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SAN PEDRO DAMIAN

 (l007 – l072)

 

VIDA

OTRA

Nació en Ravena en una familia ya numerosa y de condición modesta. Lo cual explica, sin justificarlo, que su madre lo abandonara. Pero una sirvienta lo recogió, le salvó la vida. Y además logró al cabo de cierto tiempo hacer que la indigna madre volviera a mejores sentimientos.

Huérfano muy joven, cayó bajo la tutela de su hermano mayor, quien le dedico en seguida a los duros trabajos del campo, especialmente a la guarda de los puercos. Sin embargo, otro de sus hermanos, llamado Damián, habiéndose dado cuenta de su inteligencia, decidió enviarlo a estudiar a Faenza, luego a Parma, y se encargó de los gastos de su instrucción. Lo cual no le pesó, porque el joven hizo progresos fulgurantes y no tardó en llegar a ser maestro. Desde este momento, como testimonio de reconocimiento agregó a su nombre de Pedro el de su hermano y protector Damián. Pero ya se revelaban en él el asceta y el religioso. Notablemente inteligente, jamás será un intelectual, menos todavía un sabio o un literato: “Dios no tiene necesidad de retórica para atraerse a las almas, decía él. No envió a filósofos para evangelizar a los hombres”. Lejos de dejarse embriagar por el éxito y la fortuna, el brillante profesor se obligaba a visitar a los pobres y a vivir como ellos; para apagar la efervescencia de la carne, ayunaba, velaba y llevaba cilicio; recitaba el Salterio diariamente.

Tales disposiciones le condujeron naturalmente a la vida monástica (año de l035). En la diócesis de Gubio se elevaba el monasterio de Fonte Avellane, dedicado a la Santa Cruz, fundado por Lodulfo, discípulo de San Romualdo. Fue allí donde Pedro Damián dio libre curso a su gusto por la austeridad, exagerando a menudo los rigores de la regla: flagelaciones hasta sangrar durante el canto de los 40 Salmos, que llegaban a 60 en Cuaresma. Sobre este tema escribió un libro, y en diversos monasterios a los que fue llamado instituyó o restauró la ley de la más severa maceración.

Innobles intrigas desgarraban entonces a la Iglesia deshonrando al Papado. Los Condes de Túsculo se habían apoderado del Estado Pontificio y querían explotarlo en su provecho. Benedicto Vlll (l0l2-l024) y Juan XlX (l024-l033), seguidos inmediatamente por uno de sus sobrinos Benedicto lX (l033-l048), elegido Papa a la edad de l2 años ----quizá de l8---- y de costumbres disolutas. Expulsado por una sublevación popular que le opone el antipapa Silvestre lll (l044), reconquista a Roma con las armas, y cede mediante dinero su título a un tercero que tomó el nombre de Gregorio Vl (l045-l046). A este último fue a quien Pedro Damián quería sostener, juzgándolo legítimo y sobre todo más digno, capaz de emprender las urgentes reformas del Clero. Primeramente le denuncia, y con un tono de intimación, los escándalos de ciertos prelados: “Por vuestra actitud respecto del Obispo de Pesaro, se juzgará sobre lo que debe esperarse para las otras iglesias” (Ep. Vll, l).

Usa del mismo lenguaje con el nuevo Papa Clemente l l (l046-l047) ----a quien, a petición del Emperador Enrique lll, le ayudará con sus consejos----. “Trabajad en restaurar la Justicia actualmente pisoteada: usad de los rigores de la disciplina eclesiástica para que los malvados sean humillados y los humildes recobren la esperanza” (Ep. l, 3).

Acusado por sus enemigos ante el Papa León lX (l048-l054), pedro Damián, sin rencor pero con dignidad, tan sólo pide no ser condenado sin ser oído: “Yo no busco elfavor de ningún mertal; no temo la cólera de nadie; no invoco sino el testimonio de mi propia conciencia” (Ep. l, 4). Y entonces “el profeta hirsuto y temible” escribió su “Libro sobre Gomorra, contra la cuádruple putrefacción de la corrupción carnal”, opúsculo de una violencia y de una crudeza que disgustaría a los delicados oídos de ahora.

Los Papas se suceden rápidamente; pero desde entonces todos entran en las miras de Pedro Damián y utilizan su talento y su energía para luchar contra la inmoralidad y la simonía. A fin de acercárselo más estrechamente y de acrecentar su autoridad, Esteban lX lo crea Cardenal Obispo de Ostia. Sin embargo, a la muerte prematura de este Pontífice, la familia de Túsculo intenta recobrar las riendas y hace nombrar anticanónicamente a una de sus creaturas, Benedicto X, anti-papa. El Nuevo Cardenal se yergue, trata al elegido de simoniaco e intruso, y luego, con el apoyo del monhe Hildebrando (el futuro Gregorio Vll), hace elegir canónicamente al Obispo de Florencia, el cual toma el nombre de Nicolás ll (l059-l06l). fue entonces cuando, a iniciativa de los reformadores, Nicolás ll expidió el decrerto destinado a asegurar, en el curso de los siglos, la independencia de las elecciones pontificias: la elección del Papa pertenecería exclusivamente al Colegio de los Cardenales, no teniendo el emperador más derecho que el de confirmar y el pueblo el de aprobar.

