¿Pueden las mayorías modificar los derechos?

Francisca R. Quiroga

 

I. La noticia. Congreso Católicos y Vida Pública en Madrid. «Las cuestiones normativas no pueden establecerse por el voto de las mayorías, sino que son buenas o malas en sí mismas»

Janne Haaland: "la privatización de lo religioso atenta contra los derechos humanos"

La ex ministra noruega y profesora de Ciencias Políticas Janne Haaland advirtió contra la tendencia a considerar la religión como un asunto privado, en la conferencia que pronunció hoy durante el Congreso Católicos y Vida Pública.

Según Haaland, "existe una fuerte corriente en Europa que pretende privatizar el cristianismo. Ello implica que uno puede hacerse cristiano como una cosa privada, como un hobby: unos coleccionan sellos, otros son religiosos. Este modelo no sólo no es realista, sino que es contrario a lo que significa la libertad religiosa y lo que significa la democracia".

La ex ministra ha explicado que la religión y la política son dos esferas independientes que tienen un campo en común: la concepción del ser humano.

"La esfera política, en especial la democracia, tiene sus propios límites y su propia autonomía. Hay un pluralismo legítimo y hay muchas vías posibles para la acción política en cada asunto, en el que los cristianos podemos optar por uno u otro. Pero hay una serie de cuestiones en las que los cristianos no podemos aceptar un compromiso. Se trata de todo lo relacionado con la dignidad humana y lo que ello implica", afirmó.

Según Janne Haaland, es "la profunda convicción de que si algo es verdadero y es bueno, debemos movilizar a los ciudadanos para que se convierta en norma general para todos. Si algo es correcto y verdadero, lo es en general, no lo es sólo para los cristianos. No se trata de crear Estados cristianos, sino Estados basados en la verdad sobre el ser humano.

Para Haaland, la principal tarea de los cristianos en la esfera política es la de "restablecer la naturaleza de la política y de las leyes. El primer paso es el de reintroducir el razonamiento lógico: el lenguaje de los universales, el lenguaje moral, parte de la verdad de las cosas: ¿una cosa es buena o es mala? Aquí, la ley natural es la única vía posible. Las cuestiones normativas no pueden establecerse por el voto de las mayorías, sino que son buenas o malas en sí mismas".

Según la ex ministra noruega, hay cuatro áreas en las que los cristianos deben ser especialmente activos: "la promoción de la dignidad humana, el apoyo a la familia, la libertad de religión y de las iglesias, y la solidaridad internacional".

Respecto a la promoción de la dignidad humana, para la conferenciante "se trata de la única manera de combatir contra el aborto y la eutanasia, y contra los atropellos contra la dignidad humana perpetrados en nombre de la ingeniería genética y la bioética".

"Debemos restablecer el sentido del misterio y la sacralidad de la persona humana, concienciar a la gente de que el ser humano es mucho más que un conjunto de carne y huesos", afirmó.

Respecto a la solidaridad, para Haaland "hay una clara necesidad de redistribuir la riqueza en orden a la justicia social. No hay otra alternativa al viejo pensamiento socialista del estado del bienestar que la doctrina social de la Iglesia".

Además, según Haaland, "cada vez disminuyen más las ayudas a los países en vías de desarrollo. Paralelamente, los valores del materialismo nos dominan. Para mí, como madre, me resulta duro luchar contra la influencia del materialismo en mis hijos".

Respecto a la familia, afirmó que "se trata del asunto político más importante actualmente en Europa: los Estados no deben tener una "visión neutral", sino decir claramente que el matrimonio es mejor que la cohabitación, y que los divorcios son tristes tragedias más que prácticas normales. Una vez esto ha quedado claro, habrá que sustentar esta visión en términos económicos. La sociedad estable está basada en familias estables".

Por último, se refirió a la independencia de las iglesias y las religiones: "Hay muchas esferas que no pertenecen a la política: la sociedad civil, la familia y las iglesias. Los cristianos tenemos que actuar contra la tentación de politizarlo todo. Creo que es un área clave en la que los cristianos debemos actuar".

