la propia culpa. En un punto de intersección entre

la psicología y la teología, cabria distinguir entre unos mecanismos expiatorios que

pretenderían defender al individuo —de un modo casi mágico— de una culpa que no se

asumiría responsablemente, de una actitud madura, que podríamos denominar «reparadora

», que acepta la responsabilidad de las propias acciones y que quiere elaborar

una decisión consciente y responsable en orden a recuperar lo que se ha echado a perder,

a reparar lo que se ha destruido. Además de esto hay que tener en cuenta que, tanto en la

tradición protestante como en la católica, el término «penitencia», como el de «conversión

», en determinadas épocas y en la mentalidad de ciertos grupos o corrientes, ha

quedado cargado de un lastre de fanatismo que ha llevado a batirse por el evangelio a

toque de tambor y a interpretar literalísticamente aquel compelle intrare de la parábola

evangélica (Le 14, 23). Una profundización en el sentido bíblico y evangélico de la

penitencia y la conversión puede contribuir decisivamente al enfoque cristiano de los

problemas de la renovación de la persona y la sociedad, como un cambio en la relación

de las comunidades cristianas entre sí y con otros grupos, y en la concepción de la misión

cristiana respecto al mundo, al que hay que llamar a la plenitud de la verdad y de la vida,

que es el evangelio encarnado en la propia vida.

Incluso en la comprensión secularizada de la «conversión» resuena todavía la idea del

comienzo de una nueva vida: el apartamiento de aquello que es reprobable y el retorno a

una realidad mejor.

L. Coenen

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