Pero el Obispo de Ostia, el legado de los Papas, el Apóstol de la Reforma, guardaba la nostalgia de su celda monástica. Después de la consagración del Papa Alejandro ll (l06l), pide y acaba por obtener, a pesar de las resistencias del Pontífice y del Archidiácono Hildebrando, el volver a su claustro, aunque prometiendo no dejar de interesarse en la obra de la reforma y aceptar cualquier misión que la Santa Sede quisiera confiarle. De hecho, una carta destinada a los Cardenales, les recuarda que su dignidad exige la virtud y no el fasto (Ep. ll, l), y en un memorial que dirige al Papa le recuerda que los canónigos regulares deben vivir en comunidad conforme a la regla de San Agustín que han profesado (Opusc. 24).

Surge un nuevo anti-Papa, Honorio ll, siempre promovido por la familia de Túsculo. Habiendo vanamente intentado controlarlo para invitarlo a retirarse (Ep. l, 20-2l), Pedro Damián se dedicó a quitarle sus partidarios y a los vacilantes, el Arzobispo de Ravena (Ep. lll, lV) y el Emperador (Ep. Vll, 3). Un opúsculo en forma de diálogo ----“Controversia sinodal” (Opusc. 4)----, presentando a los Concilios de Colonia y de Mantua, fue decisivo para obtener la condenación del anti-Papa Honorio ll.

Una legación en Francia para dirimir el conflicto entre el Obispo de Macon y el Abad de Cluny; otra a Florencia para salvar al Obispo de la acusación de simonía lanzada por algunos monjes; otra más en Alemania para impedir el divorcio del Emperador Enrique lV; en fin, en su propia patria, Ravena, fue el encargado de reconciliarla con la Iglesia Romana, después de la excomunión en que había incurrido por la falta de su arzobispo.

Al volver de esta última misión, atacado de fiebre, tuvo que detenerse en Faenza, donde murió el 22 de febrero de l072.

Fue proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa León Xll, en l828.

Monje es ante todo San Pedro Damián.

Contemporáneo de San Romualdo, fundador de los Camaldulenses, de San Odilón y de San Hugo, abades de Cluny; de Didier, abad de Monte-Casino y futuro Papa Víctor lll, es el émulo de todos ellos por su celo en mantener o restaurar las observancias monásticas: celebración del oficio divino, pobreza, residencia, ayunos, mortificaciones, dentro del espíritu de la regla de San Benito y de las instituciones de Juan Casiano. A un religioso que le reprochaba el sobre pasar la medida de las flagelaciones corporales, le respondió: “Lo que es bueno no podría ser llevado demasiado lejos: si es bueno darse 50 disciplinazos, ¿por qué sesenta o cien y aun mil?” (Ep. Vl, 27). Palabras excesivas, que denotan un temperamento violento: sin embargo, en la práctica estos principios se moderaban por sabiduría y la discreción, respecto de sus monjes más que respecto de él mismo.

El papel de San Pedro Damián en la Iglesia es subrayado por los testimonios de los Papas de la época, que recurren a su capacidad y a su energía: “No conocemos mayor autoridad que la suya, después de la nuestra, en la Iglesia Romana: él es nuestro ojo y el firme apoyo de la Sede Apostólica” (Alejandro ll). Y más tarde, Paulo V lo califica de “Notable Doctor, joya de la república cristiana y de la Sede Apostólica”.

Su acción se dirigió sobre todo contra los azotes que desolaban a la sazón a la Santa Iglesia: la inmoralidad y la simosía. ¿Se le acusa de excesiva severidad? El hace ver que tenia tanta razón para ser implacable contra los vicios cuanto la tuvieron los antiguos, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, contra las herejías, porqueel mal de su época no era menos grande: “Yo prefiero estar con José, a quien sus hermanos querían echar en un pozo porque los había acusado ante su padre de un crimen infame, que estar con Helí, el cual, presenciando la impiedad de sus hijos sin decir una palabra, sufrió la venganza del furor divino” (Opusc. Vll, 25).

Para tratar de justificar la adquisición de beneficios eclesiásticos pero como si no practicaran la simonía, dos capellanes pretendieron que ellos no compraban ni el sacramento del Orden ni la iglesia, sino solamente las rentas propias del lugar santo y de la función sacerdotal. Pedro Damián no se dejó engañar con las sutileza. No son dos hombres distintos, sino claramente el mismo, el que goza de las rentas y y ejerce las funciones espirituales. Compran bienes temporales de los que no se puede gozar sino a condición de ser elevado a una dignidad eclesiástica y desempeñar sus funciones, ¿acaso no es pagar con dinero, por ese solo hecho, la dignidad misma? Además, analizando las diversas maneras de proceder, San Pedro Damián descubre tres formas de simonía: la primera, la más grosera, la que compra con dinero contante y sonante; la segunda, la obsequiosidad que presta servicios materiales con el objeto de obtener en compensación los beneficios ansiados; la tercera, la más hábil y más hipócrita, la que emplea la adulación para ganar el favor de los príncipes y por su medio obtener privilegios (Ep. ll, l, A los Cardenales).