Boletín Diario de noticias de la Agencia Católica Veritas. 16/11/03; 04:59 PM



II. ¿Pueden las mayorías modificar los derechos?

de Janne Haaland Matláry

Esta es la cuestión que se plantea Janne Haaland Matláry en uno de los epígrafes de su reciente libro El tiempo de las mujeres. Notas para un nuevo feminismo, Rialp, Madrid 2000, p. 157-159. Se trata de un libro que quiere contribuir al debate sobre un nuevo feminismo para el nuevo milenio. Pero, para nuestros lectores, hemos seleccionado unos párrafos de vigencia más amplia que la del conjunto -siempre interesante- de la obra, porque establece una piedra de toque difícilmente cuestionable de la auténtica democracia. JBB.

«Lo cierto es que existe una contradicción interna entre el carácter «de por sí incuestionable» de los derechos fundamentales del individuo, que las constituciones se limitan a enunciar, y la tendencia a controlar estos derechos modificándolos por medio del voto de las mayorías».

«Si todo es susceptible de ser reducido a política, no podrá existir ningún tipo de protección ante la aplicación del método de las mayorías a cualquier cuestión básica de derechos humanos».

«Hace más de un siglo que John Stuart Mill y Alexis de Tocqueville, entre otros, analizaron a fondo el problema de la tiranía de las mayorías. En On Liberty (1859), un alegato clásico sobre la defensa de la libertad como norma suprema, Stuart Mill se angustia ante esta cuestión: «La protección frente a la tiranía del magistrado no es suficiente; hace falta también la protección frente a la tiranía de las opiniones y de los sentimientos predominantes (...). Frente a la tendencia de la sociedad a imponer (...) sus propias ideas y prácticas como normas de comportamiento a quienes disienten de ella (...) hay que limitar las interferencias de la opinión colectiva por medio de la opinión individual y encontrar dicho Iímite es indispensable para la buena condición de los asuntos humanos, y como medio de protección frente al despotismo político».

Stuart Mill fue consciente de la aparición de este tipo de tiranía en la democracia, pero no supo encontrar una solución. Esto se explica porque sus propuestas eran contradictorias: preconizaba la tolerancia o la libertad como norma suprema al afirmar que está permitido todo aquello que no dañe a los demás. En consecuencia, la actividad política debe ser neutral respecto a los valores y la libertad del individuo sólo tiene que ser limitada si causa daño a otros.

No obstante, Stuart Mill sostenía abiertamente la existencia de normas y actuaciones justas y verdaderas en contraste con otras erróneas, pero era incapaz de demostrar esta afirmación suya al no tener un criterio de clasificación de valores. Pero la interpretación de lo que puede dañar o no a otros termina por ser una interpretación subjetiva, y teniendo en cuenta que el Estado tiene que tomar decisiones en este sentido, es inevitable que la política encarne valores y efectúe juicios sobre dichos valores.

El problema de Stuart Mill es el mismo al que nos enfrentamos hoy: la tolerancia o la libertad es prácticamente la única norma aceptada en el sistema democrático y constituye sin duda su norma suprema. Puede verse constantemente en el debate político: surgen nuevos grupos de presión que reclaman libertad de toda interferencia y exigen tolerancia para sus intereses particulares con independencia de su contenido moral. Se insiste en que la moral o la ética pertenece a la esfera privada del individuo y que, por tanto, se trata de algo subjetivo. La única premisa indiscutible es el pluralismo de los valores.

Si estas afirmaciones se dan por sentadas, ¿cómo es posible salvaguardar las normas de carácter fundamental? Los sistemas democráticos están basados en el voto de las mayorías. Incluso las constituciones pueden ser modificadas por el Parlamento, aunque los procedimientos de reforma requieren engorrosos trámites que van más allá de las mayorías simples y se prolongan durante cierto tiempo. No obstante, la premisa básica de la democracia es que el poder político reside en el pueblo, que legitima las instituciones del Estado por medio del contrato social. Se diría incluso que los derechos recogidos en la constitución emanan del pueblo. ¿Esto es así? Lo cierto es que existe una contradicción interna entre el carácter «de por sí incuestionable» de los derechos fundamentales del individuo, que las constituciones se limitan a enunciar, y la tendencia a controlar estos derechos modificándolos por medio del voto de las mayorías.

