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SAN ANTONIO DE PADUA

(ll95-l231)

 

VIDA

 

Padua no es sino el lugar de su muerte. Nacido el Lisboa, capital de Portugal, de una familia noble y militar, se dice que emparentaba con el gran cruzado Godofredo de Bouillon, el niño recibió en el bautismo el nombre de Fernando.

Desde la edad de l5 años fue recibido en la misma Lisboa por los canónigos regulares de San Agustín. Después de dos años, a fin de dedicarse al estudio de la teología pasó a Coímbra, donde el monasterio de Santa Cruz era ya el centro de vida religiosa y de cultura intelectual más célebre de todo Portugal. Muy pronto recibió las sagradas Ordenes y se inició en el ministerio apostólico.

A la sazón, la Orden de los Hermanos Menores, fundada por San Francisco de Asís en l209. Implantada ya en muchos países, acababa de ennoblecerse el Portugal con el martirio de tres religiosos muertos en Marrakech (Marruecos). Cuando el l6 de enero de l220, gracias a la solicitud del Infante don Pedro, fueron llevadas a Santa Cruz las reliquias de los campeones de la Fe, el relato de su apopeya inflamó el celo del joven sacerdote, e inmediatamente pidió ser admitido en la Orden franciscana, con el deseo explícito de ser enviado a predicar a los musulmanes de Africa, con la secreta esperanza de conquistar allí la palma del martirio.

Fue entonces cuando el Convento de Olivares, cerca de Lisboa, al revestirse el sayal franciscano, Fernando se convitió en el hermano Antonio.

Atendiendo inmediatamente a su petición, desde el otoño de l220 sus superiores lo enviaron a Marruecos. Pero una causa inprevista vino a contrariar los proyectos del ardiente apóstol: la enfermedad. Transcurren apenas algunos meses, y helo aquí obligado a dejar el Africa, a principios de l22l. Por insondables designios de la Prividencia, el navío que debía conducirlo a Portugal, desviado por la tempestad, llegó a las costas de Sicilia. Lo encontramos entonces en el capítulo general de su Orden, en Asís, en mayo de l22l. Luego, en el eremitorio de Monte Paolo di Forti, en la Romaña, hace un largo retiro de tres meses, en contacto directo con las austeridades de la regla franciscana primitiva.

Mientras tanto, llamado a tomar la palabra en una ordenación sacerdotal, en la Catedral de Forti, el Hermano Antonio se revela como poderoso orador.

Enviado entonces a Vercueil para seguir allí los cursos de teología de Tomás Gallo, traductor y comentador de las obras de Dionisio Areopagita, Antonio hace rápidos progresos tanto en sabiduría como en santidad: “porque la flama interior de su amor irradiaba al exterior”, dice un contemporáneo.

Una vez terminado ese ciclo de estudios, San Fraancisco de Asís en persona lo nombró en l223 “primer lector” de su Orden en Bolonia: “A nuestro muy querido hermano Antonio, salud en Cristo. Quiero que enseñes la teología con tal que con este estudio no extingas el espíritu, tal como se dice en la regla”.

Otra coincidencia providencial. Santo Domingo acaba de morir prematuramente el Bolonia en agosto de l22l. Antonio llega a punto de asegurar el relevo, y durante nueve años prosigue en la Romañas la obra de predicación y de controversia con los cátaros. Entre otras registra la conversión de uno de los jefes de la secta, Bonvillo de Rímini.

Milán y Padua escuchan su voz. Y luego diversas ciudades de francia, en el curso de rápidos recorridos: ora para comentar la Sagrada Escritura, en los claustros; ora para enfrentarse en público con los albigenes: Montpellier, Tolosa, el Puy, Burgos. En Limoges funda convento de su Orden, del que el capítulo provincial de Arles (l226) lo nombra Custodio.

Pero en l227 se le ve el nuevo capítulo general de Asís y se le nombra Provincial de la Italia del Norte, cargo que asumió desde entonces hasta l230.

Llamado a Roma para los asuntos de su Orden, Antonio es llevado un día a predicar ante el Papa Gregorio lX, el cual, admirando su ciencia en las Sagradas Escrituras, le confiere el título de “Arca del Testamento”.

Librado en fin de los cuidados administrativos, Antonio emplea el tiempo de reposo que le impone su agotamiento en escribir los "Serm“nes sobre los Santos” que le pedía el Cardenal Rinaldo Conti, el futuro Alejandro lV.

Una última Cuaresma en Padua. Un viaje a Veronica para obtener la liberación del Conde Rizzardo Sambonifacio y de otros güelfos prisioneros con él. Y Antonio muere a los 36 años, en la Arcela, cerca de Padua.

