DJN-U
Mediante la unción se consagraban a Dios los objetos (Ex 30,26; 28,18) y los lugares de culto (Gén 28,18). Se ungía especialmente al rey (1 Sam 9,16; 16,3; 1 Re 1,34), "el ungido de Dios" (1 Sam 24,7); al profeta (1 Re 19,16) y al sumo sacerdote (Ex 28,4), como hombres puestos aparte, consagrados, destinados al servicio de Dios. Se les ungía con aceite, lo cual es signo de alegría, de riqueza y de libertad (Sal 23,5; Jer 11,10; Miq 6,15; Mt 6,17), y tiene virtudes medicinales, fortifica el cuerpo.
En el N. T., la unción suele ir acompañada del Espíritu; Jesús, en el Bautismo (Mt 3,13), fue ungido de Espíritu Santo (Act 10,38); por eso es «el ungido», el Cristo, el Mesías; y por ser «el Cristo» es también «el rey», el nuevo David esperado (Mt 2,2; 21,5; 27,11; Lc 23,2; Jn 12,13) y «el profeta» (Lc 4,18 e Is 61,1-2; Dt 18,15 y Jn 6,14). Los bautizados son también ungidos por el Espíritu Santo (Jn 3,5), son también «cristos» (2 Cor 1,21). La unción de la cabeza y de los pies de Jesús con un frasco de ungüento perfumado es un reconocimiento de la mesianidad (Mt 26,6-13; Mc 14,3-9; Lc 7,36-50; Jn 12,3-8). Se subraya la virtud curativa del aceite (Mc 6,13; Lc 10,34). La «unción de los enfermos» es uno de los siete sacramentos de la Iglesia (Sant 5,13-15).
->sacramentos.E.M.N.
Ungüento ->Perfume; unción
Los hombres tienen unidad de origen (Act 7,26); por el primer pecado se perdió la unidad de destino (Rom 5,12); pero esta unidad histórica nos dice que si una vez por todas se perdieron y se dividieron por el pecado de Adán (1 Cor 15,2), también una vez por todas se reencontraron y se unieron en Jesucristo, salvador del mundo (Jn 11,50-52; 18,14; 2 Cor 5,14-15). Todos los creyentes (1 Cor 15,22-23), que en esperanza representan a la humanidad entera (por tanto, todos los hombres), por el Espíritu Santo son uno en Cristo (1 Cor 6,17) y entre sí (Jn 11,52; Rom 12,5; Gál 3,28). La división y el cisma son clara consecuencia del pecado (Rom 16,17; 1 Cor 11,18; 12,25; Gál 5,20). Jesús pide la unidad para sus discípulos (Jn 17,11); que tengan un mismo sentir, un solo corazón y una sola alma (Act 4,32); la pide para todos los hombres; una unidad que tiene como modelo la unidad perfecta de la Trinidad Augusta (Jn 17,21) y que es la garantía de la divinidad de la Iglesia y que se funda en la caridad como elemento visible de la unidad (Jn 13,35).
E. M. N.
Jesucristo es el unigénito del Padre, el Hijo Único de Dios (Jn 1,14.18; 3,16). Los demás somos también hijos de Dios, pero lo somos adoptivos, mientras que hijo natural sólo es El, el Unigénito; al ser Unigénito hereda todas las posesiones, todas las cosas del Padre (Jn 17,10). Jesús manifestó especial predilección por los hijos únicos: resucitó a un hijo único (Lc 7,12) y a una hija única (Lc 8,42) y curó a otros (Lc 9,38).
E. M. N.
En el pueblo de Israel se dio un proceso progresivo del particularismo al universalismo. La unicidad de Yahvé, como único Dios del mundo, y la promesa hecha a Abrahán de que en su posteridad se gloriarían todas las naciones de la tierra (Gén 22,18), son las dos bases fundamentales del universalismo en el A. T. A pesar de todo ello, y muchas veces empujado por las circunstancias históricas, se descubre y se vive un nacionalismo furioso (Is 56,1-7;63,6; Esd 10,10; Neh 13,23-25). Hubo profetas (Is 2,2-4; Miq 4,1-3) y salmistas (Sal 67,4; 87) que proclamaron un universalismo sin discriminación. En el N. T. observamos los mismos contrastes. Jesucristo no quiere ejercer su ministerio en tierra de paganos (Mt 10,5; 15,24; Mc 7,27). El Evangelio, sin embargo, es universalista: adoración de los magos (Mt 2,1-12), acto de fe del centurión pagano (Mc 15,39), el Cántico de Simeón
—›Nunc dimittis (Lc 2,32); y aunque la salvación viene de los judíos (Jn 4,24), Jesucristo ha venido a quitar el pecado del mundo entero y a reunir a todos los hijos de Dios dispersos (Jn 1,29; 4,42; 11,52). Jesucristo encomienda a sus discípulos una misión universalista (Mt 28,19; Mc 16,15; Act 1,8). Pero este universalismo sólo lentamente se abre paso definitivo en la Iglesia primitiva; buena prueba de ello es el concilio de Jerusalén (Act 15,1-29).E. M. N.