Sin embargo, la visión clásica de la democracia entendía que los derechos constitucionales no podían ser objeto de modificación por medio del voto mayoritario aunque las constituciones puedan reformarse. Así, el poder judicial fue establecido como independiente del poder legislativo para interpretar y tutelar la constitución.

Con todo, la cuestión crucial en torno a la política y el Derecho no se refiere a las eventuales variaciones del esquema institucional, sino a la concepción que se tenga del origen del Derecho. Si todo es susceptible de ser reducido a política, no podrá existir ningún tipo de protección ante la aplicación del método de las mayorías a cualquier cuestión básica de derechos humanos.

La autonomía de la esfera privada es esencial en el sistema democrático, así como el respeto a la desobediencia civil en caso de conflicto entre normas individuales y sociales. Pero esto no es suficiente. En el modelo clásico de democracia, la función del Estado se limitaba a gestionar todos aquellos ámbitos que el sector privado no podía dirigir de una manera racional: el ejército, la policía, los servicios postales, la energía, las infraestructuras... Sin embargo, la evolución histórica del Estado ha llevado a un destacado incremento del sector público, al desarrollo del Estado del bienestar, a la enseñanza estatal e incluso a las iglesias estatales.

No obstante, el principal problema de la democracia occidental moderna es la reducción de las cuestiones éticas a cuestiones de índole pragmática o política. Esto resulta evidente en la falta de respeto por la vida humana en sus aspectos no funcionales: los no nacidos, los discapacitados, los ancianos y los enfermos; y en el hacer depender la eliminación de un ser humano de decisiones pragmáticas tomadas por mayoría.

La práctica nos demuestra que el derecho a la vida, consagrado en las constituciones y en los textos internacionales de derechos humanos, tiene poco o ningún valor cuando se le oponen intereses feministas, económicos o de otro tipo.

Los hechos demuestran asimismo que la democracia moderna ha quedado reducida al sistema de mayorías. Desde el momento en que la tolerancia es la única norma fomentada por el Estado, el sistema de mayorías se convierte en la esencia de la democracia. Este planteamiento está en contradicción con la Rechsstaatstradition, la tradición del Estado de Derecho, basada en la primacía de normas de rango superior, inmutables y protegidas por instituciones independientes».

 



Il tempo della fioritura. Per un nuovo feminismo

de HAALAND MATLÁRY, JANNE
Mondadori, Milano 1999. 184 pp.

Después de leer este libro, quien era feminista, se sentirá orgullosa, y quien nunca se había sentido atraída por este tipo de ideas, quizá descubra que era feminista sin saberlo. Su autora, Janne Haaland Matláry, que participa plenamente de la tradición feminista escandinava, vive en Oslo, nació en 1957, está casada y tiene cuatro hijos. Desde hace años enseña Relaciones Internacionales en la Universidad de Oslo y recientemente ha sido nombrada viceministro de Asuntos Exteriores de su país.

Por eso su propuesta no es superficial ni ingenua. Tiene la agudeza intelectual del profesor universitario, el poder de convicción del político y el calor de quien tiene la experiencia de una maternidad vivida intensamente. La sustancia de su tesis es ésta: hay que cambiar las condiciones sociales de modo que las mujeres puedan aportar en todos los campos del trabajo y la política siendo lo que son, sin que esa participación les obligue a renunciar a nada de lo que es valioso y les es propio; en concreto, sin renunciar a ser madres.

Janne Haaland Matláry, parte de la experiencia del feminismo escandinavo, y la desarrolla tomando como puntos de referencia la conexión entre maternidad y feminidad, entre familia y trabajo. Considera propias las instancias más válidas del feminismo: hacer a las mujeres más libres y conseguir la paridad respecto a los varones, eliminando todo lo que las coloque en una situación de inferioridad. Está orgullosa del camino recorrido en las dos direcciones. Sin embargo, los problemas que ha tenido que afrontar, compartidos con tantas colegas y conocidas, le hacen ver que es largo el trecho que queda por recorrer.