Más aún que su excepcional talento, du fama de santidad le había conquistado una popularidad inmensa. Sus funerales fueron triunfales. Y menos de un año después de su muerte, la Bula de canonización publicada por el Papa Gregorio lX corroboraba el juicio del pueblo. Y la suntuosa Basílica construida sobre su tumba en Padua, centro de peregrinación mundial, es todavía ahora un testimonio del fervor del culto que tras de sus contemporáneos le han rendido las siguientes generaciones.

Desde siempre, con la aprobación del Papa Gregorio lX mismo, la Orden franciscana ha considerado a San Antonio de Padua como Doctor de la Iglesia. En particular canta en su honor la Misa “In medio” del común de los Doctores.

En esa época se identificaba fácilmente al predicador con el Doctor. Lo cual es muy lógico. Puesto que el predicador tiene la misión de enseñar la doctrina ¿no se considera que la posee? En el caso de San Antonio de Padua, el elogio que él hizo el Soberano Pontífice es prueba de un profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras. En efecto, quien por mandato directo del fundador de la Orden abrió la primera escuela de Teología, quien enseño en seguida en la Universidad de Padua ¿no era reconocido por ese mismo hecho como un maestro de esa materia?

Sea lo que sea, el Papa Pío Xll se dignó ratificar ese homenaje secular de la Orden franciscana y declarar a San antonio de Padua Doctor de la Iglesia universal, agregándole el exquisito matiz de “Doctor Evangélico” (l946).

 

OBRAS

 

La carrera de San Antonio de Padua fue demasiado breve, demasiado agitada también, para permitirle componer y legar a la posteridad una obra doctrinal metódica y completa.

Lo que poseemos de él es una importante serie de sermones, l78 comentarios y explicaciones de los Salmos, Homilías sobre los Evangelios de los domingos, elogios de Santos, meditaciones sobre la vida y los misterios de la Virgen María, sin contar los sermonarios que la tradición le atribuye.

En cuanto a su aliento oratorio, tenemos un eco de él por la “inmensa fama” que le sobrevivió y que hizo de él “un tribuno sagrado de rango internacional” (Daniel Rops).

Las “Concordancias morales de los Libros Sagrados” constituyen una verdadera obra de teología mística basada en los textos de la Sagrada Escritura. Comprende cinco partes: la primera considera al hombre depravado por el pecado; la segunda muestra los caminos de la conversión; la tercera expone la s luchas espirituales cuyo teatro es el alma; la cuarta traza la vías de la perfección por la práctica de las virtudes; la quinta estudia esos estados y el empleo de esos medios en las diversas condiciones humanas.

Por lo visto, éste podría ser el plan de un retiro espiritual. Es sobre todo un programa completo de santificación. Las alegorías y las interpretaciones piadosas o místicas, el sentido acomodaticio mismo dominar allí mucho más que una exégesis rigurosamente científica.

A decir verdad, San Antonio de Padua es mucho más conocido como taumaturgo que como Doctor. La leyenda le atribuye multitud de milagros en el curso de su vida; y todo el mundo sabe que allí está sobre todo el fundamento de la devoción popular.

La imagen o la escultura de San Antonio están en todas las Iglesias de la cristiandad. Y, con algunas variantes, el santo está representando seimpre con los rasgos de un religioso muy joven, casi un novicio, con un gran libro enla mano, símbolo de su pasión por el estudio y de su asiduidad en la meditación de las Sagradas Escrituras; y luego, sobre el libro, un niñito Jesús, alusión a un episodio quizá histórico, en todo caso evocación de la intimidad que el contemplativo tenía con Cristo.

Junto a la escultura hay indefectiblemente un “cepillo” en el cual se lee a veces esta leyenda: “Pan de los pobres”, eco lejano del clamor lanzado por San Antonio en favor de los necesitados, ¿o reminiscencia de alguna multiplicación de panes obtenida por su oración?

Pero con toda seguridad es sobre todo un papel de recuperador el que los fieles le atribuyen a SanAntonio de Padua. ¿se cree que su carisma especial consiste en hacer que se encuentren los objetos perdidos? Esto está demasiado lejos del ideal de un Doctor de la Iglesia. Y en realidad no es a él a quien eso le corresponde sino al Beato Antonio de Pavón, dominico y mártir del siglo XlV. La confusión de nombres -----“Antonio de Pavón”, “Antonio de Padua”----- se eceleró por la prodigiosa popularidad de San Antonio de Padua: no conociéndose ya sino a éste, el Beato de Pavón quedó aclipsado, ignorado. Habituado a pedirle perpetuamente milagros, y presuadido de obtenerlos, al pueblo cristiano le ha parecido muy natural el pedirle también los dichos menudos favores temporales.