Para operar la forma de la Iglesia a la que se consagraba, San Pedro Damián juzgaba necesaria la cooperación del poder civil. Desde Carlo-Magno, “el sacerdocio y el Imperio estaban estrechamente unidos y obraban de concierto, asegurando el estado el orden público y protegiendo materialmente a la Iglesia, enseñando la Iglesia la verdad y la virtud, guiandoespiritualmente al Estado. Como Jesucristo reunió en El solo las dos dignidades del sacerdocio y la realeza, así es necesario que se encuentre al Rey en el Papa y al Papa en el Rey. Este era el ideal de la cristiandad, realizado por un momento en la Edad Media y que no duró sino muy poco.

 

OBRAS

 

La obra de San Pedro Damián comprende sesenta Opúsculos, de los que algunos tratan de cuestiones dogmáticas: “La Fe Católica” ( l ),compilación de lo concerniente a los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de las dos naturalezas y las dos voluntades de la única persona de Jesucristo; “La procesión del Espíritu Santo” (XXVlll); “Respuesta a los judíos” (ll) establece con textos escriturísticos la divinidad de Jesucristo; “Diálogo” (lll) les demuestra también a los judíos que los ritos de la Aantigua Ley no tienen ya razón de ser, habiendo sido reemplazadas aquellas figuras por las realidades de la Nueva Ley.----Un opúsculo es específicamente canónico: “Los grados de parentesco” )Vlll) a propósito de los impedimentos del matrimonio. Una edición corregida de la Biblia latina (XlV) de la que él mismo confiesa que es prematura e incompleta.

La teología sacramentaria de San Pedro Damián es imperfecta y a veces un poco extraña. Es cierto que no trata de ella de una manera didáctica. Pero habiendo adoptado, en seguimiento de San Isidro de Sevilla, el término “Misterio”, el resultado es una confusión que no le permite distinguir los sacramentos propiamente dichos de algunos otros ritos, ni consiguientemente determina su número exacto. Llega a completar l2, entre los cuales están la dedicación de una iglesia, la bendición de los monjes, y de las religiosas, ¡mientras omite la Eucaristía y el Orden! (Sermón 69). Laguna que por los demás no afecta en nada su ortodoxia, porque no omite ni la confirmación, ni la unción de los enfermos, ni el matrimonio, y en los siete sacramentos ve signos efecaces de la Gracia. No hay duda alguna de su creencia en la presencia real y en la transubstanciación en la Eucaristía (Opusc. 47, Sermón 45; Exposición del Canon de la Misa); ni tampoco en la necesidad de laa confesión auricular en el Sacramento de la Penitencia (Opusc. 56).

En una época en que algunos ponían en duda la validez de los Sacramentos conferidos por ministros excomulgados o indignos, San Pedro Damián tuvo el mérito, siendo él tan inexorable con los prevaricadores y tan ardiente partidario de la reforma, de conocer, en seguimiento de San Agustín, la validez de tales sacramentos, porque el poder del Orden convierte al ministro, sea como sea él en sí mismo, en el representante de Cristo, y es Cristo en persona quien obra y santifica independientemente del valor moral de su instrumento. Por lo demás, los simoniacos, por culpables que sean, no son herejes; creen y quieren administrar realmente los sacramentos (Ppusc. 30).

Varios de los Opúsculos de San Pedro Damián están consagrados a la vida monástica: “El desprecio del siglo” (l2); “La perfección de los monjes” (l3); “El Orden de los eremitas” (l4); “Los estatutos de la Congregación” (l5); “Las horas canónicas” (20); “Los ayunos de las vigilias” (54-55).

Muchos tratan también del tema que tanto le interesaba a él: la reforma del clero: “El libro de Gomorra” (7); “El Sacerdocio” (25); “La ignorancia de los clérigos” (26); “Contra los clérigos cortesanos” (22). Aparte de su objeto directo, estos escritos proporcionan datos instructivos sobre la disciplina eclesiástica en su época.

Setenta y cinco Sermones se le atribuyen a San Pedro Damián, aunque parezca dudosa la autenticidad de algunos de ellos. El es el autor de más de 200 oraciones, Himnos, responsorios, poemas. Escribió las biografías de San Odilón, de San Mauro, de San Romualdo, de San Rodolfo, de San Domingo Loricato.

Sus cartas están repartidas en ocho libros, clasificadas por orden lógico, según sus destinatarios: cartas a los Papas, a los obispos, a los archidiáconos, a los sacerdotes, a los monjes, a los príncipes y princesas. El trono es diferente del de los opúsculos, y varía según las circunstancias; pero en todas se ve la preocupación dominante del Santo Doctor: la reforma de la Iglesia. Y también la áspera firmeza que lo caracteriza.