Defiende una doble tesis: siendo los dos sexos diversos entre sí, las mujeres nunca podrán ser libres si no son fieles a su naturaleza femenina; y no alcanzarán la paridad con los hombres hasta que no estén abundantemente presentes en todos los ámbitos de la vida profesional y pública y a todos los niveles.

Cada mujer ha de poder sentirse libre de ser ella misma, sea cual sea el trabajo que desarrolle. No debería encontrarse nunca forzada a elegir entre maternidad y carrera; es más, precisamente porque es madre debería ser todavía más apreciada en su ambiente de trabajo y en política.

Se han de crear las condiciones culturales y sociales que permitan que ninguna mujer se sienta obligada a imitar a los varones para obtener un trabajo o para conservarlo y progresar en él. Igualmente, se han de dar los presupuestos para que ninguna se vea forzada a ocultar o su condición de madre o a fingir que esta circunstancia es irrelevante para su vida profesional.

En el capítulo 1 se desarrollan los elementos de un nuevo feminismo. Se analiza en qué modo las mujeres son distintas de los hombres y qué implica esa diversidad desde el punto de vista de los derechos a intervenir en el campo laboral y en el mundo político. Empieza con la exposición de una antropología —una visión del ser humano y de la mujer— que define como "radicalmente realista". Sostiene que la maternidad es mucho más importante, tanto en términos existenciales como prácticos, de lo que admitía el viejo feminismo. Todo esto tiene que ver con los derechos de las mujeres en la vida profesional y en la actividad pública.

El capítulo 2 se propone averiguar cual es la situación actual de la política respecto a las mujeres, a nivel mundial. Elige para ello analizar el desarrollo y las conclusiones de la Cuarta conferencia mundial de la ONU sobre la mujer, que tuvo lugar el año 1995 en Beijing, en la que la Autora tuvo una participación directa.

En el capítulo 3 se explica por qué ser padres, y especialmente ser madres, sea algo de extrema importancia, y qué derechos se derivan de la paternidad y la maternidad. Examinando las condiciones sociales de hoy, advierte que de hecho se trata a las madres de una manera equivocada, y se pregunta qué es lo que deberían pretender del estado, de los dadores de trabajo y de la sociedad. Cuáles son las condiciones políticas y económicas de la maternidad en el mundo occidental de hoy, es el tema del capítulo 4.

La situación actual del trabajo retribuido de las mujeres es objeto del capítulo 5: en qué condiciones se desarrolla, si sufren discriminación por el hecho de tener hijos, si el estado interviene para garantizar los derechos de las madres que trabajan, si tiene la posibilidad real de elegir trabajar en casa a tiempo parcial o a tiempo pleno o se ve n la práctica obligada a trabajar fuera a tiempo completo; finalmente, si es todavía verdad que las mujeres tienen que elegir entre maternidad y carrera.

Los capítulos 6 y 7 tratan de las mujeres como «dueñas» de la vida. En ellos se hace una análisis riguroso del significado de la legislación actual sobre el aborto para la evolución de la democracia occidental y para la situación de la familia. Queda patente la responsabilidad de las mujeres: respecto al actual estado de cosas y de cara al futuro.

El capítulo 8 sostiene la importancia de que las mujeres participen más en la vida política y ejerzan influencia en el ámbito público. No propone que sustituyan a los hombres en el poder, ni presenta la obtención del mando como un fin en sí mismo, sino como una oportunidad de ofrecer a la sociedad lo que sólo ellas pueden dar y todos y todas necesitan.

El estilo del libro es cercano al de la crónica: directo y concreto; la lectura resulta interesante porque plantea preguntas sobre muchas cuestiones calientes relativas a la familia, y el trabajo en el mundo de hoy. A la vez es un libro profundo, porque se analizan los hechos de modo que se llega a individuar algunas de sus causas más hondas.

Con ocasión de los temas que se tratan, se van individuando las raíces ideológicas que alimentan las fuerzas sociales que tienden hoy a destruir la familia. Entre ellas destaca, en primer lugar, el individualismo, que se define como rechazo de la dimensión relacional de la vida humana. Vista la maternidad desde esta óptica, se la concibe como "un derecho individual" de la mujer, y se la desvincula de la paternidad, como se hace patente en la lógica que se pone en juego al defender el aborto como una reivindicación femenina.

En segundo lugar, el antinaturalismo, entendido como exclusión apriorística del concepto naturaleza y del adjetivo correspondiente, natural, en cualquier discusión razonable sobre un problema o en la explicación de una situación. Dentro de este contexto mental, no tiene sentido hablar de realidades naturales, porque todo es construcción humana; por eso, no habría razón de privilegiar a la familia por ser una realidad natural, ni hacer de las exigencias de la vida familiar puntos de referencia que den lugar a una valoración del comportamiento válida para todos. Va perdiendo así sentido hablar de «la familia» y se abre el paso a una variedad de «modelos» que van vaciando el concepto mismo de familia.

En tercer lugar, el materialismo, que lleva a eludir cualquier afirmación sobre valores éticos. Sólo serían valores universales, compartidos por todos, los de carácter económico.

Hay un punto en el que estas tres líneas convergen: la negación de cualquier tipo de reglas en materia sexual, porque se considera el ejercicio de la sexualidad como un derecho individual irrestricto que ha de ser defendido y salvaguardado a toda costa. Y efectivamente, se procede así con una rigurosa coherencia, en todos los grupos ideológicos que presionan en contra de la familia. Este planteamiento supone una visión instrumental del ser humano, que no es considerado como alguien con un valor absoluto, sino que puede ser usado y explotado por quien tiene el poder, la voluntad y los medios para hacerlo.

En diversas ocasiones se llega a la conclusión de que, para ver claro en muchas de las cuestiones que plantea nuestra sociedad a los hombres y mujeres de hoy, necesitamos una antropología verdadera: que nos explique la diferencia y la igualdad de las personas de ambos sexos, que nos muestre el fundamento de la dignidad humana, de cada uno de los hombres.

El lector encuentra en este libro explicaciones de hechos y tendencias que vemos en nuestra cultura, que operan en nuestra sociedad y que se nos presentan como contradictorios o paradójicos. ¿Por qué siendo el aborto un atentado evidente contra la vida, los países democráticos han aprobado leyes que lo permiten, lo tutelan y lo promueven? ¿Qué pasa en la cultura política occidental para que se haya podido legitimar legalmente la supresión de los más débiles? ¿Puede ser el estado neutral respecto a los valores? Se explica también por qué algunas cuestiones del máximo interés práctico para millones de mujeres, no suelen aparecer en las agendas de trabajo de las feministas clásicas.

El libro se dirige a todos; principalmente a las mujeres, pero teniendo muy presentes a los hombres. Se habla de la maternidad mostrando que sólo es auténtica cuando no se disocia de la paternidad. Se afirma que la tarea del padre exige gastar tiempo con los hijos en la casa; pero se asume con sentido positivo la realidad de que la dedicación materna tiene una consistencia mayor, sobre todo mientras los niños son pequeños. Janne Haaland manifiesta una gran confianza en la aportación de las mujeres en la vida laboral y política; pero no pretende que tomen el relevo de los varones. Tampoco supone que su influjo sea necesariamente benéfico: es consciente de que las mujeres son también capaces de ejercitar una acción perversa. No basta que tengan poder: hay que ver para qué lo quieren y en favor de quien lo usan.

La exposición resulta amena y convincente porque se combina el análisis intelectual e histórico de los problemas con experiencias vividas: hechos significativos que iluminan la realidad que se pretende explicar. El tono es objetivo: se analizan hechos, se buscan causas y se descubren motivaciones y razones. A la vez, no es impersonal ni abstracto: interpela al lector porque le hace entender mejor qué pasa en su vida y a su alrededor; y le lleva a comprender también que no es un sujeto pasivo de los acontecimientos: es posible intervenir e imprimirles un rumbo.
A lo largo de todo el libro, desde la introducción hasta el último capítulo, se hacen propuestas concretas; pocas y claras. Intencionadamente se repiten en contextos diferentes y con algún matiz nuevo. Y resulta patente que no son ingenuas; son difíciles, exigirán un empeño denodado; pero son posibles.

Francisca R. Quiroga